Читать книгу Apuntes sobre la autoridad - Silvia Di Segni - Страница 14
ОглавлениеEscena IIIRecuerdo la dificultad que me producía consultar un diccionario, con manos pequeñas, cuando en la escuela nos pedían que investigáramos el significado de algunas palabras. Eran libros grandes, de muchas páginas, que estaban en todas las casas, incluso en aquellas que no tenían bibliotecas. Y, en aquellas en que sus ocupantes no eran creyentes, ocupaban el lugar de la Biblia. No solo eran libros voluminosos, eran muy respetados y consultados en todo tipo de debates; también ayudaban a encontrar la palabra esquiva para resolver crucigramas y resolvían discusiones jugando al Scrabble. |
Los diccionarios, las enciclopedias y los diccionarios enciclopédicos tuvieron una larga época dorada en la que gozaron de una indiscutible autoridad. María Elena Walsh escribió en su Vals del diccionario que agradecía la ayuda recibida para “hacer versos por casualidad” y reconocía el asombro que le generaba con la “fábula de la verdad”. No se trataba de cualquier diccionario, sino de uno muy popular, el Pequeño Larousse Ilustrado.
Esa hermosa canción no logró quitarme la molestia que me produce la circularidad que, a menudo, aparece en los diccionarios. Tomo como ejemplo la definición de “autoritario”, del Diccionario de la Real Academia Española (RAE) (1):
autoritario, ria
1. adj. Que se funda en el principio de autoridad.
2. adj. Que tiende a actuar con autoritarismo. Apl. a pers., u. t. c. s.
3. adj. Partidario del autoritarismo político. Apl. a pers., u. t. c. s.
4. adj. Propio de la persona autoritaria.
5. adj. Dicho de un régimen o de una organización política: que ejerce el poder sin limitaciones.
Definiciones que, a mi criterio, no aclaran nada a quien no tenga alguna idea previa… o siga buscando.
Hoy, ha pasado el tiempo sobre diccionarios y enciclopedias en papel; asistimos a su pasaje al CD, al DVD y también fuimos testigos de su liberación en la web. Durante ese proceso, ¿se autorizaron o se desautorizaron? ¿O bien algunos se desautorizaron y otros se autorizaron? ¿Cuáles? Con la ayuda de un experto, demos un rodeo por la historia de los diccionarios.
En su origen, ellos surgieron con el propósito de explicar las palabras para que las personas pudieran encontrar los significados de aquellas que no conocían o de las que no tenían certeza. Se estaban instituyendo las lenguas y esos textos tenían la misión de enseñarlas y corregir su uso. Los primeros textos fueron glosarios en los que, como señala López Facal (2010), no faltaban los atravesamientos de género. Es el caso del de un contemporáneo de Shakespeare, Robert Cawdrey, que explicaba términos latinos incorporados al inglés que operaban como hard words a las señoras, gentiles damas u otras personas incompetentes. Los varones que estudiaban latín no tenían ese problema, estaban autorizados; las mujeres que requerían esta ayuda, desautorizadas, pero el glosario se autorizaría a sí mismo por compensar esa deficiencia, en el significado latino de auctoritas.
No puedo dejar de subrayar el lugar que ocupó el latín como lengua autorizada y autorizante en el ambiente académico. Un ejemplo que he trabajado en otro texto es el de la Psychopathologia Sexualis de Richard von Krafft Ebing, publicado en 1886, fundante de la sexología y de la “normalidad” sexual. Su título se escribió en latín para otorgarle autoridad científica. Utilizar el latín también cumplía otra función que el autor aclaraba en la introducción:
Las páginas que siguen se dirigen a los hombres que quieren profundizar estudios sobre ciencias naturales o jurisprudencia. A fin de no incitar a los profanos a la lectura de esta obra, el autor le dio un título comprensible solo para los sabios y consideró su deber utilizar tanto como fuera posible, términos técnicos. Por otro lado, consideró positivo escribir en latín algunos pasajes que serían demasiado chocantes de haber sido escritos en lenguaje vulgar. (Krafft Ebing, 1886).
