Читать книгу ¡polly! - Stephen Goldin, Stephen Goldin - Страница 7
ESCENA 2
ОглавлениеEl viaje empezó bien. Condujo por las calles de la ciudad y luego por la autopistaâ algo simple de realizar. El dÃa estaba caluroso y el aire acondicionado del Corolla roto, pero el viento natural âcuatro ventanas abiertas a 96 km/hâ ayudaron a soportarlo. El coche no tenÃa reproductor de CD, pero habÃa buena música, rock clásico, en la radio. Al menos tenÃa eso. Tan pronto intentó recordar las letras, se dio cuenta que no tendrÃa tiempo de recordar aquello que no querÃa recordar.
Era temprano a media mañana, justo cuando todos iban a trabajar. TodavÃa habÃa mucho tráfico en el otro lado de la carretera, pero casi ninguno en el suyo. Iba en contra del resto, lejos de la ciudad. Nada que lo ralentizara.
Se trasladó a otra autopista, moviéndose de cuatro carriles por sentido a dos. El tráfico allà estaba todavÃa en la otra dirección, dejándolo libre para moverse. Apretó un poco más el acelerador. El viento azotó, casi sin dejar escuchar la radio. Subió el volumen.
El camino llevaba hacia el este sobre las colinas y al cálido valle central de California. Este era el lugar donde sólo los temerarios se atrevÃan a ir en verano sin aire acondicionado. Bueno, temerario o desesperado. Supuso que encajaba en una categorÃa u otra.
Con las colinas ahora entre él y la ciudad, la estación de radio comenzó a desvanecerse. Incluso apagando el sonido y volviéndolo a encender no solucionaba el problema. Comenzó a presionar el botón "Buscar" para encontrar algo más. Desechó un par de cadenas de programación de entrevistasâ una de ellas de deportes y la otra con un fatuo comentarista que se empeñaba en provocar el enojo de los oyentesâ y una cadena en español. Trató de cambiar a FM, pero casi no habÃa recepción, asà que regresó a AM y finalmente encontró una cadena de música que tocaba un rango de oldies a rock clásico. Audible, aunque un poco suave para su estado de ánimo.
La temperatura estaba subiendo rápidamente. El viento que pasaba era tan caliente como el aire dentro del coche, y empezaba a sudar. Se detuvo en una gasolinera, llenó el tanque y compró un paquete de botellas de agua. DeberÃan bastar para mantenerlo hidratado durante un tiempo.
Bebió la primera botella en media hora, y tan rápido se la bebió, se puso a sudar de nuevo. Abrió la segunda botella y echó algo de ella sobre su cabeza. Eso parecÃa llevar la temperatura un poco más hacia el rango soportable.
Después de sesenta y cuatro kilómetros, tomó una carretera de dos carriles. Prácticamente no habÃa tráfico aquÃ, y él tenÃa el camino para sà mismo. Comprobó su reloj: Las diez y media. Estaba haciendo un tiempo decente. Si seguÃa con este ritmo, incluso podrÃa llegar al rancho antes de que oscureciera âsin duda antes de que fuera demasiado tarde.
La tierra a su alrededor estaba cambiando lentamente de terrenos agrÃcolas cultivados a matorrales y arbustos. En su espejo retrovisor, las montañas se encogÃan al penetrar más profundamente en el corazón del valle.
Esta emisora de radio estaba empezando también a perder la señal, para dar paso a una cadena más local. Esta nueva orgullosamente resultó ser que tocaba ambos tipos de música, Country y Western. Por suerte, era algo parecido al rap, cercano a lo que le gustaba.
Por lo tanto, se puso a escuchar con poco interés por las ondas del twangy del desespero. Tras el tercer cantante masculino diferente cantando una lamentable historia sobre una mujer que lo abandonó, apagó con ira el altavoz y siguió conduciendo.
Gran error. Los siguientes veinticuatro kilómetros aproximadamente su mente estaba mucho más lejos que su coche en aquella carretera casi-recta. Hacienda. Bárbara. El fuego. La tienda. Bárbara. Los impuestos. Fuegos. Incluso la música country era mejor que el silencio.
La temperatura seguÃa subiendo. Se bebió el resto de la segunda botella de agua y se tiró parte de la tercera sobre su cabeza otra vez. Tuvo menos efecto que la última vez. Por lo menos, estaba agradecido por tener cubre asientos de tela en lugar de aquellos baratos de cuero sintético; tener su piel enganchada a un material de fábrica le harÃan esa conducción mucho más desagradable de lo que ya lo era.
Miró el asiento detrás suyo. Una montaña de formularios de la aseguradora, haciendo peso encima un montón de ropa para que no salieran volando con el viento. DeberÃa echarles un vistazo cuando su agente se los dio. QuerÃan todo tipo de información, incluso el nombre de pila de su padre y el signo del zodiaco de su abuelo. Sufrió un incendio, ¡por el amor de Dios! Casi todos sus papeles se habÃan perdido. ¿Cómo se suponÃa que tenÃa que darles la información sobre sus finanzas con todos los datos quemados?
