Читать книгу ¿Por qué le importa a Dios con quién me acuesto? - Sam Allberry - Страница 11
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¿Qué valor tiene una
niña pequeña?
Rachael Denhollander se hizo famosa durante el juicio de Larry Nassar. Nassar fue osteópata en la Michigan State University y después fue el médico del equipo nacional de gimnasia de Estados Unidos, y fue juzgado por agredir sexualmente a docenas de mujeres jóvenes y de niñas.
Denhollander hizo una declaración impactante en el juicio, y algunos extractos de esta se hicieron virales online. La parte más importante de su declaración ante el juez era una dura pregunta: ¿qué valor tiene una niña pequeña?
Le pido que dicte una sentencia que nos diga que lo que nos hicieron es importante, que somos visibles, que valemos mucho, que merecemos la máxima protección que pueda ofrecer la ley, el máximo grado de justicia disponible.
Y a todos los que nos están viendo les formulo la misma pregunta: ¿Qué valor tiene una niña pequeña?
Concluía con estas palabras:
Juez Aquilina, le ruego que mientras delibera sobre la sentencia que dictará contra Larry transmita el mensaje de que estas víctimas tienen un inmenso valor. Con esto satisfará los dos objetivos de este tribunal. Le ruego que imponga la sentencia máxima según el acuerdo negociado de aceptación de culpabilidad, porque eso es justo lo que merecen estas supervivientes. 6
¿Qué valor tiene una niña pequeña? Esta es una pregunta a la que Jesús da una respuesta clarísima. Es tan valiosa que es incluso invaluable. Por lo tanto, su integridad sexual es enormemente importante para él. Jesús dice lo que dice sobre el sexo en el sermón del Monte no porque tenga un concepto ínfimo del sexo, sino porque tiene un concepto muy elevado de la sexualidad humana.
A menudo ha pasado que algunas personas han rechazado el cristianismo debido a su concepto supuestamente mojigato de estos asuntos. Pero ¿qué pasaría si, en realidad, fuera al contrario? ¿Y si en el fondo nuestra integridad sexual fuera mucho más preciosa de lo que habíamos podido imaginar?
Un escritor ha comparado nuestro concepto de la sexualidad con nuestra actitud frente a tener distintos tipos de coche: cuanto más caro es el coche, mejor intentamos cuidar de él.7
Yo me identifico con esto. Hace cosa de un año ejercí como miembro invitado del profesorado de una universidad estadounidense durante un semestre, y necesitaba un coche para desplazarme. Un amigo me ofreció amablemente el uso de su vieja camioneta siempre que la necesitase, lo cual fue un acto de generosidad no exento de cierta imprudencia. Yo soy británico y en mi vida había conducido en Estados Unidos, de modo que siempre existía el riesgo constante de que me metiera por el carril equivocado de la carretera.
Pero luego resultó que eso no era un riesgo tan grande; no porque mi habilidad como conductor fuera mejor de lo que me esperaba, sino debido al estado de la camioneta. Era vieja, pero vieja de verdad, y había superado con creces su esperanza de vida. Daba igual lo que pudiera pasarle. No tenía mucho valor para mi amigo, de modo que, por lo que a él respectaba, podía circular por donde quisiera y pasármelo en grande. A esas alturas otra abolladura, raspón o junta reventada no iban a suponer una gran diferencia.
De todos modos, era una oferta generosa, y se lo agradecí. La habría aceptado de no ser por un factor de peso: otro miembro del personal me había ofrecido el uso de un vehículo alternativo, y este era un precioso descapotable. No me lo podía creer. Digamos simplemente que en el caso de ese coche, sí que sería importante cómo lo condujese. Valía muchísimo más que la camioneta. No tenía ni un raspón en ninguna parte, y yo tenía que mantenerlo como estaba. Merecía que lo cuidase con esmero.
En otras palabras, tener un cuidado exhaustivo de algo suele ser indicio de su valor especial, una señal de cuánto lo valoramos. Si yo, como cristiano, tengo mucho cuidado con el uso que le doy a mi cuerpo, quizá pienses que lo hago porque tengo un concepto bajo de la intimidad física, porque creo que, en cierto sentido, es desagradable o degradante. En realidad, lo hago porque considero que los cuerpos (el mío, el tuyo y el de todo el mundo) son como descapotables, no como camionetas hechas polvo.
Soy muy cuidadoso con la intimidad física no porque la valore muy poco, sino porque la valoro muchísimo.
