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CAPÍTULO TRES
ОглавлениеLa granja de árboles de Navidad de Dory estaba a poca distancia en las afueras de Sunset Harbor. La familia fue en la oxidada camioneta roja de Daniel. Todavía había rastros de nieve del Día de Acción de Gracias en las orillas, y mientras pasaban, Emily tocó el anillo en su dedo, recordando la nieve que había caído a su alrededor cuando Daniel se lo propuso.
Se detuvieron en el estacionamiento improvisado y todos saltaron de la camioneta. Había muchas familias presentes; claramente todos tenían la misma idea. Los padres se arremolinaban mientras sus hijos corrían entusiasmados por el lugar, atravesando las filas de árboles.
En lugar de Dory, fue una joven adolescente quien los saludó. Se presentó como Grace, la hija de Dory, y tenía el mismo pelo rubio y ralo que Chantelle. Llevaba una riñonera llena de billetes de dólar y un bloc de papel para escribir recibos.
–Estos son los árboles listos para la cosecha—dijo, sonriendo con confianza, señalando el campo de pinos—. Todos han estado creciendo durante siete o nueve años,—le sonrió a Chantelle—así que tienen más o menos tu edad, ¿tengo razón?
Chantelle asintió tímidamente.
–Una vez que encuentren el árbol que les gusta—continuó Grace—córtenlo y llévenlo al área de carga. Mi padre les llevará a ustedes y al árbol en el carro hasta la empacadora, lo envolverá todo y luego podrán pagarme. También vendemos chocolate caliente y castañas tostadas si quieren algo que les mantenga caliente mientras caminan.
Emily les compró a cada uno un chocolate caliente en una taza de polietileno y una bolsa de castañas para compartir, y luego se dirigieron a los campos. Chantelle corrió hacia adelante, más emocionada de lo que Emily nunca la había visto.
El olor a pino era poderoso, despertando esa sensación navideña dentro de Emily. Estaba emocionada por la perspectiva de su primera Navidad con Daniel y Chantelle, con su familia al lado de la chimenea. Sería la primera de muchas.
Ella y Daniel caminaron de la mano, silenciosamente detrás de Chantelle. Entonces Emily se inclinó hacia Daniel.
–¿Qué edad crees que tiene Grace?—preguntó.
–Once, doce—adivinó Daniel—. ¿Por qué?
–Por nada—respondió Emily—. Ella solo me recuerda a Chantelle. Me hizo pensar en cómo será cuando crezca.
Más adelante, Chantelle corrió por los senderos entre los árboles, deteniéndose para evaluar la altura, la densidad de sus ramas y la exuberancia de su color antes de pasar al siguiente. Emily podía imaginársela fácilmente como una niña mayor, con un tablero en la mano, trabajando en su primer trabajo para ganar dinero extra.
Pero mientras se preguntaba sobre el futuro, Emily sintió que su mente se remontaba al pasado. Chantelle, que le recordaba tanto a Charlotte, también le recordó la pérdida de Charlotte, el hecho de que su hermana nunca llegó a crecer, que nunca llegó a tener un trabajo durante las vacaciones de invierno. Había recorrido esta misma granja todos esos años, llena de promesas y potencial, y luego, sin previo aviso, su vida se había apagado en un abrir y cerrar de ojos.
Emily miró hacia delante a Chantelle, y mientras lo hacía, la niña se transformó en Charlotte. Entonces Emily sintió que se encogía, hasta que habitó un cuerpo de tamaño infantil. Sus manos fueron repentinamente envueltas con guantes. La nieve comenzó a caer a su alrededor, aferrándose a las ramas de los pinos. Emily extendió su pequeña mano con un guante y agitó una de las ramas. Una nube de nieve se elevó en el aire, y el fino polvo blanco se dispersó. Más adelante, Charlotte se reía, despreocupada y feliz, su cálido aliento se arremolinaba en el aire. También llevaba guantes, y sus botas rojas brillantes favoritas se veían muy marcadas con el fondo blanco.
Emily vio a Charlotte detenerse bajo el árbol más alto de toda la granja y mirar hacia arriba con asombro.
–¡Quiero este!—gritó la niña.
Emily se precipitó hacia ella, levantando la nieve al correr. Cuando llegó al lado de Charlotte, ella también miró el enorme árbol. Era asombroso, tan alto que apenas podía ver la copa.
