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Entre lo tradicional y lo nuevo: los mapas y el cambio de paradigmas

Un mapa es una proyección de datos, por lo general tomados de la Tierra, de un cuerpo celeste, o de un mundo imaginario, en una representación sobre un plano; esta puede ser en formato papel o en formato digital, como en un ordenador. Por lo general, los mapas se crean mediante la transformación de datos del mundo real a una superficie esférica o elipsoidal, y finalmente a un plano. Una característica fundamental de esa superficie esférica o elipsoidal es que los ángulos, las distancias o las superficies medidas en ella son proporcionales a las medidas en la Tierra real. La transformación de una superficie curva a un plano se conoce como proyección cartográfica y puede asumir gran variedad de formas; todas ellas implican de una manera u otra distorsión de áreas, ángulos, o distancias. Los tipos de distorsión pueden controlarse con el fin de preservar determinadas características específicas, pero, con ello, las proyecciones de mapas distorsionarán otras características de los objetos representados. El principal problema en la cartografía es que no es posible proyectar/transformar, sin distorsiones, una superficie esférica o elipsoidal sobre un plano. Solo un globo esférico o con forma elipsoidal puede representar las características de la Tierra redonda o de un cuerpo celeste tal y como son (Miljenko Lapaine y E. Lynn Usery, 2017).

Introducción

Según Kuhn (2004), los paradigmas son «realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica» (p. 13). Al considerarse el paradigma como un enfoque de la realidad, si este cambia, por ende, el mundo del conocimiento se transforma; así evoluciona la ciencia, se consolida una nueva visión cuando la comunidad académica logra consensos, es decir, cuando comparte teorías, genera métodos afines y soluciona problemáticas de manera similar. En ese momento, debido a una acumulación de conocimientos, la ciencia busca aceptación social y legitimación. La llegada de un nuevo modelo genera, en principio, resistencias en los académicos. De tal manera, al enfrentarse dos modelos, se presentan nociones y explicaciones distintas de un mismo fenómeno, es decir, dos visiones del mundo social o natural. Al demostrarse los vacíos del modelo antiguo, se impone el nuevo como consecuencia de esta revolución científico-académica llamada paradigma (Kuhn, 2004).

Con el paso del tiempo, se generaron diferentes visiones del mundo, del espacio y del entorno de los seres humanos. Estas perspectivas han sido graficadas a través de mapas, los cuales fungen como representaciones del espacio. Algunos momentos coyunturales marcaron modelos que perduraron en el tiempo, lucharon por su supremacía ante otras formas de concebir el espacio y lograron formar parte de nuevos conocimientos presentados por filósofos, exploradores o la comunidad académica. Así mismo, la preponderancia del uso del método cuantitativo o cualitativo en una investigación puede hacer parte de la tensión entre paradigmas, dado que se pretende legitimar una u otra disposición de observar, describir y analizar fenómenos en aras de crear conocimiento.

Estos debates en las ciencias humanas y sociales son producto de la comprensión del espacio, la concepción del territorio y de la identificación de los pobladores con los lugares. Por lo tanto, se quiere presentar someramente la creación de herramientas como los mapas, que fueron necesarios para que los seres humanos conocieran su entorno acorde con los contextos históricos.

En ese sentido, el presente capítulo, «Entre lo tradicional y lo nuevo: el cambio de paradigmas», se ha estructurado en dos partes. El primer subcapítulo, «La concepción del espacio: la cartografía desde una mirada tradicional», evidencia algunos mapas antiguos, producto de las representaciones mentales de culturas antiguas. Asimismo, se muestra el conocimiento del espacio por los griegos, quienes desarrollaron la geometría, la astronomía, la geografía y también definieron la cartografía. El espacio estuvo ligado a la comprensión de la Tierra como centro en el sistema planetario. La teoría geocéntrica fue el modelo de las concepciones tradicionales de la filosofía de la ciencia hasta la revolución copernicana. Si bien fue una era de avances geográficos y cartográficos, el paradigma copernicano afectó el desarrollo del conocimiento en todos los campos. A esto se le sumó una coyuntura de exploraciones y conquistas de nuevas tierras impulsadas por europeos, lo que hizo posible el desencadenamiento de evoluciones cartográficas. También se mostraron algunos avances cartográficos de otras culturas consideradas periféricas por los europeos.

En el siglo XIX se institucionalizaron la geografía y la cartografía, y se reconoció el territorio como concepto. La representación del espacio hizo parte principalmente de la construcción de mapas originados por el surgimiento de los Estados nacionales. Además, existió un objetivo imperial y nacionalista de explicar las características territoriales, su composición histórica, la concepción de las regiones y las fronteras de delimitación de los países. Todo se realizó con una mirada elitista, en la que no hubo posibilidades para que sectores medios y bajos de la sociedad participaran en la representación gráfica del mundo.

Si bien desde corrientes contracapitalistas —como era el marxismo tradicional— hubo críticas, estas no encontraron el impulso necesario para desarrollar conocimiento geográfico y cartográfico diferente al promocionado por los seguidores de los principales centros académicos de las escuelas geográficas europeas. Por ejemplo, otras escuelas, como la hermenéutica, realizaron una crítica a la filosofía positivista, pero sus bases conceptuales no influyeron del todo la geografía de la época, y por ello no se logró cambiar el paradigma positivista.

El segundo subcapítulo, «Las nuevas concepciones del espacio», describe que luego de las guerras mundiales, el conocimiento espacial y terrestre experimenta un cambio de paradigma, así como fueron transformándose varias ciencias. Luego de un periodo en el que, en las ciencias humanas y sociales, la hermenéutica le restó protagonismo a la nomotética4, la búsqueda de leyes físicas y el saber matemático volvieron a cobrar relevancia. En medio de la Guerra Fría5, a través de la escuela norteamericana, la nueva geografía trajo consigo la precisión geométrica y matemática en el estudio de los espacios. Esto generó como consecuencia avances tecnológicos en el conocimiento de los territorios, lo que conllevó a la vinculación de herramientas computacionales de altas tecnologías para la creación de mapas.Fue el preludio de desarrollos como el Global Positioning System (GPS) y el Google Earth. La excesiva cuantificación en los mapas llevaba a consagrar la exactitud en los espacios trazados mediante la implementación de técnicas de medición para conquistar espacios antes desconocidos. Esto se alejaba aún más de la participación comunitaria para la edificación de los mapas.

En contrapartida, otra ciencia renovada fue la geografía radical. Solo hasta el periodo comprendido entre los años setenta y ochenta del siglo XX, como parte de una lucha política y académica expuesta en varios lugares, el marxismo retomó fuerza y permeó los nuevos estudios del urbanismo, del desarrollo territorial y del espacio. La Guerra Fría estaba en su punto candente y los movimientos sociales en el mundo protestaban por la utilización de los seres humanos para fines bélicos y netamente económicos. La economía en función de los mercados libres y no de los pueblos se encaminó hacia el neoliberalismo y la globalización. En este contexto, surgen corrientes en investigación, que buscan dar una participación efectiva a las comunidades marginales en la creación del saber y por ende en la representación del mundo, imaginado tiempo atrás por académicos que servían a intereses particulares. Si bien las nuevas corrientes de la geografía y cartografía radical no consintieron del todo la participación de estos sectores sociales en la representación gráfica de los lugares, sí contribuyeron a la comprensión del espacio y de la construcción de los mapas como parte de una estructura del poder elitista tradicional que contribuía a generar exclusión e injusticia social. Por otro lado, los novísimos estudios, por la década de 1980, vincularon el estudio del espacio con fines ecológicos para los seres humanos y el medio ambiente, es decir, una ciencia preocupada por el medio ambiente y las nuevas concepciones de comprensión de los entornos de los seres vivos.

En síntesis, el primer capítulo expone al lector el reconocimiento de la trascendencia histórica de corrientes de pensamiento preocupadas por explicar el mundo, comprender el espacio, reconocer intereses en la elaboración de mapas y la aparición de nuevos paradigmas. Así, mostrar la participación de distintos poderes para diseñar cartografías, implementar un conocimiento preciso del espacio, hacer parte de una ideología, mover intereses económico-políticos o estar al servicio de las realidades vividas por sociedades y comunidades oprimidas y marginadas. Este último propósito haría parte de un nuevo paradigma que debiera edificarse alrededor de la cartografía social no solo como metodología, sino como enfoque-método y área de conocimiento espacial.

Concepción del espacio: la cartografía desde una mirada tradicional

La preocupación por la compresión del espacio ha sido un aliciente para que los seres humanos observen, describan y analicen el mundo que los rodea. La representación gráfica del entorno contribuye a la definición de la relación de las personas con el espacio físico. Se entiende la cartografía como una técnica racional e intelectual, que no solo avanza y profundiza en sus conceptos, métodos de construcción y representación gráfica como mapas, diagramas, cartogramas, sino que trasciende el uso del vocabulario no científico para adoptar una terminología especializada (Instituto Geográfico Agustín Codazzi-IGAC, 1998).

En este sentido, a través de la geografía como estudio del espacio organizado por la sociedad y de la cartografía como su representación gráfica, el ser humano entiende el mundo, lo simboliza y lo valoriza, lo que le permite crear imaginarios a lo largo del tiempo. No obstante, en la comprensión del espacio geográfico, han predominado los intereses de quienes han ostentado la riqueza o el poder político. Las altas esferas de la sociedad han definido las representaciones de territorios y lugares en los mapas, y han explicado relaciones sociales, hábitats y trayectos transitados; en general, han creado la imagen del mundo conocido y también desconocido para mayorías y minorías de diversas culturas.

De esta manera, las sociedades han estado condicionadas por ideas dominantes en diferentes épocas, sin lugar a contraponerlas; más bien las han aceptado como verdades reveladas. En este caso, se quiere dar un breve repaso de cada época en la que se fueron desarrollando conocimientos espaciales, geográficos y cartográficos hasta la misma revolución paradigmática de los estudios tradicionales. Así, en la contemporaneidad, las mayorías marginales y quienes han asumido en la historia actitudes pasivas en cuanto al reconocimiento del mundo, su descripción y transformación, pueden participar en la redefinición de los textos gráficos, mediante la creación de mapas con la cartografía social. Una nueva visión de los entornos para conocer y representar en aras de resignificar y cambiar el mundo socialmente edificado con el tradicionalismo científico.

