Читать книгу No Hagas Soñar A Tu Maestro - Stephen Goldin - Страница 11
Capítulo 5
ОглавлениеWayne nunca había considerado a su apartamento como un lugar al que nadie podía interesarle, pero apareció en la páginas de la House Beautiful tras la visita a la casa de Rondel. El apartamento de Wayne tenía un dormitorio amueblado decorado al estilo California, por lo que aquella recomendación resultó algo bueno. Las paredes estaban limpias y blancas, y los muebles eran baratos por útiles. Lo que más le sorprendió fue cuando entró, encendió la luz y todo estaba limpio y libre de malos olores. Wayne no limpiaba a consciencia, había polvo en las estanterías, pero al menos todo estaba en su lugar y nadie la daba grima.
A veces necesitas tener una experiencia mala para apreciar lo que tienes, pensó Wayne mientras miraba a su alrededor.
Sin embargo, el nivel de esterilidad de su apartamento le molestaba. En tanto que era crítico, debería haber ampliado su nivel de crítica hasta su propio estilo de vida. A parte del televisor y un par de cuadros que colgaban de aquellas brillantes paredes, había pocas cosas que pudieran calmarlo. Hizo un inventario, y terminó por deprimirse más. En la cocina tenía sus platos y utensilios, un horno tostador y un ordenador en la mesa. En el dormitorio estaba su Casco del Sueño y un armario lleno de ropa. Todas sus cosas y su librería siempre en aumento de libros de referencia —muchos de los cuales los guardaba en el estudio— eran las únicas cosas que no venían con el apartamento amueblado.
Cuando se puso a pensar en ello, se dio cuenta que la mayoría de los Soñadores que conocía no eran gente materialista. Lo mejor que podía decir de ellos era que sufrían la realidad. Sus vidas reales residían en los Sueños. El mundo tan sólo era una dirección donde satisfacían sus necesidades corporales. Todo lo que les importaba vivía dentro de sus cabezas, y se proyectaba desde sus Cascos del Sueño hacia la gente.
Wayne se preguntó si aquella era la manera por la cual Rondel lograba sobrevivir con su madre en aquella casa, aceptando que se trataba de algo temporal, y ser sufrido con dignidad y en silencio hasta que pudiera huir hacia sus Sueños.
Después de todo, ¿eran los Soñadores peor que cualquier otra persona? Los otros, miembros de una masa social sin rostro servidos como público por las noche, no tenían ni la imaginación para crear sus propios Sueños. Vivían sus vidas en trabajos que en el fondo odiaban, y su única válvula de escape era sintonizar con aquellos Sueños creados por otros. Los Soñadores al menos tenían la independencia de poder existir sintiéndose liberados de las cadenas en aquel mundanal mundo.
Era una racionalización familiar. Había escuchado aquellos mismos argumentos elitistas, o variaciones de ellos, cada vez que los Soñadores se juntaban para hablar de sus vidas. ¿Aquello era la realidad, o era nada más que palabras dichas por cada uno para tapar sus propias inseguridades? Parecía algo valiente en fiestas de los salones en los estudios de los Sueños, pero Wayne se preguntaba si aquellos mismos Soñadores habían tenido nunca unos momentos de soledad nocturna.
Todo era diferente cuando estaba Marsha. La vida tenía un propósito, o al menos parecía tenerlo. Si Wayne tenía algunas dudas sobre la validez de su vida y trabajo, era más fácil enterrarlas bajo la superficie de una relación emocional. Estar saliendo con Marsha lo habría blindado de las verdades duras sobre él mismo.
Pero para Marsha todo era diferente. No había nada en todo el mundo más arraigado a la realidad que Marsha Framingham. Su atracción inicial parecía haber aprobado su dispar ser, pero el año viviendo juntos mostró que una pareja como aquella necesitaba algún punto en común para permitir que la relación creciera. Marsha tenía poco conocimiento, o simpatía, hacía las necesidades artísticas de él, y sus horas laborales como Soñador le fue quitando tiempo en común.
Seis meses atrás, en un intento desesperado para mantener la relación, Wayne cometió un acto imperdonable. Le pidió a Marsha que se casara con él.
Ella se lo quedó mirando durante un rato antes de contestarle. “No” dijo ella “en nuestra situación, no funcionaría nunca, y nunca aceptarás ningún cambio.”
“Probemos.”
“Deberías dejar los Sueños.”
Se separaron una semana después. Fue algo amigable, al igual que muchas otras cosas más. Quedaron en ser amigos, pero con tan poco en común, sus caminos raramente se cruzaban. Lo último que supo Wayne de Marsha es que estaba saliendo con un corredor de bolsa y que nunca llegó a ser feliz.
Wayne se preguntó si aquello era una de las cosas que hizo encapricharse tan fuerte con Janet Meyers. Físicamente, ella y Marsha se parecían bastante. Ninguna de ellas eran espectacularmente bellas, pero cada una emitía una sensación de paz e inteligencia, algo que admiraba en toda mujer. La diferencia entre ellas es que Janet, a diferencia de Marsha, era una Soñadora en si misma. Reconocía las necesidades, el estado anímico, las dudas porque eran los espejos de sus propios sentimientos. Ella y Wayne podrían compartir el mundo único de los Sueños y sus problemas peculiares. Ambos podrían ayudarse cuando tuvieran problemas. Juntos, harían un equipo que podría terminar con cualquier tormenta de emociones. Tan sólo si pudiera hacer que viera...
