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Señora de Sorolla in black

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Finales de 1906, taller de Joaquín Sorolla en la calle Miguel Ángel, 9, Madrid

El pintor está ante su lienzo en blanco. El lienzo en blanco, la idea en la mente. El pintor observa sus manos, que en breve empezarán a trabajar y empezarán a plasmar sobre el inmaculado lienzo algo tan etéreo como una idea artística.

El pintor palpa el lienzo. Es tan suave y tan inocente. No sabe él, el lienzo, que dentro de poco tendrá impresa una imagen que muchas miradas contemplarán y que causará en las ánimas de las personas… ¿qué emoción? ¿Alegría, tristeza, entusiasmo, admiración, temor? Es algo misterioso este poder del artista, que de la aparente nada, es capaz de sacar algo que no existía hasta ahora.

Sorolla se aleja un tanto del lienzo. ¿Serán suficientes sus breves dimensiones para explicar el mundo que él lleva dentro? En estos momentos, el pintor siempre piensa en un tema un tanto religioso, pues eso que él hace se parece demasiado a… sí, al comienzo de todo. ¿Qué será crear?, piensa el artista. Las ideas aladas pululan por la mente y de repente, parecen posarse y encontrar su hueco ideal en la existencia. Primero, en la existencia mental y después… en la existencia metafísica.

¿Qué es necesario para realizar un acto de creación? La idea ligera y exacta, por un lado; y estos dúctiles colores, que obedecen al poder de la mente de una manera tan perfecta. “¿Qué es crear?” se pregunta a sí mismo el artista, asombrado de su propio genio y de cómo ciertas ideas encuentran asiento en su mente, que aunque suya, es solo una de entre las millones que han existido y existirán. Esta vez, el artista quisiera perfilar sus ideas. Quisiera poder encontrar una definición de lo que es una bella, audaz creación. Crear, crear es…

- Ya estoy aquí- suena una voz firme y femenina muy cerca, por detrás del lienzo, a la vez que un roce suave de telas densas.

- ¡¡---------!!

- ¿No dices nada? ¿No te gusta?

- Clota, ¡estás guapísima! Claro que me gusta.

- ¿Entonces?

- Pues es solo que me he quedado sin palabras. Eres una idea hecha realidad.

Clotilde se ríe. Esa risa ha sido siempre una fuente de inspiración para Sorolla. Recordarla en los viajes llenos de penalidades y en las horas frías fuera de casa ha sido siempre una fuente de fortaleza y de calidez para este hombre, que se reconoce valenciano demasiado profundamente. ¡Esa risa! Si pudiera uno diluirla en pintura, convertir los sonidos en colores y trasladarlos a un cuadro, daría como consecuencia un cuadro risueño y feliz, un cuadro en el que cualquier persona podría quedar intrigado, por la existencia de un factor misterioso e indefinible.

- ¿De verdad es este vestido lo que querías pintar?

- Bueno, más bien, me gustaría pintarte a ti con ese vestido. Lleva algo de todo lo que vivimos el verano pasado, una experiencia tan increíble para este pobre niño huérfano.

- Vamos, Joaquín, “este pobre niño huérfano” es solo una parte de ti. Ese niño sigue viviendo dentro de ti, cuando pintas a los muchachos felices en la playa, corriendo locamente por la arena sin temor al paso del tiempo y sin darse cuenta de que nuestra vida tiene los instantes contados. Pero ahora, tú eres un hombre hecho y derecho. Un hombre que se ha hecho a sí mismo a base de talento, trabajo y esfuerzo. Todo lo que vivimos en París el verano pasado con tu primera exposición individual ¡te lo has merecido tanto!

- ¿De verdad lo crees así?

- Sí, Chimo, de verdad lo creo. Cualquiera que te conoce sabe la cantidad de horas que pasas trabajando y perfilando tu arte. Pues es también un trabajo el arte. 497 obras en la Galería George Petit, de las cuales vendimos 65 y ¡tantos agradecimientos y felicitaciones! De verdad estoy orgullosa de ti. Claro que estamos contentos todos de los más de 230.000 francos. Pero lo más admirable es que todo esto es la lógica recompensa a tus titánicas horas de esfuerzo.

- ¿Te acuerdas la mañana de las firmas?

- Me entra la risa cada vez que me acuerdo. Solo a ti se te ocurre no firmas los cuadros cuando los terminas. De manera que luego nos piden casi 500 cuadros a la vez y nos tenemos que dedicar todos a firmar cuadros con tu nombre. ¡Parecía aquello una fábrica de firmas, más que el estudio de un pintor! Una empresa familiar especializada en la firma Sorolla.

Ambos ríen recordando la mañana fatídica. Ahora todos saben al dedillo cómo es la firma paterna y cómo el primer apellido está bien formado y delineado, mientras que el segundo a veces es enunciado sencillamente con inicial y punto.

