Читать книгу Apuntes sobre la autoridad - Silvia Di Segni - Страница 10

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Escena ICiudad de México. Paseando por el mercado de La Ciudadela, me encuentro con una pareja joven que atiende su local. En medio de ellxs corretea una niñita que parece tener unos tres años. Como sus excursiones la hacen alejarse demasiado, la madre la llama por su nombre.–¿Qué? –le responde la niña.–A su madre no se le contesta “qué” –interviene el padre–; se le contesta “mande”.

El padre exige respeto a la autoridad de la madre a través de una respuesta automática, como a una orden. Esta es la forma tradicional de concebir la autoridad, aquella que no se discute, que debe ser aceptada sin cuestionar. No me ha tocado ver una escena así en la Argentina ni a nadie que conteste “mande” al ser llamado, aunque haya personas que responden a esa concepción de la autoridad, lo que muestra que aún dentro de ella hay diversas formas de manifestarla. Hace años, no sé si todavía sucede, conocí familias en las que padres/madres e hijxs se trataban de “usted”, algo que, me decían, hacía muy difícil expresar afectos, pero sonaba muy respetuoso.

Esa educación parece suponer que se debe sustituir tempranamente la curiosidad que provoca el saber por qué se nos llama, por una respuesta que demuestre estar dispuestxs para lo que se necesite. ¿Y en qué se basa? ¿En que la madre (y el padre) son personas que han dado la vida y eso justifica que sus hijxs estén a su disposición para lo que sea? La escena deja también en claro que la noción de respeto a la autoridad comienza en la crianza tradicional precozmente, “con la leche templada y en cada canción”, como decía Serrat.

La respuesta que el padre de esa niña esperaba (y que era muy importante dejar sentada ante las personas que circulábamos por ahí) forma parte también de los que han sido llamados “buenos modales”: formas de actuar que no solo definen el modo de relación entre las personas sino, también, su estatus social. Quienes sostienen la imperiosa necesidad de conservar estas formas suelen pensar que no cambian ni deben cambiar a lo largo del tiempo; si fueron de un modo en el pasado, será bueno que sean así siempre. Pero ese “siempre” es mentiroso. Los modales, cuya crisis a menudo se adjudica a niñxs y sobre todo a jóvenes – aunque cotidianamente encontremos adultos que los trasgreden– tuvieron uno o diversos orígenes en diferentes tiempos y culturas. Me parece interesante y sugestivo seguir uno de esos cursos.

Educar el alma

El hombre, ya maduro, aparece cubierto con un magnífico abrigo de piel y tocado con un sobrio sombrero negro que le oculta buena parte de la frente. Corre el año 1523, ha sido retratado otras veces y esta es una de las ocasiones en que el autor de la obra es Hans Holbein, el Joven, su pintor favorito. El artista lo representa con una expresión particular, en la que resaltan los ojos entrecerrados, enfocando la lejanía. Erasmo de Rotterdam (1466-1536), el filósofo, está pensando. ¿Cómo se representa un gran pensador? Las cejas aparecen casi horizontales mostrando que descansan, que el hombre está relajado; la boca de labios finos esboza una sonrisa suave, plácida. El pelo sobresale de bajo el sombrero y cubre, con algunos rulos grises, las orejas; la barba y el bigote están perfectamente afeitados; algunas arrugas muestran que ya no es joven, algo conveniente en un pensador. Tanto la expresión de la cara como la de sus manos levemente apoyadas sobre un libro – nota de color, producto del rojo de la encuadernación– transmiten calma y equilibrio junto a cierta tensión de la postura, ya que parece estar de pie.

El retrato de Erasmo a sus 57 años debe dar cuenta de la autoridad de un filósofo reconocido y, también, hacer justicia a la autoridad del artista que, por entonces, había sido denostado. En el canto del libro que se ve bajo las manos del filósofo se puede leer: “Yo, Johannes Holbein, a quien es más fácil denigrar que emular”. Hay, así, una doble autorización en esta obra: la del pensador y la del artista, cada uno autorizando al otro. Se trata de autoridades diferentes, pero ambas se reafirman; el artista es autorizado por Erasmo, que ha elegido ser retratado por Holbein, el Joven, a pesar de lo que se haya dicho de él. Y Erasmo es autorizado porque la pintura es espléndida y logra presentarlo como un gran pensador.

