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INTRODUCCIÓN

El conflicto cristiano-musulmán en España ha suscitado gran atención por parte de la investigación moderna. Esta situación especial atrajo el interés de los estudiosos: durante casi ocho siglos dos comunidades vivieron una junto a la otra y entre sí en la Península Ibérica. Sin embargo, la mayoría de las investigaciones han tratado de los aspectos políticos, militares, sociales, económicos, culturales y legales de dicho fenómeno, mientras que la mentalidad, el mundo de las imágenes y de las concepciones de los dos grupos aún no han sido estudiados debidamente: ¿Qué pensaban los autores de ese período sobre sus rivales y sobre sí mismos? ¿Cómo vieron, describieron e imaginaron a su enemigo y cómo a sus propios héroes? ¿Cuál fue la imagen que adquirieron esas dos comunidades de la Península Ibérica para el historiador de ese entonces?

La imagen es, en efecto, la expresión simbólica literal de la realidad, a criterio del escritor. No se trata de una descripción objetiva de la realidad, sino del reflejo de las concepciones subjetivas de aquellos que la reseñan[1]. Por lo tanto este libro no centra básicamente su interés en el examen de la verdad histórica, sino en el reflejo de dicha «verdad» en la concepción personal de los cronistas, sean éstos cristianos o musulmanes.

El análisis de la autoimagen y de la del enemigo nos permitirá comprender tanto el desarrollo y la fuerza de la «mentalidad de hostilidad» entre cristianos y musulmanes como la consolidación de la autoconciencia en el seno de ambos grupos rivales. La exposición de la dinámica del conflicto desde aquellos aspectos que no pueden ser definidos en términos jurídico-legales ni cronológico-políticos, sino que pertenecen a un espacio nebuloso cuya existencia es posible constatar, pero que resulta muy difícil definir. Es un ámbito compuesto por palabras, expresiones, epítetos y asociaciones que el hombre suele utilizar a menudo, aunque no se pronuncie al respecto explícitamente. Es lo que puede ser considerado con los términos de «mentalidad» y «concepción».

El examen de la imagen toma significado en los marcos del razonamiento histórico si penetra en la complejidad del sistema de las imágenes, es decir, el examen de las imágenes del enemigo y el de las autoimágenes, como dos componentes inseparables de un solo sistema. En la realidad española, la autoimagen y la imagen del enemigo no pueden ser percibidas de la misma manera, debido tanto al pluralismo de la sociedad cristiana como al de la sociedad musulmana. Por ejemplo, al examinar una crónica castellana es muy importante comparar las imágenes de los aragoneses o de los francos con la de los musulmanes allí descritas. Sin esta dimensión comparativa la imagen podría carecer de significado. Al mismo tiempo sería un error examinar esa crónica sin tomar en consideración que los musulmanes no son percibidos como un todo, por lo que se debe tratar de ubicar y comparar las imágenes atribuidas a los nativos de al-Andalus frente a las de los bereberes del África del Norte[2].

I. El método

El estudio de las imágenes es un método relativamente nuevo en la historiografía en general y especialmente cuando se intenta escribir la historia de la Edad Media. El método en sí se origina en las ciencias de la conducta, particularmente en el de la psicología social. El historiador que se propone estudiar las imágenes y apartarse del relativo trillado de los calificativos que un grupo atribuye a los miembros del otro, debe recurrir a los instrumentos perfeccionados que las ciencias de la conducta ponen a su disposición tanto en lo que concierne a los conceptos que usa como a los interrogantes que se formula a sí mismo.

