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ОглавлениеLa degenerada raza y el dispositivo de la conferencia
César Augusto Ayala Diago
Departamento de Historia
Universidad Nacional de Colombia
En tiempos de pandemia. A cien años de las conferencias sobre la degeneración de la raza colombiana.
Bogotá, junio-julio de 2020
Entre mayo y julio de 1920, los estudiantes bogotanos convocaron a los médicos colombianos, quienes hacían ciencia, a debatir sobre una tesis del médico Miguel Jiménez López acerca de la degeneración de la raza colombiana. Escogieron el Teatro Municipal y hacia allá se desplazó todo el mundo al goce de escuchar, los viernes en la noche, que estábamos muy mal y que, si no se higienizaba el país y si no se lo curaba, era muy posible que los colombianos se esfumaran. Apenas se salía de la pandemia de la gripa española y ya Colombia estaba anegada de fiebre tifoidea, sífilis, uncinariasis, tuberculosis, lepra, anemia tropical, bocio, alcoholismo, imbecilidad, raquitismo, cretinismo y paludismo. Bien dichas las cosas, los sobrevivientes de entonces lo eran más de las enfermedades que de las guerras civiles.
Un excelente conjunto de sensibles médicos, entre ellos, Calixto Torres, Jorge Bejarano y Luis López de Mesa, se unieron a destacados hombres maduros en los afanes políticos, como el pedagogo Simón Araújo y el general Lucas Caballero, y juntos consiguieron impregnar de ansia médica la agenda política de entonces. Los diarios El Tiempo y El Espectador apoyaban e impulsaban esa agenda.
Las conferencias —iniciativa estudiantil— pusieron la salubridad en la vanguardia de las reivindicaciones sociales de entonces, y de esa noble actividad emergió y partió el poco estado de bienestar que logró construirse y desarrollarse hasta finales del siglo XX.
Cien años después, Colombia cayó en pandemia, y al sistema de salud que conservadores y liberales construyeron para que el desarrollo capitalista tuviera gente sana lo devoró el neoliberalismo. Ni hospitales, ni médicos, ni medicina sobrevivieron ilesos a la economía de mercado.
Al despegue del capitalismo nacional en la década de 1920 correspondió una preocupación de los intelectuales por la salud de la gente. Al desarrollo material de la sociedad debería corresponder un avance en el mejoramiento de las condiciones de vida. El suelo en el que se desarrollaría la nueva materialidad económica debería pasar por un proceso de higienización, de tal manera que se produjo también una serie de transferencias de la medicina a la política, de la política a la medicina y de estas a la economía, a la cultura y a la sociedad1.
No abordamos una temática nueva; al contrario, mucho se ha escrito al respecto y es destacable en Colombia el avance de la historia de la ciencia. Se retoma el debate de la degeneración de la raza2 ocurrido hace un siglo con el propósito de entender la preocupación que hubo en este país por la salud, motivado por la desatención hacia ella en el tránsito de la Colombia letrada a la Colombia neoliberal que impera en la actualidad. El dispositivo que se utilizó para el debate fue la conferencia pública, que se realizaba no en la universidad, sino en los grandes espacios públicos con los que contaba Bogotá, en particular el Teatro Municipal, el foyer del Teatro Colón y el Salón Samper. A poco andar, la conferencia se fue expandiendo hasta constituirse en la fórmula por excelencia que enriqueció la lucha política contra la hegemonía conservadora. Las conferencias, no solo las de la degeneración racial de 1920, coadyuvaron a su caída. Y se debe a los estudiantes, a su organización gremial y a su energía, la idea y desarrollo de aquellas. Iniciativa que compartieron los diarios El Tiempo y El Espectador, los cuales fueron utilizados por sus editores para posicionar sus concepciones republicanas con las que esperaban nutrir ideológicamente el movimiento contra los conservadores. El espíritu del republicanismo remanente del gobierno de Carlos E. Restrepo (1910-1914) contribuyó, sin duda, al éxito. La clase política que dirigiría en la década siguiente no se fogueó en la plaza pública como las que vendrían, sino en los periódicos, en las revistas y, sobre todo, en las conferencias, que lograron, además, salir de la capital de la república hacia la provincia cercana y remota.
Lo nuevo de la retoma de las conferencias es la demostración de su funcionalidad más allá de los contenidos científicos y polémicos que tuvieron. Las pensamos esta vez como punto de encuentro entre la generación del centenario y la de Los Nuevos, como coincidencia de los intereses de los ideólogos del republicanismo y la emergente juventud y como la conciencia que tuvo una y otra generación sobre la necesidad de trabajar mancomunadamente.
Dos colectivos juveniles animaban el mundo de las conferencias: el de la Federación de Estudiantes, máximos organizadores de las intervenciones de fondo sobre la degeneración racial, y el grupo Centro de Extensión Universitaria (CEU), dirigido por el joven Jorge Eliécer Gaitán, que siguiendo la temática central de la raza, se interesó por llegar a sectores populares de la población como los obreros, funcionarios y ciudadanos “de abajo”, a las gentes de pueblos cercanos y remotos. Le interesaba la vulgarización de la ciencia, ante todo. Culminado el ciclo de las grandes conferencias sobre la degeneración de la raza colombiana, la federación estudiantil se dedicó a sus actividades organizacionales y de compromiso; el CEU, en cambio, continuó animando las conferencias como dispositivo para llegar a los colombianos, como si sus ponentes configuraran una especie de farándula. Este grupo, además, se encargó de trasladar la fiesta universitaria a la provincia.
1. Las conferencias y la depuración de la futura clase política
Conforme avanzaba el primer año de la década de 1920, emergió y se posicionó la temática estudiantil, y con ella se popularizó la conferencia, mediante la cual adquirió visibilidad el tremendo problema de la higienización del país. Las juventudes de procedencia liberal echaron mano del republicanismo, aún existente, para expresarse. Este era, para ellas, más versátil que el liberalismo manejado entonces con la mano firme del general Benjamín Herrera.
Para dirigentes estudiantiles como Germán Arciniegas, el republicanismo era lo mejor que había, el único que planteaba reformas definitivas, que encarnaba la aspiración renovadora en Colombia. En una carta a su amigo mejicano, el poeta Carlos Pellicer, escribía:
Para mí tengo que del liberalismo no hay sino una sombra ya bien macabra que no se adapta a nuestra juventud. Ni tiene hombres que valgan, pues casi todos los jefes se han vendido y fueron otrora rateros en gobiernos de ingrata memoria. Los programas liberales son los de hace medio siglo.3
Desde muy temprano, en la década de 1920, se posicionó la conferencia como dispositivo que permite la formación de un público nuevo4. No solo se trataba de la conformación de un público para los efectos de la propaganda política, sino también, para la propaganda científica. Época fue de meter a la polémica política la cuestión sanitaria; de hacer de los problemas sanitarios problemas políticos. Los últimos años de la década, en pleno derrumbe de la hegemonía, la conferencia estaba en su esplendor. Es ella la que ha dado origen en Colombia a la cátedra libre; es la calle, y con ella los espacios de reunión, los lugares de la resistencia. El Teatro Municipal, el Gimnasio Moderno, el Teatro Colón, el Salón Samper y las tertulias en los diarios reciben a los jóvenes encopetados que se abren espacio.
Fueron los estudiantes por medio de sus organizaciones quienes se inventaron (o reinventaron) la conferencia; fueron ellos los convocantes. Gracias a las conferencias se estableció un diálogo intergeneracional. Fue la oportunidad de los viejos para compartir sus experiencias, de los jóvenes para escuchar a los viejos y asaltar los espacios públicos con sus voces y sus reivindicaciones. Era, además, el punto de contacto entre el recién egresado y quienes continuaban en las aulas. En la conferencia, además, se aprendía a comunicar, se aprendía de los superiores. Los invitados tenían el don de la palabra, el arte del buen decir, de la amenidad y el hacer de la comunicación científica un goce. Así lo planteaba el joven Gaitán respecto de uno de sus invitados:
[…] pocos los que como él reúnen el ideal de un verdadero pedagogo: llevar hasta los más áridos conocimientos por un camino de deliciosa amenidad. Oír a Julio Manrique no solo es adquirir un fuerte caudal de conocimientos, sino pasar un rato de íntimo goce, de exquisito placer.5
Los estudiantes no eran los únicos en percibir que el principal problema de la época era el de la salubridad. El diario El Tiempo había montado toda una campaña, y a los implicados en la cruzada de higienización, la Dirección Nacional de Higiene6, la oficina de higiene y salubridad municipal, la Junta de saneamiento, la Junta de socorro, las sociedades de beneficencia, el concejo municipal, etc., les prestaba su apoyo. Y ahora se sumaba el dinamismo estudiantil que había entendido que sobrevivir a las enfermedades del trópico, combatir las enfermedades infectocontagiosas y sobre todo superar el pesimismo ante el futuro era urgente.
Bogotá, la capital de la república, era una ciudad malsana. Se hablaba de los cuatro jinetes del apocalipsis: la anemia, la tisis, la sífilis y la lepra. La ciudad estaba infectada de tifoidea y disentería al comenzar la década de 1920. Estas enfermedades infectocontagiosas tenían su origen en el agua contaminada que consumían sus habitantes. Apenas medio alcanzaban los presupuestos para desinfectar el acueducto con cloro líquido, cuya consecución y logro era dispendioso y caro. Era, además, una ciudad llena de basura. Para resolver el problema se dio paso a la incineración. En el Concejo de Bogotá, en junio de 1920, avanzaba la discusión de un proyecto de acuerdo mediante el cual se disponía de la canalización inmediata de los ríos San Francisco y San Agustín, y la construcción de hornos de cremación de basuras7.
Justo en 1920 empezó el combate oficial contra la comercialización de la chicha. A la larga no era en contra de la chicha la persecución —porque bien elaborada podía competir con la buena cerveza—, era en contra de la mala fabricación, que la convertía en una bebida nociva para la salud. La persecución cobijó también a la maizola, que le competía.
