Читать книгу El anuncio del jeque - Sharon Kendrick - Страница 6

Capítulo 2

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KADIR miró a la mujer que le había soltado aquellas palabras amargas y apretó los dientes con rabia. ¿Cómo era posible que ella no hubiese aceptado parte de la culpa? Que admitiera que ambos se habían dejado llevar por la pasión, y por una química tan poderosa que, a pesar de sus esfuerzos, resultó ser irresistible.

No, ella había elegido culparlo y convertirlo en el estereotipo de un hombre. El jeque bronceado y corpulento, como el personaje de las películas en blanco y negro que había visto alguna vez. Y a pesar de que en el pasado lo habían clasificado de esa manera en numerosas ocasiones, nunca le había afectado tanto. Ella le había preguntado ¿cuántas veces? Y la respuesta a su pregunta era: solo una vez, con ella. No obstante, no le daría el placer de decírselo para evitar que ella pensara que significaba algo especial para él.

–Me suplicaste que me acostara contigo. Me lo suplicaste –repitió con crueldad–. Sabes que lo hiciste. ¿Quieres que te recuerde las palabras que usaste, Caitlin?

–¡No! No quiero hablar sobre esa noche.

Él la miró.

–Bueno, quizá yo sí. Quizá yo quiera revivirla minuto a minuto.

Caitlin palideció y bajó la mirada hacia sus manos antes de mirarlo a él. Durante un segundo, Kadir se encontró perdido en la mirada de aquellos ojos. ¿Cómo podía haber olvidado su bello color azul? La manera en que parecía adentrarse en su interior, como si pudiera ver su alma atormentada y ofrecerle consuelo temporal. Lo había olvidado porque no tenía elección, porque lo bien que ella lo había hecho sentir era incompatible con su vida y su mundo. Y él necesitaba olvidarlo en ese instante.

Y por eso continuó mirándola sin decir palabra. El silencio era una táctica que siempre le había funcionado en el pasado. Si se alargaba el tiempo suficiente, la otra persona siempre terminaba rompiéndolo. Porque a las personas no les gusta el silencio. Le tienen miedo. No les gusta escuchar el ruido de sus pensamientos.

–Dime para qué has venido –preguntó ella al fin.

Kadir se quedó pensativo. ¿Qué quería? ¿Retroceder en el tiempo? ¿Continuar recorriendo la finca escocesa que había pensado comprar y no distraerse con su llamativo cabello, con la curva de sus caderas, o la manera en que se oscurecían sus ojos cuando lo miraba? ¿Preferiría no haber participado en la noche de pasión? No. No era eso lo que quería. ¿Cómo podía desear que su hijo no hubiera nacido?

–¿Por qué crees que estoy aquí? –preguntó él–. Porque quiero verlo. Quiero ver a mi hijo.

Ella se puso tensa, como si le hubiera pedido algo imposible. Después, negó con la cabeza levemente, como alguien que acabase de despertar de una pesadilla.

–Sí –comentó ella–. Supongo que sí –se agachó para recoger un bolso de piel verde que había dejado sobre la silla.

Kadir la observó en silencio mientras ella sacaba una foto de una billetera.

–Toma, mira esto.

Él no la miró inmediatamente, sino que permaneció mirándola a ella unos instantes.

–¿Crees que me contentaré con una foto? –preguntó.

–¿No te vale por el momento?

Incapaz de aguantar ni un segundo más, Kadir le quitó la foto de la mano con mucho cuidado de no rozar su piel. Era como si no se fiase de sí mismo si volvía a tocarla. Después, trató de mantenerse fuerte y no ceder ante el sentimiento de desesperación que lo invadía por dentro mientras esperaba a ver la foto de su primer hijo. El asistente que había descubierto su existencia le había ofrecido buscar fotografías, pero Kadir aborrecía el trabajo de los paparazis y rechazó a oferta. La edad y el aspecto del niño indicaban que él era el padre, pero sobre todo era su instinto el que le indicaba que era verdad y, en esos días, Kadir confiaba más en su instinto que en cualquier foto tomada desde detrás de un árbol.

Sin embargo, nada podía prepararlo para las emociones que lo inundaron al mirar aquel par de ojos negros tan parecidos a los suyos. Kadir se acercó a la ventana para poder examinarla mejor a la luz. A juzgar por el fondo de la foto, era una toma profesional, aunque el flequillo del pequeño caía sobre su frente de forma desordenada, como si nadie pudiera domarlo. Kadir entornó los ojos al ver que tenía una pequeña muesca en uno de sus dientes. ¿Se habría caído y hecho daño? ¿Y nadie había estado a su lado para protegerlo?

Se volvió y vio que Caitlin lo estaba mirando como si esperara que él dijera algo tranquilizador.

–Quiero conocerlo en persona –soltó Kadir–. Y cuanto antes.

Caitlin asintió y notó que se le encogía el corazón a pesar de que esperaba oír lo que él había dicho. Por supuesto que sí. ¿Qué más podría decir él dadas las circunstancias? Caitlin experimentaba una mezcla de emociones, aunque se avergonzaba de la que era dominante y no tenía nada que ver con su pequeño, pero sí con ella.

