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Prefacio

“El cuento latinoamericano:

historia y crítica”

El panorama histórico-crítico del cuento latinoamericano que ofrezco en este libro sirvió de introducción a mi antología The Oxford Book of Latin American Short Stories, que la prestigiosa editorial tuvo a bien pedirme, y que apareció publicada en 1997. El libro tuvo una amplia acogida, alrededor de 30 mil ejemplares vendidos, y hasta se tradujo al persa. Esto se debió, sinceramente lo creo, a la calidad de los relatos incluidos y al renombre de escritores como Borges y García Márquez. Hoy, gracias a la generosidad de mis amigos chilenos, especialmente Cristián Opazo, sale en castellano aquella introducción, seguida de dos ensayos míos sobre cuentos latinoamericanos –uno de Borges y otro de Carpentier– que son una muestra de mi aproximación al género y estilo de crítica. Habría sido imposible publicar la antología por el costo prohibitivo de los derechos de autor de escritores contemporáneos, una verdadera lástima.

Una aclaración se impone, que por ser obvia no es menos necesaria. Cuando digo “latinoamericana,” me refiero a la literatura de todo el continente derivada de sus raíces ibéricas. Cuando digo “hispanoamericana,” me refiero a la literatura escrita en español. Sé muy bien que América Latina fue una invención francesa, para distinguirla de América Sajona durante su aventura imperialista en México. No tiene un origen noble el término, pero así todo se ha impuesto y resulta torpe no usarlo. Hispanoamérica tiene resonancias diplomáticas y académicas, pero también se hace difícil evadir el vocablo. Como los himnos nacionales, la nomenclatura geopolítica peca de general, rimbombante e imprecisa. Pero nos vemos obligados a utilizarla.

La antología tuvo cuatro peculiaridades que se me antoja fueron originales y también explican su difusión. La primera y más llamativa es la inclusión de cuentistas brasileños; la segunda, que abarca desde el período colonial hasta lo que pudiéramos denominar el presente; la tercera, que el cuento no aparece desprendido, desgarrado de la novela, ni como género ancilar a esta; la cuarta, que incluye a algunos escritores no canónicos.

Estoy consciente de que las tradiciones literarias brasileña e hispanoamericana son diferentes, a pesar de su afinidad y de estar emparentadas entre sí por la historia común de la ascendencia románica del español y el portugués, y de haber surgido esos idiomas en zonas contiguas de la Península Ibérica. A eso se suma la gran afinidad de la cultura brasileña con la del Caribe Hispánico, dada la determinante presencia africana en ambas. La literatura brasileña es, junto con la de los Estados Unidos, la literatura nacional más sobresaliente del Nuevo Mundo. La de Brasil sobrepasó hace mucho a la de Portugal, lo cual ha hecho también la hispanoamericana con la de España en épocas recientes. Pero hay grandes diferencias históricas. De hecho, durante el siglo XIX, cuando las naciones hispanoamericanas se independizaron de España, Brasil, en lugar de romper con Portugal, absorbió a la madre patria cuando la monarquía portuguesa se trasladó a su colonia americana huyendo de la invasión napoleónica. Así todo, las literaturas brasileña e hispanoamericana han gozado, por momentos, de relaciones muy cercanas. Esa proximidad aumentó en años recientes con los vínculos entre escritores como Octavio Paz y Haroldo de Campos, y con los grandes novelistas hispanoamericanos ejerciendo enorme influencia sobre los brasileños, y los hispanoamericanos reconociendo a grandes figuras brasileñas como Machado de Assis, João Guimarães Rosa y Clarice Lispector. Todo esto se puede comprobar hojeando los veinticinco números de la revista Mundo Nuevo que dirigió Emir Rodríguez Monegal en los años sesenta del siglo pasado. Este último, uruguayo, había nacido en Melo, cerca del Brasil, hablaba portugués y escribía con frecuencia sobre literatura brasileña.

Tal vez la más audaz innovación de la antología fue la inclusión de textos del período colonial. En esto seguí una tendencia en el campo de los estudios literarios latinoamericanos, que a su vez refleja una tendencia entre no pocas escrituras contemporáneas. Narradores como Carpentier, García Márquez y Fuentes saquean los archivos coloniales en busca de historias, personajes y situaciones. Octavio Paz escribió una imponente biografía literaria de Sor Juana Inés de la Cruz. Severo Sarduy y Haroldo de Campos encontraron un estimulante antecedente en el barroco colonial. Los relatos coloniales, como el de Pedro Serrano, extraído de los Comentarios reales del Inca Garcilaso convencerán al lector más escéptico de la validez de las preferencias de esos escritores. También demuestran esos textos que, a pesar de la exigente poética de la cuentística moderna, cuentos pueden aparecer, y aparecen, en cualquier parte.

Esta característica, que es la que vincula al cuento a tradiciones no solo escritas, sino especialmente reales, le da al género un grado de autonomía que lo independiza de la novela. Hay fragmentos de novelas que son como cuentos y pueden leerse como tales. Pero precisamente por esa autonomía no son como la novela, aunque formen parte de ella; esta no es como una serie de cuentos amontonados o aún concatenados, como lo fue el Decamerón. Por eso hay cuentistas que lo son exclusivamente, como Borges o Augusto Monterroso. Poe es un buen ejemplo en otra lengua, y Chekhov otro. Algunos escritores, como Rulfo, Carpentier y García Márquez son excelentes en ambos géneros. Ninguno de los escritores seleccionados para la antología lo fue por ser gran novelista.

La antología quiso ser canónica, como suelen serlo las antologías por antonomasia. Aun así, me permití algunas osadías, como la de incluir a la argentina Luis Mercedes Levinson, excelente escritora que pensé merecía figurar entre los grandes. Lo mismo puede decirse de Reinaldo Arenas, cuyos cuentos están a la altura de los mejores de Cortázar y García Márquez. La cosecha actual de escritores de cuentos latinoamericanos parece buena y abundante. El cuento sobrevive las modas y los cambios históricos. También se da el caso de escritores nóveles que publican un cuento brillante y desaparecen.

No cabe duda de que el llamado Boom de la novela latinoamericana en los años sesenta y siguientes también constituyó un Boom del cuento latinoamericano. La figura de Borges, cuya fama internacional data de esos años, aunque su decisiva colección Ficciones es de 1944, es por sí sola todo un movimiento, pero desde luego durante el Boom aparecieron libros de cuentos notables de Cortázar y García Márquez. ¿Habrá una eclosión semejante en el futuro? Esperemos que sí.

Anna Maria Island, Florida, marzo 2017

Relecturas del cuento hispanoamericano

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