El apartamento se volvió frío y solitario. El mundo a su alrededor todavía seguía allí, pero se sentía apartado, aislado del flujo de la humanidad. La mayor parte de la gente decente estaría durmiendo a aquella hora, muchos con sus Cascos del Sueño puestos viviendo las fantasías peptonizadas por otro. Wayne se sintió abrumado por la urgencia de sumergirse y nadar como el resto, y de perderse a si mismo en la identidad de la masa y rendir sus problemas hasta mañana.
Sin pensarlo, se acercó a la televisión y la sintonizó por el canal de noticias. Líneas escritas llenaron la pantalla, y durante unos minutos sus ojos las escanearon absorbiendo toda la información. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, decidió conectarse a un Sueño para el resto de la noche. Si Soñar era su problema, podría hacer algo para solucionarlo.
Leyó con atención toda la oferta de las mayores cadenas. Había un par que parecían interesantes, de Soñadores a los que respetaba, pero ya habían empezado. Iniciar un sueño a medias era lo peor, en cierta manera, que llegar a mitad de una película. Hacía que el telespectador se sintiera terriblemente desorientado e inseguro de si mismo. Wayne definitivamente no tenía ninguna necesidad de todo eso aquella noche.
Siguió buscando entre la lista hasta llegar a las cadenas más pequeñas y especializadas. Había un par de estudios en los L.A que ofrecían experiencias religiosas, y se publicitaban a si mismas de una manera tan explícita que uno no se sorprendería si los de FCC estuvieran detrás de tal propaganda. Tras la arenga de fanatismo de la Sra. Rondel, lo último que Wayne necesitaba era otra dosis de religión.
Entonces llegó a las cadenas porno. A medida que bajaba la lista, Wayne se dio cuenta que era lo que estaba buscando. Los sentimientos por el amor frustrado por Janet, el de soledad, el de vacío, aquellas sensaciones estaban construidas tras traspasar el punto de aguante. Tenía que aliviarse de alguna manera. A pesar de conocer de sobra sobre la industria del porno en los Sueños, y que todo no era más que una enorme burla, necesitaba la forma de aliviar toda la tensión en su cuerpo.
Echó un vistazo rápido a la lista. Había escenas eróticas para cualquier gusto, heterosexual, gay o fetichista. Wayne había sido considerado siempre alguien “anticuado” en la cadena por su fracaso para realizar fantasías fetichistas. Era capaz de hacer un buen trabajo en algo típico erótico, pero dejaba lo demás a los otros. Tan sólo era su manera de mostrar sus gustos, aunque en más de una ocasión tuvo que pedir perdón.
Aquella fue una de las razones de su descontento, y de su aceptación a la oferta de Sueños Dramáticos, aunque eso le supuso un ligero descenso en su sueldo. Al menos no se sentiría avergonzado nunca más por lo que hacía, y siempre quedaría la oportunidad para cambiar a mejores cosas.
Había una gran oferta de B&D en las redes aquella noche. “La Señora Esclava”, “La Dama de Cuero”, “Látigos en la Noche” no tenía ni que leer las sinopsis, todo lo quería saber estaba en los títulos. Nunca dejaba de sorprenderse de lo sumisos que era el público. Hubiera adivinado que los sádicos, gente que les gustaba el dolor, sobrepasaban en número a los masoquistas que les gustaba recibirlo. En su lugar, la situación era exactamente la contraria. Las fantasías masoquistas siempre obtenían grandes audiencias, mientras las sádicas siempre terminaban mendigando por público. Debe ser cosa de la educación recibida, supuso. Viviendo en un Sueño donde eran castigados y suprimidos los sentimientos de culpabilidad para así poder volver al mundo sin problema. Conocía a Soñadores que realmente sentían como ayudaban a su audiencia a mantener un nivel sano usando esa válvula de seguridad —y quizás estaban en lo cierto. Pero aquello no era el tipo de cosas que Wayne necesitaba aquella noche.
De manera similar, dejó pasar dos listados, obviamente, para hombres gay, “Chicos Musculosos” y “Blues por la Puerta Trasera”. La elección de Sueños para hombres heterosexuales era sorprendentemente escasa aquella noche —y en aquella hora solamente había una, “Deseos de Harem”, ofrecida por Producciones Panegyric, su antiguo estudio.
Buscó a ver quien era el Soñador, y frunció el ceño. El nombre que apareció era “Richard Long”, el cual era un seudónimo. Se preguntó si se trataba de uno de sus amigos con gran talento. “Richard Long” podría ser cualquiera de los que estuvieran trabajando aquella noche, para bien o para mal. Wayne no tenía otra forma para saberlo que empezar el Sueño, pero de hacerlo, quizás resultaría demasiado tarde para dar marcha atrás.
Este era uno de los temas críticos con los que los telespectadores les gustaba dar la vara, el hecho de que una persona dormida era un sujeto al cual nada podía hacerle el Soñador. Las regulaciones de seguridad exigían la presencia de un detector de humo dentro de los cascos, los cuales despertaban al sujeto en caso de incendio. La persona no lograba despertarse por si misma si no le gustaba el Sueño. Literalmente, era un prisionero hasta que la cadena hacía desaparecer el Sueño en su mente. Es por esto que FCC era tan estricto, y porque el asunto Spiegelman fue tan importante: el público tenía que saber que sus mentes estaban protegidas contra cualquier interferencia injustificada. Si la frágil seguridad desaparecía, la industria de entretenimiento del Sueño podía desaparecer de la noche a la mañana. Los miembros de la industria sabían eso, y solían esforzarse mucho más que el gobierno.