Читать книгу La voluntad tarada - Роберто Арльт - Страница 6
ОглавлениеEL ATORRANTE DE ARLT
¿Qué tan joven murió Roberto Arlt?
El autor argentino Juan José Saer, hoy tan resucitado por los escritores latinoamericanos vanguardistas-wannabe, dice que: «En ciertos casos, una muerte bien colocada puede llegar a tener, como Arlt decía, la eficacia de un cross a la mandíbula».
Quien escribe esto concuerda con Saer: la muerte de Roberto Arlt fue eficaz. La lectura de sus cuentos y crónicas y novelas deja claro que Arlt era de espíritu joven y no un escritor con alma de viejo «a la Borges» que proyectaba una imagen de ratón de biblioteca.
A Roberto Arlt le interesaban los libros, pero también todo aquello que no cabía en los libros. A veces, por ejemplo, el argentino miraba por la ventana y escribía esto: «Cada ventana iluminada en la noche crecida, es una historia que aún no se ha escrito». Y puede que haya sido el espíritu joven, esa energía que lo consumía, lo que finalmente terminó por matarlo. Porque Roberto Emilio Gofredo Arlt, hijo de inmigrantes europeos y pobres y recién llegados a Argentina, nació en 1900 en Buenos Aires. Durante su vida publicó cuatro novelas y varios libros de cuentos y crónicas o aguafuertes. También algunas obras de teatro. Y viajó por España, partes de África, Brasil, Uruguay y Chile. Y tuvo dos esposas, un hijo y una hija.
Murió joven, de un paro cardiaco, a los 42 años.
~
El presente libro contiene tres Roberto Arlt. O tres formas de leer a un autor que, según el director de un diario porteño del siglo pasado, habría que presentar así: «El atorrante de Arlt. Un gran escritor».
La voluntad tarada. El primer Arlt es el Arlt justamente tarado. O digamos que aquel que es un lector torpe. Uno que, leyendo, se refugia del mundo y que ilusamente cree que así se salvará de trabajar. Bajo ese espíritu, en esta sección hay dos textos. El primero, «Cuaderno de notas», es una mezcla de viñetas autobiográficas, seleccionadas por quien escribe, de manera totalmente arbitraria, con el objetivo de que sea Arlt quien se presente ante el lector. Le siguen una serie de pequeños ensayos y aguafuertes y hasta una carta de Arlt al escritor brasileño Ricardo Güiraldes que nos permite atisbar su vida personal sin demasiado maquillaje escritural. («Estoy harto... tan harto que hasta siento en mi cuerpo la hinchazón del alma»).
Lo que pudrió la civilización. El segundo Arlt es el Arlt que retrata los márgenes de la sociedad. Criminales; tuberculosos; marginales auténticos; marginales voluntarios; deformes; cafishios; prostitutas; anarcos; y todo aquello que la civilización pudrió. Esta sección contiene cuentos y crónicas policiales. Algunos ya son canónicos, como «El jorobadito». O el relato favorito de Juan Carlos Onetti, «Ester primavera», que sin duda antecede su novela Los adioses. Otros textos estaban hasta hace poco inéditos, como el cuento «Yo no sé si soy ella», en el cual Arlt explora su faceta pop (¿Puig antes de Puig?). También la crónica «El facineroso» es difícil de encontrar y muestra al Arlt más sangriento y crudo.
El placer de vagabundear. El tercer Arlt es el que divaga; aquel que escribió entre 400 y 500 columnas, o aguafuertes, casi un género en sí, y a partir de las cuales aprovechó de caminar por Buenos Aires. Era un flãneur. Y lo era en el sentido total de la palabra. Arlt caminaba para pensar y pensaba para caminar. Y al igual que James Joyce con los callejones y bares y barrios de Dublín, Arlt fue el gran urbanizador de la capital argentina y hasta de América Latina; y por eso todos los que escribimos sobre ciudades, y ciudadanos, le debemos algo. Muchas de estas aguafuertes son conversaciones (cuando no divagaciones) consigo mismo o con sus lectores, quienes le escribían al diario con frecuencia y le preguntaban todo tipo de cosas. Esta sección tiene ese tipo de textos principalmente, aunque también un cuento de una metrópoli distópica («La luna roja») y hacia el final una suerte de auto-ficción en que Arlt explora su vida interior a partir del dedo gordo de un pie («Soy dulcemente egoísta y no me parece mal»).
