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III. RECORDANDO SER PARTE DE UNA LEYENDA

«¿Podrían ser esas extrañas e intensas sensaciones que nos asaltan cuando llegamos a lugares mágicos los recuerdos de experiencias vividas en existencias pasadas?»

El avión empezó a descender sobre los valles montañosos ligeramente boscosos de Cuzco, la capital arqueológica de América del Sur. Dentro de la aeronave se sentía una cierta turbulencia que, por su brusquedad, preocupó a más de un pasajero. Había que tener una gran pericia y un gran conocimiento de vuelo para descender a aquel aeropuerto enclavado en un estrecho valle entre montañas. La terminal aérea había sido construida al pie de una ciudad que en tiempos antiguos fue edificada con forma de puma para ser vista desde el cielo por los dioses. Ciertamente, los incas heredaron muchos de los logros y adelantos de los pueblos que los precedieron, entre ellos los antiguos paracas en la costa sur, autores hace más de 2.500 años de los geoglifos de Palpa y Pozo Santo, trazados sobre cerros, montañas y dunas de arena con una elaboradísima y perfecta geometría, y de los nazca, hacedores de las famosas líneas de la gigantesca Pampa de Ingenio, de 2.000 años de antigüedad. En el caso de las líneas de Nazca, son más de 600 kilómetros cuadrados de líneas, pistas y figuras que pueden ser vistas desde gran altura y que habrían sido hechas por la gente de esas tierras pensando en aquellos que vinieron de las estrellas y que prometieron volver algún día. Al final de las líneas y figuras se encuentra una ciudadela de pirámides escalonadas de barro cubiertas por la arena conocida como Cahuachi, donde residían los inspirados ejecutores de semejantes enigmas.

Esperanza era una niña de seis años de edad, muy blanca de piel, de complexión delgada, pelo largo color azabache y expresivos ojos pardos. Viajaba acompañando a su padre a la ciudad imperial de los incas, Cuzco, al Sur de Perú. Don José Gracia tenía que atender asuntos de trabajo en esa importante metrópoli del montañoso Sureste peruano. Era un «mediador», experto en resolver conflictos laborales, dotado de gran inteligencia, don de gentes y calidad humana. Sabía granjearse con facilidad la confianza y la amistad de la gente mostrándose siempre sincero y transparente, y poseía además una gran locuacidad y la capacidad de hacer ver a las personas –con refinada y profunda sabiduría, así como con gran sentido común– la mejor solución. Esto le había llevado a ser muy valorado en su trabajo por empresarios y sindicatos, que siempre requerían sus servicios. En el viaje aprovecharía para dar rienda suelta a su pasión, que era la investigación de los «ovnis», participando en una pesquisa en colaboración con la Fuerza Aérea del país, en la zona alta de Sicuani, y para reunirse con un viejo amigo. Todo en un solo viaje. ¡Eso sí que era aprovechar el tiempo!

Don José era un hombre de mediana altura, algo grueso y natural de Lima. Llevaba el pelo negro peinado hacia atrás, al estilo antiguo, con gruesos bigotes y pobladas cejas. Era un Piscis típico, amigable, cordial y elocuente, deseoso de comunicar en animadas conversaciones sus puntos de vista siempre adelantados a su época. Cuando era joven había sido muy audaz y deportista, pero ahora era más reposado e intelectual. Se llevaba diez años con su esposa, Marie, una mujer extranjera, natural del Norte de los Estados Unidos, nacida cerca de la frontera con Canadá. Marie era delgada y guapa, de cabello castaño claro y pecosa. En sus raíces tenía algo de sangre de los pieles rojas de las praderas y el águila en su alma.

Marie era bastante tímida. Llegó a Perú con sus padres para vivir y trabajar cerca de las refinerías de las minas de la cordillera central. Con el paso de los años se estableció definitivamente en el país, enamorándose en su juventud de José, a quien conoció a través de unos amigos en una fiesta en la que él la hizo bailar toda la noche. Ella se quedó fascinada con el peruano locuaz y divertido, y se casó con él al poco tiempo; de esa relación nació Esperanza, espigada desde pequeña y, eso sí, como la madre, pecosa también.

Marie procuraba que su pequeña hija Esperanza pasara la mayor cantidad de tiempo posible con José, cosa que ella no había podido hacer con su padre. Y hasta la dejaba que lo acompañara en sus viajes a pesar de su tierna edad, porque sabía que era la «niña de sus ojos». Él la cuidaba mucho pero le dejaba margen para que fuera ella misma con su espíritu de aventura y no se perdiera nada. Consideraba que con los viajes y conociendo gente diferente desarrollaría más y mejor su novel personalidad.

A veces –cuando se podía–, la madre los acompañaba y disfrutaban mucho en familia. A ella también le gustaba explorar todo aquello que fuese misterioso, pues Marie era una gran lectora de novelas de aventura, literatura insólita, grandes descubrimientos y biografías.

Además de al trabajo y a la investigación, don José dedicaría parte de su tiempo a visitar a Aarón Pirca, su amigo, un hombre risueño, de mediana estatura y rostro trigueño, sonrisa sincera y mirada sabia. Era el director de un importante canal de televisión local. Este hombre encanecido prematuramente, recibió a su amigo y a su niña en el aeropuerto con mucho cariño y hospitalidad, llevándolos en su coche al hotel.

–¡Bienvenido seas a Cuzco José!... Qué alegría verte después de tanto tiempo –dijo dándole un sentido abrazo a José.

–¡Gracias amigo, siempre es un placer reencontrarse contigo!

–¿Y quién es esta pequeña? ¿No me vas a decir José que es Esperanza?

»¡Cómo ha crecido!... La recuerdo el día de su bautizo en la Iglesia de la Santísima Cruz del distrito de Barranco en Lima. Siempre fue tan blanca que parecía un fantasmita… ¡Jajá!

Aarón alzó a la niña en sus brazos y le dio un beso en la mejilla.

–¡Ya tengo seis años señor! –dijo Esperanza, como queriendo hacer saber que ya no era tan pequeña.

–¡Caramba, seis años! ¡Quién lo diría! La vida se pasa muy rápido y solo tenemos tiempo para hacer lo que debemos hacer –sentenció aquel sabio cuzqueño.

Don Aarón compartía con el padre de la niña intereses similares respecto al estudio de la astronomía, las civilizaciones antiguas y la vida extraterrestre, y tenía, como él, profundos conocimientos antropológicos andinos y esotéricos. Todo lo reinterpretaba a la luz de esa formación tan arraigada en su propia sangre y cultura.

En el hotel, padre e hija bebieron unas infusiones de la hoja sagrada de la coca a manera de té, que ayuda a que una persona se relaje, oxigene mejor y no se enferme del llamado soroche o mal de altura, que se produce por la falta de oxígeno en la sangre. En alrededor de una hora habían pasado de estar a nivel del mar en Lima a 3.240 metros de altitud en la ciudad de Cuzco, lo cual afecta gravemente a la salud si uno no toma las debidas precauciones. Después de beber esos «matecitos» –como suelen llamarse–, se fueron directamente a la habitación para dormir e irse aclimatando.

Después de arroparla en su cama, Don José le dijo a la niña:

–Duerme un rato Esperanza y te sentirás muy bien al despertar, así no te afectará la altura. –Dicho esto le dio un beso en la frente y se fue a descansar él también.

La niña no se sentía cansada sino más bien llena de energía, pero queriendo agradar al padre cerró los ojos y se quedó profundamente dormida. El padre, que se había ido a su cama, hizo lo propio, porque sabía bien que es sano y conveniente relajarse y dormir, según la recomendación médica, un par de horas para oxigenarse y adaptarse de esa manera al clima y al ambiente andino.


Los tres primeros días en Cuzco fueron algo aburridos para la niña, que acompañó a su padre a las dos empresas que tenía que visitar y pasó largas horas sola. Solía quedarse sentada en una oficina leyendo cuentos o dibujando, mientras don José se enfrentaba a la patronal y a los sindicatos, haciéndole razonar para que conciliaran en buenos términos. Pero como el hombre era muy capaz en lo suyo, rápidamente les mostraba a unos y a otros las consecuencias nefastas de alargar las negociaciones con posiciones intransigentes, por lo que aquella gente, que había estado largo tiempo enfrentada, terminaba concertando en paz y estrechando sus manos con sonrisas. Y es que don José siempre acababa diciendo a las partes:

–En la vida todos debemos aprender a negociar, lo que incluye saber ceder algo; así todos ganan y nadie pierde. Y generalmente quien cede no es el más débil sino el más fuerte que busca lo mejor para todos. Y lo mejor para todos no es el conflicto.

Don José ciertamente había llegado por razones laborales a la ciudad imperial, pero no quería desaprovechar la oportunidad para compartir su tiempo con su querido amigo y con su hija. Y así fue, no hubo tiempo libre que no aprovecharan para conocer los lugares arqueológicos y de interés, caminando por las milenarias callejuelas empedradas. Cuzco es un lugar de gran belleza, que esconde en cada rincón, edificio, casa y esquina, el producto de la superposición de lo europeo sobre lo andino, produciendo una enriquecedora fusión de arte. Durante esas caminatas Esperanza oía hablar a los hombres de secretos y misterios relacionados con sus investigaciones.

Para la niña, conocer la ciudad imperial de los incas fue como haber vuelto a casa. Era difícil para ella entender por qué se sentía tan cómoda en un lugar al que había viajado por primera vez. Para ella, los momentos más emocionantes fueron cuando, padre e hija, llegaron solos ellos dos al Coricancha o Templo del Sol, antiguo recinto sagrado de los sacerdotes incas convertido desde el siglo XVI en el convento y la iglesia de la orden dominica. En el lugar ella no cabía dentro de sí. No entendía por qué, pero sentía y sabía que había estado antes allí. No tenía idea de cuándo ni cómo, y así se lo hizo saber a su padre, quien para tranquilizarla ante tan desmedida emoción le dijo:

–¡Querida Esperanza, seguro que lo habrás visto en algún documental de la tele! Lo anuncian mucho.

–¡No papá! Yo ya he estado aquí, solo que fue mucho tiempo atrás, y el lugar no estaba así. Ven, fíjate en esa habitación que era mi preferida; recuerdo que había un gran disco dorado con una cara entre persona, gatito y serpiente colgando del muro.

Esperanza llevó de la mano casi arrastrando a su padre hasta un impresionante cuarto de paredes inclinadas y hornacinas trapezoidales, donde casi quinientos años atrás realmente había estado colgado el gran disco solar de los incas.

–¡No hay nada aquí pequeña! Los conquistadores europeos vinieron y arrasaron con todo.

–¡No papá, nos aseguramos de que aquellos hombres extranjeros con armaduras no lo destruyeran! Nuestros sacerdotes encontraron a un hombre bueno entre ellos, que aunque sea difícil de creer, los ayudó para sacar el disco de noche a través de un túnel.

»¡Ven, te voy a enseñar donde estaba ese túnel!

–¡Esperanza! ¿Dónde vas? ¡No corras hija que estamos a mucha altura!

Como si estuviese poseída, la niña fue de un muro a otro tocándolos y recorriéndolos con sus pequeños dedos, con ansiedad y cierta desesperación, como queriendo reconocer y precisar el lugar exacto.

–¡Estas piedras no deberían estar aquí! ¡Alguien las movió!

De pronto, algo confundida, localizó a poca distancia una puerta de madera y, empujándola, entró en el interior de la iglesia anexa al convento. Era la Iglesia de Santo Domingo, que junto con el claustro fueron construidos por la orden religiosa de los dominicos sobre las ruinas del más importante lugar de culto de los incas, el Templo del Sol. Por aquel entonces desarmaron muchos de sus hermoso muros para acondicionar las nuevas instalaciones y edificios coloniales.

Dentro de la iglesia se respiraba paz y se percibía el olor del incienso, así como el sebo de las innumerables velas fundidas en sus metálicos y vetustos soportes. Se estaban haciendo los preparativos para la celebración de la misa. La gente llegaba poco a poco y se colocaba ordenadamente en las centenarias bancadas de madera oscura. Sin pensarlo demasiado, la niña se fue rauda por un lateral, amparada por los pétreos muros, y se acercó al altar, aprovechando que el sacristán, que era un hombre joven, se había retirado a la sacristía.

Sin que la vieran, la pequeña se deslizó arrastrándose por detrás de la meza del altar hallando en el suelo –como si supiese lo que iba a encontrar– una portezuela de madera de tapa muy grande, que era una entrada a unas catacumbas. Contenta por el hallazgo se incorporó y gritó llamando a su padre que ya había entrado a la iglesia:

–¡Papá! ¡Mira!... ¡La encontré! ¡Aquí esta la entrada del túnel por donde mi gente se llevó el disco!

En ese momento alguien la agarró por los hombros, zarandeándola y reprendiéndola hoscamente en un castellano cargado de marcado acento peninsular.

–¿Qué haces aquí niña? Este no es lugar para jugar ¿Dónde están tus padres?

Era el sacerdote que la había visto acercarse desde la sacristía. Pensaba molesto que la pequeña estaba jugando en el lugar sagrado.

El clérigo era un hombre alto de origen ibérico, casi calvo, como de unos setenta años, delgado y con gafas.

–¡Es que yo…!

No atinó a decir mucho la niña cuando su padre se acercó presuroso y se disculpó.

–¡Lo siento Padre!... Le puedo asegurar que mi hija no es traviesa, solo que le gusta explorar. Y esta vez se ha extralimitado.

–¡Así que una exploradora, eh! ¿Qué edad tienes?

–¡Seis años cumplidos Padre!

–¿Y qué estabas buscando pequeña?

–¡El túnel por el que se escaparon los incas llevando parte de sus tesoros!

–¿Cómo sabes tú que esta es la entrada de la chinkana18 por donde la gente indígena huyó hace quinientos años?

–Cuando entré al Coricancha sentí que yo ya había estado aquí antes, pero en otro tiempo. Y, aunque no me crea, sentí que yo fui parte de la gente que huyó entonces.

–¡Lo siento nuevamente Padre! Mi hija es también bastante imaginativa. Debe ser la edad… ¡Mejor nos vamos!

Y cogiendo del brazo a la niña, don José, visiblemente mortificado y avergonzado, la llevó fuera de la Iglesia, saliendo al patio del convento.

–¡Esperanza por favor! ¿Qué te ocurre? ¿Qué estás diciendo? Debes controlar tu imaginación.

–¡Pero es cierto papá! No es mi imaginación. Yo ya he estado aquí antes. Fue hace mucho tiempo, solo que entonces yo era un hombre joven y la gente me obedecía. Todos estaban pendientes de mis órdenes y yo sabía que debía actuar rápido porque no había tiempo.

–¿Tiempo para qué?

–¡Para sobrevivir rescatando lo más valioso y sagrado papá!

–¿El oro? Los conquistadores se lo llevaron de aquí a toneladas.

–¡No!... ¡El oro no! Entonces la gente creía que el oro eran el sudor y las lágrimas del Sol. Lo que había que salvar primero era el conocimiento. El segundo paso era salvar el gran disco dorado. No nos lo pudimos llevar de inmediato.

–A ver, a ver… según tú, ¿qué era ese gran disco dorado?

–Era una máquina mágica. Si cantabas delante de ella la palabra correcta, vibraba como si fueran las campanitas que mamá tiene en el jardín de casa, funcionando también como un espejo mágico por el que podías mirar y viajar a través del tiempo y a otros mundos. Ese disco tuvo originalmente doce discos más pequeños que debían ser superpuestos sobre el principal; entonces, en el momento preciso, cuando una luz superior de un Sol más grande que el nuestro llegara a nuestro mundo, toda la Tierra viajaría por el tiempo y el espacio.

–¡Jajá! ¡Pero qué imaginación tienes hija! Seguro que tu madre te ha contado el cuento del Ali Babá y los Cuarenta Ladrones, donde se habla de «Ábrete Sésamo» y lo has mezclado en tu imaginación con otros cuentos como Alicia y el espejo mágico… ¡Además, la Tierra ya viaja por el espacio!

»¿Sabías tú que lo hace a 29,8 km por segundo de forma elíptica alrededor del Sol? Son 107.208 kilómetros por hora, 87 veces más rápido que el sonido. Y ni siquiera sentimos que nos movemos. Y toda nuestra galaxia, La Vía Láctea, se mueve a su vez en su órbita a la vertiginosa velocidad de 965.000 kilómetros por hora arrastrándonos.

–¡Esto que te digo es cierto papá, no me lo he inventado! El gran disco fue llevado a la selva y guardado allí!

–Y ¿por qué, como dices tú, no se pudieron llevar el disco de inmediato durante su huida?

–Porque eso protegió nuestra huida. Si nos lo hubiésemos llevado de inmediato la gente de mi hermano habría asesinado a los sacerdotes. Además estaba en uso papá. Se usó para que los sacerdotes pudiesen precisar la locación de los discos menores. No se podía interrumpir su funcionamiento.

–¿Y entonces dónde se supone que están los otros discos más pequeños Esperanza?

–Repartidos por todo el mundo, a la espera de que alguien los haga vibrar y queden conectados desde allí abriendo entre todos la puerta papá.

–Suponiendo que así fuera, ¿por qué no se mantuvieron con el disco mayor?

–Cuando el disco principal fue traído aquí por la gente del cielo, los discos menores fueron enviados y repartidos por los lugares de mayor luz y energía del planeta para asegurar el equilibrio planetario. ¡Están donde deben estar, protegidos en la actualidad por hombres y mujeres sabios!

–Si era tan útil ese disco y permitía viajar por el Universo, ¿por qué no huyeron por allí los incas?

–¡No se podía usar como portal si no estaba completo! Únicamente servía para ver a través de él ciertas cosas. Solo llegado el momento adecuado, cuando muchas cosas coincidieran y todas estuviesen vibrando armónicamente, estaría completo y serviría para que todo nuestro mundo pasase a otra realidad. Además, ¡porque no podíamos dejar el disco detrás nuestro papá! Llegaría el tiempo en que se abriría y por tanto habría sido peligroso abandonar el portal abierto para que cualquiera lo cruzara.

–¡Sabes que para ser tan pequeña tienes una imaginación muy prolífica! Me has dejado sorprendido. No parecen tonterías las cosas que dices. Pero trata de no hablar tanto delante de extraños que nos puedes meter en problemas. ¿Viste la cara del sacerdote? Le has dejado muy extrañado.

Del Coricancha padre e hija se fueron caminando por la calle Pampa del Castillo, que se encuentra en la zona de Pucamarca, que es una gran manzana que engloba la calle Maruri, Pampa del Castillo, la Plazoleta de Santo Domingo y la calle Romeritos. Siguieron en dirección a la Plaza de Armas de la ciudad, avanzando por la imponente calle Loreto o Inti Kijllu, flanqueada por altos y vigorosos muros de piedra de antiguos palacios y templos incas. Esta calle, que es una joya de la arquitectura inca, desemboca en la Plaza de Armas o Plaza de Huacaypata o también llamada de las Plegarias, y, que por su grado de conservación, te transporta fácilmente en el tiempo.

