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Prólogo

Son las seis y media de la mañana cuando Sara sale a la calle con ropa deportiva para practicar running, antes del desayuno, como suele hacer un par de veces a la semana. Es un día de mayo, nublado y sin viento. Sara hace unos estiramientos antes de comenzar a correr lentamente.

La noche anterior cenó a las seis y media de la tarde, por lo que han pasado casi doce horas desde su última comida y está en ayunas. El aumento de glucosa que la cena le produjo fue disminuyendo paulatinamente hasta alrededor de las once de la noche. Durante el sueño nocturno, su metabolismo cambió lentamente y empezó a utilizar de forma predominante la grasa almacenada en su organismo como fuente de energía. Sara puede aprovechar ahora esta circunstancia, ya que su cuerpo se ha preparado para quemar grasa. Además, Sara se ha tomado un café expreso nada más levantarse y la cafeína estimulará todavía más la combustión de grasa.

Sara empieza a correr pausadamente, para no consumir más energía de la que su cuerpo es capaz de extraer de la grasa que transporta su sangre a través de las células musculares. La grasa almacenada en las células grasas no solamente será transportada por ellas, sino que, además, será empaquetada y transportada desde la sangre a las células musculares, en donde será desempaquetada. Además, el contenido será sometido a varias degradaciones antes de que la energía se pueda transformar en el tipo de energía básica que la célula muscular puede utilizar. Este proceso requiere su tiempo y, por ello, Sara corre al principio lentamente, para no consumir más energía de la que se puede conseguir a partir de la grasa.

A pesar de ello, la escalada de esfuerzo que se produce desde el sueño nocturno al running implica un aumento de cuatro veces la energía necesaria. Esto significa que la combustión de grasa, que ya ha comenzado, necesita al menos cuadruplicarse. Y esto requiere su tiempo.

El bombeo de sangre a las células musculares que están trabajando impulsa no solo el paquete de grasa, sino también la glucosa. La glucosa produce una forma de energía que las células musculares pueden transformar en la misma energía básica que finalmente produce la grasa. Esto significa que el nivel de energía no está a cero, sino que la sangre de Sara contiene una gran parte de la glucosa que puede ser asimilada por las células musculares. Que las células musculares la utilicen o no depende de muchos factores. De hecho, que las células musculares engullan la glucosa no es la mejor estrategia para el cuerpo, ya que las reservas de glucosa son limitadas. La glucosa que hay en la sangre no es suficiente para garantizar un trabajo físico arduo y duradero. La única reserva que existe para recargar directamente el almacén de la sangre está en el hígado y tampoco esta reserva es ilimitada.

La cuestión se complica debido a que los diversos órganos del cuerpo tienen distintos mecanismos para asimilar las diferentes formas de la energía que les llega a través de la sangre. En principio, las células musculares que no realizan un gran esfuerzo no tienen mayores problemas para aprovechar el paquete de grasa que les llega a través de la sangre. Sin embargo, el cerebro sí los tiene, pues depende de la glucosa; puede alternar su abastecimiento con otras formas de energía, pero solo en parte y si durante varios días ha estado expuesto a un suministro insuficiente de glucosa.

Desde el punto de vista del cuerpo, hay razones para que las células musculares utilicen en primera instancia el paquete de grasa que la sangre les proporciona. La energía que almacena habitualmente un ser humano en forma de grasa es más que suficiente, ya que supone alrededor de cien veces más de energía que la que proporcionan la sangre y el hígado.

Ahora, cuando Sara comience a correr sin prisas, sus células musculares seguirán alimentándose principalmente de grasa, en parte grasa almacenada en las mismas células musculares y, en parte, la de los lípidos sanguíneos. Además, no es la primera vez que Sara corre. Sara ha realizado este recorrido dos o tres veces por semana durante los últimos dos años. El aumento de la necesidad de energía en los músculos ha hecho que cada vez que ella corre se envíen, a través de un complicado sistema, señales de que la preparación en el procesamiento de la grasa debe aumentar. Ha sido un proceso lento, pero que ha tenido lugar con toda seguridad. A diferencia de cuando empezó a entrenar, hoy, después de muchos meses de entrenamiento continuo, la grasa representa la mayor parte de consumo de energía.

