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Felicidad en todas sus letras

Para lograr ser feliz, no alcanza con solo desearlo. Hay que estar dispuesto a completar los pasos necesarios. A continuación, veremos una didáctica manera, casi deletreando juntos, para intentar comprenderlo y aplicarlo en nuestras vidas.

Por Yasna Baeza Briones

¿Eres feliz? Cada vez que alguien nos hace esta pregunta, es como si nos sacudieran interiormente y permanecemos en silencio, para luego responder con un: “sí, soy feliz, pero…” Luego, nos justificamos porque quizás, nos sentimos infelices, aun teniendo a Cristo en nuestro corazón. Y si tenemos a Cristo en nuestro corazón, ¿por qué somos infelices? Te invito a continuar leyendo y descubrir en estas páginas el sentido de la felicidad.

Felicidad comienza con FE

¿Tienes FE? Hebreos 11:1 dice que “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Certeza, significa conocimiento seguro y claro de algo; y convicción, significa estar fuertemente adherido a una idea. ¡Hermoso y conocido texto! Acompañado de definiciones claras que nos hacen empoderarnos de ellas cada vez que vemos que las cosas van bien, pero cuando las cosas no van tan bien o definitivamente van de mal en peor, ¿nos apropiamos entonces de este versículo? ¿Por qué falla nuestra fe?

La Biblia nos agrega en Romanos 10:17: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. No necesitamos ser eruditos bíblicos, ni teólogos, ni grandes pensadores para entender el versículo anterior e identificar la fórmula que nos permite adquirir fe para enfrentar todas las circunstancias que podamos vivir. Entonces si la fe viene por oír, ¿por qué somos carentes de ella? El mismo versículo da la respuesta a esta pregunta. El oír, viene por la palabra de Dios y luego la fe, es por oír.

Entonces, cuando conocemos la palabra de Dios, cuando ella se convierte en nuestro alimento diario, cuando hacemos de ella nuestra brújula, nuestro norte, y más aún, cuando conocemos al Dios de la palabra, entonces, podremos oír. Será ahí, cuando Dios perfeccione nuestro sentido de la audición y cuando nos provea discernimiento auditivo para oír lo que debemos oír y entonces, habrá fe en nuestros corazones.

Todo el mundo puede oír y ser carente de fe, pero al oír por la palabra de Dios, inmediatamente se activa la fe. ¿Y eso significa que estaremos exentos de problemas? Claro que no, significa que tendremos problemas y quizás muchos más, pero la fe es esa inyección de convicción que nos permite ver lo que aún no vemos, tener lo que todavía no tenemos, y confiar en que se hará lo que aún no es hecho.

Cuando tenemos fe, hay descanso, hay confianza, hay entrega, hay calma. ¡Confiamos! Cuando tenemos fe, tenemos la capacidad de enfrentar la vida con coraje, con valentía, con entusiasmo, con convicción. Y la suma de todo esto, traerá a nuestro corazón paz y felicidad, aún en el dolor. Entonces, habrá siempre en nuestros labios una alabanza, porque el gozo del Señor nos fortalece.

Fe, poder en dos letras; así comienza el camino de la felicidad.

Felicidad comienza con FE y continúa con LI de LIBERTAD

¿Eres libre? El pecado ata, pero Jesucristo rompe las cadenas y nos hace libres. Juan 9:10, comienza diciendo que “el ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir”. Cada vez que leemos este versículo, sabemos que se está comparando el objetivo y meta de un ladrón con la de Satanás. Pero, hay una gran diferencia entre lo que roba un ladrón común y corriente, y lo que roba este último.

Ya sabemos lo máximo que puede llegar a robar un ladrón aquí en la tierra, pero al parecer, aún no hemos dimensionado lo que el ladrón de ladrones pretende robarnos, porque si lo hubiésemos entendido, no daríamos cabida a sus estrategias sigilosas. Por algo Santiago nos lo recuerda en el capítulo 4 versículo 7: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros”.

El diablo, como ladrón de nuestras almas quiere robarnos la felicidad, el gozo, la paz, la alegría y las ganas de vivir. Quiere vernos atados y su principal estrategia desde el comienzo de los siglos es mediante el pecado, el cual, nos mata en vida y por supuesto también nos hace perder la vida eterna.

Somos hijos de Dios, comprados a precio de sangre. Aún más, lavados y justificados por ella, pero necesitamos cada día andar en el espíritu (Gálatas 5:16), ya que lo primero lo hizo Cristo, pero lo demás, es tarea diaria de cada uno de nosotros.