Mientras iban avanzando, la emoción se desbordaba en la niña, hasta tal punto que se detuvo y abrazó el largo muro del lado izquierdo que era diferente en su manufactura del otro que estaba al lado derecho –más imponente–, como si fuese el reencuentro con un viejo y entrañable amigo. Entonces, recuperando el aliento, le dijo a su progenitor:

–¡Fíjate papá! ¡Todo este muro era parte de un palacio muy importante!... ¡Esta era la casa de mi familia!... ¡Aquí viví yo! Pero ahora está en ruinas, desolado y abandonado.

La niña acariciaba el muro como si fuese un ser vivo que le hablaba, conmoviendo a su padre que no sabía qué decirle.

Esperanza avanzó un poco más ante la mirada extrañada de don José, cuando localizó una improvisada puerta abierta violentamente en la pared, que había fracturado la piedra. A través de ella pudo apreciar como el espacio lo habían convertido en un corralón, donde guardaban mercadería los vendedores ambulantes. Se puso a llorar desconsoladamente abrazando a su padre. Él, bastante confundido, trataba de consolarla.

–¡Calma Esperancita, es solo un edificio antiguo! ¡No es para tanto! Tienes que calmarte, estás llevando esto muy lejos. A ver, si este era el edificio donde vivió tu familia de otro tiempo, ¿que había aquí a la derecha?

Recuperándose de las lágrimas, la niña se soltó de los brazos de su padre y se acercó al otro muro y, después de tocarlo, se giró hacia él explicándole con calma y seguridad:

–Aquí juntaban a todas las princesas del reino y a las chicas más bellas e inteligentes; las preparaban para ser las esposas del Inca y de los nobles. Algunas que no eran tan bonitas o no tenían suerte se quedaban solas haciendo ropita y todo tipo de cositas para los templos y para el Inca.

»En ese tiempo yo era hombre, un joven delgado y muy guapo y me había enamorado de una de esas jóvenes, que era una princesa de un pueblo muy alejado, que había sido enviada para educarse aquí.

–Si ella era una princesa, ¿tú eras un príncipe también? –dijo don José como interrogando a la niña.

–¡Así es! ¡Era un príncipe! Pero en nuestra casa había muchísimos príncipes, porque nuestro padre tenía muchas esposas –dijo la niña con aplomo y convencimiento.

De pronto la tristeza y la añoranza desaparecieron de su rostro y, tomando de la mano a su padre, le hizo seguir caminando. Él se quedó anonadado cuando corroboró que el edificio, actualmente un convento de clausura católico, anteriormente había sido el Acllahuasi o casa de las Vírgenes del Sol, en otras palabras, el «harén del Inca».

En ese momento vieron que, sentado en el suelo y apoyado en la pared, estaba un anciano indígena ciego tocando con gran sentimiento y arte una quena o flauta indígena. Esperanza se le acercó dejándole una limosna en su morralito, y aquel hombre, sintiendo la presencia de la niña, sonrió levantando la cabeza mostrando sus cuencas vacías en un rostro maltratado por la enfermedad, la edad, el sol y el frío.

–¡Yusulpayki warma! (gracias niña).

La niña se quedó mirándolo como tratando de entender lo que el anciano le había dicho. Sonriendo, se giró hacia su padre y le preguntó:

–Papá, ¿por qué este hombre está ciego?

–Probablemente haya nacido así o se haya quedado ciego por alguna enfermedad hijita.

–¿Y por qué habría nacido ciego?

–¡Quizás fue un problema genético hija, o una enfermedad de la madre mientras lo estaba gestando!

–¿Y por qué Dios permite eso?

–Bueno Esperanza, podría ser solo producto de la casualidad y el destino. A veces nos ocurren cosas que podrían ser consecuencia de muchas circunstancias nefastas y nada más. Hay quienes manejan estudios esotéricos que investigan sobre lo misterioso, que piensan que estas situaciones son producto de una ley universal llamada «causa y efecto». Para los que creen en la reencarnación –si es que existen vidas pasadas–, podría ser algo pendiente que traía la persona en cuanto a aprendizaje, o para corregir errores anteriores.

»Las religiones por su parte enseñan, según sus creencias, que todo cuanto nos ocurre en esta vida es por la Voluntad de Dios para el crecimiento del espíritu, para que aprendamos a amar, a ser solidarios unos con otros, o que es la consecuencia de nuestros actos. Los clérigos siempre terminan diciendo que nosotros no podemos entender los designios del Creador, y ahí se acaban sus explicaciones.

–Papá, ¿y por qué la gente no suele recordar quién fue en sus vidas anteriores?

–¡Esperancita, qué cosas dices y qué preguntas haces!

–¿Tú crees en las vidas pasadas papá? ¿Te parece justo que una persona venga a esta vida solo una vez y sin tener muchas oportunidades o ninguna? O, como este señor, ¿que sea cieguecito simplemente porque le tocó?

–Bueno, te diré que yo también creo que hay algo. No lo puedo negar, sino nada tendría sentido o sería injusto. Evidentemente venimos a aprender y es así como que el Universo se experimenta a sí mismo a través nuestro. Todos aprendemos de todo y de todos. Precisamente, en la actualidad se habla de la capacidad de trasmitir información genética a través del espacio, como si fueran señales de Internet, y que la información nos la podríamos estar pasando unos a otros en una fabulosa red de conexión mental y energética, ampliando así la experiencia y el aprendizaje de toda la Humanidad. Pero eso no está demostrado aún.

»Por otro lado hay quienes consideran que sí existe la reencarnación como manifestación de la inmortalidad del alma y el espíritu; y que las continuas existencias serían como un colegio en donde uno va pasando de un grado a otro. El paso de una vida a otra sería como un largo peregrinaje en una aventura de crecimiento. Y como en toda escuela, hay quienes se demoran más y otros menos para completar el aprendizaje. Así irías del jardín de infancia a primaria, de primaria a secundaria, de allí a la universidad, seguirías con una licenciatura, luego un doctorado, y así, sucesivamente, evolucionando en conciencia para enseñar o supervisar el aprendizaje de otros. Según esta teoría, en una vida serías hombre y en otra mujer, en una pobre y en otra rico, en una sano, en otra enfermo; en una de esas existencias tendrías todas las posibilidades y oportunidades mientras que en otras no tendría ninguna. En una existencia vivirías una larga vida, mientras que en otra esta sería muy corta.

–¡Ves, por eso recuerdo haber vivido aquí y haber sido en otra vida otra persona! ¿Pero por qué no todos recuerdan qué fueron antes y todo lo que vivieron?

–¡Porque no podrían vivir dos vidas a la vez querida Esperanza! Imagínate tú qué pasaría si una persona no preparada supiera que en otra vida tuvo otro sexo, otra familia o que lo asesinaron. No podría desenvolverse en paz en la presente haciendo cosas nuevas o procurando corregir los errores anteriores.

»Solo podrían recordar aquellas personas que tienen la madurez y el grado de avance necesarios para convivir con ese conocimiento.

–¿Y para qué serviría todo eso papá?

–¡Es una teoría Esperanza! No hay nada demostrado, pero, como te decía, serviría para que las almas de las personas se perfeccionaran y fueran más buenas, compasivas y misericordiosas, más conscientes y responsables, en fin más sabias, porque no sabrías cuando te tocaría a ti pasar por las mismas necesidades.

»Y también podrías aprender de los demás sin tener que vivir directamente tal o cual experiencia de vida.

–Si yo no hubiese venido contigo probablemente no hubiese recordado nunca todas estas cosas papá.

–¡Sabes Esperanza, no es seguro que lo que crees que estás recordando sea cierto! Podría ser tan solo el producto de tu imaginación estimulada por el lugar.

–¿Qué pasaría si llegara a recordar toda la vida de ese príncipe papá?

–Como te dije, si recordaras todo permanentemente, eso sería un laberinto de sentimientos y emociones. Los recuerdos podrían confundirte y desequilibrarte. Además, supuestamente cuando te mueres, tu personalidad anterior muere con tu cuerpo y en cada vida tienes una personalidad diferente. Serías como un actor de una obra teatral: el actor siempre sería el mismo, y lo que variarían serían los papeles que tiene que caracterizar en una obra u otra.

–Pero te quedaría todo lo que aprendiste papá. Sino no serviría para nada. ¿Cómo pude saber lo de la entrada al subterráneo, lo del disco solar y donde estuvo ubicado? Además, ya viste lo de la casa y lo del convento de las princesas.

–No sé de dónde sacas todas esas cosas, pero a lo mejor alguien te lo enseñó o lo viste en la televisión y no te acuerdas de quién lo sembró en tu cabecita inquieta.

–¡No papá! No me lo estoy imaginando, lo estoy sintiendo y recordando.

De regreso al hotel, mientras don José llamaba por teléfono a su mujer a Lima, Esperanza se sentó al lado de la ventana. Se encontraba mirando hacia la calle desde el segundo piso donde estaba la habitación. Veía los techos de tejas rojas artesanales que se multiplicaban en la distancia, intercalados con algunos techos de calamina de zinc. Con esa visión su mente la transportaba a otro tiempo donde todos los techos eran de paja, antisísmicos y bien tejidos para escurrir la lluvia y el granizo.

El padre puso entonces a la niña al auricular con el altavoz para que escuchara y saludara a su madre por teléfono, por lo que ella aprovechó para contarle con gran entusiasmo todo lo que habían visto y los lugares que habían conocido, pero sin hacer demasiado énfasis en sus extraños y profundos recuerdos.

Los siguientes días, don José, aprovechó para llevar a la niña a que conociera primero el Colcampata o palacio de Manco Cápac, fundador del imperio inca. De este palacio, situado a mitad de un cerro cercano, queda muy poco; algunos muros y una entrada de piedra con parte de un finísimo muro.

En el lugar el padre aprovechó para contarle a su hija la historia de los cuatro linajes que poblaron Cuzco según la leyenda de los hermanos Ayar, que eran cuatro hermanos con sus respectivas esposas que, después de un terrible diluvio que asoló la Tierra, salieron de la zona de Pacaritambo, de una montaña llamada Tampu Tocco localizada al Noroeste de Cuzco llevando el conocimiento necesario para reorganizar a la Humanidad en torno al maíz por encargo del dios Ticci Viracocha, el supremo creador del Universo.

El lugar de donde salieron tenía tres cuevas o ventanas; la principal y central era Capac Tocco, de donde partieron las cuatro parejas acompañadas de diez familias o ayllus.

Ellos eran Ayar Manco y su mujer Mama Ocllo; Ayar Cachi y su mujer Mama Cora; Ayar Uchu y su mujer Mama Rahua y, finalmente, Ayar Auca y su mujer Mama Huaco. Cada uno de ellos tenía condiciones singulares como para guiar al grupo, desde virtudes y cualidades, hasta poderes, capacidades y habilidades especiales.

Pero entre ellos rápidamente surgió la envidia a la fuerza y la destreza que tenía Ayar Cachi, que era el más diestro y fuerte de todos ellos, así que, temiendo que más adelante se les impusiera, conspiraron contra él buscando acabar con su vida y para ello urdieron un plan: engañarlo y enviarlo de regreso a la Cueva de Capac Tocco a por provisiones. Una vez entró en el cerro de donde habían salido, cerraron la entrada del túnel detrás de él con grandes piedras, dejándolo atrapado.

Los demás hermanos y sus familias –sin dejar espacio para el remordimiento y buscando justificar lo injustificable– siguieron camino llegando a un cerro principal llamado Huanacaure, donde encontraron una gran piedra sagrada a manera de ídolo que ya en aquel entonces era objeto de veneración. Allí, Ayar Uchu, que era el más místico y religioso de los cuatro, capaz de conectarse con la naturaleza –aunque también había guardado silencio ante la injusticia cometida contra su hermano– cometió el error de adelantarse pisando el suelo sagrado sin haber pedido permiso antes, y por haber actuado irrespetuosamente con el lugar, quedó instantáneamente convertido en piedra.

Todos quedaron conmovidos por la pérdida, considerando que podría ser un castigo por el daño que habían causado a su hermano Ayar Cachi. Entonces, arrepentidos, se procuraron una purificación que los librara de semejante culpa, por lo que después de hacer ayunos y oración, rindieron homenaje al hermano abandonado, siguiendo camino después hacia la Pampa del Sol. En ese otro lugar, Ayar Auca, mano derecha de Ayar Manco, se adelantó para explorar. Vestía una ropa que incluía plumas de guacamayo y mantenía una fuerte conexión con los espíritus de los ancestros, quienes en determinados momentos le expresaban su voluntad. De pronto e inexplicablemente sufrió una extraña metamorfosis. Le salieron alas con las cuales amplió su capacidad de exploración ayudando con ello a todo el grupo con informaciones valiosas. Pero al descender también se convirtió en piedra.

Recordaron que habían hecho morir al primer hermano con piedras y ahora todos estaban sufriendo esa misteriosa maldición, lo cual terminó de angustiar al único hermano que había sobrevivido de los cuatro, consciente de que los rituales de expiación no habían sido suficientes. Ayar Manco, que era el mayor, el más astuto y sabio, dirigió entonces nuevos rituales pidiendo perdón con sincero arrepentimiento a los dioses y a su hermano abandonado, con ayunos más intensos y baños rituales. El ambiente cambió y las energías se sintieron más benéficas, por lo que Manco logró llegar al valle de Cuzco donde halló tierra fértil y ríos que lo regaban todo. Allí logró hundir su bastón ceremonial que había recibido del dios Ticci Viracocha, que serviría para detectar el lugar elegido.

Ayar Manco llevaba consigo, como compañero y guardián, una especie de halcón llamado Indi a quien todos temían y veneraban. Este halcón era enviado por delante para advertir de cualquier peligro.

–¡Qué terrible que sus hermanos le hicieran eso a Ayar Cachi! ¡Por eso les pasó lo que les pasó a Ayar Uchu y Ayar Auca!

–¡Es solo una leyenda Esperancita!

»Probablemente la verdadera historia fue que las tribus quechuas, en su avance hacia la conquista del Valle de Cuzco, se pelearon entre sí. Los cuatro hermanos representaban a cuatro tribus o clanes: los mara, los tampus, los mascas y los chilkes, que procedían del Sur del Valle del Apurimac, de tal manera que la tribu más aguerrida y sabia, que era la de los mascas, se impuso a las demás.

–¡A mí me da pena el pobre Ayar Cachi!

»¡Háblame papá de cómo eran las esposas de los cuatro hermanos!

–Está bien, eso también es muy importante, porque el hombre no puede lograr gran cosa en la vida si no tiene a su lado a una buena compañera. La energía femenina siempre es trascendental en toda gesta heroica.

»Pues dice la leyenda que Mama Ocllo, la esposa de Ayar Manco era una mujer alta, delgada pero fuerte. Ella procuraba mostrarse tierna como madre de todos, aunque cuando tenía que ser justa era severa. Era muy sabía e intuitiva, y siempre procuraba adelantarse al peligro y a las amenazas. Además, dicen que con su espíritu de madre atraía y amansaba a las fieras salvajes. Representaba la energía femenina en su versión de madre, esposa y chamana capaz de conectar con la naturaleza y proteger la estructura de la familia. Como imagen del hogar y la familia era como la diosa Hera de los griegos.

»Mama Rawa, esposa de Ayar Auca, era de estatura más baja y gruesa, pero alegre y laboriosa. Sabía tejer y era una gran música. Ella enseñó a la gente a guardar la memoria a través de los telares, perfeccionando los colores, los diseños y codificando los símbolos. Con los telares ella cantaba y reproducía las historias. Representaba el espíritu sensible y artístico de la mujer, además de la sabiduría de quien valora la memoria y la Historia, haciéndola accesible a los demás.

»Mama Cora, esposa de Ayar Uchu, de mediana altura y algo gordita, era como una anciana llena de sabiduría. Ella era la herbolaria, la que había descubierto y aprendido el secreto de las plantas medicinales. Sabía comunicarse con los elementos de la naturaleza y usar su fuerza y consejo para sanar y resolver cualquier situación.

»Mama Huaco era una mujer fuerte, de hermosa presencia. Esposa de Ayar Cachi, asumió con resignación y valor la injusticia cometida contra su esposo así como su pérdida, encargándose después de estimular en los niños el arte de guerrear con valores que respetaran la vida. Ella era como la Atenea griega, maestra y guerrera.

–¡Me hubiese gustado conocer a esas cuatro mujeres! Debieron ser estupendas –dijo Esperanza con una gran sonrisa en el rostro.

De allí siguieron hacia la fortaleza-templo de Sacsayhuaman o la Colina del Halcón, situada unos dos kilómetros al Norte de la ciudad de Cuzco. Avanzaron hasta colocarse en la explanada que queda delante de las gigantescas murallas.

–Mira hija, lo que fueron capaces de construir nuestros antepasados. Es la llamada fortaleza de Sacsayhuaman.

»Se dice que fue el noveno Inca, llamado Pachacutec, quien empezó a construir esta fortaleza ceremonial, que vendría a ser la cabeza del gran puma que formaba el plano de la ciudad original. Quien siguió la construcción fue el Inca Tupac Yupanqui, terminándose en el tiempo del Inca Huayna Cápac.

–Pero, ¿era una fortaleza papá? Yo sé que no. Las veces que estuve aquí había grandes ceremonias en las que se adoraba al Sol.

–Bueno, sí, realmente era un templo gigantesco dedicado al Sol, pero también a los tres mundos, al arcoíris, al rayo y al agua. Y fue utilizado eventualmente como fortaleza.

–Pero al rayo bueno papá, a aquel que trae la lluvia. No al rayo malo que acompaña la llegada del granizo.

–Bueno hijita, así debe haber sido… En el mundo andino, el cielo o lo espiritual se identificaba con el cóndor o las aves; la Tierra o el mundo de aquí, que era lo material, con el puma; y el inframundo, o el mundo de abajo (subterráneo), lo oculto y hasta lo muerto se representaba con la serpiente.

–Me da pena papá como está este lugar; no se parece a lo que yo recordaba.

–Querida Esperanza, así es el paso del tiempo y la indiferencia e ignorancia de la gente que no supieron valorar lo que tenían. Pero aunque dicen que en el lugar solo queda el veinte por ciento de lo que hubo, por lo menos quedan parte de sus espectaculares y gigantescas murallas ciclópeas, dispuestas en tres grandes terrazas, con tres grandes puertas y los restos o cimientos de tres grandes torres en la parte alta. La mayor era la torre de Muyucmarka, que originalmente tenía entre quince y veinte metros de altura.

En ese momento la niña le dijo al padre algo que le dejó anonadado:

–¿Sabías papá que estas piedras y edificios ya estaban aquí antes de los incas?

»¡Sí, ellos encontraron muchas de las cosas ya hechas de antes!

–¿De antes de cuándo Esperanza?

–¡De un pueblo anterior muy sabio y poderoso que lo dejó papá!

–¿Y cómo las pusieron Esperanza?

–Eran muy organizados y fuertes, pero también fueron capaces de levantarlas con sus mentes y con plantas de la selva que les quitaban el peso a las piedras, aunque todo eso se ha olvidado. ¡Qué pena no! Tanto poder y conocimiento se perdió.

Naturalmente el padre consideró que era mejor seguirle la corriente a la niña, ya que en la escuela le organizarían después las ideas y le aportarían los datos que él consideraba reales o académicamente establecidos por los investigadores.

