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Atentos a las
señales de alarma
«El arte de la vida es el arte de evitar el dolor».
Thomas Jefferson
Según William James, el mayor descubrimiento de nuestra época es que los humanos podemos influir sobre numerosos aspectos de nuestra vida con solo cambiar nuestras actitudes mentales.1 Shakespeare ya decía poéticamente que, «estamos hechos de la misma materia que nuestros sueños».2 O como afirmaba de modo más directo Ramón y Cajal, «todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro».3 Hasta ahora lo decían los artistas y los sabios: ahora también lo sostiene la ciencia.
«Hoy sabemos que la confianza en uno mismo, el entusiasmo y la ilusión tienen la capacidad de favorecer las funciones superiores del cerebro [...]. Cuando nuestro cerebro da un significado a algo, nosotros lo vivimos como la absoluta realidad».4 Esto implica, según los expertos, que «los procesos de curación dependen en gran medida de lo que ocurre en la mente del paciente. El desafío de la medicina es encontrar la manera de poner en acción los asombrosos poderes de recuperación que tiene el organismo».5
El dolor tiene aliados
Lo que ocurre en la mente de la persona es el aspecto del sufrimiento más difícil de comprender y controlar.6 Haciendo una carrera con sus amigos, un niño se cae y se rasguña la rodilla. Pero en la excitación de llegar el primero prosigue corriendo sin hacer caso. Terminada la carrera el dolor de la rodilla recupera su atención. Al ver sangre, toma conciencia de lo ocurrido, se asusta y se echa a llorar corriendo hacia su madre. Esta lo abraza, lo tranquiliza, le limpia el rasguño y le pone una tirita. Pronto el niño se vuelve a sus juegos y se olvida de su herida. Hay hombres que trabajan en oficios duros (matarifes, carniceros, etc.) o que practican deportes violentos (rugby, boxeo, etc.) que requieren mucha fuerza y resistencia ante golpes, pero que son incapaces de presenciar hasta el final el parto de sus propios hijos, o que se desmayan en el hospital al ver acercarse la aguja de una jeringuilla hipodérmica.7
Hay factores que potencian la percepción del dolor y otros que la atenúan. Pero en gran medida los ignoramos. El psicoanalista Carl Jung decía que todos tenemos una parte oculta de nuestra realidad personal a la que no podemos enfrentarnos abiertamente y que no podemos cambiar. Se trata de nuestro inconsciente, que él llamaba simplemente nuestra zona de “sombras”. No podemos huir de ella ni hacerla desaparecer. «Las sombras forman parte de nuestra vida».8 Nos conviene escuchar lo que tengan que decirnos. Ahora bien, escuchar el dolor no significa dejarse acaparar por él. Porque hay determinados grados de atención que agravan las situaciones.
El miedo
El miedo es, sin duda, nuestro peor aliado ante el dolor. El sufrimiento se acrecienta siempre por el espectro del miedo. Todos tenemos más o menos miedo a sufrir. Pero a menudo nuestro propio temor agrava el dolor y lo intensifica, convirtiéndolo en una obsesión tan destructora o más que la propia causa del daño. El miedo comporta un estrés adicional que puede paralizar la vida o hacerla insoportable cuando encierra al doliente en una cárcel de pánico. Para los que viven bajo la constante amenaza de una espada de Damocles, es muy difícil no pasar el tiempo auscultándose.9 Pero eso no resuelve sus problemas sino que los agrava. El dolor puede ser inevitable, pero nuestro sentimiento de miseria es en cierta medida opcional.10 De ahí la conveniencia de aprender a enfrentar los problemas con realismo y asumir el control de nuestras reacciones emocionales.
Muchas personas consiguen dominar el miedo poniendo su confianza en alguna forma de ayuda externa, ya sea profesional o espiritual.11 Pero, ¿cómo superar el miedo cuando no se cuenta con la ayuda de nadie?
La soledad y el desamparo
El hecho de que el sufrimiento sea una sensación tan privada hace que se acompañe muy a menudo de un fuerte sentimiento de soledad. Las personas que sufren de modo crónico agravan su situación, muchas veces con el sentimiento de que nadie las entiende ni las compadece como merecen. Si de ahí pasan a pensar que son un estorbo, o que molestan, todavía aumentan más su malestar.
