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Género, familia y políticas sociales

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Marcela Cerrutti

La reflexión sociológica en torno a las inequidades de género tiene una larga y rica tradición en la Argentina y entre sus pioneras, sin duda, se encuentra Elizabeth Jelin. Desde hace varias décadas ha venido contribuyendo con sus estudios e interpretaciones a la discusión sobre las formas en las que se generan, expresan y reproducen las inequidades de género en distintos contextos sociales, así como el rol de las políticas públicas para mitigarlas. En este capítulo me propongo hacer un recorrido sobre una selección de estos aspectos. Como tal, es fuertemente subjetivo y parcial, pero hace foco en aquellos aspectos en los que considero abrió líneas de indagación e invitó a pensar de manera original y novedosa tanto en nuestro país como en la región latinoamericana en su conjunto.

Como puntos de partida a esta lectura comienzo identificando algunos rasgos subyacentes de su producción. El primero ha sido su constante y duradera curiosidad y pasión hacia las materias que abordó. Como ella misma reconoce,33 sus preocupaciones, sus temas de investigación, emergen en gran medida de la propia biografía vinculados a inquietudes y experiencias personales y el mundo público. Este aspecto, si bien no el único, la alejó de otros contextos de descubrimiento más signados por “modas” académicas, que no forzaron sus intereses (y a las que interpeló). Si bien la preocupación en torno a las inequidades de género y su expresión en la vida cotidiana de familias y unidades domésticas caracterizaban un clima de época de la reflexión feminista sobre los países en desarrollo a nivel global, sus aportes justamente se caracterizaron por efectuar puentes en los niveles de análisis micro, meso y macro. Asimismo, su inquietud hacia este campo de análisis fue animada por la propia experiencia personal de tener que hacerse paso en un mundo académico en el que los varones detentaban el poder en forma casi exclusiva, motivándola a definir un estilo propio para encontrar el lugar destacado que ha tenido en las ciencias sociales. En síntesis, sus propias experiencias personales se funden con un espíritu de época caracterizado por el despertar del feminismo en la región y la reflexión sobre las desigualdades de clase en sociedades periféricas.

El segundo aspecto que caracteriza la obra de Jelin ha sido su obstinado interés por comprender cómo opera el tiempo y las diversas temporalidades en los procesos de transformación social. Tiempo personal y tiempo histórico, biografías y generaciones, curso de vida y acontecimientos históricos; el tiempo afecta lo social de distintos modos y cualquier mirada que reduzca esta complejidad es como una pintura que no hizo uso de la perspectiva, incompleta y simplificadora. De este modo, el efecto del tiempo la motivó a desentrañar estos componentes de cambio social asociados a la pertenencia generacional, los momentos en los ciclos de vida individuales y la exposición a distintos contextos históricos. Para poder aprehender estas dimensiones desarrolló innovaciones metodológicas que permitieron de una manera sistemática abordar esta complejidad: el uso de historias de vida como forma de vincular cambio histórico y tiempo biográfico (Jelin, 1976; Jelin y Balán, 1979; Jelin, Llovet y Ramos, 1999).

Un tercer aspecto clave para comprender las desigualdades de género ha sido la centralidad de la familia y de la unidad doméstica. Sustan­tivamente el análisis sobre las actividades desarrolladas por mujeres en las unidades domésticas la condujo a problematizar y jerarquizar la mirada sobre una institución que resulta de escaso interés al feminismo: la familia. Familia y unidad doméstica, sus superposiciones y complejidades, su organización y funcionamiento, pasan a tener un lugar destacado ya no exclusivamente desde la etnografía antropológica, sino como materia de indagación sociológica que interpela la estructuración y dinámica de las sociedades capitalistas modernas altamente desiguales. Esta mirada sobre la unidad doméstica rechaza el reduccionismo inherente a la concepción que asocia ámbito doméstico con lo privado (femenino), en contraposición al ámbito público del poder y de la producción social (masculino); proponiendo otra a partir de la cual el mundo de la familia y de la unidad doméstica no puede ser entendido si no se lo pone en relación con el mundo de los servicios, de la legislación, del control social, de los marcos normativos, de las instituciones educativas y de la ideología (Jelin, 1984: 5).