Después de andar por las distintas terrazas de Sacsayhuaman siguieron camino hacia el rodadero y el trono del Inca, situado en un cerro de piedra frente al monumento. Allí había lugares tallados en roca diorita, que es de las piedras más duras. Los cortes se habían hecho con gran perfección y formas muy peculiares. En el trono del Inca, que son unas terrazas finalmente talladas en forma de escalera, la niña se sentó al lado de su padre, gozando de la vista completa de todo el complejo de Sacsayhuaman. La niña, con los codos apoyados en sus piernas, puso las manos sujetando su rostro, mientras suspiraba una y otra vez.

–¿Por qué tanto suspiro linda? –preguntó el padre.

–¡Estaba pensando y recordando…!

–¿Más recuerdos hijita?

–¡Sí!... Me están llegando muchas cosas a la cabeza… En el Coricancha te mostré el túnel por donde nos escapamos y por donde después se trajo el gran disco de oro. Pues el túnel nos trajo por aquí. Bueno… un poquito más allá.

–Pero que todo esto no te entristezca Esperanza. Si realmente ocurrió, ya pasó y seguro que fue para bien.

–¡Sí! ¡Pero cuanto dolor hubo aquí!… Fue terrible, la gente sufrió mucho.

–Ven hija, te voy a llevar a un lugar que te va a animar, es el rodadero. Ahí suelen venir los niños de Cuzco para deslizarse por él como un tobogán. Es muy divertido.

»Es una formación de piedra caliza suave que baja desde lo alto de la colina. ¡Dame la mano y vayamos!

Estuvieron largo rato jugando en el lugar. Esperanza, incansable, subía una y otra vez a lo alto de la colina para bajar a gran velocidad por el tobogán natural de piedra pulida, mientras el padre la esperaba abajo para detenerla cuando llegaba porque descendía a gran velocidad.

En una de esas en que subía, la niña observó a la distancia un gigantesco círculo de piedra colocada a manera de anfiteatro y dejó de jugar para bajar y pedirle a su padre ir allí.

Recorrieron aquel caos de piedras rotas y restos de edificios saqueados. Se veía que ella buscaba algo afanosamente.

–¿Qué buscas hija?

–¿Ves este gran círculo de piedra en el suelo papá?

–¡Sí!, espérate que en este pequeño mapa turístico que llevo conmigo miro nuestra ubicación: es el llamado sector Sushuna. ¿Qué tiene?

–Era una laguna artificial donde los sacerdotes venían a hacer sus ceremonias. Era como un gran espejo u observatorio donde se reflejaban el Sol y las estrellas. Lo usaban de día y de noche.

La niña iba empujando a su padre llevándolo por hendiduras y túneles que se multiplicaban en los alrededores.

–¡Despacio hija que estamos a 3.800 metros sobre el nivel del mar! Además, no he traído linterna para las cuevas.

–Así como ves estos túneles que parecen serpientes papá, hay cerca de aquí unos más grandes y espaciosos por donde nos movilizamos hace mucho tiempo con muchos guerreros, algunos sacerdotes y jóvenes mujeres huyendo de la ciudad. Nos íbamos a la selva y no había retorno.

–¿Sabías en ese momento que nunca más volverías en esa vida a ver esto? –preguntó el padre como queriendo sonsacarle pensamientos más profundos a la niña.

–¡Sí papá! Sabía que lo que hacía no tenía vuelta atrás. Y todas y cada una de las personas que me acompañaron por aquel entonces, lo sabían también. Íbamos en una procesión donde muchos hombres y mujeres lloraban y gemían desconsolados. Yo tenía de vez en cuando que detenerme y consolarlos arengándolos y diciéndoles que habría tiempos mejores.

–A veces hija usas palabras que no me imagino de dónde las has sacado. Y lo más extraño es que sabes utilizarlas. Hay momentos en que detrás de tu voz infantil escucho a una anciana o a un anciano. Pero no crezcas tan rápido, que me haces sentir viejo antes de tiempo.

Desde Sacsayhuaman tomaron un taxi que los llevó al santuario de Qénqo o adoratorio en zigzag del puma y de la serpiente, situado a poca distancia de donde estaban. En aquel lugar, detrás de un bosque de eucaliptos se encuentran gigantescas rocas de piedra caliza que han sido trabajadas. Una de ellas está separada del cuerpo principal de roca y ha sido colocada en medio de un pequeño anfiteatro semicircular sobre una base cuadrada de piedras de granito gris y andesita. En su momento, antes de haber sido atacada por los saqueadores de ídolos en el siglo XVI y XVII, aquella piedra debió haber representado a un puma.

–¿Quién fue esa gente que rompió todas las estatuas papá, si todo era tan bello?

–Era gente religiosa pero ignorante y muy intolerante, que no sabía respetar el arte y la cultura de otros pueblos. Quizás lo hacían por miedo a lo que desconocían.

»Atrás, como has visto, está la piedra principal. ¿Qué te parece si la exploramos? Es de una sola pieza, por eso se le llama monolítica. Es de piedra caliza y reproduce una maqueta de grandes proporciones con esculturas de animales, canales para el flujo de agua o de la sangre de los sacrificios. Todo el lugar es laberíntico, de manera que, alrededor y debajo está lleno de corredores, túneles y santuarios subterráneos.

Cuando menos lo pensó don José, Esperanza ya se había escabullido. Él se puso a perseguir a la niña que trepaba y se encaramaba por las partes altas como si reconociera el sitio de siempre. Se veía que se divertía y disfrutaba encontrando la entrada y la salida de los túneles y pasadizos del insólito lugar. Después de un rato ella le había dado la vuelta completa al complejo, viendo por detrás del mismo unas escaleras de piedra que descendían a una profunda oquedad. Sin temor alguno, aquella niña pequeña se fue acercando a esa caverna, entrando en la antesala de un salón excavado bajo la inmensa roca. De pronto se detuvo y se quedó mirando largo rato hacia la oscuridad, hasta que sus ojos se acostumbraron a la penumbra. Luego se decidió a avanzar entrando despacio en aquel misterioso recinto que poco a poco empezó a reconocer. Localizó entonces dos mesas de piedra finamente talladas en el mismo cuerpo de la roca, una a la izquierda y otra a la derecha. Sintió el impulso de colocar sus manos en una de ellas para sentir todo lo que se encontraba impregnado en aquel lugar. A la vez se quedó esperando a su padre.

Cuando don José llegó hasta allí le dijo:

–¡Ay hija, no corras tanto que no te puedo seguir! ¡Se me sale el alma! Creí que te habías perdido.

–No papá, no me había perdido… Justo ahora empiezo a encontrarme… ¿Escuchas?... –la niña agachó la cabeza y se reclinó hasta posar su oreja sobre la piedra.

–¿Qué?... ¿Qué estás escuchando pequeña?

–Si prestamos atención, la piedra habla y nos cuenta su historia, y hasta podría escuchar mi voz de otro tiempo entre las muchas voces que están grabadas aquí. Pero la voz que tenía antes.

–¿Y qué dicen esas voces hija?

–Son como murmullos… Hay de todo. Cosas alegres y cosas tristes… Se escuchan también cantos. Son como plegarias.

–En este lugar se ve que dejaban ofrendas y hacían sacrificios hijita.

–¡Sí papá, así era! Pero por aquel entonces la gente sacrificaba lo que más amaba y lo que le era útil, no lo que le sobraba. Y no lo hacía todo el tiempo, porque la mejor ofrenda era su trabajo y el amor con el que se comportaban para con ellos mismos, sus familias, la gente y los animales.

–¡Sí, es una pena que todo ello se perdiera querida Esperanza!

–Todo vuelve Papá; así como el Sol vuelve a aparecer por el mismo lugar cada cierto tiempo, todo vuelve y se repite, aunque mejorado y corregido.

–Para ser una niña tan pequeña, haces unas reflexiones tan profundas que me sorprenden y hasta me asustan. Algún día serás una gran escritora y deleitaras a tus lectores con tus hermosos planteamientos y una imaginación tan prolífica.

–No todo es imaginación en la mente de un niño papá, hay muchas cosas que son recuerdos reales y verdaderos. A nuestra edad aún no hemos tenido tiempo de olvidarlo todo. Y también hay otras cosas que vemos y sentimos que los adultos ya han olvidado.

De Qenqo siguieron camino a Puka Pukara o «fortaleza roja», llamada así por el color de sus piedras. Era una pequeña fortaleza ubicada sobre un risco en una posición estratégica, cuidando la entrada al valle.

–¿Te has fijado Esperanza en lo bonito que es este monumento? Es un pucará o pequeña fortaleza construida a modo de puesto de vigilancia. De estos edificios militares había miles a lo largo del imperio incaico.

–¡Aquí perdí a un amigo papá! Me enteré tiempo después de que en este preciso lugar murió un joven que había sido mi amigo desde la infancia. Él también era noble, y actuó como capitán defendiendo este sitio. Lo mataron los guerreros de las tribus del Norte que acompañaron a los invasores europeos.

–Bueno, sigamos el recorrido hija. No quiero que estos lugares te depriman.

–No puedo evitarlo papá, esto es muy intenso para mí. Pero aunque no lo creas lo estoy disfrutando mucho.

El recorrido continuó en el Santuario del Agua o Tambomachay. La niña no cabía de gozo en el lugar, y saboreaba enormemente el poder explorar de un lado a otro, subiendo y bajando las distintas terrazas como si fuese una cabra. En aquel lugar sagrado dedicado a las fuentes de agua, ella metía sus manitas en el chorro de agua y, dirigiéndose al Sol, lanzaba gotas de agua al aire como purificando el ambiente. En la parte alta de aquel sitio había como unas gigantescas hornacinas colocadas a modo de puertas simuladas o ciegas. Hasta allí se encaramó la niña gritándole al padre:

–¡Papá, mira a donde he llegado!

–¡Sí hija, pero no te agites mucho! Recuerda que en esta parte estamos más alto todavía y eso te puede afectar.

–¿Te das cuenta papá de que aquí hay las mismas puertas ciegas que al pie del Colcampata?

–¡Así es hija! Eres una buena observadora. Probablemente estas puertas fueron hechas para colocar delante ídolos, o como entradas simbólicas a otra realidad.

–¡Sí papá, para eso eran! La gente se ponía aquí y oraba, cantaba palabras mágicas que los transportaban a otros mundos y realidades.

–¡Bueno hija! ¡Si tú lo dices!

–Ven tú aquí papá y acompáñame. –El padre, después de pensarlo mucho, subió por las escaleras de piedra a una terraza rodeada de muros de piedras inmensas.

–¡Ya estoy aquí hija! ¿Y ahora qué?

–Ahora entra por la puerta ciega y pon tus manos y tu frente en el muro. Escucha lo que la piedra te dice y después canta algo.

–¿Algo como qué?

–¡Quizás una palabra inca! Ya no me acuerdo la palabra secreta que sabía por aquel entonces papá. Tú hazlo por favor.

–¡Esta bien!... ¡Lo que hay que hacer por los hijos!

Don José hizo lo que la niña le pedía, y de pronto comenzó a ver en su imaginación como se abría un túnel con una luz al final del mismo y se multiplicaban los murmullos de otro tiempo. Fue tan intenso que se retiró sorpresivamente del muro, como no queriendo reconocer delante de la niña que había tenido una extraña visión.

–¡Vámonos hija, se está haciendo tarde!

Bajaron juntos de las terrazas y se dirigieron al taxi que les había estado aguardando y regresaron a Cuzco.


Al siguiente día fueron con un tour a la bellísima población cercana a Cuzco de Chincheros, un pueblo suspendido en el tiempo, donde si bien es cierto que se aprecia la superposición de las culturas, la europea sobre la andina, no es difícil imaginarse a la población en tiempos de los incas pues el patrón urbanístico de la población se ha mantenido. Si uno se fija con detenimiento, en los muros de las terrazas o andenes aparecen formas diversas, entre ellas una serpiente y en otra parte hasta un cáliz.

Cuando caminaban por las calles subiendo unas escaleras, la niña se percató de que los escalones estaban llenos de petroglifos, grabados en la roca con forma de espirales a modo de serpientes.

–¿Te has fijado papá en estas figuritas que hay en las piedras?

–¡No, no me había dado cuenta hasta ahora que me lo has hecho ver!

»Son petroglifos como espirales, símbolos de evolución y movimiento de la energía. Probablemente eran parte de un templo inca que fue desmantelado y las piedras de sus altares vinieron a parar aquí.

Padre e hija terminaron de subir la escalera y llegaron a una plaza, al final de la cual había una iglesia de paredes blancas. Estaban entrando en ella cuando una anciana de pequeña estatura que llevaba en su espalda un pesado morral de tela multicolor, se acercó hasta la puerta y tomándole la mano a la niña le dijo:

–¡Kutimunki, chayanpuy!

–Disculpe señora, no entendemos el quechua –le aclaró don José a la viejecita.

–La señora no le estaba hablando a usted, sino a la niña –dijo el sacristán que se asomó a la puerta. Era un hombre bajo y mestizo de unos cuarenta años.

–¿Y qué significa lo que le ha dicho a mi hija?

–Dijo: «Retornaste, volviste viajero ausente».

–¿Y a qué se refiere?

–La señora cree que la niña es alguien especial que según su tradición tenía que volver.

Esperanza solo atinó a sonreír a la viejecita y a abrazarla. Ella se puso muy contenta como si se hubiese cumplido el gran deseo de su vida.

En eso la anciana desató su morral y de él sacó cinco hojitas de la planta sagrada de la coca y las colocó en las manos de Esperanza como una ofrenda. Y, mirándola a los ojos, le dijo:

–Puedo ver en tus ojos mamita al gran guerrero y príncipe. Sí, en tus ojos veo tu alma, y en tu alma tu misión.

–¿Y cuál es mi misión abuelita?

–Vienes a recordarnos lo que perdimos y como volver a ser lo que éramos.

–Pero aún soy muy pequeña, y ahora soy mujer.

–¡Ya crecerás! Y este es el tiempo de la mujer. Cuando tengas la edad adecuada serás la llave que unirá lo antiguo con lo moderno, lo pasado con el presente y el futuro. Ahora con tu presencia me has consolado porque te he visto y sé que todo está muy cerca.

Don José no podía creer lo que estaba escuchando. La viejita besó la frente de Esperanza, armó su macuto que se colocó a la espalda y se marchó muy contenta.

Padre e hija vieron alejarse a la inusual anciana. Ante la insistencia del sacristán pasaron dentro de la iglesia decorada con murales y centenarias pinturas coloniales. Mientras avanzaban miraban todo, desde el techo, con sus impresionantes artesonados, hasta las paredes con murales, llegando hasta la primera banca situada frente a un repujado altar atiborrado de esculturas de santos. En ese momento el sacristán comentó:

–Sean bienvenidos. Esta iglesia es de 1607, y está dedicada a la virgen de Monserrat. Fue edificada sobre las bases de un antiguo palacio y un templo incas. Los murales son atribuidos a Diego Cusi Huaman y algunos de los cuadros que han visto en las paredes son del pintor indígena Francisco Chihuantito, de la escuela cusqueña, entre ellos el de la Virgen de Monserrat donde se puede apreciar a los ángeles aserrando una montaña.

–Disculpe que interrumpa su gentil explicación turística, pero ¿por qué la anciana enfatizó ahí afuera que mi hija en el futuro iba a ser una llave? –preguntó bastante confundido don José.

–¡No sé por qué pudo haber dicho eso la mamita! Pero lo de llave es un símbolo. En el mundo andino hay lugares que quedaron sellados después de la conquista y que son como «cápsulas de tiempo» que, llegado el momento, deberán ser abiertos para que fluya el conocimiento liberador que contienen. Y para abrir portales se requieren «llaves».

–¿Qué tienen o de qué tenemos que liberarnos?

–¡De la superstición y la ignorancia señor! No se confunda usted por verme aquí como sacristán de iglesia. Yo terminé de estudiar en la ciudad de Cuzco. Soy maestro titulado de escuela. Y tengo mi fe y mis creencias, pero sé en qué mundo vivo en la actualidad.

–Disculpe maestro, pero eso que mencionó sobre la ignorancia ¿es algo retórico o pragmático?

–El Universo funciona con una ley de gravedad que busca integrarlo todo y construir con las piezas la totalidad. Ese Universo está sujeto a ciclos. Nuestros antepasados eran gente muy pragmática y observadora: sabían que cada cierto tiempo todo se repite y las oportunidades vuelven.

»La mamita que saludó a su hija está convencida de que en ella vio el cumplimiento de un ciclo, una pieza que unirá a otras, por lo que de aquí a unos pocos años ocurrirá algo de aquello de que la unión hace la fuerza, y quizás en eso su hija tendrá mucho que decir y hacer.

–Bueno, muchas gracias señor, ha sido usted muy amable pero seguiremos nuestro recorrido solos.

Don José salió de la iglesia con Esperanza. Echaron una última mirada a la población de Chincheros para luego seguir camino al Valle Sagrado, pudiendo observar desde las alturas la belleza del río Urubamba o Willkamayo que discurre al fondo del pintoresco valle rodeado de nevados. Desde lo alto el río se ve formando meandros como si fuese una serpiente que se arrastra. Al detenerse en el mirador, desde donde se ve el valle en todo su esplendor, Esperanza se acercó al borde del abismo quedando en silencio, hasta que nuevamente rompió en un llanto profundo entre triste y alegre. Emociones encontradas la habían conmovido. Su padre, sin saber muy bien cómo reaccionar, la abrazó tiernamente consolándola.

–¿Nuevamente llorando hijita?

–¡También de alegría se puede llorar papá! Siento que pertenezco a este lugar.

El tour que hicieron los llevó al poblado de Pisac, situado en el fondo del valle y al lado del río, pero por cuestiones de tiempo no pudieron llegar a visitar las ruinas de cuatro ciudadelas ubicadas en lo alto de la montaña, debiendo conformarse solo con verlas desde abajo. Esas ciudades localizadas en la cumbre son lo más bello y espectacular de la zona; además, desde arriba luce imponente el sistema de terrazas de cultivo que aquella gente creó hace ya muchos siglos atrás y que aún son utilizados por las comunidades campesinas dominando con ello los distintos pisos ecológicos y de altitud.

Después de un almuerzo contundente compuesto por una sopa de verduras, una gran mazorca de maíz recién hervida con queso fresco de vaca de acompañamiento, un guiso con habas y un filete de trucha de río, siguieron camino a Ollantaytambo; allí sí pudieron recorrer las calles de una ciudad atrapada en el tiempo construida con forma de mazorca de maíz, desde la antigüedad para ser vista del cielo. En el lugar se acercaron al famoso templo-fortaleza de Ollantaytambo subiendo innumerables escaleras hasta ubicarse a los pies de los cimientos del descomunal edificio del Templo del Sol, hecho de gigantescas piedras de granito rosado traídas desde gran distancia, desde canteras situadas del otro lado del río.

En la montaña de enfrente se podía apreciar fácilmente una gigantesca forma humana en la montaña. Era la imagen del dios Tunupa, un dios ancestral proveniente del lago Titicaca, el lago navegable más alto del mundo. Ese dios fue descrito a los cronistas con apariencia humana, túnica blanca y rasgos europeos y parece que llegó a la zona en la antigüedad desde el lago para enseñar con gran sabiduría a los pueblos anteriores a los incas, pero fue combatido por los sacerdotes de los cultos locales que vieron en él una peligrosa competencia.

