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III
ОглавлениеEL problema antes planteado se refiere al mecanismo de la producción de síntomas histéricos. Pero nos vemos obligados a exponer la causación de estos síntomas sin atender a aquel mecanismo, circunstancia que ha de disminuir la claridad de nuestra exposición. Volvamos al papel desempeñado por las escenas sexuales infantiles. Temo haber hecho formar un concepto exagerado de su fuerza productora de síntomas. Haré, pues, resaltar de nuevo que todo caso de histeria presenta síntomas cuya determinación no procede de sucesos infantiles, sino de otros ulteriores y a veces recientes, si bien otra parte de los síntomas depende, desde luego, de sucesos de las épocas más tempranas. A ella pertenecen principalmente las tan numerosas y diversas sensaciones y parestesias genitales y de otras partes del cuerpo, síndromes que corresponden simplemente al contenido sensorial de las escenas infantiles, alucinatoriamente reproducido y muchas veces dolorosamente intensificado.
Otra serie de fenómenos histéricos mucho más corrientes -deseo doloroso de orinar, dolor al defecar, trastornos de la actividad intestinal, espasmos laríngeos y vómitos, perturbaciones digestivas y repugnancia a los alimentos- demostró ser también en el análisis, y con sorprendente regularidad, derivación de los mismos sucesos infantiles, quedando fácilmente explicada por peculiaridades constantes de los mismos. Las escenas sexuales infantiles son difícilmente imaginables para un hombre de sensibilidad sexual normal, pues contienen todas aquellas transgresiones conocidas por los libertinos o los impotentes, alcanzando en ellas un impropio empleo sexual la cavidad bucal y la terminación del intestino. El asombro que este descubrimiento produce queda pronto reemplazado en el médico por una comprensión total. De personas que no reparan en satisfacer en sujetos infantiles sus necesidades sexuales no puede esperarse que se detengan ante ciertas formas de tal satisfacción; pero, además, la impotencia sexual de la infancia impone irremisiblemente aquellos actos subrogados a los que el adulto se rebaja en los casos de impotencia adquirida. Todas las extrañas condiciones en que la desigual pareja prosigue sus relaciones amorosas: el adulto que no puede sustraerse a la mutua dependencia concomitante a toda relación sexual, pero que al mismo tiempo se halla investido de máxima autoridad y del derecho de castigo, y cambia constantemente de papel para conseguir la satisfacción de sus caprichos; el niño indefenso y abandonado a tal arbitrio, precozmente despertada su sensibilidad y expuesto a todos los desengaños, interrumpido con frecuencia en el ejercicio de las funciones sexuales que le son encomendadas por su incompleto dominio de las necesidades naturales, todas estas incongruencias, tan grotescas como trágicas, quedan impresas en el desarrollo ulterior del individuo y en su neurosis, provocando un infinito número de afectos duraderos, que merecería la pena examinar minuciosamente. En aquellos casos en los cuales la reacción erótica se ha desarrollado entre dos sujetos infantiles, el carácter de las escenas sexuales continúa siendo repulsivo, puesto que toda relación infantil de este orden supone la previa iniciación de uno de los protagonistas por un adulto. Las consecuencias psíquicas de tales relaciones infantiles son extraordinariamente hondas. Los dos protagonistas quedan unidos para toda su vida por un lazo invisible.
En ocasiones son detalles accesorios de estas escenas sexuales infantiles los que en años posteriores alcanzan un poder determinante con respecto a los síntomas de la neurosis. Así, en uno de los casos por mí examinados, la circunstancia de haberse enseñado al niño a excitar con sus pies los genitales de una persona adulta bastó para fijar a través de años enteros la atención neurótica del sujeto en sus extremidades inferiores y su función, provocando finalmente una paraplejía. En otro caso se trataba de una enferma cuyos ataques de angustia, que solían presentarse a determinadas horas del día, sólo se calmaban con la presencia de una de sus hermanas, careciendo de tal eficacia el auxilio de las demás. La razón de esta preferencia hubiera permanecido en el misterio si el análisis no hubiese descubierto que la persona que en su infancia le había hecho objeto de atentados sexuales preguntaba siempre si se hallaba en casa dicha hermana, por la que temía, sin duda, ser sorprendida.