En directa conexión con el anterior, el cuarto aspecto se vincula con el modo de concebir estas imbricaciones entre la familia y los ámbitos públicos de regulación y provisión de políticas de bienestar. Su mirada sobre los vínculos entre legislación, políticas de familia y prácticas rechaza toda unidireccionalidad, proponiendo un enfoque en el que las intervenciones pueden contribuir a moldear las prácticas sociales, como otras en las que, por el contrario, la realidad de las prácticas (familiares) van muy por delante de normativas y de las políticas.34 De este modo desenmascara el poder de las fuerzas conservadoras y de las elites en la concepción y diseño de marcos normativos y de políticas públicas que procuran moldear y regular formas aceptables de vida familiar y de relaciones de género (ideología familista y maternalista), como ha sido tradicionalmente el caso en América Latina. De este modo el Estado aparece como el ámbito de confrontación entre actores sociales y políticos.

Con estos puntos de partida seleccioné algunas de las múltiples contribuciones del pensamiento de Shevy que dan cuenta de nudos críticos presentes en los debates actuales en el campo del género, la familia y las políticas sociales, que son las que se presentan a continuación.

Familias, unidades domésticas y género

La familia ha sido sin duda un tema de reflexión muy relevante a lo largo de la trayectoria académica de Jelin. A través de su estudio, y entendida como locus intermedio de análisis entre los individuos y la estructura social, cuestionó cualquier visión que naturalizara sus funciones, organización y dinámica. En este sentido advirtió que el concepto de familia al que usualmente nos referimos y evocamos es una construcción social y cultural, anclada en procesos históricos y sociales, y por lo tanto heterogénea y cambiante. Cada sociedad elabora formas aceptables e inaceptables a través de las cuales resuelve la reproducción en un sentido más amplio y por ende existe una enorme diversidad en las formas de hacerlo tanto entre sociedades como dentro de una misma sociedad entre grupos y/o clases sociales. La familia se encuentra inmersa en una red de relaciones y sujeta a un conjunto de condicionantes. En sus propias palabras:

Proponemos una aproximación multidimensional a la familia que reclama por una consideración explícita de las condiciones materiales de la reproducción cotidiana y generacional, del sistema social de interacción, de las dimensiones simbólicas y culturales de la familia y el parentesco y de la dimensión política que está involucrada en las relaciones entre la familia y el sistema institucional más vasto. (Jelin, 1991: 10)35

De este modo, la familia conformada por lazos de parentesco es concebida como una institución social que regula, canaliza y confiere significados sociales y culturales a la sexualidad y la procreación. Constituye la base de reclutamiento de la unidad doméstica, en donde se desarrollan las actividades ligadas al mantenimiento cotidiano. Sus relaciones se guían por reglas y pautas sociales preestablecidas y sus comportamientos pueden orientarse por sentimientos de solidaridad, afecto y cuidado mutuo, pero también por cuestiones instrumentales e intereses que pueden derivar en conflictos y violencia.

La articulación entre individuos emparentados al interior de unidades domésticas propuesta por Jelin es compleja y resiste toda consideración esquemática o naturalizada sobre su funcionamiento, rechazando de plano la perspectiva funcionalista. Por otra parte, rompe con una mirada de la época que imprime a las estrategias de sobrevivencia familiares un enfoque unificado de intereses de los miembros, proponiendo otra que indaga sobre las prácticas diferenciadas y contradictorias, tanto dentro como fuera de las unidades domésticas. Por ello, las formas concretas a través de las cuales las unidades domésticas resuelven la reproducción –entendida tanto como reproducción biológica como cotidiana y social– constituyen la materia prima para examinar transformaciones sociales, ideacionales e institucionales.

Apelando a la historia, Jelin abordará las transformaciones en la división sexual del trabajo al interior de las unidades domésticas y los procesos que dan cuenta de la desvalorización de las actividades no remuneradas del hogar, aquellas tradicionalmente a cargo de las mujeres.36 En este recorrido, con su punto de inflexión en la separación física entre la casa y el trabajo, señalará las texturas del proceso que dio lugar al modelo de familia ideal o idealizado, como ella misma reconoce, de la familia nuclear y neolocal, que se impuso por mucho tiempo como el modelo a emular y como la norma de vida familiar: el modelo de familia patriarcal. Este modelo que comienza a resquebrajarse en la segunda mitad del siglo XX pudo sostenerse a fuerza del accionar de instituciones de diversa naturaleza, desde la iglesia hasta los sistemas de bienestar y los marcos regulatorios del mercado de trabajo, basados en arquetipos de trabajadores típicos y de sus familias.

