Читать книгу ¡polly! - Stephen Goldin, Stephen Goldin - Страница 8
ESCENA 3
ОглавлениеA primera vista, el objeto podrÃa bien ser un espejismo. Pero no brillaba e iba creciendo en tamaño a medida que se aproximaba con su coche, por lo que definitivamente era algo real.
Era una enorme mansión de dos pisos construida en piedra blanca, con filas de ventanas en cada piso que reflejaba el sol de primera mañana. El porche frontal le sobresalÃa apoyado por una fila de columnas de mármol blanco, y en frente de la casa habÃa un trozo rectangular de césped verde delineado a la perfección con el lÃmite del desierto a su alrededor.
HabÃa conducido por esta carretera antes y no recordaba haber visto algo asÃ. Eso habÃa sido hace unos años, sin embargo, podrÃa haber sucedido durante ese tiempo.
La carretera pasaba por delante de la casa, a unos treinta metros de distancia. La tierra alrededor era perfectamente plana, desprovista de cualquier cosa de interés, pero ocasionalmente podÃas ver algunos arbustos y cactus solitarios dispersos aquà y allá. Incluso las montañas que siempre estaban presentes en California eran sólo una mancha azul en el lejano horizonte.
Estaba demasiado absorto en su propia miseria para pensar en la mansión mucho más que como una curiosidad. Su depresión era una nube negra que abrumaba todas las otras preocupaciones, asà que él ignoró la mansión y siguió conduciendo.
O trató de hacerlo. Sin previo aviso, su motor de repente tosió y murió, y el viejo Corolla se detuvo lentamente hasta hacerlo casi directamente frente a la entrada de la mansión. Por lo menos se las arregló para dirigirlo al lado de la carretera, por lo que no serÃa golpeado por cualquier otro coche que pasara por aquÃ. Aunque no habÃa mucha probabilidad de que eso ocurriera.
El indicador de la gasolina indicaba que el depósito estaba medio lleno. Intentó encender el motor un par de veces, pero solamente obtuvo un lúgubre ruido parecido a un zumbido. â¡Mierda!â gritó a la desconsiderada máquina, golpeando la rueda con ambos puños. â¡Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda! ¿Por qué a mi? ¿Por qué ahora? SabÃa que no deberÃa haber confiado en un trozo de basura para un viaje como este.â
Miró a disgusto el montón de formularios para la aseguradora en el asiento del pasajero que estaban debajo de la bolsa de ropa, los sacó y cerró de un golpe la puerta. Levantó el capó para comprobar el motor. Aquello era algo inútil âno tenÃa ni idea de lo que estaba mirando, ni mucho menos como poder arreglarlo.
Miró impacientemente su reloj. Las doce y treinta y cinco. La temperatura rondaba los treinta y siete grados. Aquella tarde solo podÃa que ir a peor. Ni un ápice de viento. TenÃa que ponerse manos a la obra si querÃa llegar al rancho antes de la puesta de sol.
Puso la mano en el bolsillo y se sacó su móvil. Nadie le podÃa ayudar, de todas maneras pues la pantalla indicaba que no habÃa cobertura. Después de todo, ¿quien instalarÃa una antena de telefonÃa aquà para los conejos y los coyotes? Lanzó tu teléfono tan lejos como pudo hacia el desierto. â¡Buen viaje!â gritó. â¿Y ahora, qué? ¿Qué pasará?â golpeó el coche con frustración en medio de un sollozo. â¿Me ocurrirá algo bueno?â
Lo que él querÃa hacer era volver con el coche. Sentarse en el asiento trasero. Tumbarse en posición fetal y llorar. Quizás incluso chuparse su pulgar. Todo el universo pasarÃa por delante suyo. Probablemente algo mejor de lo que habÃa estado haciendo últimamente.
Levantó la mirada y vio otra vez aquella casa. Bueno, al menos podÃa pedir si podrÃa usar su teléfono para llamar a la Asistencia-en-Carretera. Por supuesto, no con la racha que llevaba.
Se desesperó. A pesar de haberse tirado por encima mucha agua, su ropa estaban ya secas por el calor del desierto. Pasó sus dedos por el pelo un par de veces como si fuera un peine. Entonces empezó a pisar fuertemente el asfalto, alegrándose de que todavÃa no era de noche, una noche de tormenta; ahora tendrÃa que entrar en la guarida de Drácula o Frank N. Furter1 o alguien parecido.
Estaba tan envuelto en su nube negra de pensamientos que habÃa llegado a más de la mitad de la entrada antes de ver al muñeco de nieve en el césped cerca del porche. TenÃa que ser uno de esos adornos plásticos de Navidad, pensó. Alguien tenÃa un extraño sentido del humor, dejándolo fuera en julio. O eso o era alguien muy perezoso.
A medida que se acercaba a él, sin embargo, parecÃa cada vez más real. Era un muñeco de nieve estándar de tres bolas con la base de un metro de diámetro, el medio de sesenta centÃmetros y la cabeza de treinta. Sus ojos eran ciruelas negras, su nariz un pepinillo dulce y su boca era una lÃnea punteada de cerezas curvadas en una sonrisa. Llevaba una alegre bufanda amarilla y roja alrededor de donde estarÃa su cuello. En su cabeza, en lugar del sombrero de copa tradicional, tenÃa una gorra de béisbol de Oakland A's. Sus brazos estaban desproporcionadamente flacos, sólo un par de ramas desnudas que salÃan de sus hombros.
