Читать книгу Antología 8: Felicidad comienza con fe - Samuel López - Страница 11
ОглавлениеLa Llamada
Una historia de amor, de familia y de felicidad alcanzada, que no hubiera sido posible sin depender totalmente del creador y dador de todas las cosas.
Por los pastores Jorge y Elisabet Castellano
Esta historia comienza con nosotros dos. Nacimos en hogares cristianos. Nos conocimos de pequeños. Desde muy chicos comenzamos a servir al Señor con la música, en la iglesia a la que asistíamos. Siempre tuvimos en claro la importancia de trabajar para Dios. Al pasar los años, nos involucramos simultáneamente en la comisión de jóvenes de la iglesia y fuimos formando una hermosa amistad que, al poco tiempo, se convirtió en amor. Fue así como a los dieciséis años comenzó nuestro noviazgo.
Terminando los estudios secundarios, pedimos a Dios un trabajo y Él nos lo concedió. Pasados tres años, nuestra petición fue poder comprar un terreno donde construir nuestro hogar y nuevamente Dios contestó nuestra oración. Necesitábamos edificar y Él proveyó. Había que llenar la casa y nuevamente Dios nos dio todo lo que necesitábamos. En octubre de 1997 nuestro sueño de casarnos se hizo realidad.
Nuestro servicio al Señor siempre se mantuvo intacto, sin interrupciones en cada etapa que fuimos pasando. Dos años más tarde creímos que ya era tiempo de buscar un embarazo así que, como en las demás oportunidades, entregamos al Señor nuestra petición esperando que nos responda como siempre lo había hecho. Pero esta vez fue diferente.
El silencio de Dios
El tiempo transcurría y la respuesta no llegaba. Sólo había silencio. ¿Qué estaba pasando? Siempre que le pedíamos, Él nos respondía prontamente y ahora no obteníamos ninguna respuesta. Recurrimos a diferentes médicos, hicimos distintos tratamientos y nada sucedía, el embarazo no llegaba. Cuántas preguntas vinieron a nuestras mentes sin respuesta alguna. Cuántos embarazos de familiares y amigos vimos pasar en esos años y nosotros sólo teníamos silencio de parte de Dios.
A pesar de eso, nunca nos apartamos de Él ni dejamos de servirle. Tampoco le reprochamos nada. Estábamos seguros de que el milagro sucedería. Allí por el año 2007, la última opción que nos quedaba según los médicos era hacer una fertilización asistida de alta complejidad. Fuimos a la consulta médica con quien haría el procedimiento y después de una charla, nos aconsejó que nos tomáramos tres meses y volviéramos. Nuevamente la incertidumbre de lo que Dios quería hacer con nosotros.
La llamada I
“Clama a mí y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.” (Jeremías 33:3)
En todos esos años el Señor trabajó en nosotros, y una de las cosas que aprendimos fue a clamar. Hasta entonces orábamos, pero la oración se volvió un clamor y sin dudas pusimos en práctica más que nunca la fe. Aprendimos a descansar en Dios sabiendo que Él tenía todo bajo control, inclusive el tiempo y la forma en que nuestro milagro sucedería.
En el invierno de 2008, durante un momento de clamor, desesperados por obtener la respuesta tan esperada, recibimos la llamada de un familiar, quien lo único que dijo fue: ¿Quisieran adoptar un bebé? Claramente era Dios hablando y respondiendo de una manera diferente a la que esperábamos. En ese momento nos hablaron de una joven en situación de calle que tenía un bebé de 5 meses al cual quería entregar en adopción. Nunca pudimos contactarnos con esa mujer, ni supimos nada de ella.
El Señor estaba acabando con el silencio y nos habló con una voz audible dándole otro rumbo a nuestra búsqueda. A partir de ese momento lo hablamos con nuestra familia y amigos, anunciando el cambio de planes a fin de que pudieran apoyarnos, especialmente en oración, ya que sabíamos que no era un camino fácil de recorrer. Comenzamos a averiguar cómo hacer para iniciar los trámites de adopción y pusimos en marcha la orden que habíamos recibido de parte de Dios. Para ese entonces estábamos a cargo de los músicos en la iglesia, involucrados en la “Chiquihora” (Escuela dominical para niños) y en administración.