“Profanos” eran quienes carecían de educación superior o no eran médicos ni abogados. Sabemos que este argumento constituyó un gran motor para la venta masiva del libro: muchas personas “profanas” quisieron leerlo. Como podía caer en manos de niñxs, adolescentes, mujeres o varones de sectores populares, algunos párrafos considerados peligrosos por el autor y sus pares varones de niveles sociales altos se escribirían en latín, de manera tal de “proteger” a quienes por nivel social, educativo, edad o género no hubieran tenido oportunidad de acceder al idioma del conocimiento. Así se mantenía el poder de la Academia y se instituía un “estigma” desautorizante: desconocer el latín. Por fuera quedaría el “lenguaje vulgar”, la lengua viva, dado que aquel era una lengua muerta. La palabra de los muertos, como veremos más adelante, será autorizada porque no puede modificarse y, quizás, el latín arrastrara ese valor al congelar “verdades” que no podrían ser discutidas. Otro valor de la lengua clásica radicaría en ennoblecer aquello que sería considerado chocante en el lenguaje vulgar. Un claro ejemplo de ello son los términos referidos a la sexualidad: los que usa la medicina, términos técnicos, son de origen grecolatino y autorizados, pero de circulación restringida, difíciles de comprender, fríos, carentes de erotismo. Y los “otros” son los términos “vulgares”, aquellos que todxs hemos aprendido por fuera de la educación formal, los que circulan por la calle y por los espacios privados donde se despliega la sexualidad y que, aun atravesando todos los sectores socioculturales, serán representados como “vulgares”, propios del vulgo. No puedo evitar consignar la definición de la RAE de “vulgo” (2):
Del lat. vulgus.
1. m. Común o conjunto de la gente popular.
2. m. Conjunto de las personas que en cada materia no conocen más que la parte superficial.
3. m. germ. mancebía (casa de prostitución).
adv. vulgarmente (comúnmente).
La primera acepción resulta tan discriminatoria como poco comprensible, pero esa discriminación aumenta cuando otra definición remite a una casa de prostitución.
Una de las motivaciones que llevaron a crear diccionarios provino de la teoría de la degeneración, aquella que en Psiquiatría fue responsable de horribles pesadillas, haciéndole creer a las personas que los padecimientos de las generaciones anteriores se potenciaban en las siguientes. Los diccionarios obrarían como escudos ante la potencial degeneración de la lengua, producto de su vitalidad, de su pasaje a través de las generaciones. Ese pasaje puede ser pensado como imprescindible vitalidad o bien como un temible camino, en el que acecha la degeneración.
Del mismo modo que, viviendo, las personas probaban diferentes sexualidades, se identificaban con diferentes géneros, consumían algunas sustancias o tenían padecimientos mentales –cosas de la vida–, el lenguaje iría transformándose, fagocitando de otros idiomas, creciendo y cambiando. Pero esto no aparecía como positivo para la Academia. Así se expresaba el doctor Samuel Johnson en el siglo XVIII:
Las lenguas, como los gobiernos tienen una tendencia natural a la degeneración; hemos conservado mucho tiempo nuestra constitución, hagamos ahora algunos esfuerzos por nuestro idioma (López Facal, 2010, p. 28).
Conservar, evitar que la vida produzca cambios, se constituye en el eje del concepto de tradición, uno de los puntales de la autoridad clásica. La tradición intentará que la transmisión generacional se realice sin modificaciones, sin el menor cambio; de otro modo, degeneraría. Richard Dawkins pensó que, como los genes capaces de transmitir material genético, existían los memes, fragmentos culturales (canciones infantiles, cuentos, dichos, recetas de cocina, lo que sea) que se heredaban. Y, del mismo modo que podía haber cambios en los genes, también podrían producirse en los memes, a veces dramáticos, a veces minúsculos. La función de los diccionarios, en su origen, sería sistematizar lenguas en formación, pero luego se constituirían en policía del lenguaje para evitar que la gente común, el vulgo, influyera sobre la lengua.
