Читать книгу Los milagros del reino de Jesús de Nazaret - Samuel Pagán - Страница 9

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_Introducción

Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados,

y con una sola palabra expulsó a los espíritus,

y sanó a todos los enfermos.

Esto sucedió para que se cumpliera

lo dicho por el profeta Isaías:

«Él cargó con nuestras enfermedades

y soportó nuestros dolores».

Mateo 8.16-17

El milagro

El Sermón del monte (Mt 5.1—7.29) es posiblemente el discurso más importante de Jesús de Nazaret. En ese mensaje se incluyen los valores morales, los principios éticos y las virtudes espirituales que caracterizan la vida y las acciones del Señor. Además, en esa gran enseñanza, se presentan los reclamos básicos que el Señor hace a sus seguidores y discípulos. Este discurso ha sido el texto que, a través de la historia, académicos y creyentes han utilizado para estudiar, comprender y aplicar las enseñanzas y los desafíos del ministerio del famoso rabino de la Galilea.

De singular importancia, al estudiar este singular mensaje de Jesús, es que inmediatamente antes y después de esa narración, en la cual se pone de manifiesto el corazón de su teología, se incluyen relatos que destacan la importancia de los milagros en su ministerio. En efecto, las actividades milagrosas del Señor se relacionan íntimamente con su fundamento teológico y misionero, y son parte integral de su vocación de servicio, sus prioridades pedagógicas y de su mensaje profético en torno al Reino de Dios.

En primer lugar, se indica en el Evangelio de Mateo (Mt 8.16-17) que Jesús, con solo su palabra, liberaba a los endemoniados de los espíritus que los atormentaban, y que sanaba a todos los enfermos. Además, la narración, que se ubica inmediatamente antes de esa enseñanza básica del Señor, alude a las diversas liberaciones y sanidades que llevaba a efecto (Mt 4.23-25). Ese detalle literario y estructural en Mateo, que tiene ciertamente serias implicaciones pedagógicas y teológicas, puede ser una indicación que, para el evangelista, los milagros eran una especie de extensión del mensaje de las Bienaventuranzas, en el cual se presentaba la prioridad del mensaje del Señor referente al Reino de Dios o de los cielos (Mt 6.10).

Al leer con detenimiento el mensaje de Jesús en el Evangelio de Mateo, es importante descubrir que sus sanidades se asocian directamente a las antiguas profecías de Isaías (Is 52.13—53.12). La predicación del Reino incluía una serie de demostraciones del poder divino, que incluía las intervenciones milagrosas de Dios en las actividades de Jesús. Y esas acciones prodigiosas se denominan en los evangelios como milagros, que pueden manifestarse en términos de sanidades físicas, liberaciones emocionales y espirituales, resurrección de muertos, e intervenciones sobrenaturales en la naturaleza.

Los milagros de Jesús eran una especie de corroboración física de sus labores espirituales como el ungido de Dios y Mesías. Además, esas acciones prodigiosas, que se relacionaban con los discursos y las actividades del Señor, indicaban que el Reino de Dios o de los cielos irrumpía con fuerza en medio de la sociedad y la historia. Los milagros, en efecto, eran parte integral del ministerio de Jesús. No constituían actividades aisladas o secundarias que se realizaban independientemente o al margen de la presentación del mensaje profético y transformador del Señor.

Las narraciones de milagros eran una especie de corroboración de la presencia de Dios con Jesús, que atendía responsablemente las necesidades físicas y los clamores espirituales de su pueblo. En su tarea docente y profética, Jesús incorporó el elemento milagroso como parte de su programa ministerial y espiritual. Y de acuerdo con los evangelistas, el pueblo esperaba de Jesús esas acciones milagrosas. Jesús era visto, en efecto, como el predicador de las sanidades, el agente de las liberaciones y el Señor de las transformaciones.

En nuestra comprensión de los milagros relacionados con Jesús, debemos tomar seriamente en consideración los comentarios y las percepciones que el libro de los Hechos tiene de Jesús y su obra:

Ustedes conocen este mensaje que se difundió por toda Judea,

comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan.

Me refiero a Jesús de Nazaret:

cómo lo ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder,

y cómo anduvo haciendo el bien

y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo,

porque Dios estaba con él.

Nosotros somos testigos

de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén.

Lo mataron, colgándolo de un madero,

pero Dios lo resucitó al tercer día

y dispuso que se apareciera, no a todo el pueblo,

sino a nosotros, testigos previamente escogidos por Dios,

que comimos y bebimos con él después de su resurrección.

Hechos 10.37-41

De acuerdo con el testimonio bíblico, la comprensión de Pedro en torno al ministerio de Jesús era que se dedicaba a hacer el bien; además, el apóstol entendía que el Señor hacía milagros al sanar a todos los que estaban oprimidos por el diablo. ¡Y el bien que hacía Jesús incluía sus actividades de milagros! ¡La bondad teológica del Maestro se manifestaba físicamente en las sanidades que hacía! De esa forma se unían las virtudes educativas y proféticas del Señor a sus intervenciones extraordinarias en la sociedad para responder a las necesidades más hondas del alma humana.

Desde la perspectiva teológica del libro de los Hechos, Jesús unía en su ministerio el actuar con bondad y la acción milagrosa, que eran signos de que Dios lo había ungido con el Espíritu Santo y los había dotado del poder divino. Se fundían, en el programa teológico y misionero del Señor, lo evangelístico y lo profético, lo educativo y lo espiritual, la sanidad física y la liberación emocional. Y esa unión de virtudes personales y poder espiritual prepararon el ambiente para que pudiera llevar a efecto un misterio grato, pertinente y transformador de éxito.