Y como siempre, la salvación vendría de arriba. En el tren de la tarde del 3 de junio de 1920 arribó a Bogotá F. E. Miller, médico norteamericano enviado por la Fundación Rockefeller a dirigir una campaña contra la anemia tropical. Según el contrato celebrado con el gobierno colombiano, permanecería en el país cinco años dirigiendo y organizando la campaña. Así presentó El Tiempo al ilustre recién llegado:
Trae el doctor Miller la representación del más generoso centro humanitario del mundo y viene, sin que su trabajo cueste un centavo a la República, en una misión absolutamente desinteresada, a traernos el concurso de su saber y el apoyo de la poderosa institución que representa, y tiene derecho, no solo a nuestra gratitud, sino sobre todo a nuestro apoyo decidido; viene a ayudarnos a combatir uno de los más graves males, a librarnos del tremendo flagelo.8
Existía, por un lado, la Federación de Estudiantes, que lideraba las convocatorias a las conferencias sobre problemas de salud pública; y por otro, el Centro de Extensión Universitaria (CEU), que ampliaba el espectro de las temáticas. Una y otra eran iniciativas estudiantiles. La Federación quería debate y El Tiempo buscaba cómo posicionar sus tesis ideológicas de tal modo que le sirvieran para combatir con altura a la hegemonía conservadora. Y como el más sentido de los problemas era el de la higienización de Bogotá y del país, ambas partes decidieron programar conferencias públicas a cargo de los eminentes científicos de entonces, conferencias ideológicas y políticas. A través de ellas se jugaban el futuro los miembros del elenco del poder por venir. De hecho, se trataba de contribuir a la educación y formación de la futura nueva clase política.
Interesante diálogo intergeneracional entre centenaristas y nuevos; entre estos y los estudiantes; entre todos y el gobierno. Fue como la emergencia de la ciencia social, de la sociología, que sin existir como disciplina se asomaba en los análisis. Fue, además, una muestra del avance de la ciencia en el país y una oportunidad para continuar el balance del primer centenario de la Independencia, que había empezado en 1910.
Todo parecía estar calculado: quién debería empezar y quién debería cerrar. A la conferencia de Miguel Jiménez López seguiría una a cargo del penalista Rafael Escallón sobre la propagación de la criminalidad; luego vendría el médico Julio Manrique, quien trataría el tema de la degeneración de la raza desde los remotos tiempos indígenas hasta la actualidad. Intervino también Calixto Torres Umaña. Entre los oponentes a estas tesis, que se conocieron bajo la consigna de degeneración de las razas, intervendrían Jorge Bejarano, que venía controvirtiendo a Jiménez con un estudio suyo sobre “el porvenir de nuestra raza”. Sobre el estado de la juventud hablaría el reconocido profesor Simón Araújo; continuaron Luis López de Mesa y Lucas Caballero. El primero hablaría sobre aspectos sociológicos y sicológicos del estado de la población colombiana de entonces, y el segundo lo haría sobre los aspectos sociológicos y económicos de la problemática planteada. Cerraría el ciclo una segunda conferencia de Miguel Jiménez López.
Así, el primero de los sabios convocado por los estudiantes fue el médico Miguel Jiménez López, famoso y prestigioso por la promoción que hacía de su obra sobre la degeneración de la raza9. El ingreso a ese placer de escuchar tenía un costo de 20 centavos la boleta, que se compraba en las más conocidas librerías de la ciudad, entre ellas, la librería Santa Fe, la librería Colombiana; en las cigarrerías Unión y Santa Fe, y en las taquillas del Teatro Municipal. Y en caso de no tener con qué, en las oficinas de El Tiempo y El Espectador se repartían boletos gratuitamente.
Miguel Jiménez López
Fuente: El Gráfico, 19 de mayo de 1923, 693.
Días antes, en la Facultad de Medicina, el joven médico Jorge Bejarano ya había abordado la temática desvirtuando, como para calentar el ambiente, la tesis de Jiménez. Para Bejarano, a quien el futuro le abría las puertas de par en par, la geografía, el clima y el medio colombianos ya estaban domesticados, y ya el hombre colombiano estaba adaptado a las distintas regiones, y esto lo hacía más resistente a la adquisición de las enfermedades tropicales. Apoyándose en naturalistas reconocidos anotaba: “Sólo bajo el Ecuador podrá la raza perfecta del porvenir alcanzar el goce completo de la bella herencia del hombre: la tierra”10.
El viernes 21 de mayo Miguel Jiménez López inauguró el ciclo de conferencias. Mucha gente se quedó sin poder entrar. Lo más selecto de la sociedad bogotana se hizo presente sumándose a la muchachada de universidades y colegios. A las nueve se levantó el telón y comparecieron ante la multitud el conferenciante y los delegados estudiantiles Carlos Azuero, Alfonso Araújo y Alejandro Bernate. Jiménez sostuvo sus tesis sobre la degeneración de las razas. Para atajar el peligro recomendó la inmigración reglamentada y numerosa, la higiene más estricta, sobre todo en las clases desvalidas, y un cambio completo del atrasado sistema de instrucción primaria y secundaria. Jiménez estaba mansito, había tenido mucha crítica. Acudió a la atenuación:
No se quiere oír hablar entre nosotros de regresión o de degeneración: Esta bien: cambiemos la palabra. Somos una agrupación transitoriamente debilitada por causas diversas. No llamemos, si así lo deseáis, el conjunto de los fenómenos hasta aquí denunciados una decadencia colectiva: llamémosla, entonces, una ligera depresión de nuestras energías y capacidades, que hasta hoy nos ha impedido marchar a la par con los pueblos de cultura intensa.11
Argumentaba Jiménez que la raza colombiana empezaba a ser vencida por las condiciones en que vivía. Sostenía que no era suficiente con educación e higiene. Para él, el mal era más profundo, urgía una transformación completa de la mentalidad e inclusive del organismo. Y para esto era urgente la infusión de sangre fresca y vigorosa en el organismo social, importada de aquellos puntos del planeta donde la especie humana había dado sus mejores productos:
Convenientemente seleccionada, una sana y copiosa inmigración es el primer elemento de nuestra regeneración […]. Somos un organismo herido que pierde savia y vigor en una lucha que ha durado años y siglos; obramos sin vacilar la vena exhausta para transfundirle sangre cálida y rebosante, y la vida, bullirá en nuestro pueblo con vibraciones de fuerza y energía!12
Invitaba a mirar Jiménez el progreso de algunos países del continente americano y se lo explicaba en la inmigración de la raza blanca: Argentina, el sur de Brasil, Uruguay y el ejemplo máximo: Estados Unidos. Solamente miraba hacia esa raza, el oriente asiático era descartado de plano: “La inmigración de sangre blanca, bien escogida y reglamentada como debe hacerse, es para los países en desarrollo, un elemento incomparable de población, de progreso, de producción y de estabilidad política y social”13. Su patético racismo quedó verticalmente plasmado de la siguiente manera:
Una corriente de inmigración europea suficientemente numerosa iría ahogando poco a poco la sangre aborigen y la sangre negra, que son, en opinión de los sociólogos que nos han estudiado, un elemento permanente de atraso y de regresión en nuestro Continente.14
Reportaba la prensa el éxito de la conferencia y hablaba del entusiasmo y de las ovaciones y felicitaciones que recibió el conferencista. Todo daba para pensar que expositor y público habían encajado a la perfección. Que “el país degeneraba todos los días” quedó sonando. Y no mejoraron las cosas con la segunda conferencia, “La Capacidad psicológica de nuestra Raza”, a cargo del penalista Rafael Escallón, que atinó en su diagnóstico de la instrucción pública en el país, la organización rentística de los departamentos basada en el alcoholismo, hasta desembocar en los síntomas de la lastimosa degeneración del pueblo colombiano. Y mucho más complicadas se vieron las cosas con la exposición de Calixto Torres Umaña, quien fue el más profundo en sus apreciaciones sobre los graves problemas de nutrición que tenía la raza colombiana.
Posicionada la temática racista, cientificista y pesimista, hubo respuestas desde el campo médico, pero también desde la misma prensa. El Tiempo no solo impulsaba las conferencias en busca de un buen diagnóstico, sino también con la estrategia de ir ubicando sus posturas ideológicas. Por ello, del seno mismo del periódico salió la contraparte. Enrique Santos, ‘Calibán’, salió al ruedo: “No degeneramos”, se llamó su columna Danza de las Horas. Empezó por manifestar su extrañeza por la aprobación entusiasta de la gente a las tesis de Jiménez. Llamó al fenómeno “seducción morbosa”, y se despachó con su propia hipótesis: “No solo no hemos degenerado, sino que en relación con toda nuestra existencia histórica anterior, hemos mejorado, ligeramente en algunos casos, y de manera muy notable en otros”15.
A la estadística, al método científico y a las innumerables muletas teóricas de los conferencistas, Calibán oponía el sentido común, la observación y la experiencia, curiosamente componentes también del método científico. Para él, primero habría que averiguar si antaño eran superiores los colombianos a lo que eran en 1920. No creía que los nuevos colombianos fueran biológicamente inferiores, más enfermizos o más débiles que aquellos. Sostenía que los progresos de la higiene y de la medicina protegían a la raza contemporánea, mejor que otrora, contra las inclemencias de la naturaleza y contra las enfermedades. Las epidemias, anotaba, no tenían la virulencia de antaño. Reconocía que el tifo, la anemia tropical y el paludismo, habían estado presentes y, sin embargo, en los tiempos que corrían se vivía en mejores condiciones. Decía conocer ejemplares de raza indígena muy fuertes como castillos, y mujeres que eran como ánforas de la raza. Le parecía exagerado que se hablara de degeneración colectiva en un país de razas distintas en regiones distintas.