Aquella noche pernoctaron en la dinámica población de Ollantaytambo, lugar de paso obligado en el Valle Sagrado. En la plaza de esa localidad eventualmente se reúnen campesinos de diferentes comunidades, regiones o pueblos de Cuzco que descienden de las alturas de las montañas a intercambiar sus productos; entre ellos se encuentran los «Q’eros», que destacan de los demás por sus atuendos multicolor y por ser de la zona de Paucartambo. Los Q’eros son considerados por todas las demás comunidades alto-andinas como los descendientes directos de los sacerdotes incas del templo del Coricancha que huyeron de Cuzco.

Cenaron en un típico restaurante. Esperanza se quedó extasiada mirando por la ventana del establecimiento la plaza. Había enfocado su atención en una persona sentada en la acera que le llamó la atención por su gorro o chullo y su poncho o manta multicolor y su apariencia sabia.

–¿Qué miras con tanta atención hija? –preguntó don José intrigado por la mirada concentrada de la niña en el ventanal.

–¡Hay un señor mayor sentado en la acera! Siento que es alguien muy importante y, sin embargo, la gente pasa a su alrededor como sin reconocerlo.

–¿Qué tiene de especial?

–Se ve que es un sabio. Está ahí observando y como esperando una señal.

–¿El mismo tema de la señal, Esperanza? ¿Como lo de la ancianita de Chincheros?

–¡Quizás sea la misma señal! No lo sé…

–¿Por qué todos estarían esperando la misma señal hija?

–Para que ciertas cosas ocurran papá…

–¿El ciclo del que habló el sacristán?

–¡Cambios papá!... ¡Para que lo que estaba escondido salga a la luz!

–¡Pues al parecer todos están en lo mismo!

Después de cenar salieron del restaurante, pero aquella persona ya no estaba en el lugar donde la niña la había visto. Y ella se entristeció de no haberle encontrado.

Tuvieron que acostarse temprano porque saldrían a primera hora de la mañana en el tren hacia Machu Picchu, la ciudad perdida de los incas y uno de los destinos turísticos más famosos del mundo. Enclavada en lo alto del Cañón del Torontoy, a unos 2.300 metros sobre el nivel del mar, esta ciudad fue descubierta científicamente por el arqueólogo norteamericano Hiram Bigham en 1911, aunque existen muchísimas evidencias de visitas de gente local a las ruinas mucho tiempo antes. Está situada sobre una pequeña meseta rodeada de montañas, cuatro de ellas principales por ser los apus o espíritus protectores de la ciudad. Por un lado está el Apu Machu Picchu o «Montaña vieja», que es por donde discurre el Camino del Inca que une Cuzco con el enclave y que marca el Sur; el Apu Yananti que junto con el Putucusi marcan el Este; el Apu Wayna Picchu o «Montaña joven» al Norte que conforma la imagen característica de la ciudad como la silueta de un rostro mirando al cielo, y finalmente, marcando el Oeste, se encuentra el Apu Viscachani.

Esperanza estaba fascinada mirando desde la ventanilla del tren los paisajes que se iban sucediendo y cambiando según la altitud. El recorrido al lado del río transcurría por un valle que se estrechaba cada vez más, dejando ver ocasionalmente algunas ruinas de tambos o depósitos de comida incas, atalayas o torres circulares, pequeños pukaras o fortalezas y algunas pequeñas ciudadelas antiguas en mitad de los cerros.

El tren, a medida que avanzaba paralelo al río Urubamba se alejaba más y más de la ciudad de Ollantaytambo, descendiendo hacia los bosques húmedos de la selva alta, acompañando a las aguas del río que se abrían paso entre las rocas tornándose cada vez más violentas y formando rápidos. El agua descendía sin que nada la contuviera por entre grandes piedras desprendidas de las altas cumbres, lo que producía un gran estruendo en el ambiente.

Cuando llegaron a la población de Aguas Calientes, ya estaban los pequeños buses ecológicos a gas dispuestos para trasladar a los cientos de turistas a lo alto de la ciudad por estrechos caminos en forma de herradura. La aventura era completa y la pequeña niña rebosaba felicidad, demostrándoselo a su padre con besos y sonrisas. Con gran seguridad y pericia, el bus cruzó el frágil puente sobre el río Urubamba y empezó a ascender por la huella trazada en los acantilados rocosos cubiertos de vegetación exuberante, desde donde se tenían espectaculares vistas del abismo y del fondo del estrecho valle.

En la parte alta de la montaña estaba la parada final de los autobuses y el hotel Machu Picchu Sanctuary Lodge; desde allí se iniciaba la caminata que recorre la majestuosa ciudad que fuera hallada intacta cubierta por la vegetación. Se sabía, por los relatos y testimonios de la gente nativa de la existencia de este emplazamiento, pero esta ciudad, igual que otras mencionadas, nunca fue hallada por los conquistadores debido a su intrincada e inaccesible ubicación, llegando a ser considerada solamente una leyenda.

Según las investigaciones arqueológicas, Machu Picchu fue un gran santuario femenino, una universidad de mujeres, un Acllahuasi gigante, lugar de culto al Sol, pero sobre todo a la Luna y a la Tierra, entidades femeninas vinculadas a la fertilidad, lo que queda demostrado por la gran cantidad de momias de mujeres encontradas frente a las escasas masculinas. Era de por sí un laboratorio agrícola y un importante centro astronómico.

Para obtener una de las vistas más bellas y espectaculares hay que subir hasta la zona agrícola alta, donde se encuentra el mirador principal de ese lado de la ciudad, y de donde se obtiene la mejor panorámica de Machu Picchu.

Padre e hija ascendieron por el camino en zigzag que va trasladando a los visitantes hasta el mirador. Avanzaron hasta llegar al lugar donde uno contempla una vista de ensueño. Es como trasladarse 500 años al pasado y observar una ciudad mágica detenida en el tiempo, enclavada entre montañas cubiertas por una frondosa espesura.

Esperanza se quedó en silencio durante largo rato, hasta que, tomando de la mano al padre, le dijo:

–¡Hay varias ciudades más que nadie conoce! Pero una es la más importante de todas. No es tan grande como esta, pero allí están todas las respuestas y hay que volver ahí.

El padre estaba tan impresionado con el paisaje y el lugar que prestó poca atención a lo que dijo la niña.

Mientras don José tomaba fotos sin parar, Esperanza comenzó a caminar hacia la izquierda, cerca de unas terrazas que dan al precipicio, cuando de pronto vio al señor que le había llamado la atención en Ollantaytambo parado sobre la terraza. Era la misma persona. De baja estatura, delgado, con el rostro macilento rojizo oscuro y unos sesenta años.

Al acercarse, Esperanza lo saludó.

–¡Buenos días señor!

–¡Napaykuyki warma! (¡Buenos días niña!)

–Usted estaba ayer por la noche en la plaza de Ollantaytambo, ¿verdad?

–¡Sí!... ¡Y tú también!

»Yo estaba aguardando mi señal, y ya la tuve.

–¿Ah sí? ¿Y cuál era?

–Los niños de este tiempo son almas viejas que están volviendo a la vida muy rápido, con gran conciencia y urgencia por cumplir tareas. Algunas de sus almas vienen de otros sitios. No todas son de la Tierra. Su antiguo hogar está en las estrellas.

»Tú, por ejemplo, estás recordando mucho y muy rápido. Todo esto que estás viendo no es nuevo para ti. ¿No es verdad?

»Y perteneces a este lugar, por eso has vuelto.

–¿Y cómo lo sabe señor?

–Lo veo en los colores de tu alma. Te envuelve el color azul marino de la espiritualidad y la realización.

»Pero cuando crezcas olvidarás mucho de todo esto, aunque la vida se encargará de guiarte y hacerte recordar. Volverás nuevamente aquí, pero más crecida internamente y acompañada de otros. Pero será de aquí a un tiempo largo.

–Señor, ¿cómo se llama usted?

–Me llamo Mariano. ¿Y tú?

–¡Esperanza!...

»Aguarde don Mariano. Le voy a presentar a mi padre.

La niña se giró a buscar a su padre y, tomándolo del brazo, lo empujó hasta la terraza diciéndole que le iba a mostrar al señor que había estado en la plaza el día anterior y que se llamaba Mariano. Pero, cuando el padre reaccionó, el hombre había desaparecido.

El padre no creyó mucho a su hija cuando ella le contó el extraño encuentro, por lo que siguieron con la visita.

Bajaron por el camino inca que une la zona agrícola alta con la zona alta urbana. A la derecha podía verse un profundo y extenso foso defensivo seguido por una muralla alta que separaba una zona de otra, que permitía a la población replegarse y defenderse. El camino conducía hasta una puerta amurallada constituida a modo de baluarte. Esperanza se agachó y tomó una piedrita del suelo.

–¡Papá coge una piedrita como yo, la vas a necesitar!

–¿Para qué hija?

–¡Tú simplemente cógela papá!

–Bueno está bien. ¿Y ahora qué?

Tomados de la mano, se acercaron a la puerta y en la entrada la niña colocó la piedra a un lado y le hizo hacer lo mismo a su padre.

–¿Qué estás haciendo hija? ¿Por qué hemos cogido estas piedras y ahora las dejamos en la entrada?

–Porque somos peregrinos; debemos pedir permiso para entrar y esta es nuestra ofrenda como caminantes al camino y a la ciudad sagrada.

»La vida es un largo camino; cada paso nos acerca a recordar todo lo que caminamos antes y nos muestra lo que nos falta por alcanzar.

–¡Qué cosas tienes tan especiales Esperanza!

Mientras avanzaban por el marcado sendero de visita, el padre comentaba en voz alta lo que decían los folletos turísticos que llevaba consigo –que incluían planos de la ciudad– mientras la niña se dedicaba a abrazar a las piedras como si fuesen viejos amigos tratando de escuchar lo que le decían.

Cuando estuvieron en la zona de los templos, Esperanza le mostró al padre que algunas piedras del suelo tenían forma geométrica, que habían sido trabajadas y que correspondían a formaciones de estrellas en el cielo. Él se quedó impresionado al comprobar que eso mismo decía el folleto.

Juntos, se aprestaron a subir unos escalones muy altos que llevaban hasta lo alto de una pirámide donde se encontraba el Intihuatana o reloj solar. De pronto la niña empujó a su padre hacia una pequeña habitación lateral.

–¿Adónde me llevas Esperanza? El plano dice que es por otro lado.

–¡Sí, lo sé papá! Pero debemos hacerlo como se hacía antes.

–¿Y cómo se hacía antes niña?

–Había que pedir permiso y hacer una pequeña oración para conectarnos con los guardianes del lugar. Una pirámide es una escalera al cielo, y nosotros vamos a subir por ella.

–¡Jajá!... ¿Aquí también hay que pedir permiso?... Muy bien, hagámoslo como tú deseas. Pero no podemos demorarnos mucho porque si no no nos alcanzará el tiempo para ver lo más importante.

Se sentaron sobre una larga piedra al pie de unas hornacinas trapezoidales y, guardando silencio por unos instantes, la pequeña en actitud ceremoniosa pidió en voz alta permiso para subir.

De allí salieron y ascendieron definitivamente hacia el reloj solar, donde en tiempos antiguos los incas medían las estaciones y los ciclos del Sol y de la Tierra a través de la observación del juego de las sombras y las posiciones de los astros en el cielo.

–¿Qué te parece este lugar Esperanza? ¿No es fascinante? Aquí los incas consideraban que amarraban al Sol al descubrir sus secretos, esto es, se dieron cuenta de que el Sol estaba sujeto a ciclos, los ciclos de los equinoccios y los solsticios, momentos en que la Tierra estaba más lejos o más cerca de nuestra estrella, producto de su órbita elíptica y del balanceo del planeta. Mira, te lo explico con estas piedrecitas en el suelo. La Tierra no gira de forma circular alrededor del Sol sino de forma ovalada. Hay momentos en que estamos más cerca y otros más lejos de nuestra estrella. Además, la Tierra tiene un movimiento de balanceo sobre sí misma.

Don José le dio una improvisada lección de astronomía a la niña, que la dejó fascinada.

–¿Y qué es lo que impide que la Tierra se marche y se aleje más del Sol? –preguntó con curiosidad.

–Es la gravedad que genera la atracción, querida. El Sol tiene un campo gravitatorio que genera una fuerza que tiene atada a la Tierra y a cada uno de los planetas del sistema, impidiendo que se alejen mucho o se acerquen demasiado. También cada planeta tiene su propio campo; por ello la Luna se mantiene donde está.

Después de recorrer una buena parte de la ciudad observando la forma peculiar de las montañas, debieron volver al bus para descender al pueblo de Aguas Calientes, porque habían contratado el tour corto y el tren salía por la tarde y debían volver a Cuzco.

Durante los siguientes días el padre fue con la niña a las instalaciones de las Fuerzas Aéreas, donde les estaban aguardando para trasladarlos en helicóptero a la zona de Sicuani. Los militares querían que don José los ayudara en una investigación del fenómeno ovni, tema que a él le apasionaba. El viaje en helicóptero entre las montañas fue una nueva gran aventura para la niña, que no podía creer lo que estaba viviendo. En la zona de Sicuani se habían reportado continuas observaciones de extraños objetos luminosos descendiendo sobre una zona arqueológica compuesta de centenares de estructuras circulares llamadas colcas o depósitos. Se registraron los testimonios de los campesinos y se tomaron algunas muestras del suelo donde se veían huellas, que eran como quemaduras circulares en las que se había producido el crecimiento de extraños hongos, aparentemente producto de la radiación.

De vuelta a la ciudad quedaron en verse temprano por la noche con don Aarón Pirca en un restaurante de la Plaza de Armas de Cusco, en pleno centro de la ciudad. El restaurante se encontraba situado en un local cerca de la plaza, construido irrespetuosamente sobre las bases y con las paredes de fina piedra trabajada del antiguo palacio de uno de los grandes soberanos incas.

Después de caminar por las pintorescas y empedradas calles de la ciudad imperial, don José y Esperanza entraron en el local preguntando por la mesa que tenía reservada don Aarón, y el camarero, sonriendo, los llevó al extremo del lado derecho. Esperanza se sentó al lado de su padre. Delante había un bellísimo muro completo inca y al lado una ventana, que permitía a la niña ver la plaza. Ante la insistencia del camarero, pidieron unos refrescos mientras aguardaban la llegada de su amigo. Don Aarón no se hizo esperar y aquel viejo amigo, compañero de inquietudes e investigaciones, entró al rato en el local; era un hombre generoso y conocido por su sabiduría y por estar volcado en el servicio social de pobres, ancianos y huérfanos. Esta vez no venía solo; estaba acompañado por un hombre como de unos cuarenta años, pelo oscuro, alto y fuerte, y elegantemente vestido con traje y corbata.

–Buenas noches José, vengo acompañado de Pedro Túpac Yupanqui, descendiente de la Panaca Real o Clan de los Amaru o Serpiente, la casa a la que pertenecía el Inca Huayna Capac.

–¡Buenas noches Aarón y buenas don Pedro, es un placer conocerle! Esta es mi hija Esperanza.

–¡Buenas noches señor Aarón y señor Pedro! –dijo Esperanza saludando respetuosamente mientras se quedaba con la mirada fija en los ojos de aquel señor trigueño de pelo negro bien peinado que acompañaba al amigo de su padre. Le dieron ganas de tomar a don Pedro de las manos y sentirlo, pero se contuvo. Percibía extrañas sensaciones. Era como estar y no estar; como si todo el entorno del restaurante fuese cambiando para dejarle ver el edificio en otro tiempo.

–Estimado José, Pedro se ha enterado de como resolviste los conflictos sociales y sindicales estos días en la ciudad y se ha quedado muy impresionado. Él tiene unas minas y quería hacerte unas consultas laborales, así como pedirte consejo porque algunas empresas extranjeras se están queriendo quedar con sus concesiones. También, y conociendo tu fascinación por la Historia, quería, como conocedor de todas las tradiciones ancestrales, compartir una visita especial guiada contigo y con tu hija antes de que os vayáis.

Mientras conversaban sobre temas de trabajo que le resultaron aburridos a la niña, ella se puso a dibujar con el bolígrafo de su padre en el mantel individual de papel en el que figuraba el nombre del restaurante y un mapa de Cuzco.

Dibujó un gran círculo, luego círculos concéntricos y dentro del círculo exterior doce círculos menores. Se quedó por un momento viendo su obra, y a continuación, en el centro delineó un rostro entre humano y felino rodeado de corazones con caritas humanas en espiral.

Cuando los hombres terminaron de hablar de lo principal que tenían que comentar y se hubo relajado la conversación, la niña le mostró a su padre su dibujo.

–¡Mira papá lo que he dibujado! Es el disco de oro con sus otros discos menores que estaba en el Coricancha… ¿Es bonito, no?

–¿Ah sí?... ¡Qué bien Esperancita! Pero no nos interrumpas que estamos hablando de cosas importantes.

–¡A ver Esperanza, muéstramelo! –pidió con curiosidad y condescendencia don Aarón, tomando el dibujo entre sus manos y mostrándoselo a don Pedro.

–¿Dónde has visto esto niña? –preguntó Pedro con los ojos desorbitados y visiblemente sorprendido.

–Esperanza es muy imaginativa caballeros. Ella habla de un gigantesco disco de oro hoy desaparecido. Cuando estábamos en el Coricancha me dijo que ella sabía donde había estado colgado este disco, y que además originalmente tenía adheridos once discos menores…

–¡Doce papá! ¡Eran doce más pequeños colocados sobre el grandote! Aunque con el tiempo los pequeños desaparecieron, pues fueron repartidos por diversas partes del mundo. Y recuerdo que el disco principal fue dejado para disimular la huida de muchas personas como yo, que salimos por túneles fuera de la ciudad.

»Por aquel entonces el gran sacerdote dijo que en poco tiempo enviaría el disco a la selva, pero los conquistadores llegaron antes de que se pudiera esconder y lo capturaron. Lo que recuerdo que me contaron después es que uno de aquellos hombres venidos de lejanas tierras, a diferencia de los demás, era bueno y supo que el disco era muy especial, y aunque parezca extraño, él mismo ayudó a protegerlo y sacarlo por los túneles que lo condujeron a la selva.

»El gran disco era como una ventana por la cual se podía ver el futuro. Y si cantabas una palabra mágica, los trece discos vibraban juntos, sin importar la distancia a la que estuviese uno de otro; todos se conectaban y se abría como una puerta a otros mundos y otras realidades.

–¡Esperanza termina ya con tus cuentos hija, que estás aburriendo a los señores!

»Nos disculparéis…

–Don José, lo que está diciendo su hija no es ningún cuento; es una de las tradiciones más secretas de nuestros antepasados.

–¿Dónde aprendiste esta historia niña? ¿Quién te la contó? ¿Por qué lo dices como si hubieses estado allí? ¿A qué parte de la selva lo llevaron? –intervino don Pedro.

–Pedro, no creo que sea buena idea seguirle el cuento a la niña, si no después no sabrá diferenciar la realidad de la imaginación –dijo el padre visiblemente avergonzado.