- ¿Qué haría yo sin ti? Un inventario perfecto –me lo dijeron en la galería-, que les facilitó mucho el trabajo y que además se tomaron bastante en serio, viniendo como venía de ti. Me dan nuevas fuerzas para seguir trabajando y, te lo prometo, cuando escucho tu voz segura, las ideas, que antes me revolaban por la mente, de repente se posan como si fueran libélulas en el atardecer, y yo sé que han encontrado su lugar. ¡Como ahora! Acabo de ver en mi mente cómo será la composición que esta obra tiene que tener. Tendrá que ser un cuadro de intimidad, un cuadro en el que tú estés con ese espléndido vestido, al lado de una silla y los tonos del traje ensalzarán tu rostro bien formado y tu cintura de ensueño.

- ¿De verdad? ¿Mi voz te hace “tener ideas más firmes”?- Clotilde sonríe otra vez y, coqueta, agita con mucha gracia y elegancia los vuelos del fabuloso traje-. ¿Dónde quieres que me ponga? ¿Aquí de pie?

El pintor se mueve, como obedeciendo un socrático daimon interior, y mueve varios elementos en la sala, mientras habla consigo mismo: “Esta silla, aquí; sí, aquí es. ¿Aquí detrás? Aquí detrás tendrá que haber un cuadro que ambiente este retrato de lo que tú significas. ¡Claro! Este tiene que ser. No podría ser otro diferente. Y, déjame que te vea con un poco de distancia… falta un toque de color. ¿Qué hubiera puesto el maestro Velázquez en un cuadro, como los suyos, con tonos oscuros y con la majestuosidad del negro español? Cierto, cierto, un detalle de color, como los búcaros de las meninas. Espérame, Clota, que ahora te traigo algo que quiero que lleves…”.

A los pocos minutos, el pintor llega con una flor recién cortada, tan fresca, tan brillante, que realmente viene a ser una explosión de color en el conjunto del traje negro. Él la coloca en la cintura de ella con mucho arte, mientras Clotilde le acaricia el rostro, tan cerca.

El artista se aleja y se sitúa junto a su blanco lienzo de nuevo, observando todo el efecto del conjunto y sonriendo ante la escena.

- ¡Esto sí que me gusta! ¡Estás imponente, Clota! Ahora estarás en primer plano con el traje extendido y esa flor como el eje central de toda la composición. A tu lado estará esta silla alta rojiza y al fondo… nuestra santa en oración.

- ¿La pintura de Asís?

- Sí.

- ¡Qué maravilla! De verdad te quedó espléndido ese cuadro. Tiene tantos recuerdos de nuestros primeros tiempos juntos.

- Sí…En el mismo cuadro estarán la Clotilde elegante de ahora y la Clotilde que me acompañó en los momentos duros de los comienzos. Pero eso, solo lo sabremos tú y yo. Nadie más sabe todos los secretos cifrados en esa pintura ni todas nuestras conversaciones de nuestros tiempos de pobres. Si nos hubieran dicho entonces, cuando cenábamos castañas o quisquillas, en lo que se iba a convertir nuestra vida de bohemios, no nos lo hubiéramos creído, ¿verdad?

- Qué razón tienes, Joaquín. Nos hubiera parecido aquello un sueño. Pero ahora es verdad y hemos vivido una experiencia increíble con la exposición del pasado verano, con todas esas personas importantes admirando tus cuadros y diciendo unas cosas tan maravillosas. Como aquel Jules Claretié, quien se despedía llamándote “hijo y hermano de Velázquez” o ese filósofo, Max Nordau, quien decía que es difícil hacer justicia a tu genio y que eres uno de los más grandes pintores del mundo. O ese pintor, Valéry Müller, el que exponía también en el Salón de París, y decía que había sentido admiración y entusiasmo al contemplar tus cuadros y que estos reflejaban que tú amas lo que representas, pues eres un pintor sincero. ¡Es tan, tan bonito, Joaquín! Has creado algo que antes no existía.

- Mmmm, mi fea Clota siempre diciéndome cosas preciosas. Pero ahora sí que hay que empezar a trabajar. No nos podemos detener en lo que ya hemos sido. Hay que seguir creciendo. A ver, a ver, te tendrías que colocar.. así. – El pintor hace una pose y deja que su mujer le contemple, hasta que adopta la posición deseada.

- ¿Así?

- ¡Perfecto! Y ahora tendrías que levantar un poquito la cabeza y sonreír.

- Sonreír ¿cómo? ¿Con la sonrisa de la Clota valenciana o con la sonrisa de la Clota madrileña?

- Con la sonrisa de la Clota valenciana y madrileña que ha vivido la experiencia parisina de los Sorolla de 1906.

- Ah, vale. Pero eso no hace falta que sea una pose. Esa es la Clota que ya soy todos los días por la fuerza de las circunstancias y porque de verdad estoy orgullosa de lo que has hecho. -Y Clotilde, de verdad, sonríe-.

- ¡Perfecto! No se te ocurra moverte.

El pintor se lanza al lienzo, que poco a poco deja de ser blanco y empieza a adquirir una especie de líneas de carbón, tan precisas, tan cuidadosas, que un espectador de la escena podría decir que eran los trazos más perfectos que hubiera visto jamás. El pintor enciende un habano, la inspiración llega tan leve, tan firme, que no es posible abstraerse de su influjo.

