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II. LOS VALORES DE LA FAMILIA DE ADÁN

Puede parecer del todo evidente que la gente tiende por naturaleza a vivir en familia, y que no es bueno que el hombre esté solo. Hasta los anuncios personales del periódico dan fe de estos principios. Por tanto, ¿por qué habría alguien de escribir un libro sobre este tema? y ¿por qué ibas a leer un libro así?

Porque hay muchas cosas que debemos desaprender para poder entender lo que significaba la familia para los antiguos judíos y cristianos. ¿Cuál es, a fin de cuentas, la clase de familia para la que fuimos creados? ¿Qué tipo de amor, y qué tipo de hogar, constituyen nuestras más profundas necesidades? La respuesta a estas cuestiones puede ayudarnos a ver por qué tanta gente está insatisfecha con el amor y por qué muchos lo buscan en todo tipo de lugares equivocados.

¿Qué entiende la Biblia por familia?[1] No es lo que cabría pensar.

Para la mayoría de nosotros, familia quiere decir (al menos en cierto sentido ideal) «mamá, papá y los niños». Familia es ese grupo estrechamente unido de personas, relacionadas por matrimonio o por sangre, que comparten un hogar común. Una familia es lo que se encuadra en un chalet o en un piso. Algunos de nosotros extenderíamos los lazos un poco más, para incluir a los tíos, primos y los abuelos o bisabuelos vivos. Otros incluso extenderían el concepto de familia hasta los primos segundos. Esto es lo que los norteamericanos de hoy llaman familia extensa: toda la gente que acude a las reuniones familiares. A veces pregunto a mis alumnos de la Universidad cuántos de ellos pertenecen a una familia extensa. Por lo general, una cuarta parte de la clase levanta la mano. Entonces les pregunto qué entienden por «extensa»: ¿cuánta gente? Las respuestas suelen ser que alrededor de treinta o cuarenta, aunque algunos han señalado hasta quinientos.

Incluso esta cifra tan alta es minúscula cuando la comparamos con la noción bíblica de familia.

1. EL CINTURÓN TRIBAL[2]

En el antiguo Israel, en realidad en la mayoría de las culturas antiguas, la familia extensa definía el mundo de un sujeto dado. La familia de cualquiera incluía a todos los descendientes de un determinado patriarca, normalmente un hombre que vivió siglos antes. La nación de Israel era una familia de este tipo, puesto que fue poblada en su mayoría por los que se reconocían descendientes del patriarca Jacob (también conocido como Israel). Los doce hijos de Jacob, a su vez, proporcionaron la identidad familiar a las «Doce Tribus» de Israel. Cada tribu, entonces, era una familia distinta cuyos miembros se llamaban entre sí «hermanos» y «hermanas», hijos de un padre común, el antiguo patriarca. De esta forma, incluso a los primos lejanos se les consideraba hermanos. De hecho, la mayoría de las lenguas semíticas antiguas no tienen una palabra para decir «primo», puesto que «hermano» o «hermana» servía para tal propósito. En el libro de Josué del Antiguo Testamento, vemos una expresiva descripción de este orden social, con tribus, clanes y casas que corresponden más o menos a nuestras modernas ideas de federación, estado y gobierno municipal. «Al día siguiente, de mañana, Josué hizo que se acercara Israel por tribus, y fue señalada la tribu de Judá. Hizo acercarse a las familias de Judá, y fue señalada la familia de Zare. Hizo acercarse a la familia de Zare, por casas, y fue señalada la casa de Zabdi» (7, 16-18).

A menudo la familia tribal estaba vinculada por herencia a una determinada parcela de tierra. Por consiguiente, la «tierra de Judá» (Judea) era la casa de los descendientes de Judá. La tierra era su patrimonio, recibido de los antepasados, que era conservado por la generación actual para las futuras generaciones familiares. La familia se identificaba con la tierra; vender el solar familiar era algo impensable, y a veces legalmente imposible (cf. Lv 25, 23-34).

La movilidad personal también estaba limitada. En general, uno vivía y trabajaba dentro de los confines de la tierra de su tribu y moría en la tierra donde había nacido. Si alguien se marchaba lejos de la tierra de los ancestros, seguía identificándose con su tribu y, durante toda su vida, su «hogar» seguía siendo la tierra de los antepasados, y no aquella a la que había emigrado. Es más, sus descendientes heredarían este sentimiento, considerándose a sí mismos «extranjeros en tierra extraña», incluso en la tierra en la que nacieron.