Hay muchas formas de dolor que no podemos combatir solos. En innumerables casos el recurso a los profesionales de la salud se impone. Pero también la familia, los amigos o la comunidad religiosa pueden ayudar con eficacia a sobrellevar los avatares del dolor. La soledad es uno de los aspectos del sufrimiento más penosos de llevar. Si son compartidas, las penas se aligeran. Si no conseguimos compartirlas con nadie, lo habitual es que se agraven. Por eso, cuando sufrimos, lo que más necesitamos no es que alguien nos explique el porqué, sino que nos acompañe con su presencia y nos exprese su simpatía. Al mismo tiempo no hay nada que mitigue tanto las penas –ajenas y propias– como volcarnos en acompañar a otros en su dolor. Para ello la formación profesional es útil pero no necesaria. Lo principal es la sensibilidad. Sentarse al lado del que sufre y escucharle en silencio puede bastar.12
La frustración y el desánimo
Mucho de nuestro sufrimiento viene de la mera constatación de que nuestra realidad no responde a nuestros deseos. Un día tomamos conciencia de que nunca volveremos a tener lo que tuvimos en el pasado, o de que jamás alcanzaremos la vida que habíamos soñado. Y así envenenamos aún más nuestro presente, incapaces de asumir nuestra realidad tal cual es. Los dolores del alma cicatrizan mal y solo el que los siente puede saber cuánto duelen un amor frustrado, un empleo perdido, un matrimonio fracasado, o una amistad que terminó en traición. El paso del tiempo suele ayudar, menos cuando las consecuencias perduran para siempre. En ese caso el tiempo no hace más que agravar el dolor crónico del deterioro o del envejecimiento. Y el mal que no cesa puede acabar con la moral de cualquiera. Como escribió el poeta:13
«El mayor dolor del mundo
No es el que mata de golpe,
Sino aquel que, gota a gota,
Horada el alma y la rompe».
Sin embargo todas las pruebas pueden servirnos para aprender. La experiencia nos enseña a ser más sabios, más prudentes, a protegernos. Entendemos que no se trata, tampoco, de levantar barreras de protección tan altas que acaben por aislarnos de la realidad. Porque si tras un desengaño amoroso no volvemos a amar, podemos caer en el resentimiento y el odio. La decepción, si no se trata, degenera en amargura, y la amargura en cinismo. Cuando tras el naufragio tocamos fondo, solo intentando nadar de nuevo podremos salir a flote.
Es propio del ser humano cometer errores. Pero uno de los aprendizajes más importantes de la vida es el de sacar lecciones positivas de nuestras equivocaciones y pasar página. Si nos complacemos en nuestra situación de víctimas, si nos empeñamos en echar la culpa de todo a los acontecimientos, si nos anclamos en situaciones de queja y lástima, difícilmente podremos tomar las riendas de nuestra existencia. El resquemor y la frustración no hacen más que exacerbar el sufrimiento. La curación de los malos recuerdos no se obtiene luchando contra ellos sino cultivando los buenos.
La sombra del pasado
Una de las mayores fuentes de infelicidad puede ser la sombra del pasado. No podemos olvidar a voluntad con solo desearlo, y cuanto más nos esforzamos por no recordar ciertos problemas, más los tenemos presentes. La memoria es caprichosa y selectiva. Olvida innumerables beneficios disfrutados, pero recuerda reveses, derrotas, decepciones, afrentas y traiciones… Alguien ha dicho que «la memoria es un monstruo: vosotros olvidáis; ella no. Lo graba todo y para siempre. Guarda los recuerdos […] para sacarlos cuando ella quiera. Creéis poseer memoria, pero es la memoria la que os posee».14 Si le dejamos hacer, la memoria es capaz de llevarnos al cementerio de las decepciones, de enterrarnos en el pasado, y de recrearse sin piedad en recordarnos nuestros sueños muertos.
Quizá nada produzca más desazón que la dicha perdida. Por haberla tenido, el aguijón de la tristeza se clava con más saña que si no se hubiera conocido nunca. La bella famosa vive con el alma en vilo luchando contra canas, sobrepeso, arrugas o flacidez. El atleta que fue admirado por su físico padece su marchitamiento en mayor medida que quienes fuimos siempre corrientes o feos. Los que amaron y fueron amados se desesperan tras el abandono. Quienes poseyeron riquezas y las perdieron son mucho más desgraciados que quienes fueron siempre pobres. Lo queramos o no, nuestro pasado proyecta sus sombras sobre el presente.15 Como dijo Lord Byron, «el recuerdo de la felicidad ya no es felicidad, pero el recuerdo del dolor es todavía dolor».
