Читать книгу Javiera Carrera. Y la formación del Chile republicano - Soledad Reyes del Villar - Страница 7

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PALABRAS PRELIMINARES

Recorrer la vida de Javiera Carrera supone revisar una etapa trascendental y fascinante de nuestra historia. Un período en el que Chile se independizó de España y luego se organizó como república, con todo lo que eso implica. Cambios políticos, económicos, territoriales, culturales, que fueron definiendo a Chile como un nuevo país. Y Javiera presenció buena parte de eso. Vivió ochenta y dos años, «lo que es una grave falta en una mujer», según Vicente Grez. Más aún en esa época en que el promedio de vida llegaba como mucho a los treinta.

Testigo de primera línea de buena parte de nuestro siglo XIX, muy activa al principio, más observadora después, ha pasado a la historia por el baile de la resbalosa y por haber, «supuestamente», ideado y bordado nuestra primera bandera. Pero Javiera Carrera fue, sin duda, mucho más que eso. Ella escondió armas y soldados, organizó reuniones en su propia casa, alentó a otras mujeres a involucrarse en el proceso revolucionario. No por nada hay quienes la han llamado «madre de la patria» o «heroína de la Patria Vieja». Cierto es que podrían decirse las dos cosas. Pero su vida no fue nada fácil y terminó pagando un alto precio por sus decisiones.

Desde los primeros tiempos de la independencia Javiera asumió un rol activo junto a su padre, Ignacio, pero sobre todo junto a sus hermanos, líderes y mártires del movimiento revolucionario. Cuando decidió irse a Argentina con ellos tras la derrota de Rancagua fue víctima de los odios y pasiones de ese entonces. Más de una vez fue incomprendida, insultada e injustamente tratada. «La indómita», le decían.

Grez, en su reseña sobre Javiera, dice que en ella «centelleaban todas las borrascas del alma, un talento y una instrucción notables para una mujer de su época, y un valor, una abnegación y constancia dignos de un conquistador»7. Fue una mujer acontecida, llevada a sus ideas, apasionada como pocas. Y también muy culta. Creció en medio de la revolución que nos independizó de España, viendo cómo el salón familiar se convertía en una de las instancias de deliberación más influyente en los primeros años de la Independencia.

Se comprometió y puso todo lo que tenía al servicio de la causa patriota. Literalmente, todo. Pero no fue un proceso fácil. Hubo destierros, fusilamientos, sufrimientos y pérdidas. Familias completas vieron comprometidas sus fortunas, sus patrimonios e incluso su propia vida. La de Javiera Carrera fue una de ellas.

Regresó a Chile tras la caída de Bernardo O’Higgins, para ver cómo el país intentaba organizarse. Triste y agotada, se recluyó en su hacienda de San Miguel, en El Monte, y apenas apareció en la escena pública. Observó desde una segunda línea esta etapa confusa, pero a la vez fundamental de nuestra historia, donde había que reacomodar viejas estructuras, luego de una guerra en Lircay que acabó con el sueño de los liberales, dando paso a tres décadas de gobiernos conservadores.

Siguiendo esa línea, este libro se compone de tres partes. En la primera se aborda la Independencia en general, y a Javiera y sus hermanos en particular8, terminando con la caída de O’Higgins y su exilio a Perú. Y el regreso de Javiera a Chile en 1824 tras diez años de autoexilio. En Javiera Carrera se revelan algunos sucesos menos conocidos de ese tiempo, pero que tienen directa relación con la protagonista. Como el escándalo de la Scorpion, por ejemplo, que le costó el rango y el puesto a su marido, don Pedro Díaz de Valdés. O las peripecias que hizo su hermano José Miguel en Estados Unidos para conseguir recursos que liberaran al país de los realistas, causa que finalmente no sirvió de nada porque nunca lo dejaron entrar nuevamente a Chile.

