Читать книгу Encuarentenadas - Savka Pollak - Страница 9

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EL HUASO

−Hola, Cristián, ¿tienes naranjas? −comienzo la llamada.

−Hola, Daniela. Siiiií, tengo veinte sacos −responde rápido−. Están increíbles, pero no voy a Santiago hasta el jueves. ¿Cómo estás?

−Chuta la pregunta −Él siempre me pilla desprevenida−, la verdad, Cristián, estoy agotada. Me lo paso encerrada trabajando en un rincón, cambiando pañales en medio de planos de arquitectura, pegada al último proyecto para el que me contrataron. Tu cachai que soy independiente así que trabajo el triple.

»Pero no es fácil con mis hijos de 6, 5 y 3 años. Además, separada del papá corazón más “responsable” con el covid que conozco. Se tomó cuarentena total en visitas y pensión. −Exhalo molesta, pero aliviada de tener una oreja con la que desahogarme−. No tengo tiempo para contratar abogado y demandarlo, sacarle el 10% de la AFP o mandar a los militares para que lo obliguen a llevarse a los cabros y poder ver una serie. ¡O trabajar con la puerta abierta y un café caliente sin riesgo a que me lo den vuelta encima! −me quejo−. ¡Nooo! Nada que hacer po’, estoy colapsada, Cristián, en serio. Entre el trabajo y el cuidado de los críos. Y bueno, consiguiendo las naranjas para el jugo de la Antonia, que si no lo toma, literalmente no va al baño. Tu cachai. Para ser señorita… no hace del número dos. −Me río.

−Pero Daniela, no corresponde la situación. ¿Cómo vas a estar tan solita encerrada y con tanto trabajo? Yo te voy a separar las mejores naranjas para la Antonia, eso no es problema. Pero me preocupas. ¿Te gustaría tomarte un descanso? Vente a la parcela. Acá yo te atiendo.


−Cristián, estás loco. ¡Imagínate! Yo feliz, sería un sueño, pero ninguna posibilidad.

¡Chuta! En mi imaginario, la verdad, se desplegaron millones de posibilidades. Con mi situación, arrancarme al baño sola era un lujo, ¡y este Huaso rico me invitaba a su parcela! Donde podría estar tranquila por algunas horas y nadie me diría mamá.

Como soñar es gratis, pensé en avivar la tontera. Total, cero posibilidad de que algo resultara. O, a lo más, me llegaban unas naranjas extras para la Antonia de este Huaso cuico.


−Daniela, vente, acá están los días preciosos. Estoy con un amigo, podemos comer algo rico y te devuelves al otro día.


Empecé a pensarlo más en serio, ya tenía una persona con quien dejar a los niños y de verdad, ¡el trabajo a la cresta por veinticuatro horas! ¿Qué podría pasar?

Para hacerme la buena, empecé con condiciones y confusiones.


−Cristián, mira, iría con una amiga en todo caso. Nada de cosas raras. Yo conozco a tu ex, ¡imagínate la media cagada si sabe que me fui a tu parcela en plena cuarentena, yo sola! Es media psicópata y me va a agarrar mala. Mejor me voy a la segura, con chaperona y de verdad, esto súper claro, yo no tengo ningún interés en nadie. Que quede claro, pero bien, bien claro. −Reiteración anula la premisa.

−Yo jamás te haría algo que no quisieras. −Ese era el problema, pensé, imaginando mis quejidos en plena noche−. Daniela, vente con tu amiga y hacemos un fogón con mi amigo que se muere de ganas de conocerte.

−¿Y por qué? Quizás qué le hablaste de mí. Como sea, yo no estoy para aventuras. El último pinche me duró un par de semanas y me patió. Fue humillante, Cristián. −Y partí contándole la historia−. Fuimos a almorzar con mis hijos y le pedí que tuviera a la Antonia un segundo en brazos. Pataleaba como loca para soltarse, pero yo tenía que ir a “cazar” al José, que se creía explorador en plena selva. La Antonia, que su segundo nombre es estítica, de tanto moverse ¡se cagó! ¡Y con ruido!

»Parecía que toda la gente del restaurante se calló para poner atención al sonido fuerte e intenso que salía del traste de la Antonia. ¡Justo en la rodilla del pololo! Comienzo la evaluación;

»Manejo de crisis: Cero.

»Color de piel: ¡Rojo encendido!

»Mirada: desorbitada en busca de la mía, así como para dejar claro, frente a todos, que él no tenía parentesco directo con la cría.

