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Pillada

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Cristina

¡Pillada!

No me lo puedo creer. Estoy arrodillada en la parte trasera de la espaciosa furgoneta. Apenas veo nada. Voy palpando, palmo a palmo, toda la superficie del suelo en busca del saxo que tanto deseo. Pero no lo encuentro.

No me resigno a largarme sin él, por lo que vuelvo a revisar toda la superficie de nuevo. Encuentro algunos estuches, los abro, pero ninguno contiene lo que estoy buscando.

Casi se me para el corazón cuando he escuchado el ruido de unas pisadas sobre los rastrojos. Sin apenas respirar, el seguro de las puertas ha saltado y esta vez, no solo la trasera, que es la que he forzado para colarme allí dentro.

Joder, ¿cómo una puede tener tan mala suerte?

Contengo el aire cuando la puerta se abre y ante mí aparece la peor de mis pesadillas materializada en hombre.

¿Cómo después de repasar cada detalle de mi plan ha podido sucederme esto? Seguramente porque los cubatas de más han hecho mella en mis sentidos y no estoy tan ágil como debería para convertirme en una ladrona profesional. ¿Qué ha sucedido? Esta vez no ha dejado el saxo directamente después del concierto, o es que el alcohol ha hecho que perdiera la noción del tiempo.

Escucho su voz, o lo que intenta ser una construcción de una frase coherente, pero creo que debe estar tan conmocionado como yo, pues no veo que lo consiga.

—Eeeeeh... mmmm...

Sí, mi chico no es muy elocuente, pero ya me parece bien. Mientras él vacila tengo tiempo de inventar una excusa o un plan de huida para no acabar mal parada.

Tomo aire despacio y encogida como estoy, intento parecer una buena chica, aunque no sé exactamente cómo lograr eso. Mmmm... No se me ocurre nada y tener tan mala suerte me pone de muy mal humor.

¿Por qué demonios esta noche no ha seguido la rutina de siempre? Lo primero que hace el idiota que tengo enfrente, después de cada concierto, es largarse a poner su saxo en la furgoneta hortera que tiene, luego se toma una cerveza con sus colegas y sigue la fiesta, seguramente hasta la salida del sol. ¿Por qué esta noche no?, ¿por qué después de un mes de aprender sus rutinas de memoria va y las cambia?

Aprieto los dientes con rabia y respiro hondo por la nariz.

El saxofón debería estar ahí hacía rato y él agasajado por sus babosas fans verbeneras. El crápula que tengo ante mí siempre se queda hasta el cierre, seguro para ver si pilla alguna grupi desprevenida que pase por alto su bajo coeficiente intelectual.

No abro la boca mientras lo miro de arriba abajo y pienso que no debo ser tan dura con las de mi mismo sexo, si no fuera un ladrón, hasta podría resultarme guapo. ¿Qué digo guapo? Más que guapo. Metro ochenta y cinco, rubiales, ojos grandes y un talento impresionante para tocar el saxo que me saca de quicio. ¡Sí! Vale, está bueno, pero ser guapo no lo es todo, y este además de idiota tiene un saxo que no le corresponde.

— Eeeh… —¿Qué le digo? ¿Qué hago?

Me quedo paralizada. Se me está friendo el cerebro.

Solo sé, por sus cejas alzadas y su expresión de estupefacción que no puede venir nada bueno de este allanamiento de vehículo.

—Perdona —me dice con cara de estar flipando. Algo que, reconozcámoslo, es bastante comprensible.

—Emmm, yo…

—¿Sí?

Vamos, Cristina, piensa algo, que tenemos el culo plano, pero al menos de cerebro podemos presumir.

—¡Te estaba esperando! —Eso es lo primero que le suelto.

¿En serio?, ¿te estaba esperando? Sí, eso me he escuchado decir.

En mi imaginación, un enano saltarín me da en toda la cabeza con una pala. Por idiota. Pero a él no le parece una respuesta del todo surrealista.

—¿Y por qué? —me pregunta sin comprender.

