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¿Qué es autoestima100x100?

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Nadie que confía en sí mismo envidia la virtud del otro.

Marco Tulio Cicerón

La confianza en uno mismo es el primer secreto del éxito.

Ralph Waldo Emerson

«Un viaje de mil millas comienza con el primer paso», y eso es lo que vamos a hacer ahora tú y yo. Para ello, y ante todo, es conveniente unificar los términos de referencia, saber a qué nos estamos refiriendo con algunos de los vocablos utilizados.

Podemos encontrar un gran número de definiciones distintas que hablan de la autoestima. Posiblemente, cada escuela psicológica, e incluso cada tendencia filosófica, nos darían su particular visión. Para mí, y para el trabajo que vamos a abordar en este libro, la autoestima es la valoración y aprecio que la persona tiene de sí misma por las cualidades y experiencias que justamente se reconoce. Sería como el grado de confianza en las propias capacidades y habilidades para hacer frente a los retos con los que nos tenemos que enfrentar a diario, y la disposición para alcanzar altas metas.

Quiero dejar patente que no estoy hablando de un concepto abstracto, sino de una actitud objetiva y valorable. De nada sirve que alguien proclame a los cuatro vientos que tiene una alta autoestima si a la hora de la verdad se amedrenta ante cualquier situación imponderable que se le presente. Tampoco es una actitud calificable como autoestima saludable, la del jactancioso, prepotente, arrogante o vanidoso; estos comportamientos esconden tras de sí, con demasiada frecuencia, un complejo de inferioridad que se pretende suplir con tales muestras de falsa superioridad. Mucha gente confunde la arrogancia y las manifestaciones ostentosas de orgullo con una alta autoestima; craso error, nada más lejos de la realidad. Cuando un individuo posee una imagen deteriorada de sí mismo y teme que los demás se den cuenta de su pobre perfil, busca por todos los medios proyectar una imagen de superioridad muy distante del auténtico valor de la autoestima. La genuina autoestima no necesita de alarde ni boato para mostrarse, brilla por propia naturaleza.

Hay oro falso porque existe el verdadero.

Sin duda, todas las personas, unas más conscientemente que otras, tienen una imagen de sí mismas. Esta imagen o autoconcepto se sustentan sobre experiencias subjetivas, que pueden estar más o menos próximas a la realidad objetiva. Es decir, son las experiencias y la lección aprendida de ellas las que nos permiten crear una imagen valiosa o pobre. Es por ello por lo que tanto la realidad individual como el grado de autoestima son procesos en permanente cambio y evolución. Por tanto, el incremento de la autoestima está directamente relacionado con la mejora del individuo y su correspondiente maduración en todos los niveles: físico, mental y emocional.

La alta autoestima implica necesariamente que la persona se sienta valiosa, pero su valía ha de traducirse en hechos, ya que resultaría falsa si no se manifiesta como algo eficaz y útil. Pero una sólida autoestima también reconoce las propias deficiencias y limitaciones, examinar sinceramente cómo uno es resulta imprescindible para el equilibrio. No hay nada más estúpido y contraproducente que rechazar la propia realidad. Si quieres cambiar y crecer, acepta tu condición presente, no la niegues, es parte de ti y a partir de ella has de construir tu nuevo yo. Por tanto, la utilidad y la eficacia han de ser constatadas cada día y avaladas por los hechos, es decir, por los logros, nunca por impresiones subjetivas, por apreciaciones engañosas producto del rechazo a cómo somos. Sin duda, éstas conducirían inexorablemente, en un plazo más o menos dilatado, a una imagen deforme del uno mismo y, lo que es aún peor, a manifestaciones egóticas tales como la vanidad, la arrogancia

y la petulancia.

El conjunto de elementos que aporta la valía que buscamos se basa en una confianza plena en la capacidad de pensar y en la habilidad para hacer frente a los desafíos de la vida, todo ello basado en una completa sinceridad con uno mismo. Siempre es bueno pensar en positivo, hacer afirmaciones positivas, pero si detrás de ellas no hay acción ni realidad, nos estamos engañando a nosotros mismos y eso es una de las cosas más destructivas que pueden ocurrirle a una persona, caer en el autoengaño. Sin embargo, cuando uno es sincero consigo mismo, si acepta y no impugna sus condiciones personales, podrá ser más o menos eficiente, tener mayor o menor autoestima. Pero esa sinceridad genera seguridad, y la misma seguridad hace a la persona consciente de su derecho a triunfar y ser feliz, a ser respetada, digna de confianza, y a saber que puede alcanzar lo que necesita, manifestando abiertamente y sin recelos sus principios morales, éticos y espirituales.