Después de unos quince minutos, Sara empieza a correr más deprisa y a sentir que el calor corporal y el ritmo de su respiración aumentan. Tras haber alcanzado un nivel de consumo energético cuatro veces mayor que en reposo, su cuerpo comienza a consumir cinco y seis veces ese nivel. El procesamiento de la grasa está ya al máximo y la muy necesaria energía extra debe obtenerse, entonces, de la glucosa. Para poder compensar el aumento de consumo de energía en forma de glucosa, el hígado entra en escena y, con cuidado y en cantidades adecuadas, va liberando glucosa para poder mantener el nivel de ayuno. Por cada pequeño aumento de velocidad, se incrementará la parte de glucosa como suministro de energía a los músculos.

La sangre, que transporta la grasa y la cantidad en aumento de glucosa a las células musculares, deberá, asimismo, proporcionar a las células el oxígeno procedente de los pulmones. Al aumentar el esfuerzo, se produce mayor necesidad de oxígeno en las células musculares. La concentración de oxígeno en la sangre no puede incrementarse durante el corto período de tiempo que corre Sara, sino que es el fluido sanguíneo el que debe crecer, lo que significa una intensificación del pulso. Pero ella no puede correr tan rápido como quiera. Esto depende, entre otras cosas, de que los pulmones, el corazón y la sangre solo pueden recibir y transportar una cantidad máxima de oxígeno a las células musculares. Mediante el ejercicio físico, Sara puede influir en su capacidad máxima de consumo de oxígeno, que hasta cierto punto está vinculada a una serie de factores, entre ellos su historial de entrenamiento.

Cuando Sara aumenta el paso, aumenta su frecuencia respiratoria y su pulso. Por ello, aumenta también su capacidad de consumo de oxígeno, que gradualmente se acerca a su máximo. Situación que llevará, en algún momento, a la elección de qué fuente de energía utilizará su cuerpo, algo que depende de cuan cerca de su capacidad máxima de consumo de oxígeno se encuentre Sara. Cuando, después de calentar, comenzó a correr a paso lento, se encontraba quizá alrededor del 50% de su capacidad máxima de consumo de oxígeno. En este nivel, los músculos pueden recibir la mayor parte de la energía que necesitan de la grasa y la glucosa que la sangre les proporciona. En este tipo de esfuerzo físico, las fuentes de energía se encuentran fuera de las células musculares: en gran parte, es la energía del almacenamiento de glucosa del hígado y la de las células grasas lo que se utiliza.

Cuando Sara aumenta el ritmo y alcanza el 75% del consumo máximo de oxígeno, la degradación de la grasa y la entrega de glucosa del hígado se hacen insuficientes para cubrir la necesidad de energía. Las células musculares van haciendo uso gradual de su propio almacenamiento de energía. Es ahí cuando la célula muscular pasa a una etapa crítica, porque su almacenamiento de energía es limitado, a diferencia del almacenamiento de las células grasas, que es ilimitado. En esta fase de trabajo, comienza una cuenta atrás. Cuando se llegue a un nivel mínimo, la energía interna del músculo será cero y, entonces, comenzará una etapa crítica en la capacidad de rendimiento.

Si Sara continúa aumentando el ritmo y el consumo de oxígeno alcanza el 80 o 85%, aumentará también la parte de energía que se extrae directamente del músculo. En este nivel de trabajo, la proteína comienza a tener un papel como fuente de energía. La proteína es especialmente abundante en los tejidos musculares. El entrenamiento tiene como una de sus metas construir tejidos musculares; por ello, el aumento de trabajo se convierte en una espada de doble filo.

En este elevado nivel de trabajo, la sangre ya no puede suministrar la energía que el músculo necesita y, por ello, este comienza, en mayor medida, a utilizar la energía de su propio almacén. En estas condiciones, la sangre tampoco puede ceder el oxígeno necesario a las células musculares para que la combustión de la energía sea completa. A medida que el trabajo aumenta, se incrementa el consumo de oxígeno, pero no al mismo ritmo que la necesidad de energía.