En este subcapítulo se procura explicar el progreso de la cartografía como materia de sustento de la geografía, desde la Antigüedad hasta la Segunda Guerra Mundial. El impulso de la epistemología se presentó con la confrontación entre paradigmas que legitimaban unas concepciones y unos ideales del mundo. Resulta trascendental saber cómo la sociedad occidental fundamentó el conocimiento tradicional sobre el espacio, el territorio y la relación entre seres humanos y entorno, lo que valió cimentar estudios geográficos y cartográficos. La evolución epistemológica de los estudios espaciales y territoriales admite comprender los contextos sociopolíticos que marcan a pensadores de cada época para generar conocimiento. De tal manera, mediante la representación gráfica del espacio, se ha pretendido entender la realidad y proyectar los ideales políticos, económicos, sociales y culturales de cada época, es decir, su historia.

Espacio y mapas desde tiempos antiguos

A través del tiempo, el ser humano ha necesitado ubicarse, orientarse, movilizarse, crear y recrear su espacio. De tal manera, el primer mapa que hace parte del conocimiento del hombre es mental. Se trata de una imagen formada por la concepción cognitiva de los sujetos en cuanto al mundo social y natural. Este se dio a partir del hombre primitivo, antes de que existiera cualquier pictograma de los territorios habitados o recurridos. Las nociones elementales de supervivencia como la vivienda, la alimentación, el abrigo y el refugio permitieron a los primeros humanos transmitir sus conocimientos (Mora y Jaramillo, 2004).

La relación entre emisor, mensaje y receptor ha resultado escenificada en la producción que hacen los sujetos de imágenes y la trasmisión de estas mediante códigos, símbolos, señales y otras formas de lenguaje. Así, los mapas facilitan este proceso de comunicación primitivo, al transmitir visualmente la información y dejar el legado para futuras generaciones. Por tal razón, los mapas como medios informativos tienden a legitimar la realidad, a pesar de sus distorsiones. Se legitima al querer presentar una idea propia del espacio y el territorio para buscar la aceptación política y social. En ese sentido, al proyectar particulares formas de comprensión de la realidad, quienes realizan mapas condicionan sus representaciones de manera que, según la perspectiva adoptada, la gráfica será deformada. Así, las cartografías son herramientas del saber-poder, son parte de la construcción espacio-temporal de las sociedades futuras.

En comunidades primitivas, se escenificó la percepción del espacio con dibujos y gráficas. En varios lugares, los mapas fueron anteriores a la escritura y a las matemáticas. En 1963, en una excavación arqueológica en la antigua Çatal Höyük (actual Turquía), de seis mil años antes de nuestra era (a. n. e.), se encontró un mapa que al parecer representa un poblado neolítico donde se trazan las calles y las viviendas del lugar. Su estructura tenía cierta correspondencia con algunos trazados de mapas modernos, pero al estar dibujado dentro de un santuario, científicos contemporáneos contextualizaron su creación de manera religiosa, lo que redujo su trascendencia política (Harley, 1991).

Entre los pueblos sin escritura se destaca el mapa de Bedolina, al norte de la actual Italia, como ejemplo de cartografía prehistórica. Este mapa de un antiguo asentamiento humano fue grabado en varias fases a lo largo de la Edad de Bronce y la Edad de Hierro (Thrower, 2002). Asimismo, otros gráficos pertenecientes al arte rupestre encontrados en áreas de África, Asia y Europa se incluyeron en estudios de las ciencias sociales (Harley, 1991).

Figura 1. Mapa de Bedolina.


Fuente: Historia de la planimetría (18/4/2014). Recuperado de http://www.rcg.cat/articles.php?id=316

Esta división entre lo aceptado y lo no aceptado ha sido parte del debate de las ciencias en toda la historia. El establecimiento de diferentes paradigmas ha marcado la epistemología del espacio terrestre en medio de contextos históricos, políticos, económicos y culturales que modifican los imaginarios de cada época, además llevan a crear y reproducir las ideas dominantes en la sociedad. La imaginación posibilitó graficar el mundo y esto se realizó en varias culturas. Antes de que los griegos consideraran a la tierra esférica (siglo VI a. n. e.), los aztecas creían en un mundo compuesto de cinco cuadriláteros, los incas imaginaban el mundo como una caja y los egipcios y chinos pensaban que el planeta tenía forma de huevo (Delano-Smith, 1991).

En la Antigüedad, el espacio se concebía como la distancia entre dos puntos recorridos en unidades de tiempo, donde incidían los medios para moverse y la naturaleza del lugar (García, 2008). Desde Grecia, Euclides (siglo III a. n. e.), considerado el padre de la geometría, desarrolló nociones espaciales como la distancia euclídea. Sus observaciones estaban emparentadas con concepciones platónicas y pitagóricas, es decir, con el estudio cuantitativo del espacio (Valles, 1999). Hasta entrado el siglo XIX, la geografía fue una disciplina orientada a las ciencias físico-matemáticas.

Entre los componentes de la geografía antigua, se consideraba a la cosmología, que trata sobre el origen y el funcionamiento del cosmos, en relación con la mitología griega. Por tal razón, a partir del avance de la cosmogonía, se dio el nacimiento de la astronomía. Esta disciplina comprendió la dinámica de movimiento de los astros, en la cual se destaca la descripción de Hiparco de Nicea en el siglo II a. n. e. La geografía astronómica ligada a la matemática nació de explicar a la Tierra como astro, en cuanto a su forma, tamaño y movimientos. Además de una correspondencia con la representación gráfica de la Tierra, es decir, con la cartografía (Vila, 1982).

Los mapas en la Antigüedad reconocieron la trascendencia del sujeto dentro del plano que se quería proyectar. De igual manera, se graficaban los territorios y los lugares en relación con los centros de poder como lo era Grecia. Así, para los griegos, el territorio se refería a los espacios conquistados por cuenta del orden militar y político donde regía la polis. Anaximandro, desde el siglo VI a. n. e., ya había trazado una gráfica de la realidad que tenía como centro el mar Egeo y alrededor de él se encontraba el mundo conocido, y se privilegiaba a Grecia por encima de otros lugares (Montoya, 2007). Según De Souza (1991), la construcción de mapas se lleva a cabo con la creación de un centro que resulta fundamental para la comprensión de la dinámica espacial de las sociedades. La relación centro-periferia escenifica la valoración de unos lugares por encima de otros. Esta situación se plantea por razones técnicas, ideológicas y políticas, que dan preeminencia para que los individuos o grupos imaginen y dibujen lugares representados para sus propios fines e intereses. De esta misma forma actúa el cerebro, con la creación de la realidad imaginada del espacio en tanto comprensión y ubicación de los entornos mediante mapas mentales.

Otro de los geógrafos y astrónomos de trascendencia en el estudio del espacio fue Eratóstenes (siglo III a. n. e.), quien midió la circunferencia de la esfera terrestre. Eratóstenes hizo un mapa del mundo conocido en el que incluyó lugares como Gran Bretaña, la desembocadura del Ganges y la actual Libia (Montoya, 2007). Aunque la relación astronomía, geografía y cartografía era evidente, la cartografía nació de una separación artificiosa que se genera entre estas áreas del conocimiento y que le dan el impulso a la construcción de los mapas.

En Alejandría nace la geografía física y aparecen observaciones y especulaciones sobre los continentes, los mares, el relieve y las condiciones climáticas, entre otras. En esta misma línea, la cartografía se desarrolla con la tendencia de describir regiones y países (Vila, 1982). Estrabón (siglo I), en su obra Los prolegómenos, dio a conocer la finalidad práctica de los estudios geográficos, principalmente en la afirmación de los propósitos de los Estados (Luna, 2010). Asimismo, realizó estudios de los rasgos sociales y naturales de las tierras. Tal forma singularizada del estudio del espacio tuvo un progreso en la geografía moderna con la geografía regional. La región fue entendida como unidad espacial, dinámica, variable y posible de ser individualizada en su carácter propio (Álvarez, 2000).

Por otra parte, Tolomeo (siglo II) dio preponderancia a la concepción que aceptaba al hombre como centro del espacio y graficó el planeta Tierra como centro del universo finito y al Sol, la Luna y los planetas conocidos como cuerpos celestes que giraban a su alrededor. Escribió la obra cartográfica más influyente de la época en occidente: la Geografía, en la que se evidencian varias imprecisiones en cuanto a las distancias y tamaños de las placas continentales. No obstante, sus mapas ya trazaban una división imaginaria de líneas con rumbo de oriente a occidente y de norte a sur, conocidas como meridianos y paralelos.

Por otro lado, para los romanos el espacio tuvo una concepción territorial de impulso de las condiciones imperiales del poder y dominación ejercida sobre otros pueblos. La cartografía acentuaba el poder político del imperio expandiendo las fronteras, así los mapas representaban gráficamente las conquistas del mundo dominado por Roma (Montoya, 2007). Luego de la caída del Imperio romano, la importancia de la cartografía recae sobre asuntos teológicos, y a partir de esto se trazan mapas con especial interés en Jerusalén como centro de poder mundial.

Fuera del mundo occidental, los árabes, por intermedio del comercio por el Mediterráneo, desarrollaron mapas que hoy se valoran por la precisión con que se construyeron. El mundo islámico, si bien tuvo contacto con las concepciones griegas expuestas por Tolomeo, impuso sus formas particulares de representar sus entornos, lo que trajo una evolución cartográfica en la que confluyeron las dos visiones del mundo: la griega y la árabe. China también logró un avance importante en la cartografía con el desarrollo de cuadrículas y aspectos matemáticos del trazado de los mapas, la creación de convenciones regulares y curvas de nivel, metodologías propias de las cartografías modernas. Al reconocer estos progresos, los europeos le dieron mayor relevancia al saber geográfico oriental. Con una visión eurocentrista, Occidente solo se interesaba por los mapas de las periferias cuando estas tenían elementos comunes con Europa, mientras que los imaginarios de otras culturas eran desechados (Harvey, 1991).