¿Como se autorizaría una palabra? En los primeros diccionarios, el método fue restrictivo, basándose en el uso que hacía de ella un grupo selecto, el de autores (por entonces varones) considerados “autoridades”. La cita de un autor autorizado autorizaba (esta sucesión de términos resulta extraña, pero es imprescindible para el párrafo) el uso del término y así nacieron los “diccionarios de autoridades”. El doctor Johnson fundó la lexicografía de ese modo, un modo que ha variado poco hasta nuestros días. A diferencia de los diccionarios considerados “serios”, la fortaleza de su metodología no se llevaba mal con la ironía y/o la discriminación, como cuando definía “avena”: “Grano que en Inglaterra se le da generalmente a los caballos, pero que en Escocia parece que mantiene a la gente” (López Facal, 2010, p. 29).
La autoridad de Johnson llegó a ser tanta que, cuando Webster emprendió su obra en los EE.UU., temió no estar autorizado a discutirlo: “La cuestión es si a un ciudadano norteamericano le está permitido corregir y mejorar los libros ingleses o estamos obligados a aceptar todo lo que nos den los ingleses” (López Facal; 2010, p. 31). Este temor es bien conocido por quienes hablamos/escribimos en castellano fuera de España, en relación a la RAE. No es un tema menor. El diccionario de la RAE ha dominado la lengua hispana en América Latina aun cuando el habla no respondiera a lo sostenido por sus autoridades. Para paliar esta situación se produjo el CREA (Corpus de Referencia del Español) en 1975. que:
Recoge el léxico actual de España y de la América hispanohablante (al cincuenta por ciento) con todos sus usos regionales (área caribeña, mexicana, central, andina, chilena y rioplatense) y no solo de textos escritos, ya que el diez por ciento de su volumen procede de transcripciones de programas de radio y televisión; es, por así decirlo, un enorme diccionario en bruto (López Facal, 2010, p. 94).
Esta obra no se hace para definir, sino para señalar el uso de los términos recogidos en las diferentes áreas; es un modo de visibilizar a millones de ciudadanxs que hablamos con otros términos o que los empleamos de manera diferente, pero el “auténtico” español/castellano es aquel del diccionario real para todx hispanohablante. No hay proceso alguno de ida y vuelta, a pesar de que un gran número de españolxs viven en América y adoptan modismos y otros tantxs latinoamericanxs viven en España y aportan sus variaciones. Todxs lxs argentinxs aprendimos la “lengua madre” en las escuelas, aun en las escuelas donde la población hablaba quichua, mapuche o guaraní. En nuestro país, el aprendizaje escolar del castellano tuvo ribetes patéticos. Todx estudiante aprendía a conjugar los verbos con la segunda persona del singular, “tú”, y la segunda del plural, “vosotros” aunque nunca las utilizara. Y aprendía en su casa, en la calle, por fuera de la escuela, a conjugar el “vos” y el “ustedes” sin que entraran en el aula o lo hicieran lateralmente, en algún cuento. Esas formas del habla quedaban desautorizadas académicamente, mientras eran autorizadas por el uso constante. Pero se trataba de dos formas de autorización diferente: la jerárquica de la Academia y la horizontal, de los pares, el vulgo. Un ejemplo de esta disociación atraviesa el vals de M. E. Walsh citado al comienzo. Ni ella ni nadie nacido y criado en la Ciudad de Buenos Aires utilizaba el tú a fines de los años 60. Pero era la “norma culta”; la habíamos escuchado, durante décadas, en canciones, en películas, seguía apareciendo en la televisión y, por supuesto, en la literatura. Era, también, el modo de incorporarse a América Latina y, sobre todo, a la Madre Patria, España; era el modo de respetar a las autoridades de la lengua e, inevitablemente, de desautorizarnos.