Se acercó a él y lo tocó. Estaba frÃo. Estaba hecho de nieve. Y estaba de pie sobre este césped en treinta y siete grados de calor bajo el sol abrasador del desierto en julio.
Se alejó lentamente de él, no completamente dispuesto a quitarle los ojos de encima. El muñeco de nieve se quedó allà y no mostró ninguna intención de derretirse.
Finalmente, con un rápido movimiento de cabeza, trató de sacarlo de su mente. HabÃa muchos otros problemas de que preocuparse. Subió los cuatro escalones hasta el porche, se acercó a la gran puerta y presionó la campana.
A los pocos segundos la puerta se abrió y se vio mirando a la más bella chica que habÃa visto jamás. Era pequeña âtan sólo metro setenta y dos, no le llegaba más allá de la narizâ pero aquella tan solo era lo único a lo que podrÃa llamar remarcable. Su cuerpo estaba perfectamente proporcionado, ni muy pechugona ni muy aniñada. Su pelo marrón oscuro, con un corte pixie, con un rostro perfecto, ojos marrones y brillantes, una nariz alegre y una boca pequeña pero expresiva.
Llevaba puesto un pantalón vestido satinado de una pieza. La mitad inferior eran unos pantalones destellantes; la parte superior era un arnés con la forma de dos pañuelos negros uniéndose en la parte frontal y atándose entre ellos por el cuello. Llevaba unas zapatillas negras con poco talón, y su parte trasera estaba descalzo. No estaba esquelética, pero tampoco tenÃa grasa. Alrededor de su cuello llevaba una cadena dorada y un gran medallón de varios centÃmetros, con al menos una docena de pequeñas luces que parpadeaban. No parecÃa tener mucho más de veinte años.
â¿SÃ?â dijo ella.
Ãl estaba demasiado ocupado admirando las vistas por lo que olvidó la razón de estar allÃ. âEh, perdona que te moleste, pero mi coche se ha estropeado en medio de la carretera. Me preguntaba si...â
âBueno, no te quedes bajo este solâ dijo haciéndole señas para que entrase. âEntra que aquà hay aire acondicionado y se está bien. Bienvenido a Green House.â
âGracias,â dijo poniendo un pie dentro. Ella cerró la puerta tras él, y enseguida sintió el lujo. No habÃa sentido frÃo desde hacÃa horas.
Estaban en un vestÃbulo echo de baldosas de mármol negras y blancas y una enorme lámpara de cristal colgando de un techo alto. HabÃa un largo pasillo que llevaba hasta la parte trasera de la mansión, con varias puertas que daban a diferentes habitaciones. Unas amplias escaleras con una alfombra verde llevaban al piso superior.
âOdio molestar de esta manera...â empezó diciendo, pero ella lo volvió a interrumpir.
âNo digas tonterÃas. No es molestia. No es tu culpa el lugar donde tu coche se estropea, ¿verdad?â
âNo,â dijo con un profundo suspiro. âMe estaba preguntando si me dejarÃas usar el teléfono un momento.â
âLo harÃa si tuviera uno.â
â¿Vives en un lugar tan apartado en medio de la nada sin teléfono?â
âSi tuviera uno, la gente no dejarÃa de llamarme todo el ratoâ dijo ella. âHay demasiada gente intentando hablar conmigo. Prefiero ser un poco difÃcil de localizar.â
â¿Pero si tienes algún problemaâ le dijo. â¿Y si necesitas comunicarte con alguien?
âNo tengo problema alguno a la hora de comunicarme con el que quieroâ dijo ella âY no hay problema que mi servicio no pueda solucionar.â
âOh, tienes servicio. Supongo que entonces nada.â
âSip. De echo, iba a sugerirte que mi chófer echara un vistazo a tu coche. Seguramente sepa como repararlo.â
âNo quiero meterte en problemas...â
âPara nada. Fritz hará su trabajo. Es por esto que está aquÃ.â Cogió su medallón y habló por él. âFritz, hay un coche fuera que parece que ha dejado de funcionar. ¿PodrÃas echarle un vistazo y hacerlo que vuelva a funcionar?â
âJa, meine frauleinâ dijo la voz a través del medallón. Aquella voz tenÃa un acento tanto de alemán de Hollywood que podÃa escuchar el taconeo de sus talones.
âMuchas graciasâ dijo él.
Ella se dio la vuelta. âMe llamo Polly, por cierto.â
âOh, esto... y yo Rod.â
Ladeó su cabeza hacia la izquierda. âNo pareces ninguna âcañaâ2 dijo sentenciosamente.
â¿Qué aspecto tiene una âcañaâ?â
âEsto, algo largo, cilÃndrico y rÃgidoâ le dijo regalándole una sonrisa malvada. âPor supuesto, entiendo que sea tu apodo.â
Ãl se sintió ruborizado. âEs por Heródotoâ dijo calmadamente mientras se preguntaba porque lo decÃa. Casi nunca se lo habÃa contado a nadie âni mucho menos a un completo desconocido.