Desde hace varias décadas, un conjunto de fuerzas sociales va a desatarse para poner en cuestión dicho modelo. Con avances y retrocesos, con estancamientos y sorpresas, este proceso de reconocimiento de intereses y derechos propios de las mujeres será producto para Jelin de transformaciones sociales notables. Inicialmente vinculado a la posibilidad del acceso a ingresos y a la expansión de la educación, se abren nuevos horizontes de expectativas personales y de deseos individuales para grupos subordinados a la autoridad patriarcal, hijos, hijas y, más tardíamente, esposas. De este modo se pone en marcha un proceso de afianzamiento de la individuación, clave para entender los notables cambios que comenzarán a ocurrir en los patrones de formación, dinámica y disolución familiares. Su mirada otorgará un rol muy relevante a los movimientos de mujeres y del feminismo, que impulsaron la lucha por el reconocimiento de derechos frente al varón.

La división sexual del trabajo: trabajo remunerado, trabajo doméstico

Las relaciones existentes entre la división sexual del trabajo a nivel intrafamiliar, la reproducción social y la subordinación femenina llamaron la atención de Jelin desde muy temprano. Adelantándose a la actual discusión sobre organización social de los cuidados, indagó sobre la relevancia del trabajo doméstico desde un punto de vista más estructural. Desde la tradición feminista marxista ya se había destacado décadas atrás la funcionalidad y el valor no reconocido de las labores del cuidado para los sistemas capitalistas. Ella formará parte de las pensadoras latinoamericanas que con un registro regional analizarán estos vínculos en un contexto de desarrollo desigual, vinculado al capitalismo periférico. De este modo, sus análisis sobre la división sexual del trabajo dentro de las unidades domésticas estarán situados en sociedades en las que una significativa porción de la fuerza de trabajo no está integrada al mercado laboral urbano formal, lo cual imprime rasgos específicos a la discusión sobre la participación económica de las mujeres (Jelin, 1982). En efecto, ya al promediar la década de los setenta, con base en un estudio sobre Salvador en Brasil va a ofrecer una mirada que integra unidad doméstica, estructura productiva y reproducción social de un modo integral y complejo. Con el espíritu de una época, examina las relaciones funcionales entre producción y reproducción en un contexto de desarrollo desigual en el que vastos sectores de la población acceden solo marginalmente a un sector productivo dinámico. Señala las diversas formas en las que los sectores de bajos ingresos subsidian a la economía, tanto a través de las actividades domésticas para el sostenimiento de la fuerza de trabajo, como también a través de otros mecanismos como el servicio doméstico en hogares más adinerados, y la venta del excedente de producciones domésticas a otras familias de ingresos muy bajos (Jelin, 1974a).

Al finalizar los años setenta y durante los ochenta, emergió con fuerza en la investigación internacional la preocupación sobre los determinantes de la participación de las mujeres en el mercado de trabajo.37 Los estudios se interesaban por determinar qué factores propiciaban que la mujer trabajara en actividades económicas para el mercado y cuáles restringían esa posibilidad en contextos de economías subdesarrolladas.38 Con información secundaria y sin ambigüedades las investigaciones enfatizaban en la importancia del lugar de la mujer en la estructura familiar, su etapa del ciclo de vida y la clase social como condicionantes del trabajo para el mercado. Agregaba también a esta lista de rasgos individuales y familiares aquellos relativos a los déficits de los servicios sociales de cuidado (tanto para el cuidado infantil como para el cuidado de enfermos y personas mayores) (Jelin, 1982).

En este caso Jelin enfatizó la importancia de aspectos subjetivos, que le permitió develar las vivencias y experiencias de las mujeres de sectores populares. Para ellas las responsabilidades domésticas aparecían como tareas naturales de las mujeres (por ese entonces) sin imposiciones, pero también sin opciones, lo cual denotaba un muy acotado margen de alternativas.39

La mayor propensión de las mujeres a participar en la fuerza de trabajo, particularmente aquellas con responsabilidades familiares, fue interpretada a la luz de varios factores coadyuvantes. El acceso a mayores niveles de educación formal jugó un rol significativo, contribuyendo a moldear inquietudes, aspiraciones y expectativas más allá de las vinculadas al hogar y la familia. También otros aspectos cumplieron un rol relevante; por un lado, un creciente número de mujeres trabajadoras dejan de interrumpir su actividad laboral con la llegada de los hijos (ya habían dejado de hacerlo con el matrimonio), se empiezan a exhibir trayectorias laborales de mayor estabilidad. Por el otro lado, las fluctuaciones económicas, las crisis recurrentes y un mercado laboral poco dinámico genera una situación de riesgo constante a la cual las unidades domésticas responden movilizando fuerza de trabajo adicional. El modelo de varón único proveedor se fue resquebrajando tanto por factores socioculturales como por su creciente incapacidad de cumplir las funciones socialmente esperadas. De hecho, como tal, para sectores de la clase trabajadora este modelo fue más bien una quimera, dado que los ingresos del jefe de familia eran tradicionalmente suplementados con los del trabajo de otros miembros del hogar.

