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Bioluminiscencia

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Y la ciencia misma aceptará la existencia de Dios, el Creador de todas las cosas, el Creador de nuestros espíritus…

… llegará el día en que la ciencia dirá: debe haber un orden… en el microcosmos igual al del macrocosmos…

… y la ciencia mostrará a la humanidad que ese orden está regido por un Ser que es extraterrestre y es el mismo Dios en que creemos…

… aquel que diseñó con poder y ciencia todo lo bello y bueno que podamos observar...

Traducción 01-02-2005

Después de extraer del crómlech las piedras, realizamos la cristalización de estas para obtener las formas en que encajadas juntamente se observaría la inscripción de letras talladas con láser.

Lo hicimos y fue bastante fácil traducirlas…

De esta forma comencé el artículo para la National Geographic Brins. Llegué a casa exhausta, el verano en Nueva Bretaña fue agobiante.

Continué: Estamos satisfechos con la investigación. El hallazgo es una pieza más a la gran colección que tiene el Museo del Planetario.

Las palabras del artículo demostraban mi escepticismo ante la probabilidad de la existencia de un Ser Creador. Yo tan solo era traductora de dialectos perdidos; los del crómlech eran un idioma muy simple, hasta diría casi puro. Jamás lo había visto. Tenía la habilidad de la traducción y vivía de esto. Me apasionaba hacerlo casi perfectamente y demostrar a la humanidad que no hay misterios, que todo es explicable. Simplemente hay leyes que gobiernan, unas sobre otras.

Anticipándome a las preguntas de los lectores, les diré mi respuesta sobre la existencia de la verdad absoluta que de seres imperfectos derivan verdades relativas, por ende, si existiera un Creador, sería él quien debería responder sobre la verdad absoluta, entendiendo esta como el conocimiento de todas las cosas.

Decidí seguir con el artículo por la mañana. Recordé que durante la tarde tendría mi primera clase de teatro. Necesitaba relajarme, enviar a mi mente a otros persomundos.

Organicé mis papeles y al levantar mi mirada hacia la ventana, me detuvo el parpadeo incesante de las luces rojas de las altas antenas de la ciudad. La vista daba al sudoeste y desde este piso a gran altura, el cielo me abrazaba por todos lados.

En estos primeros días de febrero en la city porteña, el sol se oculta exactamente a las ocho de la noche. Observar el atardecer hace, de ese pequeño instante, una sacudida a mi alma para que despierte, sabiendo que aquello que para mis ojos es cada día distinto está a mi disposición, cumpliendo inalterablemente sus leyes.

Entre las luces rojas, se asomaba una luz tímidamente blanca, haciéndose en segundos cada vez más intensa. El intento de interpretar lo que ocurría duró poco tiempo. La luz se cualificó en ondas y vi cómo todas las cosas se alejaron haciendo que las paredes se expandieran sin límites.

Recorrí visual y auditivamente todo y una energía inmensa se instaló en mi cuerpo. Sin embargo, mi mente más relajada ahora, no quería dejar de preguntarse qué estaba sucediendo. Una implosión me tiró al piso y mis manos se volvieron transparentes. Vi asombrada los músculos, nervios, arterias, tendones, todo funcionando correctamente. Después de unos segundos estos desaparecieron y vi cómo los átomos formaban moléculas y estas mis manos. Luego el ADN y ARN se expresaban ante mis ojos.

Cuando todo se disipó, seguí sentada frente a la ventana. Mi cuerpo estaba cansado y a su vez, enaltecido. Esa noche no pude dormir, ni pensar en contárselo a alguien, si fuera así, a quién; en quién podría confiar, quién escucharía sin prejuzgar, quién podría acompañarme sin pensar que esto proviene de lo oculto.

Nadie, me encontré muy sola. No era la primera vez que me sentía así, estaba entrenada para controlar mis emociones, escuchar música clásica era la alternativa. Sisí me enseñó este método después de separarse de Frédéric. Ella descubrió que, si se concentraba en la música clásica, se teletransportaba a infinitas imágenes, por las cuales su mente disfrutaba, descansaba de su dolor psíquico, su rostro se relajaba y la inspiración llegaba a ella, de esta forma su mente se tornaba clara y sus pensamientos tenían significados correctos.

Ya era de madrugada, prendí la TV en Discovery Channel, coloqué la pava en la hornalla y un nuevo día comenzó.

Llamó mi atención el titular: “la fe contra el dolor”, fechada en enero de 2005. Era una investigación de científicos ingleses que, invirtiendo dos millones de dólares, podrían determinar, haciendo estudios a personas creyentes y no creyentes, si su fe haría soportable el dolor físico.

Pasaron los días, meses y aún no encuentro la explicación a mi experiencia. Estoy segura de que la encontraré. Tal vez fue una señal para prepararme.

Mi escepticismo ahora tomó otro camino y dejó a su lado las mismas palabras del crómlech: y la ciencia misma aceptará la existencia de Dios.

Solo... imagínalo

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