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ОглавлениеCAPÍTULO 3.
DIABETES DE NIÑO A ADOLESCENTE
Debería comenzar diciendo que va a haber varias transiciones en todo este recorrido hasta llegar al final, muchas serán buenas y otras no tanto, pero esta puede que sea una de las etapas más malas-curiosas que podremos encontrarnos. Tengamos en cuenta que es la etapa que sobre todo los padres más temen y podría decir que, en mi caso, abarcó desde los siete y ocho años hasta unos trece. Prácticamente fue todo en etapa colegio-instituto, por lo que no hay mucho que comentar fuera de este ámbito, pero lo poco que hay lo desarrollaré lo más claro que pueda recordar, así que vayamos paso a paso.
En los siguientes años de diabético primerizo fue para mí bastante importante estar acompañado por la familia, debido a que era aún un poco extraño ir a ver a mis amigos, a un cumpleaños o al propio comedor del colegio y que me tuvieran que poner las inyecciones para comer o que me preguntaran a todo momento por qué lo hacía, si estaba «malito» o muchas cosas del estilo. Todo esto puede parecer una tontería, pero padres, familia y amigos, al fin y al cabo a nadie nos gusta que nos pregunten por algo que no nos guste por muy normalizado que este ¿no?
Es muy importante a mí parecer que aquí este todo muy claro para la persona que vive la diabetes o que la acompaña porque, si no, empezará a generarse una bola que más tarde hará daño. Los niños siempre serán niños y la curiosidad siempre mata al gato como solemos decir y formamos buenas amistades y otras no tan buenas.
Intente en mi etapa del colegio llevarlo de manera normal aunque solía destacar bastante, pues era casi el único niño que llevaba su mochila y su enorme riñonera aparte, con sus agujas y botes tan raros, y siempre llevando muchos zumos y sobrecitos de azúcar. Esto ocasionó que muchos niños se metieran conmigo en el colegio pero ¿sabéis qué? También ocasionó que formara tres de las amistades más importantes que aún hoy por hoy conservo.
Para mí cuando me invitaban a un cumpleaños y tenían sus batidos de chocolate sin azúcar o me habían comprado chuches sin azúcar, al contrario de hacerme sentir mal, me hacía sentir apreciado y en un punto de interés porque podía comer más de esas chuches. Esto como padres, hermanos o amigos lo veréis en muchas ocasiones. Es cierto que en etapas más adultas esto podría ser incluso innecesario pero, cuando eres solo un chico, realmente podrá significar mucho, pues se preocupan por tu ser querido.
Dentro de toda esta etapa denominada diabetes en el colegio, la verdad es que no podría resaltar mucho más. Quizás como dato curioso puedo comentar que, si algún chico se metía conmigo más de lo normal, lo amenazaba con que le pincharía con mi aguja y no podrían comer chocolate, y solía correr bastante.
Podríamos decir que lo complicado comienza ahora. Pongámonos en situación: tras unos tres o cinco años aprendiendo sobre la diabetes, medianamente complicada, conociendo nuevos y nuevas amigas, llega el momento de entrar al instituto, comenzar la adolescencia, cambios físicos y cambios mentales, nueva gente y nuevas experiencias, así que preparaos pues los acontecimientos vienen fuertes. Cabe comentar también que durante esta etapa anterior y la siguiente mi padre le cogió buen gusto al deporte no solo para su acción propia, sino para que yo lo hiciera.
Cuando entré al instituto podría definirme como un chaval de once años sociable a la par que tímido, en buena forma física, con su riñonera siempre colgada y llamando la atención con un peinado y una ropa siempre de lo más extravagante (jamás se me ha dado bien vestir. De hecho, un modelo muy usual que yo llevaba era pantalón de chándal gris; camiseta cualquiera, a ser posible de algún videojuego; zapatillas de deporte y un chaquetón amarillo chillón, el cual llevé por más de tres años). Y en realidad no me preocupaba nada de mi condición física, ni de salud, porque estaba con los que eran mis amigos del cole en clase.