2. UNA EXPERIENCIA DE HEREDERO

Las relaciones familiares tampoco terminaban con la muerte. En las culturas antiguas, se veneraba a los antepasados[3]. La veneración se debía sobre todo, pero no de forma exclusiva, al patriarca. La tumba de los antepasados se consideraba un segundo hogar. Por medio de la tradición oral, las familias conservaban cuidadosamente sus genealogías, que enlazaban las generaciones y unían a los hijos de hoy con el patriarca.

Los miembros de la familia vivían bajo unas normas, por lo general no escritas, que establecían sus deberes dentro del clan y su comportamiento hacia los de fuera. Todos los miembros estaban obligados a defender el honor de la familia. Un hombre no elegía un oficio sobre la base de sus intereses, ni siquiera de sus habilidades; su trabajo estaba determinado por las necesidades familiares, y sus ganancias se acumulaban para provecho de la familia.

Por último, la pertenencia a una familia determinaba la religión. La familia era por encima de todo una comunidad religiosa, perpetuada para el culto de sus particulares «dioses familiares». El sacerdocio pasaba de padre a hijo (preferentemente el primogénito), quien dirigía el culto según la tradición de sus antepasados. El dios de la familia era el dios de los antepasados[4]. Los israelitas, por ejemplo, se referían al Señor Dios como «el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres» (Hch 3, 13, cf. también Mt 22, 32; Mc 12, 26, Lc 20, 37). Esto era así no sólo para los israelitas, sino también para la mayoría de los pueblos de la tierra, en todo Oriente Medio, en la antigua Grecia y Roma, en la India, Japón, China y en toda África.

En las civilizaciones antiguas, la religión era un amplio fenómeno local, una cuestión familiar. Más que los lazos de sangre, era este culto común el que unía a una familia a través de muchas generaciones y de muchos grados de parentesco. Entrar en una familia por matrimonio suponía aceptar los deberes religiosos de esa familia. Vivir fuera de la familia, alejarse de las tierras de los antepasados, negarse a vivir bajo las normas familiares, significaba cortar de raíz con el culto familiar, y por tanto con la vida familiar.

3. ADOPTAR HERENCIAS

Pero la puerta no se abría sólo hacia fuera. Una familia podía aceptar, y aceptaba de hecho, a forasteros como miembros de pleno derecho, pero sólo después de que se hubieran convertido en miembros. Y la forma ritual y legal de dar la bienvenida al nuevo miembro era mediante un «pacto». El pacto era la forma que tenían las familias de extender las obligaciones y privilegios de parentesco a otras personas o grupos[5]. Cuando una familia recibía nuevos miembros, por medio del matrimonio u otro tipo de alianzas, ambas partes, los nuevos miembros y la tribu establecida, sellaban el pacto que les vinculaba con un juramento solemne, con una comida en común y ofreciendo un sacrificio.

Algunas alianzas llegaban incluso a unir dos amplias familias tribales para darse apoyo y protección mutua. Pero una alianza era más que un mero tratado, y las partes contratantes eran más que aliados. Por la fuerza del pacto quedaban unidos como una familia. El estudioso de la Biblia Dennis McCarthy, S. J., escribió que «la alianza entre Israel y Yahvé constituyó a Israel en familia de Yahvé, en un sentido muy real... como resultado... la alianza se consideraba como un tipo de relación familiar»[6].

4. HOGARES MODELO

Los sociólogos han desarrollado muchos modelos para entender esta organización familiar. El que me ha parecido más útil es el de Carle C. Zimmerman, de la Universidad de Harvard, que se refería a las familias antiguas como «familias depositarias».

En su monumental obra Family and Civilization, explicaba Zimmerman: «la familia depositaria se llama así porque se considera a sí misma, más o menos, como inmortal: existe de forma perpetua y no se extingue jamás. Por consiguiente, los miembros que viven no son la familia en sí, sino simplemente “depositarios” de su sangre, derechos, propiedades, nombre y posición, mientras viven»[7].