A partir de estas transformaciones, la indagación se expandió más allá de los confines de la unidad doméstica, comenzando a examinar las formas en que los condicionantes de la participación laboral afectaban a la inserción laboral, es decir, relegaban a muchas mujeres a una inserción segmentada y desigual en el mercado de trabajo. Junto con Ana María García de Fanelli y Mónica Gogna desarrollaron un programa de investigación sobre las mujeres en el empleo público que fue una maravillosa excusa para desenmascarar el acceso más restringido de las mujeres a puestos de mayor jerarquía y la penalización subsecuente en los niveles de ingresos (García de Fanelli, Gogna y Jelin, 1989; y García de Fanelli, Gogna y Jelin, 1990).

A lo largo de las tres décadas subsiguientes la participación económica de las mujeres continuó ascendiendo y hoy en día algunos subgrupos exhiben niveles casi tan elevados como sus pares varones. Muy lentamente y a fuerza de una incansable lucha y un continuo avance en sus perfiles formativos (que superan con creces a los de los varones) su presencia en puestos de responsabilidad y dirección fue mejorando. Sin embargo, las diferencias de clase a las que aludió Jelin en sus estudios solo se profundizaron con el tiempo, de este modo, para las mujeres de sectores populares las estructuras de oportunidades40 no variaron de manera muy significativa: su entrada a la maternidad continúa siendo más temprana y su fecundidad más elevada; sus patrones de participación inestables; y su inserción ocupacional es en circuitos informales muy acotados.41

Desarmando modelos: las transformaciones de la(s) familia(s)

Las expectativas sociales en torno a las relaciones de parejas, así como a la formación de las familias y sus dinámicas han experimentado notables modificaciones a lo largo de las últimas décadas. Los mandatos sociales en cuanto a cómo formar una pareja, con quién, en qué momento de la vida y hasta cuándo mantener una unión se han visto fuertemente interpelados dando lugar a que la libertad y los deseos personales sean el norte de estas decisiones.42 Los individuos, menos dispuestos a ajustar sus conductas a mandatos familiares y sociales obran más en función de sus aspiraciones y deseos. Jelin observa estos procesos señalando que la familia va abandonando el lugar de institución total que desempeñó por mucho tiempo. El mundo familiar se ha tornado más inestable y heterogéneo: “En la medida en que se incorpora y se acepta la diversidad de formas de familia, pasamos del singular a la voz plural de múltiples formas de familia” (Jelin, 2017a). Se desmonta de este modo el apego a una forma, un modelo (el “normal”), que ve a todos los demás como desviaciones, inmoralidades o pecados. Este desapego al modelo tradicional de familia ha venido acompañado por una variedad de formas de vivir en familia (aumento de hogares unipersonales, de hogares con jefatura femenina, de familias ensambladas).

Las transformaciones tienen por cierto una fuerte impronta de clase social tanto en el timing y secuencia de los eventos en el curso de vida (relacionados con la sexualidad y cuidados anticonceptivos, la maternidad, los procesos educativos y la entrada al mundo del trabajo, la formación de uniones y su disolución, etc.) y también en lo que respecta al ejercicio de la autonomía personal. Los márgenes de elección, tanto relativos a la maternidad como a la posibilidad de terminar con una relación de pareja insatisfactoria, dependen no solo de voluntades personales sino también de la posibilidad de ejercerlas.

La entrada creciente de las mujeres al mundo laboral no se ha dado sin tensiones ni conflictos, particularmente en hogares con parejas heteronormativas convivientes, en los que la actividad económica de las mujeres no parece haber trastocado de modo significativo la distribución de responsabilidades y tareas domésticas, es decir, ellas continúan siendo las principales proveedoras de cuidado.43 Las formas de resolver estas tensiones dependen fuertemente del nivel de recursos, y en la Argentina de hoy básicamente de la capacidad que tienen las unidades domésticas de adquirir servicios domésticos y de cuidado en el mercado. En los hogares que no cuentan con esa posibilidad la carga doméstica caerá en forma desproporcionada sobre las mujeres, condicionando o cercenando la posibilidad de una incorporación al mercado de trabajo.