El mundo que nos rodea, es un mundo que nos invita a satisfacer los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida (1 Juan 2:16) y si estamos siendo ociosos espirituales, Satanás comenzará y terminará su obra de pecado en nuestras vidas.

Incluso siendo conocedores de las Escrituras, aun enseñándolas, ministrando a otros, sirviendo en la iglesia. Porque no se trata de cuánto hacemos, se trata de vivir a Cristo en nuestras vidas. Se trata de cuánto anhelamos estar en su presencia cada día, sumergirnos en su Palabra y no solo leyendo, sino también escuchando la voz de Dios, en silencio. Se trata de cuánto tiempo nos humillamos delante de su presencia y tal como hizo Ana, cuando pidió un hijo a Dios, derramar nuestra alma delante de Él.

Solo así, el diablo huirá de nosotros. De lo contrario, cada día nos buscará y seremos presa fácil, porque él tiene una fijación con nosotros, porque nos odia, quiere vernos derribados y destruidos y, sobre todo, porque somos imagen y semejanza de Dios ¡Qué triste es pecar cuando hemos conocido a Cristo! Literalmente, nuestra alma se desgarra.

David, un hombre que pecó contra Dios, nos muestra claramente cómo la felicidad se aleja de nuestro corazón cuando nos vemos envueltos en pecado y clamamos a grito por alegría. Él lo hizo en el Salmo 51:8: “Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido”. Cada vez que pecamos y que el Espíritu Santo nos convence de nuestros errores, volvemos en sí, porque además el pecado nos ciega y nos damos cuenta de que hasta nuestros huesos se abaten de tristeza y culpa.

La buena noticia es que en el mismo Salmo 51 encontramos la forma de ser libres, al humillarnos, reconocer nuestro pecado y apelar a la misericordia de Dios para que, conforme a la multitud de sus piedades, borre nuestras rebeliones (versículo 1). Y mientras eso ocurre, no dejemos de alabar, no dejemos de bendecir a Dios y al igual que David, decir a nuestra alma: “Bendice alma mía a Jehová y bendiga todo mi ser su santo nombre, porque él es quien perdona todas tus iniquidades; él es quien rescata del hoyo tu vida y el que te corona de favores y misericordias” (Salmo 103: 1,3,4).

David pecó, pero tuvo la capacidad de arrepentirse y por eso fue un hombre conforme al corazón de Dios, por su humildad de corazón y arrepentimiento genuino, ya que él por sobre todas las cosas deseaba que Dios sacara su alma de la cárcel (ser libre) para alabarle. Y una vez arrepentido, no volvió a pecar. Entendió lo que Jesús le dijo a la mujer adúltera, muchos años después: “Vete y no peques más” (Juan 8: 11).

Solo Dios puede sacar nuestra vida de la cárcel del pecado para ser libres y volver a vivir, porque como dice Salmos 103:9 “No contenderá para siempre, ni para siempre guardará el enojo”. Cuando somos libres del pecado, podemos ser verdaderamente felices.

Libertad, vida en 8 letras, un paso más en el camino de la felicidad.

Felicidad comienza con FE, continúa con LI de LIBERTAD para seguir con CI, de CÍÑETE

¿Estás ceñido? A diferencia de las otras preguntas planteadas en este capítulo, esta no es muy común escucharla. De hecho, quizás hoy sea la primera vez que alguien se lo pregunte al leer estas líneas.

Cuando nos enfrentamos a esto, quizás relacionamos inmediatamente el ceñirse con el vestirse, pero el diccionario define esta palabra como: “Rodear, ajustar o apretar la cintura, el cuerpo, el vestido u otra cosa” (RAE). Por supuesto que, si respondemos esta pregunta de manera literal, cada uno pensará en su vestimenta y cómo ha decidido usarla de acuerdo con la moda, los gustos y la comodidad, y entonces estará más o menos ceñido. Pero, la verdad es que, espiritualmente no tenemos alternativa, ya que las Escrituras nos indican de manera imperativa el que estemos ceñidos. Y entonces, espiritualmente, ¿qué significa estar ceñidos?

Efesios 6: 14 dice “Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad…” Y Juan 17:17 agrega: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”. De acuerdo con lo anterior, entonces ceñirse espiritualmente es estar ajustados a la verdad, que es la palabra de Dios. Cuando estamos ceñidos con ella, estamos firmes y seguros, porque estamos en la verdad.

