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PRÓLOGO

El análisis de la política del movimiento socialista español sigue ocupando un lugar preferente en los últimos estudios sobre la Segunda república y la Guerra Civil Española. No en vano, el PSOE se convirtió en el principal partido nacional y la UGT en el principal sindicato de la democracia republicana. Como en el pasado, el tema estrella sigue pivotando sobre «la responsabilidad política» del PSOE y la UGT en el ambiente de «polarización política» y «asalto a la legalidad» que supusieron Octubre de 1934 o la primavera de 1936, incidiendo en el tema de las convicciones democráticas del socialismo español. Así, desde un punto de vista externo y escenarios concretos, investigaciones como las de Fernando del Rey o Francisco Cobo se plantean el tema con perspectivas distintas. Mientras en Paisanos en lucha Fernando del Rey comprueba en Ciudad Real las tendencias excluyentes y el asalto a la legalidad de los socialistas en el periodo del Frente Popular, cuestionando su fidelidad a la democracia republicana, Francisco Cobo, en Por la reforma agraria hacia la revolución. El sindicalismo agrario socialista durante la II República y la Guerra Civil (1930-1939), considera que, en Andalucía, una estrategia socialista que hubiera ligado a su práctica política al campesinado mediano, y no principalmente al jornalero, hubiera evitado la radicalización socialista, de la que ya hablara José Manuel Macarro en 1982, al tiempo que hubiera podido evitar la reacción contundente de los propietarios.

Aunque el tema de la relación entre socialismo y democracia incide de lleno en las divisiones de la cultura política socialista española en aquellos años, son menos los análisis sobre la evolución interna del movimiento socialista español en la década en que, con la democracia republicana, no solo sus organizaciones se convirtieron en la primeras del país, sino que el Partido Socialista accede por primera vez al poder, e incluso a la presidencia del Gobierno en la Guerra Civil, aunque la derrota republicana en 1939 supuso también la derrota y práctica desaparición del movimiento socialista en España.

A las ya clásicas investigaciones de Santos Juliá, se añaden los libros más recientes de Helen Graham, El PSOE en la guerra civil, el libro de Sandra Souto sobre las juventudes de izquierda en la guerra civil, Paso a la juventud. Movilización democrática, estalinismo y revolución en la República Española, y la biografía de Largo Caballero escrita por Julio Aróstegui, Largo Caballero. El Tesón y La Quimera. Todos ellos tienen en cuenta y tratan de explicar las raíces de las divisiones y el conflicto interno que dividieron al socialismo español entre centritas-prietistas y la izquierda socialista-caballerista. Aunque Santos Juliá ya señalara que las diferencias entre ambas corrientes eran más bien de «ritmo, velocidad y práctica política», Sandra Souto y Helen Graham comparten la visión dominante en la historiografía española desde la década de 1980 de que, a diferencia del prietismo, el caballerismo no tenía un proyecto político definido, ni objetivos de referencia.

Sin embargo, desde su análisis concreto de las divisiones y conflictos internos de una organización socialista provincial, la Federación Socialista Valenciana, Sergio Valero coincide con Julio Aróstegui en considerar al caballerismo como un «hijo directo del pablismo», adaptado a las circunstancias de la competencia política de los años treinta, con un objetivo que era el mismo del socialismo español desde su creación: «el camino reformista hacia el socialismo».

A partir de nueva documentación interna, prensa socialista nacional, regional y provincial y la prensa generalista de la provincia, el libro de Sergio Valero, asentándose en las investigaciones previas sobre el socialismo valenciano de José Antonio Piqueras, tiene la novedad de ofrecernos una documentada visión «desde abajo» de los conflictos internos y del surgimiento, desarrollo y crisis del caballerismo durante la Segunda República y la Guerra Civil. Añade a este interés la singularidad del socialismo valenciano, que, sin líderes nacionales destacados ni trayectoria histórica –con la excepción del bastión de Alzira– similar a la de Madrid, Asturias o Vizcaya, al proclamarse la República, sus asociaciones se colocan rápidamente entre las primeras del país por número de afiliación. En este aspecto, unían su trayectoria a zonas como Castilla-La Mancha y Andalucía, que, gracias a la militancia de obreros agrícolas, incorporaron una nueva afiliación al movimiento socialista español. Sin embargo, en el caso de la provincia de Valencia, esta nueva y numerosa militancia socialista no se correspondió con resultados electorales significativos, pues sus votos siguieron yendo al republicanismo histórico blasquista del PURA o al nuevo republicanismo de Izquierda Republicana.

A la debilidad electoral del socialismo en la provincia de Valencia se unía la competencia sindical con la CNT, especialmente importante en los sectores industriales. Ambas circunstancias llevaron al socialismo valenciano hacia la coalición con los republicanos electoralmente y al pacto con la CNT en la Alianza Obrera (1934-1935) y, posteriormente, en iniciativas políticas y económicas revolucionarias durante la guerra civil.

