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Prólogo

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Rosalía de Castro y el mar infinito

Adentrarse en la obra de una de las principales figuras de la poesía de la literatura española del siglo XIX, personalidad clave del rexurdimento gallego, Rosalía de Castro (Santiago de Compostela, 1837-Padrón, 1885), no deja de ser un gran atrevimiento y una osadía por mi parte, que afronto con el más profundo de los respetos y con la mayor de las ilusiones.

Cuando me dispuse a abordar la escritura de este prólogo sobre la autora gallega, lo primero que me vino al pensamiento fue el recuerdo de mi primer acercamiento a su obra en mi época como estudiante de secundaria. Por aquel entonces, la autora de La hija del mar, junto a la también gallega Emilia Pardo Bazán (1851-1921), cuyo centenario de fallecimiento se conmemora este año 20211, y a Fernán Caballero, seudónimo de Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea (1796-1877), eran las únicas escritoras reseñadas y estudiadas en mis clases de Literatura Española.

Lo dramático del tema es que hoy en día siguen siendo estas mismas autoras las incluidas en el temario de secundaria. Han pasado más de treinta años y parece que las escritoras aún no han ganado el derecho a ser estudiadas y reseñadas en los libros de textos. De hecho, según un estudio realizado por la Universidad de Valencia sobre la presencia de personajes femeninos en los libros de textos de 1.º a 4.º de Educación Secundaria (ESO) en nuestro país, se constataba que la presencia de las mujeres se reducía a tan solo el 7,5 %.2

¿Casualidad? En absoluto. Se debe, más bien, a una estrategia perfectamente orquestada con el fin de invisibilizar la presencia de la mujer en todos los ámbitos profesionales, culturales y académicos. En el caso de la literatura, esta estrategia ha partido de los que han ostentando el poder literario, es decir, escritores, catedráticos, editores, ensayistas…, que históricamente han diseñado todo un conjunto de artificios dirigidos a situar las obras de autoría femenina fuera de los cánones establecidos.

Según el crítico estadounidense, Harold Bloom: «El canon occidental existe precisamente para poner límites». Y se reafirma indicando que «Shakespeare es el canon. Él impone el modelo y los límites de la literatura»3. Es decir, todo lo que se escribiera fuera de las pautas establecidas por el citado canon no puede ser considerado literario ni mucho menos universal. O, lo que es lo mismo, todo lo que no fuera escrito por un autor varón, europeo, heterosexual y de clase media-alta, queda al margen de lo considerado como alta literatura. Se trata, pues, de una visión heteropatriarcal eurocentrista sesgada e interesada que sitúa en el margen no solo las obras escritas por la mujer, sino también las obras literarias no europeas o aquellas generadas por colectivos no heterosexuales. Afortunadamente, el discurso sobre un canon universal que define lo que es o no literario está más que entredicho gracias, sobre todo, a la crítica literaria feminista.

En mi opinión, el sesgo que establece un canon como el anterior solo provoca el empobrecimiento de la propia producción literaria que, además, no se corresponde con la libertad artística y creativa del ser humano. Creo que la capacidad de crear a través de la palabra y la escritura no debería verse afectada por el género, la raza o la condición social, sino por la propia capacidad humana para imaginar, fabular, narrar o poetizar y plasmarlo con la calidad suficiente para llegar al público y emocionarlo. Para mí, ese es el objetivo de escribir.

Por todo ello, resulta de vital importancia la reedición de textos de autoras como Rosalía de Castro, cuya publicación a través de una trilogía, rescata Ediciones Garoé bajo el lema «Ausencia, dolor y vanidad», y ello, por un doble motivo. Por un lado, porque no solo nos permitirá acercarnos a tres de las obras menos conocidas de la escritora gallega para la mayoría de las lectoras y los lectores, más acostumbrados a sus imprescindibles Cantares gallegos (1863) y, por otro, porque nos recuerda la importancia, siguiendo a la poeta e intelectual feminista estadounidense Adrienne Rich, de recuperar a nuestras madres literarias.