Aquí hare una pequeña parada para que hagáis vista de que la diabetes en este punto realmente no afectó de una forma negativa realmente. Sí, llevaba un bolsito que llamaba la atención de los demás, y que los niños se metan contigo a esas edades es casi usual, pero una diabetes bien controlada a estas edades normaliza muchísimo la vida y los eventos futuros.
Pues bien, comienza esta primera hermosa etapa de adolescencia y he de admitir que el comienzo fue bastante abrumador en mi caso porque hasta este punto jamás había tenido problemas serios de ningún tipo. Es más, imaginaos cuando en una de mis visitas al endocrino me dicen que voy a participar en uno de esos muchos grupos experimentales que seguro muchos reconoceréis y otros no tanto (no os preocupéis, no experimentan con nosotros; pero sí, quizás nuevas insulinas en el mercado o un nuevo medidor de glucosa, etc.).
Y en mi caso, para mi sorpresa, me regalaron un móvil, un Nokia para ser exactos. Quizás esto hoy en día no signifique absolutamente nada, pues hoy todos tenemos teléfonos de última generación a cualquier edad, pero no señor, hace catorce años eso era una auténtica bomba, ¿un chico de once años con móvil de última generación? Los chicos y chicas de clase se peleaban por saber cómo lo había conseguido, se preguntaban por qué me lo habían regalado y cuántas cosas podía hacer el teléfono… En realidad, lo usaba solo para escuchar música y ver los videoclips de Juanes que te mandaban por publicidad SMS. Por supuesto, el uso del móvil en el terreno de la diabetes era que cada noche al terminar el día mandara a través del infrarrojo de mi glucómetro un mensaje a un grupo que estaba activo las veinticuatro horas y que llevaba un control de si el azúcar estaba siendo bien llevada o de por qué ocurrían altibajos en esta. Es una idea peculiar y que no estuvo mal durante un tiempo, pero realmente era bastante pesado debido a la velocidad de las conexiones de hace varios años. Es por ello que las cosas han cambiado tanto.
El primer método que se usaba hace unos años para la insulina era bastante tradicional y debíamos preparar las dosis a mano de la siguiente manera: sacar el bote de la nevera, moverlo si era insulina lenta y dejarlo tal cual si era insulina rápida, sacar las dosis de insulina que queríamos ponernos más alguna dosis extra (ahora verás por qué) inyectando la aguja en el bote y, una vez hecho esto y colocando la aguja hacia arriba, sacar el aire de la aguja y extraer un poco de esta insulina extra dando pequeños golpecitos en la aguja.
El nuevo método consistía en tener una especie de boli con el que tú solo decidías cuántas unidades te ibas a inyectar y te la inyectabas sin preparación alguna. En resumen, una autentica pasada ¿no?
Déjame decirte que no. Apenas a los cuatro o cinco meses de comenzar el instituto mis padres se divorciaron y esto fue sin duda algo que significaría un antes y un después en quién sería yo como persona y cómo este suceso actuaría en mi vida y con mi diabetes. Está claro que normalmente los niños no suelen pasar bien esta etapa en la que papá y mamá toman caminos diferentes y tienen que, siendo un niño, decidir con quién se quedan —porque, claro, eso podría significar que a uno lo quieren más que a otro— o a quien van a ver más. En esta situación nunca hay decisión correcta en la mayoría de casos desde el punto de vista de un niño; pero, si dejan de hacer las cosas como las hacían antes, llaman un poco la atención porque ven que ahora con esa persona con la que finalmente se han quedado (que en mi caso fue mamá) ya no es como la recuerdan, que mamá y papá ya no se llevan tan bien como antes y eso a lo mejor es culpa suya. «¿Qué he hecho mal? ¿Me habré portado mal?».
