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Capítulo 2
El primer día

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Los chicos llegaron a la casa donde se hospedaban en Edimburgo la madrugada del 29 al 30 de mayo, por lo que se fueron directamente a dormir.

La mañana del 30 de mayo se levantaron y fueron a hacer la compra necesaria para sus primeros días de estancia en la ciudad, y lo primero que se encontraron al llegar a la puerta del súper fue a un señor que contaba una historia sobre un caso terrorífico de una niña de unos once años aproximadamente, que murió atropellada un día que su madre la mandó a hacer la compra y que su espíritu rondaba todos los días aquel supermercado, esperando para poder realizar su compra y poder llevársela a su madre.

—¡Qué historias más locas se inventa la gente! —comentó Tiago riendo.

—¡Cierto! No entiendo cómo alguien puede creerse esto.

Después de acabar la compra, volvieron a la casa, que se encontraba en East Claremont Street, nº 100. Al llegar allí, les esperaba un señor que nadie conocía de nada.

—Perdone, ¿quién es usted? —preguntó Anna.

—Disculpen que me entrometa donde no me llaman, pero mi nombre es Damián y vengo a advertiros de la maldición que sufre esta casa —les contestó el señor.

Los cuatro rieron.

—Reír cuanto podáis, pero esta casa está maldita. Aquí vivió durante muchos años el señor Dylan Clarefontaine, junto con su mujer Hannah y sus dos hijos, Helen y Michael, hasta que un día la casa se quemó con los cinco dentro. Las malas lenguas dicen que desde entonces los fantasmas de aquellas cinco personas merodean todas las noches por esta casa para espantar a cualquiera que viva en ella, debido a que dicen que aún es de su pertenencia.

Los chicos volvieron a reír. Miles de personas les habían contado historias parecidas a esas y ellos nunca se las habían creído. El señor se fue enfadado y refunfuñando.

—La gente sí que se inventa historias para asustar a los demás —dijo Sebas.

—Cierto. A saber qué es lo que quería este hombre… A lo mejor le negaron la casa o la vendieron sin su permiso y quiere que nos vayamos para recuperarla —dijo Anna.

—Es lo más probable —dijo Tiago.

Después de esto, los chicos entraron en la casa, arreglaron un poco lo que habían comprado y salieron a hacer turismo por la ciudad. Visitaron el centro, hicieron un tour caminando y después volvieron a la casa.

—¡Ostias, me he olvidado de comprar una cosa! —dijo Astrid.

—¡Pues vamos al súper otra vez! —dijo Tiago.

—¿Ahora? —preguntó algo asustada Anna—. ¿No has visto la hora que es?

Sebas y Tiago se miraron y se rieron. Luego, Sebas dijo:

—¿No te habrás creído la historia que contó aquel señor?

—No, para nada. Yo lo decía solo por la hora.

—Ya, ya... —Sebas volvió a reír.

Finalmente, los chicos volvieron a ir al súper a comprar lo que se les había olvidado. Al llegar a la puerta, el hombre que contaba la historia ya no estaba, y en su lugar había sentada una pequeña niña, que parecía perdida.

—¿Te has perdido, preciosa? —le preguntó Astrid.

—¡No! —contestó la niña.

—¿Qué haces aquí tan sola entonces? —preguntó Sebas.

—Esperar.

—¿A qué? —dijo Tiago.

—A poder entrar a comprar.

—¿Y eso? —preguntó Anna.

—Pues que llevo más de ٤٠ años esperando y nunca he podido entrar.

—¡Eso es imposible!

Los chicos se miraron algo sorprendidos. Luego pensaron que sería mejor llevarla al hospital, porque aquella niña debía de tener algún problema.

—¡Ven! ¡Acompáñanos!

—¡No! No puedo irme de aquí. He de esperar.

—Bueno, en vista de que no quieres venir, haremos que venga la ambulancia a buscarte.

Los chicos llamaron a la ambulancia y se quedaron junto a la niña esperándola. Cuando llegó, los cuatro chicos fueron a avisarla, pero se encontraron con la sorpresa de que la niña no estaba. Había desaparecido.

—Es todo muy raro, doctor. La niña dijo que llevaba esperando cuarenta años para poder entrar. Eso no es posible —le dijo Tiago al médico, quien, al oír esas palabras, salió corriendo de allí. Los chicos se miraron sin entender nada.

—A ver si al final la historia aquella va a ser verdad… —dijo Anna.

—¡Venga! ¡No empieces tú como todo el mundo! Eso son tonterías. Habrá llegado la madre y se la habrá llevado, nada más —dijo Sebas.

—¡Sí! Seguro que será eso. Venga, entremos que al final cerrará —dijo Tiago.

Después de comprar lo que les faltaba, los chicos volvieron a la casa y por el camino se encontraron nuevamente con la niña, quien les dirigió la mirada y les hizo señales para que la acompañaran al súper nuevamente. Los chicos, que ya no necesitaban nada, le gritaron:

—¡No! ¡Además, no tenemos tiempo de jugar!

La niña, al oír aquellas palabras, se les acercó rápidamente y luego desapareció. Los chicos se quedaron totalmente alucinados de cómo la niña había desaparecido en sus narices. He de deciros que ya estaban algo asustados. Al llegar nuevamente a la casa, hicieron como si nada de aquello hubiese sucedido, como si se lo hubiesen imaginado todo.

La ciudad de los fantasmas

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