En circunstancias más moderadas, como la del 50% del máximo de consumo de oxígeno, el procesamiento de energía puede continuar con la participación del oxígeno. Con la presencia y participación del oxígeno, se obtiene una gran ganancia de energía a partir de la glucosa. Pero cuando la sangre no puede transferir suficiente oxígeno a procesos que así lo exijan, estos se detienen. El producto material de esta ganancia de energía es el ácido láctico.

Cuando Sara, en un tramo cuesta arriba, aprovecha para aumentar el esfuerzo, nota un incremento del pulso y cómo la respiración se intensifica dramáticamente. Si, a pesar de esto, mantiene este ritmo tan exigente, notará que algo sucede en los músculos que desarrollan mayor esfuerzo para realizar su trabajo. La explicación de lo que ella experimenta es que en sus piernas comienza a producirse ácido láctico. El ácido láctico tiene un efecto negativo en el músculo que lo produce; por ello, la sangre tiene ahora una nueva tarea: transportar el ácido láctico al exterior del músculo. Mientras la producción de ácido láctico no sobrepase la cantidad que la sangre es capaz de transportar, Sara apenas notará molestias. Pero cuando el nivel de trabajo aumenta a tal grado que también la concentración de ácido láctico en el músculo sube en exceso, el sistema nervioso empieza a recibir señales de que el agotamiento está cerca. Continuar a este ritmo exige un tremendo esfuerzo de voluntad por su parte.

Después de algunos segundos, Sara llega al final de la cuesta y disminuye el ritmo, concediéndole al cuerpo la posibilidad de hacerse cargo del ácido láctico que se había producido en el músculo. En estas circunstancias, lo que sucede es que, tras haber transportado la sangre una proporción de este ácido fuera del músculo, el hígado utiliza la energía del ácido láctico no liberado. Este ácido es un producto de la degradación de la glucosa que aún no se ha unido al oxígeno y, por tanto, no se ha transformado en las grandes cantidades de energía latente en la glucosa. La energía del ácido láctico puede ser aprovechada por el hígado de diferentes formas. Una de ellas es devolver la energía que se ha ganado durante la transformación de la glucosa en ácido láctico acumulado en el músculo y volver a crear energía en forma de glucosa, que después será secretada nuevamente por el hígado y de ahí transportada al músculo. De esta forma, el músculo es aliviado de la carga del ácido láctico, a la vez que esta carga se reparte de forma más equilibrada en el cuerpo. Las fases mediante las que el hígado transforma el ácido láctico para volver a crear glucosa no requieren la participación del oxígeno, pero sí de energía. Se precisa más energía para volver a convertir el ácido láctico en glucosa que la que el músculo exigió un minuto antes para transformar la glucosa en ácido láctico. En resumen, este no es un negocio lucrativo, pero sí una estrategia brillante que, cuando aparece la necesidad de aliviar el músculo durante esfuerzos máximos, promueve que otras partes del cuerpo cooperen.

Transcurridos algunos minutos a ritmo tranquilo, la transferencia de ácido láctico se interrumpe y los niveles de este en el músculo vuelven a permitir que la sangre y el hígado sean capaces de hacerse cargo de nuevo, si este proceso se volviese a generar. Cuándo y cómo se haya conseguido este equilibrio es algo que, por supuesto, influirá en el rendimiento de Sara. ¿Con qué rapidez puede correr sin que el ácido láctico comience a acumularse en sus músculos? Encontrar este nivel y adecuar su ritmo a él es una estrategia fundamental para su entrenamiento.

Después de meses de ejercitación y duras carreras, Sara nota que puede mantener un ritmo más intenso sin cansarse. Su metabolismo se ha vuelto más efectivo y se le puede exigir un mayor rendimiento sin producir ácido láctico. El transporte de oxígeno a los músculos y el flujo sanguíneo hacia los tejidos musculares han mejorado. El aumento del flujo sanguíneo hacia el músculo es importante para el suministro de glucosa y oxígeno y el transporte de ácido láctico fuera del músculo. El entrenamiento continuo proporciona señales al cuerpo con el fin de que, lento pero seguro, realice los cambios imprescindibles para estar mejor preparado la próxima vez que sea sometido a un esfuerzo.