Los milagros en los Evangelios

Para comprender bien la naturaleza de las acciones extraordinarias de Jesús, de acuerdo con los Evangelios sinópticos, debemos definir lo más claramente posible el amplio concepto que constituye lo milagroso. Según la Real Academia Española, un milagro “es un tipo de suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa”. Para el mundo académico, lo milagroso se asocia a lo extraño, no esperado e inexplicable.

Esa definición básica, sencilla, inicial y general, se puede ampliar cuando el acto extraordinario se relaciona con lo divino. Con esa nueva comprensión, que incorpora elementos religiosos, podemos indicar que milagro “es un hecho no explicable por las leyes naturales, que puede atribuirse a una intervención especial y sobrenatural de origen divino”.

Un milagro, desde la perspectiva amplia de la experiencia religiosa, es un evento que acontece y que no necesariamente responde o puede comprenderse de acuerdo con las leyes conocidas de la naturaleza, según con nuestros entendimientos científicos contemporáneos. Se trata de alguna experiencia personal o natural que rompe los patrones entendibles del conocimiento humano. Y como el hecho o la acción no puede entenderse y explicarse de forma adecuada, según el conocimiento científico actual, se denomina milagro.

En la Biblia, sin embargo, el milagro es lo inhabitual, inexplicado, inconcebible, desconcertante, inesperado y asombroso. Es el acto divino que mueve a los seres humanos a sacar la mirada de sus adversidades y angustias para dirigirla a Dios. El milagro intenta mover la disposición temporal y humana, para relacionarla con la dimensión eterna y divina. El milagro es una manera de poner de manifiesto la especial voluntad divina en medio de alguna situación de crisis histórica, personal o comunitaria.

La palabra castellana milagro proviene directamente del latín miraculum, que describe un hecho portentoso, admirable e inexplicable. El verbo latino mirari se relaciona con acciones de asombro y sorpresa. Desde este ángulo lingüístico, el milagro es una actividad asombrosa que produce en las personas un sentido grato de admiración y aprecio, pues no puede comprenderse o explicarse de forma natural o sencilla.

En hebreo, un término para describir lo milagroso es mopheth, que puede traducirse al castellano como un “signo prodigioso”. Esta última expresión se vierte en griego como teras y en latín como portentum, que pueden entenderse en español como “maravillas, portentos o acciones prodigiosas”. La idea general se asocia con el mundo de lo milagroso, radiante, espectacular y extraordinario.

Para referirse a las actividades milagrosas relacionadas con Jesús de Nazaret, los Evangelios canónicos utilizan varias palabras y expresiones griegas de gran importancia semántica e implicaciones teológicas. El griego dynameis se asocia con los hechos portentosos, las actividades extraordinarias o directa y sencillamente los milagros de Jesús (Mt 11.20-21,23; 13.54,58; 14.2; Mr 6.2,5,14; Lc 10.13; 19.37).

Otra palabra griega de importancia usada en el Nuevo Testamento para describir lo milagroso es paradoxa, que comunica ideas como “maravillas” y “cosas notables o extrañas” (Lc 5.26). También el texto griego utiliza la expresión sémeion, que se asocia directamente con el mundo de los prodigios, las señales y los milagros (Lc 23.8; Jn 2.11,23; 3.2; 4.48,54; 6.2,14,26; 7.31; 9.16; 11.47; 12.18,37; 20.30).

En el Evangelio de Juan, para aludir al ministerio milagroso del Señor, se utiliza una doble expresión griega émeia kai terata, que se ha traducido tradicionalmente como “señales y prodigios” (Jn 4.48). Además, es posible que la expresión griega, que se ha vertido tradicionalmente al castellano como “hacer el bien” o euergetón, esté también relacionada con el mundo de lo milagroso asociado a las actividades educativas y misioneras de Jesús.

Esas palabras hebreas, latinas y griegas nos ubican en el ámbito de lo especial, de lo extraordinario, de lo milagroso, de lo prodigioso… El milagro, desde esta perspectiva multilingüe y multicultural, y también desde una comprensión teológica, es un tipo de intervención sobrenatural en la historia, el mundo, la sociedad, el cosmos y los individuos; que contribuye positivamente a la afirmación, comprensión y celebración del poder divino. Lo milagroso es el encuentro de lo divino y lo humano que propicia la sanidad, liberación y resurrección de alguna persona. Y esos actos milagrosos son también mensajes, enseñanzas y signos de las virtudes divinas que llegan para satisfacer las necesidades humanas.

Las narraciones de milagros en los Evangelios se relacionan directamente con las acciones de Jesús —y también de algunos de sus discípulos. En esos relatos, el Señor responde a algún problema mayor o alguna adversidad seria que afecta a los individuos, los grupos y la naturaleza. Y ante un desafío formidable, los evangelistas presentan a un Jesús lleno de autoridad espiritual y poder divino que es capaz de superar esos infortunios de salud física y emocional, y vencer las complejidades y los problemas en la naturaleza.

Para los evangelistas cristianos, Jesús no solo era rabino, maestro y profeta, sino taumaturgo, que es la expresión técnica que describe a una persona que hace cosas prodigiosas, maravillosas y milagrosas. Y las sanidades divinas sin intervenciones médicas y profesionales se incluyen en el mundo de la taumaturgia. Esos milagros de sanidades se explican desde la perspectiva de las intervenciones sobrenaturales de Dios en medio de la historia humana, a través del ministerio profético y pedagógico de Jesús.

Los problemas a los que el Señor responde de forma milagrosa y sobrenatural son de doble índole: de salud física, emocional y espiritual, y de superación de varios desafíos físicos y meteorológicos. La dinámica general para responder a esas adversidades es directa y clara. Tradicionalmente traían ante el Señor —o se encontraban en el camino— alguna persona enferma, poseída por espíritus o muerta, o debía enfrentar situaciones de la naturaleza que podían detener su paso firme para cumplir la voluntad divina. Ante esos desafíos físicos, mentales, espirituales y cósmicos, respondía con autoridad y virtud para superar la crisis y la adversidad.