âAh, el historiador griegoâ gritó Polly. âGenial.â
â¿Lo conoces?â
âPor supuesto, amo la Antigua Grecia.â
âSÃ, y también mi padre. Era profesor de civilizaciones clásicas.â
âTenÃa que quererte de verdad para darte tal honorable nombre.â
Heródoto resopló con desprecio. âHeródoto Shapiro es un nombre horrible para un chico judÃo.â
âMe gusta. ¿Puedo llamarte âHeroâ?â
âPrefiero Rod.â
âPuedes ser mi Héro-eâ dijo ella, ignorando por completo sus palabras. âEs mejor que âHer,â ¿no?â
âHaz lo que quierasâ dijo resignándose. TenÃa mayores problemas en su vida en aquel momento que preocuparse por como le llamaba una niña tonta y rica. Uno de sus problemas era el apartar su mirada del increÃble cuerpo de aquella niña tonta y rica evitando dejar el suelo lleno de babas.
Ella lo rodeó con sus brazos y lo llevó a la habitación a su derecha. âEntra a la sala y únete a la fiesta.â
â¿Fiesta?â Sintió una opresión en el pecho. Las fiestas conllevan gente, normalmente gente feliz. La gente feliz era la última cosa que necesitaba en su vida en aquel momento. âEh, no quisiera ir a una fiesta a la que no he sido invitadoââ
âNo tienes porque si no quieresâ le dijo Polly.
Ãl estaba demasiado en guardia y sudado y despeinado. âNo estoy seguro de que vaya conmigo. Seguramente no conozco a nadieââ
âNo te preocupes. Todo estará bien. Son buena gente. No invito a quien no lo sea.â
âPero, esto... no voy vestido para una fiesta.â
âNo te preocupes. Todos mis amigos vienen-tal-cual. Muy informal. Creo que las personas son más importantes que su ropa. Ven.â
Abrió la puerta corrediza y le invitó a que entrara al gran salón. La habitación estaba llena de gente. HabÃa una banda tocando música instrumental discretamente en el fondo, y gente hablando amigablemente. Se podÃa escuchar risas desde diferentes sitios.
La alfombra era azul pálido, cubierta por un par de tapetes Persas sobre un suelo azul. El papel de las paredes era de un tono azul pastel con bandas azul marino horizontales cerca de la parte superior y el revestimiento de madera. HabÃa un largo sofá de brocado Empire y cinco sillas de jacquard verde con pequeños manojos de campanillas en forma de diamante, y un gran piano celeste en la esquina opuesta. Pequeñas mesas de caoba habÃa sido colocadas bajo un espejo de plato con esquinas biseladas. Todo el mundo estaba hablando de pie; nadie permanecÃa sentado en tales sofisticados muebles.
Ãl contempló la gran multitud, pero no pudo encontrar ninguna cara conocido. â¿Cómo has logrado reunir tanta gente en un lugar en medio del desierto?â
âLos invitéâ dijo Polly sin rodeos. âA la gente le gusta venir a mis fiesta.â
Pulsó un botón en su medallón y sonó un leve pero insistente carillón en la habitación. La gente dejó de conversar para ponerse a mirar hacia la puerta.
âHola a todosâ dijo ella âespero que lo estéis pasando bien.â
Mucha gente asintió, otros contestaron con algún movimiento. âBienâ dijo Polly âsi hay algún problema, decÃdmelo. Me gustarÃa presentaron a miHéro-e. De echo, se llama Herodotus Saphiro, pero creo que Héro-e le queda mejor. Haced que se sienta a gusto.â Los invitados lo saludaron, cosa que hizo sentir a Herodotus más avergonzado.
Polly se dio media vuelta hacia él. âParece que necesitas una bebida.â
âNo suelo beber muchoââ
âSolamente una copa de vino. Eh, Fifiâ dijo ella.
Una bella y alegre jovenzuela de pelo rubio vistiendo un uniforme negro y blanco de sirvienta se les acercó, llevando una bandeja con copas de vino. Su ropa era escasa dejando poco a la imaginación, sobretodo por dejar en evidencia su origen mamÃfero. âOui, Mademoiselle?â preguntó.
Polly tomó un par de copas de vino de la bandeja, dándole una a Herodotus y quedándose la otra para ella. âFifi, quiero que te asegures que Héro-e tiene todo lo que quiera.â
La sirvienta miró el rostro de Herodotus y sonrió. âHaré lo mejor que puedaâ le prometió con una voz que de repente parecÃa ronca. Sus hombres y caderas empezaron a moverse como si fueran accionados indistintamente el uno del otro.
Polly alzó la copa. âPara las nuevas amistadesâ dijo, acercando su copa con la de él.
Herodotus contempló el lÃquido dorado de la copa y lo probó. Estaba delicioso âdulce pero no empalagoso, suave al paladar, refrescante en la garganta, con un final definido y afrutado. Tomó un segundo sorbo mucho más largo.
Ella lo contemplaba con una sonrisa en su rostro. â¿Te gusta?â preguntó.