No podemos ni debemos olvidar de dónde procedemos ni quiénes fueron nuestros referentes literarios. El avance hacia el reconocimiento de las mujeres escritoras en igualdad de condiciones y oportunidades que los escritores varones exige afrontar la creación literaria de acuerdo con unos criterios literarios no sexistas que definan la calidad de los textos. En ese camino, las creaciones literarias de nuestras escritoras tienen, sin duda, mucho que aportar.

Centrándonos en la obra que nos ocupa, fue publicada en 1859, cuando su autora contaba con veintidós años. Se trata de una novela de corte romántico, de lectura fluida y rico léxico que enseguida nos da muestras de la descomunal capacidad descriptiva, rica en metáforas y figuras literarias, de la que hace gala la poeta gallega.

Especialmente subrayables son los pasajes en los que la autora realiza una contundente denuncia de la violencia ejercida contra la mujer por razón de su género.

Quien se adentre un poco en la obra de Rosalía de Castro podrá advertir la denuncia reiterada de la concepción intelectual y social sobre la mujer escritora. Ejemplo de ello lo encontramos en el breve y sublime ensayo de corte marcadamente feminista, Las literatas. Carta a Eduarda, publicado en 1865, dirigido a su amiga íntima, Eduarda Pondal, fallecida de tifus en 1853. Rosalía y su amiga habían acudido ese año a la romería de Nuestra Señora de la Barca en el municipio de Muxía, donde ambas contrajeron la enfermedad. Eduarda no pudo superarla. Fue precisamente en Muxía, municipio de La Coruña, donde Rosalía de Castro situó, seis años después, la trama de La hija del mar.

La dura crítica que la literata recibió de la sociedad de la época fue puesta de manifiesto por la propia autora en el prólogo de la novela que nos ocupa. Lo primero que llama la atención es el contenido marcadamente reivindicativo del mismo. En él, la escritora gallega hace patente su denuncia de la peyorativa concepción social e intelectual que en la época se tenía de la mujer que escribía porque, tal y como señala en el mismo prólogo: «… todavía no les es permitido a las mujeres escribir lo que sienten y lo que saben». En este pequeño texto, la autora de Follas novas realiza una defensa de la escritura de obra femenina, nombrando a mujeres de distintas disciplinas artísticas que la han precedido como madame Roland, Rosa Bonheur, santa Teresa de Jesús y George Sand —seudónimo de la periodista y escritora francesa Amantine Lucile Dupin de Dudevant—, con cuyas citas comienza algunos de los capítulos de esta magnífica novela.

Destaco el tono irónico y lleno de sarcasmo que utiliza la autora gallega para dejar patente su disconformidad ante estos hechos en los siguientes términos: «Se nos hace el regalo de creer que podemos escribir algunos libros, porque hoy, nuevos Lázaros, hemos recogido estas migajas de libertad al pie de la mesa del rico, que se llama el siglo XIX».

Con esta exposición de intenciones inicial, la autora desarrolla una novela que divide en un total de veinte capítulos, a los que añade un capítulo final a modo de conclusión. Se trata de un texto de carácter marcadamente romántico acorde con el género literario imperante a principios y medianos del siglo XIX, donde priman las emociones, la idealización de lo tradicional y la muerte, el amor y la pasión como temas principales, entre otros elementos. No son pocas las citas de uno de los máximos exponentes del Romanticismo, el británico Lord Byron, con las que Rosalía de Castro encabeza los capítulos de la obra. También da cabida a citas de escritores españoles como Luis de Góngora y Zorrilla, así como del alemán Goethe y de los franceses Victor Hugo y George Sand, entre otros.

Resulta magnífica la descripción de acuerdo con los más clásicos cánones románticos que realiza la autora para describir el paisaje de las costas gallegas y sus gentes, especialmente de las formas de vida de la zona de Muxía, en la denominada Costa de la Muerte, a los que califica de «lugares malditos por Dios».