El énfasis teológico de los evangelistas al presentar las narraciones de milagros es destacar que el Señor atendía con sentido de prioridad a la gente en necesidad. Además, esos relatos eran maneras de indicar que Jesús respondía a los reclamos reales de las personas. De singular importancia es comprender que los milagros no eran parte de un programa de relaciones públicas o algún esfuerzo de mercadeo del programa misionero de Jesús.

Los milagros respondían de forma elocuente a las necesidades más hondas e íntimas de las personas y las comunidades. Formaban parte de la labor profética, docente y transformadora de Jesús en la Palestina antigua.

Milagros en el Antiguo Testamento

Una lectura cuidadosa de la Biblia hebrea, o el Antiguo Testamento, revela que los milagros se manifiestan mayormente y de forma destacada en períodos específicos (véase Apéndice A). Esas acciones especiales de Dios se asocian a momentos en la historia donde hay revelaciones divinas significativas y singulares, y necesidades humanas apremiantes. Esta amplia comprensión teológica contribuye positivamente a la percepción de que lo milagroso se relaciona con acciones divinas con significado y mensajes. Los milagros son esencialmente signos y mensajes divinos en medio de las realidades humanas.

Aunque las intervenciones extraordinarias de Dios son constantes en la historia bíblica, hay tres períodos donde lo milagroso parece que toma auge y se manifiesta con frecuencia. Y esos períodos de importancia bíblica son los siguientes: la época de Moisés y Josué; el período de Elías y Eliseo; y durante el ministerio de Jesús de Nazaret.

Esos tres períodos agrupan gran parte de las narraciones bíblicas de los milagros. Desde la perspectiva teológica, esos períodos también fueron fundamentales en la historia de la salvación y requerían una serie de intervenciones divinas que superaran las teofanías tradicionales del período de los patriarcas y las matriarcas de Israel.

El estudio de la Biblia hebrea muestra que un singular momento donde los milagros y las acciones prodigiosas jugaron un papel protagónico es el período que va desde la liberación de Egipto hasta la conquista de Canaán. Esos años han jugado un papel determinante en la historia bíblica, pues incluyen no solo la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, sino la revelación de los Diez Mandamientos y la presentación de la Ley a Moisés y al pueblo; la afirmación del Pacto de Dios con el pueblo elegido; el establecimiento del culto al Señor que se reveló en el monte Sinaí, como el único Dios verdadero; y finalmente, la conquista de la Tierra Prometida.

En este período es que se encuentran las siguientes manifestaciones milagrosas de parte de Dios: la revelación a Moisés de la zarza ardiente (Éx 3), milagros que afirman la misión de Moisés (Éx 3—4), la vara que se convierte en serpiente y las diez plagas de Egipto (Éx 7—12), el cruce extraordinario del mar Rojo (Éx 14), y la provisión de alimento y agua al pueblo en medio del desierto (Éx 16; Nm 1; Éx 15.17; Nm 20). Además, en este singular período de la historia bíblica, se manifiestan los castigos enviados por Dios a los israelitas desobedientes (Lv 10.2; Nm 11.16; 16.21); el paso extraordinario del río Jordán para llegar a la Tierra Prometida (Jos 3—4); la caída espectacular de los muros de la ciudad de Jericó (Jos 6); y el singular milagro cósmico respecto al sol en la batalla de Gabaón (Jos 10).

En efecto, el período de liberación y conquista está lleno de acciones divinas que no pueden explicarse fácilmente desde las ciencias naturales. Fue un tiempo especial de revelación divina que necesitaba esta serie de narraciones de milagros que confirmaran de forma concreta la voluntad de Dios. Ante desafíos históricos formidables, se manifiesta el poder divino de manera especial, portentosa y milagrosa.

El recuento de estos milagros tenía una importancia teológica especial. Dios se había revelado a Abraham y le había prometido una tierra de paz y seguridad, fuera de la antigua ciudad de Ur, conocida como “de los caldeos” (Gn 12). En las narraciones del Pentateuco, la promesa al famoso patriarca llega a su cumplimiento y se transforma en realidad. Y las narraciones de milagros divinos en este período eran una especie de corroboración teológica de lo que sucedía desde la perspectiva histórica.

El segundo período de gran importancia teológica, desde la perspectiva de las narraciones de los milagros divinos en la historia, se puede asociar con la vida y las acciones de los profetas Elías y Eliseo. En este período el gran desafío no provenía del faraón de Egipto ni de gobiernos extranjeros; el problema real era la atracción que sentía el pueblo hacia las divinidades cananeas. El problema se complicaba aún más, pues ese gran desafío de idolatría estaba tolerado, permitido y hasta propiciado por la monarquía de Israel. Y entre esas divinidades cananeas está el muy famoso Baal.

Para responder de forma vigorosa a esas tentaciones idolátricas, que eran incentivadas por la casa real israelita, Elías y Eliseo llevaron a efecto una serie importante de milagros que tenían como objetivo claro demostrar la superioridad del Dios de Israel en contraposición a las tradicionales divinidades cananeas. El mensaje subyacente en los milagros es que el Dios de Israel es poderoso para manifestarse a su pueblo y las divinidades cananeas, como Baal, no tienen la capacidad de intervenir en medio de la historia humana.

Relacionados con este dúo importante de profetas, las narraciones bíblicas incluyen como 20 milagros, que van desde intervenciones divinas en las dinámicas cotidianas, como la multiplicación de la harina y el aceite (1Re 17.14-16), hasta la manifestación del poder de Dios de manera extraordinaria y especial, con la resurrección del hijo de la viuda (1Re 17.17-24). A esos milagros debemos añadir la manifestación del fuego de Dios en el altar (1Re 18.30-38), la oración por lluvia que fue contestada (1Re 18.41-45), el fuego que cayó del cielo (2Re 1.10-12) y la purificación del agua en Jericó (2Re 2.21-22).