âSÃ, está muy bueno.â
âEs de mi viñedoâ dijo presumiendo. âSe llama AlegrÃa, el vino de las uvas alegres. Crecen junto a otro viñedo donde se almacenan las uvas de la ira. Guardo este vino para ocasiones especiales.â
âOye, Polly, yoââ
âPerdona por tener que dejarte unos instantes, pero tengo atender a alguien. Temas de anfitriona y cosas por el estilo. Habla con la gente, diviértete. Si necesitas algo, Fifi o James estarán encantados de ayudarte.â
â¿Quién es ese James?â
âMi mayordomo. Estaré de vuelta pronto y entonces podremos hablar.â Tomó un sorbo de su copa y se alejó, sonriendo a todo aquel con el que se cruzaba hasta desaparecer entre la multitud.â
Herodotus se sintió fuera de su lugar y completamente solo. La gente parecÃa amable, pero no estaba con humor para hacer amigosâ no ese dÃa. Se dirigió hacia el sofá y se sentó en uno de sus extremos, intentando no estropear aquel antiguo mobiliario e intentando pasar por inadvertido lo mejor que pudo.
Unos minutos después, un hombre vino y se sentó a su lado. ParecÃa tener sesenta y muchos años, con un rostro curtido y arrugado con un peinado casi blanco perfecto. TenÃa un cuerpo delgado con un generosa barriga que le arrugaba la cara pero no de una forma bonita. SonreÃa mucho.
â¿Cuánto tiempo hace que la conoces?â preguntó el hombre intentando empezar una conversación.
â¿Ella? ¿Te refieres a Polly?â
â¿Asà es como se llama últimamente? SÃ, Polly.â
âMe encontré con ella hace unos pocos minutos.â
El viejo hombre asintió. âYo ya hace cinco años. Mi mujer y yo llevamos cuarenta y tres años casados, y no ha estado enferma ni un solo dÃa en su vida excepto uno o dos resfriados. Entonces Alice fue al hospital, y tres semanas después murió de cáncer. Toda mi vida se desplomó. Pensé que hubiera sido mejor morir y estar con ella. Entonces esa enfermera vino a mi en la sala de visitas y me cogió de la mano. No soy un tipo que llore con facilidad, pero terminé como un niño llorando sobre sus hombros, empapándole todo el uniforme. ParecÃa que no el importaba. Le conté todo sobre Alice. ¡Jesús! Estuvimos hablando durante horas. Ya sabes, tengo amigos que intentan levantarme el ánimo diciéndome que Alice fue a un lugar mejor. Polly jamás me dijo tal estupidez. Solamente estaba allÃ, y fue suficiente, y entonces el resto del mundo también â un poco más vacÃo sin Alice, pero no tan desesperanzador como pensaba.â
Se detuvo. â¿Cuál es tu historia?â preguntó.
Herodotus se sonrojó. Después de una historia como la del viejo, ¿qué podÃa decir? âMi coche se rompió fuera de su casaâ, dijo, casi disculpándose.
El hombre lo miró un rato, con las más ligeras de sus sonrisas en las comisuras de la boca. Finalmente se levantó. âClaro,â dijo él, extendiéndose y golpeando a Herodotus en la espalda. âRecuerda, como dice Polly, que las cosas nunca son desesperadas a menos que pierdas toda esperanza.â Y se alejó.
Herodotus tomó otro sorbo de vino y observó a los que estaban en la fiesta. Después de otro par de minutos, un pequeño hombre con un traje gris, una camisa blanca almidonada y una corbata roja se acercó al sofá. En vez de sentarse en ella, caminó detrás de él y se inclinó para susurrar al oÃdo de Herodotus. âQuÃtate de aquà mientras tengas una oportunidadâ dijo él de forma siniestra.â
â¿Qué?â
âYa me oÃste. Sal de allà antes de que sea demasiado tarde.â se alejó sin explicar más.
Herodotus se preguntó qué clase de madriguera de conejos habÃa caÃdo mientras miraba al hombre. Pero no tenÃa elección de quedarse aquà a menos que quisiera caminar unos cincuenta kilómetros en medio del calor del verano del desierto.
Tomó su camino entre la multitud de la gente como si se tratase de un gato de pelo negro con los ojos brillantes. HabÃa ido dirección al sofá adrede mirando a Herodotus para terminar sobre sus piernas. Herodotus acarició su piel con cuidado. El gato no se quejó, y empezó a ronronear amasando su muslo con sus patas aterciopeladas.
Entonces Polly regresó, vistiendo un leotardo cubierto de lentejuelas ârojo con rallas blancas verticales, con un embellecedor azul con estrellas blancas en la parte superior e inferior. Sus hombros, brazos y piernas estaban desnudos, con zapatillas de baile en sus pies.
âAh, has conocido a Midnightâ dijo Polly con una sonrisa.
âCreo que él me ha encontrado a miâ dijo Herodotus.
âVeo que sueles pensar las cosas desde una perspectiva âdescabelladaâ.
âHe vivido con unos pocos toda mi vidaâ admitió él.
âMe alegra oÃrlo. Los gatos son la prueba viviente de que Dios solamente bromeaba cuando decÃa que deberÃa haber otros dioses antes que él.â Se sentó y acarició el gato. Ronroneó todavÃa más fuerte.
Polly saltó al sofá a su lado, dando saltos un par de veces con todo el decoro de una niña revoltosa de diez años, terminando sentándose de lado con las piernas cruzando frente a él. El gato ni se asustó. âAhora, ¿de qué podrÃamos hablar?â preguntó ella.