La fuerza determinante de las escenas infantiles se oculta a veces tanto, que un análisis superficial no logra descubrirla. Creemos entonces haber hallado la explicación de cierto síntoma en el contenido de alguna de las escenas posteriores; pero al tropezar luego, en el curso de nuestra labor, con una escena infantil de idéntico contenido, reconocemos que la escena ulterior debe exclusivamente su capacidad de determinar síntomas a su coincidencia con la anterior. No queremos, por tanto, negar toda importancia a las escenas posteriores. Si se me planteara la labor de exponer aquí las reglas de la producción de síntomas histéricos, habría de reconocer como una de ellas la de ser elegida para síntoma aquella representación que es hecha resaltar por la acción conjunta de varios factores y despertada simultáneamente desde diversos lados, regla que en otro lugar he tratado de expresar con el aserto de que los síntomas histéricos se hallan superdeterminados.
Hemos dejado antes aparte, como tema especial, la relación entre la etiología reciente y la infantil. Pero no queremos abandonar la cuestión sin transgredir, por lo menos con una observación nuestro anterior propósito. Ha de reconocerse la existencia de un hecho que desorienta nuestra comprensión psicológica de los fenómenos histéricos y parece advertirnos que nos guardemos de aplicar una misma medida a los actos psíquicos de los histéricos y de los normales. Nos referimos a la desproporción comprobada en el histérico entre el estímulo psíquicamente excitante y la reacción psíquica, desproporción que tratamos de explicar con la hipótesis de una excitabilidad general anormal o, en un sentido fisiológico, suponiendo que los órganos cerebrales dedicados a la transmisión presentan en el enfermo un especial estado psíquico o se han sustraído a la influencia coercitiva de otros centros superiores. No quiero negar que ambas teorías pueden proporcionarnos en algunos casos una explicación exacta de los fenómenos histéricos. Pero la parte principal del fenómeno, la reacción histérica anormal y exagerada a los estímulos psíquicos, permite una distinta explicación, en cuyo apoyo pueden aducirse infinitos ejemplos extraídos del análisis. Esta explicación es como sigue: La reacción de los histéricos sólo aparentemente es exagerada; tiene que parecérnoslo porque no conocemos sino una pequeña parte de los motivos a que obedece.
En realidad esta reacción es proporcional al estímulo excitante y, por tanto, normal y psicológicamente comprensible. Así lo descubrimos en cuando el análisis agrega a los motivos manifiestos, conscientes en el enfermo, aquellos otros motivos que han actuado sin que el enfermo los conociese ni pudiera, por tanto, comunicarlos.
Podría llenar página tras página con la demostración del importante principio antes enunciado en todos y cada uno de los elementos de la actividad psíquica total de los histéricos, pero habré de limitarme a exponer algunos ejemplos. Recuérdese la frecuente susceptibilidad psíquica de los histéricos, que ante la menor desatención reaccionan como si de una mortal ofensa se tratase. ¿Qué pensaríamos si observásemos una tan elevada susceptibilidad ante motivos insignificantes entre dos personas normales; por ejemplo, en un matrimonio? Deduciríamos que la escena conyugal presenciada no era únicamente el resultado del último motivo insignificante y que en el ánimo de los protagonistas habían ido acumulándose poco a poco materias detonantes que el último pretexto había hecho estallar en su totalidad.