En 2009 comenzamos a conseguir todos los papeles que necesitábamos para inscribirnos en el registro de adoptantes de diferentes provincias. En el mes de julio, un matrimonio muy cercano a nosotros nos mandó desde una ciudad próxima a la nuestra, una fotografía de un bebé de casi un año de vida que habían conocido a través de una asistente social y hermana en Cristo, con el escrito: “¡miren que hermoso bebé!” A lo que respondimos: “¡lo queremos!”, sin siquiera saber quién era.
En ese momento supimos que hacía pocos días había ingresado a un hogar, pero que no iba a ser un trámite fácil. De todos modos, algo nos llevó a comenzar a orar por ese pequeño. Pero a partir de ahí nuevamente el silencio de parte de Dios volvió a nosotros. En el mes de octubre, en el día de la madre, le pedimos al Señor una señal, algo que nos indicara que estábamos por el buen camino o si debíamos ir por otro, y que antes de fin de año nos respondiera.
La llamada II
Llegó la navidad de ese año. Decidimos pasarla solos, lejos de nuestra ciudad y familiares. Una tarde, pensando que ya terminaba el año y no había señales sobre este niño, nos invadió la tristeza, al entender que teníamos que empezar de nuevo. De repente comenzaron a llegar fotos a nuestro celular: ¡eran del bebé del que nos habían hablado! Nuevamente a través de ese matrimonio tan amado por nosotros, Dios nos estaba contestando.
¡Dios rompía una vez más con el silencio justo en la fecha de vencimiento! En ese momento recibimos la llamada de la asistente social diciendo que existía la posibilidad de adoptar a ese precioso bebé, pero que no estaba solo. Él estaba en un hogar junto a sus hermanas de cuatro y cinco años y la idea era no separar a estos pequeños.
¡Señor! ¿De no tener hijos, ahora tres? ¿Estás seguro? ¿Vamos a poder? Pero había algo que sabíamos muy bien: Él no nos daría más de lo que pudiéramos soportar. Así que, con sólo mirarnos, ya supimos qué contestar: ¡queremos a los tres! ¡En unos pocos segundos tomamos la decisión más importante de nuestro matrimonio!
Al día siguiente volvimos a casa y a partir de ahí una señal tras otra nos confirmaban que ellos serían nuestros hijos. Pudimos comprar un auto adecuado para cinco ocupantes; el Señor nos mostró en sueños a los tres (a las niñas no las conocíamos, pero más adelante pudimos comprobar que eran ellas); estando en las reuniones recibíamos confirmación a través de su palabra una y otra vez, de que ellos eran la respuesta a nuestras oraciones. Tanto la familia como la iglesia nos apoyaron en oración y fue lo que nos sostuvo en este largo y complicado camino.
El encuentro
A comienzos de 2010 nos ofrecieron conocer a los niños personalmente, a lo que accedimos de inmediato. El día 7 de enero viajamos acompañados por nuestros amigos, y nunca olvidaremos los rostros de esos pequeños esperando conocernos, sin saber que por fe nos convertiríamos en una familia.
¡Ese día fue una locura! Los llevamos a una plaza y sin ninguna experiencia nos dejaron solos con ellos, tan pequeños, corriendo de aquí para allá. No nos alcanzaban las manos ni los ojos para no perderlos de vista y cuidarlos a la vez. Nuevamente vinieron las preguntas a nuestra mente: ¿podremos hacerlo? ¿Seremos capaces? ¡Claro que sí! Estábamos caminando hacia donde Dios nos indicaba, siendo obedientes a su voz. A partir de ese día, viajamos a verlos cada sábado con el fin de pasar un tiempo con ellos, y creamos así un vínculo muy rápido.
Fueron casi dos años de viajar, ver a nuestros hijos, compartir tiempo con ellos, y tener que dejarlos al final del día. Era desgarrador. Cada vez que los visitábamos no era nada fácil. Comenzamos yendo a una plaza donde pasábamos frío, calor, lluvia, etc. Se nos ocurrió comprar una pequeña carpa donde poder cobijarlos, especialmente en invierno. Hasta que un día conseguimos un camping donde al menos teníamos un techo donde cubrirnos y estar más cómodos.