- Clota.

- Dime, Joaquín.

- ¿Te acuerdas del otro retrato que te hice?

- ¿Cuál, el del traje gris claro?

- No. El de la Venus de Milo. Tú a un lado del cuadro contemplando la Venus de Milo, como si tú fueras el paradigma de una musa contemporánea, frente a la musa clásica.

- Sí, claro que me acuerdo. Fueron años muy felices. No es que los de ahora no lo sean, pero aquellos eran unos tiempos en los que prácticamente estábamos todo el día juntos. ¿Por qué te has acordado ahora de la Venus?

- Porque eres mi Venus de Milo. No creo que hubiera podido pintar todo lo que pinto… sin ti. Solo que tú eres mi Venus de Valencia. ¿Por qué no iba a poder ser así? No solo el genio griego tiene derecho a tener musas con nombre propio. Los valencianos también somos mediterráneos.

El pintor ríe feliz, su mujer también. A veces los silencios dicen más que muchas palabras. Y más que las imágenes, sobre todo cuando son silencios compartidos y llenos.

- Clota.

- ¿Sí?

- Vaya acierto que fue el comprar ese vestido de Madeleine Vionnet. Es como si ella hubiera previsto en su mente cómo eran tus formas y hubiera perfilado su arte teniendo en cuenta tu figura. Tan vaporosa, tan ligera, tan…tú misma.

- Lo cierto es que es una interesante mujer. Dicen que es una muy buena jefe y que cuida muy especialmente de las condiciones de trabajo de sus empleadas.

- Vaya, me alegro. Eso de que una mujer tenga que ganarse también su sustento supongo que es un signo de modernidad. Pero yo me refería más bien a su arte. No es tan fácil crear una obra de arte con tela.

- Bueno –Clota vuelve a reir- tú la creas sobre tela.

- Sí, pero, entiéndeme, mi tela es dócil a lo que yo sobre ella dibujo. Como ahora, que estoy zas zas, dibujando tu hermosa cabeza. La tela para hacer trajes no es dócil. Hay que hacerla y preveer cuál va a ser su movimiento, cómo se va a comportar cuando esté sobre el cuerpo femenino. Y cada tela tiene su personalidad. Con esta se lució. ¿Qué tejido es exactamente?

- Pues es raso negro, con hombros abullonados y bocamangas transparentes de tul. Una de esas telas que hubieran gustado a tu padre, acostumbrado a comerciar con tejidos.

- Seguro que sí. Pero en este caso es la extraordinaria tela más la rosa amarilla, que es el toque de gracia.

- Exacto, eso sí que no lo previó ella. Que un vestido todo negro necesitaba un toque de color. Alguien me dijo que hace primero sus ensayos sobre maniquíes pequeños, donde puede crear con mayor libertad, y después esos son los modelos que hace en grande. Así puede comprobar mucho mejor la proporción, la armonía y el efecto del conjunto.

- Una “Euclides de la moda”, enamorada de la geometría y a la vez, una modista moderna formada en Londres, con la afición a crear prendas prácticas y cómodas, acordes con la vida de la mujer de ahora. Es un oficio curioso ese de “modista”, alguien, que como Charles Frederick Worth, sabe combinar la técnica inglesa del corte con la elegancia francesa. Creo incluso que esa palabra se inventó para denominar lo que este hombre hacía. No sé cómo ha conseguido combinar a dos países tan distintos.

- Bueno, tú ya sabes que a mí la moda londinense me parece de lo más cursi. Tiene mucho más estilo la moda de París.

- ¡Qué ciudad! Tan hermosa, tan refinada, tan europea. ¡Y qué tiendas! París es la mejor ciudad del mundo para gastarse el dinero. Yo lo compraría ¡todo, todo! Para ti, para mi María, para Helenita. ¡La ruina! Este mundo femenil te puede llevar a gastarte unos mil franquitos en una tarde. Eso sí, ¡tan bien invertidos!…

- Sí que es una ciudad que resulta de lo más interesante ¿Te acuerdas de las sesiones con el humorista? Era un hombre realmente divertido. Eso es lo que me gusta de los franceses, tan finos, tan poliédricos. Saben ser elegantes pero también divertidos, refinados y galantes. Y esa admiración que tienen por todos sus grandes hombres. Es bueno ser así y defender la grandeza. Por lo menos un poquito.

- Se llama Coquelin Cadet. Y, sí, es muy gracioso. ¿Te acuerdas de lo bien que actuaba y de los gestos que hacía?

- Esto es una buena combinación de artes: tú le pintas y él te invita a una de sus funciones en el Theatre Français para que tú puedas también admirar su arte. Fue, además, muy amable, recomendándome a su médico y diciéndole que me tratase igual que a él. De verdad que me ayudó, pues no fue una época fácil.