Hay que destacar que entre los siglos XIII y XIV se crearon las cartas portulanas, base de las cartografías de la actualidad. Estos mapas se caracterizaron por el uso de la brújula, así como la utilización de trazados reticulares que marcaban orientaciones según la rosa de los vientos. Tres tipos de estas cartas fueron reconocidas: la de los principados italianos (principalmente genovesa), la catalana de Palma de Mallorca y la portuguesa. Se resalta que las cartas portulanas promovieron el avance técnico de la navegación marítima; entre ellas se reconocen como máximos exponentes la carta de Piscana (1290) y el mapa catalán (1375) de Cresques Abraham (Capdevila, 2002b).

El conocimiento de la Geografía de Tolomeo por navegantes italianos y portugueses permitió el mejoramiento de los detalles en las proyecciones cartográficas. Las exploraciones de nuevas rutas y especialmente el descubrimiento europeo de América estimularon el desarrollo de la cartografía. Algunas producciones que se destacan son las siguientes: el manuscrito de Martin Behaim de Núremberg (1492), en el que se describe gráficamente el mundo antes del viaje de Colón; la carta de Juan de la Cosa (1500), en la que se representan los territorios encontrados en el nuevo continente; el mapa de Cantino (1502), que resulta del Tratado de Tordesillas6; y el mapa de Contarini (1506), primer mapa impreso con nuevos descubrimientos (Capdevila, 2002b).

Para finalizar, hay que reconocer que el paradigma de la teoría geocéntrica dominó el conocimiento del espacio hasta finales del siglo XVI, cuando se llevó a cabo la revolución copernicana. El paradigma geocéntrico demostró también el egocentrismo de las culturas, cimentado en una tendencia unipolar, con el ser humano como centro del planeta (Thrower, 2002), noción que señalará el eurocentrismo durante los siglos posteriores.

La primera gran revolución

El progreso imponente de la cartografía fue de la mano con el impulso de la astronomía. Nicolás Copérnico (1473-1543), a través de observaciones astronómicas y cálculos geométricos, consideró en sus obras al Sol como centro del universo y a la Tierra y los otros planetas girando a su alrededor. Según Horkheimer (2003), esta teoría, denominada heliocéntrica, tendría un impacto trascendental en el conocimiento científico de la época. El pensamiento copernicano fue una fuerza revolucionaria, parte del proceso histórico que situaba el paradigma mecanicista en posiciones dominantes. El conocimiento científico en diversos ámbitos se desarrolló con la matemática, la física y las leyes naturales (Mardones, 1991). No obstante los cambios producidos en la ciencia moderna, el entendimiento del espacio en textos de geografía y cosmografía se daba con las concepciones tolemaicas, localizando topónimos funcionales a astrónomos y navegantes para la descripción de las características de la tierra, de las costumbres y la organización social de los países (Capel, 1977). Esta situación de resistencia a lo nuevo denota el control, poder y dominio de ciertos grupos tradicionales que no aceptan los cambios sociales. A pesar de que exista un nuevo paradigma aceptado como válido, los rasgos de anteriores modelos siguen presentes.

De esa manera, el avance de la cartografía se dio en mayor medida a partir del siglo XVI, pero los mapas de esta época han soportado críticas por las distorsiones en las formas, en las extensiones territoriales y por las expansiones de grandes poderes (Habegger y Mancila, 2006). En 1569 el matemático y cartógrafo Gerardus Mercator propuso una proyección del planeta a los navegantes europeos al trazar las rutas de rumbo con líneas rectas. Por tal razón, la representación del mapa se realizó con base en una figura cilíndrica que luego era dibujada en un planisferio. La proyección resultante (llamada cilíndrica) produce necesariamente distorsiones (como cualquier otra proyección, pues es imposible matemáticamente representar sin ellas una superficie esférica sobre un plano). De esta suerte, la isla de Groenlandia aparece a la vista como de mayor tamaño que Suramérica, por ejemplo. Por tener ciertas ventajas para la navegación, la proyección cilíndrica continuó siendo útil hasta la aparición de los modernos sistemas satelitales.

Figura 2. Proyección de Mercator en la actualidad.


Fuente: La proyección de Mercator versus la proyección de Gall-Peters (25/4/2014). Recuperado de https://thetuzaro.files.wordpress.com/2011/03/400px-mercator-projection.jpg

Arno Peters (1991) criticó las versiones cartográficas de Mercator, al plantear que este mapa tiene una desproporción de los territorios de Escandinavia dibujados tres veces más grandes en comparación con la península arábiga o la India. Peters afirmaba la presencia de un eurocentrismo producto de la representación de la dominación sociocultural que perdura hasta nuestros días. Él propuso un mapa conocido como la proyección cartográfica de Peters, proveniente del cartógrafo James Gall (1856), en donde se conservan las áreas, mas no los ángulos ni las distancias. Según Braceras (2012), la Unesco ha adoptado esta cartografía como la más cercana a la realidad, es decir, la políticamente correcta.

Figura 3. La proyección de Peters en la actualidad.


Fuente: La proyección de Mercator versus la proyección de Gall-Peters (25/4/2014). Recuperado de http://www.unabrevehistoria.com/2008/02/proyeccin-peters-el-mundo-en-su.html

Las distorsiones y ambigüedades continúan en el tiempo, al ubicar a Europa y Norteamérica en la parte superior de los mapas se demuestra el poder de los centros metropolitanos, mientras que África, Asia y Latinoamérica se grafican en la parte inferior para representar su condición de periferias coloniales. En culturas africanas, se han encontrado mapas donde Madagascar y la actual Sudáfrica están graficadas en la parte superior del mapa. La idea de superioridad ha buscado la legitimación del imaginario etnocéntrico plasmado en las cartografías. El racismo fue parte de la representación del espacio que territorializó tal superioridad a partir de la disminución de las dimensiones de países periféricos y el aumento de las dimensiones de países metropolitanos.

Por otro lado, en el siglo XVII se consideró a la ciencia moderna como la plataforma de una nueva perspectiva dominante en las siguientes centurias con estudios, entre otros, de Johanes Kepler, sobre las orbitas elípticas de los planetas; Galileo Galilei, acerca del conocimiento del universo por medio del telescopio; e Isaac Newton, quien estableció las leyes del movimiento. Por ejemplo, Galilei dibujó los primeros mapas lunares; entretanto Isaac Newton, al observar la reacción del péndulo en diferentes latitudes, explicó la tierra como una figura achatada en los polos y ensanchada en la zona media. Esta precisión de la forma terrestre permitió graficar con mayor exactitud las zonas continentales. En los Principia (1687), Newton escenificó muchos problemas cartográficos estudiados luego por Edmund Halley, a quien se le atribuyen avances cartográficos como el primer mapa meteorológico (1686) y el mapa de declinaciones magnéticas (1686) (Thrower, 1991).

En esta misma línea de avances, la geografía cartográfica desarrolló la búsqueda de la idiosincrasia de la época, gracias a lo cual logró avances en aspectos políticos, poblacionales y económicos, a diferencia de la geografía cartográfica en la Antigüedad. Bernardus Varenius, años atrás de los descubrimientos de Halley, en su Geografía general (1650) se acercó a una geografía con estatus de ciencia, lo que facilitó la realización de estudios regionales en el espacio terrestre (Vila, 1982). Para esta época, la geografía era considerada un área auxiliar de la historia y existía un hermanamiento instrumental y práctico entre ambas disciplinas (Capel, 1977).

Entre los siglos XVI y XVII, se generaron cambios socioculturales fundamentales para que el ser humano se expandiera geográficamente; en consecuencia, logró conocer otros espacios terrestres antes vedados por tradiciones occidentales principalmente religiosas. De tal manera, en Europa se presentó el fenómeno de la acumulación originaria, que se refiere al estado primario de la acumulación de capital, es decir, a la desvinculación del productor con los medios de producción y la demanda de la burguesía comercial de acaudalar riqueza (Marx, 1867). La expansión de las fronteras se llevó a cabo con viajes exploratorios de navegantes, principalmente portugueses, guiados con cartas marítimas. El colonialismo, representado en las exploraciones marítimas y terrestres americanas, africanas y asiáticas, fue el soporte de los nuevos avances cartográficos (Montoya, 2007). La evolución de los mapas se caracterizó por la descripción de las coordenadas que daban los exploradores, fundamentalmente comerciantes; esto permitió que se delinearan las nuevas tierras descubiertas. El proceso llevado a cabo por la geometría y la astronomía buscó precisión y exactitud en las distancias recorridas, formas de lugares y accidentes geográficos.

Desde esta época y hasta la contemporaneidad, la cartografía fue el objeto esencial de la geografía. Se originó la matematización de coordenadas y puntos de referencia presentes en los mapas, y se cambió la perspectiva del observador como sujeto cognoscente. En la Antigüedad, el sujeto graficaba el entorno desde su visión central, en la posición del plano del objeto. En cambio, en una configuración del mundo más universal, para los geógrafos modernos, el sujeto cognoscente tuvo otra perspectiva del objeto representado, al graficarlo desde una visión objetiva, es decir, por fuera del plano. De esta manera, hay una división entre sujeto cognoscente y objeto conocido, lo que genera el adelanto científico del conocimiento espacial del territorio y del entorno en la época. Los europeos construyeron los mapas desde esta objetividad científica.

En su momento, el cambio de la noción del espacio con la nueva cartografía llevó a considerar premodernas, atrasadas y poco racionales las concepciones en las que se privilegiaba la visión céntrica del espacio con la representación del sujeto en el mismo plano. Los mapas europeos contribuyeron a deslegitimar el conocimiento espacial de los colonos africanos y americanos, acción ideológica que pretendió demostrar una supuesta superioridad racial y cultural de la sociedad europea. Esta visión etnocéntrica imaginaba a los pueblos colonizados como hijos menores obligados a acelerar el proceso de civilización mediante el conocimiento occidental (Montoya, 2007). Era otra forma de justificar la dominación, que además iba acompañada de la evangelización, la esclavitud y el saqueo de las riquezas.

Ahora bien, en esta primera modernidad, la geografía se transformó con el progreso el conocimiento: pasó de la pura descripción de la superficie terrestre al análisis de las condiciones en que vivieron los pueblos considerados desconocidos. La preocupación por la riqueza en las tierras exploradas fue el sustento, en un principio, para las monarquías y, luego, para las repúblicas, del interés que manifestaron por la evolución de la geografía, de la cartografía y de la elaboración de atlas (Álvarez, 2000). El conocimiento del espacio fue cada vez más empírico y se conquistaron lugares desconocidos para establecer rutas comerciales, lo que permitió darle vuelo a la cartografía de la época. El mundo dejó de ser solo el mundo terrestre conocido. El ser humano no solo quiso expandir sus fronteras territoriales, sino que también expandió las fronteras mentales, de tal forma que el mundo y el conocimiento no debían de tener límites. A partir de esto se originó el sistema-mundo, que es el cimiento del actual mundo globalizado (Wallerstein, 2006).