En la histeria sucede lo mismo. No es la última insignificante molestia la que produce el llanto convulsivo, el ataque de desesperación y el intento de suicidio, contradiciendo el principio de la proporcionalidad entre el efecto y la causa. Lo que pasa es que dicha mínima mortificación actual ha despertado los recuerdos de múltiples e intensas ofensas anteriores, detrás de las cuales se esconde aún el recuerdo de una grave ofensa jamás cicatrizada, recibida en la infancia. Igualmente cuando una joven se dirige los más espantosos reproches por haber permitido que un muchacho acariciase secretamente su mano y contrae a partir de aquel momento una neurosis, puede pensarse en un principio que se trata de una persona anormal, excéntrica e hipersensitiva, pero no tardaremos en cambiar de idea al mostrarnos el análisis que aquel contacto recordó a la sujeto otro análogo experimentado en su niñez y enlazado con circunstancias menos inocentes, de manera que sus reproches se refieren en realidad a aquella antigua historia. Por último, el enigma de los puntos histerógenos encuentra también aquí su explicación. Al tocar uno de tales puntos realizamos algo que no nos proponíamos. Despertamos un recuerdo que puede provocar un ataque de convulsiones, y cuando se ignora la existencia de tal elemento psíquico intermedio se ve en el ataque un efecto directo del contacto. Los enfermos comparten tal ignorancia y caen, por tanto, en errores análogos, estableciendo constantemente falsos enlaces entre el último motivo consciente y el efecto dependiente de tantos elementos intermedios. Pero cuando se ha hecho posible al médico reunir para la explicación de una reacción histérica los motivos conscientes y los inconscientes, se ve obligado a reconocer que la reacción del enfermo, aparentemente exagerada, es casi siempre proporcionada y sólo anormal en su forma.
Contra esta justificación de la reacción histérica a estímulos psíquicos se objetará con razón que de todos modos no se trata de una reacción normal, pues los hombres sanos se conducen de muy distinto modo, sin que actúen en ellos todas las excitaciones pasadas cada vez que se presenta un nuevo estímulo. Se experimenta así la impresión de que en los histéricos conservan su eficacia todos los sucesos pretéritos a los que ya han reaccionado con tanta frecuencia y tan violentamente, pareciendo estos enfermos incapaces de llevar a cabo una descarga de los estímulos psíquicos. Hay en esto algo de verdad. Pero no debe olvidarse que los antiguos sucesos vividos por los enfermos actúan al ser estimulados por un motivo actual como recuerdos inconscientes. Parece así como si la dificultad de descarga y la imposibilidad de transformar una impresión actual en un recuerdo inofensivo dependieran precisamente de los caracteres peculiares de lo psíquico inconsciente. Como se ve, el resto del problema es nuevamente psicología, y psicología de un orden muy distinto al estudiado hasta ahora por los filósofos.
A esta psicología que hemos de crear para nuestras necesidades -a la futura psicología de las neurosis- de remitirme también al exponer como final algo en lo que se verá, quizá, al principio, un obstáculo a nuestra iniciada comprensión de la etiología de la histeria. He de afirmar, en efecto, que la importancia etiológica de los sucesos sexuales infantiles no aparece limitada al terreno de la histeria, extendiéndose también a la singular neurosis obsesiva e incluso, quizá, a la paranoia crónica y a otras psicosis funcionales. No puedo hablar aquí con la precisión deseable, porque el número de mis análisis de neurosis obsesivas es aún muy inferior al de histeria. Con respecto a la paranoia, sólo dispongo de un único análisis suficiente y algunos otros fragmentarios. Pero lo que en estos casos he hallado me ofrece garantías de exactitud y me promete resultados positivos en futuros análisis. Se recordará, quizá, que en ocasiones anteriores he sostenido ya la síntesis de la histeria y la neurosis obsesiva bajo el título de neurosis de defensa, aunque no había llegado aún al descubrimiento de su común etiología infantil. Añadiré ahora que todos mis casos de representaciones obsesivas me han revelado un fondo de síntomas histéricos, en su mayoría sensaciones y dolores, que podían ser referidos precisamente a los más antiguos sucesos infantiles. ¿Qué es lo que determina que de las escenas sexuales infantiles haya de surgir luego, al sobrevenir los demás factores patógenos, bien la histeria, bien la neurosis obsesiva o incluso la paranoia? Esta extensión de nuestros conocimientos parece disminuir el valor etiológico de dichas escenas, despojando de su especialidad a la relación etiológica.
