Читать книгу El anuncio del jeque - Sharon Kendrick - Страница 7

Capítulo 3

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CAITLIN sentía el pulso acelerado cuando salió del hotel para dirigirse a la terminal del ferry que la llevaría de regreso a la pequeña isla donde vivía. Durante las pocas ocasiones que iba a la ciudad solía pasear para mirar los escaparates y tomarse un chocolate caliente con nata y marshmallows, pero ese día no tenía ánimo para hacerlo. ¿Cómo podría relajarse después de lo que le había pasado? Necesitaba irse a casa lo antes posible.

Una vez a bordo del ferry, trató de calmarse. No obstante, nada podía impedir que ciertos pensamientos invadieran su cabeza al contemplar Cronarty en la distancia. Ella había nacido en aquella isla y había visto a su madre perseguir sus sueños en ella. Unos sueños que después fueron machacados una y otra vez, dejando a su madre destrozada. Caitlin había aprendido a asimilarlo sin mostrar sufrimiento, ni siquiera cuando el dolor resultaba insoportable. Y aunque se había alegrado de marcharse a la ciudad cuando terminó todo, Cronarty había sido el único lugar al que deseó volver cuando descubrió que estaba sola y embarazada. La isla le parecía un lugar seguro, con sus acantilados y playas maravillosas contra las que rompían las olas del Atlántico.

Sin embargo, de pronto ya no le parecía un lugar seguro.

Ella negó con la cabeza, como si así pudiera disipar el recuerdo del jeque, pero su imagen estaba bien arraigada en su mente.

Al bajarse del ferry, Caitlin comenzó a caminar hacia su casa. A veces, Morag llevaba a Cameron hasta el barco para recibirla, pero ese día no la esperaban hasta más tarde. ¿Qué diablos iba a decirles? ¿Cómo podría explicarle a la niñera sensata de su hijo que el padre era un poderoso jeque del desierto con el que tuvo una aventura de una noche? ¿Y más importante todavía, cómo iba a decírselo a Cameron? Se mordió el labio inferior. Ella no le había mentido. Nunca. Siempre le había respondido a las preguntas que él le había hecho. Aunque no eran muchas. El pequeño estaba muy ocupado jugando a la pelota o bañándose en el agua helada de mar como para prestar mucha atención a sus antepasados. Los niños de esa zona rural no jugaban con tabletas ni con teléfonos móviles. ¡Si ni siquiera tenían un televisor!

Y en Cronarty existía la lealtad, así que cuando Caitlin Fraser regresó a la isla embarazada, nadie le preguntó quién era el padre. En cierto modo, vivir allí era como vivir en una cápsula donde no pasaba el tiempo. Cameron no había comenzado el colegio en la península, así que podía tener una infancia tradicional de la isla. Y sí, ella estaba segura de que la gente se preguntaba por qué Caitlin Fraser, siendo de piel clara, tenía un hijo de piel bronceada y cabello oscuro. Sin embargo, nunca se lo habían preguntado.

¿Y entonces?

Caitlin miró al cielo y se fijó en las nubes que cubrían el horizonte.

Entonces, el mundo exterior estaba a punto de irrumpir en la tranquilidad de su vida. Su hijo descubriría que su padre era uno de los jeques más poderosos del desierto y, al día siguiente, volarían hasta Londres para conocerlo. ¿Cómo podía haberse imaginado algo así?

Durante años se había sentido culpable al pensar que Cameron no tenía una figura paterna en su vida, un sentimiento de culpa que se aligeraba cuando recordaba que Kadir estaba casado y que los hombres eran capaces de grandes engaños. No obstante, la esposa de Kadir había fallecido. Ya no existía motivo por el que su hijo pudiera mantenerse apartado de su padre. Ni siquiera servía su propio sufrimiento por haber sido engañada de esa manera

Al ver su casa en la distancia, Caitlin se estremeció. De pronto, no era su casa lo que estaba viendo sino un paisaje completamente diferente. Un paisaje sin árboles y con montañas distantes. Y una mujer que soñaba con convertirse en una exitosa fotógrafa y cuya vida estaba a punto de cambiar por completo.

Ella se había apoyado en una verja para estabilizar su mano mientras esperaba para sacar una buena foto del águila real que volaba en círculos sobre su cabeza. Tenía perfectamente enmarcada la toma cuando se oyó una voz exótica que provocó que él águila se apartara. Caitlin se giró para protestar, pero al ver al hombre que había hablado se quedó sin habla.