El crujido de las pisadas en la nieve hizo que Emily arrancara la mirada del árbol y se girara para mirar por encima del hombro. Allí, pisoteando la nieve a grandes zancadas, estaba su padre.
–Chicas, tienen que ir más despacio—jadeaba mientras se acercaba a ellas—. Casi las pierdo.
–¡Encontramos el árbol!—Emily gritó de emoción.
Charlotte se unió, saltando y señalando hacia arriba.
–Ese es un poco grande—dijo Roy.
Parecía cansado. Deprimido. Había ojeras debajo de sus ojos.
–No es demasiado grande—dijo Emily—. Los techos son muy altos.
Charlotte, como siempre, siguió el ejemplo de su hermana—. ¡No es demasiado grande! Por favor, ¿podemos comprarlo, papá?
Roy Mitchell se frotó una mano en la cara con exasperación—. No pongas a prueba mi paciencia, Charlotte—dijo—. Elige algo más pequeño.
Emily vio a Charlotte retroceder. A ninguna de ellas le gustaba enfadar a su padre y ninguna podía entender cómo lo habían hecho. Parecía que la más pequeña de las cosas le molestaba en estos días. Siempre estaba distraído por una u otra cosa, siempre mirando por encima del hombro a las sombras que solo él podía ver.
Pero la principal preocupación de Emily era Charlotte. Siempre Charlotte. La niña parecía estar al borde de las lágrimas. Emily deslizó su mano en la suya.
–Por aquí—gritó con fuerza—. ¡Hay árboles más pequeños por aquí!
Y así como así, Charlotte se animó, consolada por su hermana mayor. Corrieron juntas por la nieve, dejando que las persiguiera su enfadado y distraído padre.
En ese momento, Emily volvió al presente. La nieve del pasado ya no caía en el presente, los árboles de Navidad de décadas anteriores fueron talados y reemplazados por estos nuevos y jóvenes árboles. Volvió al aquí y ahora, pero le tomó un momento reorientarse con su entorno, para ver a Chantelle de pie ante ella en lugar de Charlotte.
Durante el apagón de Emily, se las arreglaron para caminar en las profundidades del campo. Aquí, los árboles eran tan altos que proyectaban sombras sobre todo, bloqueando la luz del día. Emily se estremeció, sintiendo más frío ahora que el sol de invierno estaba oculto.
Más adelante, Chantelle miraba el árbol más alto de toda la granja. Tenía al menos tres metros y medio de altura.
–¡Éste es!—gritó, sonriendo de oreja a oreja.
Emily sonrió. Ella no iba a ser como su padre, destrozando el espíritu de un niño. Si Chantelle quería el árbol más alto de la granja, lo iba a conseguir.
Caminó a su lado y levantó la cabeza para ver la copa del árbol. Como cuando era una niña, el árbol le parecía majestuoso.
–Ese es—Emily estuvo de acuerdo.
Chantelle aplaudió encantada. Daniel parecía desaprobar un poco la elaborada elección, pensó Emily, pero no las desafió. Se inclinó y ayudó a Chantelle a hacer el primer corte con el hacha. Emily los observó, padre e hija sonriendo y riendo juntos, y sintió que una cálida alegría se extendía a través de ella.
Daniel le pasó el hacha a Emily para que ella también pudiera hacer un corte, y luego dieron vueltas en círculos, tomando turnos, cooperando. Cuando el árbol cayó, todos vitorearon.
El padre de Grace llegó con la carreta.
–Vaya, es una gran elección—bromeó con Chantelle mientras ella intentaba ayudar a levantar el enorme árbol dentro de la carreta.
–¡Era el más alto que pude encontrar!—dijo Chantelle sonriendo.
La familia se subió a la parte trasera de la carreta y se acurrucaron juntos. Las ruedas del carro giraron y comenzaron el lento viaje de regreso a la entrada de la granja.
–Te perdí por un momento allá atrás—le dijo Daniel a Emily mientras avanzaban—. ¿Tuviste otro flashback?
Emily asintió. El recuerdo la había dejado conmocionada. Viendo la expresión cabizbaja de Charlotte, escuchando la agudeza del tono de su padre. Incluso entonces era un hombre con muchas cosas en la cabeza. Se preguntó si había tenido algo que ver con Antonia, la mujer con la que había tenido una aventura; o con su madre, que estaba en casa en Nueva York, o algo totalmente distinto. Aunque Emily estaba convencida ahora de que su padre seguía vivo en alguna parte, Roy era tan misterioso para ella como siempre.