–Simplemente lo supe cuando llegué con mi padre al Coricancha. Nadie me lo contó. Yo sé que estuve allí hace siglos, y que era hombre, un joven guapo y atlético. Era un príncipe de la casa de los «Serpiente», pero de los buenos hombres-serpiente. Y me parecía mucho a usted don Pedro. Y yo misma estuve pendiente del traslado del disco a una ciudad en la selva que mi abuelito de aquel entonces –que había sido el emperador– había mandado construir años atrás al pie de una montaña, y que en lo alto de esa montaña había un gigantesco rostro acostado mirando al cielo.

–¡Ves como estás imaginando cosas Esperanza! El otro día fuimos en el tren a Machu Picchu y te emocionaste sobremanera cuando escuchaste al guía decir que la montaña del Wayna Picchu junto con el Wiñay Wayna Picchu forman lo que pareciera ser un rostro mirando al cielo.

–¡No era Machu Picchu papá! Era más lejos, mucho más. Era un lugar en donde nacía un río en la montaña, formando una hermosa cascada. Y las montañas no eran tan altas ni profundas como las de Machu Picchu, pero igualmente estaban llenas de árboles.

–¡Paiquinquin! –dijo categóricamente don Pedro como queriendo calmar la pequeña discusión que tenía la niña con el padre.

La niña quedó sorprendida con la palabra que la hizo vibrar por dentro. Era como si hubiesen tocado una campana al lado de su oído y la vibración le hubiera remecido todo su interior. Estremecida como estaba, se quedó mirando fijamente a don Pedro.

A continuación, y sin pensarlo mucho, se bajó de la silla, y dándole la vuelta a la mesa se fue en dirección de don Pedro. Tomándole de sus manos y mirándole fijamente a los ojos le dijo:

–¡Donde se es uno mismo! ¡Paiquinquin es donde se es uno mismo! ¿No es cierto señor Pedro?

Don Pedro no pudo aguantar y le dio un fuerte abrazo a la niña, visiblemente conmovido.

–Me has dejado atónito niña…

»Don José, disculpe que le haya dado cuerda a su hija, pero usted no se imagina lo que está sucediendo aquí en este momento. Yo mismo no logro entenderlo totalmente. No sé si Aarón me sigue…

»Usted no lo va a creer, pero la verdadera ciudad perdida de los incas se encuentra en la selva del Madre de Dios, fronteriza con el Brasil. Fue construida por los ejércitos de mi antepasado, el Inca Tupac Yupanqui, padre de Huayna Cápac y abuelo de Huáscar y Atahualpa de la Panaca o linaje de los Serpiente. Se llamaba la ciudad de «Paiquinquin», cuya traducción es más o menos «donde se es uno mismo».

»Nunca me imaginé que llegaría a ver este momento. Esto es inaudito.

–¡Sorprendente Pedro!... ¿No es increíble José?… Pero, ¿cómo puede ser que la pequeña Esperanza sepa todo esto? –intervino Aarón.

–¡No tengo la menor idea Aarón! Necesitaríamos hacerle unas pruebas a la niña, claro que con la autorización de don José –dijo Pedro:

–¿Qué clase de pruebas, Pedro? –preguntó preocupado el padre.

–Lo que les propongo es que, si tienen tiempo, me acompañen de regreso a Ollantaytambo pasado mañana.

–¡Bueno, ya hemos estado allí y no habíamos previsto quedarnos tantos días Pedro! –dijo don José visiblemente turbado.

–¡Yo les invito los días que se queden! Los gastos corren de mi cuenta. Es que dentro de dos días bajan desde las alturas de Paucartambo los principales de los Q’eros, los guardianes de la tradición andina. Sería importante consultarles; solo ellos pueden evaluar a la niña.

–¡Días atrás vimos a algunos Q’eros en Ollantaytambo Pedro! –dijo don José.

–¿Sí? ¿Cómo puede ser?… ¡Pero no serían los Paco Runa, los «sabios», a lo que se refiere don José? Es que dentro de dos días bajan el altomisayo y los pampamisayocs –añadió don Aarón.

–¿Qué es un altomisayo y un pampamisayoc? –preguntó don José.

–¡Son sacerdotes andinos! –contestó don Pedro–. El altomisayo puede hablar con los apus, los espíritus de las montañas, puede ordenar y dirigir los elementos, puede hacer oráculos, dirigir las ofrendas en los llamados «despachos» o altares dedicados a la Pachamama o Madre Tierra y hasta sanar a la gente, tanto su alma como su cuerpo. Los pampamisayoc son un nivel más bajo, que corresponde a aquellos que solo hacen los rituales y piden la protección y sanación de las personas.

Visiblemente confundido, el padre de la niña comentó:

–¡No sé qué decir Pedro! Para mí era más cómodo pensar que todo era producto de una prolífica imaginación infantil y nada más. Pero ahora que con conocimiento del tema me dices que no es mera fantasía, sí me preocupa e interesa ver el resultado de todo esto.

»Pero no creo que vaya a ser posible en este viaje, ya que tengo que regresar al Ministerio de Trabajo en Lima y hacer unos informes. Dejémoslo para más adelante. Yo os avisaré con tiempo cuando podamos repetir la visita.

–¡No se hable más sobre esto José; cuando podáis me avisáis y seréis mis invitados en esa próxima oportunidad! Además, estoy en deuda contigo porque me has dado unos consejos muy valiosos para resolver mis asuntos en las minas.

–A ver Pedro, para situarnos bien y ordenar las ideas, siempre y cuando sea posible, haznos un resumen de toda esta historia del disco que menciona Esperancita –sugirió Aarón.

–Pues resulta que, según el cronista Pedro Sarmiento de Gamboa, que acompañó a las huestes de Francisco Pizarro en la conquista del Perú, él entrevistó a los «orejones» de Cuzco, que eran los nobles pertenecientes a los clanes o panacas reales. Su nombre deriva de la deformación de sus orejas y cráneos, todos ellos alargados para asemejarse a los seres del cielo. El cronista les pidió que le contaran la historia oficial de los incas y el imperio. Ellos le refirieron que en tiempos del Inca Túpac Tupanqui, este quiso expandir el imperio y explorar en dirección al Antisuyo (la selva) y al Contisuyo (el mar), por lo cual preparó dos expediciones, una con 20.000 guerreros en cuatrocientas balsas hechas de totora que viajaron por el mar hacia el Oeste, hasta las islas de la Polinesia. El viaje duró entre nueves meses y un año, y el propio Inca se embarcó en la expedición. La evidencia de todo ello estaría en la Isla de Pascua, donde se ha encontrado totora en los lagos de agua dulce que hay en el interior de los conos volcánicos, y en donde algunas de sus gigantescas estatuas hacen referencia a hombres de orejas largas.

»La otra expedición fue de 40.000 guerreros que bajaron de las montañas de Cuzco en dirección al Madre de Dios avanzando por los ríos Pilcomayo, Alto Madre de Dios, Palotoa, Pantiacolla y Rinconadero hasta las fuentes del río Siskibenia. Esta expedición fue muy dura porque los incas tuvieron que enfrentarse a una naturaleza muy difícil y hostil, a ríos torrentosos, animales salvajes, insectos ponzoñosos y tribus aborígenes muy bien adaptadas al ambiente. Finalmente resolvieron hacer un acuerdo diplomático con el gran «Yaya» o «Señor de Maravi o Paititi», jefe de las tribus de la selva, quien les permitió fundar una ciudad de penetración llamada Paiquinquin, y que se menciona en las leyendas como Paititi.

–¡Paititi o El Dorado! –interrumpió don José.

–¡No exactamente! No hay que confundir a Paititi con la leyenda de El Dorado de Colombia –sentenció don Pedro–. Allí se habla del cacique Muisca Guatavita, que para demostrar que aún contaba con la vitalidad necesaria como para seguir gobernando a su gente, cubría su cuerpo con polvo de oro, y en una embarcación, toda ella cubierta del valioso metal, avanzaba por el interior de una laguna, arrojando ofrendas de oro al agua y luego volvía nadando. Cuando llegaron los españoles hacía poco que Guatavita había muerto asesinado.

–Entonces, ¿cómo se relaciona El Dorado con Paititi? –insistió el padre.

–A la muerte del Inca Tupac Yupanqui, le sucedió en el trono su hijo Huayna Cápac. Por aquel entonces el Inca recién coronado consultó el oráculo y los astrólogos le revelaron que su gobierno estaba marcado por el infortunio. Que sobrevendrían 500 años de Pachacuti o purificación, y la cabeza del imperio desaparecería. Él naturalmente no les quiso creer y los echó de mala manera. Resultó a continuación que en esa época hubo tensión con los pueblos del Norte, revelándose los cañaris, esto es la gente del Ecuador, contra el poder central, y los ejércitos imperiales fueron a sofocar el levantamiento coincidiendo este hecho también con la llegada de los castellanos a la costa Norte. Sin saberlo los europeos trajeron la guerra bacteriológica, porque en cuanto desembarcaron depositaron en tierra la viruela (desconocida hasta entonces en América), que en pocos meses produjo más de un millón de muertos, incluyendo al propio Inca Huayna Capac y a su hijo, el heredero al trono Ninan Cuyuch.

–Dime Pedro, ¿es cierto lo que se cuenta de que en su lecho de muerte el Inca vio a unos seres pequeños de cabezas grandes rondándolo, lo que habría llevado al oráculo de Pachacamac en la costa a interpretar que el Inca no moriría al estar asistido por semejantes presencias?

»Es curioso, pero esos seres pequeños y cabezones son los «grises» en la temática de los ovnis, seres presumiblemente provenientes de un planeta de la estrella Zeta Reticulli. Hoy por hoy son muchos los casos de los llamados «visitantes de dormitorio», gente que es aparentemente contactada por seres de este tipo en sus propias casas y hasta en sueños –comentó Aarón.

–¡Así es Aarón, tal cual!

»La muerte prematura del soberano y de su heredero llevaron a que los ejércitos imperiales nombraran de entre los príncipes a quien les era más cercano e inspirador y que estaba de su lado, que fue el caso de Atahualpa, mientras que los nobles de Cuzco tenían a su propio candidato llamado Inti Cusi Hualpa Huascar. Huayna Capac tenía muchas esposas entre princesas y concubinas, y por ende tuvo muchos hijos. Con este Inca se cumplió la profecía y la epidemia que costó la vida a un gran número de súbditos, acompañada de una guerra fratricida, así como de la invasión de los europeos apoyados por los rebeldes cañaris.

»Atahualpa capturó a Huáscar y lo mató; a la vez él cayó en la trampa de los Pizarro en Cajamarca, donde su guardia personal de élite fue masacrada.

»Uno de los hermanos de Atahualpa y Huáscar se llamaba Choque Auqui o «Príncipe Dorado» quien, al conocer todo lo ocurrido y relacionarlo con la profecía del Pachacuti, se retiró apresuradamente de Cuzco con algunos de los sacerdotes, vírgenes del Sol y gente del Ejército –sentenció don Pedro.

–¿Y se puede saber Pedro por dónde se fueron y hacia dónde? –preguntó don José.

–¡Fue tal y como dijo Esperanza! Salieron por la o túnel del Coricancha en dirección primero a Sacsayhuaman y de allí a los túneles y cuevas de Cusiyuchayoc, y siguieron camino a Paucartambo, Tres Cruces, Pilcopata, Alto Madre de Dios, Palotoa, y Pantiacolla, llegando hasta las mismas fuentes del río Siskibenia, por la ruta dejada por los ejércitos colonizadores de Tupac Yupanqui.

»Choque Auqui recibió en Paiquinquin, de manos de la gente del sumo sacerdote, el disco que fue recuperado y trasladado desde un Cuzco ya invadido por los conquistadores. Se lo arrebataron ante sus propias narices a los españoles una noche en la que los que lo custodiaban bebieron hasta perder el sentido.

–¿Y es como dice Esperancita que ese disco es tan especial que puede abrir portales entre dimensiones? –preguntó don José.

–¡Ciertamente querido amigo! Ese disco fue forjado, junto con los otros más pequeños, en una época en que habitaba la Tierra la primera raza originaria del planeta, la raza lemuriana. Esa raza lo produjo con oro alquímico, condensando en él toda la sabiduría y el conocimiento al que había tenido acceso. Y lo trajeron a Cuzco desde un lugar llamado «Los Altares», en el Chubut, en la Patagonia argentina, donde lo habían forjado hace miles de años con el conocimiento de la alquimia y a la vez con el poder de la palabra, la mente y el sentimiento.

–¿Para qué y por qué lo hicieron? –intervino el padre de Esperanza.

Pedro Tùpac se iba entusiasmando cada vez más con el relato aunque se le veía visiblemente inquieto, mirando hacia todos lados como para no revelar información que lo expusiera innecesariamente. Al confirmar que no había nadie extraño cerca, continuó, después de hacer una breve pausa en la que bebió un vaso de agua.

–No es bueno saber tanto querido amigo José, sobre todo cuando aún no es el tiempo para que las cosas ocurran. Saber demasiado o saber las cosas antes de tiempo lo expone a uno y expone el Plan. Solo os puedo decir que se hicieron los discos, el principal y los menores, para que la Humanidad llegara a verse a sí misma y supiese quien es realmente, observando el futuro probable, y descubriera todo su potencial y lo accionara para materializar la esperanza planetaria.

–¿Y se puede saber cómo llegó a Cuzco? –insistió inquieto José

–Solo te diré que, aunque no lo creas, lo transportaron los seres del cielo. Usaron sus naves para movilizar semejante espejo interdimensional, colocándolo primero y durante un buen tiempo en el lago Titicaca; después lo hicieron llegar a Cuzco, cuando esta ciudad se llamaba «Acomama», la ciudad de los antiguos. Y fue ahí cuando los discos más pequeños se repartieron por el mundo –refirió Pedro.

–¡No puedo creer que mi hija me haya contado más o menos toda esta historia sin haberla sabido de alguien! –intervino José.

Entre tantas revelaciones, el padre de Esperanza olvidó contarle a Pedro y a Aarón el encuentro con la ancianita de Chincheros y lo que esta había dicho; tampoco mencionó lo que Esperanza le contó del supuesto encuentro –que él no había presenciado– con don Mariano en Machu Picchu.

Pedro y Aarón lamentaron que en esos días no se pudiese concretar el encuentro de José con la niña y los representantes Q’eros, por lo que después de cenar los acompañaron a su hotel y quedaron en crear las condiciones para que esa entrevista se pudiese producir lo más pronto posible.

Lamentablemente el tiempo pasaría sin que dicha reunión se pudiese materializar, quizás porque el momento para que las cosas se den no es ni antes ni después, sino en el momento adecuado. Y aún tenían que pasar muchas cosas en la vida de Esperanza y a nivel mundial para que todo tuviese sentido y utilidad.

Padre e hija regresaron a Lima, y la niña le contó a su madre todo lo vivido, que la escuchó con avidez y curiosidad.

IV. EL UNIVERSO EN UNA PLAYA

«La Tierra es como una granito de arena en una inmensa playa. Y no es la única playa en el vasto océano del Universo».

Pasaron dos años. Era época de verano en la desértica costa peruana. La temperatura se había elevado de tal manera que el ambiente estaba soleado y luminoso, aunque se sentía húmedo por ese permanente colchón nuboso que difícilmente termina de convertirse en algo de lluvia, por lo que la familia, queriendo disfrutar de un tranquilo fin de semana, se dirigió a la playa al Sur de Lima. Nada más instalarse sobre la arena con las toallas y una sombrilla, Esperanza rápidamente tomó un cubo y una pala, y se acercó a la orilla del mar para entretenerse construyendo un castillo en la arena. Estaba distraída en ello cuando su madre la llamó para avisarla de que había llegado a la playa una familia amiga, acompañados de su hija menor.

–¡Esperanza, mira, han venido los Vega y está aquí tu amiguita Raquel!

Raquel era una niña delgada y alegre, de cabello rizado oscuro y trigueña, de la misma edad que Esperanza. Eran vecinas y coincidían en los paseos o las familias se ponían de acuerdo para quedar. Al encontrarse en la playa se alegraron mucho de verse y, tomándose de las manos, se acercaron al agujero que había empezado a cavar Esperanza en la arena. Estaban jugando cuando ambas sintieron el impulso de levantar la vista al cielo, que lucía azul sin nubes. De pronto observaron la presencia de una esfera como de color plateado a gran altura, pudiendo apreciar que giraba sobre sí misma y hasta se movía de un lado a otro como en zigzag. Después apareció otra y luego otra más haciendo triangulaciones, como jugando en el cielo.

Esperanza se incorporó y fue a avisar a su madre que también la vio junto con su padre y los Vega. La niña alzó la mirada pero, conmovida por la observación, se acostó en la arena. Y mientras observaba se sintió arrebatada en dirección al cielo, como si de pronto estuviese a años luz de la Tierra, flotando y contemplando el infinito. En ese instante veía a su alrededor cientos y millones de estrellas, mientras una voz repetía en su mente:

–¡«Uno»!...

–¿«Uno»?... –preguntó ella.

–Sí: ¡«Uno»!

–¿El número uno? –volvió a preguntar.

–¡Todo es uno! ¡Desde lo infinitamente pequeño hasta lo inmensamente grande! La playa en donde te encuentras es como el Universo; la suma de todo hace la playa.

–Muy bien, y ¿qué pasa con el uno? –siguió preguntando Esperanza.

–Lo que hagas con tu vida y logres en ella afecta al todo. ¡Eso es ser uno!

»Si vives la unidad, podrás modificar todo lo que debe cambiar en ti y en cuanto te rodea.

–¿Y eso cómo se hace? –preguntó ingenuamente la niña.

–Sintiendo amor por ti misma. Si te amas, amarás a los demás y a todo lo que te rodea. El uno es amor. Ama lo que haces y hazlo todo con amor.

Esperanza se incorporó, pues sin darse cuenta se había quedado tumbada sobre la arena. Su madre la estaba abrazando, tratando de hacerla reaccionar.

–¡Esperanza! ¿Qué te ocurre hija? ¡Háblame!

–¡Lo siento mamá, no sé qué me ha pasado! De pronto la playa se convirtió en el Universo y cada granito de arena era como una estrella o un planeta, y eran tantos! Después escuché una voz que me hablaba con fuerza.

–¿Y qué te decía esa voz cariño?

–¡Que todos somos uno! ¡Que juntos somos la playa y todo lo que la playa representa!

–Qué bonito, es verdad que todos somos uno. Y si nos unimos podremos cambiar el mundo. Qué bien hijita que pienses así.

–¡No mami! no lo estaba pensando. Simplemente lo escuché en mi mente, como si alguien me lo estuviese diciendo.

Cuando la niña reaccionó las esferas ya se habían ido y los adultos presentes estaban comentando la extraña observación junto a otras personas en la playa. Esperanza se fue incorporando mientras tranquilizaba a la madre. Una vez en pie se fue a ver a Raquel que estaba junto al pozo en la arena.

–¿Qué te ha pasado Esperanza? Cuando bajé la mirada te habías ido y te vi acostarte en la arena –dijo Raquel.

–Creo que las esferas me llevaron al Universo. Algo de mí salió y se fue allí a toda velocidad.

–¿Y qué viste allí?

–¡No estoy segura! El Universo era como la playa, con millones de granitos de arena brillante que eran las estrellas. Y también miraba mi cuerpo luminoso, que estaba compuesto de esos millones de puntitos o granitos de arena, que eran a la vez pequeñas lucecitas. Pensaba que la luz está en todas partes y que nosotros somos luz… Entonces entendí que como me tratara a mí misma y lo que hiciera con mi vida también afectaría a toda la playa.