Y esos pensamientos de niño que no ve las cosas me hicieron pensar: «Bueno, ¿y si ya no me quiero pinchar más? ¿Ni hacer deporte? Seguro que no pasa nada y me harán más caso». (Porque sí, da igual la edad que tengamos, que hacemos locuras que nos pueden afectar gravemente sin darnos cuenta y por llamar la atención). Y, bueno, admitiré que no fui tan rebelde, pero si dejé de apuntar mis unidades de glucosa en mi libreta de apuntes de glucosa o pasé de enviar todos los días las mediciones a través del móvil para hacerlo una vez en semana. Puede parecer una tontería, pero esto sí puede hacer que nuestro control de la diabetes empeore (pues no sabremos que tenemos en un momento determinado o qué nos ponemos de insulina); pero, claro, qué iba a pensar yo de que me iba a hacer daño si lo único que quería es que me hicieran más caso.
Es más, en varias ocasiones en arrebatos de «ya no quiero más diabetes» no me miraba el nivel de glucosa para ver cómo estaba y me pinchaba dosis de insulina más o menos normales o les decía a mis amigos que ya no me iba a pinchar, y eso es una verdadera locura. La que mejor recuerdo fue cuando en una ocasión, en la casa de los padres de un buen amigo mío, hicieron la comida y yo me puse a comer sin hacerme mis controles ni ponerme la insulina porque «ya lo haré después si eso». Tanto mi amigo como sus padres se echaron las manos a la cabeza y, gracias a que lo hicieron, me hice mis controles y resultó que andaba en hiperglucemia leve; pero, por muy leve que fuera, estaba literalmente jugando con mi vida. Hice mis correcciones pero no pedí disculpas hasta mucho tiempo después a mi pesar. Y ese día, ese momento, como se puede leer, quedó marcado en mi cabeza.
No puedo ni expresar cómo me arrepentí de ello varios meses después cerca de finalizar el curso, pues se realizó un viaje de fin de año académico a un parque de actividades gigantesco, con atracciones entre árboles, comida y muchísimos institutos. Yo, como un niño, sin darme cuenta de lo que estaba haciendo con mi salud y mi vida, seguía entre ceja y ceja con la idea de no hacer las cosas bien, así que una noche un par de semanas antes de este viaje mi madre se acercó a mirarme el nivel de glucosa y al terminar fue a apuntarlo y a enviarlo a través del móvil. Cuál fue su sorpresa cuando vio que ninguna de las dos cosas estaban hechas y cuál fue la mía cuando me despertó hecha una furia (como es normal). Bueno, el resultado de esta trastada de niño puede parecer una tontería pero me dejo sin salir y sin jugar a videojuegos una semana y, sin duda, sin lo que más me dolió, que fue quedarme sin ese viaje que anteriormente he comentado. Sin duda no se decir cómo de frustrado me sentía por haber perdido ese viaje tan guay por no haber apuntado y hecho mis dos cositas y media de la diabetes.
Y puede parecer una tontería pero a estas edades el funcionamiento de recompensa-castigo funciona exageradamente bien, más si lo que quieres es normalizar un control o unas tareas que tienes que hacer con la salud.
Al comenzar el curso siguiente las cosas habían cambiado en varios sentidos, permíteme explicarte:
Por razones que desconozco me tocó en una clase donde no conocía a ningún compañero; es decir, todos mis amigos habían caído en una clase diferente a la mía y a mí me tocó en una clase de unas veinte personas, de las cuales la mitad eran chicos y chicas repetidoras de varios años. Eso, por supuesto, me hizo sentir bastante intimidado en un comienzo.
Por otra parte, tras mi desliz y mal control de mi diabetes, mis padres estaban encima de mí; y, bueno, mi padre, que era una persona muy aficionada al deporte (era profesor de artes marciales aparte de tener su propio trabajo) me llevaba a hacer de dos a tres horas de deportes diario. Puede parecer una locura, pero en realidad era sencillo: una hora de natación, una hora de artes marciales para niños y finalmente una hora de artes marciales con adultos. Eso me hizo tener una forma física excelentísima con apenas doce años. Por supuesto, no diré que sea recomendable ni perfecto realizar tres horas de deporte al día, pero sí es cierto que el deporte, como ya veremos próximamente, me ayudara bastante.