Herodotus sacudió la cabeza. âNo estoy de humor para hablar. Solamente quiero que me arreglen el coche y regresar.â
La voz de Polly pareció compasiva. âTienes problemas, ¿no?â
âHe dicho que no quiero hablar de ello.â Su tono se volvió más áspero de lo que querÃa.
âBuenoâ dijo ella, todavÃa acariciando al gato. âEntonces hablemos de mi tema favorito âyo mismo. Hazme preguntas. Se que tienes algunas, lo puedo ver en tus ojos. Pregúntame cualquier cosa. Me siento muy bien, por lo que tendrás una de esas oportunidades que aparecen una vez en la vida y por las que algunos hombres morirÃan por ella.â
Obviamente no lo iba a dejar solo, por lo que deberÃa contestarle también con humor.
â¿Cultivas muchas flores por aquÃ?â
Permaneció en silencio y perpleja durante unos segundos. âTengo que admitir, que no es el tipo de preguntas que me suelen hacer. Normalmente son del tipo âcuál es el sentido de la vidaâ o âporque me ha pasado a miâ. Claro que cultivo, tengo un jardÃn pequeño para ello, pero no más grande que el de Versalles. ¿Por qué me lo preguntas?
âBueno, cuando llegué me dijiste âBienvenido a greenhouseâ.â
Polly se puso a reÃr. Era un sonido como campanas sonando, un sonido que hizo que toda la sala resplandeciera, algo que era placer en su pura esencia. âNo âgreenhouseâ de almacén para cultivar plantasâ dijo ella. âGreen Houseâ por su color verde.
âPero tu casa es blanca.â
âSi, pero âCasa Blancaâ ya está tomada, ¿no?â
Herodotus cerró sus ojos. Su cerebro le parecÃa que habÃa entrado en una densa niebla. âNo estoy seguro que tenga ningún sentido.â
â¿Sentido? No he hablado jamás de ningún âsentidoâ en el contrato de la casa. O âjusticiaâ, de hecho. Ni en la letra pequeña. La leà toda.â
Herodotus tenÃa la sensación incómoda de que Polly habÃa estado viviendo sola durante demasiado tiempo. Estuvo a punto de ponerse en pie y decirle que seguirÃa esperando afuera a que su mayordomo viniera con el coche. Era un hombre alto con traje, pelo con signos de calvicie y algunas canas en un lado. TenÃa un cierto aire de superioridad, y llevaba una bandeja plateada con canapés en su mano derecha. Acostó educadamente la bandeja y dijo en un acento británico de clase alta.
â¿Un refrigerio?â
âGracias, Jamesâ dijo Polly mientras tomaba un entremés de la bandeja mientras miraba a Herodotus. â¿Te preocupa algo?â
La mayorÃa de las fiestas a las que habÃa ido tenÃan patatas fritas y salchichas, o cuencos de nueces o pretzels. No habÃa nada familiar en la bandeja que tenÃa delante suyo. âEh, ¿que me recomiendas?â
âA ver, todo está buenoâ dijo Polly âlo he echo todo yo misma.â
Herodotus escogió lo que parecÃa una flor pequeña roja y marrón sobre una galleta salada. La mordió con cuidado, y se dio cuenta que tenÃa un punto de dulzor y otro de salado.
âEstá buenoâ dijo mientras terminaba de comérselo.
âBueno, no tienes que mostrarte tan sorprendidoâ dijo Polly.
â¿Qué es?!
âTras pensarme la respuesta, creo que te lo contaré. No queremos más por el momento, James.â
âComo desee, Madam.â El mayordomo se retiró a servir al resto de los invitados.
Polly contempló como Herodotus terminaba de masticar el canapé, y dijo. âEsto, ¿por dónde estábamos?â
âNo creo que estuviésemos en ninguna parte.â
âAh, sÃ, me estabas haciendo preguntas profundas y perspicaces. Venga, no puedo esperar a la siguiente.â
Herodotus se terminó el vino antes de regalarle otra muestra de sus pensamientos. Tras un suspiro, decidió lo que le estaba preocupando. Bueno, uno de ellas. Polly no parecÃa estar ofendida por su franqueza.
â¿Sabes queâ preguntó directamente âhay un muñeco de nieve en medio de la entrada a tu casa?
âAh, ¿el señor FrÃo? Pensaba que ya lo habÃan quitado. Debe haber estado deambulado por ahà pues le gusta mirar como pasan los coches.â
Esto me ha dejado helado. âMe estás tomando el pelo.â
Ella le respondió con una flamante sonrisa, una sonrisa que iluminó la habitación con un arco de luz. âPor supuesto, tontoâ dijo ella colocando su mano sobre su rodilla. âEl señor FrÃo no puede ir a ninguna parteâ no tiene piernas. Esto siempre me ha llevado a preguntarme sobre Frosty. ¿Cómo puede bailar si los muñecos de nieve no tienen ni pies ni piernas? Aunque su canción es bonita.â
El tacto de su mano con su rodilla le hizo sentir... algo en él. No estaba caliente, pues habÃa conectado el aire acondicionado. No se trataba de electricidad, aunque sintió como todo su cuerpo estaba electrizado. No era nada sexual, aunque sus leotardos le puso en alerta ante su cercana feminidad. Tan sólo era algo, y sin duda era bueno.
