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PRÓLOGO

¿Por qué Javiera Carrera? No hay duda que dicha pregunta quedará plenamente despejada cuando se lea el libro; sin embargo, a mi modo de ver existen dos razones que han motivado a la autora, Soledad Reyes, a hacerlo. La primera tiene que ver con el rol e influencia de Javiera Carrera, su familia y sus redes sociales y políticas en la historia del siglo XIX. Pero además existe una segunda que es más personal, y que no es evidente al lector.

En relación con la primera razón, en la red familiar directa e indirecta (consanguínea y política) de los Carrera podemos aquilatar la influencia que tuvo durante el siglo XIX e incluso hasta el siglo XX. Veamos algunos ejemplos: María Angélica Valdés Aldunate, descendiente directa de José Miguel Carrera (tataranieta de este), estaba casada con el diputado Eduardo Alessandri Rodríguez, hijo del presidente de la República Arturo Alessandri Palma y hermano del diputado y posteriormente presidente Jorge Alessandri Rodríguez.

José Miguel Valdés Carrera, nieto de José Miguel Carrera, militante del Partido Liberal y víctima de la paradoja de haber participado en la «revolución» de 1859 en contra de Montt, terminando exiliado en Francia después de la «revolución» de 1891 por haber sido ministro de Balmaceda.

Héroes como Ignacio Carrera Pinto, quien muere en la Batalla de La Concepción en 1880 junto a setenta y seis soldados chilenos durante la Guerra del Pacífico.

Pero hay más. María Elena Carrera, tataranieta, quien fue senadora del Partido Socialista y ejerció el cargo en tres períodos críticos de nuestra historia: 1961-1969, 1969-1977 y 1990-1998.

Por último, por citar algunos entre muchos, se encuentra José Ramón Lira Calvo, yerno de José Miguel Carrera, quien siendo intendente de Chiloé en 1848 tendría un rol clave en la toma de posesión del Estrecho de Magallanes, 4 días antes que una expedición francesa intentara hacerlo.

Pero un dato revelador es que entre 1811 y 1900 veintiocho diputados tenían vínculos directos e indirectos (v.g. yernos, cuñados, concuñados, suegros consuegros y tíos políticos) con el prócer1, a los que habría que agregar descendientes del siglo XX, como la ya mencionada senadora Carrera.

Pero de igual forma que hubo partidarios, también hubo detractores. El principal, tal vez, fue el sacerdote Joaquín de Larraín y Salas, quien en 1811 era el líder del clan Larraín, o más bien una fracción de ellos denominada también la «casa Otomana» o Los Ochocientos. En efecto, la astucia del mercedario2 le permitió establecer alianzas con otros grupos que finalmente lograron derrotar a Carrera, o al menos instaurar el orden frente al desorden que este suponía. No es casualidad que, al respecto, sea el propio Carrera quien describe y acusa los alcances del conflicto con los «larraínes» en su Diario Militar3. En este relata desde los intentos por controlar al gobierno4, los insultos públicos a su familia5 hasta intentos de asesinato hacia él y sus hermanos6, los que habrían sido elucubrados por la facción dirigida por el fraile.

Ahora bien, aunque la oposición a Carrera fue transmutando en diferentes rostros (Larraín, San Martín, Irisarri, O’Higgins y Monteagudo, entre otros), en el caso del clan Carrera tuvo uno: Javiera Carrera. Fue ella quien frente a las más diversas adversidades defendió la dignidad familiar y específicamente el legado de sus hermanos. Si bien Javiera tuvo descendencia política que se expresó en cargos públicos, su principal legado está en su influencia en los hechos políticos que sucedieron en la primera mitad del siglo XIX y que moderaron la política del país, los que quedan clara y fascinantemente desarrollados en el texto de Soledad Reyes.

En general, lo que se desprende de este y otros conflictos es una característica central de la política en los inicios de la República y del siglo XIX en general, a saber, las disputas entre «clanes» o agrupaciones de estos que, en su afán de construcción y conducción del Estado trasuntaron pasiones y símbolos de supremacía y señorío de los distintos sectores de los que provenían. En definitiva, si bien percibieron que su misión y profesión era la construcción de este nuevo Estado, y que en definitiva lo hicieron, ella no estuvo exenta de conflictividad y confusión.

Pero existe otra razón de la temática del trabajo de la profesora Reyes y tiene nombre: Gonzalo Reyes Vargas, su padre. Gonzalo Reyes pertenece a esa generación de profesionales, en este caso abogados, cuya pasión por la lectura y en particular la historia fue profunda y capaz de transmitir a sus hijos, en este caso a Soledad. Se trata de esos pocos profesionales que no limitaron su saber a la techné, lo que se entiende por un saber hacer que sin lugar a dudas es central a cualquier disciplina que se practique o que se ejerza, sino que, mucho más allá, corresponde al hombre que entiende y finalmente sabe que la techné es un dominio acotado y que el disfrute de la vida pasa por el conocimiento profundo de las cosas, de sus causas y por cierto de sus orígenes. Se trata de un saber que se cristaliza entre otros conocimientos en la historia, la literatura y la filosofía.

Gonzalo Reyes correspondía a ese tipo humano escaso en nuestros días, cuyo dominio de las artes debía supeditarse a este saber más profundo de las cosas. Es este personaje, tal vez desconocido para muchos, el que tendrá un rol en motivar a la autora, pero no en lo que respecta a una suerte de motivación erudita, sino en su pasión por saber, por precisar y comprender los acontecimientos acaecidos en la historia política nacional.

La herencia de Gonzalo Reyes se ve reflejada en la minuciosa y prolija investigación de Soledad Reyes, que en todo momento no deja espacio para cabos sueltos en este trabajo ni en otros. Su labor investigativa trasluce la seriedad y sobriedad propia del historiador que entiende que no relata ni concatena hechos a veces inconexos para provocar a un público sediento de morbo, como se ha puesto de moda en estos días por vendedores de libros, sino el trabajo minucioso y cuidadoso del uso de adjetivos que esperamos del historiador.

La muerte de Gonzalo ocurrió en momentos en que este libro estaba casi terminado, después que años de lucha y optimismo por vivir no le permitieron verlo terminado. Pero, sin lugar a dudas, dieron la motivación final para cerrar este trabajo.


Eugenio Guzmán A.

Decano Facultad de Gobierno

Universidad del Desarrollo

Javiera Carrera. Y la formación del Chile republicano

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