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Cuboide

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Junto al árbol azul crecía en los primeros días de astroide un singular arbusto rojizo. Con el brillo del Giro, daba en el espacio sinuosos reflejos que se movían rectilíneamente, ofreciendo una atracción inigualable.

El arbusto luego combinó su color con el dorado y esmeralda. Esto comenzó a preocupar a los cuboideanos, era evidente que su naturaleza no existía en este cosmos.

Un sonido que provenía del interior del arbusto era escuchado por algunos que poseían alterada la capacidad de la audición, brindándoles paz, serenidad. Esta cualidad los exaltaba, quedando expectantes por lo sucedido.

Ahora bien y ¿el árbol azul? Semejante a su especie, era imponente. Algunos observaban en su interior cristaloides, cuya orientación de sus ejes coincidían con mapas de sistemas planetarios.

Así, fueron pasando los días de astroide, tras lo absurdo del misterio, se vislumbraba una ley.

Cuando se produjo una simbiosis entre ambos, la mayoría de los habitantes se alejaron. Yo permanecí.

Realmente tenía miedo. Mis ancestros, a través de hologramas me habían enseñado que una de las debilidades que teníamos como raza era el miedo.

El miedo como activador de la parálisis de nuestras asociaciones concretas, llevándonos a un desequilibrio, dejando como consecuencia la repetición. Ellos decían que debíamos encontrar el miedo estructura de nuestro ser.

Estuve examinando el árbol azul y el arbusto rojizo, con sus inminentes cambios, hasta el final de los días de astroide.

Poco a poco, con precaución, algunos regresaban comprendiendo este insólito e inesperado proceso.

Medité y, luego de repasar mis anotaciones, descubrí que solo algunos escuchaban y veían lo que ofrecían el árbol azul y el arbusto rojizo. Y yo no era uno de ellos. Tal vez, lo hallaron, pensé.

Seguí examinando. Me pregunté: ¿cuál sería el primer miedo que había invadido a mi mente, psiquis? y ¿qué estaría encubriendo? ¿Derivaba este de escenas ocultas, de silencios no olvidados? ¿Cuál era mi esencia?

Cuboide completó la vuelta al Giro, y esta fue más pequeña que la anterior, encontrándose en el mismo lugar del nacimiento del arbusto rojizo. Aquellos cuboideanos ya no estaban allí. Pero, el resto, tras un velo de olvido, debían volver a enfrentarse, estimulados por lo absurdo, con el fin de progresar a través de repeticiones, al ser Cuboide el escondite de los miedos.

Cuando comprendí, me sumergí en mi miedo estructura, desarmándolo cada vez, hasta llegar, como algunos, a ver y escuchar más allá de lo absurdo.

Solo... imagínalo

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