La diversidad de hablas hispanoamericana es clara y rica. Para constatarlo basta sintonizar el canal de televisión especializado en cocina que se transmite en diversos países de América Latina y registrar los diversos modos de nombrar ingredientes de comidas y formas de cocinarlos. Esa riqueza fue considerada un problema, algo que había que normalizar (es decir, empobrecer) sometiéndolo a un orden jerárquico. Y ese orden estaría regido por la “norma culta”; aquello que hablaran los sectores populares no formaría parte de la lengua hasta que lo incorporaran, si algún día ocurría, las personas consideradas de sectores sociales medios y altos. Notablemente, desde la segunda mitad del siglo XX, la particular proletarización cultural que hicieron adolescentes y jóvenes de sectores medios urbanos en su lucha contra la educación burguesa asfixiante y la correlativa identificación con sectores populares, supuestamente más libres, no solo se reflejó en ropas y costumbres sino también en el habla (que valorizaba lo “vulgar” y dejaba de lado lo “académico”). De esa manera, lo popular fue autorizado y divulgado. ¿Por qué? Porque para poder liberar los cuerpos, las sexualidades, los afectos, los modos de vida y para crear libremente se necesitaban nuevas palabras. Estos procesos de cambio fueron muy fuertes y, en algunos casos, fueron percibidos por las academias. Es lo que ocurrió con la Academia Argentina de Letras que decidió tomar en cuenta la distancia entre ella y la vida cotidiana y publicar una colección, La Academia y la lengua del pueblo (título que deja en claro que la Academia no es parte del pueblo) que se presenta como: “Un puente allegador entre la disciplina académica y la espontaneidad popular, entre la biblioteca erudita y la calle populosa, entre el saber libresco y la cultura oral”. (3)
Esta definición es poco comprensible para quien no esté cerca de la Academia; los interlocutorxs con quienes dialoga son siempre lxs mismxs, las minorías. De todos modos, postular la necesidad de un puente demuestra el reconocimiento de una distancia profunda a superar: la que media entre el saber libresco y la cultura oral existe más allá de las cuestiones socioeconómicas. En la propia España, el Diccionario de la Lengua Española ocultó el sol con las manos y no contempló al catalán, al gallego, al euskera, al romaní ni al aragonés, que sus hablantes no abandonaron ni cuando la dictadura franquista representó una enorme amenaza para quienes lo hicieran. Fundada en 1713, hubo que esperar hasta 1925 para que la RAE aceptara que representaba, solamente, a la lengua castellana. La primera edición de su diccionario es de 1780; desde 2014 está vigente su 23ª. Como dato positivo, hay que mencionar que en 1784 la Real Academia aceptó a la primera (y única, hasta 1978) mujer en sus filas, doña María Isidra de Guzmán, doctora de la Universidad Complutense de Alcalá. Y será otra mujer, María Moliner, quien, a mediados del siglo XX, decida realizar su propio diccionario, diferente del Real, a partir de su formación como lexicógrafa, filóloga e historiadora: el Diccionario de uso del español. Un diccionario en el cual los hablantes fueran protagonistas. Si podemos confiar en Wikipedia, ella habría dicho: “El diccionario de la Academia es el diccionario de la autoridad. En el mío no se ha tenido demasiado en cuenta la autoridad”. (4) Lo que, a mi criterio, quiso decir, es que no se basó en Autores para autorizarlo pero, también, que era capaz de enfrentar a la Autoridad y valorar la autoridad de lxs hablantes que la rodeaban, incluida la propia. “Si yo me pongo a pensar qué es mi diccionario me acomete algo de presunción: es un diccionario único en el mundo”. (5)
Moliner trabajaba en su casa, fuera de su tarea rentada de bibliotecaria. Era una republicana maltratada por el franquismo, una mujer que sabía que el concepto tradicional de Autoridad fácilmente deslizaba al autoritarismo y que sostuvo otro, un concepto de autoridad popular, amplio, que caminaba por las calles. Le llevó muchos años realizar el texto que terminó, y logró publicar, en 1966. Lo novedoso de su diccionario residía en centrarse en el uso de la lengua definiendo, proporcionando sinónimos y citando expresiones que dieran cuenta de ese uso para quien la estuviera aprendiendo o quisiera disipar dudas. Se propuso hacerlo incluyendo palabras que aparecían en los diarios, palabras recién nacidas. No sería, entonces, un arcón de fósiles sino una colección de palabras llenas de vida que se paseaban de boca en boca provenientes de diferentes generaciones, incluidas las bebés de la lengua. Con esa intención, subrayaba que las palabras las creaban quienes hablaban, no los académicos que las aceptaban, definían o criticaban. Y mostraba, también, que los diccionarios atrasaban irremediablemente ante la velocidad de la vida. En palabras de Gabriel García Márquez:
En realidad, lo que esta mujer de fábula había emprendido era una carrera de velocidad y resistencia contra la vida. Es decir: una empresa infinita, porque las palabras no las hacen los académicos en la academia sino la gente en la calle (López Facal, 2010, p. 77).