Siete años después, en 1530, Erasmo publica De la urbanidad en las maneras de los niños, un breve texto que alcanza gran difusión y éxito, dedicado a la educación del joven Enrique, hijo del príncipe de Veere. En esta obra aconseja sobre la crianza y la educación del noble para que desarrolle una vida basada en buenos principios, fundamentalmente, en el respeto por la libertad. Sostiene que el fundamento de la educación infantil (de los infantes varones) es que se embeban de la divina piedad, que amen las enseñanzas liberales y las aprendan, que se instruyan para los deberes y oficios de la vida y que se acostumbren a la urbanidad de las maneras (las buenas costumbres). Dado que el concepto de “urbanidad” es viejo, me parece necesario hacer una deriva por su significado.

Deriva por la urbanidad

Apelemos aquí a la autoridad de los diccionarios. El Diccionario latino-italiano, (Campanini, Carboni, 1913) nos ilustra sobre su origen, el término urbs,-is: ciudad. Supone que las personas con estas cualidades viven en ciudades, no en los campos, bosques, montañas ni otros paisajes más alejados de la educación romana. Y ¿qué significaba en la Roma antigua urbanitas, urbanitatis? El mismo diccionario aclara: “gentileza, elegancia, argucia, civilidad”: cualidades ligadas a los ciudadanos, urbanos, educadxs, de las cuales se excluía a extranjeros y esclavxs. Quienes habitaban las ciudades adquirían modales considerados gentiles, elegantes, civilizados, pero... también manifestaban argucia.

Sigamos investigando. Respecto de “argucia”, el Diccionario de la Real Academia Española aclara: Del lat. argutia. Sutileza, sofisma, argumento falso presentado con agudeza (1). Es decir que la urbanidad también implica engañar con elegancia, hasta con gentileza, probablemente algo adjudicable a un ciudadano bien educado, capaz de ocultar malas intenciones bajo buenos modales. Veamos cómo define la RAE (Real Academia Española) la urbanidad: Del lat. urbanitas,-atis. Cortesanía, comedimiento, atención y buen modo. (2) Ya no remite a quienes habitan la ciudad, sino la corte; se acerca a lo que trata Erasmo y no incluye nada negativo, siempre que la cortesanía no se considere como tal. El “comedimiento” supone (siempre para la Real Academia) “moderación”, un grado de control imprescindible y, tanto el comedimiento como la urbanidad refieren también a ser serviciales, atentxs, a obrar siempre con placer, con buenos modos y buena disposición. Estamos ante una “buena educación” para servir al Señor, una educación en el sometimiento que oculta los verdaderos sentimientos y ofrece siempre una sonrisa.

¿Se supone que la nobleza, solo por serlo, tiene buenos modales? Sería absurdo suponerlo y Erasmo no lo hace, por eso se ocupa de educar al príncipe, que debe ser un modelo para sus cortesanxs. La urbanidad se basa en la asimetría del vínculo; es una coreografía de gestos que muestra el reconocimiento tanto del poder como de la autoridad por parte de lxs más débiles.

Siempre que se define un colectivo autorizado (en este caso, la corte) queda delimitado otro desautorizado (campesinos y villanos). Acerca de estos últimos dirá la RAE:

Del b. lat. villanus, y este der. del lat. villa “casa de campo”. 1. adj. Vecino o habitador del estado llano en una villa o aldea, a distinción del noble o hidalgo. U. t. c. s. 2. adj. Rústico o descortés. 3. adj. Ruin, indigno o indecoroso. 4. m. Tañido y baile españoles comunes en los siglos XVI y XVII. (3)

