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La ficción histórica de Carlos Gamerro revela historias de hechos ocultos1

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Ben Bollig

Las traducciones de Ian Barnett de Las Islas y El secreto y las voces dan a los lectores británicos una visión del pasado argentino de insurgencia armada, terrorismo de Estado y la Guerra de Malvinas.

En La aventura de los bustos de Eva (2004), su novela sobre un yuppie atrapado en una célula insurgente en la Buenos Aires de los años 70, Carlos Gamerro crea dos escenas emblemáticas de gran efecto dramático. La primera es un burdel temático sobre Evita, en el cual las prostitutas se visten como esa mujer y en el que se exponen las diferentes etapas de su vida, desde la niña provinciana hasta el cadáver embalsamado, pasando por la actriz en ascenso y la política acerada. Los clientes —descubrimos— no son seguidores de Perón, sino oligarcas masoquistas que se mueren por ser humillados por su más odiada adversaria. La segunda es un vasto barrio suburbano construido en los años 40, hecho de unidades modelo para trabajadores peronistas, diseñado con un modelo de calles curvas incompatible con la grilla que se encuentra en el resto de Buenos Aires. Hoy, con mapas satelitales, la explicación de tales excesos podría ser simple, pero en aquella época sólo poniendo a un argentino en órbita se habría revelado la total, grandilocuente intención de Ciudad Evita: la ciudad está modelada sobre el perfil de Eva, como un gigantesco cuño, con su nariz filosa y su exagerado moño. Al igual que los senderos de los superpetroleros, la Abanderada de los Descamisados debía ser visible desde el espacio exterior.

Del mismo modo que a Borges y a Cortázar, a Gamerro le gusta poner a prueba la credulidad de sus lectores con escenas de megalomanía asombrosa y de filosofía à la Heath Robinson. Hay una diferencia, sin embargo: cuando Borges describe las más altas cimas del solipsismo o Cortázar lleva la normalidad hasta su punto de quiebre, nos damos cuenta demasiado tarde de que nos han engañado. Gamerro, en cambio, elige esos momentos de la historia en que uno se pregunta qué carajo pasó y que, cuando se encuentran en la ficción, son tan extraños que expulsan violentamente al lector del mundo imaginario.

Es, sin embargo, la lógica detrás de la locura lo que atrae a Gamerro. Una de aquellas escenas en La aventura... es real; la otra, una invención. Mucha gente se equivoca al adivinar, y no sorprende. La historia de fondo de La aventura de los bustos de Eva, en la cual un empresario multimillonario es secuestrado por un grupo de extrema izquierda, con el que se amista y del cual finalmente contrata a uno de sus captores, sucedió realmente. La complicidad silenciosa y las falsas cegueras retratadas en El secreto y las voces también ocurrieron.

Las novelas de Gamerro enlazan tres momentos de la historia reciente de la Argentina: la insurgencia armada, el terrorismo de Estado y la Guerra de Malvinas. Las Islas escenifica una investigación sobre el pasado en el presente. Pero, al igual que en las mejores ficciones de detectives, lo que verdaderamente se investiga se desliza siempre fuera del campo de visión. Es 1992 y Felipe Félix, un hacker informático y veterano de Malvinas, es llamado a las oficinas de un tal Fausto Tamerlán. En estas vertiginosas torres de acrílico y vidrio que dominan la nueva ciudad del futuro en el sur de Buenos Aires, Felipe es en parte sobornado, en parte amenazado, para que busque a los testigos de un crimen que amenaza al imperio Tamerlán entero: el hijo travesti de Fausto, César, lanzó a algún turbio levante desde el piso más alto de la torre hacia una muerte confusa. Lo hizo, por desgracia, a la vista de veinticinco testigos al otro lado del abismo: Felipe es contratado para encontrarlos, de modo que puedan —bromea para sí— ser comprados.

