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1. Prólogo introductorio

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La evolución de la economía mundial, desde los inicios del siglo XXI, ha obligado a un cambio profundo en la concepción de los negocios y en las formas productivas de las empresas, así como a un replanteamiento integral de la organización de ciudades y regiones e, incluso, de países enteros.

Junto a este fenómeno, se acentúa la exigencia social sobre la gestión eficaz de los recursos energéticos, ya que sectores crecientes de la población mundial son conscientes de la limitada capacidad de abastecimiento ante el rápido crecimiento de los países y de sus ciudades.

Esta sensibilización generalizada va unida al temor de poner en peligro el modo de vida actual y de todo el planeta, debido a fenómenos tan destructivos como la contaminación, la deforestación o la destrucción de los ecosistemas.


Además, el mundo está cambiando a un ritmo vertiginoso. Las innovaciones tecnológicas se suceden tan rápidamente que, a veces, ni siquiera son aprovechadas al máximo de su capacidad antes de evolucionar de nuevo. Las ciudades desempeñan un papel fundamental en este nuevo marco internacional, debido a que es cada vez más prioritaria una gestión más eficiente de los recursos naturales y económicos. Las nuevas tecnologías han pasado a ser una herramienta fundamental en este sentido.

Las ciudades se enfrentan, de este modo, a retos de crecimiento y gestión de los recursos para poder abastecerse e, incluso, sobrevivir. Las ciudades pasan a tener entidad propia y ya no son un mero receptáculo de personas, empresas y equipamientos. Ahora son un ente, un recurso más, una necesidad dentro del esquema estratégico de cualquier organización, ya sea empresarial, gubernamental o particular.

Las ciudades necesitan ser rentables. Deben ser capaces de retener y atraer el talento, la capacidad de desarrollo, la cultura, el conocimiento, la innovación, la calidad, la economía, etc. Son como un organismo vivo que crece y aprende. Un organismo que se alimenta. Un organismo que compite y produce.

Es el momento de tomar las medidas necesarias en nuestra sociedad para no quedarse atrás. Y no hay duda de que las herramientas están a nuestro alcance. Es preciso dejar atrás la era de la información para pasar a la era del análisis y la respuesta. En definitiva, es necesario que nuestras ciudades se vuelvan inteligentes.

Ante esta situación, hace años que se está gestando la necesidad de la gestión inteligente de las ciudades y surge así el concepto de Smart City o Ciudad Inteligente.

Muchos son los documentos e informaciones que hablan de los modelos y soluciones de Smart City. También son muchos los textos que incorporan todo tipo de estadísticas y ejemplos.

Sin embargo, cuando uno trata de situarse y analizar cómo implementar el concepto de Smart City en la práctica, se observa, en la literatura disponible, no solo discrepancias, sino omisiones y que la mayoría ofrece un enfoque adaptado a una serie de aspectos, diferentes en cada caso en función de la fuente.

Así, es fácil encontrar visiones de Smart Cities centradas principalmente en las telecomunicaciones y en la transmisión de datos, o visiones centradas en soluciones concretas sobre smart building o gestión energética, pero no resulta fácil encontrar visiones más amplías que presenten un enfoque global y completo del modelo.

También existen documentos que presentan los resultados de ayuntamientos o áreas metropolitanas que ya han aplicado alguna solución concreta para algunas de las problemáticas de algunas zonas, barrios o de toda la ciudad, pero sin una visión integral.

Así pues, la cuestión es saber qué significa realmente Smart City. Pero puede que antes de definir qué es, resulte mucho mejor definir qué no es.

Smart City no es construir una ciudad totalmente tecnificada, con sistemas informáticos y tecnológicos complejos que anulen la voluntad y la participación humana hasta el punto de transformar a la población en meros consumidores-productores sin posibilidad de autogobierno o de toma de decisión alguna.

La Smart City, al igual que debe tender a gestionar sus recursos energéticos de forma eficiente, no puede descuidar su desarrollo económico, social y cultural.

Smart City no significa que la población realice todas sus gestiones online sin contacto humano alguno, ni que todo esté abierto a cualquier desarrollo o implementación.

Y tampoco es una ciudad en la que todo está automatizado y robotizado, porque en la urbe los ciudadanos «piensan» y «actúan».

El concepto de Smart City engloba una filosofía de vida, un proceso de desarrollo, de sensibilización, de formación y de cambio en la manera de entender la ciudad, de vivir o de trabajar.

Una Smart City es capaz de gestionar los recursos y las fuentes de energía de manera óptima, mejorar la calidad de vida de las personas y del entorno, así como optimizar los servicios para mejorar su rentabilidad de uso, por lo que engloba tanto aspectos sociales, políticos y funcionales, como técnicos.

Este libro pretende abordar todos estos aspectos y orientar al lector, dejando claro que no es necesaria la implementación total para reconocer el concepto Smart City en una ciudad.

Aunque cuantas más actividades de este nuevo concepto se implementen, mucho más fácil será ir desarrollando nuevas soluciones para acercar a la ciudad de hoy en día a un modelo de Smart City, como el descrito en este libro.

Las ciudades inteligentes están dejando de ser las ciudades del futuro y están empezando a ser las ciudades que garantizan su sostenibilidad futura.

Iniciemos el camino hacia la gestión inteligente para que la Smart City deje de ser un concepto para ser una realidad.

Smart City: Hacía la gestión inteligente

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