Yo comprendo aún menos, pero sí que me parece una gran pregunta.

Piensa Cristina, me apremio.

Él parpadea esperando esa explicación, que seguro es más que razonable, para que una tía esté en la parte de atrás de una furgoneta, a las tres de la mañana después de un concierto. Y como existe la explicación más simple, yo la encuentro.

—Ya sabes…

—¿Ya sé?

¿Qué vas a saber tú?, si eres tonto.

En mi mente resoplo como un toro de lidia.

Qué mal me cae el guaperas y la cosa va a más al sentirme presionada para darle una explicación.

—Quería… —Le señalo y guardo silencio, luego me señalo a mí—. Ya sabes… hacérmelo contigo.

¡Un aplauso! ¡Plam! ¡Plam! ¡Plam!

¿¡Hacérmelo contigo!? ¡Señoras y señores, qué ingenio!

Bravo, Cristina, ¿esa es la mejor explicación que se me ha pasado por la cabeza? ¿Qué hace una loca metida en la furgoneta de un músico? ¡Esperarle para echar un polvo! Si es que está cantado. Ahora solo me falta saber cómo salgo de esta.

Mi ingenio es sorprendente, digno de admirar. Y sorprendido ha sido como se ha quedado al escuchar mis palabras. Más que sorprendido parece estupefacto y algo incrédulo.

Frunzo el ceño, de hecho... hasta parece que tiene miedo.

¿Miedo? A mí no me engaña. Seguro que no es la primera vez que una grupi se intenta colar en su furgoneta para que le haga una sesión privada. ¿Por qué no? Conozco a más de una que lo haría sin problemas. Pero yo... con él... como que no.

Mi abuelo se avergonzaría de mí, pero creo que he resultado superconvincente. Incluso puedo asegurar que lo estoy haciendo bastante bien, cuando el pobre no puede apartar la mirada de mí y sus ojos casi se le salen de las órbitas.

—Emmm… no sé qué decir.

Sonrío. Sí, me gusta que esté noqueado, eso me da seguridad. Alzo una ceja y asiento con la cabeza.

—Pues sí, montármelo contigo. ¡Ea!

Le repito por si no le ha quedado claro. Le miro con una sonrisa forzada que seguro a él le parece genuina. No obstante, sigue con cara de desconcierto, algo que me sorprende a mí también, porque estoy más que segura que no soy la primera tía que le espera cerca de su furgoneta para echar un polvo. Puede que no dentro, pero cerca… seguro que tiene que quitarse a las fans de encima a sablazos.

— Bueno, yo… esto es nuevo para mí.

¡Venga ya! ¿Esa es su técnica para atraer a las chicas? ¿Parecer inseguro y casi asustado? ¿Me está diciendo que las chicas no se le tiran encima después de los conciertos? No me lo creo, pero tampoco voy a preguntar. Mi mente está demasiado ocupada intentando salir del embrollo donde yo solita me he metido.

Entonces mis ojos se deslizan por su cuerpo hasta llegar a su mano, donde en algún momento ha vuelto a coger el asa del estuche que ya descansa sobre el suelo de la furgoneta.

Se me ilumina la cara y respiro hondo. ¡Estás ahííí!

Ver que estoy tan cerca de conseguir mi objetivo me da valor para seguir adelante.

Me siento tan contenta que empiezo a hablar sin control.

—Vamos, no me dirás que las chicas no hacen cola para conocerte después de un concierto. —Él me mira fijamente, pero no dice nada—. Seguro que con lo guapo que eres… esos bíceps… —Alargo mi mano e intencionadamente toco su brazo—. Ese talento que tienes...

Las palabras salen de mi boca sin que apenas piense en lo que digo, estoy demasiado ocupada mirando el estuche donde está mi tesoro. Mis dedos se deslizan por su antebrazo y suben hasta tocar su bien formado bíceps, lo aprieto con una sonrisa y... entonces me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Y si me he dado cuenta no es por lo ridícula que me siento con esta actitud totalmente falsa, sino porque tocar a ese hombre... nunca va a ser una buena idea. Y mucho menos después de que mi estómago se encoja de algo muy parecido al deseo.