Sin ambages, anotaba que el colombiano de 1920 era, en todo, superior a los venerables y respetados antecesores. Calibán desmitificó una supuesta edad de oro de la República de Colombia en que no había sino héroes, sabios, grandes estadistas, filósofos, literatos, superhombres, junto a los cuales la pequeñez de los hombres nuevos resultaba vergonzosa. Y desarrolló una postura que años después sería recogida por Alberto Lleras Camargo:
Somos unas pobres víctimas del romanticismo, del espíritu belicoso, de la falta de seriedad y la inconstancia de aquellos viejos servidores de la República. La mayor parte de las dificultades en que hoy nos vemos envueltos, las debemos a su imprevisión; casi todas nuestras desventuras hijas son de la política selvática, y feroz que ellos practicaron y de la cual apenas principiamos a desembarazarnos. Vinimos a la vida con una abrumadora carga de odios y de prejuicios; con la consigna de arrojarnos los unos contra los otros; alcanzamos a oír los disparos de la última contienda, provocada por nuestros heroicos antepasados.16
Enfatizaba en que lo único que se les debía a los hombres de la edad de oro era el horror que inspiraban sus hazañas y la resolución inquebrantable de encauzar a la república por sendas distintas de las dolorosas y sangrientas que ellos le hicieron trajinar. Celebraba Calibán que la edad heroica se hubiera ido, porque eso había permitido orientar las energías hacia otros fines. Destacaba que en vez de cubrir el suelo patrio con sangre, lo cubrían de café, de algodón, de trigo; y antes que a limpiar fusiles, preferían dedicarse a engordar ganado. Aunque hacía algunas excepciones, no era un admirador de las letras de la supuesta edad de oro. Tenía certeza al afirmar:
Dígase lo que se quiera, no creo yo que en época alguna floreciera en este país una juventud más inteligente, más llena de curiosidad intelectual, con mayor anhelo de saber, ni se ha escrito nunca aquí mejor de como hoy se escribe; ni el periodismo, en ningún sentido, fue igual al de estos tiempos; ni los románticos versificadores de hace medio siglo pueden compararse con Guillermo Valencia o José Eustasio Rivera.17
Donde los conferencistas pusieron sus grados de pesimismo, Calibán insuflaba optimismo. Sostenía que el pueblo colombiano constituía en América Latina una de las agrupaciones dotadas de mejores cualidades para la vida colectiva; que poseía admirables virtudes privadas y excelentes condiciones ciudadanas que hacían de Colombia uno de los países más libres del continente.
El 4 de junio debutó en el Teatro Municipal Jorge Bejarano. “La raza no decae” fue el tema de su conferencia. Es muy posible que haya sido la mejor oportunidad que había tenido para trascender al futuro. Lo cierto es que a partir de allí su carrera se disparó. Tuvo el mismo éxito o más, de pronto, que la de Miguel Jiménez, porque se entendía que era la continuación del diálogo sobre la temática de la degeneración de la raza. Era tan hombre de ciencia el uno como el otro, solo que a su favor tenía Bejarano su talento de político, y como tal intervino. No es que Jiménez no fuera un político, pues se desempeñaba como congresista conservador, lo que ocurría era que Bejarano estaba a favor de una propuesta política sanitaria más acorde con los tiempos por venir que las reaccionarias tesis de la degeneración racial.
Jorge Bejarano
Fuente: El Gráfico, 24 de agosto de 1919, 299.
Jiménez, de Paipa, Boyacá, tenía 45 años; Bejarano, de Buga, Valle, con sus 32 años, era el alfil que estaba necesitando El Tiempo para politizar la higienización y convertirla en un dispositivo de lucha contra la hegemonía conservadora. Había egresado de la Universidad Nacional en 191318. Se había vinculado a Gota de Leche, una entidad creada en 1919 por Andrés Bermúdez19. Y fue desde su posición de médico de esa institución que planteó políticamente las cosas.
No obstante la carga cientificista, social-darwinista, si se quiere, de las cosas que había dejado dichas Jiménez, Bejarano se encargó de hacerlas ver simplistas. ¿De cuál raza se trata?, dirá Bejarano. De nada servía la generalización. Eran mucho más complejas las cosas.
Curiosamente, las conferencias contaban con la presencia de mujeres, por lo regular de la alta sociedad, de la clase media de entonces. Esta vez Bejarano se dirigió hacia ellas como su principal destinatario: “Madres! Recordad que no hay mejor inmigración que la de vuestros propios hijos!”20. Así, de una, le respondió a Jiménez, dejando sin piso su propuesta inmigratoria. Y fue alrededor de la mujer que empezó su amplia disertación. Les manifestó que se las estaba condenando a la degeneración y que por ello debían tomar parte en el debate, ellas, en cuyos órganos residía la vida21.
Como para Bejarano el problema principal era el de la educación, no se podría avanzar sin la presencia de las mujeres. Aceptar la degeneración de la raza sería injusto con los hombres que tanto habían contribuido e influido a su mejoramiento. La existencia de estos mismos hombres era una prueba fidedigna de que la raza no decrecía. Le reconoció méritos a Rodó, a Gumplowicz, a Cajal, a Blanco Fombona, a Gil Fortoul, a Ugarte, a Novicov, a Simmerman, a Payot, a Ingenieros, a Mendoza Pérez, a Escobar Larrazábal, a Araújo, a Alfonso Castro, a José María Samper, a Felipe Pérez, a Nieto Caballero, Santos, Solano, Olaya Herrera22.
Bejarano, como los intelectuales de su época, admiraba a los grandes hombres y estaba convencido de sus roles en la dirección de los Estados y en la resolución de acuciantes problemas sociales. Los grandes hombres que sabían interpretar anhelos populares y patrióticos. Aquellos que incluso debían su triunfo a la valentía de los humildes como en las batallas de la Gran Guerra recientemente pasada. Leyendo el texto de la conferencia de Bejarano no dejamos de pensar en el libro de Los sertones, de Euclides da Cunha, publicado en 1900, y que describe la guerra de Canudos y las dificultades que tuvo el sofisticado ejército republicano brasileño para vencer a un pueblo hambriento y menudo, pero paradójicamente fuerte23.
Había distinguido a la pasada intervención de Jiménez el uso de la estadística para la comprobación de sus hipótesis. Se estrenaba la estadística en el país, era una herramienta nueva, y Bejarano frente a ello ponía sus dudas. No le daba crédito no por la estadística misma, sino por los métodos utilizados para la recolección de la información. La mala instrucción, la ética y la moral y la costumbre reinante en el país terminaban minando los resultados:
Preguntad en Colombia, no más, cuántas Escuelas hay, y ni los Gobiernos departamentales os sabrán responder. Y si no ignoran el dato, ese número es falso porque al darlo cada Municipio ha tenido el interés de aumentarlo para que su auxilio departamental no se merme o se suprima en una próxima legislatura.24
Así, en vez de apelar a la estadística, Bejarano insistía en la explicación y argumentación desde las condiciones concretas en las que se encontraban los sujetos que le habían servido a Jiménez para comprobar sus tesis de la degeneración de la raza colombiana. La mortalidad infantil, por ejemplo, se debía a las condiciones en que vivían los niños y no a un problema de degeneración. Había que poner en iguales circunstancias a todos los niños del orbe para ver resultados diferentes; fundar instituciones que fomentaran la crianza de los niños; crear escuelas de maternidad, asilos donde las futuras madres descansaran de sus labores y se instruyeran respecto de las funciones que debían cumplir, es decir, las Gotas de Leche, las sala cunas, escuelas al aire libre, escuelas para ciegos y anormales; lugares a donde fueran los niños débiles; organizar conferencias; establecer premios para estimular a las madres; y cuanta institución fuera necesaria25. Aseguraba que estaba en más capacidad que nadie para decir si lo que había en los niños era degeneración o hambre.
De la misma manera zanjó las acusaciones de degeneración en el Ejército. Sostenía que solo bastaba ponerlo en condiciones de abundancia y de higiene, y advertía que decaía por obra de los dirigentes. Llamaba la atención sobre el odio por el militarismo en oposición a un acentuado y acendrado amor por el civismo que iban poco a poco borrando los antiguos atractivos que antes se tenían por la espada y por el quepis. Agregaba que la adoración por los héroes se había tornado más tranquila y serena, que si antes se los estudiaba divinizándolos, ahora se los humanizaba. Lo importante era dar al Ejército la organización metódica y científica que tenía en países como Chile, quitándole el aspecto repulsivo de injusticia e intriga; alejando de él la política; dotándolo de todos los elementos que pudieran hacerlo fuerte, iniciando desde temprano en los ciudadanos la preparación y entrenamiento para la defensa de la patria; vulgarizando la organización militar en las escuelas y fundando instituciones que como la de los Boy Scouts eran verdaderas escuelas de ciudadanos y soldados. Y claro, no olvidaba recordar que no eran las clases mejor instruidas las que concurrían a los cuarteles.
El significante raza era manejado y manipulado por todos los conferenciantes, pero en realidad no parecía tener una connotación negativa. Se lo utilizaba como construcción metafórica: la raza colombiana, como si en verdad existiera cosa parecida. Venía, además, siendo utilizado en positivo por reconocidos autores26. Y, sin embargo, el propósito principal de Bejarano era sin duda desnudar la naturaleza reaccionaria del concepto raza, y en eso fue contundente.
Sostuvo que a medida que la humanidad avanzaba, retrocedía la teoría de las razas. Concepto dañino, según él, porque había producido el odio entre ellas causando la división entre los hombres. De esa manera se había generado el concepto de clases superiores e inferiores o despreciables, y así también las castas aristocráticas o superiores; razas que nacían con el imperio del mando y razas que nacían débiles e inferiores. Bejarano enfatizó que gracias a la influencia del cruzamiento, practicado casi inconscientemente, las razas perdieron sus distinciones especiales.
Los cientificistas sostenían que las enfermedades más comunes de los colombianos de entonces eran muestras palpables de la degeneración racial. Bejarano no coincidía con ellos, afirmaba que eran enfermedades infecciosas y no productos de decadencia celular. Anotaba que el cáncer no había engendrado todavía productos degenerados; que la sífilis y la tuberculosis encontraban su profilaxis en la higiene y en la cultura física.
