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Un lugar en el mundo

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Existen lugares en el mundo que están dotados de una significación muy especial. Estos lugares tienen mucho que ver con nuestras propias vidas, y se nos cuelan por los sentidos merced al afecto que sobre ellos desplegamos. Uno de estos lugares es un centenario convento franciscano bajo la advocación de un franciscano singular: san Antonio de Padua y de Lisboa. El convento de San Antonio es uno de esos rincones del mundo en donde casi se puede palpar la eternidad, un ámbito sagrado en el que se hace posible soñar con los ojos muy abiertos, amar en la oración, y sentirse acogido por el marco natural que lo rodea y por los frailes, herederos de la más tierna y sensible espiritualidad franciscana.

El convento al que me refiero es una edificación de corte medieval, como otro cualquiera de su tiempo, con su claustro alcantarino, sus celdas para los religiosos, su comedor y cocina, su huerta, despensa natural de la que recolectar el frugal alimento, y por supuesto, su iglesita modesta con un aún más modesto campanario que a las horas señaladas estremece el cielo con su tañido desgarrado. La voz de la campana evoca la profundidad de la voz silente del Dios al que se busca por los caminos de la vida y que se deja atrapar tan sólo por corazones sensibles abiertos a la vida y la esperanza. Y un convento, más que historia dilatada de luces y sombras, o que un museo de piezas de arte, es un hogar de Dios, una casa de espiritualidad y reencuentro del ser humano con lo mejor de sí mismo, en armonía con el medio natural, e intuyendo el valor de la trascendencia.

Así visto, el convento de San Antonio podría ser uno de tantos, una pequeña joya regalada por la historia, pero sobre todo es, insisto, un espacio sagrado de encuentro con la espiritualidad que descubre el corazón de las personas y las interna en el núcleo del misterio de la existencia humana. Las piedras centenarias son callados testigos del tránsito de las personas y de cómo la naturaleza nace, muere y renace con vigor. Porque las vetustas piedras del convento conocen los secretos de la vida, de las personas que a su amparo se liberan de sus miedos y complejos mientras la naturaleza, siempre desbordante de vida, parece querer contribuir al renacer de quien se siente abatido por la vida, porque uno de los grandes misterios del convento es su romance con las plantas, las flores y los pájaros que pueblan el entorno y que, en cierto modo, son más de casa que los mismos frailes.

El convento fue edificado sobre roca, en el corazón de un bosque frondoso y mirando al océano inmenso, que se extiende a los pies de un extenso arenal que sugiere y evoca imágenes del desierto. El mar es misterio profundo en su aparente quietud que por momentos se vuelve pura fuerza bruta que inquieta y llega a asustar, y de esto saben mucho las gentes del mar. Más arriba de la playa se sitúa una montaña que tiene como vigía centenario el convento de los frailes que, casi con humildad, se asoma al mar en un claro del bosque profundamente verde y arbolado que viene a ser como una madre que custodia y cuida este recinto sagrado en el que la vida se cita consigo misma, con las vidas de todos los que por él pasan, pasaron o pasarán, siempre en camino, como peregrinos de la vida, así los frailes como los huéspedes o visitantes circunstanciales.

Un lugar puede llegar a convertirse en una evocación profunda de la felicidad, o al menos en un espacio para transformar la propia vida, o incluso para renovarla. En cierto modo toda persona tiene un lugar, un humus vital en el que se enraíza y del que se siente parte. Pero, más allá de propiedades privadas, existen lugares que son de nadie y de todos al mismo tiempo, que más allá de pertenencias jurídicas son patrimonio del alma porque su valor no es tanto lo que son o tienen cuanto lo que sugieren o evocan. Y en este sentido, el convento de San Antonio es un lugar para solazar el alma al tiempo que el cuerpo se sosiega en su reencuentro con la historia, el arte, la naturaleza y la espiritualidad.

Y es ahí, en medio de la vida, en donde tienen lugar las historias que siguen. Una vida que se sigue abriendo paso por entre las vicisitudes y adversidades, como resplandor constante de la fe y la esperanza que un día obraron el milagro de edificar un lugar en el mundo, un hogar de paz que anima y sosiega. También tú, si lo deseas, si te dejas llevar, puedes acudir a este lugar mágico. También para ti se ha pensado un rincón entre las piedras del convento de San Antonio, en el bosque frondoso de vida plena, en la montaña espectacular, o sobre la arena junto al mar inmenso: un lugar para el reencuentro con lo mejor de ti, con tu hermosura interior. Si buscas la sabiduría de la vida, ven, siente, saborea, disfruta... y, quizá, halles lo que realmente necesitas para sobrevivir en sociedad a fuerza de humildad.

Himnos de Navidad y Epifanía

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