Читать книгу Fantasmas, Chicas Y Otros Espectros - Stephen Goldin - Страница 10

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Sen. McDermott: Bueno, Sr. Hawkins, quiero que esté consciente que esta audiencia privada no es un juicio y que no se le está imputando ningún crimen.

Sr. Hawkins: ¿Es por eso que recomendó que trajera a mi abogado?

Sen. McDermott: Sólo hice esa recomendación porque pueden presentarse, ante el comité, algunos tópicos o preguntas referentes a asuntos legales. El propósito de esta audiencia es simplemente para investigar informes sobre comportamiento no ortodoxo...

Sr. Hawkins: ¡Ja!

Sen. McDermott: ...Respecto a los satélites orbitales USSF números uno ochenta y siete y uno noventa y tres. Agradeceré su franqueza sobre el asunto.

Sr. Hawkins: Déjeme asegurarle, Senador, que no tengo intención de guardar secretos y que nunca he guardado ninguno. Sin embargo, como Director de la Agencia Nacional Espacial, creí que era mejor que cierta información sobre estas dos estaciones espaciales se colocara en una lista de seguridad para beneficio de todos los interesados.

Sen. McDermott: Hablando como político —perdió su llamada, Sr. Hawkins. Pero dígame, todo este desastre fue su idea desde el principio, ¿no es así?

Sr. Hawkins: Sí, así es.

Sen. McDermott: ¿Y cuándo se le ocurrió la idea por primera vez?

Sr. Hawkins: Hace aproximadamente un año. Estaba haciendo una investigación...

—Exclúyase del registro oficial (no publicada)

Audiencia Especial de Investigación del Senado

10 de octubre,1996

***

Sólo puede especularse sobre el tipo de investigación que se estaba permitiendo a sí mismo Jess Hawkins cuando se le ocurrió la idea. Sin embargo, es un hecho que su amigo, Bill Filmore, lo visitó en su oficina el 15 de septiembre, 1995.

“Jess”, dijo, “te conozco desde hace treinta y siete años y cuando vas por ahí sonriendo como un gato Chesire, estás escondiendo algo. Esa sonrisa de duendecito tuya es obvia. Como tu mejor amigo y miembro de la Junta de la Agencia Espacial, creo que tengo el derecho a saber que te traes entre manos”.

Hawkins miró a su amigo. “Está bien Bill, creo que puedo confiar en ti, pero por favor mantén esto en la más estricta confidencia. Creo que he conseguido una manera de estimular los músculos del corazón de nuestros astronautas durante su permanencia, por largos períodos, en la USSF 187”.

“¿Por qué querrías guardar eso en secreto?

“Déjame continuar. Sabemos que durante períodos sostenidos de caída libre, el corazón tiende a relajarse, porque no tiene que trabajar tan duro para bombear la sangre en condiciones de ingravidez. Sin embargo, luego de su regreso a la Tierra, los músculos del corazón tienen dificultades para readaptarse a los estándares normales. Ya hemos tenido tres astronautas que han sufrido de ataques al corazón cuando regresan y uno de ellos estuvo a punto de morir. El programa de calistenia que instituyeron los doctores, parece haber tenido poco efecto. Creo que ha llegado el momento de tomar medidas drásticas”.

“¿Qué es exactamente lo que propones?”.

“Piensa por un momento. ¿Qué estimula el corazón, tanto literal como figurativamente, es suficientemente deseable para que los hombres lo usen frecuentemente y además es útil para elevar la moral a bordo del satélite?”.

“Nunca fui muy bueno con las adivinanzas, Jess”.

“Todo puede resumirse en una palabra de cuatro letras, común, de todos los días”, sonrió Hawkins. “Sexo”.

Filmore miró fijamente en silencio por un momento, luego dijo, “Por Dios, Jess, creo que realmente lo dices en serio”.

La sonrisa se desvaneció temporalmente de la cara de Hawkins. “Por supuesto que sí, Bill. Hemos tenido suerte hasta ahora, pero habrá un astronauta muerto pronto si no se hace algo. He pensado mucho sobre el asunto, y creo que enviar chicas al uno ochenta y siete es la mejor solución”.