Ante la demostración cuantitativa que hacía Jiménez del crecimiento de la criminalidad en Colombia como síntoma de degeneración racial, Bejarano echó mano del positivismo jurídico. Citó a E. Ferri: “Cada criminal no es sino la resultante del concurso simultáneo de las condiciones del medio físico y social en que nace, vive y obra”27. Al fatalismo, Bejarano oponía la iniciativa social. Protestaba por los silencios de Jiménez frente a la indiferencia social, a la miseria, al alcoholismo, a la ignorancia, etc. Señaló que no existía en Colombia el pretendido criminal nato, sino el ocasional, y sostenía que era la indiferencia la razón de la criminalidad. Apoyándose en el médico y criminalista francés Alexandre Lacassagne28, manifestó que las sociedades no tenían sino los criminales que merecían, y hacía un gran llamado: “Legisladores, periodistas, médicos, madres de Colombia, jóvenes estudiantes, en vuestras manos está el porvenir moral de la República y la raza!”29.
Los contenidos de la conferencia de Bejarano que compartía El Tiempo le sirvieron al diario republicano para sentar cátedra. Se despachó con todo lo que pensaba al respecto:
No creemos que nuestra raza degenere; no creemos que la estén destruyendo males de todo género y que estén casi cerradas las puertas para la salvación por el propio esfuerzo; pensamos que hemos progresado y mejorado, lenta, pero auténticamente; que nuestras actuales condiciones son intrínsecamente muy superiores a las de casi todas las repúblicas indo-latinas, a pesar de nuestra pobreza y nuestro atraso; nos parece evidente que el país es hoy mejor, en todos sentidos, de lo que lo ha sido en el último medio siglo, y que para ir al futuro que tantas amenazas encierra, debe animarnos una esperanza, una fe fundadas en hechos indiscutibles.30
Siguiendo las directrices de Bejarano, sostenía El Tiempo que a los problemas de la higiene no se les había enfrentado como se debería, con campañas sanitarias, y que la instrucción pública existente no respondía a las necesidades de un mundo cada día más difícil para los débiles. Señalaba que la organización administrativa era deplorablemente inferior a las necesidades y conveniencias del país y de la época. De un solo tajo desechó las tesis tanto de Jiménez como de Escallón por ser “desconsoladoramente pesimistas”. Opinaba que, si la raza no podía salvarse, sino reemplazándola con otra, era casi inútil la lucha. Y he aquí el principal mensaje:
[…] los moldes en que ha venido desarrollándose la acción colombiana ya son estrechos y caducos; que es preciso orientarla por nuevos caminos hacia mejores fines y renovar métodos y sistemas […] no puede Colombia permanecer atada a conceptos, a rutinas, a criterios ya estériles en el pasado […]. En nuestro suelo no existe el problema indígena, como lo tienen Bolivia, Perú, Ecuador; no existe el militarismo caudillesco, como en Venezuela y Méjico; tenemos un pueblo uniforme, de una sola lengua y análogas costumbres, de espíritu eminentemente civil, y en el que crece la libertad como planta robusta y frondosa; tenemos la paz segura y debemos tener la fe y la esperanza, como alicientes para trabajar por lo muchísimo que nos falta, contra esas enormes deficiencias que nos mantienen en un puesto oscuro y humilde cuando con mejor dirección y mayor esfuerzo podríamos ocupar uno muy superior.31
2. El Centro Universitario de Propaganda Cultural (CUPC)
En este ambiente de debate, el joven estudiante Jorge Eliécer Gaitán se inventó el Centro Universitario de Propaganda Cultural con el fin de darle a las conferencias un carácter ambulante, de llevar cultura, ciencia y política a la provincia cercana y remota, de establecer allí núcleos de propaganda científica y de preparar las condiciones favorables para la creación de una universidad popular:
Que vayan nuestros compañeros a todos los barrios de la ciudad a decir a las clases trabajadoras, en forma sencilla, de manera que fácilmente entiendan, muchas verdades científicas que ellos no deben ignorar. Que en vez de vacuos teorizantes, que ningún bien van a llevarles y sí muchos males, reciban esos obreros en su seno a los jóvenes que quieren compartir con ellos el jugoso fruto de la ciencia. Que en vez de consagrar su atención a los vanos provechos de los que Gustavo Le Bon definió llamándoles los deseadores, no del triunfo del socialismo, sino del triunfo de los socialistas, oigan ellos a los que van a decirles que el triunfo del hombre, solo puede esperarse de sus propios esfuerzos, que las leyes de la humanidad no se detendrán porque miles de hombres griten locas quimeras, y que reservando esas leyes el triunfo a los fuertes, se hagan ellos fuertes por la ciencia, por el trabajo y por la virtud.32
Se trataba de un sistema de divulgación científica que pretendía también un intercambio de conocimientos entre los estudiantes: que los abogados adquirieran conocimientos en medicina y viceversa, que los ingenieros se empaparan de teorías sociales, y así sucesivamente. Y lo interesante era que los estudiantes no se salían de los marcos de la legalidad. El joven Gaitán se dirigía al ministro de instrucción pública, el futuro presidente Miguel Abadía Méndez, en busca de respaldo.
Así, las primeras conferencias programadas por el CUPC se realizaron en el foyer del Teatro Colón. El primero en intervenir el 19 de mayo fue Julio Manrique, un “eminente hombre de ciencia”. Habló durante una hora sobre el contagio de las enfermedades (fiebre tifoidea, difteria, tuberculosis, lepra) y las maneras de prevenirlas.
El 24 de mayo Jorge Eliécer Gaitán informó a El Tiempo que el Centro de Extensión Universitario había organizado una serie de conferencias para obreros sobre temas científicos que serían dictadas en las plazas de Nariño y Las Aguas. Las dos primeras versarían, la una sobre electricidad y la otra sobre vapor. El 2 de junio de 1920, por invitación del CEU, Max Grillo pronunció en El Colón una conferencia sobre “los comienzos de la literatura en Colombia”. Y en los inicios de junio empezó un ciclo de conferencias en la localidad de Facatativá. Intervino Julio Pardo Dávila acerca de temas relacionados con la agricultura: métodos antiguos, sistemas empleados en Europa y el sistema que debería aplicarse en Colombia. El 24 de junio arribaron en tren a Zipaquirá los conferencistas que iban a inaugurar las exposiciones. El primero en intervenir fue Julio Pardo Dávila, quien habló sobre la servidumbre del agua. Para finales del mismo mes estaban instalando la extensión universitaria en Girardot e Ibagué. En la primera, Joaquín Fajardo habló sobre sífilis, y en la segunda, Joaquín Caicedo lo hizo sobre las relaciones entre Colombia y Perú. La iniciativa gaitanista avanzaba con éxito. En Medellín ya estaba instalada la extensión universitaria y cada 15 días se dictaban conferencias.
En Bogotá se dictaban las conferencias estudiantiles en medio de una epidemia de tifo. La Junta de Socorro se vio en la necesidad de adecuar el Hospital de San José para atender a los enfermos pobres, a los pobres de solemnidad, y para ello acudió a la caridad pública.
El 11 de junio a las ocho de la noche se llevó a cabo la siguiente gran conferencia convocada por la Asamblea de Estudiantes: “La Juventud no decae”, a cargo del reconocido maestro Simón Araújo, hombre de Estado, además, muy posiblemente profesor de la mayoría de los jóvenes que en Bogotá hacían sus estudios. Fue, en efecto, una lección de historia nacional vista desde su propia y larga experiencia. Y más que esto, fue un homenaje al talento de los intelectuales y estudiantes colombianos que se distinguían y sobresalían en el exterior. Un homenaje a los trabajadores, a sus oficios. Francamente, se trató de una cátedra de pedagógico optimismo. Hacía treinta años que Araújo ejercía como maestro con colegio propio; y hacía cincuenta que había pasado por los claustros como estudiante.
Simón Araújo
Fuente: Cromos, 25 de noviembre de 1918, 306.
A esta altura de su vida, con 64 años, era toda una institución33. Araújo siguió por la brecha que había abierto Jorge Bejarano, quien trasladó la edad de oro del pasado hacia el futuro. Toda su exposición apuntaría a la fabricación de una arcadia colombiana. En esa dirección, el maestro desarrolló las siguientes hipótesis: 1. La inteligencia de la juventud actual no solo no ha decaído, sino que se ha intensificado notablemente, comparada con la que poseía la juventud de medio siglo atrás. 2. La capacidad intelectual no es inferior en igualdad de circunstancias, a la que poseen la mayor parte de los pueblos más civilizados del orbe. Sí ha disminuido en la mayoría de los jóvenes el entusiasmo por el estudio, pero esta disminución no es por decadencia intelectual de la raza, sino resultado de la errónea, vieja y sostenida dirección superior en el ramo de la instrucción pública. 3. La causa fundamental de los vicios de que adolecemos y los vicios que nos rodean en nuestra vida colectiva es la excesiva pobreza que nos abruma. Y dejó planteadas las siguientes tareas: 1. Reorganización y extensión de la instrucción primaria elemental, principalmente en la población campesina. 2. Proyecto de corrección de los defectos de que adolece hoy la educación secundaria. 3. Reorganización y autonomía de la Universidad Nacional. 4. Impulso del trabajo por medio del fomento de las vías de comunicación rápidas, seguras y baratas.
Prácticamente fue como si cerrara el debate. Todo era un problema de tiempos nuevos con gente nueva, mucha gente nueva. Los que estudiaban en su época juvenil eran pocos y socialmente seleccionados; en cambio, ahora la población había crecido y demandaba educación, incluso las mujeres. Todo había cambiado y todo era mejor y distinto. No solo en asuntos de las ciencias, también en las artes (ebanistería, albañilería, escultura, joyería, zapatería, herrería, arquitectura, mecánica, maquinistas, etc.), gracias a la participación de profesores extranjeros. La producción artesanal, por su calidad, estaba a la altura de la europea. Consideraba Araújo que el peón de barra y azada era igual al peón de su clase en Europa. De tal manera que podía afirmarse que la capacidad intelectual de los colombianos estaba a la altura de los pueblos de otras razas.