–A mí también me pasó algo que me resulta difícil entender. Cuando vi las esferitas en el cielo –comentó Raquel–, me dieron ansias de irme con ellas. Me dio como una añoranza que no sentía desde que era muy niña, cuando le decía a mi madre que mi familia y mi hogar no estaban aquí sino en las estrellas. Pero casi inmediatamente sentí temor de que realmente me llevaran. Fue muy extraño.

–¿Quizás tú viviste antes en algún lugar de las estrellas Raquel? Y ahora te ha tocado venir aquí a aprender algo o a ayudar. Por eso tuviste esos recuerdos cuando eras más pequeña.

–Pero si ya he tenido otra familia antes y viví en las estrellas, ¿cómo puedo hacer para que los sentimientos y sensaciones no se me confundan? ¿Cómo hago Esperanza para que mis recuerdos, que no son claros, no hagan que quiera menos a mis padres actuales?

–Por eso los recuerdos no son claros amiga, para que no te confundas y vivas aquí y ahora.

–Pero entonces, ¿ya no volveré a ver a mis otros padres? ¿Su recuerdo se perderá? ¿Y qué pasará cuando yo me muera de nuevo y vuelva otra vez? ¿Me olvidaré de mis actuales padres? Yo los quiero mucho –dijo entristecida Raquel.

–El amor es tan fuerte que no se pierde amiga, aunque uno no recuerde los detalles. Nuestra familia espiritual va creciendo con todas las familias que vamos conociendo y con las que vamos conviviendo de una vida a otra. Estoy segura de que antes de nacer y después de que nos morimos nos volvemos a juntar de alguna manera con todos ellos.

–¡Yo quiero que seas mi amiga siempre Esperanza!

–¡Ya lo somos y lo seguiremos siendo querida Raquel! ¡Y será para siempre! Nada podrá cambiar eso, aunque la vida nos aleje físicamente. Nuestras mentes, almas y corazones, que son más fuertes, nos mantendrán unidas en la distancia.

En ese momento, Raquel se acercó a Esperanza y la abrazó entrañablemente, soltando más de una lágrima. Las dos sintieron como si todo el vasto mar del Universo fuera testigo del pacto de amistad que sellaban.

Las niñas volvieron al juego divirtiéndose despreocupadamente, cuando repentinamente el hoyo de arena se llenó de agua. La pequeña inundación procedía de una ola que las alcanzó con fuerza, lo cual les produjo mucha risa y emoción. Al retroceder, el agua arrastró uno de los juguetes de las niñas. Entonces apareció de la nada una joven como de unos veinte años con el pelo largo y claro, vestida de blanco, que rescató el juguete y se lo llevó a las niñas.

–¿A quién se le perdió esto? –dijo la extraña joven de rostro triangular, muy bronceado y ojos extremadamente claros.

–¡A nosotras! –dijo Raquel.

–Tenéis que anticiparos a la posibilidad de que las olas os quiten vuestras cosas. La vida es similar a la playa: siempre hay que anticiparse a los peligros y amenazas. En la vida, si uno no está atento y no prevé lo que puede pasar, corre el riesgo de no estar preparado para hacer frente a las pruebas. Debéis prepararos estando más atentas y fortaleciendo vuestra sensibilidad y voluntad. El que seáis niñas pequeñas no significa que no llevéis dentro almas viejas que han madurado antes en vidas pasadas.

»Recordad que el siguiente mensaje es ¡«dos»!

–¿«Dos»? –preguntaron a coro las niñas.

–¡Sí, «dos»! Dos es el mensaje.

–¿Qué mensaje? –preguntó Esperanza.

–Si sois dos, si os unís con vosotras mismas y entre vosotras, nada os resultará imposible. Dos es unidad en el compartir, es vencerse a sí mismo enfrentando esa parte interna que te dice que no te esfuerces más de lo necesario. Dos es crecer en voluntad, enfrentando la aparente debilidad. Es descubrir la fuerza de tu ser interno y sumarte a otros para lograr las cosas.

»¿Alguna vez habéis logrado algo que os haya costado mucho esfuerzo conseguir?

–¡Sí claro! –dijo Raquel–. Me costaba mucho aprender matemáticas, pero me dije que podía hacerlo, que si otros compañeros lo hacían, por qué yo no. Y le pedí a mi hermana mayor que me las explicara y así llegué a sacar muy buenas notas.

–¿Cuál fue tu secreto para lograrlo Raquel? –preguntó la extraña joven.

–Pues creo que le puse ganas …

–Ciertamente fuiste humilde para aprender de otro, pusiste amor para valorarlo y voluntad para lograrlo. ¡Esa es la clave!

»¿Y tú, Esperanza? ¿Qué has logrado con voluntad? –preguntó la joven.

–¿Cómo sabes nuestros nombres? ¿De dónde eres?¿Cuál es tu nombre? Sabes que tienes una cara rara, no es fea pero es rara –indagó inquisitiva Esperanza.

–¡Qué maleducada he sido! No me he presentado. Soy Titi. Os vi en la playa y bajé a estar un momento con vosotras. Y no soy de aquí sino de muy lejos. Hay algunos de nosotros que vivimos entre vosotros sintiéndoos, aprendiendo de vosotros a través de la observación, evaluando como vais evolucionando.

»Nosotros también practicamos el mensaje que trae el número dos…

–¡Qué gracioso tu nombre «Titi»! Ya decíamos que eras extranjera. Gracias por ayudarnos con nuestras cosas, pero ¿cómo sabías nuestros nombres? Nosotras no te los dijimos –insistió Esperanza.

–No necesitáis decírmelos, los puedo ver y leer en vuestras mentes. Cuando lleguéis a ser uno con vosotras mismas y dos como fuerza de grupo entre vosotras y con muchos más, habréis aprendido que con amor y voluntad podréis lograrlo todo.

»Veréis que si permanecéis unidas en el amor solidario y compasivo con el tiempo leeréis vuestras mentes y podréis ver en los corazones de los demás. Si enfrentáis vuestro lado oscuro lograréis la paz, y eso es el número dos.

»Nos volveremos a ver muy pronto –dijo la joven mirando a las niñas fijamente con sus penetrantes ojos, mientras su pelo, que era largo pero ligeramente más grueso de lo normal, se agitaba con el viento.

Esperanza y Raquel se fueron corriendo donde estaban sus madres para presentarles a la extraña joven de la playa; las encontraron sumergidas en una amena charla.

–¡Mamá, hemos conocido a una señora muy rara! Nos habló mientras estábamos haciendo el pozo, y hasta nos ayudó a recuperar nuestras cosas que se estaba llevando una ola –comentó Esperanza entusiasmada.

–¡Ay niñas, tened cuidado con las olas! No os acerquéis demasiado al mar –intervino preocupada Olga, la madre de Raquel. Era alta, gruesa, de piel clara y cabello castaño oscuro rizado como su hija.

–¿Dónde está esa señora que dices, Esperanza? –preguntó su madre, Marie.

Las niñas se giraron pero ya no se veía a la joven por ninguna parte; solo se veía una extraña nube lenticular sobre la playa, que inexplicablemente se movía despacio contra el viento.

–¡Ya no está! ¡Qué extraño, ha desaparecido! –dijo sorprendida Esperanza.

–Y nos ha dado un mensaje que parece continuación de lo que escuché cuando aparecieron las esferitas. Ella nos dijo: «¡Dos!»

–¿Dos?... ¡Claro Esperancita linda, esa joven os ha dicho «dos» porque tú y mi hija Raquel sois dos! Dos buenas amigas que se cuidan y se quieren mucho –quiso aclarar Olga.

–¡No mamá! –dijo Raquel como queriendo hacer entender a su madre que había un importante mensaje detrás de ello.

–Esa chica quiso decir algo más que eso. Nos dijo que debíamos fortalecer la voluntad y unirnos para que nuestras voluntades unidas nos permitieran lograr cualquier cosa.

Las madres se quedaron sorprendidas con los comentarios de sus hijas, pero siguieron a lo suyo.

Más tarde los padres las llevaron a un restaurante cercano a la playa para comer. Cuando ya estaban todos sentados, Esperanza escuchó en su mente que le decían:

–¡«Tres»!

–¿«Tres»? –preguntó ella.

–¡Sí, «tres»! Ese es el siguiente mensaje –le reiteraba la voz en su mente.

Esperanza se bajó de la silla y corriendo se fue a la puerta del restaurante. Miró al cielo pero no vio nada. Bajó la cabeza intrigada y confundida. De pronto, una gran sombra circular se colocó sobre ella. Había algo grande a cierta altura sobre su cabeza y un extraño zumbido que todo lo envolvía, pero ella no se atrevió a levantar la vista y, sintiendo un intenso escalofrío, se metió rápidamente en el restaurante, sentándose en su silla.

En cuanto se sentó, escuchó en su mente claro y fuerte:

–¡«Tres»!...

–¿Qué es «tres»? –preguntó.

–¡«Tres» es equilibrio y armonía! Si te amas a ti misma y enfrentas tus defectos y errores, si te unes contigo misma y con los demás, lograrás tu paz y así estarás en paz con todo y con todos. Tres es paz y equilibrio.

–¿Y cómo lo logro? ¿Cómo me uno con todos? –preguntó inquieta Esperanza.

–¡Con comunicación, amor y voluntad! Escuchando a todos. Aceptando a cada quien como es, no queriendo cambiar a los demás sino cambiando tú.

»No permitas que nada ni nadie te haga perder tu paz interior –recibió en su mente como respuesta.

Esperanza se fue a donde estaba su padre para contarle lo que le estaba pasando, pero él, enfrascado en una animada conversación con los mayores, la reprendió diciéndole que volviera a su silla y se estuviera quieta, lo que frustró a la niña, pues sentía que aquello era importante.

Con todo esto la niña empezó a hacer su diario. Había muchas cosas que no comprendía pero las anotaba igualmente. No escribía mucho en él pero sí incluía los sueños y anécdotas más importantes.

Tiempo después, como a los diez años, tuvo un sueño que la marcó mucho. Soñaba que estaba durmiendo, esto es un sueño dentro de un sueño, y en él sonaba el teléfono de su casa y su padre contestaba; ella sintió en ese instante que les estaban avisando de que su abuelita Virginia, la madre de su padre, había fallecido. La abuelita era una persona mayor de rostro duro, pero de corazón tan buena como el pan; y no era para menos: su apariencia de seriedad se debía a que después de haberse quedado viuda muy joven había perdido a un hijo ya mayor en un accidente también.

Esperanza se despertó triste y angustiada, pero al darse cuenta de que era un sueño se consoló con ello. Ya despierta escuchó que sonaba el teléfono de su casa y que su padre contestaba; al ver que se reproducía la misma escena del sueño, ella se levantó deprisa y escuchó a continuación mucho ruido en la habitación de sus padres. Cuando se acercó, su padre salió rápidamente de la casa y ella solo pudo acercarse hasta su madre para preguntarle:

–Mamá, ¿qué pasa?

–¡Han llamado tus tías diciendo que tu abuelita está muy grave! Y por eso ha salido rápidamente tu padre a verla.

–¡Mi abuelita ha muerto mamá!

–¡No digas eso hijita, solo está malita! ¡Ya mejorará, ya verás!

–¡Ella ya falleció mami y lo siento mucho por papá y por la familia!

–¡Ay Esperanza, a veces dices cada cosa! Tu abuelita está muy mayor, pero solo se encuentra enferma.

–Ella ya se fue de su cuerpo mamá, pero igualmente estos días va estar visitándonos para despedirse. Eso hacen las almas antes de partir definitivamente.

La madre se quedó en silencio sorprendida con las afirmaciones de la niña sin saber qué decir.

El padre llamó a la media hora y habló con la madre de Esperanza comunicándole la triste noticia del deceso.

–¿A qué hora falleció tu madre José? –preguntó Rose.

–Cuando me llamaron mis hermanas ya había fallecido, pero no me lo quisieron decir hasta que yo llegara –contestó José.

Marie se puso pálida y llamó a Esperanza. Le contó a la niña lo que había sucedido. Después le preguntó:

–Esperanza, ¿cómo sabías tú que la abuelita había muerto?

–¡Lo soñé mami! En el sueño veía a papá contestando el teléfono y escuchaba lo que le decían y hasta lo que no decían, y eso fue antes de que le llamaran. Cuando me desperté al ratito llamaron y entonces supe que se estaba cumpliendo y confirmando mi sueño.

–Pero, ¿cómo puede ser?

–Mami, el alma puede ver hacia adelante y hacia atrás, no hay límites. Lo que ocurre es que no queremos ver o tememos ver algo para lo que no nos sentimos preparados.

Esperanza prefirió dejar a su madre tranquila tratando de organizar sus ideas y las cosas de la casa para cuando volviera el padre.

Al entrar en su habitación la niña se sorprendió al ver en el aire unas pequeñas esferitas blancas moviéndose entre los muebles. Eran cuatro bolitas que se mantenían en movimiento.

La niña preguntó en voz alta:

–Abuelita, ¿eres tú?

Entonces ella escuchó en su interior:

–¡«Cuatro»!...

–¿«Cuatro»? –preguntó ella.

–¡Sí, «cuatro» es el mensaje!

–¿Qué es «cuatro»?

–«Cuatro» es controlar las emociones y los sentimientos para que estos no te controlen a ti. Es mantener una actitud positiva frente a cualquier situación de adversidad que se te presente. Es amar la vida enfrentándola con voluntad, amor, paz y esperanza para mantener con ello la salud física e interior.

»La tristeza hace enfermar cuando no se entiende el porqué de las cosas o no se quieren aceptar los ciclos de la vida. Todo tiene un sentido, y la vida no termina sino que continúa.

»No llores cuando alguien que amas muere, porque la muerte no existe realmente, es una continuidad. Si estás atento, volverás a encontrarte con los que amas en otros planos y en otros cuerpos.

–¿Y cómo puedo controlar las emociones y los sentimientos? Es fácil decirlo, pero cuando sientes que tu corazón se arruga por la tristeza y la impotencia, entonces cuesta mucho –dijo Esperanza.

–Para controlar los sentimientos y las emociones tienes que hacerte uno contigo misma; en ti están la sabiduría y el discernimiento. Debes enfrentar la dualidad, evitar todo enfrentamiento interior y procurar tu paz y equilibrio, entendiendo que todo en la vida tiene un sentido que consiste en crecer en el amor. El amor trasciende el tiempo y el espacio… La muerte no debe separarte de las personas que amas, sino que debe unirte más a ellas y a las que continúan vivas –dijo aquella voz en la mente de la niña.

Cuando el padre de Esperanza regresó a su casa estaba destrozado anímicamente. Su mujer lo abrazó mientras él rompía en llanto. Esperanza se acercó y también abrazó a su padre diciéndole tiernamente:

–¡Papá no sufras por la abuelita! Ella está bien, ya no le duele nada. Estaba muy mayor, había sufrido mucho en la vida y se merecía un descanso. Son solo vacaciones, como en la escuela. Ya verás tú como pronto volverá entre nosotros corregida y aumentada, y le podremos devolver todo el amor y cariño que ella nos dio.

Tanto José como Marie se quedaron de una pieza, en silencio, asombrados por los comentarios de la niña. Fue tan fuerte el impacto de las palabras de Esperanza que ambos esbozaron una sonrisa llena de paz.

–¡Gracias hijita, cuanta sabiduría y consuelo hay en tus palabras!

Como al mes del fallecimiento de la abuelita, Esperanza soñó con ella. Se la veía viejecita como cuando murió y caminando con dificultad por la casa. En el sueño la niña aprovechó para hablar con ella.

–¡Hola abuelita!, ¿cómo estás?

–Estoy curándome de todas las heridas emocionales en una especie de clínica hijita. Allí te curan con conocimiento, amor y mucha paz. Te permiten ver todo lo que hiciste y dejaste de hacer, lo que hiciste bien y lo que hiciste mal, pero con cariño, sin recriminarte nada. Una vez que te curas del dolor que se aloja en el alma y que ha enfermado tu vida, me han dicho que te hacen pasar a una especie de escuelita donde repasan una vez más contigo tu vida anterior para que veas como pudo haber sido si hubieses enfrentado una situación de modo diferente o si tu actitud hubiese sido distinta. Cuando apruebas la escuelita, te «gradúas» haciendo un plan o un proyecto de existencia futura mejorada y corregida, y solo si consideran que estás preparado, te llevan a una especie de consejo de almas ancianas donde negocias con ellas cual va a ser tu siguiente existencia. A más conciencia, mayor capacidad de negociación. Yo quisiera, llegado el momento, negociar, si se me permite, volver a través tuyo, nacer de ti algún día como tu hijita, para que podamos seguir compartiendo momentos felices como lo hicimos cuando yo era tu abuelita.

–¡A mí también me gustaría abuelita! Así podría hacerte todos los cariñitos que tú me hacías.

–Quizás lo consiga si es que no me envían antes y si no tienen otros planes de arriba. Ahora la gente está volviendo muy rápido para participar y ayudar a los cambios de este mundo. Pero no pierdo la esperanza –dijo el alma de la abuelita.

–¿Te ha soñado mi padre? ¿Ha podido verte él en sueños abuelita?

–Es en los sueños donde se permite a las personas fallecidas comunicarse con los que están vivos, pero eso solo puede ocurrir cuando el familiar o amigo lo permite y no está bloqueado por el dolor y el sufrimiento. Cuando la conexión se interrumpe, entonces la persona que murió tiene que recurrir a terceras personas. Aquí se cumple aquello de que la línea recta no siempre es la distancia más corta entre dos puntos. A veces te comunicas con alguien no muy cercano, como puede ser un conocido o amigo, para que le dé el mensaje a la persona con la que necesitas comunicarte.

»Dile a tu padre que lo amo y que estoy bien, pero que estaré mejor si él supera su tristeza, porque eso me retiene y no me permite terminar de marcharme.

–¡Se lo diré abuelita!

–¡Y dile a tu madre que me perdone por haberla tratado mal! Nunca ha sido fácil la relación de las suegras con las nueras.

–¡Lo haré!... A ella le va a gustar mucho esa parte del mensaje.

–¡El mensaje ahora es «cinco»!

–¿«Cinco» abuelita?

–¡Sí, «cinco»! Ese es el mensaje. La palabra es creadora. Tú puedes materializar lo que dices y, hablando con fuerza, seguridad, verdad y caridad puedes consolar y rescatar a las personas de la tristeza y el desconsuelo. Anima, alienta y fortalece con tu palabra creadora.

–¿Y cómo lo puedo lograr abuelita?

–Aplica los mensajes anteriores que te han dado. Todo viene de la misma fuente: hazlo con amor, voluntad, paz interior, esperanza y sanación, uniéndote a los demás. La vida es una aventura personal pero en comunión con los demás, no lo olvides.

–¡No lo olvidaré! Gracias abuelita.

Mientras Esperanza hablaba con la abuelita en el sueño, esta había ido rejuveneciendo gradualmente hasta convertirse en una joven adolescente de rostro muy luminoso. Cuando Esperanza despertó, recordaba completamente el sueño y se sentía más que feliz por ello. Sabía que no era un simple sueño, sino una vivencia real en otro plano, y llena de convicción y seguridad les contó a sus padres en el desayuno su visión y cuanto recordaba. Su padre, al terminar de escucharla, suspiró como liberándose de un terrible peso, mientras estrechaba la mano de su mujer.