En el periodo de la ilustración (siglo XVIII), el espacio y también el tiempo lograron otra connotación gracias a Immanuel Kant (1787), quien consideró el espacio como una intuición a priori: parte de una representación pensada y no como un concepto empírico extraído de experiencias externas. El espacio tampoco era un concepto discursivo o un concepto universal de relaciones entre las cosas, sino esencialmente el espacio era único y de una magnitud dada infinita. Así mismo, se concibe el tiempo como una intuición a priori en la que es posible la realidad de los fenómenos: forma pura de intuición sensible en la cual, debido a su infinitud, el ser humano ha introducido limitaciones que le reconocen su existencia y los fenómenos que allí se presentan. De tal forma, Kant eleva el avance teórico del espacio y el tiempo y con ello reafirma la relación tradicional y práctica entre geografía e historia. Ambas áreas del conocimiento son descripciones que tienen una correlación teórica: la historia describe fenómenos según el tiempo y la geografía según el espacio (Schaffer, citado por Capel, 1977). Así mismo, para Kant hay dos clases de ciencias: las especulativas, apoyadas en la razón, y las empíricas, apoyadas en la experiencia y en las sensaciones. Estas últimas se clasificarían en dos disciplinas de síntesis: la antropología, que sintetiza los conocimientos del hombre, y la geografía, que sintetiza los conocimientos sobre la naturaleza mediante la descripción de fenómenos y el reconocimiento de una visión del planeta, una disciplina espacial (Álvarez, 2000).

En cuanto a la cartografía, esta se desarrolló principalmente en Francia en plena coyuntura revolucionaria, con Jean-Dominique Cassini, cuando realizó el levantamiento topográfico de París con métodos de triangulación a partir de la medida del arco del meridiano de París. La carta de Cassini (1793) ya contaba con la representación de los trazados con curvas de nivel que le dieron relevancia a la imagen de los relieves y las formas de la superficie terrestre. Los gobernantes europeos quisieron hacer levantamientos de estos mapas en otras ciudades. Por su parte, en Norteamérica se reconocieron los trabajos de White (siglo XVI) y Smith (XVII), y sobre todo el mapa de Mitchell (1755), que graficó lo dominios británicos y terrestres de las colonias, y de Lambert (siglo XVIII), por las innovaciones en las proyecciones cartográficas (Capdevila, 2002b).

El razonamiento y la Ilustración fueron el combustible para que se diera la Revolución francesa, tiempo de cambios políticos que transformaron el mundo. En este momento la estructura monárquica cayó o quedó como parte de una representación histórica que le dio paso a las repúblicas liberales. Ilustrados como Hegel y Kant piensan la historia del mundo como teleológica, con el futuro de la sociedad a través de la razón y el progreso. Así mismo, el espacio y el territorio fueron definidos como parte de la edificación de un nuevo mundo que se avecinaba, donde territorios y fronteras fueron demarcadas para el control y orden, es decir, el poder de los Estados-nación.

Nacionalismo e imperialismo en lo político y positivismo en lo científico

Para el siglo XIX las revoluciones burguesas en Europa produjeron el desarrollo industrial, y el nacionalismo impulsó la creación de los Estados modernos e intervino en el conocimiento científico. Asimismo, se dio una tendencia a consolidar el saber generado en las ciencias sociales por medio del paradigma positivista. Según Mardones (1991), el origen del positivismo se presentó a partir del nacimiento de la burguesía embrionaria en los siglos XIII y XIV, pues a partir de entonces se da un gusto por lo secular, útil y concreto, en definitiva, por lo pragmático; en el lenguaje popular se decía «ir a lo positivo». No obstante, este inicio de su consolidación se dio en el siglo XIX, época en la que autores como Auguste Comte y John Stuart Mill, entre otros, dictaminaron que el conocimiento es verdadero solo cuando es científico, es decir, cuando es comprobable, verificable mediante la experiencia y la aplicación de leyes que certifiquen tal certeza.

Por otra parte, el evolucionismo de Lamarck y Darwin hizo parte de la geografía como ciencia de la naturaleza, del ser humano y del espacio. Su basamento conceptual se sustentaba en concebir las condiciones ambientales para la conformación de las especies y la adaptación al medio.

El impulso de las ciencias en Alemania se presentó en dos dinámicas: La primera consiste en la necesidad de conocimiento que fortaleció la academia con el robustecimiento del espíritu germánico exacerbado a partir de la invasión napoleónica. Y la segunda hace referencia al origen de la institucionalización de la geografía moderna que se dio en los principados germánicos, así como en Austria y Prusia. La unificación alemana fue un objetivo primordial en la búsqueda de equiparar fuerzas con Inglaterra y Francia y en el fortalecimiento industrial-territorial (Álvarez, 2000).

Como parte del anterior contexto histórico, Alexander Von Humboldt y Carl Ritter fueron los pioneros de la geografía científica. Estos intelectuales reflexionaron la naturaleza como unidad armónica con un orden natural que regía las cosas. Von Humboldt, considerado el padre de la geografía moderna, estudió la distribución de los seres vivos sobre la superficie terrestre. El positivismo lo llevó a definir la física del globo, donde complementaba conocimientos de geografía con la historia natural (Capel, 1977). Su impacto sirvió para los adelantos de la geografía física que tuvo una consolidación científica en el último tercio del siglo XIX (Capel, 1981). Igualmente, Von Humboldt representó varios de sus estudios geográficos mediante mapas en los que mejoró y expandió el lenguaje cartográfico (Capdevila, 2002 b). En América, fue reconocido por levantar mapas de la cuenca del Orinoco y del Amazonas, y por sus exploraciones en los Andes y en el Virreinato de la Nueva España (México), que sirvieron para la representación de los espacios en el continente (Thrower, 1991).

Por su parte, Ritter explicó la presencia de los seres humanos en la superficie terrestre, así como las relaciones entre el sustrato natural y el hombre, a partir de la comprensión del espacio como el teatro de la actividad humana (Luna, 2010). Este académico reprodujo su educación mediante las clases que impartió en Fráncfort sobre geografía complementada con historia. Consideraba que la tierra y los habitantes tenían relaciones y dimensiones que no podían estudiarse de forma separada: el territorio actuaba sobre los habitantes y los habitantes actuaban sobre el territorio. No estaba de acuerdo con la definición simplista de la geografía como descripción de la tierra; por el contrario, indicó que la geografía como ciencia comprendía a la tierra como unidad, así como las explicaciones del planeta en sus características, fenómenos y relaciones. Este autor concibió en los seres humanos cambios determinados por el espacio físico y ambiental; además, consideró a la historia determinada por fines providenciales (Capel, 1981). Al interesarse principalmente por la educación geográfica, creó y publicó mapas principalmente con este fin (Capdevila, 2002b).

La preocupación por el espacio en función de la industrialización implicó avances en el reconocimiento de minerales, nuevas vías terrestres y marítimas, lo que significó, aparte de la división entre geografía e historia, que aparecieran múltiples ramas. Así surgieron disciplinas geográficas ocupadas en temas como las dimensiones terrestres (geodesia), los fenómenos atmosféricos (climatología y la meteorología), cuerpos de agua (oceanografía e hidrología) y la superficie terrestre (geología). En Alemania se vivió un resplandor de la enseñanza de la geografía en las escuelas y en las cátedras universitarias. Este desarrollo interno por la formación pedagógica geográfica trajo consigo una eclosión de editoriales que destacaron la producción de manuales escolares, atlas y todo tipo de cartografías (Capel, 1981). Otras potencias europeas como Francia, Inglaterra e Italia imitaron el avance geográfico alemán, mediante la presentación en Europa de un importante avance cartográfico, al reconocer el territorio nacional y estudiar, a través de viajes exploratorios, los territorios de otros continentes. En un contexto donde los países europeos buscaban la colonización de Asia y África, los Estados proveyeron garantías institucionales para generar progresos cartográficos, geográficos, botánicos, etnográficos, entre otros, lo cual permitió que el poder de las potencias occidentales aumentara (Capel, 1981).

El determinismo de Ritter contribuyó para que los estudiosos del espacio como Richthofen se decantaran por la concepción más causalista de los fenómenos naturales, lo que posibilitaba empíricamente que fueran observados mediante la geografía física. Al precisar el objeto de la geografía se afirmó el carácter científico de su materia de estudio, se le dio preponderancia a la física y a la geometría, mientras que se rechazaron los procesos humanísticos e históricos. Así, Richthofen estudió la geografía con un carácter de geomorfología, y quedó casi como un apéndice de la geología u otras ciencias naturales.

La geografía quedó a la deriva, sin definir un objeto de estudio. Solo a través de Friedrich Ratzel, perteneciente a la escuela alemana, tomó rumbo al preocuparse por las actividades que realizaban los hombres y no solo por el espacio físico. Por lo tanto, la geografía basó su progreso científico en la relación del ser humano con la naturaleza, relación concebida como una ciencia humana (Buzai, 2003). Ratzel desarrolló la antropogeografía mediante la orientación de la geografía hacia las ciencias humanas, lo que llevó una vez más a observar el dualismo que se presentó en esta área del conocimiento procedente de la geografía desde la Antigüedad. La escuela alemana y francesa le dieron una solución coyuntural a este dilema de encontrar una unificación en los estudios geográficos y así orientaron sus estudios hacia la geografía regional y de paisaje (Capel, 1981).

La división en la Antigüedad hasta la Edad Contemporánea ha permeado los estudios del espacio, ya sea debido al carácter geométrico, matemático, cuantitativo y causalista de los fenómenos que ocurren allí, o por la visión humanista, cualitativa y teleológica de los mismos. La cartografía social podría originarse en la segunda concepción teniendo en cuenta a la geografía humana y su impulso en los paradigmas tradicionales que no posibilitaron que el espacio fuera entendido desde las clases bajas o marginales. La geografía humana concibió la evolución y el cambio histórico de las sociedades en la superficie terrestre donde se desarrollaron los eventos con una razón instrumental y elitista.