¿Quién no iba a quedarse sin habla al encontrarse frente a un hombre como Kadir Al Marara? Un hombre que acababa de salir de la nada. Un hombre alto, de cabello oscuro y piel bronceada, cuya mirada tenía una expresión irreconocible y que ella pensó que estaba encantada. Fue después cuando se percató de que igual tenía razón. Él la miró un instante, y ella se sintió como si llevara toda la vida esperando a que un hombre la mirara de esa manera.

–La he molestado –había comentado él.

–Sí. Ha espantado al águila.

–Volverá –su tono era de seguridad, y Caitlin se quedó fascinada por su acento exótico. Cuando hablaba, parecía poesía.

–Entonces, ¿conoce bien a las águilas? –le preguntó ella con curiosidad.

Él se encogió de hombros y ella se fijó en como la musculatura de su pecho se notaba bajo su chaqueta, y dejó de importarle si él era un ornitólogo experto o no.

–Sé mucho acerca de halcones, ya que tenemos muchos en mi país. Todas las aves de presa tienen comportamientos parecidos.

–Y ¿qué país es ese?

–Xulhabi –contestó arqueando las cejas.

–No he oído hablar de él.

Él sonrió.

–Poca gente ha oído hablar de ese lugar.

No había sido un comienzo convencional, sin embargo, había mucha tensión en el ambiente. Caitlin deseaba que él la tocara. Que le acariciara el cabello y la besara en los labios. Aunque trató de convencerse de que no estaba bien sentirse de esa manera hacia un extraño, no fue capaz de apartarse de su lado. Ni siquiera recordaba de qué habían hablado, solo que le había parecido la mejor conversación de su vida. Finalmente, Caitlin miró el reloj y dijo que tenía que ponerse en marcha ya que tenía que ir hasta Edimburgo en coche. Él le ofreció quedar a cenar a mitad de camino. Conocía un sitio…

Caitlin también lo conocía. Era un lugar famoso por su comida y sus maravillosas vistas. Ella recordaba que había comentado que era imposible conseguir una mesa con tan poca antelación, pero, por supuesto, él la consiguió. Era un jeque, ¿no? Un hecho que él no le contó durante la cena, ni durante la excitante noche que habían compartido. Ella sí recordaba que cuando llegaron a la habitación le pareció que él se arrepintió por un instante. Su manera de dar un paso atrás y la forma de mirarla debían de haberle servido de advertencia.

–He de irme –le dijo él.

Caitlin debería haberlo escuchado y dejarlo marchar, pero el deseo la había convertido en una criatura que ni ella misma reconocía. Una criatura ansiosa por tener su primera experiencia sexual. Y que quería complacerlo. Que deseaba retirar la mirada tortuosa de su rostro y sustituírsela de nuevo por una sonrisa.

–Por favor. Quédate –le susurró ella.

Él la besó y demostró que sus dudas se habían disipado. Ella recordaba muy bien cómo la había desvestido para explorar su cuerpo despacio y cómo la había trasladado a otra dimensión. Todo había sido tan relajado que él ni siquiera se había dado cuenta de que ella era virgen.

–¡Caitlin! ¡Ya estás aquí!

Caitlin se sobresaltó al oír la voz de Morag. De pronto, se dio cuenta de que el niño no estaba con ella

–¿Dónde está Cameron? –preguntó con preocupación.

–Se ha ido a jugar con Rory MacIntosh, ¿no te acuerdas?

–Ah, sí. Por supuesto. Qué tontería. No sé en qué estaba pensando –Caitlin suspiró aliviada, pero Morag continuó con cara de preocupación.

Caitlin miró a la mujer que conocía de toda la vida y se preguntó cómo iba a explicarle todo, consciente de que debía de contarle toda la verdad. Necesitaba contárselo a alguien.

–¿Tienes tiempo de tomarte un té antes de irte?

Morag la miró con los ojos entornados antes de sonreír.

–¿Un té? ¡Pensaba que no me lo ibas a preguntar nunca!

–¿Me acompaña, señorita Fraser?

Caitlin asintió y siguió al asistente del jeque mientras atravesaban la casa, con Cameron fuertemente agarrado a su mano. Ella tenía el corazón acelerado, pero su hijo parecía más emocionado que nervioso. Quizá no fuera tan sorprendente. Que un niño de cuatro años volara en jet privado no era habitual. Ni tampoco que se trasladara en una limusina como la que los había esperado al aterrizar en Londres. Caitlin pensaba que su hijo se abrumaría con tantas experiencias nuevas y de lujo, pero el pequeño se lo había tomado con calma.