Empezaron las preguntas. âPero comoââ cuando lo interrumpió.
âBasta de preguntas y respuestas por ahora. Quizás más tarde, si eres un buen chico. Ahora, necesito mi hora de ejercicio, el cual deberÃa haber empezado. Es por lo que voy vestida asÃ. Ven al gimnasio y hazme compañÃa.
â¿Y los invitados?â
âOh, estarán bien solos durante un momento. James y Fifi pueden cuidar de ellos.â
âNo suelo hacer mucho ejercicioâ dijo Herodotus, sin importarle decir que hacer ejercicio no era tan interesante como verlo hacer a otra persona. âAdelante. Me quedaré sentado cuidado a tu gato esperando a que tu chófer arregle mi coche.â
âOh, no lo harásâ dijo ella levantándose del sofá de un salto y agarrándole del brazo. Midnight aprovechó la situación para saltar de la falda de Herodotus y caer en algún otro lugar. âMe encanta ser vistaâ continuó Polly ây no puede ser contigo aquÃ.â Tiró de él y lo acercó junto a ella. âTómalo como repago por mi hospitalidad.â
Dándose cuenta que estaba más cerca de la Fuerza Irresistible de lo que pudiera estar nunca, dejó que lo llevará hasta el vestÃbulo y luego a través del pasillo central hasta la parte trasera de la casa. HabÃa peores formas de pasar el tiempo, pero después de todo, ninguna viendo como una bella chica sudaba.
Llegaron al final del pasillo donde habÃa un ascensor esperándolos con la puerta abierta. Polly pulsó el botón número tres. Herodotus se dio cuenta que los botones llegaban hasta el trece, y el último decÃa âR.â
âPensaba que tu casa tenÃa solamente dos pisosâ dijo mientras se cerraban las puertas del ascensor. Este subió más rápido que cualquier otro ascensor que hubiera visto. Herodotus sintió como sus rodillos llegaban hasta su pecho y atravesaban su cabeza, y como su estómago hubiera caÃdo al suelo.
âOh, debes haberla visto desde la parte delanteraâ dijo Polly a la ligera. âEs mucho más grande desde la parte trasera. Ya hemos llegado.â
El ascensor se paró de golpe de tal manera que Herodotus sintió estar balanceándose sobre un muelle de gelatina. Las puertas se abrieron para mostrar un pasillo parecido al de un hotel con puertas en el otro lado. No habÃa números en ellas, ni ninguna indicación de lo que habÃa detrás, excepto una que estaba pintada de verde claro.
Apoyando su paso con cuidado, Polly caminó rápidamente por el pasillo. No necesitaba tirar de la mano a Herodotus; sus nervios seguÃan chirriando desde el ascensor y tenÃa miedo de quedarse atrás, de perderse en esta mansión cada vez más confusa.
Ella se detuvo delante de la puerta verde. âPuedes entrarâ dijo ella.
â¿Por qué querÃa hacerlo?â
âPorque está prohibidoâ dijo ella con cierto aire negativo. âTodo el mundo quiere entrar cuando les digo que está prohibido.â Siguió caminando hasta la siguiente puerta a su izquierda situada a la mitad de camino del salón.
âEsto es el gimnasioâ dijo. âEntremos.â
Era una habitación muy grande, tanto como el gimnasio de un instituto. No era lo que Herodotus esperaba encontrar. No habÃa ninguna cinta de correr, ni bicicleta estática, ni máquinas de pesas, ni ninguna de esas maquinas para subir escaleras âninguna de esas modernas máquinas. En su lugar, habÃa un caballete para saltar, barras paralelas, un trapecio y una cuerda floja de dos metros y medio de alto. HabÃan colocado multitud de colchones grises por todo el suelo.
â¿Eres acróbata? Se aventuró a preguntar Herodotus.
âMelamente de una folma espilitualâ dijo parodiando al acento chino.
Herodotus pareció confundido, tal como mostraba su expresión facial.
âHas visto Tony Randall en Los 7 rostros del Dr. Laoâ dijo a medias Polly. Cuando Herodotus hizo que no con su cabeza, ella continuó â¡DeberÃas! Dirigido por George Pal, con guión de Charles Beaumont. Es una pelÃcula que se merece ser beatificada.â
Luego volvió al asunto en cuestión. âLa acrobacia me da un buen entrenamiento y me ayuda a mantener la figura de niña que has estado admirando cuando pensabas que no estaba mirando.â
Herodotus se ruborizó, pero sólo habÃa orgullo en el tono de Polly cuando dijo: âMira esto.â
HabÃa una cuerda al lado del trapecio, y Polly subió unos cuantos centÃmetros hasta que pudo alcanzar la barra. Empezó a balancearse de un lado a otro, cobrando Ãmpetu, hasta que con un movimiento suave hizo una voltereta hacia atrás enganchando sus rodillas sobre la barra. Se sentó más arriba hasta que estaba de pie en la barra. Herodotus empezó a aplaudir, pero ella le hizo callar. âOh, eso no es nadaâ dijo ella, con el tacto más débil de su voz. âPor favor, espera hasta el final del acto para aplaudir.â
Inclinándose hacia delante, ella empezó a caer mientras, al mismo tiempo, doblaba la cintura y agarraba la barra de trapecio con ambas manos. Su Ãmpetu la llevó alrededor de la barra con un giro completo, en cuyo punto ella extendió sus piernas hacia arriba hasta estar haciendo el pino en la barra. Ella posó allÃ, con una roca firme, durante quince segundos, luego de pronto se soltó y cayó hacia abajo hasta que, en el último instante, se agarró los tobillos en los extremos de la barra de trapecio donde las cuerdas la sostenÃan. Entonces lentamente movió su pierna izquierda hacia un lado, de tal manera que todo su cuerpo estaba colgando simplemente por su tobillo derecho.