- Es, Coquelin, un hombre luminoso, que me llamaba Cher Artiste. Lo mismo podría decir yo de él. Todo su afán era que yo le pintase con la luz, como si no concibiese que su figura apareciese con alguna oscuridad. Será francés, pero en el fondo es un poco goethiano, un hombre en busca de la luz. Esperons le soleil, decía en su misiva, y el pobre estuvo esperando y esperando sin fruto en la primera sesión. Menos mal que conseguimos otro día de luz y ya puede disfrutar de su propia estampa todas las veces que quiera.

- ¿Qué pensará un cómico cuando vea su propia figura en un cuadro? A lo mejor se le ocurren muchas cosas divertidas para sus próximas representaciones. Seguro que sería interesante entrar en la mente de un cómico para ver cómo funciona y cuáles son los aspectos de la realidad que le inspiran. Porque, a ver, la realidad es lo mismo para un pintor que para un cómico. ¿Por qué a Joaquín Sorolla le llama la atención la luz que resalta las figuras y a Coquelin Cadet le llama la atención el gesto que nos hace reír? En el fondo, es un movimiento mental parecido: mi Joaquín ilumina en su mente un aspecto de la realidad y Monsieur Cadet ilumina otro aspecto de la misma realidad.

- Hablando de iluminación, creo que voy a hacer que se vea un poco más claro tanto tu rostro como tus manos. El efecto es… ¡maravilloso!

- Bueno, como tú consideres. ¿Hago algo? ¿Me muevo?

- No, no, estás perfecta así, necesito que extiendas un poco el vestido, para que se vea todo el ancho. Eso es.

El pintor se acerca y se aleja del cuadro unas cuantas veces. Le gusta el resultado. Le gusta mucho. Ese negro, esas texturas, ese contraste. Y esa sonrisa. Eso sí que hay que pintarlo. Pintarlo para que no desaparezca, para que quede constancia de que existe una sonrisa así. De satisfacción mezclada con la admiración, de sano orgullo y sorpresa cotidiana.

- Chimo.

- ¿Sí?

- ¿Leíste la carta de Blasco Ibáñez? ¿La que nos envió después de la exposición? Ha escrito un artículo sobre ti en La nación, que se llama “Joaquín Sorolla y Bastida. Su obra pictórica”.

- No lo recuerdo bien, a veces tengo tanto trabajo que no las leo ¿qué decía en ella?

- Te volvía a felicitar por el enorme éxito de la exposición de este verano. Y además enviaba el artículo, donde explicaba que tú realizas una pintura “de luminismo y fuerza” y que eres “el pintor del sol”.

- ¡“El pintor del sol”! Este Vicente, siempre tan exagerado. Parece sevillano en vez de valenciano. El sol es mucho más de lo que yo pueda nunca pintar.

- No dirás que no es un halago. Así como el resto de cosas que dice sobre ti: que eres un pintor puramente español, como lo fueran los mejores de nuestra tradición artística, es decir, Cano, Zurbarán, Velázquez, Murillo, Goya y también los contemporáneos, Pradilla, Zuloaga, Benlliure y Rusiñol. ¿No te gusta?

- Me gusta mucho. No todos los días le dicen a uno que es del linaje de nuestros genios del pincel. La verdad que algunos de los pasajes que él ha escrito con su literatura intentan reflejar lo mismo que yo con los pinceles. Podríamos juntar algunos pasajes de su obra Entre naranjos con mi propia obra, también titulada así. Ambas son dos versiones distintas de Valencia. Aunque, claro, la suya es argumental. Yo creo que daría hasta para una película de esas de Hollywood.

- Aún hay más. Ha dicho que eres un magnífico retratista, y que ahí están los retratos de Echegaray, Pérez Galdós, Ramón y Cajal, del rey Alfonso XIII o de ciertas señoras.

- Ahí también debería estar su nombre. Creo que le calé bien.

- No creo que nadie más hubiera podido hacerlo. Genio y figura…En otra carta, Manuel González Martí cuenta que estuvo en Valencia con 10.000 personas y que Vicente Blasco Ibáñez gritaba con toda la fuerza de sus pulmones -que es mucha, como hombre acostumbrado a las agitaciones-: “¡Viva el genio inmortal de Joaquín Sorolla!” y todo el mundo asentía. ¿Te imaginas a las 10.000 personas todas ellas al unísono diciendo “¡¡Viva!!”.

Hombre y mujer ríen al imaginar la escena. Ambos piensan también a la vez, que el ser humano necesita poder admirar y estas manifestaciones son a veces muestra de la salud de un pueblo.

- Es un buen hombre, este Martí.

- También ha escrito sobre ti.

- ¿¡Todo el mundo se dedica a escribir sobre mí!?

- No seas huraño, niñito huérfano. Todo el mundo se dedica a escribir sobre ti porque has revolucionado el arte. Además Martí ha dicho unas verdades muy grandes.

- ¿Ah, sí, cuáles?

- Ha escrito para El mercantil valenciano que se te puede comparar con Goya, porque ambos sois fieles retratistas de vuestra época y de vuestros contemporáneos.