Esta visión afectó la cartografía y la geografía decimonónica. Las investigaciones tanto en geografía como en otras ciencias del ser humano fueron apoyadas por la burguesía industrial. A través de su estudio, se consolidaron ideas de región, país, territorio, fronteras nacionales, entre otras, que definieron mapas físicos y políticos en razón de la patria y la consolidación de los Estados-nación. Los estudios de Ratzel fueron fundamentales para la unificación y el expansionismo alemán. La idea de territorio estaba definida en relación directa con la formación del Estado y con el espacio vital para la sociedad. Estos conceptos estudiados por geógrafos alemanes reconocieron el entendimiento de una geopolítica clara y definida contrastada por la geografía francesa. Nates (1999) sintetiza todo el proceso histórico de la siguiente manera:

Se empezó a manejar científicamente el concepto de territorio durante la segunda mitad del siglo XIX, con la creación de la geografía académica, cuyo primer encargo fue típicamente colonial: se trataba de hacer el inventario de los recursos humanos y físicos del territorio controlado por un Estado. Por esta razón, la primera tarea de la geografía moderna fue completar la cartografía de los territorios metropolitanos o coloniales para asegurar al Estado el control de los recursos. Esta situación histórica explica la relación que existe entre 1) un modo de representación del espacio, el mapa; 2) el punto de vista de un actor predominante, el Estado, y 3) la concepción del territorio, extensión areolar definida por el ejercicio de soberanía exclusiva (p. 114-115).

Es decir, este concepto tradicional de territorio que presenta a la realidad como objetiva, sin darle ninguna relevancia a las percepciones subjetivas, hacía parte de un paradigma necesario para generar una identificación sociocultural y política. De esta manera, el territorio y sus representaciones a través de los mapas han sido herramientas para el fortalecimiento de la identidad nacional de los ciudadanos con los Estados republicanos. El territorio es el sustrato espacial donde los seres humanos fundamentan sus relaciones, a medida que le dan significado, crean y recrean el mundo social y natural. La cultura funciona como eje mediador entre los seres humanos y el territorio, de tal forma, las identificaciones y comportamientos individuales están en el marco del entorno histórico y social. En principio, se consideró que las condiciones del territorio cambiaban al ser humano y generaban un determinismo que poco a poco se fue superando en la actualidad (Miller y Galindo, 2012).

A finales del siglo XIX y principios del XX, el geógrafo francés Vidal de La Blache consideraba que la geografía no debía estar impulsada por la política. Buscó crear una vertiente denominada geografía colonial que favoreciera a Francia en el reconocimiento de territorios en África y Asia y el establecimiento de rutas imperiales en todo el mundo. La propuesta de Vidal de La Blache estaba más encaminada a entender el objeto de la geografía en la relación hombre-naturaleza desde una perspectiva paisajista. El ser humano fue considerado como un sujeto creativo y modificador de su espacio, lo que dio origen a los estudios regionales del conocimiento del espacio terrestre que dominaron por más de medio siglo (Capel, 1976). Álvarez (2000) precisa que Vidal de La Blache no se apartó de la propuesta geopolítica de Ratzel, sino que más bien la disimuló: en una visión etnocentrista, los europeos, como parte de lo que consideraban su misión, tuvieron contacto con pueblos primitivos a partir de la consideración de su desarrollo.

Tanto Ratzel como De La Blache basaron su conocimiento en la filosofía positivista de Auguste Comte, y reconocieron la realidad como objetiva y al investigador como un observador del paisaje, lo que permitió realizar descripciones y análisis mediante métodos cuantificables, medibles y exactos (Capel, 1981). La tendencia positivista daba relevancia al monismo metodológico en el que el método inductivo-casualista era considerado el único para conocer la verdad del espacio y en ese momento del hombre. La perspectiva ambientalista dio importancia a las ciencias naturales, con el fin de potenciar todo el campo del saber. Esto significó un avance en los estudios del medio físico y natural, pero no contribuyó en mayor medida a la comprensión de las relaciones humanas y el entorno que las rodea. No pudo llegarse a explicar el espacio como una elaboración humana ni a definirse lugares y territorios como esencia misma de la historia y la cultura. Esta visión limitada de la geografía física de la época tuvo una clara ascendiente del evolucionismo darwinista, que explicaba la adaptación de grupos humanos a ciertos medios geográficos, el predominio de estos medios y la superioridad de razas por la evolución de las especies y de los seres humanos (Luna, 2010). La geografía tuvo un ascendiente posibilista escenificado en los estudios franceses.

Gracias al paradigma positivista las concepciones del territorio, espacio, el desarrollo de la geografía y la cartografía evolucionaron, tanto por una razón científica como debido a un ascendiente político. La razón para crear ciencia con el conocimiento geográfico y cartográfico fue instrumental, movida por las necesidades de generación de capital de la élite burguesa y por la consolidación nacional e imperialista. El avance de la geografía tradicional se llevó a cabo con la formulación de una teoría que respondiera a diferentes perspectivas como era la geografía física, la geografía regional, humana, pero que no contó con señalamientos críticos. Es decir, sus máximas y principios fueron incorporados y transmitidos sin ser cuestionados. La geografía tradicional, más que encontrar su objeto de estudio, se dedicó a definir qué no era geografía (Álvarez, 2000).

Por otra parte, la cartografía logró desarrollarse por factores externos relacionados con el imperialismo y factores internos ligados al propio avance de la ciencia geográfica. Algunos de los progresos que consolidaron el trazado de los mapas fueron el uso generalizado de las curvas de nivel; los mapas de comunicaciones gracias al desarrollo del ferrocarril; el refinamiento en la cartografía náutica por el uso del barco de vapor con Matthew F. Maury, el fundador de la oceanografía; y la creación de mapas temáticos de fenómenos sociales como la cartografía de la pobreza, el crimen, las características poblacionales y las condiciones sanitarias, realizados por geógrafos como Niels Frederik Ravn (Capdevila, 2002b).

Para finalizar, desde la Antigüedad hasta principios del siglo XX la geografía y la cartografía fueron áreas del conocimiento preocupadas por el espacio terrestre en relación con las dinámicas humanas que sucedían en este. Así mismo, los contextos económicos, políticos y sociales influyeron en la representación del espacio, y esto permitió el avance de la cartografía. La exploración de nuevos territorios y la consolidación de un espacio unificado implicaron hacer mapas con un contenido político para la representación del mundo. Expandir las fronteras y establecer rutas comerciales eran objetivos consolidados por las élites, dado que buscaban riquezas en otros lugares, así como una manera de imponer cierta legitimación social. De tal forma, los mapas se construyeron con intereses afines a sectores dominantes de la sociedad.

En el siglo XIX se dio en gran medida el progreso científico de la geografía, y su institucionalización estuvo en favor de los intereses nacionalistas e imperialistas de las potencias europeas. La geografía epistemológicamente edificada mediante el positivismo se centró en dar explicaciones deterministas con componentes etnocéntricos-evolucionistas. Estas bases llevaron al reconocimiento del espacio mediante la geografía y a representar los lugares mediante la cartografía, lo que limitó la participación de las clases sociales bajas, las que podían dar otras perspectivas del mundo social que se estaba imaginando. Así, lo científico se separa de la participación social.

La burguesía procuró liderar ideológica y políticamente al resto de clases sociales, mediante la implementación del ideal de un mundo industrializado, representado a través de mapas que no evidenciaban la dinámica de los procesos histórico-sociales. En el siglo XIX y principio del XX, las masas consideradas ignorantes debían estar educadas para ciertos trabajos. No era concebido que obreros o campesinos en Inglaterra, Francia o Alemania participaran en la definición del espacio, en la comprensión de los lugares y en la representación de los territorios. Eso era cuestión de la élite, y el resto debía amoldarse e identificarse con intereses nacionalistas, lo cual generó el fortalecimiento de la unidad de los Estados poderosos de la época.

La ciencia geográfica y la cartográfica, como las otras ciencias, vivieron el proceso de separación del investigador y del objeto de estudio, lo que permitió dar un principio de objetividad y un carácter científico a las representaciones del espacio. No obstante, este principio parte de la universalidad, que contiene un componente ideológico al consolidar al ser humano como dominante del mundo, y al ubicarlo incluso por encima de su entorno, sin un pensamiento ecológico. La construcción objetiva y matemática del espacio fue un aparente principio de objetividad, porque más allá de su precisión, el contexto de los cartógrafos de la época era impulsado por el interés de conocer el mundo. Es decir, el hecho de conquistar nuevas tierras y nuevos pueblos como idea universal también tiene un componente ideológico que es subjetivo y que se implementa como medida de colonización, conquista y civilización de los pueblos periféricos. El principio de universalidad tiene un factor imperialista y de consolidación de la visión del mundo occidental. El centro étnico prevalece transformándose en universal, perspectiva que llevó a considerar como incivilizadas, poco racionales y supersticiosas las visiones que no encajaban en esta forma de ver y entender el mundo. Por eso, otras alternativas como la cartografía radical y la cartografía social le dieron prevalencia a la crítica, a lo cualitativo, a la participación o al subjetivismo, es decir, a las visiones particulares que contrastan con la visión totalizante del mundo que quiere implementarse desde la geografía tradicional, con lo que se pretendía establecer un nuevo paradigma de conocimiento espacial como lo fueron los nuevos estudios geográficos y cartográficos a mediados del siglo XX.

Las nuevas concepciones del espacio

Luego de las dos guerras mundiales (1914-1945), el mundo tuvo una transformación a partir de los desastres dejados por ambas guerras. Muertes, pobreza, desplazamientos forzados y destrucción de infraestructuras eran el resultado del imperialismo que tuvo auge a partir del siglo XIX. La industrialización, los nacionalismos y los colonialismos se consolidaron en Europa, Estados Unidos y Japón, Estados-nación con riquezas materiales y poderosas estructuras militares que definieron la guerra. La academia y la ciencia, con o sin intención, habían contribuido a estructurar un mundo donde el poder y la dominación se podían ejercer a través de armas cada vez más destructivas.