La historia de Tamerlán une los más salvajes excesos del capitalismo de los 90 (el empresario conserva un sorete relleno con pepitas de oro en un prisma de plexiglás sobre su escritorio), los negociados entre empresarios y paramilitares en los 70, y la fuga de criminales nazis al extremo sur de América. Pero el suyo no es el único pasado bajo la lupa. Felipe tiene que recurrir a sus camaradas de Malvinas para cumplir su investigación. Entre ellos está el detestable Verraco, su antiguo superior, obsesionado con ganar la guerra que antes perdió, y especialmente —como en el videojuego que Felipe diseña para él— si eso implica no arriesgar su propia piel. Él le permite a Felipe acceder a los archivos de la SIDE con los nombres de los testigos, pero estos han sido cambiados por otro hacker en un desfile de fetiches de los años 80 de los dos lados del conflicto: Diego Maradona, Margaret Thatcher, Leopoldo Fortunato Galtieri, entre otros.

En parte, esta lista es una broma inocente. En la versión en español la lista era diferente y, me parecía, más divertida —incluía a Mr. Ed y al Sr. Spock—, pero igualmente hermética hasta para aquellos lectores provistos de buscadores de internet. Tal vez también sea eso lo que Gamerro está haciendo a lo largo de la novela: creando viñetas desternillantes, inspirado en grandes provocadores literarios, como Burroughs y Burgess, detrás de lo cual uno encuentra la entera constelación cultural de un momento histórico. Imágenes de una Gran Bretaña lisiada por huelgas, paralizada por hooligans y humillada por una primera ministra histérica, que esparcieron los militares que se enorgullecían de haber ganado ya una guerra —contra la “subversión”—, por no mencionar una Copa del Mundo, crearon un imaginario popular que no podía sino anticipar la victoria en el conflicto contra la decadente potencia colonialista —de ahí el terrible shock para los combatientes y la sociedad cuando llegó la noticia de la rendición—. La sección que incluye el diario del Mayor X, una parodia de los cuadernos de Darwin a través de “El informe de Brodie”, en el que los kelpers son retratados como la contraparte troglodita de los nobles salvajes patagónicos, da una percepción hilarante de las ornamentales cabezas de los ideólogos de la guerra.

Mientras recorre las calles siguiendo sus pistas, lo que Felipe se ve forzado a revisitar es el legado personal e histórico de la guerra. Se hace claro entonces que el misterio del crimen de César, el paradero de su hermano mayor —Fausto Jr., antiguo heredero, exguerrillero, ahora desaparecido con presunción de fallecimiento— y el destino de Tamerlán son dispositivos de enlace para rastrear una obsesión que podría resumirse en una pregunta simple: ¿por qué queremos volver? Este y otros regresos —de los exiliados bajo Rosas, del gaucho Martín Fierro, de Evita (“para ser millones”), de Perón— son los clichés que Gamerro quiere desmenuzar y examinar. La cuestión del regreso ata a Felipe a sus enemigos, como el tragicómico veterano Hugo, que celebra cada año la pérdida de sus piernas igual que otros celebrarían un cumpleaños, y el fantasmagórico Arturo Cuervo, alias Mayor X, antiguo torturador, ahora el cabecilla del plan secreto para recuperar las Malvinas por la fuerza.

Gamerro no es un novelista histórico de los que recrean el pasado a través de personajes secundarios que han sido testigos de la historia. Tampoco se acerca a Hilary Mantel, que escribe las vidas interiores de los Grandes Hombres. Es difícil incluso verlo en la línea de lo que Perry Anderson llamó, en la London Review of Books del 28 de julio de 2011, la novela metahistórica latinoamericana. No: acá hay demasiado Thomas Pynchon para eso. Pero en lo que Gamerro difiere de —por hacer una comparación— Martin Amis cuando toma un gran tema histórico es que, pese a la bufonería y al humor escatológico, hay todo un archivo de investigación que avala la trama. Antes de poder satirizar apropiadamente la idiotez del pasado, uno debe entenderlo.