»Mientras, yo estaba simplemente derrotada. Tomé al José de la polera y recibí a la Antonia, que me la devuelve como si tuviera PCR positivo, influenza tipo B, lepra o fuera un desecho radiactivo.

»Por si fuera poco, Alonso, el mayor de mis hijos y el más compasivo de todos, ¡me hizo la desconocida! Muy despacio me dijo que iba al baño. Sentí odio, rabia, soledad y toneladas de pena, pero como es habitual, lo disimulé.

»Mi pololo estaba más preocupado del resto de los comensales que de animarme. Su expresión mezcla de cara de póker, cara de gil ¡y charlatán de la Fisa! −Me reí fuerte−. ¿Te acordai de la Fisa, Cristián? −Escucho su voz, contagiándose conmigo−. Bueno, de esos charlatanes que vendían cuchillos que cortaban hasta fierro y luego llegabas a la casa, ¡y no cortaban ni un tomate! Debí patearlo ahí mismo, pero una, apegada al dolor y apanicá por el abandono… termina aguantando.

»A los pocos días vino la cuarentena. Me dijo que necesitaba tiempo de introspección, que nos veríamos poco y eso lo complicaba. Puras excusas. A mí nadie me saca de la cabeza que quedó angustiado con la cagada de la Antonia, seguro que él de chico cagaba en el baño y nunca usó pañales. Quedé picá, Cristián, como dolida. Me tragué la humillación del restaurante porque no quería estar sola y mira, me pateó igual.


−Pero princesa, qué bueno, así yo puedo atenderla −responde Cristián meloso−. No le sirve ese tipo de hombre. Yo, mi reina, le cambio el pañal a la niña para que usted no tenga ni que levantarse. Y con el otro brazo, agarro al crío que se escapa sin que usted tenga que mover un pelo. Miro a la gente del restaurante, les tiro una broma y los dejo a todos riéndose con la trifulca de la digestión de la chica. Y usted, en mis brazos, siempre protegida. Yo la atiendo y la cuido. La media mujer y anda con tipos tan re lesos. Véngase al campo y va a ver cómo se devuelve tranquila y contenta. No le haré nada que no quiera, soy respetuoso ante todo. Venga con su amiga si gusta.

¡Qué típico! Una se queja del mino anterior y todo te lo resuelve el nuevo. Pero es rico creerle un rato. Debo confesar, que cuando El Huaso me empezó a tratar de usted, así, en forma repentina, me calentó. Era tan sexy, ¡me daba jerarquía de mando! Era la jefa de la relación, del juego o lo que fuera. A estas alturas solo quería ir a su parcela.


−Cristián, pero no tengo cómo −recordé de golpe−. ¿Qué hago con los permisos? Sacar uno para ir al supermercado no creo que me sirva para ir a Puchuncaví.

−De eso me preocupo yo −respondió altiro. La tenía clarísima−. Mándame tu rut, nombre completo, patente del auto en que vendrán y lo mismo de su amiga, la chaperona. En veinte minutos le envío su permiso. Mi “ salgocongusto”, con ese puede pasar el “condón sanitario” sin problema. Si quiere lo usa para venir y si no, lo usa para ir a ver a alguien más.


¡Chuta, me daba libertad! Eso es súper provocador para mí. Me puse ansiosa y más ganosa. Ya no podría trabajar, ni atender a los niños después de esta conversación. El foco lo tenía en mi entrepierna, más que nada.


−Cristian, déjame ver si puedo organizarme y te cuento.


Llamé a la Margarita en tres segundos. La verdad, mientras hablaba con El Huaso rico le escribía y ella se estaba entusiasmado. Así nos cuidábamos ¡y nada de aventuras! ¡Cómo no! La idea era despejarnos de los niños y estar en el campo. Estoy en periodo de expansión, no de maltrato. Solo cosas y sensaciones buenas, porque el resto parece ser un caos. ¡Más con la puta pandemia!

El Huaso la tenía clara. Firme y decidido, me quería “atender”. Y yo quería correr a ese espacio y coger ese regalo tal cual. ¡Qué tanta cosa! Ambivalente andaba porque por un lado quería puro ir a hacerlo tira y por otro quería arrancar del encierro. Y el destino de ambas justo era la parcela del Huaso rico.