“ Pero sólo desde el punto de vista económico —”

“Es por eso que estoy contratando sólo chicas europeas —son más económicas y también de mejor calidad. Ya envié allá a mi ayudante, Wilbur Starling, para reclutar a algunas de sus mejores profesionales angloparlantes. Y con la regeneración de aire y agua, los concentrados de comida económicos y los nuevos combustibles atómicos, el costo de llevarlas y mantenerlas allá, disminuye a un mínimo ridículo”.

“Pero aún es una buena suma. ¿De dónde vas a sacar todo ese dinero?”.

“Oh, lo tomé de los fondos para las viudas y otras cargas familiares de los astronautas”, dijo Hawkins, con la sonrisa de nuevo en su rostro. “Ése parecía el lugar más adecuado. También he tomado precauciones, en caso de que te lo estés preguntando, sobre mantener este asunto en secreto. Como Director, tengo la facultad de clasificar cualquier cosa que yo quiera. Ni el Presidente sabrá de ello”.

“¿Y qué hay del General Bullfat? Te ha odiado desde que fuiste designado, por sobre él, para dirigir la agencia.

“Bill, te preocupas demasiado. Bullfat tiene que mirarse todos los días al espejo para encontrarse la nariz”.

“Poniendo todas la objeciones prácticas de lado, Jess”, dijo Filmore desesperadamente, “toda la idea es inmoral. Simplemente no es el tipo de cosas que un ejecutivo del gobierno debería hacer”.

“Eso es completamente irrelevante. La moralidad no importa cuando hay vidas humanas en riesgo”.

Filmore se puso de pie. “Jess, si no puedo convencerte de dejar esta ridícula idea, buscaré a alguien que lo haga”.

“No serías soplón de un amigo, o sí? Preguntó Hawkins dolido.

“Es por tu propio bien, Jess”. Avanzó hacia la puerta.

“Qué lástima por ti y Silvia”, dijo Hawkins en voz queda.

Filmore se detuvo. “¿Qué hay conmigo y con Silvia?”.

“Arruinar tan buen matrimonio luego de trece años juntos”.

“Silvia y yo estamos muy felizmente casados. No tenemos intenciones de separarnos”.

“¿Quieres decir que aún no le has dicho lo de Gloria?”.

Filmore se puso un poco pálido. “Sabes que Gloria fue sólo un amorío momentáneo, Jess. No te atreverías —”

“¿A ser soplón de un amigo? Claro que no, Bill. Es sólo que tengo este mal hábito de soltar cosas inapropiadas en el momento menos oportuno. Sea como fuere, ¿no crees que debemos sentarnos y discutir la situación un poco más?

***

Cuando se estaba vistiendo de nuevo, Wilbur Starling le preguntó, “¿Babette, puedo hablar contigo?”.

Babette miró su reloj. “Tendrá que pagar por otra hura”, advirtió ella.

“Tu pensamiento es muy estrecho”, dijo Starling. “Tienes toda tu vida por delante. En lugar de estar preocupándote por tu próxima hora, deberías estar pensando en todas las horas que te restan”.

“¡Pog favor! Tengu suficente con tomar una a la vez”.

“No quieres tener seguridad para cuando estés mayor, una buena casa —”

“¡Mon Diue, es una propesta matrimonial!”.

“No, no, Babette, cariño, no entiendes. Verás, represento al gobierno de los Estados Unidos —”

“Conozco a su cónsul muy ben”, dijo ella amablemente.

“No me refiero a eso. Mi gobierno está dispuesto a pagar por tus servicios en calidad especial”.

“¿Qué debu hacer?”.

La cara de Starling se ruborizó levemente. “Bien, ah, lo mismo que has estado haciendo, sólo que arriba en el espacio”.

“¿En el espacio?”.

“Sí, sabes. Como los satélites, alrededor del planeta, Shepard, Glen, Hammond”. Hizo pequeños movimientos giratorios con sus dedos.

“Oh, oui”, dijo Babette, comprendiendo de repente. “Como A-OK”.

“Sí”, suspiró Starling. “A-OK y todo ese tipo de cosas. ¿Lo harás?”.

Non.”

“¿Por qué no, Babette?”.