Dos alegorías sostienen Las Islas: la primera es la historia de Felipe de la mosca atrapada en la tela de araña, disfrutando el confort de su descanso final, que sólo siente las ataduras cuando trata de liberarse de ellas. Esta es una fábula sobre ideología, por supuesto. Asumimos que Felipe es la mosca —está atrapado en el letargo de sus sábanas mientras se le ocurre la imagen—, pero en el panóptico paranoico del imperio económico de Tamerlán la alegoría cambia, del mismo modo que los múltiples espejos del faro posmoderno del CEO, que le permite al jefe poder observarlo todo, pero al riesgo de una visibilidad petrificante.

La segunda alegoría es un cuento de hadas al revés. Lo cuenta la amante de Felipe, Gloria, una víctima del Mayor X y madre de dos mellizas llamadas Malvina y Soledad. Gloria es una voz de dolor y esperanza, y su historia de la princesa que se convierte en rana pero que llega a amar a su rey anfibio, es una invitación superficialmente optimista a un futuro posbélico. Pero leído junto al cuento de la mosca ofrece una moraleja más bien inquietante sobre nuestra capacidad de acostumbrarnos a lo monstruoso. Uno de los más estridentes críticos de la guerra, el filósofo argentino León Rozitchner, señaló la ironía de una campaña para imponer la soberanía argentina sobre las Islas al mismo tiempo que se anunciaba la liquidación de empresas, negocios y servicios estatales. La campaña por una patria en las Islas fue un disfraz para desmantelar la nación misma.

El secreto y las voces transcurre pocos años después que Las Islas, y el caso que se investiga ha ocurrido antes, a mediados de los 70. En algunos ensayos, Gamerro analizó los límites de la novela de detectives argentina. No por nada Borges reescribió Buenos Aires con nombres parisienses en su cuento policial más famoso, “La muerte y la brújula”, ya que, como observa Gamerro, si alguien es asesinado misteriosamente en Argentina y no hay un culpable obvio, todos —sí: todos— saben que lo hicieron los canas. En “Para una reformulación del género policial argentino”, Gamerro sugiere que la policía en Argentina ofrece una opción sencilla: o el crimen organizado, o el crimen desorganizado, que es peor. Esto explica la relativa impunidad con la que, en ciudades sin guarniciones militares, quienes eran de facto las fuerzas represivas de la dictadura hayan continuado en democracia. Un país puede funcionar sin ejército; no puede, estimaron los políticos de la democracia, funcionar sin policía. Películas como El bonaerense o incluso Nueve reinas han captado los emprendimientos más o menos compartidos de policías y ladrones, y casos como la desaparición en 2006 de Jorge Julio López antes de testificar contra policías acusados de crímenes de lesa humanidad revela el precio de este arreglo.

El secreto y las voces cuenta una investigación y otra vez es una que cambia de objetivo con el desarrollo de la novela. Pero en tono, forma, tamaño, prácticamente en casi todo, es un trabajo distinto de Las Islas, un libro enorme, enmarañado como otros “ladrillos” recientes de Alan Pauls o Roberto Bolaño. La obra más reciente de Gamerro está cortada y recortada. Uno podría hablar de madurez —Las Islas es una ambiciosa opera prima; El secreto y las voces, una obra posterior, y más calma—, pero en escala funcionan de manera diferente. Las escenas dramáticas en Las Islas eran tan abrumadoras como las Torres de Tamerlán, y apuntaban a una realidad incluso más grande. El secreto y las voces sigue a un solo hombre investigando una sola muerte en una ciudad pequeña. Si Las Islas insinuaba la complicidad diaria de la que todos somos capaces, aquí Gamerro se encuentra con, le habla a, toma mate con, recibe de regalo un pequeño cárdigan de lana para su hijo de, aquellos que se hicieron a un lado, miraron, y después justificaron un asesinato.