En fin, metí un calzón, una escobilla de dientes y un pantalón en la misma cartera y partí. Ansiosa era mi apellido. ¡Y pucha que andaban lentos los autos a mi alrededor! Yo, desesperada, llegué donde la Margarita y le pedí que manejara ella. Así, la mitad del camino me fui trabajando y la otra cantando como pendeja. La verdad es que no tenía intenciones de nada más que de distraerme un rato. Me pasaba rollos igual, porque una es mujer y tanto tiempo sin sexo me tentaba. Además, este Huaso tenía su atractivo, era guapo, alto, medio bruto. Entonces una se lo imagina tirando rico, aunque un poco torpe, lo que me resultaba interesante también.

La Margarita, por su parte, se separó en plena cuarentena. Es de esas mujeres buenas del alma, de esas que de verdad quieren lo mejor para el ex. Buena, buena, pero bueeeeena y civilizaaaada. Yo en cambio, hasta el último, el que me dejó porque se le cagó la Antonia arriba y que solo duró unos meses, ¡lo odio!


Capaz que hoy, me tire al medio Huaso cuico y te saque de mi cuerpo, para dejarte en el olvido, junto con tu voz de pito. Aunque igual tirábamos rico. Era resistente, tengo que decirlo, hacíamos el amor por horas. Realmente nos fundíamos. Yo lo miraba a los ojos mientras entraba en mí, ufff, y lo dejaba loco. ¡Quedábamos locos los dos! Era lo mejor que teníamos. A veces nos reíamos mientras estábamos tirando. Nos contábamos historias y nos movíamos juntos. Después, él se quedaba quieto y solo yo me movía. Me gustaba mirar cuando entraba, pero bueno, con su tula promedio y media chueca, igual hacia lo suyo, hay que reconocerlo. Pero ahora tenía que sacarlo de mi cuerpo para dejarlo ir con gratitud; al final, no fue un mal tipo, solo un bastante weon.


Llegamos a la parcela y apareció El Huaso con sus botas de chiporro. Atrás venía el amigo, no se veía mal, pero irradiaba depresión. Tenía como un cartel pegado en la frente que decía “estoy cagado después de separarme”. El Huaso tenía la chimenea ardiendo y el amigo tenía puesto en la tele Youtube ¡Con música de la que escuchaba mi abuelita! Y claro, era el único dueño del control remoto.

Rápidamente dirigí el objetivo. Miré y analicé al amigo un rato, pero no. Yo ya le tenía ganas al Huaso que expelía atracción. Pasaba cerca, me rozaba. Yo lo sentía, ¡y eso ya era caliente! Empezamos a hablar de sexo, de lo difícil de llevar la calentura en cuarentena. Luego, salimos a mirar las estrellas. ¡Por suerte el amigo se quedó adentro o hasta las estrellas se hubieran ido! Se habría nublado, o se habría puesto a llover. ¡Así de triste estaba el tipo!

El Huaso pasó por detrás mío y me dijo.


−Todas las mañanas me toco, no puedo empezar el día sin una paja. La tengo grande, mira, siénteme. −Se apoyó en mí por detrás, haciendo contacto−. Quiero metérsela hasta el fondo, ¿le gustaría?


«¡Chuta!» pensé «Igual me gustaría, pero hace frío y el amigo tiene vista desde la ventana»

Él continuó.


−Déjame desabrocharte el pantalón. −Yo seguí callada, pero asentí.


Él sonrió satisfecho y me desabrochó, mientras yo estaba apoyada en un muro corto que llegaba a mi cintura. Metió su mano helada rozando mi cadera y bajó hasta llegar a la entrepierna. Introdujo sus dedos hasta el fondo y luego recorrió por fuera cada parte con calma, despacio. Mi respiración se entrecortaba y se hacía profunda. A ratos incluso se detenía.

Quería que siguiera tocando, cada vez más, y que el amigo triste contuviera sus ganas de suicidio, que saltara por otro balcón. ¡O que al menos se aguantara unos cinco minutos!

El Huaso cuico me volvió a hablar, así medio golpeado.


−Soy bien hombre, mira −decía mientras ponía mi mano en su entrepierna−. La tengo grande, sí, ¡te voy a dejar loca! ¿Te gusta cómo te toco? Estás mojada mira, te gusta ahí, sí, justo ahí −Y, mientras, yo soltaba un suspiro de éxtasis.

¡Sentía que iba a venirme en cualquier momento!