Y al trabajar sobre la lengua viva, la tarea de Moliner se volvía interminable, como debía ser su diccionario: abierto, en constante cambio, como pueden serlo solamente aquellos que están en la web, que no tienen las limitaciones del papel y en los que participan lxs usuarixs constantemente.
La aparición de enciclopedias y diccionarios libres en la web generó una situación sumamente interesante, tanto para quienes los hacen como para quienes los autorizan. No se tratará ya de Autoridades, como autorxs célebres que sirvieron de apoyo para consagrar el uso de la lengua ni de autoridades que escriben artículos de su especialidad en enciclopedias, sino de un público mixto, en el cual hay simples usuarios inexpertos en el tema, personas que cuentan con saberes y experiencias no académicas, otras que tienen saberes académicos y, seguramente, también algunas dispuestas a estafar la buena fe. Las acciones de este último grupo fueron utilizadas para desautorizar todo saber que circulara por la web, para desautorizar a la web misma. Pero esto, ¿no ocurrió también fuera de la misma? Entre los numerosos ejemplos posibles, me gustaría mencionar algunos que hicieron mucho daño y fueron publicados en papel, rodeados de expertos. Uno de ellos fue el Malleus Maleficarum (El martillo de las brujas, de Sprenger y Kramer) con un falso nihil obstat. Sus autores, monjes dominicos, sabiendo que no conseguirían superar la censura eclesiástica, la falsificaron y publicaron el libro en una ciudad más lejana de su lugar de residencia, artimaña que en el siglo XV resultó suficiente para que fuera publicado y se convirtiera en el manual de tortura y muerte de una cantidad asombrosa de mujeres consideradas “brujas”. No solo era mentira su autorización: también estaba plagado de falsas declaraciones obtenidas bajo tortura. Y no bastaron las protestas de intelectuales y religiosos para frenarlo, porque era funcional a políticas inquisitoriales de la época.
Otro ejemplo de falsificación tuvo que ver con la consagración de charlatanería en “conocimiento científico” que sirvió para perseguir, maltratar y/o llevar al suicidio a un número importante de jóvenes masturbadores. El ítem Manstupratio de la Encyclopédie de Diderot y D’Alambert fue escrito por el Dr. Tissot, quien copiaba allí parágrafos de su libro (El onanismo, de 1756) el que, a su vez, se había fundamentado (aunque su autor nunca lo reconoció) en un folleto/libro del médico y pornógrafo John Marten, de 1712. Marten era, claramente, un estafador que convirtió al onanismo/masturbación en una enfermedad capaz de originar gravísimas consecuencias (deterioro mental, locura, muerte), con el fin de llevar a cabo su verdadero negocio, que consistía en vender sus pócimas para curarlo. Tissot, en cambio, era un distinguido sanitarista, asesor papal, que decidió sostener la ola de terror que generaba la masturbación y, al incluirla como ítem en la Encyclopédie, logró otorgarle el status de conocimiento científico. Para eso era necesario el respaldo de su autoridad profesional, traducir el término al latín y lograr un sitio en el texto que reunía el conocimiento científico europeo de la época. Si alguien piensa que estos ejemplos son muy antiguos y que hoy no ocurren estos hechos, recordemos que el DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la American Psychiatric Association) incluyó el trastorno de atención dispersa con el que se diagnosticó a buena parte de una generación de niñxs, adolescentes y jóvenes, que terminaron medicados con ritalina. Hace poco supimos que el diagnóstico fue inventado para vender el fármaco, lo mismo que, tres siglos antes, había hecho John Marten.