La hija del mar es una dignificación de las gentes de la mar. Frente a los marinos, a los que describe de corazón noble a pesar de su tosquedad en costumbres y tradiciones, sin faltar alguna referencia al ideario mitológico gallego como la procesión de la Santa Compaña, contrapone a las clases pudientes, centralizadas en la figura de Alberto Ansot. Es a este hombre, opresor y malvado, al que se enfrentan las dos protagonistas de la novela, Teresa y Esperanza.

Son ellas, dos mujeres que han crecido huérfanas en ausencia de la figura paterna, las protagonistas frente a los varones de la obra, circunscritos al papel de secundarios necesarios. Encontramos aquí cierto paralelismo con la biografía de Rosalía de Castro, quien, al nacer como hija ilegítima del sacerdote José Martínez Viojo (1798-1871) y de María Teresa de la Cruz Castro y Abadía (1804-1862), de familia noble venida a menos, fue registrada en su partida de nacimiento como hija de padres desconocidos.

Existe, como vemos, un trasfondo autobiográfico en esta novela que no puede pasar desapercibido para el lector, centralizado en un padre ausente y ajeno a la vida de las protagonistas, quien, además, resulta ser un hombre depravado y amoral que intenta seducir a Esperanza, lo que encubre la posibilidad de una relación incestuosa tal y como se descubre según se avanza en la obra.

Hay que señalar, así mismo, la denuncia que realiza la autora de la condición de sometimiento al hombre por parte de la mujer de su época y, muy especialmente, de la capacidad del hombre de regir como dueño y señor sobre la vida y la voluntad de la mujer por el solo hecho de ser mujer, sobre la que llega, incluso, a ejercer violencia física y psicológica.

La hija del mar pone de manifiesto una relación entre las dos protagonistas entrelazadas por el amor, la solidaridad y la sororidad, que las unen frente a un hombre que se escuda en su posición social para abusar de ellas y humillarlas. Se trata, pues, de una novela que podríamos considerar feminista, dado que está protagonizada por mujeres, se centra en temáticas propias del universo literario femenino como la relación madre-hija y contiene una clara denuncia de la violencia machista ejercida contra la mujer.

No quiero culminar este prólogo sin hacer una referencia al mar, un elemento esencial en esta novela desde su mismo título. La idealización del mar como espacio para el reposo definitivo es una constante de la literatura española y muy especialmente en la literatura gallega en la que son casi inevitables las referencias de los naufragios de navíos y barcos pesqueros. La hija del mar comienza con la llegada de una niña casi recién nacida que fue abandonada sobre una roca y culmina con el cuerpo de esa misma niña, ya adulta, mecido por el arrullo de las olas. El mar como inicio y fin, como lugar de nacimiento y de muerte.

La casa museo dedicada a la figura de Rosalía de Castro, ubicada en el municipio gallego de Padrón, acoge una frase escrita en la pared en la que se apoya el cabezal de una solitaria y sencilla cama de hierro que reza: «Abride esa fiestra, que quero ver o mar» (Abrid esa ventana, que quiero ver el mar).

Esas fueron las últimas palabras de una mujer que imaginaba ver el mar en el río Ulla, dado que desde aquella ventana no se puede ver el mar pero sí el río. Allí, desde aquella cama, mientras vivía sus últimos momentos, Rosalía de Castro, yacente, víctima de un cáncer de útero que se la llevó el 15 de julio de 1885, con tan solo cuarenta y ocho años, pedía volver a ver el mar, su reposo infinito. «¡Ahí voy! Yo les dije. / Dame dulce muerte / aguas donde las plumas / duermen para siempre…». (Follas novas).

A Rosalía de Castro le debemos esta visión terrible y romántica del mar y de sus gentes. Su novela La hija del mar constituye una maravillosa manera de adentrarnos en el esplendoroso universo creativo en torno al mar, el amor entre madre e hija y la lucha por la libertad, de una de las principales figuras de la literatura gallega, española y universal.

Josefa Molina

La hija del mar

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