Disciplinas como la cartografía y la geografía sirvieron para precisar regiones, delimitar territorios, establecer rutas comerciales y fortalecer identidades nacionales; también fueron utilizadas como instrumentos de conocimiento para la guerra. De igual modo, el factor económico era fundamental para crear relaciones sociales supeditadas al capital y en las que el gran capital dominaba las políticas de Estado. El signo de los tiempos cambiaba para los países participantes en el conflicto, los cuales —salvo Estados Unidos— estaban devastados. El resto del mundo, África, Latinoamérica y parte de Asia, seguían contando con pueblos sumidos en la pobreza, la marginalidad y la exclusión social. Es decir, en el periodo de las grandes guerras y varios años después, se incrementó el número de seres humanos en la miseria, sumado esto a los ejércitos de trabajadores empobrecidos que laboraban en las industrias y a las corrientes de campesinos que migraron constantemente del campo a las ciudades. Millones de personas sufrieron los avatares de los tiempos, lo que llevó a académicos, científicos e intelectuales a preocuparse por el presente y el futuro poco halagüeño que le deparaba a la humanidad. La burguesía intelectual que había creído en el progreso y la razón no tuvo del todo claro cuál era el rumbo que debía seguir la historia. No obstante esta demostración de escuelas como la de Fráncfort, el instrumentalismo y el interés industrial siguió en marcha, lo que llevó a que estudios espaciales sirvieran para implementar estrategias militares, políticas nacionalistas y políticas económicas en favor de grandes capitales.

La nueva geografía hacía parte de estos cambios generados por la guerra en tiempos en los que se marcaba la división capitalista y socialista del mundo. Las nuevas corrientes de conocimiento se plantearon en dos polos: uno cuantitativo y uno cualitativo, que a su vez cada uno tuvo alternativas que precisaron los estudiosos del espacio según su ideología o formas de concebir el mundo. La nueva geografía se enmarcó en el neopositivismo, mientras que la geografía radical fue considerada antipositivista. Epistemológicamente, esto planteó debates al comprender paradigmas de estudios espaciales opuestos que buscaban, por un lado, la legitimación del statu quo y, por otro, la transformación de las estructuras del mundo capitalista. A través de este subcapítulo se pretende conocer ambas corrientes (cuantitativa y radical), con el fin de entender modelos antagónicos para comprender el orden espacial contemporáneo.

La nueva cartografía y la nueva geografía: métodos cuantitativos

El concepto de nueva geografía aparece repetidamente en diversos contextos desde el mismo siglo XIX, cuando los estudios se alejaban de la geografía puramente descriptiva. A partir de allí y con el surgimiento de otras corrientes como la del último tercio del siglo XIX, las renovaciones han causado cambios paradigmáticos a la ciencia geográfica. La legitimación de nuevos paradigmas hace parte de la crisis generada en las teorías de conocimiento y en los contextos históricos de determinadas épocas. La crisis en las ciencias posibilitó el surgimiento de nuevos métodos y nuevos avances científicos que lograron llenar los vacíos que reafirmaban la crisis. Según Piaget (citado por Capel, 1981), es una crisis que no se sustenta exclusivamente por la construcción teórica o metodológica que forman las disciplinas del conocimiento, sino en el desarrollo mismo de la historia de cada época, representado en crisis políticas, económicas, sociales y culturales. Así nacen los nuevos paradigmas que a través de la historia han transformado la epistemología del espacio y el conocimiento de la superficie terrestre.

En geografía y astronomía, las ideas de Tolomeo y de Copérnico fueron paradigmáticas en su momento. Asimismo, en cartografía, los viajes exploratorios de los siglos XV y XVI superaron la crisis de estancamiento del conocimiento espacial en el medioevo. Otro paradigma como fue el conocimiento del mundo terrestre hizo parte de una nueva era en la construcción de los mapas. De igual manera, la física newtoniana transformó la visión del mundo e influyó en el saber geográfico del siglo XVIII. Las revoluciones burguesas y las crisis concebidas en el poder monárquico lograron cimentar nuevas ideas y modelos en las ciencias en las que el positivismo señaló el camino de lo que debía ser considerado como racional y científico. Esta geografía y cartografía del siglo XIX estuvo sustentada bajo el nacionalismo y el poder imperial. La geografía de Ritter y la geografía de Vidal de La Blache también fueron consideradas en su momento nuevas geografías (Capel, 1981).

Por otra parte, en la segunda mitad del siglo XX, los estudios geográficos y cartográficos dieron un viraje hacia la necesidad de tener en cuenta las poblaciones. Se investigó sobre las realidades de minorías y mayorías, así la historia ya no era una exclusividad de las élites, sino que pertenecía a todos. De esta manera, también surgieron estudios interdisciplinarios que lograron tener miradas holísticas de fenómenos sociales como la pobreza, la guerra, el hambre, entre otros. Esto posibilitó a la geografía contar con el ascendiente de áreas como las matemáticas, la geometría y la estadística o la historia, la sociología y las ciencias económicas. De tal modo, la interdisciplinariedad consintió a nuevas ciencias como la geografía humana o la geografía económica tener auges relevantes (Vila, 1982).

A partir de los años cincuenta, la nueva geografía respondió a paradigmas matemáticos, de precisión y exactitud, buscando de nuevo una objetivación de la materia de conocimiento. A través del desarrollo técnico y tecnológico del siglo XX, la geografía y la cartografía contaron con nuevos sistemas de información que permitieron un rápido desarrollo mediante fotografías satelitales y sistemas operativos como el Global Positioning System (GPS). Esta geografía, por supuesto, fue de gran utilidad para Estados y empresas transnacionales al procurar el control social y al estudiar las áreas de productividad y mercado factibles para ser explotadas. Las mayorías hicieron parte de la geografía, si bien no para crear las representaciones de los espacios, sí para ser el foco de investigación de la distribución demográfica, de la estadística en la desigualdad social y la pobreza y de los prototipos de consumidores de productos ahora mundiales.

Esta nueva corriente atacó la concepción regional-historicista. Los métodos cuantitativos se tomaron la geografía norteamericana la cual indujo otras geografías. Al volverse la geografía más matemática, hubo una importante geometrización en la concepción del espacio (Capel, 1981). Por ejemplo, Peter Hagget (1994) empezó a concebir el espacio como objeto de la geografía, mediante la definición de componentes del espacio como nodos, redes, jerarquías y flujos, además, sustentaba el espacio a partir de la interacción entre configuración territorial y dinámica social, mediante la inclusión de conceptos de planeación regional, problemas de localización de espacios y problemas de uso del suelo entre otras nociones y fenómenos estudiados. En su Geografía: una síntesis moderna (1988), Hagget explica cómo se ha presentado un cambio de paradigmas en la geografía moderna y escenifica la entrada de la fenomenología como corriente filosófica preocupada por el sujeto. En los años setenta, Perroux introdujo un nuevo concepto de espacio caracterizado por no ser cartografiable. De tal forma, consideró un espacio geoeconómico (banal, absoluto) y un espacio económico (homogéneo y polarizado). El primero como parte de las relaciones de objetos económicos del mismo tipo y el segundo como parte del desarrollo de un polo que genera unas fuerzas de atracción importantes (Luna, 2010).

El neopositivismo fue promoviendo los avances llevados a cabo por la geografía humana, así la geografía se preocupó por la concepción del espacio, más allá de la región o la superficie terrestre. La geometría que Harvey llamó el ‘lenguaje de la forma espacial’ está relacionada con el énfasis sobre el espacio. La localización espacial de la población y las actividades se transformaron en un componente fundamental en la investigación. Entre los temas de la nueva geografía, se abordó el espacio terrestre, la organización espacial, las distribuciones y asociaciones espaciales, las estructuras espaciales y las regularidades (Capel, 1981).

La nueva geografía pasó del estudio regional a un estudio donde se formulan leyes generales, es decir, una ciencia nomotética, debido al positivismo del método hipotético-deductivo. La necesidad de aplicación de la matemática y el estudio geométrico van a impactar sobre el conocimiento geográfico. Dentro de esta nueva geografía aparecen autores como Burton y su artículo «La revolución cuantitativa y la geografía teórica» (1963) y David Harvey con «Explicación en geografía» (Luna, 2010). Por ejemplo, Burton consideró la revolución en geografía por la búsqueda de un estudio más científico que llevara a consolidar una ciencia espacial. El desarrollo epistemológico y teórico de la nueva geografía fue esencial para la consolidación como ciencia y la importancia académica evidenció una insatisfacción de parte de la comunidad científica por la geografía ideográfica (Delgado, 2003).

Por otro lado, como medio informativo, los mapas se consolidaron como una fuente inagotable para que el ser humano comprendiera las relaciones espaciales y plasmara las percepciones de su entorno y el espacio en general. Las técnicas para observar y describir los territorios han avanzado con el tiempo. Por ejemplo, a mediados del siglo XX, se desarrolló la tecnificación en instrumentos de precisión a través de elementos cuantificables para la generación de la cartografía de la época. El efecto de la Guerra Mundial y la Guerra Fría impulsó estos cambios y condujo a una rigurosidad científica en cuanto al diseño de modelos geográficos y cartográficos. La planeación económica también contribuyó al cambio de paradigmas en el estudio geográfico. Se dejaron de lado elementos históricos y se permearon los estudios de la geografía humana por la búsqueda permanente de la precisión matemática en la descripción y análisis de los territorios. La revolución informática causó un proceso cada vez más preciso y veloz en cuanto al procesamiento, recuperación y archivo de documentos y datos, así como una nueva ejecución de probabilidades de los espacios futuros logrados por modernos sistemas computacionales. Los avances en la geografía lograron que la cartografía alcanzara la tecnología satelital de georreferenciación, modernas fotografías aéreas, sistemas de posicionamiento global (GPS) y sistemas avanzados de información geográfica (Mora y Jaramillo, 2010).

Se puede afirmar que hubo una cuantiosa evolución tecnológica en la representación del espacio al alcance de la nueva cartografía. A partir de la Segunda Guerra Mundial, la cartografía, a través de la fotografía aérea captada desde aviones, tomaba imágenes de los trazados y así dio origen a las técnicas de fotogrametría. Desde los vuelos se observó el terreno, lo que permitió el reconocimiento del relieve, así como la observación de viviendas, árboles, desastres naturales y culturales. En los años cincuenta, la informática irrumpió en las formas de concebir los mapas: primero, con el aporte a la precisión de la forma y tamaño del globo terrestre; luego, en los sesenta, con dibujos mediante computadores; y más adelante, en los setenta, con los registros numéricos en las informaciones presentadas en los mapas. La era satelital, profundizada desde los ochenta, va a implementar mayores avances en la precisión de las características de puntos observados a través de las fotografías satelitales. Las imágenes satelitales posibilitaron una actualización constante de mapas, reducciones en el margen de error y el ahorro de tiempo. La evolución informática aprovechó una complementariedad entre teledetección y cartografía, lo que llevó a un sistema integrado de información geográfica que esboza datos cartográficos, así como imágenes originales, numéricas o gráficas (Grelot, 1991).