Luego del triunfo patriota en Maipú, hasta la caída de O’Higgins, Javiera partió al exilio; estuvo en Mendoza, Buenos Aires y Montevideo. El gobierno de Bernardo O’Higgins y las redes de la Logia Lautaro no permitieron su retorno a Chile, ni menos el de sus hermanos. La segunda parte del libro comprende los años 1825-1830, con el inicio de una sucesión de gobiernos y constituciones que buscaban dar forma a esta nueva nación independiente. Y con el propósito de Javiera de traer de regreso los cuerpos de sus hermanos a Chile.

Las tres décadas que siguen son precisamente la tercera parte de este libro, donde el país estuvo administrado por hombres conservadores, representados en la figura de Diego Portales. En este tiempo Javiera estuvo recluida y dedicada a las labores del campo y del hogar, alejada de los asuntos públicos, pero amigos y familiares sí se relacionan, participan o incluso protagonizan algunos episodios de esta «república pelucona».

Esta parte es, ante todo, un relato, que muestra a un país diferente, donde para organizarse había primero que conocerse. Por lo mismo, se abarcan los avances culturales y las contribuciones de algunos personajes notables, que constituyeron un aporte fundamental en el nuevo escenario. No es un análisis político, ni de sus protagonistas ni de sus decisiones, sino que es una historia, nuestra historia, en la que se experimentaron cambios profundos y se ensayaron caminos diferentes para la formación del Chile republicano. No se presentan análisis ni conclusiones definitivas. Después de todo, citando a Simon Schama, «hacer preguntas y narrar relatos no tienen que ser, según pienso, fórmulas mutuamente excluyentes de representación histórica».

A diferencia de otros países latinoamericanos, esta transición chilena, de colonia a república independiente, fue relativamente corta. Y si bien es cierto que hubo períodos turbulentos, no tuvimos una guerra civil interminable, ni pugnas raciales, ni eternos caudillos populares. Fue un proceso mucho más tranquilo que en otros países, como Venezuela, México o Alto Perú, por ejemplo. Esto se debe, entre otras cosas, a que en el período estudiado el grupo protagonista siempre fue uno solo. Es la famosa «fronda aristocrática» que ha descrito Alberto Edwards, una aristocracia dominante y muy celosa de su poder, de la cual surgirían todos los conflictos.

Tanto en la Independencia como en la época de Portales y los gobiernos conservadores la lucha fue, a decir de Jaime Eyzaguirre, «una reyerta de caballeros» que defendían los mismos intereses y en torno a quienes se agruparían las distintas facciones. Y si bien es cierto que no tenían mayores diferencias ideológicas, «echarían la simiente de rivalidades sangrientas»9. Serían precisamente esas rivalidades las que determinarían la evolución política del país, especialmente después de la guerra civil de 1830.

Acercarse a esta época implica acercarse también a la figura de Diego Portales, uno de los hombres más estudiados, enjuiciados y reinterpretados de toda nuestra historia. Su acción fue decisiva en la construcción o reconstrucción política de la nación. Fueron tiempos convulsos, de pasiones y odios implacables, por lo que terminó asesinado cerca de Quillota en el año 1837.

A pesar de lo anterior, cuando se consiguió una relativa tranquilidad política y la economía empezó a recuperarse de las guerras independentistas, comenzó una época fecunda y productiva. Porque del mismo grupo gobernante surgió también el interés por conocer nuestro pasado y nuestras costumbres, recopilando información sobre este nuevo país al que se quería dar identidad. Aparecerán hombres notables, influidos por las corrientes liberales europeas, que pensarán nuevos temas, contribuyendo a una apertura cultural muy significativa. Fue así como se crearon sólidas instituciones, que tendieron a modernizar nuestra cultura nacional. La fundación de la Universidad de Chile es un buen ejemplo de ello.

Andrés Bello, Mariano Egaña, Manuel Montt, Antonio Varas, Francisco Bilbao, Claudio Gay, Ignacio Domeyko, entre muchos otros, fueron parte fundamental de este cambio.