~
Milan Kundera se quejaba que el problema de Franz Kafka es que los estudiosos de Kafka (los kafkólogos) estaban eclipsando la obra del checo y reemplazándola con lecturas forzadas, herméticas, las cuales finalmente confundían y alejaban a los lectores.
Algo similar ha sucedido con Roberto Arlt.
La generación de Ricardo Piglia y Beatriz Sarlo, y hordas de académicos tras de ellos, rescataron a Arlt y lo presentaron a nuevas generaciones. Pero también lo reciclaron hasta el cansancio. Pero no hay peor lugar para Arlt que los salones universitarios: su lugar era la calle. Por supuesto, Arlt quería ser argentino y no europeo. Porque Europa era la clase alta y los salones finos y Borges y las hermanas Ocampo y el dandy de Bioy. Su plan era convertirse en el Dostoyevski de Corrientes: «Me interesa más el trato de los canallas y los charlatanes que el de las personas decentes».
Así, por frases como esas, Arlt se ganó detractores. Especialmente aquellos que pensaban y escribían desde la alta cultura. El más famoso es el ya invocado Jorge Luis Borges.
«¿Has notado cómo se admira hoy a Arlt? Raro ¿no?», le pregunta Borges a Bioy Casares cuando en los años sesenta, Arlt era redescubierto por nuevos lectores. «La explicación es: cualquier cosa, menos pensar», sigue Borges. «Se puede aceptar o negar. Es preferible aceptar. Es claro que si todo el mundo empieza a decir que Arlt es una porquería dirán que es una porquería».
Años más tarde, en una conversación similar, Bioy defiende a Arlt frente a Borges: «Aun reconociendo la torpeza con que están escritos, esos textos tienen una frescura de la que carecen otras obras».
Frescura que ha permanecido con el tiempo y que se puede apreciar en esta antología. Una que asimismo deja ver a un Roberto Arlt crítico (hasta cierto punto) de su propia masculinidad, tal como se ve en «Las fieras», «Ester primavera» o el texto «Cómo se ofende a la mujer», donde anota: «He visitado muchas ciudades extranjeras (...) pero en ninguna parte del mundo se injuria de palabra e intención a la mujer como en nuestra sociedad con la indiferencia de las autoridades. Causa vergüenza».
~
Gran parte de la obra de Arlt explora la ciudad. La promesa de las grandes urbes, parece decir, no es más que el espejismo que proyecta un sistema social-económico inhumano. Por eso el crimen brota con tanta facilidad en la Buenos Aires de Arlt. El crimen es tanto una forma de rebelión contra ese sistema como una forma de purgarse espiritualmente. Silvio Astier, el narrador de El juguete rabioso se siente bien al quemar libros. Sí: los mismos libros que alguna vez le dieron tanta alegría ahora los prende con gasolina una vez que se da cuenta de que nunca será parte de la aristocracia. De que la promesa del sistema (trabaja y tendrás una vida mejor) es una ficción a la cual muchas personas renuncian a través de pequeños o grandes actos criminales.
«Hay momentos en nuestra vida en que tenemos necesidad de ser canallas, de en-suciarnos hasta adentro, de hacer alguna infamia, yo qué sé...», dice Silvio. «De destrozar para siempre la vida de un hombre... y después de hecho eso podremos volver a caminar tranquilos».
La vida tarada es una selección para lectores y lectoras, todavía sin iniciarse en el mundo arltiano. Mezcla ficción y no-ficción y a veces no queda claro si el narrador es Arlt o una de sus máscaras ficticias. Por lo general da lo mismo. Ambas comparten el mismo espíritu rabioso y urbano.
Al igual que las traducciones y compilacio-nes de Virginia Woolf y Henry David Thoreau, publicados por esta misma editorial, La voluntad tarada es una introducción a la obra de Roberto Arlt. Este es un libro con violaciones masivas, golpizas, redes de prostitución. Es un libro descarnado, sí. Pero uno en el que por eso mismo se rastrean pistas de las escrituras urbanas que hoy exploran la violencia social. Leer a Arlt casi ocho décadas de su muerte es tanto observar una postal de la Buenos Aires del pasado como imaginar una ciudad latinoamericana futura. Una megalópolis latinoamericana siempre al borde del colapso social y llena de historias. Historias, como decía Arlt al mirar por la ventana, que permanecen sin escribir.