“Es muy...muy pelidgroso. No quiego perder mi vida yendo al...spacio”.

“Mi país está dispuesto a pagarte—” hizo un cálculo mental rápido, “—cinco veces tu tarifa normal. Otras once chicas irán contigo, así es que no te sentirás sola. Sólo tendrás que trabajar dos o tres horas al día. Y en la actualidad, no hay peligro involucrado en todo eso. Muchas mujeres han ido al espacio y han regresado a salvo; ellas dicen que las condiciones en el espacio son muy apacibles. Y cuando te retires, incluso te proporcionaremos una casa y un fondo de pensión, para que puedas vivir tus últimos años con comodidad”.

“¿Todo eso sólo paga mí?

“Sólo para ti”.

Babette tragó y cerró los ojos. “Entonces de dónde sacagr yo la impregsión de que los estadounidenses sun —¿cómo se dice?— ¿mojigatus?”.

***

Sen. McDermott: ¿Y dice que reclutó a todas estas chicas usted mismo?

Sr. Starling: Sí, señor, lo hice.

Sen. McDermott: ¿La mayoría de ellas eran cooperadoras?

Sr. Starling: Ese es su trabajo, señor.

Sen. McDermott: Quise decir que, ¿cuál fue la reacción de ellas a su inusual propuesta?

Sr. Starling: Bueno, probablemente les han hecho muchas propuestas inusuales. Parecieron tomarlo con calma.

Sen. McDermott: Una última pregunta, Sr. Starling. ¿Cómo le pareció este trabajo?

Sr. Starling: Muy fatigante, señor.

***

“Debes estar muy cansado, Wilbur,” dijo Hawkins, destellando su infame sonrisa. ¿Cuántas chicas dices que entrevistaste?

“Luego de veinte paré de contar”.

“Y tienes una docena escogidas para nosotros, ¿ah?”.

“Sí señor, nueve francesas y tres británicas”.

“Bueno, creo que te has ganado unas vacaciones; las tendrás tan pronto como las chicas estén ubicadas de forma segura en la USSF 187. Por cierto, ¿cómo se llaman?”.

Starling cerró sus ojos, como si los nombres estuvieran escritos por dentro de sus párpados. “Veamos, está Babette, Suzette, Lucette, Toilette, Francette, Violette, Rosette, Pearlette, Nanette, Myrtle, Constance y Sydney.”

“¿Sydney?”.

“No lo puedo evitar, jefe, ese es su nombre”.

“Bueno, supongo que podría ser peor”, sonrió Hawkins. “Su apellido podría haber sido Australia”.

“Es peor, jefe”. “Su apellido es Carton”.

***

Hawkins estaba dando a la docena de nuevas astronautas una charla preparatoria antes de la partida. “Me gusta pensar que ustedes son un pequeño ejército de Florence Nightingales”, les dijo. “Con suerte, no recibirán todo el crédito que su valiente actuación de auto sacrificio merece, más sin embargo —”

Starling irrumpió en la sala, con pánico en sus ojos. “¡El General Bullfat viene bajando por el corredor!”., gritó.

Filmore se paró de un brinco de la mesa sobre la que había estado sentado. “¿Jess, estás seguro que sabes lo que estás haciendo? Si Bullfat encuentra a estas chicas —”

“Relájate, Bill,” sonrió Hawkins en forma casual. “Puedo manejar a Bullfat con ambos ojos cerrados. Él es pan comido”.

“¿Quién es pan comido?”. Rugió Bullfat cuando entró a la sala. El general era un hombre robusto—pero claro, cuarenta años sentado tras un escritorio pueden hacer lo mismo por la figura de cualquiera.

“Usted lo es”, dijo Hawkins, girando calmadamente para darle la cara. “Justo le estaba diciendo a Bill que es pan comido que usted sea promovido a mi cargo si yo alguna vez decidiera renunciar”.

Bullfat murmuró incoherentemente. “¿Quiénes son?”, preguntó él después de un momento, señalando a las chicas.

Era una pregunta oportuna. Las astronautas, a diferencia del procedimiento normal, tenían puesto un atuendo holgado, trajes espaciales flojos. Sus visores eran pequeños, revelando apenas sus ojos y narices, mientras que el resto de sus cabezas estaban completamente cubiertas por sus cascos. Recordaban más a payasos fofos que a viajeros espaciales.