EN QUÉ NOS HEMOS EQUIVOCADO
La realidad es que los creyentes cristianos no siempre han comprendido o reflejado con precisión este paradigma de la sexualidad humana. El estereotipo de que los cristianos son mojigatos y negativos respecto al sexo tiene cierta base en la experiencia, porque con el transcurso de los años algunos cristianos lo han perpetuado.
Un ejemplo lo hallamos en la Edad Media. Las autoridades de la Iglesia prohibieron el sexo los jueves (el día en que Cristo fue arrestado), los viernes (el día de la muerte de Cristo), los sábados (en honor a la virgen María) y los domingos (en honor a los santos difuntos).8 Es difícil eludir la sensación de que en esa época a los líderes cristianos no les gustaba nada que la gente tuviera relaciones sexuales. Imagino a algunos de ellos rompiéndose la cabeza para inventarse algún motivo para abstenerse del sexo los lunes, los martes y los miércoles.
Hoy en día prácticamente nadie llegaría a ese extremo, pero sigue dándose el caso de que dentro de la Iglesia hay muchos que siguen creyendo que el sexo es algo malo. Pero esto no es más que una idea errónea.
Hace algún tiempo di una conferencia en una iglesia sobre un pasaje bíblico que hablaba del sexo, y cuando acabó la reunión se me acercó un miembro de la congregación, inquieto, para decirme que el sexo no es un tema idóneo para tocarlo un domingo por la mañana. Intenté hacerle ver que la propia Biblia habla mucho del sexo y de la sexualidad, y que originariamente este pasaje (junto con el resto de la epístola a la que pertenecía) se habría leído en voz alta a la iglesia al que iba destinado. Con frecuencia la Biblia es menos mojigata que algunos de sus afanosos lectores.
Pero aunque algunos cristianos aún sigan esta línea, la Biblia demuestra enfáticamente que no está en contra del sexo, sino todo lo contrario.
Podemos apreciar una pincelada de la perspectiva bíblica, más equilibrado, en la enseñanza del apóstol Pablo, autor de buena parte del Nuevo Testamento. En una de sus cartas a la iglesia de una ciudad llamada Tesalónica, en lo que hoy día es Grecia, Pablo empieza a esbozar algunas de las implicaciones de la fe cristiana para la vida cotidiana, y empieza hablando del área de la sexualidad humana:
Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación.
1 TESALONICENSES 4:3
Este versículo resume el concepto bíblico del sexo. Pablo no dice “evitad toda conducta sexual”, como si el sexo fuera un problema en sí mismo y los cristianos debieran evitarlo.
Esto es importante. Los cristianos sí creen que hay una categoría de conducta sexual que está mal. (En realidad, todos nosotros lo creemos, como veremos más adelante.) Pero también existen tipos de conducta sexual que en la Biblia se consideran plenamente positivos y correctos. De hecho, la Biblia celebra estas formas de intimidad sexual; no es en absoluto mojigata en el sentido que muchas personas imaginan. Dentro de estos contextos, el sexo es algo de lo que hay que disfrutar a fondo. Contrariamente a la opinión pública, Pablo no está en contra del sexo.
Lo que sí hace el apóstol es prohibir algunos tipos de sexo. Hay que evitar algunas formas de comportamiento sexual. Pablo dice que existe algo llamado “inmoralidad sexual”, y urge a sus lectores a que la eviten a toda costa.
RESTRICCIONES Y LIBERTADES
Es posible que muchas personas pongan los ojos en blanco al leer esto. A lo mejor se confirman sus sospechas: que en realidad el cristianismo consiste más en la restricción sexual que en la libertad sexual. ¿Qué derecho tienen los cristianos a regular lo que hace una persona en la privacidad de su dormitorio?
Pero un momento de reflexión nos indica que todos nosotros creemos en cierto tipo de restricción sexual. Incluso los defensores más ardientes de la libertad sexual admiten que son necesarios algunos límites; lo único que pasa es que esos límites se dan por hecho muy a menudo y no admitimos necesariamente que están ahí y que son límites.
Tomemos por ejemplo el tema del consentimiento. Resulta fácil pensar que la necesidad de consentimiento es tan evidente que apenas hace falta afirmarla. Cuando he sugerido que la necesidad de consentimiento es un motivo por el que no podemos decir simplemente “habría que permitir a cada uno hacer lo que quisiera”, la respuesta siempre ha seguido la línea de “bueno, por supuesto que el consentimiento es necesario, eso es evidente”.