La lectura de las narraciones de milagros en el Antiguo Testamento descubre su importancia teológica. Esos relatos de milagros son afirmaciones teológicas ante los grandes desafíos que enfrentaba el pueblo. En primer lugar, el cautiverio en Egipto y las políticas del faraón impedían a los israelitas servir al Señor de forma adecuada. Además, las tentaciones que le presentaban a los israelitas las divinidades locales de Canaán se constituyeron en un problema muy serio y existencial para el pueblo, que ya estaba en la Tierra Prometida.

Ante esos dos grandes desafíos históricos, las narraciones de milagros juegan un muy importante papel teológico. Estos relatos ponen de relieve el poder de Dios, además de indicar que el Señor está atento a las necesidades de su pueblo. Y ese gran marco teológico es el contexto general de las narraciones de milagros que se incorporan en el Nuevo Testamento.

Jesús de Nazaret vivió en una sociedad cautiva por las políticas del imperio romano y en un mundo religioso enclaustrado en una serie compleja de leyes, ordenanzas y mandamientos. Esa sociedad necesitaba de la intervención extraordinaria de Dios, y en medio de esas dinámicas políticas, religiosas, sociales y económicas, Jesús de Nazaret anuncia la llegada del Reino de Dios o de los cielos. Y junto a su mensaje liberador y salvador del Reino, se unieron las narraciones de milagros. Esos relatos son afirmaciones teológicas firmes y claras de que Dios acompaña y apoya a Jesús en su necesaria e indispensable gestión profética, educativa y transformadora.

El concepto de milagro en la historia

La comprensión de lo milagroso ha cambiado en la sociedad a través de la historia. A medida que el conocimiento y las ciencias naturales han ido en aumento, el concepto de lo que constituye un milagro tradicional ha variado. Inclusive, en algunos foros académicos, en diálogos seculares y hasta en algunos círculos religiosos, la realidad y las expectativas de lo milagroso y excepcional en la vida, con el tiempo, ha pasado a un segundo plano.

De forma paulatina, el deseo de vivir lo trascendental y extraordinario de las actividades milagrosas de Dios fue decayendo. Al llegar a la sociedad contemporánea, respecto a las percepciones de lo milagroso, se manifiestan dos claras tendencias polarizadas: una teología que niega rotundamente la existencia y las manifestaciones de lo sobrenatural y milagroso; y otra comprensión teológica de lo prodigioso y especial, que entiende que hay espacio en la vida moderna para ese tipo de manifestaciones divinas, que no necesariamente son comprensibles, de acuerdo con el entendimiento contemporáneo de las ciencias naturales.

Desde el medievo, especialmente desde la llegada y el desarrollo de la Reforma Protestante, la Revolución Francesa y la Ilustración europea, la comprensión y aceptación de lo milagroso ha sido revisada de forma cuidadosa, además de ser fuertemente cuestionada. Mientras en el período post bíblico, los milagros eran entendidos en círculos eclesiásticos, como una especie de prueba irrefutable de la existencia, la presencia y el poder de Dios, con el tiempo esas acciones prodigiosas del Señor se convirtieron en simbología, y hasta comenzaron las dudas de la realidad de lo milagroso en las narraciones evangélicas. Se desarrolló el pensamiento de que lo que no puede suceder el día de hoy, tampoco pudo haber sucedido en la antigüedad.

Los teólogos de la Ilustración europea, y sus discípulos históricos y culturales, intentaron responder al escepticismo relacionado con las reflexiones críticas sobre la vida, los mitos y la religión. Comenzaron a explicar los milagros en la Biblia, especialmente los que se relacionan con las narraciones de Jesús de Nazaret, desde una perspectiva simbólica, racional y científica. Algunas de esas explicaciones todavía perduran en varios círculos académicos contemporáneos.

La narración de lo milagroso en las Sagradas Escrituras es la interpretación teológica y mesiánica de algún hecho o actividad, que no necesariamente tiene explicaciones naturales. Se trata de relatos bíblicos que desean afirmar el poder divino y demostrar la autoridad y el mesianismo de Jesús.

De los milagros del Señor solo tenemos los recuentos de los evangelistas, que tenían un muy claro y firme propósito teológico: anunciar que Jesús de Nazaret era el Mesías prometido por Dios, que tenía la autoridad, el poder y la virtud de hacer milagros.

Si los milagros son hechos y acciones que no responden necesariamente a las ciencias naturales, para desechar la posibilidad de lo milagroso en la historia, primero debemos comprender bien todas las leyes y todos los procesos que gobiernan el universo y la vida. Y llegar a esa comprensión plena de las leyes naturales que rigen las funciones del cuerpo humano y las actividades atmosféricas, es un ideal noble y grato, pero con muy pocas posibilidades de ser alcanzado en la actualidad.

Indicar, por ejemplo, que se tiene ese tipo amplio, completo y absoluto de conocimiento científico es una arrogancia magna, que descalifica a quien lo crea y lo diga. Aunque las investigaciones científicas son muchas, y con bastantes logros importantes y apreciados, no podemos asegurar a ciencia cierta que nuestro análisis y nuestra comprensión de las dinámicas subyacentes de las actividades atmosféricas y las reacciones biológicas y emocionales del cuerpo humano sean completas y plenas.

Desde la perspectiva bíblica básica, los milagros, especialmente los que están relacionados con las intervenciones sanadoras de Jesús de Nazaret, son hechos y acciones que, cuando se analizan a la luz de la fe, se transforman en signos de esperanza, amor y misericordia divina hacia alguna persona que sufre dolencias físicas, emocionales o espirituales. Lo milagroso, especialmente las sanidades, son parte del proyecto de Dios para la humanidad, pues pone claramente de manifiesto el compromiso y la capacidad divina de acompañar a su pueblo aún en momentos de dificultad mayor.