La familia depositaria enfoca la familia principalmente en términos religiosos. No es sólo la familia nuclear, ni siquiera la extensa, sino todos los miembros de la familia del pasado y del futuro, así como los de la generación presente. Un lazo sagrado une a los miembros de la presente generación con los antepasados que les dieron la vida; el mismo lazo los une con sus futuros descendientes, que perpetuarán el nombre de la familia, su honor y sus ritos.

Esto se parece poco a lo que la mayoría de la gente de hoy se refiere al hablar de familia. Las familias modernas tienden a caer bajo lo que Zimmerman clasificaría como «familia doméstica» o «familia atomista». La familia doméstica describe un hogar basado en el vínculo matrimonial: marido, mujer e hijos. En esta estructura los miembros de la familia hacen hincapié en los derechos individuales junto con los deberes familiares. En las familias atomistas, sin embargo, los derechos individuales están muy por encima de los vínculos familiares, y la familia en sí misma existe para el placer del individuo.

Hay muchas diferencias destacables entre estas etapas históricas[8]. En las sociedades de familia depositaria, la familia se ve como una realidad mística; en las sociedades de familia doméstica, se trata de una tradición moral; cuando predomina la familia atomista, el hogar se ve como una especie de capullo de la crisálida, algo en lo que uno nace para escapar de él. En las sociedades depositarias, el matrimonio es un acuerdo sagrado; en las domésticas, es un contrato; en el hogar atomista, es un modo práctico de compañía. En la familia depositaria, los hijos son bendiciones divinas; en la doméstica, agentes económicos indispensables; en la familia atomista, sin embargo, se convierten en una carga económica, un «gasto» y un obstáculo para la realización personal. En la familia depositaria, el padre es el patriarca, un rey-sacerdote que debe servir a sus antepasados tanto como a su descendencia; en la doméstica, es el autoritario director jefe de la unidad económica fundamental de la sociedad; en la familia atomista, es una patética figura que hay que dejar atrás para poder crecer como individuo. Y cada tipo de familia ve la inmoralidad sexual de forma diferente. Para la familia depositaria, es un acto criminal; para la doméstica se trata de un pecado individual; para la familia atomista es un asunto privado, una elección, un estilo de vida alternativo.

Zimmerman señala que sólo las sociedades basadas en la familia depositaria han sido capaces de alcanzar el nivel de civilizaciones. Pero ninguna de esas sociedades fueron capaces de mantener para siempre el orden depositario. En algún momento de la historia de las civilizaciones, la gente empieza a vivir según el modelo de familia doméstica. El período de predominio de la familia doméstica, sin embargo, es por lo general de corta duración, una fase de transición hasta que la familia atomista ocupa su lugar. Cuando la familia atomista llega a ser el modelo dominante de la sociedad, entonces las obligaciones familiares se ven habitualmente como impedimentos para el desarrollo personal. La familia atomista, caracterizada por la generalización del divorcio, la actividad sexual desenfrenada y el descenso de la población, indica normalmente que una civilización está en su declive final.

5. PLANIFICACIÓN FAMILIAR NACIONAL

Todo esto puede ayudarnos a entender lo que la gente del antiguo Israel —y Jesucristo, y los primeros cristianos— quería decir cuando hablaba de los temas más cercanos a sus intereses y a los nuestros. Debemos tener cuidado, después de todo, para no proyectar nuestras ideas modernas sobre las palabras de los autores bíblicos. Familia, sociedad y religión eran, en gran medida, intercambiables para los israelitas. ¡Empresa familiar era sinónimo de culto religioso, y la «unidad familiar» era la sociedad misma!

Por tanto, si te contabas entre los hijos e hijas de Israel, contabas tus «hermanos y hermanas» por decenas de miles, cientos de miles o incluso millones.

Se trata ciertamente de una interpretación amplia de la observación de Dios: «no es bueno que el hombre esté solo». Pero podemos ver la lógica de la familia depositaria también en el primer mandamiento que dio a la primera familia: «Creced y multiplicaos, y poblad la tierra».

No es suficiente con que el hombre sea creado «bueno». Ni parece que sea suficiente para él con «tener una ayuda adecuada a él». Un romance, por grande que pueda ser, da la impresión de que es insuficiente para satisfacer a esas criaturas, para que cumplan sus obligaciones ante Dios o para que completen la imagen de Dios en la tierra. Un romance basta, de forma limitada, para sacar al hombre de sí mismo. Los hijos bastan para llevar a una pareja de enamorados más allá de su románticas miradas.