Javiera Carrera fue testigo de todo lo anterior. Y fue mucho más que la hija de, la hermana de o la revolucionaria que bailó la resbalosa. Fue un símbolo del «carrerismo» y del destierro, destacando por su resolución, su valentía y la forma en que desplegó sus propias estrategias para contribuir al proceso de independencia. «Pocos nombres femeninos de la historia americana están envueltos en una atmósfera de gloria y desgracia semejante al de Javiera Carrera», ha dicho Vicente Grez10. Y es cierto.

La historia de Javiera Carrera no fue la única. Representa la de otras mujeres del período que quedaron solas y desorientadas, teniendo que asumir un doble rol de la noche a la mañana. Porque a diferencia de los hombres, las mujeres que se involucraron debieron lidiar con la reclusión en conventos o con el destierro. Era la forma de eliminarlas de la escena, desarraigándolas de sus espacios para que quedaran incapacitadas de ejercer su influencia ni contribuir en nada. Por lo mismo, después de este período la mujer quedó relegada a la esfera privada, y tendrían que pasar algunas décadas para que volviera a aparecer en el escenario nacional. Javiera Carrera representó justamente todo eso.

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Las fuentes utilizadas para reconstruir esta historia han sido principalmente testimoniales. Cartas, escritos y memorias de protagonistas o testigos del período resultan fundamentales para conocer a Javiera y la época en que vivió. Ella escribió muchas cartas, elocuentes y precisas, que dan a conocer a una mujer inteligente, decidida y orgullosa. Algunas más cotidianas y familiares, otras más sufridas y desesperadas, todas necesarias para acercarse a su vida y a su mundo. Después de todo, en la correspondencia femenina caben muchas cosas, develándose una intimidad que es muy valiosa y estimulante para el historiador. Javiera en sus cartas da órdenes e instrucciones precisas, critica, se queja, pide respuestas. «Es una dicción precisa sostenida, palpitante y, sobre todo, llena de calurosa espontaneidad, sin rodeos de engaño ni esos mil artificios de estilo y de hechiceros y mentiras que son el arte epistolar de las mujeres», ha dicho Benjamín Vicuña Mackenna11.

Asimismo, trabajos históricos como los de Vicuña Mackenna, los hermanos Amunátegui, Diego Barros Arana, Federico Errázuriz y tantos otros han sido más que primordiales para narrar esta historia. Diversas investigaciones contemporáneas también han sido fundamentales para contextualizar y entregar datos concretos sobre el período de estudio.

Con el objeto de ahorrar citas a pie de página es preciso aclarar que las cartas de Javiera fueron extraídas de la Revista Chilena de Historia y Geografía12; las de José Miguel, de su Diario Militar13; las de Bernardo O’Higgins y Diego Portales, de sus respectivos epistolarios14. A no ser que se especifique lo contrario, al citarse a Francisco Antonio Encina la referencia proviene de su Historia de Chile15, lo mismo Barros Arana16. Con Orrego Vicuña17, Maria Graham18, Jaime Eyzaguirre19, Miguel Luis Amunátegui20, Domingo Santa María21, Ricardo Donoso22, Federico Errázuriz23 y Vicente Pérez Rosales24 sucede igual.

Así, revisando cartas y memorias, investigaciones decimonónicas y contemporáneas, se presenta la vida de Javiera Carrera, una mujer fascinante y desconcertante a la vez, «que amaba el deber más que sus comodidades, la patria más que la familia, la gloria más que la seda y los encajes»25.

El rostro femenino de nuestra emancipación, o al menos uno de los más significativos. Su exilio y sus desgracias la hacen más enigmática e incomprendida todavía. «Era mucha hembra y su figura de heroína ha afincado en la leyenda a mejor título que la Quintrala colonial», afirma Orrego Vicuña.

Este libro es una invitación a desmitificar esa leyenda.

Javiera Carrera. Y la formación del Chile republicano

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