El actor que fue un ídolo no soporta haber caído en el olvido. El deportista que teme ser desbancado intenta prolongar su carrera a base de química… De los triunfos pasados –de la gloria perdida– cuesta curarse. El escritor se deprime si su siguiente libro se vende menos que el anterior, y el cantante se ensombrece si le contratan menos galas... Lejos de estar contentos con lo que la vida nos otorgó durante un tiempo, sentimos que lo pasado ya no cuenta, por excepcional que fuera. El dinero acumulado ya no satisface, si no se sigue ganando. La admiración cosechada no vale nada, si ha dejado de suscitarse. La belleza que se tuvo un día se convierte en un maldito recuerdo cuando se ha perdido.
¿Por qué valoramos tan poco lo conseguido, una vez que ha pasado? Un número creciente de personas desquiciadas se operan cien veces y se inyectan cualquier veneno en el cuerpo con tal de aparentar menos años, para convertirse a menudo en seres deformes... Y hasta hay algún político engreído que no hace ascos a cualquier apaño por mejorar su imagen intentando conseguir los votos que le permitan perpetuarse en el poder…
La frase “El tiempo lo cura todo” expresa una verdad relativa. Las heridas, es cierto, suelen cicatrizar. La piel vuelve a unirse, a renovarse hasta formar de nuevo una barrera contra la infección. Pero la nueva piel, la zona curada, suele permanecer siempre más sensible que la zona que la rodea. Más frágil. Y cada vez que la cicatriz entra en contacto con un objeto extraño, hay un recuerdo de la herida inicial. La lesión se cura pero la fragilidad sigue. Lo mismo ocurre cuando una palabra, un recuerdo, una imagen, nos traen a la memoria un sufrimiento lejano. La herida está curada, pero la fragilidad del recuerdo permanece. Los años pasan y la cicatriz sigue… mientras dure el amor o la memoria.16
El sentimiento de fracaso
Los humanos somos los únicos seres vivos que tropezamos mil veces con la misma piedra y encima le echamos la culpa a la piedra. Sin embargo, el padecimiento sufrido podría ayudarnos a identificar la causa de nuestros tropiezos. Esta toma de conciencia puede permitirnos asumir la responsabilidad personal en lo que nos pasa, cuestionar las creencias que la sociedad nos impone, y cambiar de rumbo. Así lo piensa José Luis Montes (Puertollano, 1965), ex directivo de multinacionales como Epson, Xerox y Tech Data: «Me creí eso de que el éxito consiste en llegar a lo más alto y ganar mucho dinero», confiesa. «Conseguí todo lo que este sistema dice que debes lograr para ser feliz, pero cuando alcancé la cima me sentí vacío».17
Movido por un profundo anhelo de recuperarse a sí mismo y de emprender un proyecto de vida basado en valores y no en el lucro, Montes vendió su empresa hace unos años. Lo que él llama su “transformación interior” le ha llevado a convertirse en el fundador del Movimiento Social Wikihappiness. Este exempresario de éxito imparte ahora conferencias para directivos, en las que reflexiona sobre el triunfo y el fracaso.
«Cuando no sabes quién eres ni qué quieres, eres esclavo de tu baja autoestima e inseguridad. Esta falta de confianza te lleva a pensar y hacer lo que piensan y hacen los demás. Las personas auténticas son libres, coherentes y honestas consigo mismas. Desde pequeñitos nos llenan la cabeza de ideas preconcebidas acerca de cómo hemos de vivir la vida. Nos condicionan para triunfar a toda costa, y entrar así en el templo de la felicidad. Pero es una gran mentira. Yo he vivido en ese lugar y está vacío. La felicidad no está relacionada con lo que poseemos, sino con lo que somos y con nuestra capacidad para vivir en coherencia con nosotros mismos. A menudo la carrera por poseer se convierte en un obstáculo en el sendero del ser.
