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La esfera dorada

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Ese día en el colegio tuvimos un tema libre de pintura y yo escogí dibujar la esferita roja en mi habitación. También dibujé a mi papi y a mi mami en su cuarto descansando, y a mi perezoso gato durmiendo en el cuello de mi hermana como si fuera una bufanda.

Cuando presentamos los dibujos a la profesora, ella celebró mi originalidad, porque pensó que había dibujado el sol al amanecer dentro de mi cuarto. Y también trató de explicarme lo que es la perspectiva para que coincida con la realidad. Yo le dije que esa bolita no era el sol, sino que era una «canepla», y que venía de dentro de una nave espacial. Era una cámara de televisión extraterrestre. Lo sabía porque mi papá me lo había contado y porque la había visto en mi cuarto. Eso generó que mi mamá fuera llamada al colegio para conversar con la profesora.

Mis papis por la noche me llamaron la atención con mucho cariño, haciéndome ver que tenemos que tener mucho cuidado con nuestra imaginación. Que podemos jugar y tener nuestro mundo, pero otra cosa es cuando tratamos de involucrar a otros en nuestras cosas.

–¡Yo no me lo imaginé! ¡Fue real! –dije bastante triste porque no me comprendían.

Papá, al ver mi tristeza se me acercó tratando de consolarme y se disculpó porque no querían hacerme sentir mal.

–Debemos cuidarnos de comentar abiertamente ciertas experiencias de la vida, porque podemos exponernos a que la gente no comprenda lo que le estamos tratando de decir; o que no estén preparados para tocar determinados temas.

–¿Pero por qué? –dije yo.

–Porque hay mucha gente que ignora muchas cosas y, mientras no les ocurran a ellos mismos, siempre estarán negándolas.

–¿Por qué? –insistí.

–Bueno, porque hay muchas experiencias que son personales y requieren de nosotros discreción hasta poderlas entender, para así, más adelante, saber compartirlas –comentó papá.

–Pero ¿por qué?...

–Porque así es, Tanisita.

Poco a poco me fui dando cuenta de que, aunque no me creyeran, mis papás se esforzaban en ser comprensivos y respetuosos, enseñándome a respetar y valorar el testimonio de las personas, procurando escuchar más allá de las palabras y sintiéndolas. Desde ese entonces fui más prudente a la hora de comentar lo que veía. Me dirigía a mis papás buscando su consejo y trataba de dibujar en el colegio cosas más normales. Pero en casa sí daba rienda suelta a mis reportajes con la esferita aunque no me creyeran del todo.

Una de esas noches, la esfera nuevamente apareció. Pero esta vez era dorada y un poco más grande que la anterior. Había entrado por la ventana, produciendo el ruido como de una brisa que juguetea entre las ramas de los árboles, y se dirigió lentamente hacia la puerta de mi habitación sin detenerse. La seguí con curiosidad y también molesta porque no me había saludado. Después de la última vez pensé que se animaría a intimar. ¡Pero no! Pasó de largo, entrando en la habitación de mi hermana. Chuchi, que esta vez estaba durmiendo sobre el edredón a los pies de Yaya, se espantó y se escondió debajo de la cama. Pero el sueño tan pesado de Yaya, sumergida en su propio pelo, hizo que le hablara balbuceante en voz alta al gatito, recriminándolo por que no la dejase dormir y se dio la vuelta envolviéndose entre las mantas y desapareciendo entre ellas.

La esfera, después de recorrerlo todo, salió de allí y siguió hacia donde dormían mis padres. Mi papi roncaba como serrucho de leñador en el bosque, así que mi madre, acostumbrada a semejante ópera nocturna, no se despertó.

La esfera se detuvo delante de la cómoda y puso bastante atención en las muchas fotografías y marcos que allí se encontraban. Me percaté en ese instante de que tenía como un ojo delante, por lo que a partir de ese día la bauticé con el nombre de «Ojitos».

«Ojitos» no se detuvo en el baño –a pesar de que la puerta estaba abierta y de que ese baño es el más bonito y espacioso de la casa–, sino que descendió por las escaleras hasta el primer piso, donde están el salón y el comedor. Allí abajo, quedó suspendida sobre los muebles del salón. Entonces, como había bajado detrás de ella con sumo cuidado para no pisarme el camisón, fui a las mesas laterales, donde también hay marcos de fotos, y se los comencé a mostrar uno por uno. «Ojitos» se acercó y descendió hasta ubicarse a mi altura (soy un poco baja por mi edad).

Mostró entonces mucha curiosidad por las fotos del matrimonio de mis padres, mis abuelos maternos y paternos, y hasta por mi hermana. ¡Bueno, esa foto la pasé rápido! Pero, al mostrarle una foto mía en solitario ella subía y bajaba, mirándome luego a mí de arriba abajo. A continuación me subí al sofá y de la estantería bajé un tomo de una enciclopedia que tiene muchas fotos y «Ojitos» se puso a mi lado. Empecé por mostrarle los continentes, los países, entre ellos el nuestro, donde vivíamos. Le enseñé, por si no sabía cómo se eran, la Tierra, las razas, los distintos animales, etc. Con mi papá y mamá a veces hacía eso; jugábamos a recordar países, sus razas, animales, todo a través de un juego de adivinanzas o viendo los mapas. Mi padre imita muy bien los sonidos de algunos animales del bosque, pero como mi hermana es mayor que yo, me gana recordando los nombres de los animales y sabe mucho de países. ¡Eso no vale!