Debo salir corriendo de aquí. Y por un instante pienso en hacer literales esas palabras. ¿Y si salgo pitando? No funcionaría. Él tiene las piernas muy largas y es demasiado atlético como para pensar erróneamente que puedo correr más que él.

Ángel da un paso atrás y yo ladeo la cabeza. ¿Lo estoy asustando?

Está en silencio absoluto. Ni siquiera tiene intención de decir nada o balbucear. Cuantos más segundos pasamos mirándonos, más tengo claro que lo estoy asustando. Como mínimo incomodando, porque yo me siento igual de desubicada.

Reflexiono mirándole a los ojos por primera vez desde que ha aparecido.

Al final parece reaccionar y después de tomar aire, me suelta:

—No sé si es la primera vez que una tía me espera después de un concierto, pero te juro que eres la primera que ha conseguido abrir mi furgoneta.

Otra vez levanta una ceja y yo hago lo mismo.

Menudo zasca acaba de darme. Un zasca en toda la boca.

Muy elegantemente me está acusando de ladrona y por lo que veo, ni aunque le pusiera muy cachondo, cosa que dudo, no iba a liarse con una loca que ha forzado su furgo para Dios sabe qué intenciones ocultas.

Cómo explicarle que he tenido que perfeccionar mis habilidades abriendo coches ese último mes. De ahí que hubiera tardado tanto en decidirme a poner en práctica mi plan. Un mes entero de seguimiento, ¿y para qué? Si me ha pillado en el primer intento.

El silencio incómodo hace que el asunto se vuelva cada vez más serio.

—Estaba desesperada por conocerte.

¡Di que sí, Cristinita! Alimenta su ego que eso siempre les pone.

—¿De verdad?

—Sí... y bueno, aquí estoy.

Él parece asentir ligeramente, pero su cara demuestra lo flipante que le parece todo.

—He pensado que no te importaría que te esperara. ¿Me he equivocado mucho? —le pregunto con una voz sensual que no sabía que pudiera poner.

Veo que no sabe qué decir, de hecho, abre y cierra la boca sin que sonido alguno se pronuncie. Y la verdad, a mí no me queda mucho de improvisación.

El plan A, de robarle el saxo de dentro de su furgo y salir corriendo, parece haber fallado. Y el plan B... debería haber un jodido plan B, pero no lo hay. Solo una improvisación de la que voy a tener suerte de poder salir ilesa.

Entonces él dice algo que me deja el culo clavado en el suelo de la furgoneta.

—Bueno… quizás podamos...

¡Nooooooooo! Me va a dar un paro cardíaco. ¿Quizás podamos qué...? ¿En serio cree que me lo voy a montar con él?

¡Ni en sueños, guaperas!

Espero no haya visto mi cara de pánico, pero antes de poder balbucear cualquier cosa para que no se me acerque él, se inclina dentro de la furgoneta y en lugar de entrar, simplemente deja el estuche y se sienta a mi lado, con el culo en la furgo y los pies apoyados sobre el suelo de tierra.

Vaya, parpadeo realmente sorprendida, si al final resultará que es un tío legal.

Deja el estuche del saxo cerca de su cadera y le da dos golpecitos con la mano, como para asegurarse que está en buen recaudo.

Los ojos se me abren como platos.

Casi puedo tocarlo. ¡Está ahí! Por fin lo tengo al alcance de mi mano.

Estoy en éxtasis y no coordino. Los cubatas que me he tomado al parecer son de efecto retardado porque me mareo un poco y me inclino sobre el saxofonista.

Me mira con esos ojos grandes y de color chocolate, está demasiado cerca como para que yo pueda hacer otra cosa que parpadear.

Ha malinterpretado mi inclinación de “Dios mío qué borrachuza soy” por un “voy a por ti, nene”.