El fundamento principal de este tipo de definición de lo milagroso, desde una comprensión religiosa, no es el rechazo a las leyes de la naturaleza, entendidas o por descubrir, sino una afirmación de la capacidad divina, y específicamente de Jesús, de responder a los cautiverios más serios del cuerpo, el alma o el espíritu humano. Desde la perspectiva teológica, los milagros son formas de demostrar el compromiso de lo eterno en el tiempo, de la relación de lo divino y lo humano, de la intimidad del poder del Eterno en medio de la historia. En efecto, las narraciones de los milagros en la Biblia son parte esencial de la historia de la salvación.

Esa comprensión del milagro, como signo divino que manifiesta el poder de lo sobrenatural en la historia humana, nos permite analizar las narraciones de los actos portentosos de Jesús en los evangelios con amplitud teológica y afirmación intelectual. Las sanidades, liberaciones, resurrecciones y acciones en la naturaleza incluyen mensajes que afirman la llegada del Reino a la historia en la figura de Jesús de Nazaret.

En el estudio de las narraciones de milagros no solo hay que explorar el hecho o acontecimiento, sino hay que revisar y analizar la importancia de esa acción milagrosa en el programa teológico y pedagógico amplio de Jesús de Nazaret. En efecto, el milagro es también enseñanza y mensaje en torno al Reino de Dios o de los cielos. Los milagros de Jesús son signos elocuentes de la irrupción del Eterno en medio de la historia de la humanidad.

Analizar lo milagroso, en general, y las sanidades, en particular, únicamente desde la perspectiva científica o médica, no hace justicia al propósito teológico de las narraciones bíblicas que, en el caso específico de Jesús, se encuentran en los Evangélicos canónicos. El propósito básico de los evangelistas cristianos era afirmar y compartir el mensaje del Reino que anunciaba el Señor. Tenían una muy clara finalidad evangelística y misionera, no eran presentaciones científicas o médicas de las enfermedades ni de las condiciones climatológicas.

Las narraciones de los discursos y las enseñanzas de Jesús revelan esas dimensiones pedagógicas de manera clara y directa. Y en ese mismo espíritu didáctico se encuentran los relatos de los milagros que ponen de manifiesto la llegada del Reino de forma extraordinaria.

Los milagros de Jesús no solo destacan la importancia de la irrupción divina en las esferas humanas, sino que subrayan el deseo de Dios de responder a las necesidades de individuos y comunidades. Los milagros, según los Evangelios, son signos y señales del poder del Señor ante los desafíos extraordinarios que deben vivir las personas y los pueblos.

Sanadores en la antigüedad

Los relatos de personas que sanan en la antigüedad no son pocos, insólitos ni raros. Las actividades de taumaturgos, o personas que llevan a efecto sanidades o actividades milagrosas, están bien atestiguadas, tanto en la literatura judía como en la griega. En efecto, se puede encontrar en la literatura extrabíblica relatos de sanidades, liberaciones de espíritus demoníacos, resurrecciones de muertos, y hasta de tempestades que son calmadas de formas espectaculares.

La evaluación de la literatura de milagros extrabíblica nos permite descubrir y comprender la peculiaridad y extensión de las actividades de Jesús. Además, la evaluación de esos relatos nos ayuda a descubrir las diferencias éticas, morales y espirituales de las intervenciones del Señor, en contraposición con los relatos extrabíblicos.

Uno de los personajes más famosos en la antigüedad, reconocido por sus actividades taumatúrgicas, es Apolonio. Este sanador era oriundo de la ciudad de Tiana, ubicada en la antigua Capadocia —la actual Turquía— y vivió a mediados del siglo primero d. C., hasta comienzos del segundo. En las obras que presentan sus actividades se incluyen relatos de milagros, que se asociaban a su gran sabiduría y la especial capacidad que le otorgaron los dioses.

Desde la perspectiva judía también hay personajes que tienen capacidades taumatúrgicas que deben mencionarse. Y en ese extraordinario mundo de lo milagroso podemos identificar a Honi u Onías, el trazador de círculos, y Hanina Ben Dosa. Ambos personajes son buenos representantes de ese tipo de sociedad que espera y confía en lo milagroso, espectacular y excepcional.

Honi vivió a mediados del siglo primero a. C., y es mencionado por el famoso historiador judío Flavio Josefo. Una de sus hazañas más importantes es que, en un singular período de sequía nacional, oró a Dios para que la sequía finalizara. Efectivamente, según Josefo, sus plegarias fueron escuchadas por Dios, pues la calamidad terminó. Honi era visto en su comunidad como un hombre de bien con capacidades especiales para hacer milagros.

Los relatos de las actividades de Hanina Ben Dosa, que posiblemente era coetáneo de Josefo, se encuentran en la literatura judía conocida como la Misná. Y la fama de Hanina está asociada a sus curaciones especiales. Era visto en su comunidad como un sanador especial y distinguido.

Junto a las narraciones de milagros atribuidas a Honi y Hanina, se pueden encontrar en la antigüedad referencias adicionales a los poderes milagrosos que tenían algunos personajes de importancia social, política y militar. De acuerdo con Tácito y Suetonio, el gran Vespasiano (9-79 d. C.), después de haber sido proclamado emperador, sanó a dos hombres muy enfermos, mientras aún estaba en Egipto, en la ciudad de Alejandría; uno de los enfermos era ciego y el otro, tenía una mano paralizada.