»He verificado –sigue diciendo Montes– que si tu principal objetivo es conseguir éxito, poder y dinero, necesitas ser egoísta y ambicioso, y terminas por destruir la humanidad innata que hay en ti… Te desconectas de tu esencia y te olvidas de los valores y proyectos que sí valen la pena. Nos han programado para ser infelices, y la mayoría lo son, solo que muy pocos tienen la humildad y el coraje de reconocerlo. Nuestro mayor enemigo es el autoengaño, no querer reconocer el malestar que sentimos interiormente. No hay mayor fracaso que fijar objetivos equivocados y conseguirlos. Por eso hay tantas personas de éxito que son tan infelices: porque han hecho lo que el sistema les ha impuesto y no lo que les dicta su corazón. El éxito es ser coherente contigo mismo, con los dictados de tu conciencia. Si no aprendes a ser feliz por ti mismo seguro que terminas sintiéndote un fracasado».18
El sentimiento de fracaso es una de las mayores fuentes de sufrimiento. Y de la frustración a la ira no hay más que un paso.
La ira y el sentimiento de culpa
La ira es una emoción casi inevitable suscitada por la contrariedad. Es positiva cuando nos rebelamos contra injusticias o abusos. Pero se vuelve negativa, e incluso peligrosa, cuando bloquea la capacidad de pensar, se ciega con el deseo de venganza o se obstina en destruir, dejándose arrastrar a la violencia contra los demás o contra uno mismo.19 El odio y la ira son las reacciones más naturales ante el dolor pero también las más perjudiciales. El odio es un veneno mortal, y la ira es autodestructiva.20 Marco Aurelio decía con gran acierto que «nuestra ira es más perjudicial para nosotros que las causas que la provocaron».21
Llevados por la ira, persuadidos de que sus problemas dependen de factores ajenos a ellos mismos, muchos pacientes desarrollan un sentimiento adicional de odio que puede envenenar su existencia si no se resuelve a tiempo.22 Otros, sin razón, dirigen su ira contra sí mismos, convencidos de que su situación es el castigo merecido por alguna falta.23 El antídoto de la ira es la serenidad, una de las virtudes más útiles en la vida, en especial para los que sufren. La curación psíquica y espiritual –que incluye el superar los sentimientos de odio, culpa y remordimiento– es tanto o más importante que la recuperación somática, si lo que se pretende es alcanzar una curación integral.24 Pero ambas requieren paciencia.
Actitudes positivas
El sabio Salomón ya decía que «el corazón alegre es una medicina, mientras que el espíritu triste seca los huesos».25 Para hacer frente a la existencia con realismo necesitamos ser conscientes, en primer lugar, de todo lo positivo de nuestra situación, y reconocer que cualquier vaso medio vacío está también medio lleno. Siempre hay algo de lo que estar agradecidos.
Aun en medio de nuestros achaques, podemos recordar que nuestro cuerpo contiene innumerables células que trabajan constantemente en nuestro favor:
Nuestro cerebro dispone de incontables neuronas activas que mantienen nuestro pensamiento alerta y nos hacen conscientes del mundo que nos rodea.
Nuestros ojos son portentosos receptores que nos permiten disfrutar la magia de los colores y las formas, el prodigio de la luz, las bellezas de la naturaleza, la inmensidad del universo y las relaciones con nuestros semejantes.
Nuestros oídos contienen sutiles filamentos que vibran con la risa de los niños, el canto de las aves, la música de las orquestas, el murmullo de la lluvia y la voz de las personas que amamos. Nos bastan unas palabras para calmar al violento, animar al abatido, o hacer saber a alguien que lo amamos.
La mayoría de los seres humanos nos podemos mover. Podemos andar, saltar, correr, bailar o hacer deporte. Tenemos cientos de músculos y huesos manejados por nervios prodigiosamente sincronizados, listos a obedecernos y llevarnos donde queramos.
Nuestros pulmones son pasmosos filtros. A través de millones de alvéolos purifican el aire que reciben, oxigenan nuestra sangre y libran nuestro cuerpo de desperdicios dañinos. No cabe duda de que hemos sido creados para la vida. Hemos sido diseñados para ser felices.