Los crímenes pueblerinos tienen una honorable tradición en la ficción latinoamericana, pero ahí donde Crónica de una muerte anunciada sugería que incluso el periodismo idealista tendría dificultades para entender los orígenes de un asesinato, El secreto y las voces excava en las poco profundas tumbas de las décadas recientes para encontrar las mezquindades, las estrecheces de mente y las rivalidades que lo motivaron. Sociólogos en Argentina han argumentado que una de las formas en que el terrorismo de Estado funcionó —más allá del puro terror, por supuesto— fue hacer que el crimen se ajustara al castigo, y no al revés. Si alguien podía ser secuestrado en el medio de la noche para no ser visto nunca más, era porque algo había hecho.

Como Manuel Puig, Gamerro registra las voces del pueblo en un remanso provincial. Mientras que en los últimos años Puig grababa a sus personajes, reutilizando sus discursos de manera textual, pero reordenados para adaptarlos a su historia, Gamerro, por el contrario, trabajó desde sus entrevistas para capturar los ritmos de circunloquios y tergiversaciones. Fefe, el narrador, quiere saber de la muerte de un periodista, Darío Ezcurra, a manos del jefe de la policía local, en una pequeña ciudad de la provincia de Santa Fe, Malihuel, en los albores de la dictadura. El comisario Neri, descubrimos, fue casa por casa no en busca de la víctima sino para tantear el terreno entre sus coterráneos. El título en español es un juego de palabras entre “un secreto a voces” y esas voces que a la vez esconden y revelan. Como en Los sospechosos de siempre, hay un momento en que el lector se dará cuenta de que todo lo que se dijo es, en el mejor de los casos, una media verdad, y muy probablemente una mentira. Ezcurra se la buscó. Se metió con la gente equivocada. La ciudad se lo sacó de encima sin ruido. Sólo un muerto en 3000, compará eso con el resto del país, ¿eh? Yo no lo aprobé, traté de pararlo y le avisé. Anónimamente, desde ya.

En una secuencia Fefe escucha, con horror creciente y serena indignación, a sus amadas tías Porota y Chesi (la abuela de Fefe, que se llama Clota, completa el trío). Ellas le cuentan la historia de la muerte de Ezcurra y la reacción del pueblo cuando su madre quiso saber la verdad. Fuera de Argentina se conoce la historia de las Madres de Plaza de Mayo, que marchaban cada semana para dar con sus familiares desaparecidos. Las ancianas tías de Fefe cuentan esto como una farsa cruel, convirtiendo —a través de una enfermiza mezcla de chisme gozoso y alusión inocente— a la madre doliente en artífice de su propio desastre. Aquí es donde Barnett verdaderamente muestra su maestría, ya que entre las muchas cosas que uno podría decir de estas traducciones la más simple sería que si no se supiese que son traducciones no se adivinaría, y cuando sí se sabe no es posible imaginar cómo lo hizo. Tal vez, lo que revuelve el estómago de Fefe es cuán familiar, cuán perfectamente natural, resulta toda esta charlatanería asesina.

Las revelaciones cierran El secreto y las voces, y tanto Fefe como el pueblo se ven forzados a enfrentar un pasado semienterrado. El sociólogo Guillermo O’Donnell exploró el doble discurso de aquellos muchos ciudadanos que fueron capaces de justificar las acciones de la dictadura, pero más tarde, a la luz de sus terribles crímenes, negar aquellas iniciales palabras de apoyo. Tal duplicidad es lo que el protagonista de Gamerro revela, y lo asquea. Sin embargo, la novela termina en una nota optimista, cuando Fefe explica su idea de contactar a la agrupación HIJOS, activistas que recuperan la memoria de los hijos de los desaparecidos y presionan por juicios contra los militares, policías, abogados, médicos, enfermeros y demás que se aprovecharon de la forzada apropiación de niños en los 70. Publicada por primera vez en 2002, la novela no podría haber previsto cuán importantes se volverían tales juicios en la política argentina de esa década, así como Las Islas apenas podría haber adivinado la recurrente importancia de aquella vieja disputa de siglos y de una guerra que ahora ha cumplido más de treinta y cinco años.

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