Desde esta singular perspectiva, Cicerón indica que el famoso general romano Pompeyo (106-48 a. C.) tenía poderes especiales para dominar los vientos y las tempestades; indica, además, que poseía la capacidad de caminar sobre las aguas y los fuegos sin dificultades. Desde esta amplia perspectiva taumaturga, sectores de la antigua comunidad romana le atribuían a Pompeyo no solo virtudes militares asociadas a sus campañas bélicas, sino poderes milagrosos.

En efecto, ¡el mundo antiguo esperaba milagros y prodigios de sus líderes!

Falsos milagros

Un elemento singular de las narraciones bíblicas es que incluyen lo que podríamos catalogar como falsos milagros. Se trata de actividades que imitan las intervenciones divinas, pero que carecen de los fundamentos éticos, morales y espirituales que caracterizan los milagros bíblicos verdaderos. Son acciones que llaman la atención en la comunidad, pues tienen la capacidad de atraer a las personas no atentas a las motivaciones profundas de quienes llevan a efecto estas acciones.

Entre estos falsos milagros se pueden identificar las acciones de los magos de Egipto, que tenían la capacidad de imitar los milagros hechos por Moisés. (Éx 7.11,22; 8.3,14). Las hazañas de los magos egipcios intentaban subestimar y menospreciar las intervenciones especiales de Moisés. El propósito era desprestigiar y minimizar las hazañas milagrosas de Moisés, cuyo proyecto de vida fundamental era la liberación de los israelitas de las tierras de Egipto.

En el Nuevo Testamento las referencias a los magos son mayores. En primer lugar, Simón el mago, según el testimonio bíblico, tenía cautiva y atónita a toda la comunidad de Samaria (Hch 8.9-11). El libro de los Hechos alude a otro mago llamado Elimas (Hch 13.6-12). Además, en la misma obra de Lucas se habla de libros que se utilizaban para aprender magia (Hch 19.19).

En las sociedades neotestamentarias abundaban personas que decían que tenían poderes milagrosos y eran reconocidos en sus comunidades por esas actividades. Se trataba de personas que con señales engañosas intentaban reproducir las acciones portentosas y milagrosas de Dios. Jesús habló de este tipo de personas y actividades, cuyo propósito fundamental era seducir, desorientar y engañar a los creyentes y la comunidad (Mt 24.24).

Desde una perspectiva bíblica y teológica más amplia, las actividades milagrosas fraudulentas y engañosas son parte de las características de las acciones del Anticristo (véase, p. ej., 2Ts 2.9-12; 1Ti 4.1-2; Ap 13.13-15). Esas acciones “milagrosas”, aunque llamen la atención, no pueden provenir de parte del Dios bíblico, si no se fundamentan en los principios rectores de las acciones divinas, de acuerdo con las Sagradas Escrituras. Y, ciertamente, las Escrituras nos brindan algunas pistas para distinguir y discernir entre los milagros verdaderos y los falsos.

Son varios los criterios de discernimiento para corroborar la autenticidad y veracidad de los milagros. El primero se relaciona con la Palabra de Dios. Si algún milagro contradice la voluntad y las acciones de Dios, de acuerdo con las Sagradas Escrituras, no es verdadero (Dt 13.1-5), y debe ser rechazado de manera radical y contundente.

El segundo criterio para discernir lo verdadero de lo falso en el mundo de lo milagroso se asocia a los resultados: los milagros verdaderos glorifican a Dios no a las personas. Si el milagro no enaltece la gloria divina, tal acción llamativa y asombrosa también debe ser descalificada por carecer de los fundamentos éticos, morales y espirituales necesarios para relacionarlos con la manifestación de la gloria de Dios.

Hay personas que tienen la capacidad de hacer algún tipo de señal milagrosa, la Biblia reconoce esa realidad. Sin embargo, la teología bíblica sana afirma que los milagros verdaderos destacan la grandeza y la santidad de Dios, además de responder a las necesidades reales de la gente. Las sanidades, por ejemplo, no son espectáculos públicos para afirmar el ego de ninguna persona, sino acciones divinas para demostrar el compromiso del Señor con las personas cautivas, necesitadas, angustiadas y heridas por las enfermedades y los cautiverios que les impiden vivir en plenitud y ser felices.

Enfermedades y sanidades

Cada cultura tiene sus comprensiones específicas de las enfermedades. Pues esas dificultades de salud no son solo realidades biológicas y condiciones físicas y mentales, pues se interpretan a la luz de la cultura y la sociedad. Las personas enfermas no solo experimentan las calamidades y dolencias corporales, sino que están expuestas y reciben las interpretaciones que hacen sus comunidades de sus realidades físicas.

En la Palestina del primer siglo, las personas enfermas sufrían las dificultades asociadas a comunidades pobres y subdesarrolladas. Muchas de esas personas padecían enfermedades y condiciones complejas y posiblemente insuperables, que les movía aún más en el mundo de la pobreza social y económica que los llevaba de manera inmisericorde al mundo de lo paupérrimo y la mendicidad. Por la carencia de infraestructuras de salud adecuadas, quedaban abandonadas a su propia suerte que los hería aún más y los llevaba finalmente a la miseria, el abandono y la desesperanza.

Las personas enfermas percibían sus condiciones desde una doble perspectiva: las dimensiones biológicas y las comprensiones teológicas. A la vez, experimentaban las dolencias del cuerpo y entendían que estaban abandonadas por Dios. Vivían un infortunio continuo e intenso, pues el dolor no solo era físico sino espiritual. A la inhabilidad visual, auditiva, de comunicación o de movilización, se unía un sentido hondo de dolor, angustia, impotencia, rechazo, discrimen… En efecto, las personas enfermas se preguntaban el porqué de sus angustias y condiciones, sin encontrar respuestas satisfactorias a una serie intensa de dolores, interrogantes e insatisfacciones.