Se hablaba en el debate sobre la degeneración de la raza de la falta de entusiasmo de la juventud por el estudio. A juicio de Araújo no era esto efecto de la degeneración de la raza, sino resultado de múltiples factores: los gobiernos, los dirigentes de la instrucción pública y, sobre todo, la pobreza:
La causa fundamental de los vicios y defectos de que adolecemos y de los vacíos que nos rodean en nuestra vida colectiva, es que somos un pueblo paupérrimo que carece del elemento capital para explotar sus ingentes riquezas naturales. Nuestra juventud y nuestro pueblo, ya lo hemos dicho, son inteligentes y enérgicos para el trabajo.34
El hecho de que Araújo fuera optimista no significaba que ignorara la situación real y que no se la explicara. Al contrario, hizo una radiografía del estado en que se encontraba la instrucción pública en el país, de los obstáculos económicos que se les presentaban a los estudiantes para coronar sus carreras universitarias, o las facilidades que a otros les permitía la corrupción. Habló de la precaria situación del maestro que no ganaba lo suficiente para una vida digna y de lo demorado de su salario.
El flujo de las conferencias iba estableciendo la lista de la agenda reformista que los estudiantes tendrían para desarrollar como ciudadanos a través del siglo XX. Apenas hacía once años que se había conseguido la paz, y cumplido un poco más de un siglo de nacida la república de Colombia, y se necesitaba bitácora nueva:
En el siglo que llevamos de existencia independiente, nuestros padres aplicaron sus energías a la conquista de las libertades públicas; ese era el ideal perseguido, y para realizarlos se formaban paladines para el estadio de la prensa, para el parlamento y para la lucha armada. Las necesidades de la vida requerían médicos para aliviar las dolencias físicas, sacerdotes para calmar las inquietudes del espíritu, abogados para dilucidar los derechos individuales, civiles y políticos, y uno que otro ingeniero para atender al lento progreso material que podía desarrollarse en aquellas circunstancias. La educación de la juventud obedeció a aquellos ideales y a aquellas necesidades.35
Otro mundo era el de 1920. La Colombia de entonces estaba ya en condiciones de absorber y explotar los conocimientos que adquirieran profesionales distintos a los tradicionales, al fin y al cabo, el capitalismo había despegado. Por ello, hablando de la reconstrucción de la Universidad Nacional, Araújo proponía ampliar el espectro de carreras. Y al problema mayor, que era el de la incomunicación, proponía construir vías de comunicación rápidas, seguras y baratas. A partir de allí, Araújo se lanzó a soñar en la futura arcadia colombiana. Decía que:
El día en que la locomotora penetrara a las selvas del Caquetá, del Putumayo, del Meta, del Carare y del Magdalena, y pueda trasportar los elementos de trabajo y producción, a un precio no mayor de tres a cuatro centavos por tonelada kilométrica, y a los pasajeros por uno y medio centavo por kilómetro, veremos poblarse como por encanto las que hoy son mansiones de las fiebres, de las fieras y de la soledad.
En ese día no veremos como se veía hasta hace poco, que el joven médico tenía que principiar a ejercer su noble y costosa profesión, ayudándola con la de boticario, semi-odontólogo, y catedrático de materias de primera enseñanza; […] Ese día veremos que el abogado no tiene que ocultar su honrosa patente de idoneidad para aceptar un modestísimo y secundario empleo privado, ni tiene que intrigar desde los claustros universitarios para conseguir un empleo oficial, ni tiene que hacerse cargo de pleitos poco honestos que repugnan a su conciencia y carácter; […] Ese día los jóvenes valerosos que no pudieron seguir sus estudios superiores por una u otra causa, y que son los más numerosos, pero que tienen alguna luz en el cerebro y algo noble en el corazón, no sufriran el horrible, el incomprendido dolor de solicitar inútilmente de puerta en puerta, de Ministerio en Ministerio, trabajo para su cuerpo, empleo para su tiempo, aliento para su moralidad, que se ve asediada por la propia necesidad, por las seducciones de los perversos, y por las tentaciones de los necios […] Ese día el hábil artesano multiplicará su clientela y no verá con pavoroso horror la falta de colocación de sus manufacturas, ni la enfermedad que lo inutiliza temporalmente, ni la suerte de su esposa y de sus hijos amenazada constantemente por la miseria […] Ese día los trabajadores de las regiones populosas, podrán abandonar transitoriamente el terruño avaro que no le da sino deficiente alimentación y disimulada esclavitud, para trasladarse con facilidad a otras regiones donde el trabajo valga y la virtud se conserve.
Ese día, en fin, cesarán nuestras incruentas pero crueles luchas políticas, que tienen como razón primordial el anhelo de la casilla del presupuesto […] Ese día vendrá la anhelada verdad del sufragio y con ella la alternabilidad de los partidos en el poder, la emulación de ellos para hacer el bien de la Patria y su engrandecimiento.36
Para realizar semejante transformación era ineludible tener el valor de acometerla. Los creadores de la república habían legado la independencia política, y la tarea de ahora era la conquista de la independencia económica; es decir, atravesar el territorio nacional con ferrocarriles, higienizar los puertos y las poblaciones, levantar el nivel moral, el intelectual y el económico de las masas, acortar por medio de la instrucción y del trabajo fecundo la inmensa distancia que existía entre los seres de fortuna terrenal y la carne de la desnudez, del hambre, de las enfermedades y de la ignorancia.
Eran justamente los sucesores de la generación que va desapareciendo la que tenía que planear e iniciar esa lucha, desarrollarla y conquistar la victoria. Empero, para ello había que unir a la inteligencia, la energía y las aspiraciones, la decisión de extirpar la apatía, por una parte; y desinfectar las almas de la propensión de atribuir a ilícitos fines la laudable labor de los que se esforzaban por salvar al país del estancamiento en que yacía, por otra.
Le insuflaba Araújo optimismo a la audiencia:
Yo vislumbro, con irradiante luz que se acerca, la realización de los sueños de los padres de la Patria, y la vislumbro, porque en el mundo de los grandes sentimientos, hay también ondas-magnético-morales que, a semejanza de las hertzianas en el mundo físico, el tiempo y la distancia son sólo la concentración intensa de los grandes y sublimes amores!37
Grande fue el impacto de la conferencia del ilustre maestro. El Tiempo abrió su edición del 12 de junio editorializando al respecto. Se llegaba así al ansiado puerto:
[…] así, poco a poco, merced a los esfuerzos de investigadores sinceros, del problema planteado oportuna y valerosamente por el doctor Jiménez López, va desprendiéndose la verdad de una situación grave, pero no desesperada: el avance evidente sobre lo que en el pasado fuimos no oculta la magnitud e importancia de los problemas que confrontamos hoy y lo enorme del esfuerzo que necesitamos para salir adelante, en una lucha en que la victoria será sólo el resultado de la honrada energía, de la tenacidad y de la desinteresada e intensa fe que anime a las nuevas generaciones, de las cuales depende el porvenir de la patria.38
En la edición del 13 de junio, el periódico publicó la última parte de la conferencia. Conforme pasaban los días Jiménez López se defendía y explicaba la objetividad de sus cifras. Desde el periódico La Crónica se estableció una interesante polémica en la que tomó parte monseñor Rafael María Carrasquilla. Por su parte, el CEU continuó sus actividades. El domingo 13 de junio Facatativá estuvo de fiesta. Una orquesta amenizó el acto. Los universitarios fueron bien recibidos y se les tributaron grandes atenciones. La conferencia de Milciades Barriga fue aplaudida39. Días después, el 16 de junio, Dionisio Arango Vélez hizo una disertación titulada “Teoría de las causas que determinaron la independencia de las colonias españolas”. El conferenciante partió de las siguientes hipótesis: 1. La revolución fue un producto directo de la democracia. 2. La democracia indígena era incapaz de adquirir conceptos abstractos, y sin la capacidad conceptual, la democracia no podía realizar una revolución. 3. Por consiguiente, las causas fundamentales de la revolución americana y de la independencia fueron las mismas que determinaron la formación de una nueva raza capaz de conceptos. Arango habló de las causas biológicas y sociológicas que determinaron la Independencia, enfatizando en la importancia de la mezcla de las razas indígena y blanca y la adquisición de una capacidad mental traducida en pro de la masa encefálica y en circunvoluciones cerebrales capaces de elaborar conceptos y de formarse una idea de la libertad necesaria para reaccionar contra los sistemas de opresión y de violencia. Además, Arango expuso sobre la formación de los héroes nacionales. Dejó de lado las cualidades sobrehumanas y taumaturgas capaces de golpear las multitudes con su palabra mágica y hacer brotar en ellas —como hizo Moisés brotar agua de la roca— fuerzas anquilosadas y virtudes dormidas. Por el contrario, demostró que el héroe, más que el producto de la efervescencia revolucionaria, es un exponente donde se concentran las ambiciones, los odios, las energías, las virtudes y hasta los defectos de una raza en determinado momento histórico. El héroe no es un creador de aspiraciones y de voluntades, sino el hombre que ejecuta la voluntad colectiva por ser su mejor intérprete; el hombre que, apareciendo como conductor de un pueblo, va conducido por ese pueblo40.
4. Luis López y Lucas Caballero ante el grito de Jiménez
Y así se iban alternando las conferencias de uno y otro grupo. Para el 25 de junio se anunció la de Luis López de Mesa: “De la zona, de la sangre y de la nacionalidad”, la quinta en su orden convocada por la Asamblea de Estudiantes. En esta ocasión venía con una extraña nota: “A esta conferencia no se invitarán señoras”.