“Son el grupo programado para partir en aproximadamente tres horas. ¿Le gustaría conocerlo?”. Filmore y Starling casi se desmayan con esa invitación, pero Hawking les destelló una sonrisita tranquilizadora.

“Estoy muy ocupado para presentaciones, Hawkins. ¿Y por qué diantres se ven tan dejados? ¿Ya se les han hecho sus exámenes físicos?”.

“¡Y de qué manera!”. Susurró Starling a Filmore.

“Usted sabe, General, que yo no enviaría a nadie al espacio que no estuviera en perfectas condiciones”, dijo Hawkins.

“¿Qué opina el doctor del vuelo?

“Dijo que tienen mejores formas —ah, están en mejor forma— que nadie que él haya visto jamás”.

“Bueno, siempre y cuando él los haya revisado”. Bullfat se iba, luego se detuvo en la puerta. “Por cierto, ¿con quién están vinculados? ¿La Estación Tycho?”.

“No, la USSF 187”.

“¿Ya es tiempo de la rotación?”.

“No, este grupo es personal adicional”.

“¿Personal adicional?”. Gritó Bullfat. “Hawkins, sabes de sobra que la uno ochenta y siete fue construida exactamente para dieciocho hombres rotados en grupos de seis mensualmente. No hay, en lo absoluto, espacio para doce personas más. ¿Qué diantres esperas que tu “personal adicional” haga —hacinado con los otros hombres?”.

Con una maravillosa demostración de autocontrol, Hawkins se las arregló para controlar su risa. El “personal adicional” sonrió deliberadamente. Starling, sin embargo, tuvo que precipitarse fuera de la sala en un ataque de risitas histéricas.

“¿A dónde diantres va él?”, preguntó Bullfat, viendo salir a Starling.

“Oh, ha estado bajo mucha presión últimamente. Ya casi se va de vacaciones”.

“Parece más que se va a observación —y tú también, Hawkins. Puedes controlar la política de la Agencia Espacial, pero yo controlo los lanzamientos y esa tripulación no subirá como “personal adicional” a ninguna estación de pequeño tamaño. Si quieres subirlos allá, puedes rotarlos de a seis por mes como a todos los demás. Eso es definitivo”. Bullfat alardeó triunfante al cruzar la puerta.

“¿Estás listo para rendirte, Jess?”. Preguntó Filmore.

“Ni por un segundo. Sorprendentemente, Bullfat tiene un buen argumento. Si enviáramos a las chicas al uno ochenta y siete, realmente estaría saturado. Estarían constantemente en el camino de los hombres y podría ser más una molestia que una ayuda. Pero no todo se ha perdido. ¿Cuándo está programada la uno noventa y tres para partir?”.

“La próxima semana —pero no estarás pensando enviar a las chicas en eso”.

“¿Y por qué no?”.

“La USSF 193 no es una estación para pasajeros —es para almacenar alimentos y suministros. No está diseñada para vivir en ella.

“Entonces improvisaremos, Bill. La uno noventa y tres se va a poner en órbita paralela a la uno ochenta y siete, porque la necesitarán para almacenamiento. Se enviará en cuatro secciones ya cargadas y se ensamblará en el espacio. Es un asunto suficientemente simple, en el curso de una semana, acondicionar las secciones con asientos de aceleración y alojamientos —sólo hay que deshacerse de lo no esencial y estamos listos. Las chicas pueden vivir allí dentro”.

“Es absurdo, Jess”, murmuró Filmore.

“No realmente. Cada vez me gusta más la idea”. Hawkins sonrió levemente. “Sólo piénsalo: La USSF 193, una tienda de alimentos y una casa de citas, todo en uno, en el vecindario”.

Filmore gimoteó. Las chicas, dejándose llevar, vitorearon.

***

“No puedo creerlo”, dijo Jerry Blaine. “Digo, alguien allá abajo debe estar jugándonos una broma”.