P

A los doce años Esperanza participó en un viaje del colegio a Cajamarca, en el Norte de Perú. Esta bella población enclavada en los Andes, mezcla indígena y española, había surgido con una belleza similar a la de Cuzco por la superposición de culturas. Fue hace siglos el triste escenario de la trampa y traición de los conquistadores europeos a las huestes de élite desarmadas del Inca Atahualpa, quien terminó siendo capturado, y, a pesar de que pagó un enorme rescate por su vida llenando dos habitaciones de objetos de plata y una de oro puro, fue criminalmente ajusticiado con la pena del garrote.

El viaje aéreo sobre las montañas fue extraordinario. Delante de los ojos de aquel alegre grupo de chicos y chicas desfilaron entre Lima y Cajamarca las montañas nevadas con sus altas cumbres de los inigualables Andes.

En el hotel los chicos fueron repartidos a sus habitaciones. Participaron en distintas excursiones, una de ellas a los baños termales que eran frecuentados en el pasado por los incas, un lugar extraordinario de aguas medicinales que salen de la tierra a altísimas temperaturas, y que a través de un sistema de piscinas acondicionado desde hace siglos, se van regulando con temperaturas soportables y agradables como para poder bañarse en ellas.

Otra de las excursiones fue al bosque de piedras de Huallay, lugar al que se llega por una sinuosa carretera que sube por los cerros. La subida a la montaña permite pasar al lado de una impresionante pirámide prehispánica que aún no ha sido excavada llamada Laizón, un lugar sagrado que promete grandes descubrimientos en el futuro. Al llegar a lo alto de la montaña el lugar parece de otro mundo. Hay gigantescas rocas con formas diversas y algunas piedras tienen petroglifos, símbolos milenarios de los que vivieron en la región, que expresaron lo que veían en el cielo, sus mitos y hasta lo que vivían cotidianamente. Entre las rocas discurren extensos canales tallados en la piedra que en tiempos antiguos trasladaban el agua de los manantiales a la ciudad.

Esperanza mantenía cierto liderazgo entre sus compañeros de clase y era la promotora de cuanta investigación y exploración se hiciera, aunque siempre sin poner en peligro a nadie ni contrariar las indicaciones de sus maestros.

Estaba descendiendo todo el grupo por una quebrada principal que llevaba a la zona más importante de los acueductos, cuando Esperanza se fijó que en el mismo canal de piedra había como una rosa de los vientos o estrella grabada en la roca, y llamó la atención de los demás. Uno tras otro sus compañeros fueron desfilando para contemplar el hallazgo de la novel exploradora y festejar el descubrimiento.

Una de las profesoras que acompañaba al grupo, la señorita Leonor Martínez, persona muy agradable y simpática, de mediana edad, no muy alta, ligeramente gruesa y rostro amable que apreciaba mucho a la niña y la conocía desde su más tierna infancia, se acercó y la felicitó, diciéndole:

–¡Te felicito por tu descubrimiento; realmente parece una estrella Esperanza!

»Cuando seas mayor vas a ser una gran exploradora.

»Quizás los campesinos o un astrónomo antiguo vio una estrella en el cielo que le llamó la atención, probablemente una estrella que se movía en el cielo.

–¿Un ovni profesora?

–¡No querida, un cometa! Son gigantescas bolas de nieve y hielo de amoniaco y agua, que como una escoba van arrastrando todo lo que encuentran a su paso por el cielo. Es como un iceberg gigante que es atraído por la gravedad del Sol de entre unos bloques inmensos de hielo, que según los científicos existirían en los confines del sistema solar. O también pudo ser un meteorito, una suerte de escombro de la formación del sistema solar.

»Vamos, apuremos el paso que nos estamos quedando rezagadas.

Avanzaban por el camino cuando se cruzaron con un campesino con su rebaño de ovejas que iba en sentido contrario. Esperanza, siempre cortés, saludó a aquel señor mayor:

–¡Buenos días señor!

–¡Buenos días niña! ¿Disfrutando del paseo?

–¡Así es señor! Muchas gracias.

–¿Viste la estrella en la piedra?

–¡Sí señor, es muy bonito el grabado y debe ser muy antiguo!

–Sí lo es amiguita. ¿Y sabes lo que significa?

–Mi profesora me explicó que es como una estrella errante o cometa.

–Pues es un símbolo mágico que simboliza muchas cosas…

–¿Cómo qué señor?

–¡Cosas!… Por ejemplo, el uno como unidad, el ser uno contigo y con todo. Es descubrir que así como hay soles en el cielo que son las estrellas, tú también tienes que descubrir que puedes y debes ser un sol en tu interior, irradiando.

–¡Qué bonito! Gracias señor.

–Una estrella también es dos, tres y cuatro.

–¡Qué curioso, esos números los he escuchado como mensajitos en mi vida!

–No es para menos niña; una estrella también simboliza el número dos, porque no puedes ser un sol para los demás dando ejemplo de vida si antes no eres un sol para ti misma.

»Si bien todo lo que tienes que hacer en la vida es personal y no lo puedes delegar en otros, todo lo tienes que hacer en relación a los demás, sirviendo y dando lo mejor de ti. Para ello fortalece tu voluntad y crece en discernimiento, para que des lo que otros necesitan pero no lo que quieren de ti.

»Pero también la estrella es tres. Esto es que dependerá mucho de que estés en paz y confiada en las fuerzas de luz que guían tu vida para lograr realizaciones superiores.

»También es cuatro, que es unirte en un solo sentimiento con todo y con todos sumando fuerzas, dejándote guiar por el corazón.

»Y también la estrella es cinco. ¿Has visto las estrellas de cinco puntas?

–¡Como las estrellitas del mar señor! –dijo Esperanza.

–¡Cierto niña! La estrella de cinco puntas es profundidad y simboliza la magia de la palabra creadora. Con la palabra puedes crear o destruir. Puedes llenar los corazones y las mentes con confianza, o conducir a los incautos hacia el abismo.

–¡Gracias por hacerme recordar todo esto! Como le decía, a lo largo de mi vida me han repetido estos números y su significado como un mensaje que debo tener presente. Espero que estos mensajes no lleguen al millón de números.

En ese momento se escuchó la llamada estruendosa de la profesora cuyo eco retumbaba entre los cañones montañosos, pues Esperanza se había quedado atrás hablando con el pastor.

El grito distrajo a la niña; al girarse para despedirse del campesino notó que este ya no estaba. Era como si se hubiese desvanecido en el aire, aunque el ganado sí se encontraba disperso en el lugar.

Esperanza apuró el pasó y, después de una leve reprimenda, subió al bus. Por la ventanilla veía como el vehículo la alejaba poco a poco de aquel mágico lugar en las montañas de Cajamarca. De pronto retumbaron las palabras del pastor en su mente.

–¡«Seis»!... El mensaje ahora es «seis». La estrella también es seis… Hay estrellitas de seis puntas.

–¿«Seis»? –preguntó ella en su mente.

–¡Sí, seis! Es el equilibrio que debes lograr entre tu mente y tu espíritu con una actitud mental positiva. Es descubrir tu potencial creador, la parte de divinidad que hay en ti.

»Así como Dios crea en la vida, tú también puedes crear en tu vida y en la vida de los demás. No lo olvides.

–¡No lo olvidaré! –dijo ella internamente.

No se lo pensó dos veces y sacó de su pequeña mochila su cuaderno de notas y su bolígrafo para anotar la experiencia que había tenido en el bosque de piedras y la revelación que le había llegado a continuación en el bus.

Durante los siguientes días todo aquel contingente de chicos visitó las calles de la ciudad de Cajamarca, entrando en las iglesias coloniales y en cuanto edificio público podía ser visitado. Uno de los lugares obligatorios del recorrido fue el «cuarto del rescate», una habitación tallada en finos adoquines de piedra donde estuvo prisionero el Inca en manos de los conquistadores. En ese espacio la profesora les dio una magistral clase de Historia, describiéndoles los momentos amargos que allí se vivieron, cuando el Inca, traicionado y capturado después de la emboscada en la plaza de la ciudad, fue llevado y encadenado allí. Con una gran capacidad de narración, la maestra describió como al Inca lo volvieron a engañar prometiéndole que le perdonarían la vida si pagaba un sustancioso rescate, cosa que él hizo. Pero sus captores no respetaron el acuerdo.

Esperanza se sintió víctima de una inexplicable angustia y se sentó sobre las piedras poniéndose a llorar desconsolada.

–¡Él era mi hermano!... Casi no nos conocíamos, pero era mi hermano –decía la niña con voz ahogada.

Los demás niños llamaron a la profesora Leonor para que fuera a ver qué le ocurría a Esperanza.

–¡Esperanza, ¿qué te ocurre mi niña? ¿Algo te duele?! ¿Por qué lloras?

–Siento que Atahualpa fue mi hermano en ese tiempo, y que fue terrible lo que le pasó. Es verdad que no fue nada bueno lo que él le hizo a Huáscar asesinándolo, pero tampoco se merecía esa muerte tan cruel.

–¡Todos tenemos sangre indígena en mayor o menor medida Esperanza! Y es muy loable que te sientas hermanada con estos personajes de nuestra Historia, pero todo esto paso hace mucho tiempo y ya es solo un recuerdo. Esa información no te debe hacer sufrir, sino que debemos sacar las mejores lecciones de la Historia.

–El estar aquí me hace sentirle como si lo estuviese viviendo en este mismo momento… Profesora, ¿usted cree en las vidas pasadas?

–¡La reencarnación es una teoría hijita como muchas otras! Yo creo en lo que la religión y la Iglesia enseñan de que al final de tu vida serás juzgado por tus acciones e irás al cielo o al infierno.

–Pero profesora, si Dios es lo más bueno que hay ¿cómo podría juzgar si él lo sabe todo y pudo anticiparlo? Además, ¿no es acaso él misericordioso, compasivo y amoroso? Dios nos enseña que hay que saber perdonar todo. Entonces ¿cómo no cumpliría él lo que nos enseña y nos pide que hagamos?

»Hay mucha gente que no ha tenido oportunidades en la vida mientras otros han tenido tantas y no las han sabido aprovechar. ¿No le parece injusta la desigualdad de oportunidades?

–¡Haces muchas preguntas muy profundas Esperanza, pero sinceramente no tengo respuestas! Algún día todos llegaremos al tránsito de la muerte y comprobaremos directamente qué hay realmente más allá.

La profesora ayudó a Esperanza a incorporarse y la sacó fuera del recinto haciéndola sentarse y buscándole de inmediato una botella de agua para que bebiera. En ese momento se acercó a la niña un adolescente de apariencia indígena, que estaba como agazapado en un rincón. Era delgado, de rostro redondo, ojos almendrados y cabello oscuro desordenado. La miró a los ojos y le dijo:

–¡No se puede hacer nada por lo que ya pasó, pero podemos entenderlo para crear un futuro donde no vuelvan a pasar estas cosas!

»El mensaje es «¡Siete!»

–«¿Siete?» –preguntó Esperanza.

–¡Sí, «siete» amiga! Tú atraes a tu vida lo que estás pensando. Si piensas en positivo harás magia y todo será positivo.

–¿Dejarán de pasar cosas malas si piensas en positivo?

–No necesariamente, pero si te preparas y creces en sabiduría, las cosas malas no te afectarán; anticipándote a ellas, las podrás evitar. Además, las cosas buenas serán más numerosas y llegarán a ti con más fuerza, consolándote y fortaleciéndote, permitiéndote ver el lado positivo de la vida. Tus pensamientos son creadores amiguita, nunca lo olvides. Debes pensar y atraerlo todo con amor.

–¿Quién te dijo que me dieras este mensaje? ¿Cómo te llamas? ¿Quién eres?

–¡Soy la sangre donde está guardada toda la información! En mis venas, como en las tuyas, corre el conocimiento y la experiencia de muchas generaciones. Los señores del cielo nos hablan a todos pero pocos escuchan. Ellos me insistieron en que te diera ese mensaje. Que tú sabrías entenderlo y valorarlo. Ellos saben quien eres; lo han sabido siempre y por eso te han venido siguiendo. Están pendientes de ti.

»Mi nombre es Cristóbal, y como nos recuerda el nombre del santo patrón, tengo una gran responsabilidad sobre mis espaldas, igual que tú tienes la tuya con tu nombre: ¡Esperanza!

En ese momento llegó la profesora con el agua y, cuando Esperanza quiso presentarle al joven que le había dado el mensaje, este se escabulló y ya no se le veía por la zona.

Sorprendida, la niña ya no le comentó mayor cosa a la profesora porque comprendió que no todos están en condiciones de entender algunas cosas hasta que su momento llegue.

Al día siguiente, la clase fue conducida a una granja lechera muy famosa en Cajamarca, donde las vacas están tan bien adiestradas, que las llaman por sus nombres y ellas responden, entrando solas al corral y colocándose donde se encuentra su nombre colgado en un cartel y donde se les sirve la comida. En el momento que les ponían el grano y la hierba para que comieran, Esperanza se dio cuenta de que quien ayudaba a alimentar al ganado era Cristóbal. Y entonces se acercó a él para hablarle:

–¡Hola, Cristóbal! ¿Te acuerdas de mí?

–Claro que sí, ¡eres la niña llorona!

–¡No seas malo conmigo!

–Es una broma, no te molestes.

–¿Cómo han entrenado a estos animales para que respondan por su nombre?

–Exactamente igual a como responden los seres humanos cuando se los trata con amor, cariño y respeto. Tú estimulas la confianza con señales y respuestas.

–¿Las vacas piensan como nosotros los humanos Cristóbal?

–Ellas también piensan, pero como ocurre con la mayoría de los animales, su mente y su conciencia son como las de un niño pequeño. Son muy básicas pero igualmente inteligentes y confiadas cuando se las trata con amor.

»¿Te das cuenta de la gran responsabilidad que tenemos los humanos de cuidar a las demás especies para ayudarlas a evolucionar? En contacto con nosotros ellas evolucionan.

–Para ser un chico de campo sabes muchas cosas.

–En el campo tenemos que aprender muy rápido si queremos sobrevivir amiguita. Pero yo también voy a la escuela y tengo buenos profesores, que a pesar de sus limitaciones, se esmeran en sacarnos adelante.

–¡Tú me dijiste que los señores del cielo te habían dado un mensaje para mí! ¿Por qué para mí? ¿Cómo te lo dieron?

–¡En sueños! Yo soñé que te conocía, por eso vine hoy aquí. Me dijeron que te dijera lo que te he dicho y más…

»Los seres del cielo pueden saber a distancia lo que ocurre aquí abajo, o grabarlo a través de unas camaritas en forma de esferas, que en la antigüedad inspiraban temor porque se creía que eran unas cabezas voladoras. Al parecer ellos te conocen y te han seguido desde hace mucho. Eso es lo que he entendido.

–¿Y dónde están ellos?

–En el cielo, en las estrellas o bajo las montañas y los lagos. Ellos vienen observándonos desde siempre y a veces bajan.

»Cuando era muy niño estaba con las ovejas y ya era tarde. Hacía mucho frío por lo que iba por el camino arreando al ganado cuando aparecieron unas luces en el cielo que descendieron en el campo a gran velocidad acercándose hasta mí. Eran más grandes que una pelota de fútbol y brillantes y metálicas. Estaban suspendidas en el aire.

»Lo curioso es que el ganado quedó como detenido, como dormido. No se inquietaron en lo más mínimo. Pero yo sí me asusté, y lo único que se me ocurrió fue levantar la mano y saludar. Entonces las esferas se balancearon ligeramente hacia arriba y hacia abajo, proyectaron una luz a mi pecho que después ascendió hacia mi rostro, y luego se marcharon a gran velocidad. De inmediato me fui corriendo escondiéndome en mi casa y hasta me olvidé del ganado que se quedó tras de mí. Traté de contarles a mis padres lo sucedido pero ellos solo me echaron una reprimenda por haber abandonado a las ovejas. Felizmente ninguna se perdió, y al ver mi padre que yo estaba pálido y temblando, fue a por ellas. Cuando regresó dijo que estaba sorprendido porque todas nuestras ovejas estaban en el camino más juntas que nunca, como si algo o alguien las hubiera mantenido reunidas.

»A partir de ahí, en mis sueños volvían las luces y con ellas unos rostros de personas con rasgos felinos que me hablaban. A veces solo eran ojos los que veía, pero sus palabras repercutían con fuerza en mi mente.

»Como te dije, hace unos días soñé contigo Esperanza. Aun sin conocerte te vi como te estoy viendo ahora, y vi quien habías sido y lo que tienes que ser en el futuro. En ese momento escuché el mensaje que debía darte: «Aprovecha tu tiempo para crecer, madurar y perfeccionarte, que cuando llegues a la edad adecuada, el mundo también habrá madurado esperando a personas como tú para liderar el despertar definitivo de la conciencia planetaria.

»En el pasado fuiste un líder y ahora debes volver a serlo. Debes retomar la labor que en su momento supiste realizar.

–¡Esperanza!... ¡Ven hija! Toda la clase está subiendo en el bus para irnos al restaurante a comer –intervino la profesora cortando aquella intensa interacción de la niña con el joven andino.

Ambos jóvenes se miraron a los ojos y sonriendo se despidieron.

–¿Nos volveremos a encontrar Cristóbal?

–¡Ellos reunirán a muchas personas pronto! Ya verás.

Esperanza le dio un beso en la mejilla a Cristóbal y se fue rauda al autobús.


Con la pubertad Esperanza no solo vivió intensos cambios físicos que moldearon y espigaron su cuerpo, sino que desarrolló una sensibilidad y una inteligencia cada vez más profundas. El precoz desarrollo de la muchacha fue acompañado de una intensa actividad paranormal en la casa. No era extraño que en el hogar los objetos cambiaran inexplicablemente de ubicación, desaparecieran y volvieran a aparecer en el mismo lugar días después. Tampoco que desaparecieran cubiertos de cocina y aparecieran otros con un diseño diferente; o que sin razón aparente se rompieran objetos en el lavadero. Era habitual que los electrodomésticos se encendieran o se apagaran solos; los que estaban rotos se arreglaban y los que estaban bien se estropeaban; las puertas se abrían y se cerraban solas y hasta las bombillas eléctricas no duraban nada. Fueron tan intensas las manifestaciones en la casa, que don José, perplejo ante los acontecimientos y a pesar de su formación científica decidió recurrir a un amigo suyo, un francés y profesor de parapsicología científica, el ingeniero Lucian Bruc. Era un hombre alto y grueso, de pelo rubio encanecido, gafas y rostro afable. Después de escuchar los testimonios de su amigo y de su mujer, se entrevistó con Esperanza.

–Querida Esperanza, ¿sabes acaso por qué me ha invitado tu padre a hablar contigo?

–Porque mis padres están preocupados por las cosas que pasan en casa. Ellos creen que usted puede saber qué está pasando.

–¿Y qué pasa en la casa, Esperanza?

–¡Pasan cosas raras!

–¿Y a qué crees que se deben?

–¡No lo sé, pero a mí no me asustan! Ocurren cuando tengo sueños en los que sé que estoy soñando. Es más, veo mi cuerpo en la cama y cuando me acerco al espejo, me divierte no verme reflejada en él. Me imagino que así debe sentirse uno cuando se muere.