Pero volvamos a la web. Allí donde había un grupo selecto de Autoridades, ahora habrá una autoridad repartida, diversificada entre quienes lean, critiquen, corrijan y/o propongan artículos para las enciclopedias/diccionarios on line. ¿Qué es Wikipedia? Sin mucha profundidad, ella misma cuenta su origen:
Wikipedia es una enciclopedia libre, políglota y editada de manera colaborativa. Es administrada por la Fundación Wikimedia, una organización sin ánimo de lucro cuya financiación está basada en donaciones. Sus más de 50 millones de artículos en 300 idiomas han sido redactados conjuntamente por voluntarios de todo el mundo, lo que hace un total de más de 2000 millones de ediciones, y permite que cualquier persona pueda sumarse al proyecto para editarlos, salvo que la página esté protegida contra el vandalismo para evitar problemas y/o trifulcas.
Fue creada el 15 de enero de 2001 por Jimmy Wales y Larry Sanger, es la mayor y más popular obra de consulta en Internet. (6)
Más allá del reconocimiento de quienes la crearon, Wikipedia se considera hija de todxs los que participan de ella, o sea, potencialmente todxs los que tenemos acceso a ella. Las cifras sobre el número de artículos, impactantes, son verídicas apenas durante unos minutos. A cada instante aumentan los artículos, los idiomas que forman parte de ella, las nuevas ediciones. Sin duda, fuerte. Se trata de un emprendimiento global, en el cual todxs podemos participar colaborando o controlando, un fenómeno interesante y original. Construye una autoridad colectiva, anónima, diversa, masiva y compartida, horizontal, una forma de autoridad muy diferente de la tradicional, sin duda. Claramente, Wikipedia aparece como un gigante en relación con otros emprendimientos de menor envergadura que apuntan a recoger modismos de alguna región o, como lo hace el Pequeño vocabulario del chabón argentino (7), que recolecta términos del habla adolescente, dado que “chabón/chabona” son términos utilizados por lxs jóvenes. La RAE, en cambio, no registra el término “chabón”, pero sí “chavón” y lo define como: “adj. coloq. P. Rico. Dicho de una persona: Que molesta mucho”. (8) Algo quizás aplicable a lxs adolescentes...
Por su parte, en el Pequeño vocabulario del chabón argentino este término es definido como:
Designación general de “persona”. Equivalente vesre de “boncha”. No obstante, el significado de “boncha” sigue siendo oscuro. Posiblemente (aunque poco probable), sea, a su vez, el equivalente vesre y apocopado de “conchabado”, o personal doméstico. (9)
El vesre (revés, dicho al revés; forma de armar y disimular palabras cortándolas y ubicando el final al principio) es tradicional en Buenos Aires (también sería una costumbre francesa) y “chabón/chabona”, una forma adolescente de nombrar a casi todo el mundo. Y, ¿qué significa “ortiba”, término con el que se denomina la dirección online de este diccionario. Nuevamente, es el vesre de “batidor”: “‘Batidor’ es el buche (alcahuete) que informa a la policía”. (10) Y, en este caso, se trata de quienes informan cómo hablan lxs jóvenes a la policía/personas adultas. Lo que me parece más rico de estos ejemplos es que producir vocabularios/diccionarios/enciclopedias parece ser una afición o tarea que sigue existiendo con gran vitalidad porque, obviamente, presta buenos servicios.
Para finalizar, hagamos un ejercicio que ponga en tensión los dos diccionarios de la lengua castellana mencionados antes, el de María Moliner y el de la RAE, en sus definiciones de “autoridad”.