¿Cómo quejarnos del dolor de brazos o de piernas, a la vista de otros que ni siquiera tienen esos miembros y ríen?26 He conocido a ciegos que son felices, porque saben ver la luz más allá de sus sombras, y también me he encontrado con personas que ven perfectamente y viven sombrías, porque no saben mirar… ¿Por qué bloquearse pensando en las pocas cosas que nos hacen sufrir, y no recordar las muchas por las que deberíamos estar agradecidos?
Hay que añadir, sin embargo, que también es peligroso dejarse seducir por los cantos de sirena de los predicadores del pensamiento positivo que cultivan el mito de que podemos conseguir todo lo que nos propongamos. Está bien proponerse grandes cosas, y debemos intentarlo. Pero todos tenemos límites fijados por la naturaleza o por las circunstancias. En toda existencia hay momentos de sombras, enfermedad, frustración, fracaso, duelo. A menudo podemos superarlos por nosotros mismos, pero a veces resulta imposible hacerles frente solos. La fragilidad forma parte de la condición humana. En los momentos difíciles necesitamos ayuda.
Aparte de conseguir la asistencia apropiada, que es lo más importante y lo más urgente, hay tres medidas básicas que nos ayudarán ante el sufrimiento: hacer caso a las señales de alarma, practicar la serenidad espiritual, y aprender a convivir con el dolor inevitable.
Hacer caso a las señales de alarma
Por mucho que nos preparemos, el dolor siempre nos toma por sorpresa. Sobre todo en nuestras sociedades occidentales, donde hemos descargado la responsabilidad de la gestión del dolor sobre los expertos. Olvidamos que nosotros somos los principales interesados, y que nuestro propio organismo es quien pone en acción los más inmediatos recursos curativos. Los enfermos no somos meras máquinas averiadas que necesitan ser reparadas. En realidad, somos los primeros implicados en nuestro proceso de curación. Cada uno contamos con un “médico interior”, como lo llamaba Albert Schweitzer,27 con capacidades asombrosas para poner en marcha nuestros mecanismos de recuperación. Todo tratamiento es, en mayor o menor medida, un esfuerzo conjunto entre el equipo médico, el paciente y ese médico interior.
Nuestra primera reacción ante el dolor debería ser la de escuchar sus mensajes. En vez de limitarnos a tomar una aspirina y seguir adelante, nos convendría más detenernos a ver qué nos pasa y osar preguntarnos: ¿Cuándo sufro estos problemas: antes o después de comer?
¿De día o de noche? ¿Tiene esto que ver con mi trabajo o con mis relaciones? ¿Tiene alguna conexión con el temor al futuro o con algún acontecimiento del pasado? Etcétera. En vez de acallar el dolor a toda costa, conviene empezar por escuchar sus voces de alerta. Tal vez tengamos que agradecerle su aviso y actuar en consecuencia.
Practicar la serenidad espiritual
Desde que el doctor Hans Selye28 –el gran pionero– descubrió el innegable impacto que tienen las emociones sobre la salud, sabemos a ciencia cierta que la ansiedad no hace más que exacerbar el dolor. La amargura y el resentimiento, junto con los deseos de venganza, son respuestas negativas que solo sirven para intensificar el malestar y aumentar el estrés.
Está comprobado que el sufrimiento se alivia manteniendo una actitud serena y positiva. En todas las culturas la oración y la meditación están tradicionalmente asociadas con la solución de ciertos problemas personales. Hoy la medicina ha demostrado los efectos benéficos de estas y otras técnicas de relajación, sin llegar aún a entender sus misterios. La meditación y la oración afectan de modo saludable a la respiración, al ritmo cardíaco y, por consiguiente, a la actividad del sistema nervioso simpático. Los músculos se relajan y la calma interior despeja la situación de estrés. Investigaciones recientes29 aseguran que las personas que tienen una espiritualidad profunda sufren un índice mucho más bajo que la media de problemas cardíacos, arteriosclerosis e hipertensión.
Como veremos más adelante, la esperanza es una convicción profunda que proporciona la fuerza interior para seguir luchando en medio de la adversidad. No hay nada que se necesite más cuando se sufre. Ni hay nada peor para la curación que la desesperanza. Como decía un enfermo admirable, «mi dignidad consiste en no resignarme y seguir luchando».30
Aprender a convivir con el dolor31
La serenidad aparece cuando uno acepta su realidad y tiene el valor de asumirla hasta el final. No se trata de dominar el arte de la autosugestión. Se trata de aprender a poner en marcha los mecanismos que palian nuestro agobio. Se trata de aprender del pasado para saber vivir el presente y hacer frente al futuro, sea para aceptar el destino o para luchar por cambiarlo.