Así Republicanos con la Monarquía, Socialistas con la República, sin olvidar la contextualización nacional, recorre la rápida expansión de las organizaciones socialistas valencianas al calor de la proclamación de la República y las perspectivas reformistas del bienio republicano, hasta una radicalización de las bases que comienza en 1933, tanto por la frustración ante el incumplimiento de las reformas gubernamentales en los ámbitos locales, como por la derrota electoral de noviembre de 1933. Expulsados del poder y, por tanto, «del camino reformista hacia el socialismo», en un escenario internacional de ascenso de los fascismos y ataque al movimiento socialista, la radicalización socialista se concreta en 1934 en «la insurrección defensiva de octubre», aunque en Valencia tienen más incidencia la huelga general de abril de 1934 y los ecos de la huelga general campesina de junio, ligadas al mundo sindical.

El fracaso de octubre sumió al PSOE en la clandestinidad, desplazándolo de todas las instancias de poder, situación de debilidad que agudizó el conflicto interno, entre 1935 y principios de 1936, en todas las agrupaciones, que en Valencia se decantaron claramente por el caballerismo. En este triunfo caballerista, el autor ve «respeto a los Estatutos y a la mayoría» para conseguir sus objetivos, no la denostada «pasividad y falta de iniciativa» que se achacaba a los seguidores de Largo Caballero. Es muy interesante seguir en el libro «la batalla de las circulares», que describe la lucha por el poder en las agrupaciones locales y provinciales, la lucha por influir en las candidaturas del Frente Popular y, tras la victoria de febrero de 1936, la lucha por el control de los órganos nacionales del Partido, que, en el caso de la provincia de Valencia, siguió las líneas trazadas desde la izquierda socialista.

Con la lucha y división interna en su momento álgido, el PSOE asumió su apoyo a la coalición y al Gobierno del Frente Popular, sin participar en él, y, sobre todo, asumió la dirección de un Estado en guerra desde que Largo Caballero fue nombrado presidente del Gobierno en septiembre de 1936. Gobierno que, como indica Helen Graham, señalando las limitaciones del proyecto revolucionario caballerista, no pretendía avivar la revolución, sino restaurar los poderes del Estado republicano. Sin embargo, disintiendo con Graham, habría que tener en cuenta que un líder obrero presidía un Gobierno de unidad nacional inédito en Europa, que incluía a anarquistas y comunistas, e intentaba canalizar las «construcciones revolucionarias» dentro de la recuperación del poder del Estado republicano, para ganar la guerra. Sería el momento de mayor poder del PSOE y del caballerismo en los años treinta.

En ese escenario bélico, el socialismo valenciano y sus conflictos adquieren relevancia nacional al trasladarse el Gobierno a Valencia en noviembre de 1936 e ir aumentando progresivamente la importancia estratégica de la retaguardia valenciana conforme disminuía el territorio republicano. Durante la guerra, el conflicto interno dentro de la organización socialista se entrelazaba con la lucha contra los «adversarios» del caballerismo dentro del bando republicano, señala Valero. Así, la alianza entre prietistas y comunistas contra los caballeristas, que en la retaguardia valenciana fue sobre todo la lucha entre las sindicales agrarias comunista –FPC– y socialista –FETT– por preservar o no las iniciativas revolucionarias de las sindicales históricas, consigue su objetivo en mayo de 1937, cuando, en medio del conflicto abierto en el bando republicano y la marcha desfavorable de la guerra, al Gobierno de Largo Caballero le sucede el de Juan Negrín, hombre de la confianza de Prieto. Este Gobierno, que representaba el creciente poder comunista en la España republicana y, por tanto, su estrategia de aplazar la revolución para ganar la guerra, genera, en menos de un año, importantes diferencias entre Prieto y Negrín con respecto a la relación con los comunistas y la estrategia de guerra. En medio de las continuas derrotas republicanas, estas diferencias provocarán, desde la primavera de 1938, el progresivo acercamiento de prietistas y caballeristas contra los comunistas.

Si la competencia por el espacio electoral y sindical del socialismo valenciano antes de la guerra era con blasquistas y anarquistas respectivamente, durante la guerra los socialistas no pudieron contrarrestar el atractivo de un partido comunista unido, con una estrategia clara para ganar la guerra, con el respaldo de la URSS, especialmente cuando ese país era el único sostén de la República y el PCE utilizaba atractivas y agresivas técnicas de captación de militantes y cooptación de organizaciones socialistas con las que inicialmente pretendía colaborar y actuar conjuntamente. Así, cuando el PCE acabó dominando las Juventudes Socialistas Unificadas, el PSOE y la UGT en Cataluña, prácticamente todo el movimiento socialista y las otras fuerzas republicanas unían sus agravios contra los comunistas y su política de resistencia. Sin embargo, como indica Sergio Valero, la venganza caballerista, apoyando el golpe militar de Casado en marzo de 1939 contra los comunistas en la mermada España republicana, se convirtió en una victoria pírrica, que aceleró la derrota republicana y acabó con el movimiento socialista en España, incapaz de sobrevivir a la represión y al exilio tras su derrota en la Guerra Civil.

AURORA BOSCH

Universidad de Valencia

Republicanos con la monarquía, socialistas con la República

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