Читать книгу EL ÁNGEL DE LA PESTE - Santiago Vizcaíno Armijos - Страница 6

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TOQUE DE QUEDA

A Vanessa, mi hermana

Se murió la abuela. Hace tres días que se murió, allí, en su cama. Ya estaba muy viejita la abuela, pero yo creo que todavía aguantaba. Era buena. Nunca me pegó ni me dijo malas palabras como lo hacen mi papá y mi mamá, que todo el tiempo se están gritando. Yo no sé de qué se murió la abuela porque todos andaban sospechosos y yo preguntaba qué pasaba y mi mamá me decía: Ya está vieja la abuelita, mijito, y ya quiere descansar. Y yo le creo porque ya después de haber vivido más de ochenta años uno debe estar aburrido. Si ahora mismo ya estoy que no puedo más porque no me dejan salir. Viene la policía y nos obliga a entrar cuando estamos en la vereda jugando pelota. Entonces tenemos que meternos corriendo a las casas. Así mismo hacen los grandes que tampoco soportan estar en la casa y cuando la policía no está, ponen sus bancos y juegan cartas, beben cerveza y hasta se pelean. Pero cuando vienen los policías todos salen corriendo porque son groseros. El otro día a mi tío le pegaron, le insultaron y, por último, hasta le cortaron el pelo. Es que son unos abusivos, dice mi mamá. Estaba indignada. Estaba furiosa. Ella defiende a su familia como una fiera. Y de verdad que esos policías son es la cagada. Vienen aquí tirándose a sabidos, a muñecos, solo porque llevan el uniforme y dizque hay toque de queda. Yo le pregunté el otro día a mi mamá que qué era el toque de queda. Que no se puede salir y punto, me dijo. Pero por qué se llama toque de queda, si no tocan nada, volví a preguntar, aunque sabía que era inútil. Eso sí no sé, respondió, busca en internet. Pero nosotros no tenemos internet. Mi papá tiene un celular que le vendió un choro en cien dólares y, a veces, me lo presta y veo videos en YouTube. Entonces le pedí que me lo prestara un ratito. Me lo dio como hacen los padres para que no los jodamos. Y puse toque de queda en el diccionario. Siempre me han gustado los diccionarios, aunque solo tengo uno que nos mandaron a comprar en la escuela. Uno chiquito que tiene las palabras básicas, pero yo cuando quiero saber algo, lo busco en el diccionario real, o sea uno que es de la Real Academia, que no sé qué será, pero ese sí es completito. Y cuando pongo toque de queda, aparecen un montón de significados que vienen de toque hasta que bajo y llego a la definición, que siempre pienso que es como cuando un delantero llega a la portería y remata. La cosa es que la definición dice: «Medida gubernativa que, en circunstancias excepcionales, prohíbe el tránsito o permanencia en las calles de una ciudad durante determinadas horas, generalmente nocturnas». La tengo porque la copié en un cuaderno, ya que no entendía. Entonces, le pregunté a mi papá, que estaba al lado fumando en la vereda: Papá, qué es gubernativa. Chucha, mijito, respondió, yo creo que es algo del gobierno o del gobernador. Y entonces entendí. Regresé a la palabra toque y vi que también significaba «llamamiento, indicación, advertencia». Y ahí ya todo estuvo clarísimo. Estaba tan contento que le devolví el celular a mi papá y me puse a jugar pelota e hice tres goles contra mis primos. Tengo cuatro primos que viven al lado, son hijos de mi tía, a la que el marido la abandonó hace un año. Se fue con otra. Bien maldito era el marido. Pero mis primos son bacanes. Los manes juegan conmigo siempre y no pelean, solo a veces entre ellos, conmigo nunca. Yo solo tengo una hermana, pero es bien chiquita, tiene dos años, y todavía usa pañales. No hay cómo sacarla a jugar. Ella pasa ahí pegada de mi mamá o de mi papá, porque es bien consentida. Cuando nació, me dieron celos, pero ahora ya no me importa, porque yo ya soy grande y pienso en otras cosas. Pienso, por ejemplo, por qué no habrán venido a recoger a la abuela los de la funeraria o los de la morgue. La abuela está allí en el cuarto acostada, pero ya van tres días y empieza a oler mal. Porque así huelen todos los muertos, dice mi mamá. Y yo pienso que el olor de la muerte es horrible y me entra el miedo de morirme. Le digo a mi mamá: ¿No cierto que yo no me voy a morir nunca? Y ella me dice: No, papito, usted es un superhéroe, usted va a ser inmortal. Y me tranquilizo, porque sí quiero ser