Barbara Wolf recomienda la distracción consciente como recurso eficaz para soportar el sufrimiento crónico: trabajar, leer libros de humor, practicar un hobby que nos guste, hacer deporte, distraerse con algo que nos interese mucho (cine, música, arte, etc.). Es decir, acometer cualquier actividad positiva, de preferencia creativa o útil, que nos produzca satisfacción y pueda apartar la mente, de algún modo, del hecho de sufrir. Se trata de usar nuestros recursos mentales como aliados en contra del sufrimiento. Immanuel Kant, Robert Schumann, Blas Pascal, testificaron que, al ponerse a escribir, componer o reflexionar a fondo, olvidaban –al menos parcialmente– su sufrimiento, mientras que resignarse a esperar el alivio del dolor para realizar esas funciones les hacía sufrir mucho más.32
Mary Craig escribió: «El único remedio que conozco contra el sufrimiento es hacerle frente, asumirlo y servirme de él».33 En esta lucha entre la sumisión y la resistencia34 no hay nada mejor para olvidarnos de nosotros mismos –aunque sea solo por momentos– que hacer algo en favor de nuestros semejantes. Cuando nos proponemos darle a la vida algo mejor de lo que recibimos, ser útiles a los demás es, sin lugar a dudas, un enorme alivio para el dolor, a la vez que una increíble terapia.35
1 . William James, Principios de psicología, 1890, p. 37.
2 . Frase que William Shakespeare pone en boca de Próspero en La tempestad. En la misma línea Ellen G. White afirma: «La vida es como la hacemos y hallaremos lo que busquemos. Si procuramos tristeza y aflicción, si estamos en disposición de magnificar las pequeñas dificultades, encontraremos bastantes de ellas […]. Pero si miramos el aspecto alegre de las cosas, hallaremos lo suficiente para comunicarnos ánimo y felicidad. Si damos sonrisas, ellas nos serán devueltas; si pronunciamos palabras agradables y alentadoras, nos serán repetidas» (El hogar cristiano, p. 390).
3 . Santiago Ramón y Cajal fue premio Nobel de Medicina en 1906.
4 . Son palabras del doctor Mario Alonso Puig, quien añade lo siguiente: «Se ha demostrado en diversos estudios que un minuto de pensamientos negativos deja el sistema inmunitario en una situación delicada durante seis horas [...]. La zona prefrontal del cerebro, donde tiene lugar el pensamiento más avanzado, donde se inventa nuestro futuro, donde valoramos alternativas y estrategias para solucionar los problemas y tomar decisiones, está tremendamente influida por el sistema límbico, que es nuestro cerebro emocional. Por eso, lo que el corazón quiere sentir, la mente se lo acaba mostrando» (citado en una entrevista hecha por Ima Sanchís en La Vanguardia, 18.10.04).
5 . Dr. Paul Brand y Philip Yancey, Pain: The Gift Nobody Wants, Nueva York: Harper Collins, 1993, p. 61.
6 . Johann Wolfgang von Goethe afirmaba con razón que «actuar es difícil y pensar es difícil. Actuar según se piensa es aún más difícil».
7 . A esto se llama el “efecto Anzio”. When It Hurts. Prayer, Preparation and Hope for Life’s Pain, Grand Rapids: Zondervan, 2006, p. 33 (cf. http://lamedicinageneral.blogspot.com/2009/07).
8 . D. Gottlieb, Cartas a Samuel, Barcelona: Debolsillo, 2007, p. 134.
9 . Bruno Chenu, Dieu et l’homme souffrant, París: Bayard, 2004, p. 47.
10 . «Aun en medio de las pruebas de la vida, podemos escoger el gozo». (Tim Hansel, You Gotta Keep Dancing [Hay que seguir bailando], Elgin [Illinois, EE.UU.]: David C. Cook, 1998, p. 83; Cf. Barbara Johnson, Ponte una flor en el pelo y sé feliz, El Paso [Texas, EE.UU.]: Ed. Mundo Hispano, 1994, p. 107).