Celos.

Intensos y potentes.

–¿Y qué pasa con tu esposa? ¿Ella también quiere conocerlo?

Se hizo una pausa y Kadir contestó sin emoción en la voz.

–Mi esposa ha muerto.

–Lo siento –contestó Caitlin.

–No, no lo sientes.

–Siento la pérdida de cualquier ser humano –se defendió–. ¡Aunque sobre todo siento haberme acostado contigo sin saber que estabas casado!

–Eso es historia, Caitlin –comentó él–. A mí no me preocupa el pasado. El presente sí. No me marcharé de aquí, ni tú tampoco, hasta que acordemos una fecha para ver a mi hijo.

–Cameron –le corrigió ella.

–Cameron –repitió Kadir, y Caitlin reparó en cómo su acento escocés hacía que su nombre pareciera más exótico y distinguido.

Kadir no solo tenía un aspecto diferente al del hombre al que ella se había entregado, sino que además sonaba de manera diferente también. La túnica y el turbante lo hacían parecer frío y distante. Y al mirarlo, Caitlin supo que, si ella se lo permitía, él tomaría el control de la situación.

«No lo hagas», se dijo. «Mantén tus condiciones. Demuéstrale que no permitirás que nadie te manipule». Ella no era una de sus posesiones. Era una mujer libre e independiente y, además, estaba en su país.

–Por supuesto que debéis conoceros, pero me gustaría que fuera en territorio neutral –dijo ella, avergonzada de lo pequeña que era su casa comparada con sus lujosos palacios. ¿O era porque no podía soportar la idea de que Kadir irrumpiera con su poderosa presencia en su territorio? Cuando se marchara, el lugar parecería vacío sin él–. ¿Qué tal aquí, en Edimburgo? Sería tan buen lugar como cualquier otro.

–Estoy seguro, pero me temo que no encaja en mi agenda. Esta semana estaré en Londres –dijo él con frialdad–. Puedes reunirte conmigo allí.

–¿En Londres? –repitió Caitlin.

–No hace falta que hables como si fuera Marte –comentó él–. No está tan lejos. Solo a poco más de una hora en avión. No pasaré mucho tiempo en tu país y Londres es donde tengo que llevar a cabo mis negocios.

–¿Ah, sí?

–Sí. Lleva a Cameron a Londres. ¿Conoce la ciudad?

–No –dijo Caitlin, admitiendo las limitaciones que tenía en la crianza de Cameron. Su hijo nunca había salido de Escocia. Ella quería protegerlo del mundo y de la gente. Protegerlo del lado duro de la vida.

¿Y no era cierto que había pensado que, si se mantenía escondida, no se encontraría con un escenario como aquel?

–No, nunca ha estado allí.

–Entonces, decidido. Estoy seguro de que le parecerá emocionante, y habrá muchas cosas para entretenerlo –sonrió brevemente–. Lo organizaré para que vengan a recogerte en mi avión.

Caitlin pestañeó. ¿Tenía su propio avión?

Por supuesto, ¿pensaba que el rey de uno de los países más ricos del mundo haría cola en un aeropuerto como la gente corriente?

–Eres muy amable –repuso ella–, pero soy capaz de llegar a Londres por mi cuenta.

La miró de arriba abajo fijándose en la ropa que llevaba. Un jersey, una falda de punto hasta la rodilla y unas medias de lana grises.

–Aunque no con un poco más de estilo, ¿verdad?

Caitlin se sintió molesta al oír su comentario. La última vez que se vieron, él no hizo ningún comentario acerca de su ropa. Había estado más preocupado por quitársela que por ofrecer una crítica sobre moda. No obstante, ella no debía ir por ese camino. Iba a resultarle muy difícil gestionar sus emociones sin recordar cómo se había sentido entre los brazos de Kadir mientras él la besaba de forma apasionada.

–Creía que venía a una entrevista de trabajo como fotógrafa. Y por lo que sé, sujetar una cámara cuando hace un tiempo desapacible requiere ropa cómoda y no elegante –comentó–. Respecto al viaje a Londres, me gustaría que Morag me acompañara. Si es que puedo convencerla de que haga el viaje.

–¿Quién es Morag? –preguntó él, frunciendo el ceño.

–Es una enfermera retirada que me conoce desde que yo era pequeña. Ahora cuida de Cameron mientras yo estoy trabajando.

–¿Y con qué frecuencia sucede eso? ¿Cada cuánto has de dejar a nuestro hijo en manos de esa señora?

Era una acusación injusta y su tono posesivo era un poco preocupante, pero Caitlin decidió que estaba enfadado y que la gente decía todo tipo de cosas cuando se enfadaba. Respiró hondo y lo miró con calma.

–Nunca lo dejo a menos que sea completamente necesario. Nunca acepto cualquier trabajo, ya que estoy tratando de crearme una buena reputación. Trabajo mucho para una agencia, a través de la que supongo has conseguido citarme en este hotel con la promesa de una oferta laboral. Una oferta que no existe, ¿verdad, Kadir?