Quien habite la villa, el pueblo, será rústico o descortés, cuando no ruin. Si lxs romanxs consideraban poco confiables a lxs habitantes de la urbe, en la Edad Media y en el Renacimiento serán lxs habitantes de la villa quienes se conviertan en poco confiables ante lxs cortesanxs. En mi infancia, hace unas cuantas décadas, se escuchaba decir: “Juego de manos, juego de villanos”, donde villano era el modo despectivo de caracterizar a niñxs que comenzaban juegos con golpes suaves o abrazos fuertes que podían terminar en peleas (¿y quizás, también, en manifestaciones eróticas?) o eso creo haber entendido. En todo caso, “villano” era un insulto que dejaba en claro que una persona así caería en actitudes primitivas, aberrantes (algo que jamás ocurriría entre la nobleza o la corte). Adquirir buenos modos, siglos atrás, sería el pasaporte para entrar a servir en la corte, abandonar el duro trabajo campesino o artesanal, aquello que se hacía con las manos y pasar a servir bien vestidx, en lugares lujosos, ocultando las raíces villanas.

Como sucedía con la argucia, algo que aparece constantemente es la relación entre los “malos” modales y las características negativas de la personalidad. Cuando el grupo humano no es controlable, se lo representa como amenazante y se le adjudica un estigma –la falta de aquella educación de la aristocracia–, como manera de identificar su obvia malignidad. La educación villana y campesina, aquella que servía para el trabajo productivo, nunca fue autorizada. Erasmo iba más allá, pensaba que la educación era la expresión del alma y que resultaba de un esfuerzo educativo, no siempre bien logrado, en quienes, por su origen aristocrático, debían tener el “alma bien compuesta”.

Pero, aunque es cierto que aquel decoro exterior de cuerpo procede de un alma bien compuesta, por descuido de los preceptores vemos que sucede a veces que esta gracia hemos de echarla en ocasiones de menos en hombres de bien y muy letrados (Erasmo, 2006, p. 17)

Y esto justificaba su breve texto, el contribuir así a la educación no solo del noble de la dedicatoria, sino de otros: “Y por nobles han de tenerse todos aquellos que cultivan su alma con los estudios liberales” (íbid.).

Se trata de crear otra aristocracia: la estudiosa, la intelectual, que muestre socialmente la superioridad de su alma a través de los buenos modales. Y, como antiguos sabios dijeron que el alma estaba expuesta en los ojos (o que los ojos eran las ventanas o espejos del alma), Erasmo crea una notable tipología:

Sean los ojos plácidos, pudorosos, llenos de compostura: no torvos, lo que es señal de ferocidad; no maliciosos, que lo es de desvergüenza; no errantes y volvedizos, que es signo de demencia; no bizqueantes, que es propio de suspicaces y maquinadores de trampas; ni desmesuradamente abiertos, que lo es de estúpidos; ni apiñados a cada paso con párpados y mejillas, que lo es de inestables; ni estupefactos, que lo es de pasmados, cosa que se ha puesto por tacha en Sócrates; ni demasiado penetrantes, que es seña de iracundia; tampoco insinuadores y habladores, que es seña de impudicia; no, sino tales que revelen en sí un ánimo sosegado y respetuosamente amigable (íbid., p.19).

Cuando Erasmo afirma que la nobleza del alma se expresa con el “ánimo sosegado y respetuosamente amigable”, apela al autocontrol para mantenerlo y, en contrapartida, considera temible todo exceso. El futuro príncipe no debe ser un guerrero feroz ni un maquinador diplomático; debe ser un gobernante sabio. Y lo retratará describiéndolo con sus cejas distendidas, con la frente despejada y... la nariz limpia (dado que al mismo Sócrates se le acusó de no tenerla), de manera que también impartirá lección sobre el uso del pañuelo. Debo decir que, a la luz de las costumbres actuales, por momentos el texto resulta repulsivo; los comportamientos de la corte de la época no parecen agradables.

La nariz le preocupa especialmente a Erasmo: los coléricos se manifestarán respirando fuerte y los que ronquen serán considerados delirantes; haber estornudado obligará a realizar una serie de movimientos (girar el cuerpo al estornudar, persignarse luego, sacarse el gorro y agradecer a quien haya dicho “salud”).

Y, normatiza, respecto de la boca:

La boca ni se la tenga apretada, que es propio de quien teme inhalar el aliento del otro, ni abierta de par en par, que lo es de imbéciles, sino esté compuesta con los labios besándose entre sí ligeramente (íbid, p. 25).