Por otra parte, como ya he insinuado, la autoestima se encuentra directamente vinculada a la personalidad, tanto a la real como a la ficticia o egótica. La falsa personalidad a la que hago referencia es la basada en la mentira, es aquella que pretende mostrar cara al público algo distinto de lo que se es: vanidad, petulancia, arrogancia, prepotencia, como señalaba antes. La falsa personalidad y la falsa autoestima se alimentan del disimulo y del engaño, que degrada tanto por exceso como por defecto la auténtica valía. La auténtica y sólida autoestima, por el contrario, se sustenta en la sinceridad y el coraje. Sinceridad para vernos y reconocernos tal y como somos, y coraje para cambiar aquello que entorpece el crecimiento y desarrollo como seres humanos.

Ahondando un poco más en la definición de la autoestima, diría que es el conjunto de creencias —tanto limitantes como potenciadoras— y de los valores —virtudes y/o viciosos— que delimitan el universo personal. Se trata pues de la concepción, del modelo que el sujeto tiene del mundo, tanto interno como externo, lo que cree acerca de quién es, de sus capacidades, habilidades, potencialidades y recursos, pasados, presentes y futuros, de lo que lo ha conducido hasta donde está y lo llevará hasta donde crea que puede llegar.

La autoestima es mucho más que una simple idea o un sentimiento, es una fuerza motriz generadora de motivación e inspiradora de las acciones. La estima permite reconocer las capacidades que poseemos, tanto disponibles como en potencia, y que en buena medida son lo que hace que el sujeto se sienta valioso. De ahí la generación de energía, de fuerza activa, de impulso vital que inexorablemente se conectará con otras energías cósmicas más poderosas. El hombre o la mujer sin autoestima son un individuo pusilánime, temeroso, apocado y sobre todo mediocre. Una mujer o un hombre con sólida autoestima son personas seguras de sí mismas, decididas, y atrevida, lo que le permite considerar que su vida es valiosa, que tiene una misión y que merece la pena vivirla. Alta autoestima es genialidad y baja autoestima es mediocridad.

Los espíritus mediocres suelen condenar

todo aquello que está fuera de su alcance.

François de la Rochefoucauld


¿Y qué es mediocridad? Mediocridad es equivalente a vulgaridad, lo que hace la mayoría, sin repercusión, sin que prevalezca ni influya en el futuro, ni en el suyo propio ni en el de los demás. Una persona mediocre es como la oveja de un rebaño, que va donde dicta el pastor y come lo que le dan, para al final ser sacrificada y guisada.

En el mundo de la empresa, un ejecutivo mediocre y con baja estima es aquel que se limita a cumplir sin pena ni gloria su cometido, y en consecuencia es prescindible. En el mundo del arte, un pintor mediocre y que no se valora es aquel que jamás tendrá ninguna de sus obras expuesta en un museo. Un escritor mediocre que no cree en su propio talento no verá su novela publicada, o si se edita pronto estará entre los libros de saldo. Un padre mediocre, que no asume su responsabilidad por su baja autoestima, se inhibe del compromiso que supone mejorar día a día para que su familia crezca en todos los niveles: económico, cultural, educacional, social, ético, moral y espiritual. Por lo general, el mediocre necesita tener cosas que le aporten seguridad o valía (coches potentes y de marcas caras, casas suntuosas, ropas de diseño), necesita el fanatismo deportivo, político o religioso para sentirse importante y precisa incluso ser agresivo verbal y físicamente para creerse poderoso. En resumen, una persona sin una autoestima fuerte, un individuo trivial (hombre o mujer), vive una existencia anodina, rodeado de gente oscura y sin conseguir algo que no sea mediocridad. La autoestima 100 x 100 es todo lo contrario a la vulgaridad, y no es patrimonio de unos pocos hombres y mujeres privilegiados, cualquiera que se lo proponga puede alcanzarla, ¡tú puedes alcanzarla!