Dichos interrogantes se refieren sobre todo a la dilucidación del modo en que se crearon y consolidaron las imágenes, tanto en el individuo como en la sociedad, así como en la ligazón mutua entre ambos, por el examen de las funciones psicológicas y culturales que cumple la imagen en la organización de la percepción del mundo de una sociedad dada; por la clasificación de las distintas imágenes, es decir, la distinción entre imágenes «abiertas», que atribuyen a un grupo un sistema de peculiaridades que no son de un mismo tipo y que no entrañan una percepción estereotipada, frente a un sistema de imágenes «cerrado» y «equilibrado», en conformidad con el cual el grupo rival es percibido como poseedor de atributos sólo negativos[3]. Se interesan también por un examen del proceso de consolidación de la «imagen nacional» —o de lo que se llama el folk imagen— que se transmite al individuo a través de la familia, la tradición, la educación y la atmósfera cultural. Recibe también el nombre de «imagen histórica», cuya consolidación y fortalecimiento dependen del grado de conocimientos que tenga el pueblo de su propia historia. Este examen es especialmente importante para nuestro análisis, pues se apoya fundamentalmente en los escritos históricos que se transmiten, en forma tradicional, a las generaciones futuras, imágenes colectivas del pasado y del presente de sus pueblos. Se interesa por la localización de la «imagen del espejo» (mirror imagen), que es importante para el examen de la dinámica de hostilidad entre los dos grupos. En la base de este concepto se halla la idea de que el espejo refleja en forma invertida la misma imagen, es decir, el lado izquierdo aparece como derecho y viceversa; si se lo aplica a la imagen del conflicto se tiene: «... Lo que es negro y blanco en el sistema de autoimágenes de cierto grupo, se convierte en blanco y negro en las imágenes de los otros grupos...» La consolidación de la «imagen del espejo» está involucrada en la exageración de los elogios a la autoimagen, por una parte, y en la presentación de una imagen diabólica para el grupo adversario, por la otra[4].

Una de las dificultades que se presentan en la investigación de las imágenes es la conexión entre la imagen, el acontecimiento y el cambio que se opera en la imagen. La importancia de una modificación de esa índole reside en el hecho que demuestra un cambio mental y a veces ideológico en sociedades que se encuentran en conflicto. Las imágenes, por lo general, tienden a estabilizarse y revelan una fuerte capacidad de oposición a los cambios. Esta inclinación se origina en la tendencia de la mayoría de los seres humanos a la consistencia cognoscitiva (cognitive consistency) y en sus intentos de impedir confrontaciones y violaciones del equilibrio entre las imágenes y sus percepciones, por un lado, y las nuevas informaciones (cognitive dissonance)[5], por el otro.

De un modo natural surge el interrogante: ¿En qué grado y cuándo cada una de las dos partes envueltas en un conflicto dado se sobrepone a las imágenes, creencias y percepciones, consolidando un sistema ideológico que sirva de plataforma para toda la comunidad en lo que respecta al conflicto? ¿En qué medida se desarrolla el marco de las imágenes para la creación de un cerco más complejo y más perfecto de autodefinición colectiva, sea en lo que ataña a términos religiosos o a términos nacionales? La comparación de los dos marcos ideológicos —el cristianismo y el musulmán— puede explicar la modelación de la autopercepción de esas dos sociedades, que se desarrollaron en el suelo español.

La validez de la ideología —ya sea que grabe en su bandera las ideas de la reconquista cristiana o que quiera restaurar el mandamiento de la Guerra Santa contra el cristianismo— debe ser examinada conforme al grado de intensidad y de continui dad revelado a lo largo del tiempo, en los escritos históricos de estas dos comunidades. Estos y otros interrogantes habrán de guiar nuestro examen en lo referente a la creación, consolidación y comparación de las imágenes a lo largo del conflicto.

II. Las fuentes

Los investigadores que estudian la Edad Media se enfrentan con una dificultad conocida: los autores de los documentos pertenecían a la élite ilustrada, eran miembros de la Iglesia o de la aristocracia; la mayoría de la población, en cambio, no dejó testimonios escritos. Por lo tanto sólo podemos deducir las percepciones de los redactores que pertenecían —tal como hemos dicho— a una reducida capa de la sociedad. Pero a pesar de dicha limitación, el examen de las imágenes tiene importancia por dos razones: primero, porque a veces se hallan expresiones de la mentalidad popular también en las fuentes de los ilustrados, ya sea que aparezcan como de paso o que fueron transmitidas explícitamente como símbolo de una expresión popular; segundo, porque las fuentes escritas reflejan a aquellos sectores de la sociedad medieval que se contaban en los círculos de influencia con capacidad de decisión, es decir, esas fuentes son los medios de expresión de las capas cuyas percepciones prevalecieron en el curso del conflicto.