Pero el movimiento #MeToo es una evidencia de que esto no es así. La necesidad de consentimiento es un límite que hemos dado por hecho, y ahora vemos la necesidad de definirlo y aplicarlo adecuadamente.
Parece que solo ahora nos hemos dado cuenta de las maneras en las que, abierta o sutilmente, muchas personas se han visto obligadas a mantener relaciones sexuales en las que no querían participar. Los campus universitarios tienen que estipular con exactitud qué constituye el consentimiento legal: que cada paso en el que se aumente la intimidad física debe ir precedido por un asentimiento verbal inequívoco.
E incluso cuando existe un consentimiento verbal, somos conscientes de cómo pueden actuar las dinámicas de poder. Si un magnate de Hollywood sugiere a una joven actriz en apuros que mantengan cierto tipo de contacto sexual, queda claro que el campo de juego no está equilibrado. Uno tiene control sobre la fortuna y el éxito de la otra. Aun cuando ella dé su consentimiento verbal, existe una elevada probabilidad de que no sea sincera si siente que esa relación es algo de lo que dependerá el éxito futuro de su carrera.
Una de las acusadoras del productor Harvey Weinstein lo expresó de la siguiente manera:
Soy una mujer de 28 años que intenta ganarse la vida y labrarse una carrera. Harvey Weinstein es un hombre de 64 años, conocido en el mundo, y esta es su compañía. El equilibrio de poder es: yo, 0; Harvey Weinstein, 10. 9
Es decir, no basta con decir simplemente que las restricciones de los deseos sexuales de una persona son retrógradas e innecesarias. Es posible que los deseos sexuales de una persona sean coaccionar y forzar a otro individuo. Puede que esta sea su expresión predominante de la sexualidad; pero no es una licencia para expresarla. Hay algo más importante que la libertad que tiene una persona para satisfacer sus deseos sexuales. Siempre existe la necesidad de que haya cierto tipo de limitación externa a la conducta sexual.
El otro límite que solemos dar por sentado que es necesario es que las partes que consienten sean dos adultos. Admitimos que los menores son tan vulnerables que, incluso si prestan su consentimiento, no podemos pensar que se haya obtenido sin que medie cierto tipo de coacción o de manipulación. De modo que, de forma correcta, establecemos límites legales al contacto sexual, incluso en el caso de adolescentes mayores que todavía no son adultos del todo. Una vez más, las revelaciones recientes sobre el abuso sexual de niños nos han demostrado que ese límite no puede darse por hecho.
¿DÓNDE ESTÁN LOS LÍMITES?
Por lo tanto, en general no creemos en una libertad sexual ilimitada tanto como en ocasiones afirmamos creer. La cuestión no es si debería haber restricciones sobre lo que un individuo puede hacer sexualmente, sino cuáles son esas restricciones. Todos creemos en la necesidad de que existan; la cuestión es cuáles deben ser. Todos estamos de acuerdo en que existen conductas sexuales inmorales. No todos los deseos sexuales son igual de saludables, nobles o correctos. Hay tipos de conducta sexual que son perjudiciales. Todo el mundo necesita tener cierto grado de autocontrol sobre sus deseos sexuales.
Por consiguiente, lo que es distintivo del concepto cristiano de la ética sexual no es la presencia de límites, sino dónde están esos límites y por qué. La cuestión no es que los cristianos estén a favor de la represión sexual y otros sean adalides de la libertad sexual. Nadie aboga por la libertad sexual plena, y todo el mundo cree que hay que resistirse a determinados deseos sexuales. Lo que tenemos que hacer es examinar cada conjunto de límites y evaluar hasta qué punto son sólidos sus razonamientos. Los límites más amplios no son necesariamente mejores, igual que los más estrechos no son necesariamente peores. Descartar el concepto cristiano de la ética sexual como algo meramente “restrictivo” es pura hipocresía.
Nuestra reciente conciencia creciente de la prevalencia y de las consecuencias de la agresión sexual no hace más que subrayar la importancia que tienen los límites. Nos interesan los límites precisamente porque estamos convencidos de que la sexualidad es importante, y que abusar de ella es grave. Esto no es mojigatería, sino protección.
NO SOLO FÍSICO
El hecho de que determinados límites son necesarios nos indica algo más: cuando decimos que el sexo es algo solamente físico, en realidad no lo creemos.