–¿Dónde vamos, mamá? –le había preguntado en un momento dado, y Caitlin supo que era el momento de decirle la verdad.

Lo miró directamente a los ojos y tragó saliva.

–Vamos a conocer a tu papá, Cameron. ¿Recuerdas que anoche te hablé de él? Ha venido a Inglaterra desde muy lejos para conocerte.

Cameron se encogió de hombros y no dijo nada. Caitlin lo miró y el temor se apoderó de ella. ¿Y si el pequeño se quedaba deslumbrado por su padre igual que ella se había quedado en su momento? ¿Y si de pronto encontraba que ella era pobre y aburrida en comparación con su padre?

Y de pronto estaban en la casa de Kadir, o tal y como había dicho Makim, su asistente, en una de sus múltiples propiedades. A Caitlin no le había gustado la noticia. Había esperado que la reunión tuviera lugar en territorio neutral, donde ella pudiera marcharse con su hijo en cualquier momento y nadie pudiera detenerla. No obstante, el coche los había llevado a la casa más bonita que había visto nunca, situada junto a London’s Regent’s Park.

En los extensos jardines había varios guardas con walkie-talkies y bultos sospechosos bajo las chaquetas. Un par de perros guardianes merodeaban por el perímetro del terreno y Caitlin tuvo que convencer a Cameron de que no podía acercarse a acariciarlos. No era el tipo de sitio del que uno pudiera salir cuando quisiera.

Caitlin deseaba que Morag estuviera con ella para darle un poco de apoyo moral, pero una sirvienta se la había llevado a la cocina para ofrecerle un té de menta.

–¡Mamá! ¡Mamá, mira! –exclamó Cameron, soltándose de su mano para señalar un par de guepardos de piedra que estaban situados a cada lado de la gran puerta, como si estuvieran protegiéndola. Las dos estatuas estaban bañadas en oro y sus ojos verdes brillaban como si fueran esmeraldas de verdad.

«Quizá lo sean», pensó Caitlin, mientras Makim llamaba a la puerta.

Un sirviente vestido con túnica les abrió. No obstante, ella apenas se fijó en el sirviente. Estaba deslumbrada por el hombre que se acercaba a ellos y que miraba fijamente a Cameron, aunque el niño no hacía más que fijarse en las lámparas de araña con joyas incrustadas y en los cuadros de hombres a caballo. No obstante, el pequeño percibió que había alguien más en la habitación y Caitlin presenció el momento exacto en el que sucedió el principio de una historia de amor entre su hijo y el padre que nunca había conocido. Y experimentó como una puñalada en el corazón.

Se fijó en que Cameron miraba a Kadir con los ojos bien abiertos y como el jeque se acuclillaba para ponerse a la altura del pequeño. Cameron lo miró con curiosidad y no se mostró cohibido por aquel desconocido que vestía de forma exótica.

–Hola, Cameron –dijo Kadir.

–Hola.

–¿Sabes quién soy?

–Creo que sí –hizo una pausa–. ¿Mi papá?

Kadir asintió.

–Sin duda, lo soy. Y me alegro de conocerte al fin.

Kadir levantó la vista y miró a Caitlin un instante. Ella percibió rabia en su mirada y decidió que lo mejor era no reaccionar. Entonces, Kadir le tendió la mano a Cameron y el niño la aceptó.

–¿Quieres que te muestre los cuadros que hay en la sala y que te explique quiénes son? –preguntó el jeque.

–Sí, por favor.

Era sorprendente, y Caitlin se quedó boquiabierta. Siempre habían estado solos, Cameron y ella. El niño no había crecido en una familia extensa, con tíos y primos y abuelos y, quizá, por eso era tan reservado. Aunque no lo pareciera en esos momentos. El pequeño se acercó a Kadir y le dio la mano. Caitlin los observó mientras se movían por la habitación y vio que se detenían frente a un cuadro grande.

–¿Ves a ese hombre a caballo? ¿El que tiene la corona en la cabeza? Es tu bisabuelo.

–¿Sí?

–Sí. Era un guerrero famoso y un gran estudiante. ¿Y ves las montañas nevadas que hay detrás? Son las montañas de Xulhabi, donde a veces se pueden ver leopardos de las nieves, pero hay que estar muy tranquilo y buscar bien.