El contenido de la crónica de la época es el más apropiado para examinar las imágenes, las actitudes y las percepciones[6]. Por su naturaleza, la crónica es la forma más cercana por su estilo, por así decirlo, del «narrador ingenuo»; los cronistas hicieron una selección de los acontecimientos y les dieron forma por medio de vocabulario y expresiones propias de ellos. Su punto de partida era diferente del de los autores que se dedicaban a la controversia religiosa, donde la violencia de la polémica deformaba desde un principio lo que exponían por escrito. Ésta es la ventaja de la crónica sobre la poesía épica: las exageraciones y la inflexibilidad acompañan indefectiblemente a la epopeya, hasta el punto de que lo imaginario y lo sobrenatural forman una parte importante de la estructura de aquélla. Cuando se vislumbra en las crónicas una influencia épica, ésta arrastra virtualmente al cronista a tomar posiciones extremas. La crónicas, fueron escritas por miembros de la élite ilustrada, pertenecían en su mayoría a los estratos medios de la misma, lo que los diferenciaba de los intelectuales de reputación; por ello se puede afirmar, sin lugar a dudas, que aquéllos expresaban realmente la mentalidad de la clase que representaban.

III. El tiempo

Dado que las fuentes son fundamentalmente escritos históricos que abarcan una continuidad cronológica y que la finalidad que se ha fijado el libro consiste en el examen del desarrollo de las imágenes a lo largo del tiempo determinado como marco, decidí analizar las crónicas de cada uno de los grupos en un período de tiempo específico que se distingue por sus símbolos propios. El examen incluye el interés y los conocimientos que revela el cronista por el grupo rival, las imágenes del enemigo que aparecen en la crónica y también la autoimagen reflejada. De esta trama surgirá el desarrollo del sistema de imágenes de ambos grupos a lo largo de todo el período que está en estudio.

He circunscrito el espacio de tiempo que va del siglo VIII a las postrimerías del siglo XIII, es decir, desde la conquista de España por los musulmanes hasta el fin de la «Gran Reconquista», cuando el gobierno musulmán en España se circunscribió al reducto de Granada, el sistema de relaciones entre el Islam y el cristianismo en la Península Ibérica asumió una forma nueva, cosa que requiere un estudio especial por separado. Para los fines de la presente investigación dividí dicho período en tres partes:

Primera parte: desde los primeros días de la conquista musulmana hasta el último cuarto del siglo XI. En la historia musulmana ese período comprende el emirato y el califato de los omeyas, y los reinos de taifás hasta la invasión de los almorávides, que inició una nueva época en la historia de al-Andalus. En la historia de la España cristiana ese período comprende la época de recuperación de la invasión musulmana y la creación de los reinos cristianos en la mitad septentrional de la Península Ibérica, extendiéndose hasta los días en que la idea de las cruzadas pasó a ser móvil de gran valor en las relaciones entre el cristianismo y el Islam. En este período formativo se crearon y consolidaron las imágenes de ambos grupos en su marco primigenio.

Segunda parte: va desde el último cuarto del siglo XI hasta mediados del siglo XII. En este período ejercieron el gobierno en al-Andalus los almorávides, que al final fueron derrotados por los almohades. Para la sociedad cristiana de Europa fue el «siglo de oro» de la idea que animó a las cruzadas: comprendió la primera y segunda cruzada, la consolidación y culminación del reino de los cruzados en la Tierra Santa; en España fueron los días de los reyes considerados generalmente por la historiografía moderna como los realizadores del ideal de las cruzadas: Alfonso VI de León, Alfonso I de Aragón y el emperador Alfonso VII.

Tercera parte: comprende la época de la prevalencia de los almohades en al-Andalus y el período en que se llevó a cabo la «Gran Reconquista», a cuyo término quedó en manos de los musulmanes sólo el reducto de Granada.