Le mostré de nuevo la foto de la Tierra y le pregunté de dónde venía. La esfera se elevó ligeramente y se dirigió al mueble; entonces hizo que uno de los libros que estaba en los estantes más altos, adonde yo no podía llegar, empezara a levitar, flotando por el aire. Eso me produjo mucha risa. El libro fue colocado suavemente sobre mis piernas pero sin que me pesara. Era de astronomía. De pronto las páginas empezaron a pasar a gran velocidad, como si un viento fuerte las estuviese moviendo. Luego las hojas volvieron a pasar, pero esta vez de atrás hacia delante, deteniéndose en una foto. Parecía un planeta. Entonces aproveché y le pregunté:



–¿Tú vienes de ahí?

Su respuesta fue una subida y una bajada acompañada de un guiño del ojo. Al leer, en la foto decía «Ganí-me-des»...

–¿Has venido sola o acompañada? –le pregunté.

En ese momento me guiñó el ojo, lo que me hizo pensar que no estaba sola.

–¿Para qué has venido?

Su respuesta fue una nueva subida y bajada.

–¿Te han enviado a explorar o buscas a alguien?

Me contestó primero moviéndose hacia los lados, lo que me hizo entender que era no a lo primero; luego bajó y subió como confirmándome lo segundo.

–¿A quién?

La esfera elevó en el aire un portarretratos que tenía mi foto y me la puso entre las manos... De pronto me embargó una gran pesadez, sentí mucho cansancio y le dije a «Ojitos» que me disculpara, que tenía mucho sueño, porque estaba bostezando todo el tiempo. La esfera solo me miraba y observaba con atención todo a nuestro alrededor. No recuerdo en qué momento me dormí, pero aparecí acostada en mi cama. Al despertarme me entristecí pensando que había sido un sueño, pero mi semblante cambió cuando escuché a mi mamá –que es muy comedida y tiene obsesión por el orden– recriminando a mi papá porque no hubiera recogido el día anterior los libros del salón y los hubiera dejado esparcidos sobre uno de los sofás, y también que le desordenara las fotos familiares. Él decía en voz alta que no recordaba haberlos cogido siquiera. En ese momento me paré en la cama y alzando un brazo grité:

–¡Sí!

Al llegar la noche le conté a mi mami todo lo que había ocurrido la madrugada anterior. Ella me miró y me preguntó si lo había imaginado. Le dije que no y que yo era la culpable del desorden de los libros por habérselos mostrado a «Ojitos». Ella, sorprendida por mi narración, fue donde papá y se lo contó. Él vino a mi habitación, y, sentado en el costado de la cama, me increpó:

–Hijita, tú sabes que te quiero mucho pero todo tiene un límite. No es gracioso que estés todo el tiempo jugando, fantaseando e imaginando cosas, e involucrándonos a todos. Para todo hay un momento. Si no aprendes a reconocer la realidad vas a sufrir mucho en la vida.

–Papi, yo sabía que no me ibais a creer, pero aún así necesitaba contároslo. Te digo que es verdad y que no es fruto de mi imaginación, porque he podido comprobarlo.

–A ver, cuéntamelo entonces todo desde el principio, pero de manera resumida para que puedas irte a dormir.

No es que estuviera muy convencido cuando se fue, pero me aconsejó que si volvía a ver a «Ojitos» le preguntara qué era lo que quería y que lo despertara a él para verlo.

Sabía que mis papás estaban preocupados por lo que ellos consideraban exceso de imaginación infantil, por lo que me prestaban más atención que nunca.

Con semejantes instrucciones me dormí aquella noche, pero nada fuera de lo común pasó. Al preguntarme mi papá al día siguiente cómo había dormido y si el visitante se había presentado, le dije que no. Después comprendería que no se manifiestan cuando uno quiere sino cuando ellos, los extraterrestres, lo consideran oportuno.

Mi papá puso especial interés en el libro que «Ojitos» había hecho flotar en el aire y en la foto que había señalado. Y sé que se puso a investigar lo que le conté.

A los pocos días pasó algo muy extraño en el colegio. Una niña más pequeña que yo se golpeó la cabeza en el pavimento cuando estaba jugando y corriendo en el recreo, y cayó desmayada. Las profesoras se pusieron muy nerviosas tratando de reanimarla. En ese momento recordé lo que mi mami me había enseñado con relación al Ángel Guardián y lo invoqué. Le pedí que la sanara mientras mantenía la vista fija en los brazos de la profesora que estaba cargando a la niña y en ella. Sentí un indescriptible calor que me subía de los pies a la cabeza, concentrándose especialmente en las palmas de las manos, que casi me obligaba a dirigir desde la distancia mis manos hacia ella. Y vi algo que los demás al parecer no veían. Primero era como una luz que salía de mis manos y se dirigía hacia una manchita de color marrón oscuro que flotaba ligeramente por encima de la cabeza de la niña, y luego una persona vestida de blanco muy alta a un lado de las profesoras. Esta persona puso sus manos en la cabeza de la niña hasta que la mancha desapareció, pero las profesoras para nada se daban cuenta de su presencia.

La niña reaccionó sacudiéndose, vomitando y llorando. Después vino la ambulancia y se la llevaron al hospital, pero antes llamaron a sus padres e hicieron todo lo que se hace cuando pasa algo así. Más tarde, la profesora de nuestra clase llegó muy contenta, haciéndonos saber que la niña estaba muy bien y que todo lo ocurrido no había pasado de ser un buen susto.

Aquella noche oré con mi mami dándole las gracias al Ángel por su ayuda y me dormí muy contenta porque había visto un ángel...


Tanis y la esfera dorada

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