“Nadie juega bromas en código ultra secreto”, rebatió el Coronel Briston. “Jess Hawkins fue el que firmó esas órdenes. Y acaban de ver a esas chicas con sus propios ojos. Admito que es loco —”

“¿Loco? Es un demente”, dijo Phil Lewis. Mark, por favor, lee esas órdenes otra vez. Tengo que escuchar ese pequeño agradable mensaje una vez más”.

Rió Briston. “Estimados muchachos”, leyó él, “con cada sección de la USSF 193 se les enviará tres piezas de equipo necesario para el Proyecto Abrazo (completando un total de doce). Su amigable Tío Sam no ha escatimado gastos para traerlo directamente de Europa, así es que manéjenlo con cuidado, ¿já? Será rotado cada seis meses aproximadamente, pero mientras tanto puede ser almacenado en la USSF 193. Compártanlo por igual y diviértanse —es una orden. Cualquier comunicación respecto al equipo debe ser dirigida a mí personalmente en este mismo código. Eso, también, es una orden. Atentamente, Jess Hawkins, Director, Agencia Nacional Espacial”.

“¡Hurra! Exclamó Lewis. “Recuérdenme no quejarme nunca más por pagar impuestos”.

Justo en ese momento, Sydney apareció desde el cuarto de al lado. Se había quitado su traje espacial y estaba vestida con ropa muy ligera. “Caray”, dijo ella, “ustedes chicos sí que mantienen un lugar frío aquií. Nanette, Constance y yeo misma, nos stámos congelando”. Nos preguntábamus si alguno de ustedes muchachos quisiera calentarnus un pocu”.

Haciendo valer su rango, el Coronel Briston se colocó de primero en la fila.

***

Era muy tarde en lo que en la estación se consideraba noche, cerca de un mes después de que llegaran las chicas. Lucette, Babette, Francette, Toilette, Violette, Rosette, Suzette y Myrtle estaban de guardia, mientras que las demás estaban durmiendo lo que pudiesen. Sydney estaba pacíficamente acurrucada en la cama, soñando los sueños de los no tan inocentes, cuando de repente una roca del tamaño del puño de un hombre rasgó la pared cercana a su cama y se estrelló en la pared más distante. Un ruido de siseo llenó la habitación y Sydney empezó a respirar jadeando ya que el aire era succionado a través del hueco abierto por el meteoroide.

En un instante, estaba fuera de su habitación y cerró tras ella, la puerta hermética del compartimiento. Las otras tres chicas se apuraron a salir al pasillo para averiguar qué ocurría.

“¡Caray!”. Dijo Sydney cuando recuperó el aliento. “¡La condenada cosa tiene una filtración!”.

***

“Todo está bien ahora, Sydney”, dijo Jerry Blaine cuando entró. “Ya le puse un parche. Me temo, sin embargo, que cualquier cosa que hayas tenido suelta en tu cuarto haya sido succionada al espacio. Espero que no fuera nada valioso”.

“Nada que recuerde”, le respondió Sydney. “¿Pero estás seguro de que estu no va a pasar otra vez?

“Como te dije antes, fue una casualidad en un millón. No ocurriría de nuevo ni en mil años”.

“Mejor será que no, o bajaré a la Tierra de un tigo”. Iba de regreso a su cuarto.

“Oh, por cierto”, le dijo Blained, ¿estás reservada para esta noche? Bien. Salgo aproximadamente a las seiscientas —puedes venir a esa hora”.

“El trabaju de una mujer nunca tegmina”, suspiró Sydney sabiamente mientras reingresaba a su habitación. La mayoría de sus cosas aún estaban en las gavetas de la peinadora, pero por más que buscó no pudo encontrar el pequeño estuche de píldoras que mantenía junto a la cama. “Bueno”, dijo, “me las he arreglado antes sin ellas. Puedo volver a hacerlo por un tiempo”.

Habían pasado cuatro meses, para ser exacto, cuando decidió que la situación ameritaba que se lo dijera a alguien, así es que se lo dijo al Coronel Briston, quien acababa de regresar desde la Tierra. “¿Por Dios!”. fue todo lo que pudo decir.

“No es tan grave como eso”.

“¿No es tan grave como eso?”. Ciertamente te lo estás tomando con calma. ¿Por qué no le dijiste a nadie sobre esto antes?”.