Fue novedosa la temática que abordó Luis López de Mesa, de 36 años, antioqueño, de raza blanca, médico de la Universidad Nacional de Colombia. Gran lección la que se escuchó, y que contenía temas como la geografía viva, las poblaciones, la evolución social, las enfermedades, la seguridad nacional, la historia, etc. Especuló a sus anchas sobre los orígenes, las culturas y las evoluciones de las poblaciones colombianas, deteniéndose en la que mejor conocía: la antioqueña. Quedó en el ambiente la idea de que se trataba de una raza superior. Sostenía que en Antioquia en vez de clases sociales lo que había era una armoniosa gradación social y uniformidad intelectual, moral y política. Le reconocía a ese pueblo gran gusto, decidida inclinación por el cultivo intelectual, grave sentido de la personalidad y muy clara consciencia política. Lo definía como conservador y clerical por entender que esas dos fuerzas le garantizaban la paz para el trabajo, el ahorro y la tranquilidad doméstica. Afirmaba que no se había elevado aún al concepto liberal, y que en mucho tiempo no entenderían las aspiraciones socialistas, porque su sentido de responsabilidad familiar y racial le tornaba en ello muy recatado y conservador.
Luis López de Mesa
Fuente: Cromos, 18 de septiembre de 1920, s. p.
López de Mesa fue mesurado, como llamado para que ponderara entre los excesos. Y cumplió a cabalidad ese papel. Rescató para el análisis lo que llamó el grito de Jiménez López. Si bien se había construido un interesante país favorablemente mezclado de zonas geográficas que de alguna manera se habían domado, lo cierto era que la enfermedad acechaba y el peligro era inminente. Decía que la raza colombiana podía enorgullecerse de sus progresos en el orden político y social, pero siempre y cuando se superara la enfermedad:
Yo diría, y lo diré tras meditado análisis, que si nos dejan vivir, viviremos holgada y dignamente en un futuro cuya aurora se percibe en todos los horizontes de mi patria. En ese panorama del ensueño veo la lenta fusión de las razas con sus méritos peculiares: la gracia bogotana, la dulzura tolimense, el vigor antioqueño, la altivez santandereana, la alegría de los pueblos del litoral; y sueño también con un producto de selección, si lo preparamos desde ahora y desde ahora le evitamos los mil peligros que le cercan, que quieren y que pueden asfixiarlo.41
Aunque dudaba de la tesis de la importación de las razas, López de Mesa terminaba aceptando la insinuación. Era enfático al afirmar que los colombianos todo lo habían hecho solos, inclusive educar a los gobiernos y desarmar el desprecio de los extraños, sin inmigración, sin dinero extranjero, acechados, vilipendiados y cohibidos; gritando al mundo paz y civilización.
El mérito de López de Mesa fue sacar la discusión de los estrechos marcos nacionales y ponerla en la coyuntura internacional. Advirtió del peligro que todavía significaba Estados Unidos. Y como ya se hablaba de la indemnización por lo de Panamá, afirmó que con 25 millones en perspectiva, ese país, poco a poco, le iba quitando el juicio, la previsión y la soberanía a los colombianos. ¿Qué hacer, entonces?, se preguntaba. Y él mismo se respondía:
Señores: nosotros necesitamos aprender una serenidad pluscuamperfecta, si queremos salvarnos. Somos emotivos y disolvemos en sacudidas inútiles, en gritos y llantos, la fuerza que nos fue dada para pensar y para obrar […]. Vosotros habéis abierto una inquisición sobre la raza como sangre; yo la he extendido a la raza como espíritu también y como nacionalidad. Oídme más aún, que si tantas cosas os he dicho y os diré todavía, es porque pienso que no sois una muchedumbre anónima, sino el alma de este pueblo y su consciencia nacional.42
Como el republicano que era, llamaba la atención justamente sobre el problema inconcluso de la república, vacío que se llenaba con la asimilación del concepto de nación antes de existir el espíritu de nacionalidad. Sostuvo que el siglo XX había sorprendido a Colombia sin haber formado la república, sin igualdad de los partidos ante el ejercicio de la democracia. Verificada la organización de las fuerzas políticas dentro de una constitución, sucedió que no tenía alimento de qué vivir, se vio que sus recursos fiscales y económicos habían sido una ración de hambre para el organismo. Por ello, valoró lo que le había pasado al país en 1909. Era a partir de ese año, el de la caída de Rafael Reyes, cuando en realidad había empezado a existir la república, aleccionada por el infortunio de Panamá. Fue entonces que pareció emprender una vida de progreso y de legítima civilización dentro de la unidad de una democracia soberana. Sin embargo, la visión de soberanía había durado poco.
A las conferencias estudiantiles fue invitado un veterano de la guerra de los Mil Días: el general Lucas Caballero. Hombre de letras y de Estado. Estaba viviendo sus 51 años. Fue el de más edad entre los conferenciantes. Su intervención llamó la atención por su experiencia. Se refirió con respeto a los anteriores expositores e intentó seguir la senda científica que los otros habían abierto. Es muy posible que lo más sugestivo y expectante para los escuchas haya sido el aura de veterano. Siendo tan cercano a los procesos históricos nacionales, no comulgaba con los criterios que establecían degeneración racial. Más bien parecía estar cerca de Bejarano y de López de Mesa en el sentido de que en Colombia habían sido varios troncos étnicos de donde procedía la población colombiana y no de una unidad racial. No creía tampoco en pureza de razas. Para Caballero, todas las naciones eran producto de variedades étnicas que el tiempo había cruzado. Del mismo modo, sostenía que Colombia, después de muchos fracasos, había adquirido un grado de estabilidad que representaba herencias y esfuerzos seculares, y que por ello mismo era un producto fruto de la experiencia propia, autógeno, y no el resultado de trasplantes y de inmigraciones. Aunque aceptaba que el movimiento intelectual hubiera venido de fuera, sostenía que eran las clases dirigentes, la élite de las sociedades, las que daban el impulso y marcaban el derrotero de los pueblos. Para él, los gobiernos eran lo que fueran los hombres que los dirigieran: de ahí que fuera imprescindible buscar a quienes, por la firmeza de su voluntad, por la amplitud de su espíritu, por su competencia y honradez, dieran garantías de satisfacer los anhelos nacionales. Era dialéctico, señalaba que ningún hecho social se producía como exabrupto, sino que todos tenían sus raíces en estados o situaciones anteriores.
Enfatizaba Caballero en los obstáculos que impedían el progreso en Colombia: querer incorporar como programa de partido la uniformidad de pensamientos en doctrinas filosóficas y someter a los adeptos a rígidas disciplinas; pretender ir en línea recta al objetivo, sin atender las enseñanzas de la ciencia y de la historia, olvidando que la transacción y el compromiso eran el mejor vehículo para las verdaderas conquistas liberales. Recordaba a la audiencia que los colombianos habían expedido la Constitución de 1863, alabada por el primero de los poetas del siglo XIX como la más alta expresión de instituciones libres y progresistas, y con ella o por ella hubo tres grandes guerras que involucraron a toda la nación y cerca de cuarenta en las secciones. Además, se tenía la experiencia de dos guerras sucesivas, una de ellas de tres años, sangrienta y devastadora, lucha de exterminio que había puesto de manifiesto que los partidos eran incapaces de destruirse porque resurgían por ley natural de lo más hondo de las entrañas sociales. Y señalaba Caballero la paradoja de que tales partidos —forzados a vivir dentro de un hogar común, poseyendo medios de acción recíproca, al hacerse concesiones mutuas, al seguir una política de respeto por el adversario y de moderación en los procederes—, tenían la única, pero la más poderosa garantía de la paz y de las reformas durables.
Para Caballero, la república de Colombia tal como la habían soñado sus fundadores no existió sino cortos años. Por ello invitaba a estudiar e investigar esa experiencia que había sido la historia de Colombia, a lo que llamaba una “deliciosa lección de sociología y de previsión”. La primera república había partido de las ideas vagas de los precursores sobre democracia y americanismo. Anotaba que Bolívar y sus compañeros habían construido una república “en flojos cimientos de ideal”, y anotaba que la formación republicana de Bolívar no había tenido las bases económicas que eran fundamentales, ni el espíritu unificado y armónico; no había tenido concepto de derechos, ni de deberes definidos. Había sido, más bien, un “milagro de ser” que se había sostenido en el aire de una aspiración romántica.
Se debía tratar, entonces, de jalonar la aplazada república, la empantanada república. Para ello, era necesario fomentar el espíritu público, y la expresión mayor de ese espíritu público era la participación en el sufragio, en las elecciones. Y no era un llamado el que hacía Lucas Caballero para fomentarlo de una vez hacia abajo, sino hacia arriba, pues sostenía que era el primero de los deberes cívicos para todo ciudadano, y especialmente para las clases altas y cultas de la sociedad. Si no había condiciones legales de elegibilidad que aseguraran la competencia de los candidatos y que cerraran el paso a los audaces, la prensa, los Directorios y las clases cultas deberían contribuir a resolver ese problema.
Finalmente, sostuvo Caballero que en las circunstancias de 1920 se disponía de todos los elementos y posibilidades para dar como producto social un régimen efectivamente libre. Y para ello tan solo se necesitaba primero un cambio psicológico, un despertar del espíritu público, una política de transacción, de tolerancia, de lealtad y de justicia entre los partidos políticos. Para él no habían sido las mayores inteligencias, sino las voluntades superiores las que habían producido las obras de mayor trascendencia en el avance espiritual del mundo.