Esa multitud de personas enfermas, que vivían en un intenso cautiverio físico, emocional y espiritual, constituyeron un sector de gran importancia en el proyecto misionero de Jesús de Nazaret. Las preguntas existenciales eran complejas. ¿Por qué estoy maldito con esta enfermedad? ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? ¿Por qué nadie me ayuda? ¿Por qué estoy solo? Y esas preguntas eran extremadamente difíciles de responder, pues, para los enfermos, sus calamidades no solo se entendían desde la dimensión médica, sino desde una muy profunda percepción religiosa, emocional y espiritual.

De acuerdo con el pensamiento semita antiguo, en Dios está el origen de la salud y la enfermedad; el Señor era el agente que propiciaba el bienestar o enviaba la calamidad. Esa era una sociedad que entendía que el origen de la vida y la muerte se asociaba con lo divino. Y en el medio del proceso se encuentra la enfermedad. La salud se relacionaba con la bendición divina y la enfermedad, con la maldición.

A ese mundo herido por las enfermedades físicas y mentales, a las que se unía la dimensión espiritual, llegó Jesús de Nazaret con una palabra de esperanza y un mensaje de sanidad. En su anuncio del proyecto del Reino de Dios a la sociedad judía del primer siglo, el Señor no olvidó ni ignoró ni rechazó este sector social de grandes necesidades. A esa comunidad de personas heridas físicamente y angustiadas emocionalmente les faltaba salud, apoyo social, atención médica, comprensión comunitaria y solidaridad espiritual. ¡Además, vivían el abandono inmisericorde de las instituciones religiosas y políticas!

Jesús de Nazaret llega con el proyecto del Reino que incluye una singular y muy importante dimensión de lo milagroso, inesperado, espectacular y prodigioso. Con su verbo elocuente, sus enseñanzas sabias y mensajes pertinentes, contribuyó a que resucitara la esperanza en las personas más dolidas y heridas de la comunidad. Y en medio de las interminables soledades y las incertidumbres eternas de la comunidad enferma, comenzó a escucharse, en las ciudades, los caminos, las aldeas y los montes, que los ciegos veían, los sordos escuchaban, los cautivos eran liberados y a los pobres se les anunciaba el evangelio…

Milagros de Jesús de Nazaret

Al estudiar con detenimiento los milagros que se atribuyen a personajes de la antigüedad, se descubre una serie importante de características singulares en las actividades que llevaba a efecto Jesús. En primer lugar, Jesús no hacía milagros para exhibir sus poderes o para hacer un espectáculo de su autoridad espiritual. Por el contrario, siempre las narraciones de milagros asociadas con las actividades del Señor responden a los clamores humanos más hondos y sentidos. El milagro es un acto para manifestar la misericordia y el amor de Dios.

El propósito de Jesús en su tarea milagrosa es eliminar las dolencias, enfermedades o condiciones que le impedían a las personas vivir vidas liberadas, autónomas, gratas y bendecidas. No había honorarios ni los milagros se llevaban a efecto para castigar personas, que son detalles que se descubren al estudiar las narraciones generales de milagros en las sociedades griegas y romanas de la antigüedad.

El buen modelo de Jesús como rabino, maestro, profeta y sanador se descubre y afirma en los Evangelios canónicos. Para Jesús, su tarea docente y profética incluía lo milagroso, para afirmar desde diferentes ángulos la llegada del Reino. Los milagros y las sanidades eran parte integral de la comprensión misionera y programática de Jesús.

En los evangelios apócrifos, sin embargo, se presenta una imagen de la infancia del Señor que no concuerda con los relatos bíblicos. Estos evangelios apócrifos presentan a un Jesús niño que hace milagros para exhibir sus poderes o para castigar a alguien. Y esa no es la intención misionera del Jesús adulto, de acuerdo con las narraciones canónicas que están a nuestra disposición.

En las narraciones de milagros que se encuentran en los Evangelios canónicos, se puede identificar una serie recurrente de temas de importancia o de motivaciones para llevar a efecto las sanidades. La finalidad de este tipo de relato de milagro de sanidad es responder a los reclamos de alguna persona necesitada, además de glorificar a Dios.

El estudio de los Evangelios canónicos descubre que Jesús de Nazaret lleva a efecto varios tipos de acciones milagrosas. Y esas acciones están íntimamente relacionadas con su anuncio y afirmación del Reino de Dios. Son milagros que no solo responden a las necesidades humanas, sino que transmiten valores y enseñanzas, de acuerdo con la finalidad teológica y educativa de cada evangelista.

Las narraciones de milagros en los Evangelios presentan cuatro tipos generales de prodigios. El primer tipo de acción milagrosa de Jesús son las sanidades. Y esas sanidades incluyen, varias condiciones de salud: por ejemplo, curaciones de ciegos, sordos, paralíticos y leprosos. Esas acciones del Señor son signos claros de misericordia divina que destacan el poder de Dios sobre el cuerpo, la mente y el espíritu.

El segundo tipo de milagro son las liberaciones de demonios o espíritus impuros. Y con las liberaciones se pone de relieve el poder de Jesús sobre el mundo espiritual, sobre los poderes demoníacos que quieren quitarle la paz y la tranquilidad a la humanidad. Las resurrecciones constituyen el tercer tipo de acción milagrosa. Esos actos de resucitar difuntos son signos del poder divino sobre la vida y la muerte. Y para completar esas acciones extraordinarias y portentosas del Señor, se descubren los milagros sobre la naturaleza, que son formas teológicas de afirmar que Jesús tiene el poder divino sobre el cosmos y la creación.