No me es posible dar todavía una respuesta precisa a esta interrogación, pues no cuento aún con datos suficientes. He observado, hasta ahora, que las representaciones obsesivas se revelan siempre en el análisis como reproches, disfrazados y deformados, correspondientes a agresiones sexuales infantiles, siendo, por tanto, más frecuentes en los hombres que en las mujeres, y desarrollándose en aquéllos con mayor frecuencia que la histeria. De este hecho puede deducirse que el carácter activo o pasivo del papel desempeñado por el sujeto en las escenas sexuales infantiles ejerce una influencia determinante sobre la elección de la neurosis ulterior.
De todos modos, no quisiera disminuir con esto la influencia correspondiente a la edad en que el sujeto vive dichas escenas infantiles y a otros distintos factores. Sobre este punto habrán de decidir nuestros futuros análisis. Pero una vez descubiertos los factores que rigen la elección entre las diversas formas posibles de las neuropsicosis de defensa, se nos planteará de nuevo un problema, puramente psicológico: el relativo al mecanismo que estructura la forma elegida.
Llego aquí al final de mi trabajo. Preparado a la contradicción, quisiera dar aún a mis afirmaciones un nuevo apoyo antes de abandonarlas a su camino. Cualquiera que sea el valor que se conceda a mis resultados, he de rogar no se vea en ellos el fruto de una cómoda especulación. Reposan en una laboriosa investigación individual de cada enfermo, que en la mayoría de los casos ha exigido cien o más horas de penosa labor. Más importante aún que la aceptación de mis resultados es para mí la del método del que me he servido, totalmente nuevo, difícil de desarrollar, y, sin embargo, insustituible para nuestros fines científicos y terapéuticos. No es posible contradecir los resultados de esta modificación mía del método de Breuer, dejando a un lado este método y sirviéndose tan sólo de los hasta aquí habituales. Ello equivaldría a querer rebatir los descubrimientos de la técnica histológica por medio de los datos logrados en la investigación macroscópica. Al abrirnos este nuevo método de investigación, el acceso a un nuevo elemento del suceder psíquico, a los procesos mentales inconscientes, o, según la expresión de Breuer, incapaces de consciencia, nos ofrece la esperanza de una nueva y mejor compresión de todas las perturbaciones psíquicas funcionales. No puedo creer que la psiquiatría dilate por más tiempo el servirse de él.
R
Zur Ätiologie der Hysterie, en alemán el original, conferencia probablemente ofrecida en el Verein für Psychiatrie und Neurologie. Publicado en Wien. Klin. Rdsch., 10 (22), 379-81 (23), 395-7 (24), 413-15 (25), 432-3, y (26), 450-2. (Nota del E.)
El lenguaje de las piedras. (Nota del E.)
Dejamos intencionadamente sin precisar tanto la naturaleza de la asociación de ambos recuerdos simultaneidad, causalidad, analogía de contenido, etc.) como el carácter psicológico de cada uno (consciente o inconsciente).
O mejor traducido: «puntos nodales». (Nota del E.)
Agregado en 1924: véase la nota siguiente.
Fuente del Nilo, que tantas dificultades ha tenido el descubrirlas. (Nota del E.)
Agregación en 1924: «Todo esto es exacto, pero me hace pensar que en la época en que fue escrito no me había libertado aún de una estimación exagerada de la realidad e insuficiente de la fantasía.»
Ver el análisis de Frau P., en estas Obras Completas. (Nota del E.)