- Así que Goya y yo hacemos buena compaña. Un aragonés y un valenciano que nos dedicamos a observar nuestro país y nuestros problemas.

- Sí. Y ha dicho además que se ha llegado a despreciar una exposición contemporánea por no tener cuadros tuyos.

- ¡Qué barbaridad! Seguro que los comisarios de la exposición luego me maldecían.

- Pues te hubiesen pedido un cuadro. O varios. Pero lo mejor de todo es lo que dice después.

- ¿Y qué es?

- Pues que has conseguido terminar con la imagen tópica de España que se ha extendido durante todo el Romanticismo y has conseguido la proeza de mostrar a España y a los españoles tal cual son. Y esa España real es mucho más interesante que la ficción de los románticos.

- ¿De verdad ha dicho eso?

- Así es. Y ¿sabes qué?

- ¿Qué?

- Que yo también lo creo.

El pintor levanta la vista de su boceto cercano a la perfección y esta vez es él el que sonríe a su mujer.

- ¿De verdad he hecho eso?

- Sí, Joaquín, lo has hecho. Y todos te lo debemos. No somos un país de gitanos, bandoleros y pandereta. Somos un país luminoso del Mediterráneo que aspira a ser una versión diferente de Europa. No somos Francia ni tenemos por qué serlo, tampoco Inglaterra o Alemania. Somos otro país distinto y además muy hermoso, como tú has reflejado. Y, por si fuera poco, lleno de gentes interesantes. Algunas son gentes sencillas, como los pescadores. Y otras son gentes de ciencia y saber, como Ramón y Cajal, que este año ganó el Premio Nobel.

- ¡Vaya! Hoy sí que puedo dormir feliz. Mi mujercita de cintura de avispa diciéndome que soy un revolucionario y que he cambiado el mundo.

- Bueno, podré ser delgadita como un espárrago, pero eso no impide que tenga ideas claras sobre mi marido.

- Sí que lo estás. De verdad es un misterio para mí que una mujer de apariencia tan frágil como tú tenga tanta fortaleza -mucha más que yo-. Dios, que crea a las personas, lo sabrá.

El pintor se enfrasca en sus trazos, que parecen casi mágicos. Poco a poco se va perfilando la imagen femenina sobre el soporte, sobre todo la cabeza, que parece surgir de las profundidades de la blancura. El pintor trabaja y sonríe. Lo cierto es que admira esa elegancia de su mujer, esa firmeza que no es tiesura y esa elegancia que no es prepotencia. ¡Y esa serenidad! A veces le gustaría ser como ella, que está feliz allí donde se encuentra. Es inquietante eso de estar siempre deseando estar allí donde uno no se encuentra. ¡Pero sucede tantas veces! Una vez leyó que es el precio de la genialidad: esa inquietud interior que le lleva a uno a no estar totalmente entero allí donde está. Y esta mujercita de apariencia tan frágil tiene la perfecta solución a eso: ella está siempre toda entera allí donde está. Es capaz de ser dueña de todo su ser y de no andar con él desperdigado por mil partes. Ahora mismo él está feliz aquí, pero quisiera que un trozo de su ser estuviera también en Jávea. Esas olas, ese azul esmeralda con unas olas espumosas. Sí, si tuviera que ser sincero consigo mismo, se siente como un hombre dividido. Y París, ese París lleno de hermosísimas avenidas y amplios bulevares, donde uno puede sentarse a contemplar a las damas elegantes y a los caballeros tranquilos y reposados… Uno estaría allí todo el día sentado en un café, haciendo bocetos y recogiendo con trazos rápidos ese vestido, ese sombrero, ese gesto… Es tan entretenido hacer bocetos de la realidad dinámica que nos rodea, que fluye alrededor de nosotros y forma también parte de nuestro ser. En el fondo, uno no puede estar todo entero allí donde está, todo eso que nos rodea, ¿no formará parte de nosotros mismos también? Si el pintor no definiese en un boceto esas formas humanas, ¿no desaparecerían al cabo del tiempo?

- Joaquín.

- ¿Clota?

- ¿Se te está ocurriendo algo? ¿No te convence? Ya llevas un rato mirando los diseños.

- Sí, sí, claro que me convence. Es solo que estoy disfrutando del momento. Es distinto pintar al aire libre que pintar aquí, en un interior y con tonos oscuros.

- Es cierto. Me acuerdo de las cartas que me enviaste desde Jávea. Estabas encantado con esos tonos, tan distintos de las otras playas. Y esos tonos rojizos que empezaron a tener tus pinturas. La verdad es que después de Jávea o de las pinturas en el Cabo de San Antonio pareces más…

- ¿Más qué?

- Más tú mismo. Es como si en ese lugar te hubieras encontrado contigo mismo. Como si tu yo más auténtico te estuviera esperando allí. Y una vez que llegaste y plantaste tu lienzo al lado del mar… se colocase al lado de ti como si fuera tu sombra. Y luego se fuera acercando y acercando hasta coincidir con tu propia figura.