5. La revancha de Miguel Jiménez López
El viernes 23 de julio, con broche de oro, Miguel Jiménez López cerró el ciclo de conferencias sobre la degeneración racial. Había recibido palo tanto desde la extrema derecha como desde la extrema izquierda. Y era la oportunidad que tenía para retractarse o para reafirmarse:
Si me veis aparecer por segunda vez en este lugar; si al fin de estas veladas que serán memorables y en que hemos querido sondear el presente e interrogar el porvenir de nuestra colectividad, vuelvo a aparecer ante vosotros, es para preguntarme, como muchos lo hacéis en este instante: Después de todo, ¿qué nos queda? [¿]Dónde está la verdad? ¿Este torneo de opiniones a que hemos asistido, rudo pero generoso, como cumple en caballeros de la idea, nos ha hecho avanzar algunos pasos o nos ha dejado en nuestro preciso punto de partida? Es preciso absolver estas preguntas. Es necesario saber si, tras esta brega, hemos logrado proyectar alguna vislumbre sobre lo desconocido; es justo analizar si alguna idea directriz para nuestra vida, si algún fruto de verdad han podido surgir al fin de entre esta pomposa floración de teorías, de palabras y de pensamientos.43
Aunque se lamentaba del uso que se había hecho de la retórica para desvirtuarlo y contradecirlo, echó mano también de la misma herramienta. Se apropió de la atenuación: ahora se refería no a la degeneración de la raza, sino a la disminución biológica de la población colombiana. Al percibir a casi todos los intelectuales en su contra, confesaba haber sentido un vencimiento, pero no una desilusión, y declaraba no estar ni derrotado ni vencido ante su propia conciencia.
Jiménez prefirió esta vez horadar en los aspectos sociales de su concepción científica que se pudieran corregir sin renunciar, claro, a sus tesis principales. Se movía Jiménez, a veces, entre dos aguas: la democracia y la reacción. En últimas, advertimos que le asustaba la desaparición en un futuro de las razas blanca e indígena. Pero su mayor interés era tirarle el salvavidas a la primera, fortaleciéndola con una inmigración racialmente seleccionada. Reconocía al mestizo como el mejor organizado para los climas de montaña, para el altiplano y para resistir a las diversas causas debilitantes como el suelo, el aire, los alimentos, las aguas y los gérmenes parasitarios. Advertía que con higiene y con educación apropiada, podría llegar a ser capaz de “alguna eficiencia colectiva”. Pero en el fondo no creía en la que era la raza mayoritaria en el país. Hablaba de su debilidad volicional, de su inconsistencia de los afectos, movilidad de ideas y falta de dominio propio, poco organizada para la vida democrática y autónoma: “Los países donde este elemento racial predomina, como el Paraguay, Bolivia, Méjico, Centro América y el Perú son, por esta razón y no por otra, los que han ofrecido y siguen ofreciendo una historia política más agitada”44.
Le preocupaba a Jiménez que fuera la raza negra la más competente para sobrevivir en las condiciones del trópico y que terminara predominando en desmedro de la raza blanca, la cual no podría sostenerse por sí misma sin reforzarse con contingentes de fuera:
Apenas tengo para qué agregar que los países donde el elemento de color va siendo preponderante han marchado lenta pero seguramente hacia el estado de tutela y de protectorado por otras razas mejor dotadas. Liberia adoptó desde su fundación ese régimen, merced al cual ha subsistido, y, en nuestro continente, Santo Domingo y Haití están siendo una ilustración dolorosa de ese fenómeno social.45
Y como era caro para los colombianos de entonces el Ejército, y de él se había hablado en el debate, retomamos el tema. Era el Ejército para Jiménez lo que los niños para Bejarano: objeto de experimentación. En el reclutamiento de los jóvenes el científico había observado que los excluidos del servicio militar lo eran por coto, cretinismo, imbecilidad, úlceras, defectos oculares, sordomudez, cardiopatías, afecciones renales, paludismo y tuberculosis. Ratificaba su tesis del Ejército como un organismo enfermo. Y así les contestaba a los optimistas conferencistas: “¿Qué hacer donde el espíritu está pronto, pero la carne enferma?” Es decir, que no le vinieran a él, justo a él, con el cuento de no conocer el país y su población para con ello descalificar sus tesis. Decía haber estado en contacto y vivido con los campesinos; haber compartido sus fatigas y dolores; haber visto millares de adolescentes partir hacia regiones bravías en busca de quina, tagua, caucho o petróleo, y quedar consumidos por las fiebres o roídos por las llagas, sin que, muchas veces, uno solo de ellos hubiera regresado. Confesaba haber visto desaparecer caseríos debido a los flagelos de la enfermedad. Indicaba que era muy fácil decir que la patria marchaba con paso firme hacia el progreso, cuando se la observaba desde los centros donde había un cierto florecimiento industrial y capitalista, y que otra cosa sería si se la mirara desde los páramos desolados o desde las regiones ardientes y mortíferas del territorio.
Con brotes democráticos que llamaban la admiración de sus contemporáneos, Jiménez curaba su pensamiento reaccionario. Sostenía que el verdadero problema sociológico de Colombia era la existencia de dos castas distintas y distantes. Una, que merced a su posición económica y cultural, se había beneficiado de todos los favores de la civilización. Pero era un número muy reducido de la población, un tres por ciento o menos. Y, en cambio, había una infinita mayoría que no podía seguir ese movimiento progresivo, por inferioridad orgánica e inferioridad mental. Y se preguntaba: “¿Qué ganamos con tener algunos altos valores intelectuales y morales si la inmensa muchedumbre no puede secundarlos?”. Sostenía que habiendo sido el pueblo sostén y escudo de la república, se había convertido en obstáculo mental en la marcha hacia el progreso por sus precarias condiciones. ¿Querrían seguir con él, como peso muerto, las clases dirigentes de nuestros países? ¿Querrán marchar con el lento progresar del molusco que lleva a cuestas el pesado caracol que lo envolvió? ¡Seguramente, no! Es preciso que lo levanten, y después de un llamado a la mujer para que se vinculara a la campaña de higienización terminó con la siguiente perorata:
Cuando pregonáis las excelencias de nuestro régimen democrático y libérrimo, tened siquiera un recuerdo para toda esa “misera plebs contribuens,” de que hablaba el romano; para esa desgraciada plebe que contribuye, que ha contribuido, sí, con el trabajo de sus músculos y con la sangre de sus venas a plasmar nuestra nacionalidad, y de quien ésta se ha olvidado en más de un siglo de su inquieto vivir. Ahí está toda esa ingente masa de hombres negros, pálidos y cobrizos, tan colombianos como nosotros mismos, y que necesitan saber siquiera qué es la libertad y qué es la Patria; que reclaman en silencio de una nación que los ha mirado con desvío y que ha dejado que su cerebro se atrofie y que su vigor se extinga. Si una sola iniciativa de redención para esas castas desheredadas pudiese surgir de esta agitación que nos invade, habríamos llenado el más hermoso deber de una generación!46
6. Las repercusiones y los resultados parciales
Le correspondió a Jorge Bejarano hacer el balance. Calificó el certamen de positivo, pues el problema de la higiene y de la salud pública había quedado instalado en el orden del día de la cotidianidad colombiana. Apuntaba que la estabilidad de Roma en sus doce siglos de existencia, la idea nacional de Esparta, los gloriosos periodos de Grecia, fueron obra del vigor físico que fomentaron sus gobiernos, sugestionados sin duda alguna por la creencia homérica y prehomérica de que un cuerpo enfermo, deforme o depravado no podía ser asilo de ningún valor moral ni intelectual.
Las conferencias tendrán gran repercusión y gracias a ellas se incrementarán políticas públicas de higienización y se crearán instituciones para ello. Para Bejarano era indispensable prepararse adecuadamente, resolver los problemas de las enfermedades endémicas y adquirir sanidad corporal antes de que asomara la inmigración extranjera47.
La polémica no paró, la conferencia siguió el camino despejado. El 5 de julio de 1920, Gaitán se dirigió al director del Panóptico General de Prisiones en nombre del que él mismo había fundado, para que permitiera a los universitarios dictar conferencias a los presos. Así fundamentaba su petición: “Esta labor es puramente científica y solo nos anima a emprenderla el deseo de coadyuvar al mejoramiento de los que por haber delinquido se han hecho víctimas del más crudo de los sufrimientos que no pueden pasar inadvertidos para nosotros”48. El 14 de agosto se habían iniciado conferencias en La Mesa. Víctor Sánchez, un destacado estudiante de Derecho, habló de educación cívica; el domingo 15, en Zipaquirá, habló del problema social Juan Manuel Ortega; y el 20 agosto de 1920 el Centro Universitario informó que la organización había afinado su junta directiva: presidentes honorarios, doctores Julio Manrique, L. E. Nieto Caballero y Enrique Santos; presidente efectivo, Jorge Eliécer Gaitán; vicepresidente, Alejandro Zea R.; y secretario, Víctor Sánchez.
Y así, el CUPC se desplazaba por toda la región cundiboyacense primero, y por el país después, dictando conferencias. En julio estuvieron en Girardot. Allí, Jorge Luis Vargas disertó sobre blenorragia y sífilis. En agosto, en La Mesa, Víctor Sánchez, estudiante de Derecho, habló de educación cívica; en Zipaquirá, Juan Manuel Ortega habló del problema social. No faltaban las arbitrariedades en contra de sus actividades: alcaldes como los de Facatativá y Fontibón en julio y agosto de 1920 impidieron la continuación de una serie de conferencias.
De promover conferencias se fue contagiando todo el mundo. El socialismo colombiano del siglo XX, que apenas echaba raíces, no se quedó atrás. En agosto de 1920, desde Venadillo, Tolima, un corresponsal reportó: “Los señores Julio Navarro y Carlos Melguizo están dando conferencias en estas regiones, en favor del partido socialista y de sus doctrinas. Han dictado ya conferencias en Honda, Ambalema y San Lorenzo, y aquí dictarán dos”49.