La consecuencia es que la capacidad de aprovechar la grasa como fuente de energía ha mejorado en Sara. A partir de cierto nivel de esfuerzo, su cuerpo utiliza más energía procedente de la grasa que antes. La dependencia del almacenamiento interno de energía del músculo ha disminuido. Lo que en definitiva significa que, durante un entrenamiento, Sara extrae más energía de sus reservas de grasa que de los almacenamientos musculares. El nivel de consumo de grasa no está relacionado con las señales de cansancio, sino que esta sensación depende ahora de otros factores; entre otros, de que el procesamiento de la grasa no pueda realizarse sin la participación del oxígeno y, por ello, la degradación carece de esos caminos alternativos sin oxígeno que provocan sustancias dañinas de degradación, como la glucosa mediante la creación de ácido láctico. La grasa también puede tomar otros caminos, pero ninguno de ellos sin la participación del oxígeno. El aumento de la combustión de grasa como resultado de un aumento de la energía durante el esfuerzo físico se lleva a cabo a base de oxígeno, sin otros productos de degradación que dióxido de carbono y agua.

El aumento de la capacidad de quemar grasa hace que Sara pueda rendir más tiempo antes de que sus músculos comiencen a dar señales de cansancio. Cada mes de entrenamiento supone que Sara puede correr a mayor velocidad sin sobrepasar el límite de oxígeno que sus músculos necesitan y pueden asimilar. En este estado, los carbohidratos y la grasa representan casi el 100% de su combustible, y estos funcionan todo el tiempo con una degradación a base de oxígeno hasta terminar como dióxido de carbono y agua en las células musculares. La hemoglobina que transporta el oxígeno hasta las células musculares también coopera y se hace cargo del dióxido de carbono, que es el producto final del proceso de degradación. El dióxido de carbono es un gas que en el agua y la sangre se transforma entre otras cosas, en ácido carbónico. A través de la sangre, el dióxido de carbono llega a los pulmones, desde donde será exhalado y devuelto a la atmósfera, lugar del que una vez fue asimilado por los vegetales, que con la luz del Sol transformaron el dióxido de carbono en los carbohidratos ricos en energía que ahora permiten funcionar a Sara.

El dióxido de carbono que Sara exhala puede ser asimilado otra vez por las plantas. Con la ayuda de la luz solar, las plantas transforman dióxido de carbono en grandes moléculas llenas de energía. La energía que moviliza a Sara es, por tanto, energía solar que un día atraparon las plantas que ha comido Sara de forma directa o que han comido otros animales que ella ha consumido a su vez. Cuando Sara exhala dióxido de carbono, este se hace accesible a las plantas, que, a su vez, se convertirán en alimento para Sara el próximo año o el siguiente.

A medida que Sara corra más a menudo y más rápido, mayor cantidad de dióxido de carbono exhalará. Pero ella no necesita preocuparse por esto, mientras más corra, más alimentos deberá comer y más vegetales deberán crecer para asimilar el dióxido de carbono. El dióxido de carbono que ella exhala será parte de un ciclo; ella seguirá siendo parte del equilibrio del dióxido de carbono en la naturaleza.

Durante el día, Sara pasa la mayor parte del tiempo sentada ante un ordenador y se mueve solo cuando va a hacer fotocopias o a la cafetería a la hora del almuerzo. Por las tardes y noches, suele ir a conferencias, al teatro, al cine o a conciertos. La mayoría de su tiempo disponible durante sus fines de semana lo consume en estudiar, trabajar y hacer vida social. En pocas palabras, Sara debe concentrar toda su actividad física en una hora cada día, contando solo los cinco días laborables de la semana. Sus amigos la admiran por lo mucho que entrena. Sin embargo, ella está estresada por no disponer de más tiempo para correr y debe luchar para lograr acostarse a tiempo y así poder levantarse una hora antes cada mañana. A pesar de los libros que le gustaría leer o los amigos con quienes quisiera charlar.

A veces, piensa cómo sería vivir en la edad de piedra. Seguramente, no habría tenido que entrenar tanto. En lugar de ello, habría caminado horas y horas recogiendo setas y arándanos y se habría encaramado a un nogal en busca de nueces, además de recolectar leña para el invierno. Habría recogido las trampas que ella y su familia habían colocado el día anterior. Quizá, habría trepado a los árboles en busca de huevos en los nidos de los pájaros. Un buen día, ella habría vuelto cargada para luego emprender la preparación del cuero o fabricar la cerámica, coser y cocinar. Habría cargado agua desde el riachuelo al campamento. Habría estado todo el día activa físicamente, pero a un ritmo lento. Todas estas diferentes labores habrían propiciado que utilizara todos sus músculos y entrenase tanto la resistencia como la agilidad.