NOTAS A LA INTRODUCCIÓN

[1] En su primer trabajo sobre las imágenes (The imagen, Ann Arbor, 1956), K. Boulding define el significado cognoscitivo y filosófico del concepto imagen. En una serie de artículos posteriores, publicados sobre todo en el Journal of Conflict Resolution, aplica los principios generales de la teoría de la imagen al análisis de los fenómenos de las relaciones internacionales. Uno de los trabajos más notables sobre la aplicación de dicha teoría en la época moderna fue presentado en la obra: H. C. Kelman (ed.), International Behavior, Social-Psycological Analysis. Nueva York, 1965. Es evidente que la guerra fría entre los dos grandes bloques indujo a los investigadores a examinar el sistema de las relaciones internacionales sobre la base de la teoría de la imagen.

[2] La indiferencia en lo que se refiere al complejo sistema, tanto por parte de los cristianos como de los musulmanes, fue el obstáculo principal con el que tropezó B. Richard («L’Islam et les musulmans chez les chroniqueurs castillans du milieu du moyen-âge», Hesperis-Tamuda, t. XII (1971), pp. 107-132). El autor incluyó todas las crónicas castellanas en una sola categoría, sin tomar en cuenta las transformaciones políticas y militares que se habían operado desde comienzos del siglo XII hasta finales del siglo XIII; no menos grave fue que ignoró la diferencia existente entre esas crónicas y lo que respecta a los distintos grupos del campo musulmán.

[3] La teoría funcionalista es uno de los intentos más importantes para explicar la consolidación de las percepciones, actitudes e imágenes. D. Katz es uno de los psicólogos sociales más prominentes en la formulación de las teorías funcionalistas para la aplicación de la creación de actitudes: «The Functional Approach to the Study of Attitudes», Public Opinion Quarterly; vol. 24 (1960), pp. 163-204. Las investigaciones de M. Rokeach son muy importantes para comprender el fenómeno de la creación, consolidación y modificación de las actitudes. Cabe prestar especial atención a la magnitud de la comparación que ha sugerido con respecto a las percepciones de dos grupos: la actitud tiene un significado real en los grupos de personas poseedoras de un denominador común (religioso, nacional, racial, político, etc.), sólo si se la compara con otros grupos del mismo carácter; por ejemplo: la concepción de un católico sobre un judío es significativa si se la compara con la concepción de ese mismo católico sobre un musulmán y/o sobre un protestante. M. Rokeach sugirió examinar también las actitudes y concepciones con los términos de «clausura» y apertura»: The Open and Closed Mind, Nueva York, 1960, esp. pp. 3-97.

[4] El móvil para la formación de la teoría de la «imagen del espejo» fue la guerra fría librada entre el bloque occidental y el bloque oriental. Este fenómeno en las relaciones internacionales sirvió de ejemplo vivo y apasionante para la confirmación de la teoría. De un modo más elaborado se puede hallar aplicada esa teoría en el análisis del sistema de concepciones recíprocas norteamericano-soviéticas en el artículo R. K. White, «Imagen in the Context of International Conflict» en Kelman, op. cit., pp. 238-276.

[5] Desde que L. Festinger publicara sus investigaciones y su teoría sobre la disonancia cognoscitiva (A Theory of Cognitive Dissonance, Nueva York, 1957), éstas se han convertido en factores centrales para todo debate sobre concepciones, actitudes y sus respectivas modificaciones. A pesar de las objeciones formuladas por diversos estudiosos a una parte de las ideas de Festinger, la teoría de la disonancia cognoscitiva tiene gran importancia cuando se trata de abordar la estabilidad de las actitudes y sus modificaciones.

[6] W. J. Brandt se refirió a la importancia de la crónica como fuente histórica en su libro: The Shape of Medieval History, Studies in Modes of Perceptions, New-Haven y Londres, 1966. En ese libro el autor analiza el desarrollo de las concepciones de la gente del Medievo, a partir de Isidoro de Sevilla, sobre todo lo que respecta al círculo aristocrático-clerical que tuvo su expresión en la escritura histórica. Examina particularmente las explicaciones de aquellas referentes al universo, la naturaleza, al curso de la historia y a la naturaleza del hombre. Hay un lugar especial a la evolución que se opera en las concepciones de la gente de esa época como resultado de la propagación de la influencia aristotélica en los siglos XII y XIII.

Cristianos y musulmanes en la España medieval

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