–Sigo recordando más y más cosas sobre mi padre—confesó Emily—desde que encontré esas cartas. Desearía saber qué lo hizo huir. Siempre pensé que algo repentino debió haber sucedido cuando yo era adolescente, pero creo que algo le preocupaba mucho antes de eso. Hasta donde llegan mis recuerdos, para ser honesta. Cada vez que tengo un flashback y lo veo, puedo ver la preocupación en sus ojos.
Daniel la sostuvo cerca. Se sentía bien ser consolada por él, estar cerca de nuevo. Parecía tan distante en Joe's Diner.
–Lo siento si estaba un poco callado ahí atrás—dijo Daniel, como si leyera su mente—. Las fiestas me traen recuerdos a mí también.
–¿En serio?—preguntó Emily gentilmente—. ¿Qué clase de recuerdos?
Era tan raro que Daniel se abriera que ella aprovechaba cada oportunidad para animarlo.
–Esto puede sorprenderte un poco, pero en realidad soy judío—dijo Daniel—. Sin embargo mi padre no lo era. Era cristiano. Celebramos la Navidad y el Janucá mientras estaba en casa, pero cuando se fue se llevó la Navidad con él. Mamá solo celebraba el Janucá. Una vez que mi padre y yo volvimos a estar en contacto, solo celebraba la Navidad en su casa. Era extraño. Una forma muy extraña de crecer, como estoy seguro si puedes imaginarlo.
–Eso suena duro—Emily le tranquilizó, tratando de ocultar su sorpresa de que Daniel era en realidad judío. Se preguntaba qué más no sabía de él y se llenó con una repentina angustia sobre cómo criarían a los niños, si es que los hubiera. Por supuesto le encantaría celebrar ambas cosas, pero Daniel parecía tener recuerdos traumáticos de las fiestas, y podrían ser un poco más difíciles de abordar.
Volvieron a la entrada de la granja, donde pagaron a la valiente y alegre Grace mientras esperaban a que su árbol pasara por la máquina empacadora.
Emily estaba contenta de crear nuevos y felices recuerdos con su familia. Pero en el fondo de su mente, no podía dejar de preguntarse sobre su padre, sobre lo que estaba pasando con él, qué secretos había estado guardando. Pero sobre todo, se preguntaba dónde estaba ahora y si había alguna manera de poder rastrearlo.
*
De vuelta en la posada, Emily y Daniel maniobraron el árbol en posición en el vestíbulo. Había unos cuantos invitados relajándose en el salón y salieron para ver con emoción cómo se levantaba el enorme árbol.
Emily recordó el montón de cajas que contenían los viejos adornos de su padre guardados en el ático y salió corriendo a buscarlos. Luego ella y Chantelle se sentaron juntas en la mesa de la cocina, clasificando todos los adornos.
–Este es tan bonito—dijo Chantelle, sosteniendo un reno de cristal.
Emily se sonrió al verlo, recordando cómo ella y Charlotte habían juntado su dinero para comprarlo, y cómo habían ahorrado cada año para comprar más, agregando a su colección hasta que tuvieron suficiente para representar a cada uno de los renos de Santa Claus. Entonces Charlotte marcó cada uno para que pudieran distinguirlos.
Emily tomó el reno de cristal de las manos de Chantelle y revisó su pezuña. Había una pequeña marca que parecía ser una T de Trueno, aunque también podría haber sido una R de Relámpago. Se sonrió a sí misma.
–Hay un juego completo aquí—dijo Emily, mirando la maraña de luces de hadas—. En algún lugar.
Revisaron hasta que encontraron todos los renos de Santa Claus, incluyendo a Rodolfo con su nariz roja pintada por Charlotte con esmalte de uñas. Emily sintió un tirón de emoción al recordar que nunca habían comprado el Santa Claus y los adornos de trineo, los últimos de su lista y los más caros, porque Charlotte había muerto antes de que ahorraran suficiente dinero.
–¡Mira esto!—Chantelle gritó, irrumpiendo en los pensamientos de Emily al agitar un sucio oso polar frente a su cara.
–¡Percy!—Emily gritó, quitándoselo de las manos a Chantelle—. ¡Percy el oso polar!—se rió para sí misma, encantada de poder sacar un recuerdo tan oscuro de su mente. Había perdido tantos de ellos, y todavía podía recuperarlos. Le dio la esperanza de desentrañar los misterios de su pasado.