Sara ha llegado a las afueras de la compacta estructura de la ciudad y ve cómo se expanden los campos. Dentro de poco, brotará el trigo, la avena, cuyos inhiestos tallos podrán recoger el dióxido de carbono que ella exhala. Cuando deja atrás los últimos edificios, se siente como una persona de la edad de piedra, en armonía con la naturaleza.

A pesar de que la mañana está nublada, ella transpira más y más. Dentro de poco emprenderá la vuelta a casa. Anhela la ducha y el desayuno. Antes de ducharse, Sara toma un vaso de zumo de naranja que ella misma ha preparado. Aunque uno de los objetivos de su entrenamiento es quemar grasa y usarla como combustible, Sara también ha gastado bastante energía del almacén interno de los músculos de las piernas. Cuando, mediante la ingesta de zumo, le proporciona a la sangre carbohidratos fáciles de asimilar, una porción de ellos será transportada en forma de glucosa a las células musculares de las piernas. Estas células musculares pueden así almacenar la glucosa y recargar el socavado almacén interno de energía. La recarga es más efectiva después de realizar un gran consumo de las reservas, y la recuperación después del ejercicio es más exitosa por el suministro inmediato de carbohidratos después del entrenamiento. Además, el aumento de la circulación sanguínea después de correr produce un flujo sanguíneo óptimo hacia los capilares de los músculos desde donde los carbohidratos del zumo alimentarán a las hambrientas células musculares.

Dado que al parecer el cansancio tiene relación con el almacenamiento de energía en los músculos, el tiempo necesario para recuperase de la fatiga se acorta cuando se restaura la energía muscular.

Como Sara quiere ofrecer todas las posibilidades de recuperación a las reservas de energía de los músculos de sus piernas, después de la ducha se prepara un desayuno rico en carbohidratos.

Durante la carrera ha sido inevitable que se hayan degradado una parte de las proteínas en las fibras musculares. Administrar el exceso de trabajo físico y el desgaste de los tejidos musculares forma parte de la estrategia de entrenamiento de Sara. Cuando los músculos se rompen a causa del sobreesfuerzo, se envían señales de que estos músculos deben prepararse mejor para ese tipo de entrenamiento y esfuerzo. Cuando el músculo tiene tiempo de recomponerse, se fortalece y está mejor preparado para emprender el próximo entrenamiento, durante el cual este proceso se repetirá. Optimizando el equilibrio entre el ritmo del esfuerzo y el del descanso, Sara podrá notar con el tiempo cómo los músculos de sus piernas tienen mayor resistencia.

Los músculos están construidos con proteínas. Sara lo tiene en cuenta, así que, para conseguir una rápida recuperación y un sólido fortalecimiento de los músculos, se prepara un desayuno rico también en proteínas; pan con queso y jamón, nueces y almendras picadas, avena –que también es rica en proteínas– o cereales, huevo frito hervido, leche o yogur.

Gracias al vaso de zumo fresco de naranja, junto con la pulpa y la fibra de la fruta, su cuerpo obtuvo algo con que mantenerse. El lento proceso de detener las señales del hambre había comenzado ya antes de que ella se sentase a la mesa. El proceso de sentirse satisfecha ha requerido mucho más tiempo del que tomó consumir la cantidad de calorías que necesitaba, aunque este proceso estaba ya produciéndose durante la ducha, gracias al zumo de naranja. Cuando Sara se siente a la mesa ya habrá comenzado a paliar el hambre; disfrutará de sentirse satisfecha mientras lee el periódico con toda tranquilidad, y antes de comer más de lo debido. Quizá sea el mejor momento para disfrutar, o quizá lo fuera cuando sintió el chorro de agua sobre la piel mientras se duchaba…

Una mirada fugaz al reloj detiene sus pensamientos. Retira los platos del desayuno ya consumido y prepara su almuerzo en un recipiente. Finalmente, emprende el camino al trabajo.

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