Volvamos a su retrato, dado que es la imagen que podía haber ilustrado esta parte de su texto. Todo en él es expresivo de lo que allí se enseña: la media sonrisa de la boca, esa búsqueda constante de equilibrio y serenidad manifestada en los ojos entrecerrados y el descanso de las cejas. Erasmo es alguien que posee todas las características que debe tener una persona de buenos modales, autorizada no solo por su pensamiento, sino por su aspecto. Incluso sus ropas tienen colores que dan cuenta de esa autoridad. Y aquí se hace necesaria otra deriva.

Deriva por la autoridad de los colores

El filósofo (y quizás también el artista) eligieron la vestimenta a retratar. Predomina en ella el negro profundo y brillante del abrigo de piel mientras que el pasaje a la pálida piel del rostro y las manos lo hacen los bordes de piel dorada. ¿Tienen importancia los colores usados? La tienen, porque dan cuenta de la moda de una época y porque en diferentes momentos se autorizaron / desautorizaron algunos colores.

El judaísmo y el catolicismo dignificaron el negro para sus rabinos, curas y monjas; algunas órdenes católicas utilizarían el pardo y algo de gris. El protestantismo consideraría “dignos” esos mismos colores. Para los varones pensadores y de reconocida autoridad, como Erasmo, se imponía el negro. No había sido así en otras épocas: Roma conocía pocos colores y el gris y el negro eran vistos en ella como sinónimos de “sucio”. En nuestros días algunas autoridades (policía, aduana, bomberxs, jueces) han reemplazado el negro por el azul. El azul no se usaba en Roma, sí en Egipto y, cuando se lo encontró en los ojos de los “bárbaros” fue, para lxs romanxs, un claro motivo de desautorización: las mujeres de ojos azules serían consideradas de mala vida y en los varones sería objeto de ridículo. El cristianismo, en cambio, asoció el azul a la Virgen María porque representaba al cielo; más tarde pasaría a distinguir a los reyes. El rojo y el azul estuvieron en guerra hasta el siglo XVII cuando la Reforma impuso, en los países en los que tuvo fuerte incidencia, los colores oscuros como aquellos “dignos”.

Dos libros representados en el cuadro, uno bajo las manos de Erasmo y otro en un estante (a sus espaldas, un poco abandonado) están encuadernados en rojo, considerado, en la época, “el” color, de allí que “colorado” pasara a ser tomado por un sinónimo. El rojo está poco presente en la naturaleza y, por eso, resulta muy atractivo. En la Antigüedad representó al poder, asociado al fuego y a la sangre. La Reforma lo rechazó, considerándolo inmoral, por representar al Papa, mientras que en sectores populares hasta el siglo XIX siguió siendo el color preferido por las novias, dado que era muy caro; también era el color de las prostitutas, tal como se manifestaría en la luz roja de los burdeles.

Algo particular ocurrió con el blanco, que fue asociado a la falta (la página en blanco, el cheque en blanco, la voz blanca, la noche blanca) y también a la inocencia y la pureza. En un cuadro renacentista no había que dejar nada en blanco, no tenía que haber “nada”, es decir, algo que diera cuenta de que el cuadro era una creación y no la realidad misma. En la Guerra de los Cien Años, en los siglos XVI y XVII, la bandera blanca fue utilizada para pedir una tregua. En la Edad Media era ya el color de la ropa interior y considerado obsceno mostrarse en ella mientras, aunque no lo era mostrarse desnudx. Hoy se suele utilizar el blanco para representar el Big Bang, un estallido de luz. En Asia y parte de África el blanco es el color del luto. Como decía ese sabio poema arábigo andaluz:

Si es el blanco el color de los vestidos en al-Andalus, cosa justa es./ ¿No me ves a mí, que me he vestido con el blanco de las canas, porque estoy de luto por la juventud? (Abu-l-Hasan Al-Husri, “el Ciego”, en García Gómez,1959, p. 186).