- Bueno, si tú lo dices… Mi duende me persigue. Cuando estoy viajando y cuando estoy en casa, cuando estoy en Valencia o París y cuando estoy al lado de mi mujercita.

- Por cierto, ¿sabes algo más de la finca en el Paseo del Obelisco?

- ¿De nuestra futura casa? Sí que sé. Que tardará unos años aún y que tendremos por vecina a una de mis retratadas, María Guerrero.

- ¿De verdad? ¿La actriz que puso en escena el año pasado El médico de su honra, de Calderón, Bárbara, de Galdós y este La musa loca o El genio alegre, de los hermanos Quintero, y tantas otras?

- Sí. Va a ser nuestra vecina.

- ¡Vaya! Está visto que nos llevamos bien con los comediantes. Según se ha dicho, El genio alegre es de lo más divertida. Con ese contraste entre la generación adusta y cumplidora y esa otra más espontánea y sentimental, que aspira a no vivir de apariencias y a decirse las verdades a sí mismos.

- Quizá sea mejor vivir así. Con menos aparataje externo y más transparencia de cada uno consigo mismo. Me gustó el personaje femenino principal, esa muchacha de genio efectivamente tan alegre que llega a una casa tristona y suspicaz y todo lo revoluciona con su travesura sin mala sangre. Un día se trae todas sus plantas, que llenan de vida el patio baldío; otro se va a una fiesta de gentes sencillas y se sube al campanario para dar rienda suelta a su alegría; otro, tiene una conversación de tú a tú con el administrador y le va sonsacando sus rencorcillos. La verdad es que se necesita tener cerca mujeres así, que sepan serlo con tanto garbo y sin suspicacias.

- Es verdad. La suspicacia es como una piraña invisible. Todo lo va devorando sin apenas darse cuenta. Hasta que la persona que la sufre ha creado dentro de sí una pecera imposible de franquear. Así que seremos vecinos dentro de unos años de María Guerrero y su marido. Tendremos que invitarles a la inauguración de nuestra casa.

- También tendremos que invitar a Mariano Benlliure, que será igualmente nuestro vecino. Vive en la calle José Abascal. Me dijo una de las últimas veces que nos vimos que está preparando una estatua del General Martínez Campos.

- Es otro valenciano incansable y creativo como tú.

- De verdad que no para de trabajar: desde que los dos ganamos la Medalla de Honor en la Exposición de París de 1900 -él, en escultura; yo, en pintura- no ha dejado de hacer esculturas interesantes.

- Habéis empezado el siglo con buen pie.

- Puede que sea así. Pero ya hacía unas obras únicas antes de cambiar de siglo. Ha tenido una cabeza innovadora desde que estaba en el vientre de su madre. ¡Ese mausoleo dedicado a Julián Gayarre era tan grandioso! No tenían, por supuesto, menos calidad las otras obras presentadas, el relieve retrato de la familia real y el busto del pintor Francisco Domingo, pero ¡el mausoleo! No me extraña que la Reina María Cristina buscase, sin éxito, que tal monumento quedase aquí en Madrid, frente al Teatro Real, donde tantas veces cantó Gayarre con su voz inconfundible, en vez de ser instalado en el Valle del Roncal. Si así hubiera sido hubieran sido legión los que cada día llenarían esa plaza.

- ¿Y cómo es?

- Como sabes, Benlliure y Gayarre eran muy amigos -otra amistad artística-. Ambos se prometieron que si Gayarre moría primero, Benlliure le haría un mausoleo y si Benlliure antes, Gayarre cantaría en sus funerales. Sucedió que el tenor murió antes, en 1890, de manera que Benlliure quiso rendir un homenaje inolvidable a su amigo. Y para mí que lo ha conseguido: el resultado es una de las mejores muestras de escultura de Navarra.

- Seguro que estaría orgulloso de su amigo.

- Es para estarlo: la composición es bellísima, hecha de mármol de Carrara y bronce. Varias esculturas alegóricas, relativas a la vida artística de Gayarre están presentes: la Música, la Armonía, la Melodía y el Genio de la Fama. La Música está a los pies, llorando, como una figura que muestra su tristeza por la pérdida de una voz única. La Armonía y la Melodía sostienen en féretro y lo levantan, mostrando así las dos características de su voz. Y finalmente, el Genio de la Fama es como un personaje alado que simula oír algunas de las notas más gloriosas del cantante.

- Sí que tiene que ser hermoso.

- Creo que tengo por aquí cerca un libro con una ilustración.

El artista busca en una estantería y le acerca el libro a su mujer, que observa la foto en blanco y negro con detalle durante un rato.

- ¿Te gusta, Clota?

- Me gusta mucho. Creo que se lo merecía. Su voz se oyó en las óperas más lucidas de toda Europa. Seguro que él ha conseguido también un poco cambiar la imagen de lo que los españoles somos gracias a la música.

- Imagina. Un pastor del Valle del Roncal que ha conseguido encandilar a toda Europa. Desde luego merece ir hasta Navarra para admirarlo.