Las personas tienen todos los recursos necesarios para realizar los cambios deseados, dentro de sus posibilidades físicas, su grado de conocimiento y el modelo del mundo de que dispongan.

Cualquier ser humano que goce de sanas y equilibradas facultades mentales puede tener acceso a las más altas cotas de la excelencia y del éxito, que son los frutos a los que conviene aspirar. O lo que es lo mismo, puede dejar de ser gris y brillar con luz propia.

Las personas con un alto grado de estima son las que cambian su entorno, las que muestran nuevos caminos, las que desarrollan las ideas geniales, las ideas que han cambiado el curso de la historia, las ideas que han revolucionado las ciencias, las artes o el mundo empresarial, y todas esas personas han sido hombres y mujeres comunes como tú.

J. J. E. Lenoir, precursor del motor de explosión, de la aspiradora y de la tejedora doméstica, apenas recibió instrucción primaria, pero creía en sí mismo y luchó por ello. Se ganó el sueldo trabajando de camarero, esmaltador, mecánico y, por último, de inventor; realizó su primer proyecto innovador a la edad de veinticinco años. Qué decir si hablamos de Thomas Alva Edison, sus maestros aconsejaron a la madre que lo retirara del colegio por su «necedad» y, sin embargo, creía tanto en sus propias capacidades que se formó de modo autodidacta muy por encima de la educación de la época. Trabajó como vendedor de periódicos y creó al poco tiempo su propio diario, en el que ejercía de cajista, impresor, redactor y vendedor. Más tarde se hizo telegrafista, y de ahí pasó a realizar su primer invento en 1868, una máquina para el recuento de votos parlamentarios, la primera de las mil cuatrocientas patentes que registró en su vida. Ambos prohombres, como centenares más, sólo disponían de su imaginación, de fuerza de voluntad y de una poderosa fe en sí mismos y en la fuerza del Destino.

Si continuas haciendo lo mismo que siempre has hecho, continuarás obteniendo lo que siempre has obtenido. Para conseguir algo diferente, tienes que empezar a hacer algo diferente.

La autoestima, como dije, no es simplemente una idea o un sentimiento, es una fuerza motriz generadora de motivación que inspira nuestras conductas y nos conecta con toda la Creación. La estima nos hace reconocer las capacidades que poseemos y a la vez nos hace sentir valiosos, de ahí la generación de energía, de fuerza activa. Todo ello nos permite apreciar que parte de la misión de nuestra vida consiste en asumir la responsabilidad de crear en nuestro entorno y en nosotros mismos más salud, más felicidad, mayor compromiso, y mayor entrega. Para desarrollar todo nuestro potencial y llevar a cabo un cambio duradero que nos permita alcanzar un alto grado de autoestima, necesitamos comprometernos en un serio proceso de transformación, un plan de acción que te permitirá sacar el máximo de partido del gran potencial que llevas dentro.

Todos y cada uno de nosotros poseemos un tremendo potencial que es necesario activar. La grandeza del ser humano, tu grandeza, es inconmensurable, y no cabe en palabras definitorias, es preciso sentirlo. A esa parte es a la que en estos momentos me dirijo y para quien está escrito este libro. Ese potencial es al que me quiero conectar, para que por medio de mis sugerencias, insinuaciones, indicaciones, técnicas e historias, basadas en mi propia experiencia personal de más de treinta años como coach neurolingüístico, puedas alcanzar a comprender la infinita valía de tu ser interno, tu «yo real», el diamante que contiene todo el poder del Universo.

El hombre más poderoso es el que es dueño de sí mismo.

Lucio Anneo Séneca

Para alcanzar esa grandeza, tu grandeza, te propongo un plan de acción que pasa por aceptar cómo eres verdaderamente. Un reconocimiento sincero, sin acusaciones ni rechazos de las deficiencias o defectos que tienes. Existe un principio universal que afirma: «Atraemos aquello que más tememos». ¿Por qué ocurre eso? Por la sencilla razón de que enfocamos toda la atención en ello, y consecuentemente, el pensamiento, que es el generador de los comportamientos, sólo tiene como foco aquello que rechazamos. Por lo tanto, si quieres cambiar algo negativo de ti, no te concentres en lo que no quieres, sino en lo que quieres.