»A veces sueño que salgo a caminar por la casa o por el barrio; otras veces es más lejos, pero muy lejos, y hasta vuelo y atravieso paredes. ¡Es fabuloso!

»Hay sueños en donde me veo a mí misma pero como un hombre y en otro tiempo. Como un príncipe guerrero indígena o algo así. Y siento que soy yo. Es como la continuación de lo que de niña veía y hasta sentía en lugares muy especiales. Cuando fui creciendo tuve miedo de olvidarme de todo eso, pero de pronto vino todo con más fuerza... Pareciera que hubiese compañía en casa; quizás sean fantasmas.

–¿Por qué piensas eso?

–Porque yo he visto luces atravesando las paredes y hasta siluetas de personas, algunas bajas y otras muy altas, como queriendo comunicarse conmigo. Algunos se acercan a mi cama o se sientan a los pies. Pero tengo miedo de contárselo a mis padres porque no les quiero preocupar. Se podrían asustar y hasta creer que no estoy bien.

»A mí me parece raro pero divertido.

–¿No has jugado a la ouija con tus amigas? Es un tablero para consultar con el más allá. Hay gente que lo usa para comunicarse con los espíritus. Es muy peligroso porque puede atraer presencias inconvenientes y dejar puertas abiertas a otras dimensiones. Empieza como un juego y después puede tener consecuencias nefastas.

–¡No Señor! No lo he hecho… He oído hablar de ello, pero no me ha interesado.

–¡Bien! Me alegro de que seas una persona responsable e inteligente Esperanza. Bueno, te diré que todo lo que está pasando en tu casa es normal… dentro de lo paranormal. No es extraño que cuando hay niños pequeños, madres gestantes o adolescentes en plena pubertad, se produzcan fenómenos paranormales. Estos fenómenos ocurren porque se canaliza mucha cantidad de energía psíquica. El peligro es que pueden abrirse puertas a otras dimensiones y atraer con ello a los «bajos astrales», que son espíritus de gente atrapada en una dimensión fronteriza con la realidad física. No suelen ser buenas entidades las que se manifiestan.

»Pero tú tranquila. Trata de hacer mucho deporte y tener una vida siempre sana para que puedas orientar adecuadamente esa energía. Y en cuanto a ese príncipe indígena, háblame de él.

Esperanza le contó todo lo que recordaba de cuando era niña y de sus experiencias con sus compañeros en Cajamarca. El profesor se quedó fascinado y complacido.

Terminada la conversación con la niña, el experimentado investigador francés se juntó con José en el comedor para compartir con él un té con pastelitos, servidos amorosamente por Marie.

–Lucien, ¿quién está causando todos los eventos paranormales en casa?

–¡Tu hija Esperanza, por supuesto! Tiene un gran potencial psíquico. Todo lo que me ha contado es fascinante. Debes escucharla, que sienta tu apoyo y comprensión. No hay nada mejor para una joven de su edad que haya confianza y sus padres la escuchen, aunque te resulte inverosímil lo que te cuente. Hay más cosas en este mundo de las que podemos entender amigo mío.

–¿Y qué más podemos hacer además de escucharla Lucien? –preguntó Marie, inquieta por su hija.

–Ya le dije a ella que debe orientar su energía para que no termine descargándola en casa. Debe hacer gimnasia, natación, artes marciales, todo aquello que le sirva para descargar el exceso de energía propio de su edad y de su nivel evolutivo. Es un alma avanzada a la que hay que ayudar a que cumpla su misión. Primero ayudarla a que se reencuentre consigo misma, y luego la vida dirá.

Los padres de Esperanza hicieron caso de las recomendaciones de su amigo francés, inscribiéndola a clases de natación, donde llegó a destacar participando en campeonatos y obteniendo siempre los primeros puestos. También cultivó la gimnasia olímpica, y, con el apoyo económico de unos tíos suyos que la querían mucho, hizo yoga y meditación, además de judo.

A pesar de su corta edad, Esperanza también era un ratón de biblioteca. Pedía que le regalaran libros en sus cumpleaños y navidades y así iba consolidando su propia y variada colección de todo tipo de temas, desde Historia y Geografía, hasta Química, Física y Astronomía. El conocimiento era para ella una especie de ansiedad, como si fuese a contrarreloj y tuviera que aprovechar cada segundo de su existencia para prepararse.

C

V. VOLVIENDO SOBRE LOS PASOS PERDIDOS

Si es que hemos vivido múltiples existencias, igualmente han sido múltiples las vivencias, los escenarios, las circunstancias y las relaciones. Hay momentos en nuestra presente vida en que el destino nos lleva a recorrer la misma ruta, y a volver sobre nuestros pasos perdidos para recuperar el hilo conductor de nuestra trayectoria y realización.

Esperanza iba a cumplir diecisiete años y su clase del colegio había planeado con mucha anticipación el viaje de fin de curso y de graduación. Harían un viaje a la turística y siempre fascinante ciudad de Cuzco. Para ella significaba volver después de once años a un lugar que la había conmocionado por dentro y le había hecho tener extraordinarias vivencias internas, por lo cual regresar era algo muy especial para ella. Su padre, don José, insistió para que no dejara de visitar a su amigo Aarón y le llevara sus saludos.

Durante los años de su educación había sido una alumna brillante, destacando y consiguiendo el reconocimiento de sus maestros. De ahora en adelante se le presentaba una nueva etapa en donde tendría que sentar las bases de su futuro, planificando la carrera que le permitiera sentirse realizada y la llevara a ocupar un rol comprometido en la sociedad.

Los alumnos llegaron de madrugada al aeropuerto de Lima para tomar el primer vuelo de la mañana que los trasladaría al Sureste del país; así aprovecharían para aclimatarse y sacar provecho a todo el día en el lugar, ya que el viaje de casi 1.000 kilómetros se hacía en aproximadamente una hora. Lo que siempre demandaba más tiempo era el traslado a la terminal aérea cruzando toda la ciudad; después venía el check-in de pasajes y maletas, y la larga espera para embarcar.

Entre sus compañeros estaba Carmen Tiravanti, una joven sencilla, de buen ver, trigueña, de bello cabello ondulado y destacada en los estudios. También formaba parte de su círculo más íntimo Raquel Vega, quien había crecido junto a su amiga, y que al cabo de los años se había estilizado, luciendo un cuerpo bello y delgado, sin haber perdido el candor de su infancia. Otro de los amigos era Uriel Fernández, buen mozo, alto y fuerte, que destacaba en los deportes aunque no mucho en los estudios. De corazón noble, se sentía inclinado a proteger a Esperanza, a Carmen y a Raquel, sus entrañables amigas. Formaba el grupo también otro chico llamado Guillermo Dancuart, el popular «Guille», intelectual, de mediana altura, rostro redondo, amplia frente, delgado y con gafas, experto en solucionar cualquier situación con la lógica, la estadística y los recursos que extraía siempre de la manga como un mago. Completaba el círculo Daniel Lee, un joven risueño, no muy alto, de rasgos orientales, siempre al día con las últimas noticias de interés para compartirlas con todos sus compañeros de clase y sus amigos del vecindario.

El vuelo de una hora fue tranquilo, aunque tranquilo es un decir con el bullicio que tenía el grupo escolar, inmerso en sus comentarios y bromas.

En cuanto llegaron a Cuzco, toda la clase se arremolinó en torno a las maletas que iban saliendo lentamente por la banda mecánica. Después, acompañados de sus tutores se trasladaron al estacionamiento situado fuera del aeropuerto, donde los esperaba el autobús contratado para recogerlos. Uno a uno fueron subiendo al vehículo mientras cotejaban sus nombres en una lista y se anotaba el número de maletas que iban en el bus. De allí se dirigieron al hotel. La llegada fue una locura. En la recepción se agolpaban todos sentados sobre sus maletas hablando sin parar, poniendo a prueba la paciencia de sus maestros y de los pobres empleados del hotel, que trataban de concentrarse en recibir y organizar al grupo.

Al cabo de un rato se logró poner orden distribuyendo a toda la clase en sus habitaciones. Se les dio de beber a todos las imprescindibles infusiones de hojas de coca, para que después se retiraran a descansar.

Al cabo de dos horas se reunieron en la recepción del alojamiento para repasar las indicaciones del tour organizado por la escuela. Entre los tutores estaba la profesora Leonor, su profesora desde sus primeros años en la escuela.

Aquel primer día de tour, el grupo fue trasladado en un autobús privado a las imponentes ruinas de Sacsayhuamán situadas a poca distancia de la ciudad sobre la colina que domina la vista de todo el valle. En el lugar se les explicó como había sido construido aquel magnífico monumento, su estilo arquitectónico y como lo utilizaron como fortaleza durante la resistencia a los conquistadores. Esperanza sonrió recordando el viaje y el recorrido que había realizado con su padre años atrás, mientras escuchaba a los profesores explicar que el lugar había sido originalmente un gigantesco templo dedicado al Sol, al agua y al arcoíris. También mencionaron como la estructura había sido saqueada y desmantelada a lo largo de los siglos hasta adquirir su estado ruinoso actual, que deja ver solo la tercera parte del material original. La explicación corrió por cuenta del profesor de Historia de la clase, don Raúl Sánchez, hombre mayor pero bien conservado, canoso y de profusa barba, que tenía mucha habilidad para contar las cosas haciéndoselas vivir a los oyentes. Se veía que amaba su profesión y su capacidad pedagógica era un arte.

Los chicos posaron con sus tutores para las fotografías de rigor delante de las imponentes piedras de los muros de hasta 360 toneladas, colocadas en las paredes como si fueran piezas de un inmenso rompecabezas. Esperanza estaba que no cabía en sí de gozo al haber vuelto al lugar y poder compartirlo con sus queridos amigos de la escuela. Ella, más que escuchar las explicaciones –pues las conocía bien–, quería respirar el lugar y sentirlo profundamente una vez más.

Mientras estaban allí caminando y mirando, se les acercó un hombre mayor de apariencia indígena, vestido pobremente con un atuendo propio de la zona, poncho y chullo (que es el gorro multicolor de lana que cubre las orejas) y, dirigiéndose directamente a Esperanza le dijo:

–¡Mamita, volviste!

Esperanza, que estaba rodeada de algunos amigos y enfrascada en una animada conversación, se giró y, observando a aquel extraño personaje, le contestó:

–¿Perdón?... ¿Me habla a mí, señor?

–¡Volviste! Eso significa que ya es tiempo.

–¿Tiempo para qué, señor?

–¡Para que el puma despierte y abra los ojos! El puma es el Kay Pacha, el mundo de aquí, que tiene que despertar y dar cuenta del final del ciclo y el inicio del otro.

En ese momento, uno de los maestros, don Luis Gutiérrez, profesor de Geografía, hombre relativamente joven, grueso, alto, de pelo castaño oscuro y gafas, se acercó y pidió al hombre que no molestara a los chicos, haciéndole alejarse.

–¡Siendo una ciudad turística no se puede evitar que abunden los pedigüeños! Así que tened cuidado chicos y evitad que se os acerquen –dijo el profesor justificando su acción.

–Ese hombre profesor no me había pedido nada. Solo me dijo que «ya era tiempo para que el puma despertara y abriera los ojos» –aclaró Esperanza.

–¡Sí, nosotros le escuchamos también! ¿Qué podría significar eso, profesor? –dijo uno de los compañeros.

–A ver, a ver… A veces estos mendigos dicen dos o tres frases misteriosas, atractivos galimatías para hacerse los interesantes y atraer la atención de los ingenuos e incautos; no le hagáis caso.

–Pero profesor, decir «que ya era tiempo para que el puma despierte y abra los ojos» no suena a tontería; podría ser algo retórico o propio de alguien que sabe algo importante –intervino Guille.

–Bueno sí, podría ser… Disculpad si me he extralimitado pero es que en las zonas arqueológicas los pedigüeños abundan y me sacan de quicio.

»Aprovecharé para deciros que en la época inca, Sacsayhuamán era la cabeza de la figura de un puma gigante, conformada por el plano de la ciudad completa. Y una de las tres torres que existían en la plataforma de la parte alta, que veremos después y de la que hoy solo quedan sus cimientos, era el ojo del felino –intervino el maestro.

–¿A qué se podría haber referido aquel hombre con el «despertar del puma» profesor? –insistieron los alumnos.

–No me lo imagino, pero insisto: tened cuidado porque a veces se acerca gente con artes engañosas; vienen diciendo incoherencias y con ello tratan de vender cosas a los turistas intentando sorprenderlos o buscan despertar el interés por lo esotérico sin ninguna base científica y con ello aprovecharse de ellos de alguna manera; quizás llevándolos a alguna improvisada ceremonia pseudo-chamánica que incluya alucinógenos de la selva, con la finalidad de captar jugosas propinas. Así que sed precavidos, no creáis todo lo que escuchéis y sigamos todos juntos por favor.

El recorrido continuó por cada una de las tres terrazas de la fortaleza-templo hasta llegar a la cima donde se encontraban los cimientos de las torres. Después bajaron a la gran explanada cruzando al lado opuesto, subiendo por los pequeños cerros rocosos al lugar que llaman el «trono» o «asiento del Inca».

Esperanza, situada junto a sus compañeros sobre las colinas y mirando hacia las impresionantes murallas, recordó con alegría aquellos maravillosos momentos que pasó en el lugar cuando era niña, donde se le despertaron posibles recuerdos de vidas anteriores. Pero esas imágenes ya empezaban a diluirse y desaparecer como consecuencia de los años transcurridos. Era difícil volverlos a tener con la misma frescura e intensidad que cuando era pequeña. Ciertamente cuando uno crece y se relaciona con los demás va perdiendo u olvidando las conexiones y las percepciones sutiles. El no poder evocar plenamente esas experiencias infantiles la hizo pasar de la alegría a la tristeza.

–¿Qué te pasa Esperanza? Hace un momento estabas que no cabías en ti de gozo y ahora se te ve triste y compungida. ¿Has recordado algo que te ha entristecido? –le preguntó Raquel, siempre observadora, inquieta por su amiga.

–Yo estuve aquí con mi padre cuando era muy niña.

–¡Ah, ahora veo porque te ha entrado nostalgia! ¡Extrañas a tu padre!

–¡No, no es eso! Cuando estuve aquí con él me pareció que había vuelto a mi casa y todos estos lugares me resultaron más que familiares. Recordaba como habían sido en los tiempos de los incas, como si yo misma hubiese vivido en esa época.

–Eso demuestra que siempre has tenido mucha imaginación amiga.

–Sé que no fue imaginación Raquel, ¿o acaso no recuerdas lo que vimos juntas cuando éramos niñas en la playa?

–Tienes razón, yo ya me había olvidado de eso. Se nota que estamos creciendo y vamos relegando cosas que en su momento fueron mágicas e importantes.

»¿Entonces tú viviste en un vida pasada aquí? ¡Qué locura!... ¿En serio? Espera a que los demás se enteren. Eso es una pasada.

–¡Por favor no lo comentes! No quiero que los chicos se burlen de algo que es muy serio para mí. Yo estoy segura de que fue así. El problema es que me he dado cuenta de que estoy perdiendo esos recuerdos y la capacidad de conectar con ellos.

–Eso sí es una pena Esperanza… Imagínate si recordaras con toda claridad esas cosas; hasta podrías decir a los arqueólogos donde excavar. Les ahorrarías mucho trabajo y los resultados de sus prospecciones serían espectaculares.

–Tienes razón Raquel, no había pensado en ello. Pero igualmente no me creerían. Además, ¿por qué habrían de hacerme caso?

En ese momento el profesor Gutiérrez se acercó a las dos chicas, llamándoles la atención porque se habían quedado rezagadas del resto por estar conversando.

–¡Vamos señoritas, muévanse porque se están quedando atrás! Miren donde está el resto.

Las chicas avanzaron uniéndose al grueso del grupo que estaba concentrado en la zona del rodadero, donde jugaban como si fueran niños pequeños. En aquella zona los maestros se preocuparon de que los alumnos conocieran las recientes excavaciones arqueológicas que habían sacado a la luz cerca de una decena de momias de nobles con sus correspondientes ofrendas, para lo cual habían contactado con el Instituto Nacional de Cultura, el cual había puesto sobre aviso a los arqueólogos residentes, que atendían a la comitiva escolar.

El maestro de Historia se acercó a los dos arqueólogos de la zona de las excavaciones. Eran un hombre y una mujer que llevaban puestos unos chalecos color crema con el distintivo del Instituto Nacional de Cultura. Estuvo conversando con ellos unos minutos para después girarse hacia los chicos diciéndoles:

–Queridos alumnos, os presento a los arqueólogos Jorge Cavieses y Rita Amaru, que os van a dar una explicación sobre las excavaciones y los hallazgos arqueológicos realizados recientemente en esta zona, colindante con la fortaleza-templo de Sacsayhuamán.

–¡Muy buenos días jóvenes! –intervino el arqueólogo, un hombre de unos cuarenta años de pelo negro, bigote grueso y gafas oscuras–. Me alegro de que incluyan momentos de investigación y estudio en su viaje de promoción. Hay excursiones escolares que piensan que venir aquí es solo para divertirse y pasarlo bien. Lo pueden pasar bien pero aprovechando el tiempo para enriquecerse con conocimiento y aprender cosas que pueden orientar sus vidas. Un viaje siempre es una gran oportunidad para crecer conociendo. Tienen que aprovechar también cuanta oportunidad se les presente para ir definiendo sus vocaciones profesionales. Este lugar ofrece un sinnúmero de posibilidades para desarrollar la Arqueología, la Antropología, la Etnología, la Sociología, la Geografía, el Turismo, la Arquitectura, la Ingeniería, la Biología, la Botánica, la Agronomía, la Gastronomía, etc.

–¡Así es! –recalcó la arqueóloga, mujer de unos treinta y cinco años, de baja estatura, complexión gruesa y rasgos marcadamente nativos–. Tal como dice el profesor Cavieses, están en un momento muy importante de sus vidas y aquí pueden conocer a través nuestro una profesión que tiene mucho futuro en un país como Perú, con una vasta tradición cultural. La industria del turismo va de la mano de la Arqueología. Los descubrimientos arqueológicos incrementan el acervo cultural y permiten conocer nuestra Historia y proyectar nuestro futuro, y el descubrimiento y exposición de nuestra riqueza cultural atrae el turismo internacional y, por ende, las inversiones en ese sector.

–Tal como dice la profesora Amaru, aquí les vamos a comentar lo que hacen los arqueólogos en los yacimientos arqueológicos, el por qué y el para qué se excava, los tipos de excavación, el registro y datación de las muestras, etc. –continuó el arqueólogo llevando al grupo a ver los pozos o trincheras de excavación, donde unos obreros estaban excavando, exponiendo los distintos estratos de habitación y separando con cernedores los fragmentos de cerámica y huesos que hallaban.

–En este lugar se han encontrado momias de distintas fases de la cultura inca… –comentó la arqueóloga.

La explicación duró poco más de media hora, dejando paso después a las preguntas. Algunos muchachos estaban muy inquietos, con ganas de seguir caminando y explorando; otros no prestaban la menor atención a lo que se decía y estaban concentrados más bien en sus móviles, a pesar de las reiteradas llamadas de atención de los profesores.

El Santuario de la Tierra

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