Maravilla de la sabiduría árabe: un ciego creando un poema sobre un color…

En la época de Erasmo, una persona se autorizaría por los colores de su ropa y, también, por el tono de la piel. En Europa, el tostado era propio de sectores populares: daba cuenta de la piel de quien trabajaba al sol. La nobleza debía mostrarse pálida, blanca, al punto de transparentar las venas. Esto cambiaría con el tiempo, dado que, para la segunda mitad del siglo XIX, lxs obrerxs pasaron a ser pálidos porque trabajaban adentro de edificios, mientras la élite se tostaba al sol.

En el retrato de Erasmo aparece el verde en la cortina ubicada detrás del filósofo y en los lazos del libro. Hasta el siglo XVIII, la cultura europea consideró a este color transgresor y turbulento, dada su asociación con la naturaleza incontrolable, con un erotismo desbordante y, por el mismo motivo, con las mujeres y lxs jóvenes, representativxs de lo inestable, caótico y, por lo tanto, peligrosxs. Mujeres y jóvenes eran el exponente de la naturaleza indomable, temible; solo los varones adultos y ancianos eran capaces de tomar distancia de la misma a través de su capacidad de autocontrol. Si pensamos que el mismo psicoanálisis ha postulado un superyó (instancia capaz de autocontrol) deficitario en la mujer y completo en el varón, es fácil darse cuenta como ese meme sobrevivió casi intacto a través del tiempo. El verde fue utilizado, también, para representar al Diablo, por su asociación con los dioses de la fertilidad y por la sexualidad desbordante que se le atribuía. Más tarde, la representación del Diablo se coloreó de rojo debido al fuego del infierno y, cuando se esclavizó a los africanos, se diabolizó el negro para justificar esa acción. Negro pasó a ser sinónimo de todo lo malo; día negro, destino negro, gato negro que anuncia desdichas... Para el Islam, en cambio, la asociación del verde con la naturaleza conlleva un valor positivo y se considera a ese color el elegido de Mahoma. Hoy en día, en la publicidad, el verde da cuenta de higiénico, saludable, orgánico y ecológico.

Dejemos los colores y pensemos en los sonidos. ¿Qué pasaría si la autoridad que deriva del retrato de Erasmo no se compadeciera con su voz? La cultura de origen europeo ha asociado autoridad a ciertas voces y las óperas dan cuenta de ello. Las voces graves masculinas, la de los bajos, aparecen dando vida a reyes, jueces y dioses, mientras que la pareja central, que es la del tenor y la soprano, tienen voces agudas. El tenor representa a un varón enamorado, alguien que ha perdido, por ese motivo, parte de su virilidad, mientras que será un barítono quien tenga el poder suficiente para atentar contra el amor de esa pareja central. Las voces femeninas principales son las más agudas, mientras que las criadas o madres son contraltos. Las voces agudas deben haber tenido fuerte encanto para los varones puesto que mucho tiempo fueron sustituidas o acompañadas por contratenores. Pero encanto no significa autoridad y el hecho de que los contratenores originalmente fueran varones castrados da cuenta de que no eran Varones autorizados por el patriarcado. En esta cultura, a la hora de dar órdenes, la voz de mando debe ser grave y fuerte, básicamente, aquella que aparece más frecuentemente entre los varones. Y es interesante tener en cuenta esto en relación con ocupar un lugar de autoridad por parte de otros géneros y edades.

La voz que manifieste autoridad también deberá ser calma. Lxs políticxs que debaten por televisión saben que quien pierda los estribos, aunque tenga razón, no aparecerá así ante la audiencia. Quien se siente segurx no necesita atolondrarse ni gritar. Aquí sucede como en la famosa máquina detectora de mentiras, en la que una persona ansiosa puede aparecer como culpable y una personalidad antisocial que no se inmute por nada, como inocente. En la familia burguesa tradicional, la madre que estaba todo el día a cargo de los hijos se desgañitaba gritando mientras que al Padre le bastaba una palabra para “poner orden”. Es cierto que allí eran fuertes las diferencias de poder entre padre y madre, pero también lo era su Autoridad. El Padre tenía una representación fuertemente autorizada, sostenida tanto en el imaginario colectivo por una sólida red de varones como por las mujeres. La madre podía acceder a una pequeña autoridad, como la que reclamaba el padre mexicano a su hijita. Así, el tono de voz de ella quedó poco o nada autorizado.