Sorolla recoge el libro y lo deja donde estaba. Vuelve al lienzo y piensa en su amigo y en sus obras. Está claro que las musas son dinámicas: a unos le inspiran hacer formas sólidas, a otros les inspiran hacer formas con colores. Como esta que poco a poco va saliendo del lienzo.

- Clota, me gustaría también a mi tener una foto de esto.

- ¿De esto? ¿Del vestido?

- No, de esto, de nosotros aquí. De mi pintándote y haciendo salir tu figura discreta de este cuadro. Me gustaría que en esa foto saliese la Clotilde original y también la que yo interpreto en mi pintura. Creo que se la voy a pedir a Christian Franzen, las hace realmente bien y además es fotógrafo dócil a las indicaciones que se le dan.

- Bueno, entonces le avisaré luego, para que venga cuando antes. Las fotografías tienen algo de mágico. Conservan algo nuestro que se ha ido ya. Como cuando vemos las que tiene mi padre en el estudio de Valencia. Algunas son de hace décadas y, sin embargo, parecen mirarnos sin inmutarse, como si no fuesen conscientes de que han pasado muchas cosas que han cambiado el mundo que nos rodea. Y que no puede una ya vestirse así, comportarse así. La fotografía deja a las personas… petrificadas.

- Cualquiera diría que habla una hija de fotógrafo.

- Sí, sí.

Ambos vuelven a reír. Referirse a la fotografía dentro de esta relación es recordar muchos momentos únicos, vividos desde hace muchos años en el seno de la familia y en el estudio de Antonio García Pérez, el padre de Clotilde.

- ¿Qué te dijeron en una de las cartas del pasado verano?

- Dijo mi madre que estaban como niños con zapatos nuevos, porque les habían instalado el ascensor nuevo, y estuvieron probándolo varias veces.

- Pero contaron algo muy divertido. Quizá fuese otra.

- Ya sé a qué te refieres. Contaron que en los periódicos de Valencia había salido una noticia extraña: una pobre mujer iba por el mercado intentando vender a un hijo suyo y todo el mundo se escandalizaba. Pero entonces ellos decían que tú haces parecido con tu arte: me pintas, les pintas y entonces luego eso se vende -y con éxito-. Solo que, en este caso, ellos, que son los originales, todavía quedan ahí, aunque con más achaques.

Una vez más, la risa invade el estudio. Ambos saben de la admiración que ha cundido en toda la familia a causa del arte de Joaquín. Asimismo, ambos piensan, a la vez, en lo que ha cambiado su vida la musa delicada de la pintura.

- Don Antonio, Don Antonio, siempre tan ocurrente. Lo cierto es que yo también he aprendido bastante del arte fotográfica. Mis cuadros también intentan captar la sorpresa y la unicidad de un momento. Al principio, momentos dramáticos, pero ahora, más bien, momentos luminosos. El subir de una ola, el ondear de las telas blancas, el contraste de las flores con el cielo.

- Sí. Has conseguido captar el fondo luminoso que hay en el interior de todas las personas. Quizá los que admiramos lo que sale de tu mente sabíamos previamente que existe tanta belleza en el mundo, pero no sabíamos dónde encontrarla. Y tú has funcionado como un espejo capaz de reflejar todo ello.

- Me miras con muy buenos ojos. No soy el único que pinta. Aureliano de Beruete, por ejemplo, hace unos paisajes de enorme calidad. Me gusta trabajar con él, como estos meses pasados en Toledo. Es un español que tiene mundo, pero a la vez sabe reflejar en sus lienzos nuestra peculiaridad.

- Sí, pero sus pinturas son tan distintas de las tuyas… tú viertes en ellas algo de tu propia luz.

- Yo vierto en ellas algo de la luz que tú significas para mí. ¡Cuán desgraciado hubiera sido yo si no te hubiera querido como te quiero. ¡Qué ratos tan tristes cuando no te pintase! Y la misma pintura no creo me compensase si tú no me hicieras feliz. Pintar y amarte, eso es todo.

Clotilde escucha y sonríe. Sabe que todo ello es verdad y acepta esta realidad tal y como es. El amor que existe de Joaquín a Clotilde y de Clotilde a Joaquín es inmaterial, pero hace posible este arte que sorprende al mundo. Ambos guardan silencio durante un tiempo. Se miran, se sonríen y mientras, el pintor avanza con su laboriosa tarea.

Al cabo de un rato, es el pintor quien empieza a hablar de nuevo. A veces el fluir de las palabras va acorde con el fluir de los trazos.

- Ha estado en Alemania este verano y ha visto una enorme galería en Berlín. Me ha dicho que es una buena galería para exponer el año que viene. Es de la Casa Schulte y parece que el espacio tiene varias salas con fondo claro, mientras que la última tiene un bonito color rojo oscuro. Y espacio, mucho mucho espacio. Si me ayudas haciendo el inventario como lo has hecho con la de París, seguro que volverá a ser un éxito. Tú además tienes muy buen ojo para saber cómo sería la colocación más adecuada. Podríamos hacer lo mismo: enviar toda la planificación y luego ir a Berlín para la inauguración.