Metió su cabeza bajo mi polera. Pasó la lengua por mi cuerpo. Yo lo tocaba y realmente era grande, rico, suave. Me apoyé en su hombro mientras él seguía tocándome suavemente por fuera y, de vez en cuando, volvía a meter sus dedos y tocaba la parte frontal de mi pubis por dentro, para luego entrar en forma recta y tocar con el pulgar todo el borde externo, mientras el dedo medio tocaba por dentro. Todo estaba suavemente lubricado y se movía con suavidad, pero en forma intensa. Con su boca rozando mi pecho ¡de pronto me mordió el pezón y me tocó fuerte, muy adentro! Acabé apoyando mi cabeza en la suya, gimiendo de placer, con la vista de fondo del amigo un tanto bajoneado y mi amiga chaperona bancándoselo en el living de la casa. Yo estaba siendo poseída por toda clase de tiritones, bajo las estrellas que brillaban en toda su magnitud, y con la mano del Huaso dentro mío.


−Terminaste −me dijo.

«¡Y cómo no!» pensé.

−Parece −respondí, con algo de evidencia y vergüenza. Nos reímos y abrazamos.


Igual el amigo bajoneado miraba por la ventana y parecía calentarse con la situación. Yo creo que no perdía las esperanzas conmigo. Yo seré caliente, pero no de cosas raras, menos de compartir. O sea, soy señorita po’, o por lo menos me veo como una.


Entramos y me puse frente a la chimenea. El Huaso estaba en llamas, claro, quedó prendido. Me miraba, se acercaba, se ponía al lado, me daba besos. Yo le hacía el quite, estaban los demás ahí y los besos eran un poco bruscos y chupeteados. Me dio como lata. A mí me gusta el peluseo, pero cuando la cosa es así tan, tan brusca, me aburre.

Fueron a preparar algo de comer y jugamos a que nos dejaran solos, pero el amigo no quería. Todavía pensaba que tenía opciones conmigo.


Trajeron champaña y decidí tomarme una copa porque ya me estaba bajando la culpa con los niños por la paja en la terraza, la situación de estar en plena fiesta en medio de una pandemia, lo irresponsable, lo puta y toda la mierda esa que llevo dentro. Pero... nada que no se pase con tres copas y una amiga apañadora, de esas que calman las culpas y te ayudan a liberarlas.

Empezamos a cantar las canciones del amigo “depre”. Con la Margarita somos tan, tan partners. Nos entretenemos en cualquier parte, más cuando no nos dicen “mamá” por un ratito. Ahí estábamos, métale canto, baile y champaña. Y entonces, El Lobo viene con una copa cuando yo ya estaba media lista, justo en ese punto en que uno sabe que algo se liberará si se toma una copa más.


−Daniela, ¿una copa?

−No puedo más, Cristian, gracias. Demasiado mal portada.

−Pero ¿qué le puede pasar, si está conmigo? El cariño no le hace mal a nadie −insiste, mientras me apoyaba en su hombro.

−Está bien… −Acepto su oferta y brindamos−, pero… ¡TÚ TE HACES CARGO DE LA BAILARINA!


Claro, ya estaba lista para dejar libre a la bailarina que llevo dentro, esa gran puta liberada, esa mujer magnética imparable e insaciable. Ya no había vuelta atrás y yo había avisado.

Solo desde que me separé, supe lo que era el buen sexo y ya no me conformaba con poco. El agarrón con el Huaso fue tremendo y ya había acabado con su mano. Eso había despertado a la erótica transgresora que llevo dentro. Una champaña más ¡y llegaba la bailarina!

Así fue, yo lo acorralé esta vez y me decidí a llevarlo a la pieza. Le dije que saliera al balcón a fumar, como para disimular un poco. El Lobo no entendía nunca el plan, así que me limité a darle instrucciones cortas y precisas. Cuando nadie cachó, lo metí por la ventana y lo encerré en mi pieza con llave. Lo tiré sobre la cama y me subí arriba de él con ropa y todo. ¡Y me sobajeé hasta que me dolió! Le desabroche el pantalón, mientras él se abría la camisa y me mostraba sus pectorales marcados levemente, bien levemente, y obvio, ¡peludo! Algunos lunares y un culo redondo.

No de esos como angustiados que tienen los mayores de cincuenta. ¡Qué decir de los mayores de sesenta, que las bolas les llegan más abajo que el poto! Y los pelos de las bolas, con canas. Esos mismos viejos de culo angustiado, andan tratando de viejas a las minas de cincuenta años, ¡caras de raja!

¡Volvamos al momento, mejor!