En 1999, Bloodhound Gang publicó el tema The Bad Touch (“El mal contacto”). Su estribillo decía:
Tú y yo, cariño, no somos más que mamíferos, así que hagámoslo como lo hacen en Discovery Channel. 10
A veces tenemos tendencia a pensar así: que en lo tocante al sexo no somos más que animales. Simplemente obedecemos los mismos instintos físicos que compartimos con el resto del mundo natural, así que, ¿por qué hay que ser tan quisquillosos? Pero en el fondo sabemos que no es cierto. En cualquier otra área de la vida nos decimos unos a otros precisamente lo contrario: “¡No seas animal!”. Es evidente que lo que creemos sobre lo que nos diferencia de los animales debe aplicarse al sexo tanto como a todo lo demás.
En la película que hizo Ron Howard en 2001, Una mente maravillosa, Russell Crowe interpreta el papel de un matemático brillante pero con cierta torpeza social, John Nash. En un momento de la película conoce a una mujer atractiva en un bar, y es evidente que no tiene ni idea de qué decirle.
“Podrías invitarme a una copa”, le sugiere ella.
Nash contesta:
No sé qué es lo que se espera que diga para que tengas relaciones sexuales conmigo, pero ¿podríamos fingir que ya lo he dicho todo? Solo se trata de un intercambio de fluidos, ¿no?
Por lo que a él respecta, esto no es más que una transacción física, de modo que pueden permitirse saltarse los preámbulos y acordar, simplemente, tener sexo. No es más que un “intercambio de fluidos”, como si no tuviera más importancia que un apretón de manos.
Pero esta manera de pensar es manifiestamente errónea. No somos solo animales. El sexo no es solo físico. Por mucho que tengamos en común con el reino animal, está claro que tenemos expectativas distintas sobre lo que debe incluir el sexo. Por el mero hecho de que en la naturaleza sucedan determinadas cosas, y porque también nosotros somos criaturas, no quiere decir que podamos imitar los comportamientos que vemos en la naturaleza y esperar que funcione. Puede que hasta cierto punto seamos animales, pero también somos mucho más que eso. A menudo, lo que para los animales es solamente físico es mucho más significativo para nosotros.
Nash descubre esto por las malas. Después de sugerir que el sexo es esencialmente “un intercambio de fluidos”, la mujer le da un bofetón y se marcha del local. Como público, la entendemos perfectamente. Nash era incapaz de entender algo profundo y vital.
El hecho es que nos interesa enormemente con quién nos acostamos. Nuestros instintos nos dicen que es importante. La experiencia (la nuestra o la de otros) nos demuestra que el acoso y la agresión sexual nos afectan muy profundamente, como nos lo han demostrado las desgarradoras declaraciones de Caitlin Flanagan y de muchas otras personas. Es innegable que el sexo involucra mucho más que nuestros cuerpos. La actividad sexual no es trivial. Según parece, en nuestra manera de concebir la sexualidad humana hay tanto en juego que es justo decir que en realidad el sexo casual no existe. El escritor y orador Glen Scrivener me comentó en cierta ocasión que el sufrimiento de una agresión sexual no es el dolor propio de una raspadura en la rodilla, sino el trauma de un espacio sagrado que se ha profanado. Es posible que nuestros cuerpos no sean juguetes, sino más bien templos.
Y estas son cosas que podemos percibir. A veces la experiencia nos obliga a admitirlas. Por sorprendente que parezca, la Biblia dispone de los recursos que nos ayudan a explicar realmente estos sentimientos y experiencias. Es indiscutible que es importante con quién nos acostamos. La fe cristiana, más que cualquier otra, nos demuestra por qué es así: porque a nuestro Creador le interesa profundamente.
6. Puedes leer la totalidad de la declaración de Denhollander, que tuvo un impacto extraordinario, en la CNN, en la siguiente dirección: www.bit.ly/occasleep4 (consultada el 21 de agosto de 2019).
7. John Dikcson, A Doubter’s Guide to the Ten Commandments (Zondervan, 2016), p. 135.
8. Véase Philip Yancey, Designer Sex (InterVarsity Press, 2003), p. 7.
9. New York Times: www.bit.ly/occasleep5 (consultada el 21 de agosto de 2019).
10. Letra de James M. Franks. Agradezco a Glen Scrivener que me llamara la atención sobre esta canción.