- Sí, claro que lo haré. Pero me tiene inquieta María con esa tos que ahora tiene. Hay que ver de qué es. Una vez que esté yo tranquila con la salud de esta muchacha, ya me dedicaré a ello.

- Sí, estaremos los dos pendientes de ella. Nuestra hija mayor es frágil como una obra de arte. Beruete ha estado viendo durante el verano mucha pintura moderna por Stuttgart, Nuremberg, Dresde y Berlín. Alguna no le ha gustado nada, como el estilo Sezession y otra le ha gustado mucho, como la que ha visto en un museo de Berlín. ¿Viste el encabezamiento de su carta desde Alemania? Un precioso papel estampado con una imagen de una construcción típica y la inscripción “Alpenkurtort” y “Grindelwald”. Imaginarás que lo que más le gusta es encontrar Velázquez y Zurbarán cuando hace estos viajes.

- La verdad es que tenéis una interesante comunicación, vosotros los pintores. Un día es Anglada Camarasa, otro es Manuel Benedito, otro es Vittorio Pica, otro Clemens von Pausinger.

- Sí, es cierto, este austriaco quiso verme y que yo fuese a su casa de París antes de que fuésemos a Biarritz. Sí que nos interesamos por lo valioso que se crea. No es tan fácil asistir a un arte inspirador. Para nosotros, españoles, es importante conocer la repercusión de lo que hacemos también fuera de nuestras fronteras. Ese artista italiano, Vittorio Pica, que es realista, me habló de una exposición en Barcelona que le había impactado bastante, sobre una especie de diálogo entre Rodin y Zuloaga. Los artistas de otros países sienten que en España se mueven tendencias estéticas distintas y que nosotros estamos recorriendo caminos que a ellos también les interesan.

- Sí, August Rodin también nos escribió en París. Quería invitarnos a cenar y que fuésemos a ver su taller. No me extraña que se sintiera inspirado al ver tus cuadros. Seguro que, al verlos, se le ocurrieron esas imágenes tan oníricas que luego hace en escultura. Dicen que tiene no solo admiradores, sino también discípulos que quieren aprender su arte. Al ver sus esculturas, una pensaría que consigue sacar esas imágenes acariciando el material.

- Creo que sí los tiene. No es extraño, alguien inteligente y con talento podría aprender mucho a su lado.

- Sí, como los que han pasado a tu lado. Yo creo que han aprendido muchísimo contigo, Joaquín, el muchacho que nos envió Benlliure, Tomás Murillo, también ese joven mexicano tan educado, Francisco Goitia y la muchacha polaca, Mademoiselle Idanowska, que recorrió media Europa para aprender ciertas técnicas contigo. Es admirable.

- No te olvides del joven profesor norteamericano.

- Sí, es verdad. ¿Cómo se llamaba? Ya me dijiste que ha conseguido una plaza en una escuela de dibujo en Nueva York. Me admira tanto que hayas conseguido despertar ese deseo dinámico de atravesar por dos veces en el barco de vapor el océano y venir a Madrid a aprender aquí contigo.

- Sí, William E. B. Starkweather, es un hombre capaz y con bastante futuro, a mi entender. Seguro que habrá ocasión de colaborar con él más adelante.

- Eso, señor de Sorolla: ¿qué te parecería ir a Nueva York y conocer la Gran Manzana? Seguro que te gustaría pintar los aires de vida nueva que vienen de allí.

- El tiempo lo dirá. Lo que me gustaría, Clota, sería recorrer España y ser capaz de recoger en mis cuadros este país único que somos.

- ¿Has visto, niñito huérfano? Tú, que no tienes padres, resulta que ahora tienes afán de apadrinar a España.

- De momento tenemos que cuidar de nuestros tres hijos. Hablando del rey de Roma, ahí parece que vienen los tres.

En la sala de al lado, de repente, se ha oído un abrir y cerrar repentino y unas risas de tonos distintos. A los pocos segundos, entran una guapa chica de 16 años, un muchacho de 14 y una niña, muy risueña, de 11. Los tres irrumpen en la sala preguntando que dónde están papá y mamá y abrazándoles cuando les encuentran en la sala. Después, todos tres se arremolinan alrededor de su padre y del lienzo y le empiezan a decir lo guapa que está saliendo mamá, lo rápido que dibuja papá y preguntando cuándo nos vas a pintar de nuevo. Sorolla, también risueño, deja los colores y se acerca a los niños. Cuando se produce un poco de calma, le dice a su mujer que es el sino de los pintores: ser invadidos por los niños cuando intentan delinear sus trazos y que esto parece una escena meninesca, faltando solo el perro. Pero no olvida que sus hijos han sido también motivo de inspiración y de mejora de ciertas técnicas. Recuerda los ratos tan divertidos que ha pasado en el último año pintando Grupa valenciana, el cuadro que hubiese conseguido diez compradores antes de llegar a la exposición de París y las risas contagiosas de sus tres descendientes cuando les pintaba. En el fondo, piensa, estas son mis tres mejores obras de arte.

Reverberaciones

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