Veamos un ejemplo clásico que clarifica lo expuesto. Yo te digo ahora: «¡No pienses en una rosa roja!». ¿Qué ha sucedido? Que inevitablemente has pensado en una rosa de color rojo. Por tanto, si lo que yo pretendo es mantener fuera de tu conciencia la flor de ese color, te diría: «¡Piensa en un lirio blanco!».

Eso es lo que sucede con las propias negaciones, si piensas en «no estar gordo», la obesidad te acompañará permanentemente y estará presente en tus ideas. Si por ejemplo, rechazas el carácter brusco que en ocasiones muestras, y te bombardeas continuamente con «yo no quiero ser brusco» o «quiero dejar de gritar y cabrearme», tanto la brusquedad como los gritos y el cabreo seguirán estando en tu mente, y consecuentemente en tu comportamiento. Para poder modificar esas conductas hay que aceptar su existencia y olvidarse de ellas, sustituyéndolas en tu mente por aquello que quieres tener. En lugar de «no quiero estar gordo», pensarías y te dirías: «¡Quiero estar delgado!», en vez de «quiero dejar de ser brusco», dirías: «¡Voy a ser afectivo y amable!».

¿Qué es lo que conviene plantearse para iniciar un plan de acción y cuáles son los pasos a seguir?

1. Conocer cómo has llegado a ser como eres. Se trata de una autoobservación, sin invalidaciones ni acusaciones, pero tampoco con excesiva condescendencia. Es un reconocimiento objetivo de lo que has hecho y dejado de hacer para estar en y como estás actualmente.

2. Qué es lo que en estos momentos está impidiendo, interceptando o molestando tu crecimiento como ser humano, y que tus capacidades se manifiesten en toda su potencia.

3. Estar dispuesto a cambiar todo aquello que te perjudica y limita, aunque suponga cierto grado de esfuerzo y sufrimiento.

4. Sacar fuera de ti todas aquellas creencias limitantes que te dicen que no puedes, que todo tiene límites y barreras, y que es imposible llegar más allá, que eres como eres y nada puede cambiar. Desarrollar la certeza de que sí puedes lograr cualquier meta que te propongas, antes incluso de que las tengas al alcance de la mano.

5. Localizar todas las pautas mentales que son inoperantes. Descubrir las estrategias de pensamiento «desmotivadoras», y sustituirlas por otras que inviten e inciten a crecer. Buscar, analizar y modelar (aprender a utilizar), aquellas formas de pensar y actuar que en otros resultan útiles y de éxito.

6. Por último, identificar los valores —muchas veces no tan valiosos como crees—, es decir, todo aquello por lo que hasta este momento has estado dispuesto a esforzarte y cambiar para conseguirlo, pero también aquello por lo que no estás dispuesto a seguir trabajando, todo lo que no estás dispuesto a seguir tolerando, y sustituirlo por aquello a lo que aspiras y deseas alcanzar.

Del equilibrio y armonía que establezcas dentro de ti dependerá que tu autoimagen, y en consecuencia tu propia autoestima, sean más o menos sólidas, ya que tanto una como la otra se apoyan sobre la base de esa armonía total.

Las preguntas que siguen, y las respuestas sinceras que te des, serán la clave para que sepas cómo estás en este momento, y del punto del que partes. Escribe las contestaciones en una hoja aparte, te serán de utilidad para próximos trabajos.

• ¿Cómo has construido la autoimagen en la que basas tu autoestima?

¿Es objetiva?

¿Hay algún trauma que la haya condicionado?

¿Se basa en imposiciones de cómo te han dicho que deberías ser?

• ¿Estás o no estás satisfecho con esa imagen?

¿Hay algo que quieras cambiar de ella?

¿En qué medida condiciona tu autoestima?

• ¿Te valoras realmente?

¿Son valiosas tus acciones?

¿Te sientes satisfecho de todos tus actos?

¿Permanecerá el recuerdo positivo de lo que haces en otros?

Una autovaloración sana se construye a través de los años por medio de dos factores fundamentales, uno endógeno (interno, personal), compuesto por las creencias, valores, identidad y espiritualidad que son los desencadenantes de las capacidades y actitudes, y otro exógeno (externo, circunstancial), que vendría dado por el ambiente en el que te criaste y te desenvuelves en la actualidad, y el feedback que recibes de los demás como respuesta a tus acciones.