La situación es más acuciante en el caso de mujeres pobres jefas de hogar (grupo social que ha venido aumentando a lo largo del tiempo). Jelin repara específicamente en estas mujeres y su doble o triple responsabilidad –a cargo de la economía familiar, de las actividades domésticas y del cuidado de sus hijos– indicando que su situación implica una carga excesiva y que a menudo las expone, a ellas y a sus hijos, a grandes riesgos. Asimismo, señala que su situación no solo es inviable, sino moralmente incorrecta, destacando el rol del poder público, a través de las políticas sociales.

El rol de las políticas públicas

Entender las dinámicas y la organización de las unidades domésticas, sus cambios en el tiempo y los embates externos llevará a Jelin a incorporar en sus análisis tanto los marcos normativos que confieren derechos, como las políticas públicas y los sistemas de bienestar que favorecen su acceso. Si bien, como se argumentará, en los tiempos que corren se han ampliado las opciones y la capacidad de elección de los individuos, los vínculos familiares y las necesidades de cuidado persisten. La gran mayoría de las actividades de cuidado cotidiano continúan desarrollándose dentro del mundo doméstico, estando a cargo centralmente de las mujeres. Tanto por situación de clase como por su configuración, son las mujeres de sectores populares las que se encuentran más restringidas por su rol de cuidadoras y por ende tienen las menores opciones y posibilidades de decisión. Frente a esta situación, Jelin insiste sobre la relevancia de las regulaciones estatales y de la política pública en la gestión del bienestar, en la promoción de condiciones de posibilidad para la democratización de las relaciones familiares y el reconocimiento de los derechos de las mujeres. Estas demandas de acción pública compensatoria requieren de un reconocimiento y actualización de la diversidad de formas de vida familiar y de los derechos de las mujeres en sus considerandos y definiciones. En efecto, en función de la experiencia, las relaciones entre políticas públicas y familia han exhibido incongruencias e inadecuaciones que conducen a reforzar roles de domesticidad asociados al género femenino. En palabras de Jelin, “tanto los modelos como las prácticas de políticas sociales están anclados en un modelo de familia, generalmente implícito y a menudo bastante alejado de la realidad cotidiana de los y las destinatarias de esas políticas” (Jelin, 2017b). Es por ello que reclama la necesidad de incorporar la igualdad de género como uno de los ejes rectores de las políticas públicas.

Otro aspecto clave a considerar es el reconocimiento de la capacidad de la familia para reproducir desigualdades sociales y su rol intermediario con la estructura social (a través de un conjunto de mecanismos como la herencia, la socialización de hijas e hijos y la transferencia de capital social, entre otras). Por ende, las propuestas de intervención tendrían que poder compensar las inequidades que la propia familia genera en su reproducción cotidiana y generacional, con base en derechos integrales de ciudadanía.

La política pública orientada hacia mejorar la provisión de bienestar tiene un reto importante, el de mejorar las condiciones de posibilidad para una mayor igualdad social entre los géneros siendo respetuosa de las actuales circunstancias. Si bien son numerosas las potenciales áreas de intervención estatal, los nudos centrales de estas políticas para aliviar las responsabilidades que hoy en día recaen de manera unilateral en el “pilar familiar” –y dentro de este, sobre todo en las mujeres– son para Jelin la ampliación de la oferta de servicios de cuidado de niños, niñas y enfermos, así como la mejora en la provisión de servicios públicos (incluidos el transporte y la vivienda social).

Palabras finales

La fuerza irrefutable del actual movimiento por los derechos de las mujeres y de las diversidades de géneros es el producto de un muy largo proceso de lucha. Shevy Jelin constituye sin duda una de las precursoras comprometida con esta lucha. Como la magnífica armadora que es, ha contribuido a la promoción de la equidad de géneros no solo con sus elaborados conocimientos sino también a través de sus acciones personales como docente, colega y amiga. Su obra constituye una pieza clave de la sociología sobre familia y género en el país, con contribuciones originales, profundas y de una enorme vigencia. Espero, para quienes no han tenido la buena fortuna de recorrer su obra en esta materia, haber generado con estas páginas el interés de hacerlo.

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Pensamientos y afectos en la obra de Elizabeth Jelin

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