–¿Podré ir a buscarlos?

–Espero que sí.

–Kadir…

Caitlin deseaba decirle que tuviera cuidado, que no prometiera cosas que quizá no sucederían y que no llenara la cabeza de Cameron de guerreros y leopardos, pero Kadir continuó como si no hubiera hablado.

–Dime, Cameron ¿sabes jugar al ajedrez?

Cameron negó con la cabeza.

–¡No sé lo que es!

–Es un juego. Un juego con reyes y reinas y caballeros. Es un juego de estrategia y conspiración, algo muy necesario en este mundo y que yo te enseñaré.

–¿Ahora?

Kadir sonrió.

–No, ahora no. Ahora es el momento de ofrecerte algo de beber. Debes estar sediento después del viaje. Además, tenemos muchas cosas que hacer esta tarde.

Se abrieron las puertas y apareció una bella joven con Morag. Cameron, al ver a su niñera, corrió a sus brazos.

–¡Morag, Morag! ¡Voy a aprender a jugar al ajedrez! Mi padre me va a enseñar.

–¿Ahora?

Morag miró a Caitlin con complicidad. Kadir se percató de la mirada, enderezó la espalda y dijo:

–Morag, ¿por qué no te llevas a Cameron y acompañáis a Armina? –les sugirió–. Puede que tenga dulces de Xulhabi para que tomes con la bebida. ¿Alguna vez has probado el chocolate con sabor a pétalos de rosa y fruta de la pasión?

En otro momento, el entusiasmo de Cameron habría enternecido a Caitlin, pero ese día se sintió vulnerable al ver cómo su hijo se marchaba con Morag sin mirar atrás y la dejaba a solas con el hombre con el que temía quedarse a solas, por múltiples motivos.

No solo porque había congeniado con su hijo de una manera inesperada. O porque ella se había sentido excluida. No, era algo más básico Había descubierto que a pesar de todo el tiempo que había pasado, él seguía afectándola.

Ella todavía lo deseaba. Anhelaba sentir sus labios sobre su boca y sus brazos alrededor del cuerpo, que la hiciera sentir como si hubiera encontrado el lugar que llevaba buscando toda la vida.

Sin hacer nada, Kadir Al Marara había provocado que sintiera cosas que creía que había olvidado.

Él iba vestido con una túnica de color gris que contrastaba con su cabello oscuro y que hacía que su mirada pareciera tan impenetrable como una noche sin estrellas. A pesar de que la ropa le cubría todo el cuerpo, todavía se podía distinguir su cuerpo musculoso.

Caitlin se esforzó para mirarlo a los ojos y se aclaró la garganta:

–Creo que el encuentro ha ido muy bien.

–Yo también lo creo. Aunque quizá esperabas un resultado diferente. ¿Quizá que Cameron me rechazara y se negara a volver a verme?

Ella negó con la cabeza.

–Por supuesto que no.

–¿De veras? –arqueó las cejas–. ¿No sería más fácil si fuera así?

Ella no estaba dispuesta a discutir sobre ello. ¿Cómo iba a hacerlo si solo con tenerlo cerca ya no podía pensar con claridad? Bajó la vista un momento y trató de contener sus emociones. Cuando volvió a mirarlo, se encontró con un brillo de comprensión en el fondo de su mirada.

–Sí –comentó él–. ¿El deseo puede ser muy inoportuno, verdad, Caitlin?

–¿Disculpa? –preguntó ella, con el corazón acelerado.

–Por favor, no ofendas a mi inteligencia. Puede que no te haya visto en cinco años, pero si te mostrara tu expresión en un espejo vería a una mujer que desea que la bese –comentó.

–¿Cómo te atreves? –inquirió ella.

–Porque es la verdad. ¿Qué sentido tiene tratar de disimularlo? Sé sincera, Caitlin. Si no conmigo, al menos contigo.

Ella negó con la cabeza y contestó:

–Al parecer, le das mucha importancia a la verdad, pero solo cuando te conviene. ¿Tu esposa sabía lo que estaba pasando la noche que te acostaste conmigo, Kadir? Quizá hasta lo hablaste con ella después y me puntuaste de cero a diez. No lo sé. No sé mucho de este tipo de cosas, pero ¿teníais lo que algunas personas llaman un matrimonio abierto?

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