Finalmente, en noviembre se anunció que con el título Los problemas de la raza en Colombia, coordinado y prologado por Luis López de Mesa, había salido el libro que recogió en un solo volumen las conferencias dictadas en el ciclo convocado por la Asamblea de Estudiantes. El libro había sido editado por El Espectador50. El Tiempo invitaba a su lectura:
Allí encontrará el lector, que no pudo asistir a las conferencias del Teatro Municipal, o que desee precisar las impresiones recibidas en una lectura fugaz, el clarovidente pesimismo, asentado sobre sólidas bases científicas de Jiménez López y Calixto Torres Umaña el conceptuoso patriotismo de López de Mesa y las magistrales concepciones optimistas de Simón Araujo, Lucas Caballero y Jorge Bejarano. Además precede a todos los trabajos el que les dio origen: la sensacional monografía sobre la degeneración de nuestras razas, presentada por el doctor Miguel Jiménez López, al tercer Congreso Médico Nacional; y que ocasionó el debate intelectual más interesante e intenso que se haya registrado en nuestra tierra.51
En lo sucesivo de 1920 la temática de la salubridad continuó desarrollándose a través de la conferencia. La asamblea estudiantil no volvió a organizarlas, pues se implicó en la organización de la fiesta de los estudiantes, que estaba próxima a celebrarse. Empero, el CEU, que dirigía Jorge Eliécer Gaitán, no se desanimó. Las conferencias adquirían cada vez más un carácter popular. El 3 de septiembre, el senador Anselmo Gaitán habló de la acción fisiológica del alcohol, del alcohol como causa de enfermedad, de muerte, de crimen y de degeneración de la especie, del gobierno y el alcoholismo y los remedios del mal. En La Mesa, Roberto Albornoz habló sobre sífilis el 5 de septiembre. El día anterior Jorge Eliécer Gaitán se había dirigido al director del asilo de locos de Las Mercedes, en Bogotá, en busca de un permiso para organizar un instituto nocturno en el asilo en provecho de los empleados del establecimiento. Justificaba su pedido así:
Obedece esta labor al plan que esta Corporación se ha trazado de servir activamente al perfeccionamiento de todas las clases sociales y en especial a las más desvalidas de ellas. Nuestra labor es meramente científica, como es sabido, y para ello creemos tener derecho a esperar su valioso apoyo.52
Día a día las conferencias estaban más animadas. Los organizadores introdujeron música y fiesta. La nueva modalidad se incorporó a partir de una intervención del reconocido intelectual Armando Solano, que habló sobre periodismo el 15 de septiembre en el salón Samper. Al igual que las conferencias acerca de la degeneración de las razas, estas tenían un costo de 30 centavos, y para recoger fondos el Centro de Extensión Universitaria organizó en el Teatro Municipal una concurrida fiesta en el marco de las fiestas universitarias, y se aprestó para emprender una gira por las principales capitales del país: Barranquilla, Cartagena, Bucaramanga, Ibagué, Manizales y Cali. Los delegados para la gira proponían la fundación de bibliotecas para los presos, organización de las conferencias quincenales, inauguración de las conferencias populares de vulgarización científica para obreros, sobre alcoholismo, higiene, agricultura y varios temas sociales; fundación de escuelas ambulantes que tenían como fin la creación de institutos técnicos nocturnos para obreros, donde se les perfeccionaría científicamente. Y, por último, organizarían la fiesta de la Extensión Universitaria con una gran velada, donde serían proclamadas las reinas de la fiesta.
El éxito de la conferencia contagió a las autoridades que velaban por la higienización de Bogotá. La alcaldía se encargó de patrocinar cada 15 días conferencias sobre higiene y alcoholismo con el propósito de buscar el mejoramiento de la clase obrera y de todos los habitantes. La primera de ellas se llevó a cabo en el barrio San Cristóbal, en uno de los pintorescos quioscos del lago, el 5 de septiembre, y estuvo a cargo de Jorge Bejarano, quien habló de la necesidad de alejar al pueblo de los horrores del alcohol. Por otro lado, El Tiempo emprendió una campaña contra el alcoholismo en una columna que tituló “El mal de la raza”. Eliseo Montaña, autoridad reconocida sobre la temática, fue el primero en escribir y señalar que se trataba de la continuación del debate de la degeneración racial a través de los medios. Entre las enfermedades que azotaban a la población, fue al alcoholismo al que se le prestó mayor atención por considerarse un problema de defensa nacional53. No faltaron sinónimos oficiales para semejante mal: nefando vicio, vicio fatal, etc., mientras que la población se refería a él como el “príncipe de la alegría”54.
Notas
1Véase: Carlos E. Noguera, Medicina y política: discurso médico y prácticas higiénicas durante la primera mitad del siglo XX en Colombia (Medellín: Eafit, 2003); Aline Helg, “Los intelectuales frente a la cuestión racial en el decenio de 1920: Colombia entre México y Argentina”. En Estudios Sociales, n.° 4 (Medellín: FAES, 1989).
2Es abundante la bibliografía que se ha producido alrededor de las conferencias sobre la degeneración de la raza. Una lista muy útil puede verse en: Catalina Muñoz Rojas, “Más allá del problema racial: el determinismo geográfico y las dolencias sociales”. En Los problemas de raza en Colombia, editado por Simón Araújo et al. (Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2011).
3Serge I. Zaitzeff, Correspondencia entre Carlos Pellicer y Germán Arciniegas (México: Memorias mexicanas, 2002), 47.
4Gabriel Tarde, La opinión y la multitud (Madrid: Taurus, 1986).
5El Tiempo, mayo 14 de 1920, 4.
6No existía todavía el Ministerio de Higiene. Su lugar lo ocupaba una Dirección Nacional de Higiene, que para entonces estaba bajo la responsabilidad de Pablo García Medina.
7El Tiempo, junio 2 de 1920, 1.
8El Tiempo, junio 4 de 1920, 1.
9Se conocía de él: Nuestras razas decaen. Algunos signos de degeneración colectiva en Colombia y en los países similares (Bogotá: Imprenta y litografía de Juan Casis, 1920). Memorias presentadas en el tercer congreso médico colombiano reunido en Cartagena en enero de 1918.
10El Tiempo, mayo 21 de 1920, 5.
11El Tiempo, mayo 27 de 1920, 1.
12Ibíd.
13Ibíd.
14Ibíd.
15El Tiempo, mayo 29 de 1920, 1.
16Ibíd.
17Ibíd.
18Bejarano se había graduado en 1913 y ese mismo año publicó su trabajo de grado. Jorge Bejarano, La educación física: tesis para el doctorado en medicina y cirugía (Bogotá: Arboleda & Valencia, 1913).
19Véanse en detalle: Rodrigo Ospina, “Jorge Bejarano: un intelectual orgánico del Partido Liberal 1888-1966” (tesis presentada como requisito parcial para optar al título de Magíster en Historia, Departamento de Historia, Universidad Nacional, 2012); Zandra Pedraza, “Jorge Bejarano Martínez”. En Pensamiento colombiano del siglo XX, editado por Carmen Rosa Millán de Benavides, Santiago Castro-Gómez y Guillermo Hoyos Vásquez (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2013), 389-414.
20Jorge Bejarano, “Conferencia pronunciada en el Teatro Municipal el 4 de junio de 1920”. En Muñoz Rojas, Catalina, Los problemas de la raza en Colombia. Más allá del problema racial: el determinismo geográfico y las dolencias sociales (Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2011), 243.
21Ibíd., 167.
22Ibíd., 268.
23Euclides da Cunha, Los Sertones. Campaña de Canudos (México: FCE, 2003).
24Bejarano, Conferencia pronunciada en el Teatro Municipal el 4 de junio de 1920, 270.
25El Tiempo, junio 6 de 1929, 3.
26Iakov Aleksandrovich Novikow, El porvenir de la raza blanca: crítica del pesimismo contemporáneo (Barcelona: Centro Editorial Presa, 1900); Gabriel Porras Troconis, “El porvenir de la raza española”, Revista Contemporánea (Cartagena) 2, n.° 8 (1917): 43-58; Manuel Ugarte, El porvenir de América Latina: la raza, la integridad territorial y moral, la organización interior (Valencia: F. Sempere, 1909).
27Bejarano, Conferencia pronunciada en el Teatro Municipal el 4 de junio de 1920, 290.
28Alexandre Lacassagne, Compendio de medicina legal con la colaboración de Esteban Martín [traducción de la 2a. ed. francesa, profusamente adicionada y anotada con la legislación hispano-americana, psicopatología forense, estadísticas, etc.], editado por Jorge María Anguera de Sojo (Barcelona: Editorial, Herederos de Juan Gili, 1912).
29Bejarano, Conferencia pronunciada en el Teatro Municipal el 4 de junio de 1920, 293.
30El Tiempo, junio 6 de 1920, 1.
31Ibíd.
32El Tiempo, mayo 14 de 1920, 4.
33Véanse detalles de la vida de Araújo en: Steven Navarrete Cardona, “El Colegio de Araujo (1890-1924) y la formación política del joven Jorge Eliécer Gaitán”, Revista Colombiana de Sociología 36, n.°2 (2013): 183-211.
34Muñoz Rojas, Los problemas de la raza en Colombia…, 326.
35Ibíd., 325.
36Ibíd., 327-329.
37Ibíd., 331.
38El Tiempo, junio 12 de 1920, 1.
39Fueron nombrados como socios correspondientes del Centro y miembros de la Junta Directiva de la Extensión Universitaria en Facatativá, los señores Julio M. Escobar, Deudoro Aponte, Rodolfo Gaviria M., Diego Fernando Gómez, Hipólito Isaza, Manuel José González y Gregorio Lara Cortés.
40El Tiempo, julio 12 de 1920, 4.
41Muñoz Rojas, Los problemas de la raza en Colombia…, 188.
42Ibíd., 194.
43Ibíd., 373.
44Ibíd., 390.
45Ibíd., 391.
46Ibíd., 399.
47El Tiempo, julio 29 de 1920, 3.
48El Tiempo, julio 7 de 1920, 7.
49El Tiempo, agosto 17 de 1920, 1.
50Los problemas de la raza en Colombia (Bogotá, linotipos de El Espectador, 1920), 367.
51El Tiempo, noviembre 2 de 1920, 2.
52El Tiempo, septiembre 8 de 1920, 6.
53El Tiempo, octubre 3 de 1920, 1, 3.
54El Tiempo, octubre 3, 11, 14 y 19 de 1920, 1, 3; El Tiempo, noviembre 5 de 1920, 5.