Tras un año del divorcio de mis padres, podríamos decir que ya habían rehecho un poco sus vidas. Mi madre se había echado una pareja y mi padre se había ido a vivir con la suya, por lo que más o menos estaba normalizado ese aspecto para nosotros, aunque no tuvieran una buena relación entre ellos. Así que, un día sí, un día no, alternábamos mi hermana y yo para ver a mis padres.
Recuerdo como anécdota extra que por aquel entonces algo que hacía mucho durante ese segundo año de clase era usar la excusa de mirarme el azúcar para poder salir de clase y darme una vuelta por los pasillos del instituto; cosa que no está bien, pues puede parecer tontería, pero se podría convertir en el cuento del pastorcillo y los lobos. Usaba tanto esa excusa que al final nunca se iba saber cuándo iba a ser verdad. Y resultaba un tanto sospechoso que casi en el mismo horario tuviera que salir. Finalmente y por suerte para mí, me di cuenta a última estancia del año que debía parar con esa manía…
Ya un poco en situación podréis comprender lo que viene ahora, pues mi vida empezaba a experimentar esa serie de cambios que se producen en la adolescencia, no solo hormonales y físicos, sino a también mental. La diabetes me obligó a tener más cabeza que la mayoría de mis amigos y conocidos, pues todos sabemos qué ocurre también a estas edades: que si prueba tabaco, que si prueba el alcohol, que si vámonos de fiesta y nos colamos. Voy a hablar un poco coloquial ahora y explicaré cómo de tonto se es a esa edad que se fuma por ser más guay o se bebe porque, si no, no lo pasas bien. Por suerte para mí, mi madre siempre fue muy abierta conmigo y me habló de todo desde momento cero como se suele decir. Me contó los pros y contras de todos estos factores y cómo me afectaría a nivel de salud y a mi diabetes. Y muchos diréis: «Pero, oye, fumar no afecta en nada a la diabetes». Y yo te daré la razón, pero el alcohol sí y os voy a explicar por qué.
El alcohol embriaga y afecta a los riñones de cualquier persona cuando se consume en exceso y debes saber que afecta aún más a una persona diabética que no ha ingerido ningún alimento previo. Esto ocurre porque el alcohol tiene gran cantidad de hidratos de carbono o azúcares, los cuales aumentan cuando además se mezclan con refrescos azucarados (una bomba de hidratos de carbono). Así que os diferenciaré qué alcoholes dentro de los que hay son mejores y peores hacia la diabetes. Positivamente hablando hay dos bebidas alcohólicas que apenas carecen de hidratos de carbono o azucares, que son la ginebra y el whisky. En caso contrario, el ron es algo que jamás recomendaré a una persona con diabetes porque lo podríamos definir como azúcar en forma líquida. Por último, podríamos mencionar la cerveza, que realmente tampoco tiene grandes cantidades de azúcar, por lo que no es insana del todo. De hecho, tú mismo endocrino te lo dirá, pero es importante que sepas controlar mucho estas cantidades. De lo contrario, imagina una situación con un estado de borrachera excesivo y una hipoglucemia o hiperglucemia; sí, sería realmente un problema grave.
Retomemos el lugar por donde íbamos. En aquel entonces la mayoría de mis amigos de instituto empezaron a probar el tabaco y el alcohol y yo se podría decir que era de los raritos por no querer ni probarlo. Mi madre por ese entonces fumaba y yo le había cogido bastante tirria al tabaco. Por ello, no quería ni una cosa ni la otra, así que cuando mis amigos se iban al parque a fumar y a beber yo solía coger mi Nintendo DS y darle un poco a ese vicio sano. Me fui descubriendo un poco más gracias a todo esto y a ver que si no seguías a la marea de gente y del populacho te alejaban un poco, así que gracias a mi miedo respeto al alcohol y a mi nueva afición de videojuegos pude sobrepasar casi ese segundo año casi completo.