Seis décadas de progreso tecnológico han derivado también en una democratización de la información a través de sistemas informáticos como el internet. De tal manera, la red ha permitido una conectividad entre los seres humanos a nivel mundial, así como el entendimiento y uso cotidiano de herramientas de información geoespacial como Google Earth. Hoy en día, esta difusión de la información ha llevado a que mayor cantidad de personas tengan acceso a la educación en geografía y al reconocimiento de territorios, de lugares y de sus entornos a través de imágenes satélite. Como resultado, se ha transformado la visión autoritaria que se tenía del entendimiento de la cartografía. Esta vulgarización de la información también generó que grupos económicos, políticos y sociales utilizaran herramientas para vender productos, aparatos estatales y contra estatales y que realizaran estrategias militares; además, permitió que entidades nacionales, supranacionales y organizaciones no gubernamentales contribuyeran a mitigar la pobreza y asistir a personas que sufren catástrofes naturales.

Estos sistemas tecnológicos avanzados inducen a los seres humanos a sentir que pierden la intimidad, como lo presenta George Orwell en su novela distópica 1984 (publicada en 1949), donde los ciudadanos sienten la vigilancia permanente del Gran Hermano.

Los estudios radicales: cartografías y geografías contra los sistemas imperantes

El avance de la geografía cuantitativa motivó a impulsar una nueva geografía más humanista luego de los años sesenta y setenta, transformándola, aunque sin concretar en una fase evolutiva lineal en su desarrollo (Capel, 1981). A partir de 1969, dada la desigualdad social y la marginalidad existente, así como el contexto político-económico bipolar (capitalismo-socialismo), surgió una corriente que se preocupaba por concebir el espacio no solo para los poderosos, sino para mayorías y minorías excluidas y relegadas por el poder. Varios cartógrafos, geógrafos y analistas críticos de las realidades espaciales comprendieron la necesidad de que los grupos marginales fueran tenidos en cuenta en las concepciones espaciales e incluso que participaran de ellas mediante la formulación de sus propios conceptos.

Así, en los años setenta, se consolidó una corriente de pensamiento crítica de tendencia marxista que conminó a las ciencias sociales a protestar contra el sistema globalizado y capitalista. La geografía radical pretendió darle una completa renovación a los estudios espaciales, considerando que el ser humano no podía ser impasible al contexto donde había vivido. Las grandes poblaciones de clase media y baja en zonas urbanas y rurales necesitaban estudios territoriales que les permitieran transformar la historia. Los nuevos mapas respondieron a explicar el mundo concebido desde abajo, como lo proponía la escuela marxista inglesa y, en parte, la teoría crítica propuesta por la escuela de Fráncfort. Así mismo, los cartógrafos de la escuela radical procuraron hacer un análisis reflexivo y crítico de mapas tradicionales en el que explicaran el poder y los intereses develados en estas representaciones.

En ese sentido, según Luna (2010), Mario Bunge consideró que el geógrafo debía mezclarse con el pueblo antes de querer pertenecer a una estructura académica para hacer geografía. Asimismo, Richard Peet (1998) concibió la abolición de las instituciones que sustentaban el estatus social y criticó el carácter instrumentalista de la geografía cuantitativa. Dice Peet (1998):

A pesar de su gran funcionalidad, la geografía humana como ciencia espacial fue aislada de la ciencia social en general, que tuvo dificultades para reconocer la significancia de toda esta teoría acerca del espacio. La revolución espacial también produjo un dualismo entre espacio y ambiente, irónicamente en el momento en que los problemas ambientales ganaban importancia (p. 32-33).

En esa misma línea, David Harvey (1977), mediante el análisis marxista, estableció la idea de comprender el espacio y el territorio como una lucha de clases. En ese contexto se da otra nueva forma de entender la geografía y la cartografía que dará un papel preponderante a las mayorías y minorías excluidas. Uno de los objetivos fue contribuir desde la geografía a formar una sociedad más equitativa y justa. Por ejemplo, en Urbanismo y desigualdad social (1977), Harvey consideró la justicia social y la moral como temas preponderantes al momento de implementar políticas urbanas o de desarrollo en las ciudades. A esta concepción le imprimió la crítica marxista en búsqueda de acciones prácticas para la transformación de la desigualdad mundial. El autor generó una remoción de los cimientos de las bases geográficas, donde los intereses de arriba primaban por encima de los intereses de abajo al momento de edificar la geografía (física, humana, cuantitativa, entre otras) y, asimismo, elaborar la cartografía.

De esta manera, en Europa y como parte de este movimiento populista radical, se planteó una línea de trabajo con geógrafos como Morill y Folke, que van a encontrar la trascendencia del espacio y su representación a través de los mapas y todo el ámbito de la geografía mediante el contexto de una lucha social revolucionaria. El cambio social se escenificaba a partir de la creación del marco teórico, del estudio y del trabajo que había resultado de la transformación de la geografía y la cartografía. Hay una relación directa entre la renovación de postulados teóricos y la participación de David Harvey en el desarrollo de la geografía radical. Por ejemplo, en Francia se combatió la geografía posibilista mediante la presentación, a través de autores como Lacoste, de la importancia del análisis del espacio no como una cuestión de las élites académicas y políticas, sino como un problema de todos y todas (Luna, 2010).

Por otro lado, John Harley (2005) aboga por el método deconstructivo, idea filosófica nacida en Heidegger, pero utilizada por Michel Foucault y Jaques Derrida. Estos intelectuales franceses también reflexionaron sobre el conocimiento construido desde arriba, mediante la implementación de críticas de contextos donde se generaba el conocimiento, así como mediante críticas sobre el poder como factor de creación de teorías y paradigmas. El método de la deconstrucción se concibió a partir de la observación, la crítica, la reflexión y el análisis histórico. En cuanto al espacio y los entornos, este método propuso establecer la deconstrucción en los mapas, lo que llevaría a separar la realidad de su representación y al descubrimiento de silencios, olvidos y contradicciones que afectan el carácter supuestamente objetivo de los mapas. La deconstrucción del texto cartográfico buscó resituar significados, eventos y objetos en marcos generales y estructurales. Los mapas considerados de tipo científico son transmisores de valores y de control político y social, son otra forma de texto que logra la identificación de la población con la representación del mundo (Capdevila, 2002a).

En ese sentido, Harley (2001) se distancia del pensamiento positivista, racionalista y objetivista; como resultado logra un cambio en la perspectiva convencional que permeaba la epistemología y reconoce los mapas como construcciones sociales. De tal manera, el cartógrafo es un sujeto social que pertenece a unos entramados políticos y económicos que instrumentalizan su conocimiento y permean sus intereses. Explica que en la cartografía existe un poder externo y uno interno. El externo se refiere al poder político que ejercen los centros de poder y los intereses que tienen en la representación del espacio, en la identificación que la población establece con este, así como en la creación de control territorial representado en el poder jurídico que crea fronteras, disciplina y norma. Por otro lado, el poder interno es el que está inmerso en el texto cartográfico y pertenece a cualquier texto como medio de comunicación (Capdevila, 2002b).

Según Capdevila (2002b), Harley realizó un aporte a la metodología del análisis de los mapas y llegó a obtener una profunda interpretación mediante el conocimiento del contexto histórico y de los objetivos de cartógrafos, instituciones y de la sociedad para realizar las representaciones. Consideró al mapa como descriptor del mundo, en términos de prácticas culturales y relaciones de poder, preferencias y prioridades; en ese sentido, se puede tratar el mapa más allá de una imagen especular de la realidad, que puede ser decodificado de la misma forma que otros sistemas de signos no verbales. La representación del mundo en cartografía se elabora a partir de signos convencionales o no convencionales, metáforas e imágenes retóricas.

En ese sentido, los mapas no están libres de valores por cuanto exponen un discurso con significación política, una carga simbólica utilizada por parte de intereses de poderes que se benefician y son una forma de conocimiento, es decir, una forma de poder. Estos ejemplos pueden observarse en la escenificación del imperialismo, en el manejo de la tecnología y en el establecimiento de los derechos de propiedad y recaudación de impuestos. Los mapas destacan lo que interesa y ocultan también lo que interesa a los cartógrafos, quienes trabajan bajo intereses económicos y políticos; de esta manera se generan silencios y olvidos de otras voces periféricas (Capdevila, 2002a).

Por otro lado, según De Souza (1991), los mapas no pueden ni deben reflejar la realidad como se presenta, ya que no serían prácticos. Por tal razón, se da una distorsión de la realidad a través de tres mecanismos como son la escala, la proyección y la simbolización. Se habla de la existencia de sesgos, abusos, distorsiones y desviaciones que cuentan con unas implicaciones políticas al tiempo que hay distorsiones inconscientes producidas por los valores de la sociedad productora del mapa.

En este sentido, si el cartógrafo está influenciado por intereses, ¿cómo se hace para que quienes construyen los mapas den un viraje hacia intereses sociales? Se hace imprescindible que las formas de conocimiento del espacio se desarrollen a través de cartografías alternativas, idea que queda emparentada con los estudios de la geografía radical, y por tal razón se quiere abogar por una cartografía social. Esta disciplina no excluye los intereses, voces silencios y olvidos propios de la literatura de los mapas, ni siquiera el interés político, el cual se transforma en un interés democrático participativo. Si la tan popularizada democracia no se reproduce en todos los espacios, esta forma que en teoría le da el poder al pueblo queda meramente nominal. La cartografía social da un poder social a la comunidad y se transforma en una legitimación política que contrasta con los discursos positivistas, academicistas y tecnocráticos que favorecen a minorías con poder económico y político. Las proyecciones que hacen los mapas o el establecimiento de centros representativos son una forma de etnocentrismo, en la que generalmente la cultura que hace el mapa se considera superior y por lo tanto prevalece alguna información sobre otra. Estos silencios son informaciones filtradas de manera tácita: no se desea que aparezcan o no son consideradas relevantes.