Ella y Chantelle ordenaron todas las decoraciones, seleccionando todas las que querían usar y guardando cuidadosamente las otras. Cuando terminaron y estuvieron listas para agregarlos al árbol, ya había oscurecido afuera.
Daniel encendió un fuego en la chimenea y su suave brillo naranja se derramó en el vestíbulo cuando la familia comenzó a decorar el árbol. Uno por uno, Chantelle colocó cuidadosamente cada una de sus decoraciones seleccionadas en el árbol, con el tipo de precisión y cuidado que Emily había aprendido a reconocer en la niña. Era como si estuviera saboreando cada momento, guardando cuidadosamente un nuevo conjunto de recuerdos para reemplazar los horribles de sus años de juventud.
Finalmente era hora de poner el ángel en la cima. Chantelle había pasado mucho tiempo eligiendo qué decoración sería la mejor y finalmente había elegido un ángel de tela hecho a mano en lugar de un petirrojo, una estrella y un gordo y adorable muñeco de nieve.
–¿Estás lista?—Daniel le preguntó a Chantelle mientras estaba parado en el fondo de la escalera—. Voy a tener que cargarte para que puedas llegar a la cima.
–¿Puedo poner el ángel en la punta del árbol?—preguntó Chantelle, con los ojos muy abiertos.
Emily se rió—. ¡Claro! La más joven siempre lo hace.
Vio a Chantelle treparse a la espalda de Daniel, agarrando fuertemente el ángel entre sus manos para que no se le cayera. Luego, lentamente, un paso a la vez, Daniel la llevó a la cima. Juntos se estiraron y Chantelle colocó la decoración en la punta alta del árbol.
En el momento en que el ángel se posó en la copa del árbol, Emily tuvo un repentino flashback. Se produjo tan rápido que comenzó a respirar rápidamente, asustada por el abrupto cambio de su brillante y cálida posada a la más fría y oscura de los treinta años anteriores.
Emily miraba a Charlotte mientras colocaba en el árbol el ángel que habían pasado todo el día haciendo. Su padre sostenía en alto a Charlotte, que en ese momento era una niña regordeta, y se tambaleó un poco por los numerosos jereces que había bebido ese día. Emily recordó una repentina y abrumadora emoción de miedo. Miedo de que su padre borracho dejara caer a Charlotte en el duro fogón. Emily tenía cinco años y era la primera vez que realmente entendía el concepto de la muerte.
Emily regresó al presente con un jadeo para encontrar su mano presionada contra la pared mientras se sostenía. Se estaba hiperventilando y Daniel estaba a su lado, con su mano en su espalda.
–¿Emily?—preguntó con preocupación—. ¿Qué ha pasado? ¿Otro recuerdo?
Ella asintió, encontrándose incapaz de hablar. El recuerdo había sido tan vívido y aterrador, a pesar de que sabía que no le había pasado nada malo a Charlotte esa noche de invierno. Apreciaba la mayoría de sus recuerdos recuperados, pero ese había sido siniestro, ominoso, como un signo de las cosas oscuras que vendrían.
Daniel continuó frotando la espalda de Emily mientras ella hacía un esfuerzo concertado para que su respiración volviera a la normalidad. Chantelle la miró, preocupada, y fue la cara de la niña la que finalmente sacó a Emily de las garras de sus recuerdos.
–Lo siento, está bien—dijo, sintiéndose un poco avergonzada de haber preocupado tanto a todos.
Miró al ángel, al vestido de lentejuelas que llevaba. Le había llevado horas a ella y a Charlotte pegar todas esas lentejuelas individuales en la tela. Ahora, con la luz del fuego que venía de la sala, brillaban como arco iris. Emily pensó que casi parecía que le estaban guiñando el ojo. No era la primera vez que sentía la presencia de Charlotte cerca, comunicando amor, paz y perdón. Emily trató de aferrarse a los sentimientos de su espíritu, para consolarse con ellos.
–Deberíamos ir a la plaza del pueblo—dijo Emily, finalmente—. No queremos perdernos el encendido del árbol.
–¿Estás segura de que estás bien?—preguntó Daniel, pareciendo preocupado.
Emily sonrió—. Lo estoy. Lo prometo.
Pero sus aseveraciones no parecían ir de la mano de Daniel. Podía sentirlo mirándola por el rabillo del ojo todo el tiempo mientras se envolvían en sus ropas de abrigo. Pero él no la cuestionó ni la desafió más, así que la familia se subió a la camioneta y se dirigió a la ciudad.