11 . La Biblia contiene numerosas palabras de ánimo ante el temor, como por ejemplo: «¡Sé fuerte y valiente! ¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el Señor tu Dios te acompañará dondequiera que vayas» (Josué 1: 9; cf. Salmo 27: 1; Mateo 6: 45-52, etc.).
12 . Simone Weil decía que «la compasión es la presencia visible de Dios aquí abajo».
13 . Francisco Villaespesa, escritor (Laura de Andarax, 1877 – Madrid, 1936).
14 . John Irving, Une prière pour Owen, París: Seuil, 1989, p. 50.
15 . Véanse las obras de Ruth Carter Stapleton sobre la curación interior: The Gift of Inner Healing, Waco (Texas, EE.UU.): Word Books, 1976, y The Experience of Inner Healing, Nueva York: Bantam Books, 1977.
16 . Ver Robert Alter, Life Does Not Get Any Better Than This, Liguori (Missouri, EE.UU.): Triumph Books, 1996, p. 48-49.
17 . José Luis Montes, El hombre que tuvo la fortuna de fracasar, Barcelona: Plataforma Editorial, 2009.
18 . Entrevista a José Luis Montes, “Nos programan para ser infelices”, El País, 13.9.09, p. 40.
19 . Ver Fernando Savater, “La ira” (serie “Los siete pecados capitales”), en Clarín.com (27 de agosto 2005).
20 . Ver Ivonne Bordelois, “De la ira al sufrimiento”, en Etimología de las pasiones, Buenos Aires: Libros del Zorzal, 2006, p. 70-84.
21 . Marco Aurelio Antonio Augusto (121-180), emperador romano desde 161 hasta su muerte, es considerado como uno de los filósofos más representativos del estoicismo.
22 . El consejo bíblico dice «No se ponga el sol sobre tu enojo» (Efesios 4:26).
23 . Ver sobre el tema Paul Tournier, La culpa y la gracia, Tarrasa (Barcelona, España): CLIE, 2002.
24 . Ver también de Paul Tournier y Jacques Ellul, Dinámica de la sanidad, Tarrasa (Barcelona, España): Andamio, 2003.
25 . Proverbios 17: 22.
26 . Véase, por ejemplo, el caso de Adriana Macías, y sobre todo de Nick Vujicic (ver p. 161 de la presente obra).
27 . Albert Schweitzer (1887-1965), médico, filósofo, músico, teólogo y misionero protestante de origen alsaciano, recibió el premio Nobel de la Paz (1952) por su vida de entrega a favor de los enfermos más desfavorecidos. Pasó la mayor parte de su vida y murió sirviendo en el hospital que había fundado en Lambaréné, en la actual Gabón (África).
28 . El Dr. Hans Hugo Bruno Selye (1907-1982), médico fisiólogo de origen austrohúngaro, director del Instituto de Medicina y Cirugía Experimental de la Universidad de Montreal (Canadá), es famoso por sus estudios sobre el estrés y la ansiedad.
29 . Véase sobre todo Harold G. Koenig, David B. Larson y Michael E. McCullough, Handbook of Religion and Health, Nueva York: Oxford University Press, 2001. Se trata del libro más completo sobre la interacción entre la fe y la salud producido hasta la fecha, resultado del análisis científico de más de 1.700 estudios e investigaciones diferentes sobre el tema.
30 . Maurice Bellet, L’épreuve ou le tout petit livre de la divine douceur, París: Desclée de Brouwer, 1988, p. 30.
31 . Barbara Wolf, Living With Pain, Nueva York: Seabury, 1977.
32 . El apóstol Pablo, en la prisión, se daba ánimos pensando en las promesas divinas: «De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros» (Romanos 8: 18). «Así que no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno» (2 Corintios 4: 16-18).
33 . Mary Craig, Favor divino, Buenos Aires: Emecé, 1980, p. 77.
34 . Dentro de una perspectiva cristiana, véase Charles Wackenheim, Quand Dieu se tait, París: Cerf, 2002; y Bruno Chenu, Dieu et l’homme souffrant, París: Bayard, 2004.
35 . Schwartz et al., “Altruistic Social Interest Behaviors are associated with Better Mental Health”, Psychosomatic Medicine (American Psychosomatic Society) 65:778-785, 2003.