Para poder estar ceñidos por la palabra de Dios, debemos conocer las Escrituras, pasar tiempo con y en ellas, escudriñarlas y sumergirnos en las profundidades de su verdad. De esta forma, podremos enfrentar el día malo, fortalecidos en el Señor y en el poder de su fuerza.

Cada uno de nosotros enfrentó, enfrenta o enfrentará el día malo. Nadie, viviendo en este mundo en el que tendremos aflicciones, quedará exento de aquel día, pero ciñámonos de la palabra de Dios en la que encontraremos además de muchas cosas, ese estado de grata satisfacción espiritual y física, llamado felicidad. Ceñidos para ser felices con y en Dios.

Cíñete, seguridad en 6 letras, un paso más en el camino de la felicidad.

Felicidad comienza con FE, continúa con LI de LIBERTAD para seguir con CI de CÍÑETE y terminar con DAD de PIEDAD

¿Eres piadoso? Creo que de todas las preguntas planteadas en este capítulo, esta es la que podríamos responder más rápido y quizás con mucha seguridad, ya que en la sociedad en que vivimos, llena de apariencias y de “mostrar” lo que se hace, es fácil ser piadoso por distintas razones: para ser vistos, o compensar las malas acciones con obras de caridad para que la conciencia nos permita vivir en paz, para que Dios multiplique lo que tenemos o quizás, porque nos sobra mucho de lo que tenemos, entonces esas sobras pueden ser regaladas.

La palabra piedad, de acuerdo a las Escrituras, la podemos encontrar como bondad, compasión y misericordia; mientras que en el diccionario, ésta se define como amor al prójimo, actos de amor y compasión.

No hay nada que haga más feliz al ser humano, que practicar la piedad como una forma de vida que nace del corazón, sin ninguna doble intención, como bien lo plantea el apóstol Pablo en 1 Timoteo 6: 6: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento”.

Hoy, nos encontramos en una sociedad que gime por piedad. Y cuando hablo de piedad en este contexto me refiero no solo a las necesidades económicas sino también a las necesidades del alma. Es cierto que, con respecto a esto último, solo Jesucristo puede llenar ese vacío, pero nosotros, como representantes de Cristo aquí en la tierra, ¿qué estamos haciendo?

¿Estamos teniendo un corazón compasivo y misericordioso? ¿Estamos siendo oído para aquellos que quizás nunca han sido escuchados? ¿Estamos dando un abrazo a aquellos que quizás todos miran de lejos? ¿Estamos regalando una sonrisa a aquellos que solo conocen un rostro de amargura?

Planteo estas preguntas porque considero que son más fáciles de llevar a cabo que si pregunto: ¿Estamos compartiendo lo que tenemos por amor a aquellos que lo necesitan? Nada hemos traído a este mundo y nada podremos llevar, pero aun sabiendo esto, nos falta tanto practicar la piedad con contentamiento. Porque solo cuando es con contentamiento, es con amor: esa es la mejor evaluación de nuestro nivel de piedad.

Jesucristo dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35). ¡Felices! ¡Contentos! ¡Dichosos! aquellos que somos capaces de dar sin esperar nada a cambio, con empatía, agradecidos de Dios porque estamos del lado de la bendición y podemos extender nuestra mano, sin alardes. En silencio, para bendecir a otros. Practiquemos la piedad y veremos cómo comenzaremos a ser inmensamente felices.

Piedad, amor en seis letras, el último paso del camino a la felicidad.

Yasna Baeza Briones vive en la comuna de Galvarino, Región de la Araucanía, Chile; es profesora de Educación General Básica y Licenciada en Educación. Casada con Mauricio González González, pastor de la iglesia Misión Evangélica Universal de Cristo de Chile, a quien apoya en el trabajo de la obra del Señor. Nacida en un hogar cristiano, hija del pastor que antecedió a su esposo y al que Dios llamó a su presencia. De él, aprendió el amor por las almas, la búsqueda constante de la presencia de Dios a través de la oración y la lectura de las Escrituras. De su madre, sigue aprendiendo a vivir con fe, a pesar de las circunstancias difíciles de la vida. A Yasna le encanta cantar, enseñar la Palabra de Dios y escribir. Confía en Dios en que pronto, ya tendrá su propio libro en el que trabaja actualmente, porque con Dios, los sueños se hacen realidad.

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Antología 8: Felicidad comienza con fe

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