Como seres vivos, estamos sujetos a los mecanismos y leyes que la Naturaleza tiene asignados para el crecimiento y el desarrollo de cualquier ser vivo, a saber: nos engendran, gestamos, nacemos, crecemos, nos multiplicamos, envejecemos y morimos. Es la Ley de la Vida. Y desde este punto de vista, en muy poco nos diferenciamos de

los vegetales y los animales; compartimos con ellos los mismos procesos. A igual que las plantas y demás animales, poseemos un mecanismo de supervivencia que opera casi idénticamente; luchamos para sobrevivir. Los humanos heredamos evolutivamente ese mismo dispositivo que permanece registrado en el cerebro reptilíneo y que es el primero que entra en funcionamiento nada más nacer. El bebé recién nacido sólo se ocupa de sobrevivir. Los animales, más evolucionados que las plantas, poseemos además un segundo mecanismo, que es el de evitar el sufrimiento y buscar el placer. Este dispositivo, tanto en el hombre como en las bestias, se encuentra codificado como automatismo de huida–ataque, atracción–rechazo, en el cerebro límbico. Este segundo mecanismo emisor–receptor no opera en el humano hasta que la supervivencia no está asegurada y, por tanto, en muchos casos depende de que el anterior se haya consolidado. Por último, el hombre y algunos animales superiores contamos con un tercer cerebro: córtex, que es mucho más especializado y que se ocupa de funciones complejas como la lógica, la abstracción o el análisis. Cada uno de esos tres cerebros (reptilíneo, límbico y córtex) es responsable del desarrollo humano, primero inconsciente y, más tarde, consciente. Pero lo que realmente nos diferencia del resto de los seres de la creación es la conciencia como facultad superior. Definiendo ésta como la parte de la mente capaz de discernir entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo lícito y lo ilícito, entre lo conveniente y lo inconveniente, entre lo saludable y lo nocivo, entre lo cierto y lo falso.

Una vez que se ha cortado el cordón umbilical, el bebé debe adaptarse al medio para sobrevivir y continuar con su crecimiento. Si durante esta fase crucial de la vida no recibe los nutrientes adecuados (alimento, calor, protección, afecto, limpieza, etc.), sentirá su carencia y su desarrollo se verá afectado negativamente. Los impactos del ambiente en el que crece: lugar, personas, alimentos, atención, etc., irán construyendo el primer sustrato de la personalidad. Superada la etapa anterior entrará en el ciclo del entrenamiento conductual, tanto verbal como no verbal, que va desde los tres o cuatro años hasta los seis o siete. En esta fase se ejercitará en el aprendizaje de los movimientos coordinados: caminar, articular sonidos y palabras, hablar, manejar instrumentos (cubiertos, vasos, lápices, etc.). Una deficiencia (por falta de la atención adecuada) en este nivel conductual marcará y condicionará su posterior desarrollo equilibrado. A partir de lo que siempre se ha llamado uso de razón, alrededor de los siete años, se inicia el despertar y desarrollo de las capacidades. Es la época en la que el niño se formará en el pensamiento organizado, comenzará a reconocer las emociones y a desplegar las habilidades sociales.

Cumplidos los catorce años, el joven comienza a vivir intensamente una transformación orgánica y psicológica, un nuevo mundo de emociones y sensaciones se abre ante él. Es una etapa en la que se empieza a dar cuenta de que no está solo en el mundo, de que no es el centro del Universo y de que sus estados internos dependen en gran medida de cómo se relaciona con otros individuos. Los comportamientos y estrategias de pensamiento que construyó en etapas anteriores son la clave para comunicarse adecuadamente con sus semejantes. Esta fase es crítica en la vida del hombre o mujer; de su armonía y equilibrio psicológico (comprensión adecuada de los estados emocionales) van a depender su posterior solidez y autovaloración. Si en este periodo el sujeto sufre rechazos, desengaños, aislamientos, abusos, desdenes, etc., y no los asimila adecuadamente, en lo sucesivo se consolidará como una persona apocada, retraída, introvertida y con baja autoestima, o tal vez se vaya al extremo opuesto transformándose en un rebelde antisocial. Sea cual sea la actitud que adopte, estará manifestando el desequilibrio surgido por no haber madurado adecuadamente.