Autoridad | Autoridad |
Diccionario de uso del español | DRAE |
(Imponer, mantener, acatar, aceptar, respetar, someterse, debilitar, minar, socavar, relajarse, resignar) | |
1. Atributo del gobierno y personas que lo representan por el cual pueden dictar disposiciones y resoluciones y obligar a cumplirlas. Atributo semejante que tienen otras personas por razón de su situación, de su saber o de alguna cualidad o por el consentimiento de los que voluntariamente se someten a ella. La autoridad del padre (del jefe, del sacerdote, del médico). Otras acciones: disfrutar, gozar, temer, aceptar, dar remitirán a: Situación de una persona entre otras que aceptan su superioridad intelectual o moral. Ascendiente, influencia, predicamento, prestigio. | 1. f. Poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho o de derecho. |
2. Aptitud o carácter para hacerse obedecer. | 2. f. Potestad, facultad, legitimidad. |
3. Conocimiento o dominio de cierta materia que tiene alguien, por el cual su opinión es tenida en cuenta por otros. | 3. f. Prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia. |
4. Entidad de donde emanan las órdenes o disposiciones que obligan a los ciudadanos y en que reside el poder de obligar o castigar. Persona que tiene un cargo con autoridad. En lenguaje popular, la autoridad encarnada en un guardia o agente de la autoridad gubernativa. | 4. f. Persona que ejerce o posee cualquier clase de autoridad. |
5. Persona tenida por muy entendida en cierta materia. | 5. f. Solemnidad, aparato. |
6. Autor o texto que se citan en apoyo de una cosa. | 6. f. Texto, expresión o conjunto de expresiones de un libro o escrito, que se citan o alegan en apoyo de lo que se dice. |
7. Aparato u ostentación. |
Dado que a Moliner le interesa el uso de la lengua, comienza por enunciar las acciones que se relacionan con el término y luego aporta, como primera acepción de “autoridad”, que sea un atributo de quienes gobiernan, atributo que se despliega sobre personas con saberes (padres, sacerdotes, médicos). En este sentido, aparece la genealogía de la Roma republicana, donde el término que nace en la política sigue su recorrido hacia los varones autorizados. En relación al gobierno, no aclara si debe ser legítimo mientras que, para la RAE en esa primera acepción se hace sinónimo a la autoridad de todo poder que gobierne, incluso el de hecho, algo discutible. Inmediatamente Moliner registra, en el uso, la autoridad de las personas que la han ganado en base a ciertas virtudes que se les reconocen, algo que la RAE pondrá en tercer término. La cuarta acepción de la RAE apunta a llamar a alguien autoridad, pero no explica qué significa hacerlo, mientras que Moliner subraya qué cualidades tendría quien fuera reconocidx como tal. Ante la “solemnidad, aparato” de la RAE, Moliner propone el “aparato u ostentación”, que parece apuntar más a la crítica que al sostenimiento de estas características como explicativas de la autoridad. Las sextas acepciones de ambos diccionarios apuntan a las autoridades sobre las cuales se construyen diferentes textos, entre ellos los diccionarios de autoridades. En general, Moliner registra un uso que pone mayor énfasis en las características que hacen que se reconozca autoridad en alguien, que en el poder asociado a ella que registra la RAE.
De todos modos, el Diccionario de la RAE conserva, por lo menos en España, mayor autoridad:
En España (…) a pesar de los excelentes diccionarios realizados al margen de o a partir del de la RAE, como por ejemplo el del valenciano Vicente Salvá (París, 1846), el de J. Casares (Madrid, 1942), el de María Moliner (1966) o el de M. Seco, O. Andrés y G. Ramos (Madrid, 1999). El diccionario de la Real Academia Española siguió siendo percibido por los usuarios como la única y verdadera autoridad en la materia, aunque sea más incompleto y menos coherente que cualquiera de los cuatro ejemplos mencionados y aunque conserve todavía un inconfundible olor a naftalina (López Facal, 2010, p. 88).
¿Será que el término “Real” otorga autoridad, todavía hoy? ¿O que no deja olvidar que hay poder detrás de esa Academia?