Es interesante notar que las voces agudas se impusieron como bellas en las mujeres de sectores sociales medios y altos; en una mujer la voz grave desentonaba, era una suerte de manifestación intergenérica impensable. Pero en los sectores populares en los que siempre tuvieron que manejarse más solas y en la calle, esos tonos fueron y son más comunes, no teñidos por la educación o seleccionados artificialmente. En el tango, la voz aguda de Libertad Lamarque representaba a las mujeres de sectores medios y la de Tita Merello, grave, a las de sectores populares.

La Reforma sostuvo con dureza la necesidad de fiscalizar al cuerpo, ubicando al autocontrol en un lugar preponderante y respetado que proporcionaba Autoridad. Este estaría especialmente destinado al control de los impulsos sexuales y agresivos de los varones cuando se manifestaran fuera de los sitios en los que podían y debían aparecer: la batalla y la cama. En las mujeres, debían ser controlados siempre. El control de los afectos también sería imprescindible para sustentar la autoridad masculina, que podía caer al suelo en el instante mismo en se lo viera llorar (no pegar, violar ni aterrorizar). La educación de los sectores medios debía comenzar temprano para diferenciar a la esforzada burguesía en ascenso del “descontrol” de los sectores populares, que jamás alcanzarían la riqueza, dados sus “vicios”, y de la dejadez y el descontrol de la aristocracia, que dilapidaba dinero y tiempo. En los países protestantes hubo paroxismos pedagógicos; un ejemplo de ello fue la llamada “pedagogía negra” creada por Daniel Gottlieb Moritz Schreber, pedagogo de enorme influencia, padre del paciente que Freud analizara a través de sus memorias sin tomar en cuenta las particularidades de ese padre siniestro. Schreber padre enderezaba cuerpos (era médico ortopedista) y almas (como pedagogo) y, con esos recursos, construía representaciones de Autoridad: varones en particular, bien parados, bien sentados, con las manos sobre la mesa, los hombros en línea, la cabeza erguida, mirando a los ojos. Su pensamiento se basaba en el “respeto” a la Autoridad del Padre, respeto que suponía un sometimiento total a este, que debía ser reconocido como un representante divino, Dios-padre en el cielo/Padre-dios en el hogar. Naturalmente se planteaba un problema: ¿cómo lograrlo? Schreber proponía impedir que la madre tuviera injerencia en la educación de sus hijos, para no “ablandarlos” con su inútil afecto; el educador/ padre concentraría todo el poder. Y lo utilizaría para infundir miedo, tempranamente, de manera de erradicar toda autonomía en lxs hijxs, en particular los varones. Cuando esto se lograra, se habría concretado el objetivo pedagógico; en la pedagogía negra no se diferenciaba poder de autoridad, se trataba de lo mismo (4).

Pero volvamos a Erasmo. Ningún detalle de la vida cotidiana le sería ajeno, en su propósito educativo. Enseñaba cómo bostezar, cuánto y de qué reírse (y ni hablar de reírse sin motivo o a solas, una clara señal de demencia). Escupir no estaría mal, siempre que se lo hiciera de costado, para no molestar a nadie. Como si estuviera diseñando un perfil de los que hoy producen ciertos criminólogos, sostenía que toser mientras se estaba hablando era de mentirosos y también que: “Echar doblados a la espalda uno y otro brazo da al mismo tiempo facha de flojedad y de ladrón” (íbid., p. 31).

La postura del cuerpo daría cuenta de la moral de la persona: si esta inclinaba el cuello hacia delante era signo de desidia, si lo hacía hacia atrás expresaba soberbia; los hombros debían estar iguales.