Alrededor de los dieciocho años se inicia un el reajuste del sistema de creencias y valores que determinarán definitivamente (hasta que tome conciencia de ello) su personalidad como adulto. Es el momento de cuestionarse todos los porqués transmitidos por sus progenitores, tutores y educadores y de reconsiderar su validez y adecuación. Sus pocas vivencias y limitadas experiencias son las únicas que cuentan para él/ella. Las generalizaciones, eliminaciones y distorsiones están permanentemente presentes subjetivando su red de nuevas creencias y valores. Obviamente, todo lo que el sujeto experimentó como negativo en la edad del pavo será un factor concluyente para construir creencias limitantes; al igual que todo lo que le agradó o resultó placentero lo instalará como creencias potenciadoras, aunque sean falsas y muchas veces sean una trampa en su posterior vida de adulto. Las creencias, que no son otra cosa que expresiones lingüísticas de las experiencias subjetivas, es decir, una interpretación personal de la realidad, serán, para bien o para mal, las que fortalezcan o deterioren la imagen de sí mismo.

El último eslabón que le queda a la persona por completar (y que muy pocos completan adecuadamente) es el de su identidad. Una vez establecido el sistema de creencias y valores, o lo que es igual, habiendo marcado los límites de su mapa del mundo, sólo le queda responderse a las preguntas: ¿quién soy yo?, ¿qué sentido tiene la vida?, ¿qué hago en este mundo?, ¿de dónde vengo, adónde voy? Todo lo vivido desde la infancia aflorará para encontrar la respuesta. Las relaciones con sus padres, hermanos, sus experiencias escolares, amorosas, de amistad, sus éxitos y fracasos, sus abandonos y triunfos, sus aspiraciones, ilusiones y frustraciones, todo se presentará ante él para encontrar la clave. Esas cuatro cuestiones trascendentales, casi siempre, se presentan en nuestro interior de forma inconsciente, como una leve insinuación o inquietud, y es necesario que las llevemos al plano consciente para poder reflexionar sobre ellas y darles respuesta. La mayoría de las personas silencian las preguntas o se limitan a hacer un inventario de sus recuerdos concluyendo que son eso, la suma de los mismos. Si la vida les ha sonreído, afirmarán ser una «persona excepcional», si les ha ido mal, concluirán que son «un desastre». Pero todas y cada una de esas conclusiones son falsas, ya que nadie es la suma o la resta de lo que hizo o dejó de hacer. No somos nuestras conductas, realizamos conductas. El concepto que surge de uno mismo tras estas operaciones de adición o sustracción está vacío de contenido. Sólo conduce a una imagen de uno mismo completamente ficticia y engañosa.

Entonces, ¿cómo se puede salir del atolladero?, se preguntará más de uno.

Lo que sin duda necesita esa persona es saber qué hacer y cómo hacerlo para restablecer un concepto real de sí misma, ya que el que tiene es completamente subjetivo y repleto de distorsiones, eliminaciones y generalizaciones absurdas y ridículas sobre ella y sobre lo que la rodea. Ha construido un mapa mental de cómo cree que es mundo y de cómo es ella, pero ciertamente todo es un retrato deteriorado y viciado, en definitiva, una imagen falsa de uno mismo y del propio universo.

Cuando una personalidad está deformada y asentada, da como consecuencia una baja autoestima. A tal sujeto le ha resultado mucho más cómodo responderse a los «¿por qué?» con creencias estúpidas, que buscar los «cómo» para salir de la situación emocional en la que se encuentra sumergido. Él mismo se ha montado su propia trampa. Ahora hay que salir. Pero ¿por dónde empezar? Muy sencillo: «Empecemos por el principio, sigamos después y cuando lleguemos al final, paramos».

Bien, pues el principio es, ni más ni menos, que tomar conciencia de los valores que como todo ser humano tienes, y también tener una alta dosis de sinceridad y respeto a ti mismo para reconocer las excusas y autojustificaciones que te das para no hacer lo que tienes que hacer. En consecuencia, podemos decir que la autoestima se sustenta sobre dos pilares básicos que resultan indispensables e inseparables, los valores personales y el respeto a uno mismo. ¡Eres valioso, reconócete, respétate, actúa!

Quien es auténtico, asume la responsabilidad

por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es.

Jean Paul Sastre

Autoestima 100x100

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