“Bueno nunca mi había pasado antes”.

Briston tragó grueso.

“Creo qui mejor llamamos a ese Siñor Awkins. Él siempre paguece saber qué hacer”.

***

Sen. McDermott: Usted fue quién descubrió todos estos tejemanejes, ¿no fue sí, General ?

Gen. Bullfat: “Por supuesto que fui yo. Sospeché desde el principio que Hawkins había enviado algunas chicas a allá arriba, pero la Fuerza Espacial nunca actúa sin pruebas contundentes. Así es que refrené mis sospechas, reuniendo la evidencia meticulosamente, esperando el momento apropiado para llevar mis hallazgos al Presidente.

Sen. McDermott: En otras palabras, entonces, ¿su descubrimiento se basó en una investigación larga, cuidadosa?

Gen. Bullfat: Exactamente, Senador. Esa es la manera en que los militares hacemos las cosas.

***

Por cuestiones de azar, tanto Hawkins como Starling estaban fuera almorzando cuando entró el mensaje. Como estaba decía “urgente”, un hombre del cuarto de comunicaciones lo llevó directamente a la oficina de Hawkins. La puerta estaba trancada.

El General Bullfat,. Que estaba justo saliendo de su oficina hacia el pasillo, encontró al mensajero esperando en el corredor a que Hawkins regresara. Con la persuasión típica de Bullfat— doscientas cincuenta libras vestidas con cinco estrellas pueden ser muy persuasivas — convenció al hombre de que una comunicación urgente no podía esperar “los caprichos de un condenado holgazán como Hawkins”.

Bullfat se llevó el mensaje a su oficina y lo abrió. Fácilmente decodificó la pequeña nota de cinco palabras y luego la miró fijamente por cerca de un minuto, con los ojos brotados. “Parks”, apuró a su secretario por el intercomunicador, “comuníqueme con el Presidente. No, pensándolo bien, no se moleste —iré a verlo yo mismo”.

Dejó su oficina justo cuando Hawkins y su ayudante regresaban de almorzar. El general no podía decidir entre reírse triunfalmente en la cara de Hawkins o sermonearlo, así es que todo lo que dijo fue, “Te atrapé, Hawkins. Al fin te atrapé”.

Hawkins y Starling intercambiaron miradas de confusión, de preocupación. Al entrar en la oficina del general, Hawkins encontró el mensaje sobre el escritorio, lo leyó en silencio para sí mismo y se sentó de golpe. Sus ojos miraban perdidos hacia la pared frente a él y el mensaje cayó libremente de su mano sin fuerzas. Starling lo levantó y lo leyó en voz alta con incredulidad.

“Sydney embarazada. Ahora qué? Briston”.

***

Sen. McDermott: Damas y caballeros. Desde ayer, he tenido la oportunidad de comunicarme con el Presidente, y hemos llegado a la conclusión que las investigaciones ulteriores en este sentido parecen estériles. Por tanto, deseo aplazar esta audiencia hasta nuevo aviso y retener la publicación del transcrito oficial, hasta el momento en que se considere apropiado revelarlo al público. Eso es todo.

***

Filmore se las arregló para encontrarse con Hawkins afuera del edificio. “Creo que detecto tu fina mano en esto , Jess. ¿Cómo rayos sacaste esa del fuego?”.

“Bueno”, explicó Hawkins, “como el público aún no ha escuchado sobre este asunto, simplemente le hice ver al Presidente que mientras no pueda deshacerse de nosotros, bien puede acostumbrarse a nosotros”.

“¿Por qué no puede deshacerse de ti?”.

“Porque el Director de la Agencia Nacional Espacial es designado por un período de seis años, de los cuales aún me quedan cuatro. Y además, sólo el Congreso tiene la autoridad de destituirme”.

“¿Y qué hay con las chicas? ¿No puede despedirlas a ellas?

¡Cielos , no! Como empleadas civiles de la Agencia, caen dentro del estatus de “servicio esperado” —sólo pueden ser despedidas por incompetencia en el desempeño de sus labores específicas. “Y nadie”, sonrió Hawkins, “podría nunca acusarlas de eso”.

Fantasmas, Chicas Y Otros Espectros

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