Entonces pasa lo inevitable: Me besa.

¡Me besa!

Mis brazos se elevan, en un principio no sé si para frenarle o qué, pero inconscientemente los dedos de mis manos se extienden y se enredan en su pelo. Pero mi boca es incapaz de pronunciar palabra o sonido alguno mientras él aprieta sus labios contra los míos.

Me está besando y, para tortura de mi conciencia, lo hace suavemente. Me acaricia la mejilla con el pulgar y contra mis labios, mientras me da suaves toques, puedo notar una sonrisa. ¡Madre mía! Inequívocamente es buen tío. Un tío que besa de maravilla, pero que fue a comprar el saxofón equivocado, y eso es algo que no le puedo perdonar.

Por un instante mis labios están quietos, expectantes de la orden de mi cerebro que no acaba de llegar.

Todo se vuelve de un color brillante. Son como fuegos artificiales en mi cabeza. Seguro que luego pienso que eso de las mariposas en el estómago o las luces de colores son una puta chorrada, pero ahora… ahora siento que él tiene los labios más tiernos del mundo y los míos se abren para él hasta notar el roce de su lengua. No puedo evitarlo, el cerebro ha reaccionado y me ordena corresponder a ese beso que él ha ido profundizando. Ya no noto que sonría. Me besa delicadamente, con los ojos cerrados y la boca jugando a atrapar mis labios entre los suyos.

¡Menudo beso!

Inseguro al principio, su lengua da pequeños toques contra mis labios entreabiertos y siento sus manos elevarse para enmarcarme la cara. ¡Vaya un caballero! Parece que está dispuesto a besarme como un gentleman antes de tirarme sobre el suelo de la furgo y sobarme las tetas.

Cuanto más tiempo pasa, más me doy cuenta de que quizás me esté equivocando. Meterme mano es algo que no ocurre, y, sin embargo, no deja de besarme. ¿Cuánto está durando este beso? Acabo de perder la noción del tiempo.

Se aparta de mí poniéndole fin y me dedica una sonrisa tierna al ver mis ojos abiertos como platos.

No sé qué me alucina más en este momento, pero voy frunciendo cada vez más el ceño.

—¿Qué? —me pregunta con una tímida sonrisa a escasos centímetros de mi cara.

Gimoteo y me siento idiota por no poder articular palabra.

—No sé... —consigo decir finalmente antes de expulsar todo el aire de mis pulmones.

Y realmente no sé.

No sé qué estoy haciendo, ni qué puñetas digo.

Por otra parte, él... no sabe quién soy, qué hago aquí. No sabe nada y… ¿me besa? Resoplo como si estuviera decepcionada cuando no hay motivo alguno. El saxofonista es un capullo y así seguirá siéndolo en mi mente por muy tierno que aparente ser y por mucho que piense que ese besazo ha sido increíble.

—Estás un poco borracha —me dice, y no es una pregunta. Es más bien una afirmación que viene a poner de manifiesto mi repentina falta de coordinación.

—Bueno, tú tampoco estás muy sereno. —Me pongo a la defensiva.

Entonces se ríe. Es una risa franca y divertida que no me sienta del todo bien.

—¿Quieres que salgamos a tomar un poco de aire, o te invito a… un agua? —añade con una risita que a mí me enerva.

¿Está siendo condescendiente y paternalista? Cierro los ojos y con un movimiento demasiado rápido intento apartarme de él, cuando los abro soy consciente de que me he mareado y él me sujeta por el hombro.

—¿Todo bien?

Si fuera otro tío creería que es el hombre más considerado del mundo, pero este tipo es un ladrón de saxos. Y aunque se esfuerce por caerme bien, no lo hará.

—Vamos fuera, hablemos un rato mientras te da el aire.

Bien, ahora quiere hablar. Sería una maravillosa oportunidad para salir de la furgo y tomar algo antes de que el pobre se crea que va a tener tema conmigo. Pero… otra vez mi máquina empieza a funcionar, en mi cerebro se escucha el engranaje que gira y gira.