Esas acciones milagrosas ponen de manifiesto el poder de Dios en medio de las realidades humanas; además, revelan la misericordia de Jesús ante las necesidades de individuos y comunidades. Esos relatos de milagros ponen de relieve el compromiso de Jesús con la gente en necesidad y reiteran su comprensión de la voluntad divina que se hacía realidad en medio de la historia humana. El propósito del ministerio de Jesús era restaurar la comunicación de Dios con las personas, y para lograr ese objetivo unía su ministerio docente y profético a sus labores llenas de señales milagrosas y signos de Dios.

La evaluación amplia de todas las narraciones de los milagros de Jesús descubre que un segmento importante de esos recuentos de intervenciones divinas portentosas se relaciona con la sanidad de mujeres. En una sociedad patriarcal, donde las mujeres no eran vistas con mucho prestigio social, el Señor separó tiempo de calidad para atender a sus necesidades espirituales y para sanarlas físicamente y liberarlas espiritualmente.

Inclusive, las narraciones de este tipo de sanidad ubican a Jesús respondiendo con libertad a los reclamos de las mujeres. Los relatos de sanidades indican que en el proceso el Señor interactuaba con las mujeres, y hasta las tocaba, rompiendo de esta forma las regulaciones religiosas de la época. Para Jesús de Nazaret, más importante que las regulaciones religiosas y las interpretaciones rabínicas de la Ley, estaban los seres humanos y sus necesidades.

Al estudiar las narraciones de milagros se descubre que no eran actos improvisados. Por el contrario, las sanidades incluyen un tipo de proceso que revela orden y sentido de dirección. Esos procesos incluyen una lista de detalles que demuestran que no se trata de una actividad momentánea del Señor, pues se pueden distinguir elementos recurrentes en los relatos de las sanidades y los milagros.

Entre esas dinámicas que circundan las acciones milagrosas del Señor, se encuentran las siguientes acciones o declaraciones:

•Identificación de la duración de la enfermedad.

•Peligrosidad de la calamidad.

•Frustración de los médicos.

•Dudas de las personas que rodean a la persona necesitada.

•Llegada del Señor al enfermo o cautivo.

•Alejamiento de los espectadores.

•Jesús el sanador toca al enfermo o al cautivo.

•Se afirma una palabra de sanidad y liberación.

•Se produce el milagro, la sanidad o liberación.

•Se describe el resultado de la acción divina.

•Corroboración del resultado o del milagro.

•Salida de la persona sanada o liberada.

•Impacto del milagro en la comunidad.

Cada uno de los elementos de esta lista de acciones no necesariamente se incluyen en todas las narraciones de milagros, pero exponen el cuadro amplio de los procesos y sus propósitos fundamentales. Esta lista es una corroboración de que esas narraciones milagrosas en los Evangelios canónicos estaban muy bien pensadas y redactadas, pues tenían serias implicaciones teológicas y pedagógicas en el ministerio de Jesús. Los milagros no solo eran acciones portentosas del poder del Señor, sino transmitían mensajes de vida, liberación y esperanza.

Aunque en la antigüedad había personas taumaturgas, que se conocían por hacer actos mágicos y prodigiosos, la revisión de las narraciones de los milagros que se relacionan con Jesús muestra ciertas características que no debemos obviar ni subestimar.

En primer lugar, el Señor nunca recurrió a la magia para llevar a efecto sus acciones milagrosas. No utilizó amuletos ni empleó raíces mágicas ni incentivó la repetición de frases fantásticas o hipnóticas. Por el contrario, Jesús se presentó ante la crisis con la autoridad espiritual y fuerza moral que provenía directamente de Dios. El objetivo de sus sanidades y liberaciones era doble: poner de manifiesto el poder y la gloria de Dios y responder a las angustias mayores que impedían que alguna persona disfrutara la vida a plenitud.

De singular importancia al estudiar los relatos que presentan los milagros de Jesús es el papel que juega la fe en esos procesos. Ese fundamental componente de confianza en Dios, y de seguridad de que el Señor tiene la capacidad y el deseo de liberar a alguna persona de sus calamidades físicas, emocionales y espirituales, no se pone en evidencia en las narraciones de milagros en la antigüedad, fuera del ámbito de los milagros bíblicos en general y en especial los que lleva a efecto Jesús.

Es de notar, además, que los milagros de Jesús de Nazaret, de acuerdo con las narraciones evangélicas, no tienen como objetivo básico ensalzar su figura o requerir reconocimientos especiales de su labor. Por el contrario, siempre sus milagros estaban relacionados con las necesidades de la gente.

Los milagros del Señor no formaban parte de un programa de relaciones públicas que realzaban la figura del que llevaba a efecto el prodigio. El propósito era sanar y liberar personas en diversos tipos de cautiverios. Nunca el Señor utilizó su ministerio de milagros para enfatizar su persona, solo deseaba glorificar a Dios y bendecir a la humanidad.

Para el Señor Jesús, su ministerio de sanidades era la continuación de sus mensajes elocuentes y sus enseñanzas desafiantes. Los milagros eran parte de un ministerio que debía ser pertinente y contextual. Un pueblo con dificultades en la comprensión y aplicación de los valores religiosos que procedían de los rabinos y los maestros de la Ley en Jerusalén y que, además, estaba sumido en un mundo complejo de enfermedades físicas, cautiverios espirituales y calamidades emocionales, necesitaba que Jesús presentara un mensaje de desafío a las instituciones religiosas y políticas de la época, además de responder a los dolores continuos del pueblo.

Las sanidades, las liberaciones, las resurrecciones y los milagros de Jesús eran componentes indispensables en su ministerio, pues le esperaba y le seguía un pueblo enfermo, cautivo, desorientado y muerto. Y ante una sociedad con angustias en el alma, dolores en el corazón, cautiverios sociales, opresiones políticas y enfermedades en el cuerpo, el Señor Jesús llegó con la palabra profética y las acciones milagrosas que hacían falta.

Los milagros del reino de Jesús de Nazaret

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