Además de su culo redondo con un lunar sexy, caché más claramente que tenía una media “cosa”. Al Huaso caliente le gustaba que se lo chuparan y mirar, lo volvía loco. Pasé mi lengua, mientras él me metía los dedos con fuerza y bien adentro. No fue un gran “trabajo”, demasiada ansiedad, pero fue caliente. Subí y El Huaso quería montarse rápidamente, meterlo altiro, pero yo lo di vuelta y me encaramé sobre él. Además, aproveché que todavía tenía la polera puesta. ¡Puta que alivio!

Lo miré a los ojos mientras me movía y rozaba suavemente su cuerpo con el mío. Estaba húmeda y pasaba cerca. Lo hacía deslizarse por los lados, por el medio, despacio. Sin sacar la mirada, me quedé con él entre mis piernas, sosteniéndolo sólo en la punta. Me moví circularmente hacia un lado y luego hacia el otro. Lo dejé entrar un poco y me detuve. Volví a salir, manteniendo la mirada, mientras mi respiración se alteraba cuando lo sentía entrar. Me tomé mi tiempo, era la primera vez que El Huaso me penetraba, o más bien, que yo hacía que él entrara en mí.

Todavía tenía mi polera puesta y mis calcetines. Eso lo hacía más sexy, sensual, como una reina de belleza. Y él estaba en el mejor de sus sueños, perdido en mi mirada, mientras yo volvía a dejarlo entrar, esta vez hasta adentro. Me detuve, con él hasta el fondo, y lo disfruté en mis paredes internas. Un poco adelante y se sentía electrizante, atrás y llegaba a cortar mi respiración. Exhalaba suspiros. Luego lo empujé a tocar los lados y me llené de placer. Sin apuro, lo sentí dentro mío y comenzamos a movernos.

Me puso boca abajo. La bailarina interna estaba desatada, era libre y gozaba, y El Huaso, el mejor compañero de baile, esa noche al menos.

Como era grande, El Huaso cuico me llegaba hasta el fondo. Nunca antes fue tan placentero, apoyada de guata sobre la cama, rozando con el colchón y sintiendo la punta de él tocar las sábanas a través de mi cuerpo.

Comenzó a tiritar mi muslo izquierdo, mientras la sensación se sumaba por el lado derecho y subía rápidamente por mi entrepierna.

Todo se contraía de forma intensa y se soltaba desde el centro, escalaba por mi guata, resonaba en mi pecho y explotaba en mi garganta, cortando mi respiración por unos momentos. Estallé en un gran gemido, mojándome, mientras un gran placer me inundaba. Mi entrepierna temblaba junto con mis brazos, mi espalda y mi cuerpo, que se rendía, aunque seguía moviéndose y disfrutando. Me di vuelta y lo miré, dentro de lo que pude abrir los ojos. Cansado, me miró y dijo:


−¿Acabaste rico?

−Muy. −Fue todo lo que respondí.

−Todavía tengo para rato −dijo él−. Me fui a tocar al baño.

−¿Qué?

−Sí, es que quedé muy caliente con el agarrón de afuera y me corrí una paja. No podía más.

−¿Me estás webiando? ¿Es en serio? −Sí. Su mirada lo confirmaba− ¿Y llegaste como a punto o te demoraste un poco?

−O sea, igual un rato, ¡pero ni tanto! Ahora podría estar toda la noche haciéndolo si quisiera.

−¿En serio? −pregunté con cara de picarona. Aunque cansada, seguía insaciable.

−Mañana es mi cumpleaños, ¿sabía? −dijo el Huaso.


Otra vez la jerarquía… ¡Chuta, qué me calienta! Saber que se había pajeado en el baño pensando en mí, ¡me tenía loca!

−¿Se han tragado tu semen alguna vez, Huaso rico?

−Nunca, Daniela.

−Bueno, ese será tu regalo de cumpleaños.


Y retome mi “trabajo”, pasando la lengua por cada ranura y metiendo la punta completa en mi boca. Después lo metí entero, o lo que cabía. Saqué la lengua y lo lamí como helado, mientras lo miraba a los ojos. Luego, él se puso sobre mí y empezó a pajearse y cuando se iba a ir, ¡se acercó a mi boca y me tragué su semen!

Lo miré a los ojos y dije:

−¡Hey, Huaso bruto! ¡FELIZ CUMPLEAÑOS! −Y me limpié el borde de la boca, mientras él me sonreía.


Encuarentenadas

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