Retomemos los usos que registraba Moliner a través de los verbos listados: “Imponer, mantener, acatar, aceptar, respetar, someterse, debilitar, minar, socavar, relajarse, resignar”. Estas acciones evidencian asimetría, en un sentido o en otro, entre las partes que generan el fenómeno de la autoridad. Esta se impone, se acata, se respeta en el marco de una diferencia desigualada, pero también puede debilitarse, minarse o socavarse activamente; es lo que puede hacer quien no la respete o quien quiera imponerse por encima de ella. También puede mantenerse a lo largo del tiempo o bien relajarse, porque el mantenimiento requiere acciones continuas que la reediten. Y, finalmente, una persona puede resignar autoridad de modo activo. ¿Por qué lo haría? Quizás porque la tarea de mantenerla se le haga muy difícil o intolerable. Como decía el sello del emperador de la China, Qianlong, del siglo XVIII, luego de su coronación: “Es muy difícil ser soberano/ Y muy importante reconocerlo” (Byung Chul Han, 2016, p. 45).
Deriva por el lenguaje inclusivo
Resulta claro que la Real Academia Española no resigna su soberanía sobre nuestro idioma. No permite que se diga todos y todas, aunque esto no altera nada, y menos que se escriba todxs o se escriba y diga todes. Sostiene que el masculino plural incluye a todxs. Mientras tanto, quienes creemos que es fundamental modificar el lenguaje para incluir a todxs, lentamente vamos viendo avances en las calles, no en la Real Academia. Existen documentos que circulan por las redes sobre el tema, como Lenguaje inclusivo. Guía de uso (11).
Ese documento escrito por Zack Mascías de la Asamblea no Binarie sostiene que el machismo en el lenguaje no solo invisibiliza a las mujeres sino a toda persona no identificada con el binarismo varón/mujer. Una primera propuesta fue usar la @ pero luego se vio que aparecía como una a dentro de algo que podía ser una o y que, de todos modos, remitía al binario. El uso de la x sería claramente inclusivo porque permite salir del binarismo. Es claro que no resulta fácil de leer y es por eso que se llegó a usar la letra e para poder incorporar el lenguaje inclusivo al habla.
Debo decir que me he acostumbrado al uso de la x, que me parece claramente inclusivo, y dejo a lxs lectorxs el leer esa letra como quieran o bien como “e”. En el caso específico de “lectorxs”, el uso de la “e” resulta igual que el de la “o”, un masculino plural que no se puede evitar.
Esta breve deriva muestra que alguna Academia, o varias de ellas, se resisten a escuchar lo que va ocurriendo con el lenguaje y/o lo consideran una simple degeneración que deben evitar, convirtiendo a sus organizaciones en baluartes de un idioma en vías de extinción. Incorporan aquello que aparece con suficiente frecuencia en los periódicos (estableciéndolos como una suerte de subacademia del lenguaje), pero hoy en día las redes sociales son mucho más ricas que esos medios.
Sigamos ahora con el concepto de autoridad y los diccionarios. Dado que existen también diccionarios de Filosofía, me resultó interesante buscar el concepto de “autoridad” en el de Ferrater Mora y, en la reimpresión del año 1971, no aparece.
Veamos, en el capítulo siguiente, qué decía un filósofo al respecto.
1. RAE, http://dle.rae.es/?id=4UOCYJx, consultado el 10/03/2018.
2. RAE, http://dle.rae.es/?id=c5bJuMy, consultado el 07/04/15.
3. AAL, http://www.aal.edu.ar/?q=node/192, consultado el 15/01/15.
4. Wikipedia, https://es.wikipedia.org/wiki/Mar%C3%ADa_Moliner, consultado el 15/01/15.
5. Wikipedia, https://es.wikipedia.org/wiki/Mar%C3%ADa_Moliner, consultado el 15/01/15.
6. Wikipedia, https://es.wikipedia.org/wiki/Wikipedia, consultado el 03/06/2019.
7. Taringa, https://www.taringa.net/posts/info/1897151/Vocabulario-del-chabon-argentino.html, consultado el 15/01/2018.
8. RAE, http://dle.rae.es/?id=8g1gNTf, consultado el 15/01/2015.
9. Taringa,https://www.taringa.net/posts/info/1897151/Vocabulario-del-chabon-argentino.html, consultado el 15/01/2018.
10. Taringa,https://www.taringa.net/posts/info/1897151/Vocabulario-del-chabon-argentino.html, consultado el 15/01/2018.
11. https://www.periodismo.com/2018/0606/lanzan-una-guia-de-uso-de-lenguaje-inclusivo/.