Ella mantuvo esa postura durante otros segundos, sólo para probar que no le habÃa salido por casualidad, para después sin esfuerzo inclinarse hacia arriba agarrando la barra con las manos de nuevo. Se inclinó hacia adelante y hacia atrás, usando su cuerpo como contrapeso para balanceándose por el trapecio. Las oscilaciones aumentaron hacia adelante y hacia atrás, cada vez más altas con cada arco sucesivo. Luego, en el ápice del columpio, se soltó y voló por el aire. Su cuerpo se curvó rápidamente y ella hizo dos giros completos antes de enderezar su postura de nuevo y aterrizar en el centro de la cuerda floja.
âNada de aplausosâ le recordó ella a él âpero un suspiro de sorpresa serÃa buen recibido.â
Ella no esperó, y empezó a caminar de vuelta a lo largo del cable, caminando de una manera tan seguro como si estuviera en el suelo. Se desplazo hasta el centro del cable, doblando sus rodillas y dando una voltereta hacia atrás, una segunda y una tercera âcada vez aterrizando sin problemas sobre sus pies.
âAhora es el momento de que el público participeâ dijo âHay un mono ciclo ahÃ. ¿PodrÃas traérmelo, por favor?â
Herodotus fue y le trajo el mono ciclo. No se preocupó por darle las gracias, simplemente balanceó la rueda sobre el cable y se subió a él delicadamente, entonces paladeó hacia atrás y luego hacia adelante dos veces de un extremo al otro del cable.
Tras pedalear hasta el centro, se quedó quieta manteniendo el equilibrio y dijo âAhora, tráeme aquel palo y ese plato que hay ahÃ.â Herodotus hizo lo que pidió.
El palo tenÃa casi un metro de largo por algo más de un centÃmetro de diámetro. Lo tomó por la mitad, puso el plato encima y empezó a darle vueltas. Se lo colocó en el borde de la mano y empezó a girar cada vez más rápido. Cuando vio que habÃa logrado la velocidad adecuada, agarró la barra con ambas manos, tirando su cabeza hacia atrás y balanceando con cuidado el palo sobre su frente. Separó sus manos colocándoselas a ambos lados. Empezó a pedalear hacia delante y hacia atrás a lo largo del cable.
âAquà es donde imparto el gran secreto del universoâ dijo, sin quitar los ojos del plato. âToda la sabidurÃa de los antiguos se reducÃa a una sola palabra: Equilibrio. Mantente en equilibrio y el mundo es tu ostra. Asumiendo que te gustan las ostras, es decir, de otra manera toda la metáfora no tiene valor.â
Ella continuó en la barra sobre su frente durante un minuto. A continuación, la sujetó con su mano derecha, la sacó de su frente y la tiró al suelo. Tomó el plato con su mano izquierda y, mirando a Herodotus, dijo âCógelaâ mientras se la tiraba. Mientras tanto, permanecÃa en el mono-ciclo subida en la cuerda, pedaleando hacia atrás y hacia adelante durante otro minutos sin mostrar esfuerzo alguno.
Al final, se bajo del mono-ciclo de una manera tan fácil como habÃa subido a él, y fue hacia Herodotus. Se agachó y agarró el cable dándole vueltas, dejó caer sus piernas hasta que ella estaba colgando por sus manos, luego se dejó caer ligeramente a la alfombra quedando los brazos triunfantemente sobre su cabeza.
âMuy bien, ahora puedes aplaudirâ dijo ella.
Herodotus estaba por encima de cualquier aplauso. A pesar de como se sentÃa, dijo de una manera entusiasta â¡Fantástico! ¿Eres una profesional?â
Polly bajó las manos y se inclinó. âNunca me han pagado por ello, asà que supongo que eso me convierte en una aficionada con talento. Pero me gusta un poco. ¿Tienes hambre? Siempre tengo hambre después de un entrenamiento funambulista.â
HabÃa pasado mucho tiempo desde el desayuno y ese canapé apenas lo habÃa llenado, pero Herodotus estaba receloso acerca de pedir más generosidad. âOdio molestarte. Ya has hecho tanto...â
âNingún problema. Llamare a Mario para que nos traiga un snack.â
âUna cosa, ¿te importarÃa que usara el baño para refrescarme?â
âEn absoluto. Mejor que hacerlo en el suelo. Adelante.â lo acompañó hasta fuera del gimnasio hasta el pasillo. âEs la segunda puerta a la izquierda en esa dirección. No entres en la puerta verde. Cuando termines, toma el ascensor hasta el primer piso. Nos veremos allÃ.â
Fue al servicio, cerró la puerta con llave. Estaba bien tener unos pocos minutos de privacidad. Polly era muy guapa y amable, pero aquello habÃa sido muy... intenso. SÃ, habÃa una palabra para definirla. Intensa.