¡No voy a largarme de aquí! ¡Me niego!

Aquí es donde está mi saxo y si me voy será con él entre mis brazos.

Me sorprendo al decir:

—No. Estoy bien. Podemos quedarnos aquí y… hacer cosas.

Hacer cosas, como si hablara de manualidades o algo.

Una imagen cruza mi mente y gruño.

Veo que se echa hacia atrás.

¿Por qué se echa hacia atrás? Frunzo el ceño más profundamente y él parece asustarse de mi reacción.

—No te enfades —me dice.

—No me enfado —¿De qué va?—. ¿Me ves enfadada?

¡Puto idiota!

Vale, igual mi tono ha sido un poco pasivo—agresivo. Pero ¿qué le pasa?, debería estar agradecido de que una tía como yo se fije en él. Vale, no seré Monica Bellucci, pero tampoco estoy tan mal como para que el señor ojos de búho me rechace.

Suelto chispas y él… él me sonríe.

Controlo un suspiro y es que su actitud me parece buena señal.

Está relajándose.

Entonces tímidamente posa su mano sobre mi hombro. Yo no me aparto. Me toca, es un contacto normal, sin carga erótica, o eso pienso yo hasta que se me calienta la piel donde él ha puesto la mano. La desliza hacia mi cuello y finalmente va a parar a mi nuca.

Por un momento nos quedamos en silencio, mirándonos a los ojos.

¡IT'S A TRAP!

¡Mi plan! ¡Tengo que seguir mi plan!

Arrastro el culo sobre el suelo de la furgo y entro del todo hasta que mi espalda choca con una de las paredes laterales metálicas.

Él me sigue, preocupado.

—Vamos fuera —me dice tendiéndome la mano para que la coja y así poder salir a tomar el aire.

¡Ni de coña! Yo no me bajo de aquí sin mi saxo.

Me muevo hacia la salida, sin darle tiempo a retroceder. Me inclino sobre la puerta trasera y la cierro de golpe dejándonos a los dos dentro, a oscuras y con un calor insoportable.

Por la oscuridad que se cierne sobre nosotros ahí dentro, no puedo ver su cara de sorpresa, pero estoy segura de que es de pura estupefacción.

Antes de que él pueda abrir la puerta y disuadirme para que me baje, lo empujo haciéndole perder el equilibrio. Su espalda va a parar contra el suelo. Quizás el plan de coger el saxo y echar a correr no esté perdido del todo. Solo tengo que distraerlo el tiempo suficiente para echar a correr sin que pueda perseguirme. Pero por alguna razón, mientras toco su pecho con mis manos extendidas para que se quede quieto, esa deja de ser una prioridad.

Siento su piel caliente bajo la camisa y mi respiración se entrecorta.

¡Cristina! No hagas nada de lo que te arrepientas. Coge el saxo y lárgate de aquí. Mi conciencia me grita, pero es tan fácil ignorarla cuando él ha levantado la mano para acariciar mi cintura.

A nuestro lado, contra el lateral, está el estuche del saxo, lo tengo vigilado. Sé que puedo cogerlo. Sé lo que pesa. Puedo abrir la puerta y llevarme mi trofeo conmigo antes de que él pueda reaccionar y perseguirme.

Frunzo el ceño cuando intenta incorporarse.

—¿En serio crees que es una buena idea? —me pregunta algo preocupado—. Mejor será que salgamos a tomar un poco el aire.

¡Ah, no! Eso no va a pasar.

Con un ronroneo estudiado me pongo a horcajadas sobre él.

No puedo ser una ilusa. Seguro que corre como Usain Bolt, está fuerte y parece atlético. No, tendré que… distraerlo primero de algún modo.

Sonrío, o bien porque soy lo suficientemente idiota como para creerme un genio, o bien porque a pesar de que había decidido que lo odiaría hasta el fin de los tiempos, estar ahí, con él, sintiéndome deseada es una experiencia única que bien vale la pena disfrutar.

No me toques el saxo

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