Pero parece que Dios nos hizo para vivir en una familia más amplia, para experimentar un amor mucho más grande... un amor que se extiende hasta el infinito.

[1] Cf. L. Perdue et al., Families in Ancient Israel, Westminster John Knox Press, Louisville, Ky. 1997; C. Osiek y D. Balch, Families in the New Testament, Westminster John Knox Press, Louisville, Ky. 1997. Para un tratamiento profundo de la visión bíblica de la familia como personalidad corporativa, cf. J. de Fraine, S.J., Adam and the Family of Man, Alba House, Staten Island, N.Y. 1965.

[2] Sobre la naturaleza religiosa de las culturas patriarcales en la antigüedad, cf. K. van der Toorn, Family Religion in Babylonia, Syria and Israel, Brill, Leiden 1995; C. Pressler, The View of Women Found in the Deuteronomic Family Laws, Walter de Gruyter, New York 1993; C. Dawson, «La familia patriarcal en la historia», en Dinámica de la historia universal, Rialp, Madrid 1961, pp. 122-139. Sobre los discutidos «orígenes tribales» del antiguo Israel en la sagrada Escritura, cf. A. Malamat, History of Biblical Israel, Brill, Leiden 2001; W.G. Dever, What Did the Biblical Writers Know and When Did They Know It?, Eerdmans, Gran Rapids, Mich. 2001; T. L. Thompson, The Mystic Past, Basic Books, New York 1998; K. L. Sparks, Ethnicity and Identity in Ancient Israel, Eisenbrauns, Winona Lake, Ind. 1998.

[3] F. de Coulanges,The Ancient City, Doubleday, Garden City, N. Y. 1956, p. 40; H. Maine, Ancient Law, Dutton, New York 1977; E. Schillebeeckx, Marriage: Human Reality and Saving Mistery, Sheed & Ward, New York 1965, p. 234: «Cada familia tenía su propia liturgia doméstica... Su sacerdote era el paterfamilias del hogar doméstico... Por tanto, la familia antigua era, por definición, una comunidad religiosa».

[4] H. C. Brichto, «Kin, Cult, Land and Afterlife: A Biblical Complex», Hebrew Union College Annual 44 (1979) 1-54: «Hay pruebas abundantes de que el papel de sacerdote en la familia israelita fue cumplido en la antigüedad por el primogénito» (p. 46). Cf. G. N. Knoppers, «The Preferential Status of the Eldest Son Revoked?» en S. L. McKenzie y T. Romer (eds.), Rethinking the Foundations, Walter de Gruyter, Berlin 2000, pp. 115-126; B. J. Beitzel, «The Right of the Firstborn in the Old Testament», en W. C. Kaiser y R. F. Youngblood (eds.), Essays on the Old Testament, Moody, Chicago 1986, pp. 179-195; I. Mendelsohn, «On the Preferential Status of the Eldest Son», Bulletin of the American Society of Oriental Research 156 (1959) 38-40. Para una perspectiva similar en las fuentes patrísticas y medievales, Cf. San Jerónimo, MPL 23, 980, y Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 87, art. 1.

[5] Cf. F. M. Cross, «Kinship and Covenant in Ancient Israel», en From Epic to Canon, Johns Hopkins University Press, Baltimore 1998, pp. 3-21: «El lenguaje de la alianza, parentesco legal, es tomado del lenguaje del parentesco, parentesco carnal» (p. 11). Habría que hacer notar que las alianzas podían darse también entre los que ya estaban relacionados por parentesco (por ejemplo, David y Jonathan en 1 Sam 20, 12-17; los ancianos de Israel y David en 2 Sam 5, 1-3). Las alianzas, por tanto, no servían solamente para iniciar y extender las relaciones y obligaciones familiares, sino para renovar o fortalecer los lazos de parentesco natural; cf. G. P. Hugenberger, Marriage as a Covenant, Brill, Leiden 1994, pp. 177-215. También cf. C. Baker, Covenant and Liberation, Peter Lang, New York 1991, p. 38: «Podemos tomar como descripción de trabajo de la alianza... un compromiso solemne y externamente manifestado que fortalece el parentesco y el interés familiar entre ambas partes».