Tomó aire a fondo y abrió los ojos. A continuación los volvió a cerrar. PodrÃa haber imaginado que Polly no tendrÃa un baño cualquiera, pero aquello iba más allá de lo más bestia que se hubiera imaginado.
Abrió los ojos otra vez para contemplar aquello. El papel de las paredes y el techo era un trampantojo que representaba una enorme catedral, quizás echo para tal efecto.
El lavabo estaba, literalmente, en un trono âuna elaborada construcción tallada en roble oscuro con incrustaciones de marfil y joyas. Los robustos apoya brazos tenÃan cabezas de leones al final, y los cuatro pies eran garras con pelotas. La parte de atrás del trono era un terciopelo de color vino, y una luz constante brillaba en el asiento como si viniera de una vidriera arriba. Un rollo de papel higiénico estaba unido discretamente a un lado.
Se dirigió al trono y levantó el asiento con cautela. Para su gran alivio parecÃa un inodoro ordinario por dentro. Se alivió; entonces, como su esposa, que pronto serÃa la ex esposa, se recordó a sà mismo, volvió a bajar el asiento. Cuando se inclinó, se dio cuenta de que el papel higiénico parecÃa un poco extraño. Se acercó para tocarlo.
No era papel. Era de seda.
Caminó hasta el fregadero, que parecÃa una fuente bautismal octogonal que habÃa visto en su visita a las viejas iglesias. Los accesorios eran todo de oro macizo, y cuando encendÃa los grifos el agua que fluÃa hacia afuera era ligeramente perfumada de rosas. Los jabones eran en forma de cisnes pequeños, y las toallas de mano eran de lino plegado en forma de cisne.
Se quedó mirando su reflejo en el espejo mientras se lavaba las manos. â¿Dónde me he metido?â Se preguntó en voz alta en voz baja. â¿Es esta una versión aún más surrealista del Hotel California? ¿Quién es esta chica, y qué es este lugar?â
Sus palabras no tenÃa respuestas para él, asà que se secó las manos y salió de la habitación.
La cabina del ascensor estaba abierta y esperándolo mientras caminaba por el pasillo. Apretó el â1â con cierto temblor, y el ascensor salió disparado como si el cable se hubiera roto, sólo para llegar a una súbita pero suave parada. âPodrÃa ser un paseo emocionante en cualquier parque de atraccionesâ murmuró.
Salió a la planta baja. No habÃa señales de Polly, asà que esperó.
Un gran león macho con una melena completa caminaba casualmente por una puerta. Herodotus instintivamente se quedó de piedra y retrocedió lentamente. Las puertas del ascensor se habÃan cerrado detrás de él, pero él apretó su espalda tan fuertemente como pudo.
El león lo miró, y él se dio cuenta que era un poco tuerto. Lo miró otra vez, ignorándolo mientras decidió caminar por el salón hacia otra habitación.
Tras unos pocos segundos Herodotus se dio cuenta que le costaba respirar. Decidió tomar aire a fondo para intentar calmar sus nervios.
Polly salió de otra puerta. Se habÃa vuelto a cambiar de ropa, esta vez llevaba unos tejanos ajustados, zapatillas y una camiseta blanca que decÃa â¡Creo en mi!â en letras azules a la altura del pecho. Incluso con una ropa tan sencilla parecÃa inmensamente sexy para él.
âEhâ dijo él con indecisión âhabÃa un león paseándose por toda la casa.â
âAh, es Bert. No le des mucha importancia. Seguramente te tiene más miedo que tu a él.â
Herodotus decidió que el tiempo para las sutilezas habÃa terminado. Miró directamente a sus ojos y dijo â¿Quién demonios eres tú?â
Le respondió con una expresión incrédula. âYa te lo he dicho. Me llamo Polly.â
â¿Polly, que más?â
â¿Polly que más qué?â
â¿Cuál es tu apellido?â
âNo, cual es el nombre del tipo de la segunda base.â
âYa he jugado a esto antesâ dijo él de manera irritada. âDime tu apellido.â
â¿Necesito uno?â
âTodo el mundo tiene un apellido.â
âCher. Madonna. Prince.â
âTodos estos son nombres artÃsticos. En verdad nacieron con apellidos.â
âQuizás Polly sea mi nombre artÃstico.â
âEntonces, ¿trabajas en un escenario?â
âConstantementeâ dijo ella con cierta lentitud en su voz.
âTodo lo que querÃa decir es queââ
âTu puedes, chico.â sus ojos se iluminaron de repente. â¿Cómo te atreves entrar aquà como si fueras el dueño del mundo y hacerme un interrogatorio de tercer grado? ¿Llevas el móvil en el bolsillo o te alegras de verme? Lo que te importa de mi es el apellido, ¿o si una vez tuvo uno? No te quiero más por aquÃ. Por favor, vete de una vez.â
Herodotus se dio cuenta de tal cambio abrupto en el carácter de Polly. âPeroââ
âNada de peros. Vete. ¡Ahora!â dijo apuntando la puerta principal de la casa.