En ese sentido, Harley (2005) expone la presencia de dos tipos de silencios: en primer lugar, los intencionados o estratégicos, que están relacionados con la actividad militar y el control de la información que se transforma en políticas de Estado para que la información de su territorio no se disemine; y en segundo lugar, los no intencionados de tipo comercial, que permiten monopolizar el conocimiento y lograr que las rutas no queden al alcance de todos; un discurso político y social que privilegió un tipo de verdad sobre las otras. El rechazo del imaginario de los otros y de las denominaciones que se les dan a los lugares se presenta porque el grupo dominador quiere representar su propio mundo con el fin de contribuir a la generación de identificaciones con su grupo (Capdevila, 2002 a). Por tal razón, la geografía radical abogaría para que la cartografía esté basada en una teoría social y no en el positivismo científico, que vuelve excesivamente tecnicista el conocimiento (Harley, 2005).

Los mapas son productos culturales de conocimiento y poder; más que imágenes, se deben entender como un texto de envío de mensajes y un discurso sobre espacios construidos por los seres humanos. Se puede afirmar que los mapas tradicionales son una imagen-documento que funciona como correlato de la historia de una realidad que es edificada por las élites que quieren dominar un espacio en un determinado tiempo (De Souza, 1991). Como otra herramienta más de la comunicación entre sujetos y grupos sociales, las cartografías tienen su propio lenguaje, ligado al poder-saber, así como son fuente invaluable del conocimiento. El Estado ha utilizado los mapas como medio de construcción de la identidad territorial y de definición de los espacios que habitan y transitan los sujetos (García, 2008). Asimismo, quienes producen los mapas observan el mundo desde su cultura, perspectiva que ha sido sesgada o limitada por el lenguaje propio de cada contexto. Las cartografías resultan ser mensajes sociales, que no deben contener la dimensión objetivista propia del positivismo, de manera que sea posible desmitificarlas de su concepción como elementos científicos que no puede ser criticados, analizados y reconstruidos (Montoya, 2007).

Otro modelo de los nuevos estudios geográficos y cartográficos es el ecologismo. En los decenios de 1950 y 1960, geógrafos marxistas como Pierre George y Jean Tricart propusieron una geografía práctica, de gran renovación y preocupada por la vida y el medio ambiente, que fue apartada por los neopositivistas en los setenta, pero recuperada por los neomarxistas en los ochenta. Así, en las últimas dos décadas de fin del milenio, la sociedad entra en un periodo de globalización sustentado por la estructura capitalista que lleva a mirar otras formas de entender la relación entre el ser humano y el medio ambiente como es el ecologismo. Esta propuesta hace parte de la renovación geosocial, basada en el desarrollo sustentable y sostenible, que plantea como una alternativa el rescate del valor ecológico, lo que lleva a una utopía difícil de lograr en el marco de un mundo capitalista creado para la productividad (Rojas, 2005).

Entre los valores intrínsecos de la geografía como disciplina se encuentra la cartografía y la relación ser humano-naturaleza. La cartografía representa el lenguaje en el que puede expresarse el objeto de estudio de la materia geográfica como es el espacio socialmente construido. Los mapas son instrumentos que representan características, hechos y procesos del espacio. Su importancia en la geografía, a diferencia de otras materias de análisis, está en ser un instrumento de análisis de la base espacial donde se llevan a cabo los procesos, relaciones y hechos desarrollados en la superficie terrestre (Rojas, 2005). Ahora bien, la relación ser humano-naturaleza se debe observar como parte de un proceso dinámico e histórico–cultural, y no como parte de una relación estática en la que los seres humanos no reconozcan que viven en entornos de transformación.

Puede situarse esta visión ecologista como parte del posmodernismo, donde también sale a relucir una geografía de género. Esta ha buscado realizar una deconstrucción del estudio del espacio explicando que su construcción se realizó a través de la visión discriminatoria del hombre que ha generado control social sobre las mujeres. Se hace necesario plantear una lucha por la justicia de género en el entendimiento del espacio que subvierta el dominio en la construcción espacial y relacional ejercido por los hombres. De esta manera, se ha planteado una lucha política por las espacialidades alternativas que tienen que ver con el hogar, el trabajo, la recreación y la vida comunitaria. La visión del mundo occidental ha negado la existencia del otro femenino, y solo le da relevancia en presencia o ausencia del espacio masculino. Por tal razón, el nuevo entendimiento del espacio desde la emancipación femenina llevaría a replantear las relaciones sociales de dominación que se fraguan en la cotidianidad y que también son representadas de forma discriminatoria en el estudio de la geografía y también en el levantamiento de las cartografías tradicionales (Delgado, 2001).

En síntesis, las nuevas geografías han presentado diferentes enfoques; uno de ellos adscrito al poder convencional y en el que, a pesar del avance en cuanto a métodos de precisión, gracias a la tecnología y a áreas como la geometría y la matemática, el resultado ha llevado a la construcción de cartografías que no han mostrado el espacio como una construcción social, histórica y dinámica. Estos estudios han permitido que las representaciones espaciales se adscriban a intereses estatales ligados a condicionamientos económicos, políticos y militares. Estudios que incluso han ido de la mano con un contexto socio-espacial planteado por Estados Unidos con la connivencia de otros países que apoyan el neoliberalismo y la globalización. A partir de la caída del socialismo en Europa, se pretendió imponer una visión del mundo (y en gran medida se ha impuesto): el capitalismo. Esto genera que la comprensión espacial, territorial y sus representaciones estén abocadas a cierto unanimismo científico-académico. La carencia de estudios críticos en países centrales refleja la continuidad del reinado del paradigma positivista expresado en múltiples vertientes como lo puede ser el neopositivismo, el funcionalismo, el posibilismo, el idealismo, entre otras. El fin de la historia proclamado por Fukuyama (1991), gracias a la caída del socialismo, ha encontrado ideas afines en áreas del conocimiento que proclaman en este caso el fin de la geografía, explicada como la desterritorialización del mundo a partir de las nuevas tecnologías (Segrelles, 2002).

Contrastar teorías, metodologías y acciones prácticas ejecutadas con la esencia del positivismo no es tarea sencilla. Se han hecho esfuerzos desde la geografía radical y desde los novísimos estudios con la visión ecológica del espacio y la geografía de género, pero estos estudios, junto con una cartografía más participativa, deben seguir encontrando caminos prácticos para los problemas que aquejan el mundo contemporáneo y especialmente las comunidades marginadas. La teoría social escenificada en la teoría crítica posibilita darle otra valoración a los mapas, lo que impulsa la elaboración cartográfica de nuevas representaciones. Para tal cometido es fundamental la interdisciplinariedad, también la interculturalidad y la democratización del conocimiento con la participación activa de la comunidad. Solo de esta manera pueden evaluarse los contenidos hegemónicos, desjerarquizar lugares, territorios, espacios y así reconstruirlos, a partir de su enunciación con discursos y textos críticos, estos serían los nuevos mapas sociales que parten del nuevo paradigma de una ciencia espacial alternativa.

Conclusión

El cambio de paradigmas ha sido un aliciente de las ciencias para renovar los conocimientos y tener otra mirada del entorno social a través del tiempo. En cuanto al espacio y su representación gráfica, se han propuesto distintos modelos teniendo en cuenta lo cuantitativo, lo cualitativo, la división del ser humano y el espacio o su complementación, las esferas de poder, el mundo ecológico o la reproducción del poder masculino. Estos paradigmas han promovido distintas clases de mapas, en la mayoría de casos mediante la exclusión de las comunidades y a la gente que vive en distintos territorios. Algunas tímidas propuestas de participación de sujetos fuera de la academia o de sectores poderosos han hecho su aparición en el momento de construir cartografías. Tal vez en la historia del hombre primitivo o de culturas periféricas lejanas al eurocentrismo le han dado mayor importancia al hecho de que la representación del espacio, de los lugares y territorios es una cuestión de todos y ahora también de todas.

Los mapas mentales hacen parte del imaginario que las personas elaboran a diario de los espacios habitados. Los trazados los recorren a diario; son rumbos definidos por la cotidianidad. Estos lugares hacen parte de la existencia de los sujetos y los han dotado de un carácter trascendente. Estos mapas también tienen distorsiones y deformaciones como los otros, hacen parte de la vida de las comunidades, pero en la medida en que sean representados podrán hacer parte de la memoria social. Y para tal caso, la herramienta para lograrlo es la cartografía social, metodología que puede escenificar la participación colectiva, que puede observar otros matices de las percepciones y los imaginarios que la gente tiene de los espacios.

Tal vez la cartografía social hoy no sea un paradigma que transforme radicalmente la visión etnocéntrica que se tiene del territorio, pero no solo debe ser parte de la geografía, sino de otras áreas del conocimiento como la antropología, la sociología, la historia y, si vamos un poco más allá, de la vida misma, debe ser un mecanismo de inclusión política que busque construir espacios nuevos, alternativos y que pueda representarlos.

4 Conocimiento científico capaz de formular leyes de validez universal.

5 A partir de 1917, con la Revolución rusa, se implantó la idea de que el socialismo no era solo una utopía, y la expansión del comunismo se extendió a varios países, en primer lugar, los europeos. A partir de 1945, el mundo de la posguerra estaba dividido entre capitalismo y socialismo, cuestión que generaba conflictos internos en diferentes países. En Latinoamérica, el surgimiento de guerrillas comunistas buscaba revoluciones que pretendían subvertir el poder político asumido por oligarquías que desde el siglo XIX habían controlado el poder de las naciones. En este periodo se llevó a cabo la denominada Guerra Fría, confrontación entre las dos grandes potencias mundiales: Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que no desencadenó en una confrontación armada directa por una neutralización conjunta debido al poderío militar de ambos países. No obstante, esta nueva modalidad de guerra presentó una lucha por la supremacía mundial en los campos económico, político, social, científico-tecnológico, cultural e incluso deportivo. Gran cantidad de países se alinearon con uno u otro sistema, lo que originó divisiones políticas y conflictos armados internos (Hobsbawm, 1992).

6 Este tratado especificó cuáles territorios en América le correspondían a la corona española y cuáles a la portuguesa.

Representación gráfica de espacios y territorios

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