Читать книгу La ciudad de los fantasmas - Santiago Javier Gomis Cartesio - Страница 9
Capítulo 3
El castillo embrujado
ОглавлениеDespués de dos días en la ciudad, los chicos ya la conocían casi en su totalidad, sobre todo el centro. Lo más curioso hasta aquel momento les había sucedido aquel día en el supermercado con aquella niña, lo cual ninguno volvió a mencionar nunca. También he de decir que ninguno se atrevía a pisar aquel súper a aquellas horas de la noche, no fuese que todo aquello volviese a suceder.
Sebas y Tiago seguían comportándose como si aquello hubiese sido un sueño, pero Astrid y, sobre todo, Anna empezaban a creer un poco en los fantasmas, y estaban tan asustadas que ni siquiera se atrevían a pisar el sitio de día, no fuera a ser que estuviese el señor contando la historia y les entrase más pánico.
El tercer día de estancia los chicos decidieron visitar el castillo de Edimburgo.
—¡Acérquense, acérquense y conozcan la historia del castillo! —Era el reclamo que utilizaba un señor para que los turistas se acercasen.
—Díganos, señor, ¿cuál es la historia del castillo? —preguntó Tiago.
—¿De verdad quieren saberla? —les preguntó el señor.
—Totalmente —contestó Sebas.
Entonces, el señor les contó que ese castillo perteneció a la familia real escocesa. Concretamente, allí vivió durante muchos años el rey Filipus III junto con su esposa y sus cinco hijos. Pasados los años, el rey se fue haciendo viejo y, finalmente, murió. Sus hijos y su mujer se mudaron a un castillo en otro sitio de la ciudad y decidieron dejar enterrado debajo del castillo el cadáver del difunto rey. Las malas lenguas decían que su espíritu deambulaba todas las noches por el castillo, buscando a su familia, dando gritos y espantando a todo el que se acercaba a él.
—Bueno, creo que ya hemos escuchado suficiente —dijo Anna asustada.
—¿No tendrás miedo? —le preguntó Sebas.
Anna no contestó. Lo que hizo fue dar media vuelta y volver a casa. Astrid se fue tras ella.
—¡Dios! Ya les han comido el cerebro —dijo Tiago.
—¿Entramos? —preguntó Sebas.
—¡Claro!
—Hemos de demostrarle a todos, incluidas Anna y Astrid, que los fantasmas no existen.
—¡Pues vamos!
Los chicos entraron al castillo, pero se dieron cuenta de que estaban allí solos. La razón no era otra que porque ya eran las seis de la tarde, la hora en la que, según la leyenda, salía el fantasma de Filipus III, por lo que nadie se atrevía a entrar en el castillo.
—Somos los únicos valientes —dijo Sebas.
—Eso parece —dijo Tiago algo asustado.
—¿No me digas que te estás empezando a asustar?
—¡Jamás! Pero es que esto es muy flipante.
—Hola. —De repente se escuchó una voz.
—¿Quién anda ahí? —preguntó Tiago.
—No os asustéis, solo soy vuestro acompañante.
—Encantado. Mi nombre es Sebas y él es Tiago.
—Encantado. Yo soy Felipe.
—Menos mal que hay alguien por aquí para acompañarnos —dijo riendo Tiago.
Los chicos junto con Felipe fueron recorriendo todo el castillo. Era alucinante, parecía como si estuviesen en una película o en la Edad Media. Todo transcurría fenomenal, hasta que en un momento se acercaron a un cuadro que los dejó totalmente blancos.
—¿Has visto eso? —dijo Sebas.
—Sí, es el cuadro de Filipus III.
—¿Te has dado cuenta que es igualito que Felipe?
—¡Sí! —dijo Tiago muy asustado.
—Bueno, veo que habéis descubierto mi secreto —dijo Felipe, que se acercó de repente por detrás.
Los chicos se asustaron y salieron corriendo, pero al intentar salir del castillo, se encontraron con que las puertas y ventanas estaban cerradas. Se acababan de quedar atrapados allí. Empezaron a rezarles a todos los santos que conocían y estaban completamente asustados. Se les pasaban un montón de cosas por la cabeza y ya dudaban de todas sus creencias. De pronto, el fantasma de Filipus se les acercó por detrás y los chicos volvieron a alejarse corriendo.