No. No era el momento para pensar en esas cosas. Era el momento para escuchar una mala canción de Country y meditar mientras conducÃa por el desierto.
Su velocidad aumentó hasta los ochenta. Sin tráfico en la carretera, no habÃa nada que lo retuviera. Al menos, en una carretera desierta, no habÃa muchas posibilidades de atrapar la atención de la Patrulla de Carreteras.
Justo detrás suyo, pudo ver que habÃa luces intermitentes a través de su espejo retrovisor. Maldiciendo, se detuvo al lado de la carretera. ConocÃa lo que ocurrirÃa; Sacó su licencia y registro y se las entregó al oficial. El oficial se los devolvió, junto con un boleto de exceso de velocidad. Todo muy educado y profesional. Ambos estaban de vuelta en la carretera en menos de quince minutos.
La temperatura estaba subiendo. Se tiró el contenido del resto de la tercera botella de agua sobre su cabeza, y prácticamente podÃa sentir que se estaba convirtiendo en vapor y evaporándose tan pronto como lo tocó. Vació la cuarta botella, y no sirvió de nada.
Se detuvo y volvió a llenar el depósito en una pequeña estación que decÃa ser la última parada de gasolina para los siguientes ochenta kilómetros. El carburante era terriblemente caro y sus recursos se estaban agotando, pero esto superó la sorpresa de la alternativa desagradable, la forma en que su suerte se estaba ejecutando en estos dÃas.
Pocos minutos después empezó a perder de vista la cadena de radio. Empezó a buscar desesperadamente otra. Todo lo que podÃa encontrar aquà en medio de la nada era un programa religioso. ¿Qué hacÃa eso a mediodÃa? No era domingo. ¿No eran esas cosas reservadas para la tarde o la noche cuando no molestarÃan a la gente decente?
âAquellos paganos quieren decirte que todo fue un accidente,â decÃa el predicador. âSi te encuentras un reloj en el suelo, seguro que dices, âque cosa más rara, ¿todas estas piezas de metal se han juntado ellas solas en el suelo para decirme la hora?â ¡Vaya suposición más estúpida, ridÃcula, sin sentido, imbécil, tonta, alocada y banal! ¿O creerás que alguien hizo aquel complicado reloj a posta para tus propios propósitos? Un reloj implica un Relojero tan seguro que la noche sigue al dÃa.â
âSÃ,â le contestó a la radio molestamente. "Un relojero imbécil que no sabe o no le importa si dejó su reloj en medio de un estúpido campo. Tal vez el dueño lo perdió o lo tiró porque daba mal el tiempo. ¿Qué pasa si dejas una barra de hierro en el campo y vuelves unos meses más tarde encontrándolo cubierto con polvo rojizo? ¿AsumirÃas que alguien vino y lo pintó? ¿O crees que se acaba de oxidar? ¡no me jodas!â
El predicador radiofónico lo ignoró. âLo que estas personas no pueden ver es que todo es parte de un gran diseño, un diseño tan grande que no podemos ver todos los detalles. El plan de Dios es tan grande que se envuelve todo el camino alrededor de nosotros como una manta grande y reconfortante. El plan de Dios es inmenso y es para todos nosotros, y todos participamos en élâ.
â¿El plan de Dios incluye quemar mi tienda?â Le gritaba a la radio. â¿Quiere Dios que yo esté sin hogar y en bancarrota? ¿Es Hacienda parte sutil del plan de Dios? ¿Necesita Dios mis ocho mil dólares? ¿Es el plan de Dios para darme una multa por exceso de velocidad? ¿O hacer que Bárbara me deje? ¿Qué está haciendo el plan de Dios para mÃ? ¿Dónde la manta del amor que deberÃa cubrirlo todo? ¡Tiene unos agujeros de polilla muy grandes!â
Golpeó furiosamente el botón para apagar la radio. La humedad en su rostro era mucho más que lágrimas de sudor, picando sus ojos y haciendo más difÃcil ver por dónde estaba conduciendo. Si hubiese habido más tráfico, podrÃa haber estado en problemas, pero no habÃa nadie a quien atacar. Al menos logró mantener el coche en la carretera.
Incluso el silencio era mejor que escuchar basura como esa. Incluso escuchar sus propios pensamientos era mejor. A pesar de que estaba enfadado y confundido, deprimido y lleno de desesperación. Al menos eran sus pensamientos, no los de un tipo hipócrita.
Terminó el resto de la botella muy rápido, la mitad en su boca y la otra mitad sobre su cabeza. No parecÃa que ayudara. SeguÃa haciendo un calor insoportable.