Comenzamos los trámites
En ese entonces no había leyes claras sobre la adopción y existían muchas personas que lucraban con esto, pero nosotros nos determinamos a hacer todo en regla. Contratamos a una abogada y se lo dejamos bien claro: si queríamos la bendición de Dios debíamos hacer los trámites como correspondía. Teníamos tanta fe que además comenzamos a adecuar la habitación que sería para ellos.
El tiempo pasaba y nuevamente parecía que el silencio de Dios se hacía presente. Siempre orábamos y clamábamos por los trámites, pero veíamos cómo se estancaban y no avanzaban. Comenzamos a notar algo raro en nuestra abogada. En diversas reuniones hasta parecía que no quería que se concretara la adopción, al punto de aconsejarnos desistir de ellos y buscar a otros niños. Pero nosotros, por fe, ¡sabíamos que ellos serían nuestros hijos!, por lo cual decidimos cambiar de profesional.
La mano poderosa de Dios obrando
De manera milagrosa pudimos contratar a un abogado excepcional, y al mismo tiempo el juez que atendía la causa fue destituido y reemplazado por otro totalmente diferente. A partir de ahí los trámites comenzaron a avanzar. Mientras tanto ya habíamos comprado las camas sobre las cuales, en más de una oportunidad, nuestras lágrimas eran derramadas clamando por nuestros hijos.
Con los trámites ya avanzados, cambiaron las leyes de adopción, lo que parecía traer una nueva complicación. Aun en esta nueva incertidumbre, Dios obró trayendo sabiduría al juez, quien actuó siempre en beneficio de los niños sin descuidar que se cumpla cada palabra de la ley. Fueron muchos trámites y audiencias: psicólogos, entrevistas con el juez, informes socioambientales y muchos kilómetros recorridos.
La llamada III: el día tan esperado
El viernes 16 de septiembre de 2011, a las 10:00 AM recibimos la llamada tan esperada: ¡el juez había decretado la guarda, por lo que podíamos ir a buscar a nuestros hijos! ¡Gloria a Dios! En medio de tantas emociones encontradas y con llantos de gratitud al Señor por su fidelidad, viajamos inmediatamente. Una cuadra antes de llegar al hogar, paramos el auto, lloramos, agradecimos al Señor por todo lo que había hecho y fuimos hacia el propósito de Dios para nuestras vidas: formar una familia de una manera particular y maravillosa.
El proceso de Dios en nuestra vida
Dios no es improvisado, no fue casualidad ninguna cosa por la que nos hizo pasar. Durante esos años Él trató con nosotros, individualmente y como matrimonio. Todo lo que aprendimos sirviendo al Señor lo podíamos poner en práctica con nuestros hijos. Ellos fueron nuestras primeras ovejitas a quienes tuvimos que enseñarles sobre cuánto los amaba Dios, y todo lo bueno que tenía para ellos. Aún podemos recordar el día en que estábamos los cinco juntos e hicieron la oración pidiendo a Jesús entrar a sus corazones.
A los dos años de estar juntos, Dios nos llamó como familia al pastorado en un lugar muy pequeño. Llenos de temor, volvimos a decirle “Sí” a Él, y hoy, después de 10 años de ser una familia, con virtudes y errores, seguimos sirviendo juntos al Señor.
Felicidad se escribe con Fe
Si estás pasando por alguna situación similar nunca pierdas la fe. Te animamos a ser constante en tu relación con el Señor y que al momento de presentarle tu petición a Dios no limites su obrar. Él actuará de manera soberana cumpliendo el propósito que tiene para ti. ¡Tampoco olvides darle gracias porque Él te dará la victoria!
“No se preocupen por nada. Más bien, oren y pídanle a Dios todo lo que necesiten, y sean agradecidos. Así Dios les dará su paz, esa paz que la gente de este mundo no alcanza a comprender, pero que protege el corazón y el entendimiento de los que ya son de Cristo.” (Filipenses 4:6-7, TLA)
Jorge Castellano y Elisabet Urso están casados desde hace veintitrés años. Tienen tres hijos: Antonela, Lucia y Leonel. Sirven al Señor desde muy pequeños pasando por diferentes ministerios en la iglesia Asamblea Cristiana de Rosario. Desde el año 2015 Dios los llamó al pastorado. siendos enviados a la ciudad de Roldan donde sirven junto a sus hijos en la actualidad
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