un superhéroe y no morirme nunca y matar a todos esos policías que vienen a joder y pegarles a mis tíos que son bien buena gente. Pero sí me quedo pensando en la abuelita y le pregunto todos los días a mi mamá que cuándo la vamos a enterrar, que es muy feo que esté allí oliendo mal todo el día, que me da tristeza. Veo que mi mamá habla a un número y nunca le contestan. Llama al doctor y le dicen que está ocupado. Llama a la funeraria, y no están atendiendo. También me da mucho miedo lo que se ve en la tele. Dicen que hay muchos muertos por el virus, que los dejan morir en la calle y que nadie va a recogerlos. Yo me pregunto si no será ese virus maldito el que ha matado a mi abuelita. Mi mamá dice que no diga eso, que no se me ocurra decir eso en la calle, porque la gente es loca y nos pueden quemar la casa. Y por eso me quedo callado. Igual, la abuela ya está es bien muerta y no se puede hacer nada más que esperar a que le den un turno o un hueco para enterrarla en el cementerio. Mi papá dijo un día que iban a hacer una fosa común. Y, como no entendía, le pedí otra vez el teléfono. Busqué nuevamente en el diccionario real y salía: «Lugar donde se entierran los restos humanos exhumados de sepulturas temporales o los muertos que, por cualquier razón, no pueden enterrarse en sepultura propia». Busqué exhumar, que me parecía algo de humo. Y supe que quería decir «desenterrar un cadáver». No entendí muy bien toda la definición, pero también la anoté en el cuaderno de borrador de la escuela que me gusta mucho, porque allí se puede poner cualquier cosa que a uno se le ocurra y a mí se me ocurren muchas. Repetí cincuenta veces exhumar, porque no se me quedaba la escritura. Mi mamá dice que soy bien inteligente y que debo estudiar mucho para que les saque de la pobreza, que yo debo sacarlos de la pobreza. Y yo le digo sí, mamá, yo quiero ser doctor para ir a luchar contra cualquier virus como un superhéroe. Ella se ríe. Me acaricia el pelo. Me pone la comida sobre la mesa que, a este paso, casi siempre es plátano verde o arroz con atún. Pero como me gusta comer, yo le doy trámite. En cambio, a mi hermana no le gusta comer y llora mucho. Mi papá le tiene que dar la comida y rogarle. Es muy malcriada mi hermana y hace mucho escándalo. Yo le digo, cuando mi papá no me ve: Cállate, ¿no ves que es toque de queda? Van a venir los policías y te van a llevar. Ahí se calla un poco, pero cuando viene mi papá, otra vez se arranca a llorar como si le hubieran pegado. Ojalá cambie mi hermana, que es muy bonita, pero muy llorona, demasiado llorona. Cuando crezca le voy a contar sobre este virus, la voy a asustar con la historia del cadáver de la abuela en su cuarto y cómo en las noches se levantaba y andaba en la casa como un fantasma. Me voy a reír de verla asustada. Le contaré cómo tuvimos que enterrar a la abuela en el terreno baldío que nos prestó un primo de mi mamá para hacerle una fosa, ya que los gubernativos no vinieron a llevarse nunca el cuerpo y la abuela ya se estaba descomponiendo. Igual, la idea de que la pusieran en un mismo hueco con otros cadáveres no me gustaba. Y creo que a nadie de mi familia le gustaba, así que se reunieron, le pidieron permiso al primo de mi mamá y cavaron un hoyo bien profundo. Entre mis tíos y mi papá hicieron una caja de madera con las mismas tablas de la cama de la abuela. Y allí, envuelta en una sábana, la taparon. Yo lo vi todo. Mi papá me retaba porque decía que luego tendría pesadillas, aunque yo nunca tengo pesadillas y no me dan miedo ni los muertos ni la sangre, por eso quiero ser doctor. Entonces, cuando ya estuvo la caja y el hueco, fuimos toda la familia en la noche, bien en la noche, cuando estaban todos dormidos, y nos metimos al terreno ese que estaba alambrado. Entre mi papá y mis tíos la tiraron a la fosa y luego fueron echando tierra encima, mucha tierra, toda la que habían sacado. Al final, una tía rezó el rosario completo, bien bajito, como un susurro, y todos nos persignamos y lloramos y mi mamá me abrazó y vi cómo mi papá, sudoroso, muy cansado, también lloraba, aunque las lágrimas se le confundían con el sudor. Es la única vez que he visto llorar a mi papá. Volteé a ver a mi mamá y le pregunté: ¿Será que algún día la podemos exhumar?

EL ÁNGEL DE LA PESTE

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