[6] D. J. McCarthy, S. J., «Israel My Firstborn Son», Way 5 (1965) 186; cf. Id., Treaty and Covenant, 2.ª ed, Pontificio Instituto Bíblico, Roma 1981; P. Kalluveetitil, Declaration and Covenant, Pontificio Instituto Bíblico, Roma 1982, p. 212; Cross, «Kinship and Covenant», pp. 12-13: «La liga era también una organización de parentesco, un pacto de familias y tribus... Idealmente, la liga estaba concebida como doce tribus, relacionadas por alianza y por parentesco... Israel es la parentela (‘am) de Yahvé... Esta fórmula debe ser entendida como un lenguaje legal, el lenguaje de parentesco de afinidad, o en otras palabras, el lenguaje de la alianza».

[7] C. C. Zimmerman, Family and Civilization, Harper & Brothers, New York 1947, pp. 128-29.

[8] Cf. Zimmerman, Family and Civilization, pp. 120-210. Zimmerman introduce su «nueva clasificación» en relación con las siguientes preguntas: «Del poder total de la sociedad, ¿cuánto pertenece a la familia? De la cantidad total de control de las actuaciones en la sociedad, ¿cuánto se le deja a la familia? ¿Qué papel juega la familia en los asuntos totales de la sociedad? Estos son los problemas reales. Si queremos casarnos o romper una familia, ¿a quién consultamos: a la familia, a la Iglesia o al Estado?» (p. 125). Describe Zimmerman la naturaleza esencialmente religiosa de la familia depositaria: «Entre los primeros romanos, las concepciones religiosas eran hogareñas y familiares. La gente estaba unida entre sí por sentimientos sagrados» (p. 146). «Había restricciones sociales: las convicciones religiosas de la familia y la gente y el consejo familiar... La misma domesticación de la religión era predominante entre los antiguos griegos. De hecho, esto parece cierto en todos los grupos antiguos civilizados... es la tesis de los himnos védicos y otros antiguos documentos hindúes. El confucionismo está fundado sobre el desarrollo de la religión doméstica de los antiguos chinos... Esto era también verdad para los primitivos romanos... Sin embargo, la raza no parece ser el factor, puesto que todos los grandes pueblos civilizados tienen su correspondiente religión. Esta domesticación de la religión fue el hecho que origina la concepción ordinaria del marido como dueño de la esposa y los hijos, con poder de adquirirlos y venderlos, concepción totalmente errónea. La religión crea una unidad, algo que no tiene valor de mercado. Marido y mujer (como padres e hijos) estaban unidos por lazos mil veces más significativos que el precio de mercado» (pp. 147-148). Zimmerman ilustra esto trazando la evolución del matrimonio desde el depositario (como sacramento), pasando por el doméstico... hasta el atomista (como mera «cópula carnal por placer») (pp. 148-153). «Por tanto, en el periodo depositario, el adulterio, junto con uno u otros dos crímenes, es el acto infamante contra la sociedad entera (el grupo de parentesco que conecta la persona con la vida)» (p. 153). Esto recuerda las antiguas leyes israelitas contra el adulterio (Ex 20,14), para el cual se prescribía la pena capital (Lv 20,10; Dt 22, 22).

Además de Zimmerman, me he aprovechado enormemente de otros estudios más recientes sobre la familia, como J. D. Schloen, The House of the Father as Fact and Symbol: Patrimonialism in Ugarit and the Ancient Near East, Harvard University Press, Cambridge, Mass. 2001;P. Riley, Civilizing Sex: On Chastity and the Common Good, T&T Clark, Edimburgh 2000; C.R. Jones, Kinship Diplomacy in the Ancient World, Harvard University Press, Cambridge, Mass. 1999; A. Burguiere et al. (eds.), A History of Family, 2 vols, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1996; B. Gottlieb, The Family in the Western World, Oxford University Press, New York 1993; A. D. Smith, The Ethnic Origins of Nations, Basil Blackwell, New York 1986; P. Abbott, The Family on Trial: Special Relationships in Modern Political Thought, Pennsylvania State University Press, University Park, Pa. 1981; J.-L. Flandrin, Families in Former Times, Cambridge University Press, New York 1979; A. Moret y G. Davy, From Tribe to Empire: Social Organization Among Primitives and in the Ancient East, Routledge & Kegan Paul, London; Cooper Square, New York 1970; W. J. Goode, World Revolution and Family Patterns, Free Press, New York 1963.

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