Él negó con la cabeza a modo de respuesta. Cuando sus miradas se encontraron, ella vio un brillo en sus ojos que sus espesas pestañas no pudieron ocultar. ¿Se había imaginado el suspiro que parecía había escapado de sus labios y que provocó que ella recordara cómo se había sentido cuando él la besó? De pronto, un montón de recuerdos invadieron su mente sin que ella pudiera hacer nada por mantenerlos bajo control.

Se preguntaba si él había pensado alguna vez en las circunstancias en las que se habían conocido. Ella estaba tratando de capturar la imagen de un águila real y, después, él le comentó que nunca se había quedado cautivado por el cuello de una mujer. Ni por su trasero. Al parecer, él pensaba comprar la enorme finca que ella estaba fotografiando, pero la venta nunca se realizó. Caitlin se preguntaba si él la habría comprado si él no la hubiera conocido, o si su infidelidad le había dado cargo de conciencia y por eso había cambiado de opinión. Sin duda ella era la última persona con la que él desearía encontrarse. Caitlin puso una sonrisa de amargura. A menos que no solo hubiera tenido una aventura extramatrimonial con ella.

–Por supuesto que el trabajo no existe –dijo él, con frialdad–. Prepara a Cameron para salir mañana a primera hora. Una de mis asistentes irá a buscaros para acompañaros a Edimburgo –hizo una pausa–. ¿Qué vas a decirle, Caitlin? ¿Cómo vas a explicarle a mi hijo quién soy yo?

–Todavía no lo he decidido. Tengo que pensarlo.

–¿Sabe quién es su padre?

–No –negó con la cabeza–. Nunca lo ha preguntado.

–¿Estás segura?

–¡Sí! Lo prometo.

Caitlin vio que él suspiraba despacio.

–¿Cómo puedo creerte? ¡A pesar de que pongas la mano sobre tu corazón!

–Me creas o no, ¡es la verdad!

Él la miró con ojos entornados.

–Ven preparada para pasar varias noches.

–¿De veras es necesario?

Él soltó una carcajada.

–Ay, Caitlin, ¿de verdad eres tan corta de vista? Crees que estoy preparado para un encuentro corto? ¿Cómo si fuera una cita con el dentista? ¿Que me bastarían unas horas para conocer al niño que acabo de descubrir que existe?

Ella no había pensado en ello. Todo había sucedido tan deprisa que se sentía mareada. Y estaba más asustada que antes. Asustada por el poder de Kadir y su potencial para destrozar su vida, pero también por la manera en que él podía hacerla sentir. ¿Cómo era posible que después de todo ese tiempo, ella reaccionara ante él de una manera inadecuada? Su cuerpo había reaccionado bajo su mirada, de una manera que no había reaccionado desde la última vez que él la había mirado. Era como si sus sentidos hubiesen permanecido dormidos todo este tiempo, como los bulbos que permanecen bajo la tierra durante el invierno esperando a despertar bajo los rayos de primavera.

Él la miraba con arrogancia y posesividad y, al experimentar una ola de calor recorriendo todo su cuerpo, ella se percató de que estaba mirando a Kadir Al Marara como si nunca lo hubiera visto antes.

Se fijó en la sombra de su barba incipiente y se preguntó si se afeitaría a menudo. No lo sabía. Igual que no sabía qué le gustaba desayunar, o cómo pasaba los días. No sabía nada acerca de sus padres y muy poco acerca de su difunta esposa. Su esposa, recordó ella con amargura. La mujer con la que estaba casado el día que le bajó la ropa interior y se rio de placer al descubrir que tenía húmeda la entrepierna. El recuerdo provocó que se avergonzara por haberlo hecho y por seguir reaccionando al pensar en ello.

«Este hombre no es más que un desconocido», pensó. «Puede que tenga un hijo suyo, pero yo a él no lo conozco. Ni él a mí. Para él solo soy una mujer con la que se acostó en un pequeño pueblo escocés».

Una mujer que lo abrazó y murmuró contra su boca:

–Por favor… Por favor…

Caitlin se estremeció y deseó que aquel encuentro no hubiese sido más que una pesadilla.

Aunque no habría sido justo para Cameron, ¿no?

No podía continuar ocultándole la verdad sobre su padre, por mucho que ella deseara hacerlo. Ella se había criado sin padre y sabía muy bien el gran vacío que había tenido en su vida. ¿Deseaba lo mismo para su hijo?

Se preguntaba si sus pensamientos se estaban reflejando en su rostro y por eso Kadir le estaba dirigiendo esa gélida mirada.

–Hay algo más de lo que necesitamos hablar, Caitlin –añadió–. Por si acaso estabas planeando desaparecer, te aconsejo que no lo hagas. No solo sería una pérdida de tiempo, sino que me harías enfadar y eso nunca es buena idea. Además, vayas donde vayas con mi hijo, te aseguro que te encontraré.

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