El detalle llega al modo de doblar las rodillas:

Asimismo, en el modo de doblar las rodillas, una cosa entre unos, otra entre otros se tiene por decente o no: algunos doblan a la par una y otra, y ello a su vez; los unos con el cuerpo erguido, los otros con él algo curvado; los hay que, teniendo esto por algo como mujeril, igualmente con el cuerpo erguido, primeramente encorvan la rodilla derecha, luego la izquierda, cosa que entre los británicos en los jóvenes se alaba; los franceses, con una concertada torsión del cuerpo, encorvan solamente la derecha (íbid, p. 35).

En los consejos del sabio es interesante notar cómo se enredan ciertas cuestiones higiénicas con las que atentan contra la apariencia confiable o varonil, dado que está educando a un futuro Varón. Aconseja conservar limpios los dientes, pero no blanquearlos, que será cosa de mujeres, así como tampoco utilizar orina para su higiene porque eso es cosa de íberos (¿tan desautorizados como las mujeres?). El cabello del varón deberá estar peinado, pero no lustroso, que también es cosa de mujeres; será bueno hacerlo con raya al medio, no tenerlo demasiado largo y menos con flequillo, tal como lo usaba él mismo.

A lo largo del texto aparecen lxs “otrxs”: íberos, franceses, mujeres, británicos, todas personas que, de una u otra manera, quedarán desautorizadas por no haber accedido a la educación sostenida por el sabio o por cuestiones de sexo/género. Erasmo autoriza únicamente a los varones de algunos países europeos, con acceso a la educación. Y, si siguen sus enseñanzas, también a los varones de la aristocracia.

El cuerpo era un tema complejo en su época, muy tapado por la vestimenta y reprimido entre quienes se consideraban “educadxs”. La naturaleza, afirma Erasmo, impuso vergüenza a ciertos miembros y descubrirlos sin necesidad no es correcto en alguien bien nacido. Y esto sería así incluso si no hubiera nadie delante, porque el pudor es agradable para los ángeles que nunca dejan de estar presentes, de manera que el desnudo estaría prohibido en cualquier circunstancia. Naturalizar el ocultamiento de aquellos órganos que obtendrían nombres técnicos o absurdos, como “partes pudendas”, estaba totalmente alejado de la naturaleza en la cual los demás animales no los ocultan de ningún modo, pero una cosa es lo natural y otra lo naturalizado. Si la ocasión exigía mencionar a algún miembro pudendo, la persona debía dar un circunloquio expresando vergüenza del mismo modo que si se tuviera que referir a algo que produjera náuseas a quien escucha, como las referencias a los vómitos o los excrementos. En ese caso, se imponía anteponer la fórmula: “Con perdón de los oídos”.

Una vez logrado el control del cuerpo, era necesario vestirlo convenientemente. Nunca con grandes colas que solo serían para cardenales y obispos (notablemente, no se hace referencia al uso que de ellas hicieran las mujeres); las telas finas traslúcidas serían indecorosas, las partes pudendas se cubrirían con ropa interior. Como si hubiera visto los jeans que usan hoy lxs jóvenes o como si ellxs lo hubieran leído, decía Erasmo: “Acuchillar el vestido es de dementes; ponérselos pintados con figuras o cambiantes de color es de payasos y de simios”. (íbid., p. 39).

La desautorización necesaria para controlar a los Varones se haría comparando aquello que se quisiera evitar con las costumbres de pueblos considerados bárbaros o con mujeres, dementes, payasos y animales como los simios. Una metodología que dura hasta nuestros días.

Erasmo no deja ningún detalle sin analizar. Recomendará no lamer el plato, cosa de gatos, ni escupir comida y regulará la asistencia de niñxs a la mesa. Estxs serán lxs últimxs en sentarse y no podrán hablar ante lxs mayores a menos que sea indispensable o que se les solicite. Estas reglas fueron transmitidas a través de los siglos y estaban vigentes en la generación de mis padres. Hoy, por lo menos en mi país, en algunos sectores sociales fueron modificadas al punto en que lxs niñxs comen bocaditos mientras corren alrededor de la mesa, en donde lxs adultxs lxs esperan. Para Erasmo, lxs niñxs podrían reírse de algo gracioso, moderadamente, pero jamás de algo obsceno. Lo interesante es que sabrían qué era obsceno, pero debían hacer como si no lo supieran. El silencio no solo será para lxs pequeñxs. “Adorna el silencio a las mujeres, pero más a la niñez” (íbid., p. 59).

