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PRIMERA PARTE
Uno

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Diciembre, 1999


El aire del gimnasio era una mezcla de olores, perfumes acres de epidermis sudadas y de cansancio físico llevado hasta el extremo.

Guglielmo estaba levantando una barra de pesas brillantes, los dedos apretados con un agarre de hierro, los bíceps atravesados por las bandas musculares evidenciadas por el esfuerzo, la piel ligeramente bronceada reluciente de sudor… Adoraba aquellas tardes despreocupadas que podía pasar en aquel ambiente, desahogando con el esfuerzo físico la peor parte de sí mismo.

Observaba despreocupado los cuerpos envueltos en adherentes chándales de colores llamativos.

Ávido investigaba los cuerpos y las almas en contraluz de aquellas muchachas, seguía sus movimientos, las expresiones de los rostros, los cabellos que flotaban en el aire, por millones, los innumerables fragmentos de vida que nunca conocería.

En el banco de al lado, mientras tanto, ocupó el puesto uno de sus compañeros de universidad con el que, a menudo, se encontraba también en el gimnasio: Claudio.

« ¿Qué haces? Siempre babeando detrás del sexo opuesto, ¿eh? »

Ante aquellas palabras Claudio había fijado la mirada en una muchacha flexible que rellenaba perfectamente unos leotardos de color verde agua.

«Bueno, ¡te tengo que dar la razón! Aunque yo no crea en Dios, en ciertos momentos debo admitir que debe existir algo realmente bueno y misericordioso para dar vida a criaturas tan hermosas…»

Claudio era un muchacho muy susceptible a la fascinación femenina.

Mientras continuaba levantando pesas por encima de la cabeza, Guglielmo miraba a un grupo de cinco muchachas que hablaban entre ellas, gesticulando ligeramente.

«Sabes. Cuando era pequeño me gustaba mucho estar en la habitación donde mi madre recibía a sus amigas. Me gustaba la manera en que ellas, olvidándose de mi presencia, hablaban libremente sobre hombres, sin pudor, sin tapujos; hablaban de lo fácil que era predecirles y engatusarles. Estaba totalmente fascinado por esas conversaciones y todas las veces me prometía no convertirme, al crecer, en un hombre como los de sus charlas. Me sentía casi obligado a no desilusionar a las mujeres debido a que me habían permitido conocerlas desde dentro. Luego he aprendido que a una mujer le gusta un hombre también por todas las cosas que no consigue entender, incluso por los puntos de incomunicación, también porque estamos aquí mirándolas como si fuesen dulces en el escaparate de una pastelería, con la boca que se nos hace agua.»

«Tú, Guglielmo, ¿eres tan sentimental y filosófico que me quieres hacer creer que observas a estas bellezas sólo con ojo clínico, para enriquecer tu conocimiento del universo femenino? »

Claudio se esforzaba por mantener una expresión seria: para él era difícil, si no imposible, concebir un interés distinto del sexual por una mujer. Una risotada aclaró de nuevo a Guglielmo la opinión que tenía Claudio sobre el tema.

«Siempre el mismo: tú venderías tu alma para trabajar de ginecólogo, sólo para… a mí, de las mujeres me gusta todo, también la cabeza, sus pensamientos, y me gusta, sobre todo, no desilusionarlas, me gusta darles lo que desean de mí. »

Guglielmo era un joven con grandes esperanzas: alto, los cabellos oscuros ligeramente ondulados, la tez dorada, las piernas torneadas y largas sostenían un físico delgado, pero no esquelético. Tenía los dedos largos y armoniosos que terminaban con una uñas lisas y grandes como almendras peladas.

Una vez en un mercadillo una gitana le había leído la mano y se había quedado fascinada por esta característica suya, confiándole que las uñas tan grandes se desarrollan en sujetos que había tenido que luchar con la vida y contra la muerte.

Guglielmo no le había dado mucha importancia a la charla de una mujer habituada a inventar historias para vivir. En su memoria no había ningún rastro de ninguna lucha por la supervivencia. Aquella gitana, sin embargo, se había despedido de él con una afirmación que recordaba perfectamente: Nadie recuerda ciertos sufrimientos; se deslizan silenciosamente en la sangre, en caso contrario todos estaríais destinados a la locura o a la condenación…

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