Finalmente, ciertas prácticas que han revivido en el siglo XXI ya estaban presentes en su época, pero el sabio consideraba que no eran apropiadas para lxs niñxs: “Odian a sus hijos aquellos que, siendo todavía tiernos, al prolongarse las cenas hasta muy entrada la noche, les permiten quedarse allí sentados de cabo a rabo” (íbid., p. 62).

Este pequeño texto del filósofo tuvo más de 130 reediciones hasta el siglo XVIII. Se tradujo al inglés, al francés, al alemán y al checo tempranamente y fue utilizado como manual en las escuelas primarias. Erasmo educaba al futuro príncipe y hacía algo más, según señaló Norbert Elias: educar a los nobles guerreros que lo único que habían aprendido era a usar sus armas para convertirse en cortesanos e imponer la Autoridad de Europa sobre el resto del mundo en términos de continente civilizado. Las buenas costumbres daban cuenta del gran valor de la civilización europea y sería la imagen la que permitiría someter, despreciar, colonizar, aniquilar. Él sostiene:

En el trasfondo del cambio que se opera en la técnica de la mesa desde la Edad Media a la Moderna aparece la misma manifestación que también apareció en las otras materializaciones de este tipo: un cambio en la regulación de los impulsos y de las emociones. (Elias, 1989, p. 168).

A través del control de los impulsos, los violentos guerreros, siempre en guerra, se irían convirtiendo en cortesanos domesticados.

Lo que resulta claro es que la “buena” educación no era, ni es, un tema menor. Y no solo porque alguien de la talla de Erasmo se ocupara de él, sino porque resulta claro que demarca sectores sociales, géneros, edades y diversas etnias, todos aquellos sectores desautorizados por el Varón Guerrero fundando la suya. Será una forma clara, fácilmente perceptible de modo masivo, de diferenciar autorizadxs y desautorizadxs.

Tal como lo ha desarrollado Goffman, para poder ser realizada, toda discriminación requiere de estigmas, de rasgos a identificar. Cuanto más fáciles de detectar sean los estigmas, más eficaz será el proceso discriminatorio. Los más eficaces serán los fácilmente visibles: sexo; género; color de la piel; discapacidades físicas o mentales; formas de hablar, de gesticular, de comer, de vestirse. Los modales, las costumbres, podrán también ser usados con éxito para discriminar.

Hay que señalar que aparece alguna mención a la “buena” educación de las mujeres en el texto de Erasmo, muy en segundo plano, del mismo modo que la de los niños pequeños, valiosos solamente como proyectos de futuro Varón. Todo el texto se centra en el Príncipe y en quienes quieran emularlo para pertenecer a su corte o a las cortes. Las buenas costumbres varoniles se denominaron “caballerosidad”, siendo los caballeros quienes podían acceder a la corte. ¿Cuánto de esto sobrevive? Todavía hoy se encuentran varones adolescentes educados en la idea de que deben ser “caballeros”, es decir, personas que compensen la “debilidad” femenina con su supuesta fortaleza. Lo que resulta dramático es que, no pocas veces, detrás de algunos supuestos “caballeros” aparecen varones incapaces de dominar sus impulsos agresivos que terminan con la vida o la salud de sus parejas. La caballerosidad barniza, pero no cambia. Un varón violento puede seguir abriendo la puerta o dejar el lado de la calle para la mujer que lo acompañe sin que eso lo inhiba de abusarla y, aún más, la confunda con gestos considerados propios de alguien controlado.

1. RAE, http://dle.rae.es/?id=3XgqUmc, consultado el 30/10/2017.

2. RAE, http://dle.rae.es/?id=b8Dlz29, consultado el 30/10/2017.

3. RAE, http://dle.rae.es/?id=bpKcL8X, consultado el 10/03/2015.

4. Este tema lo he desarrollado en Di Segni, S. (2006). Adultos en crisis / jóvenes a la deriva. Buenos Aires: Noveduc.

Apuntes sobre la autoridad

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