Читать книгу Historia de lo trans - Susan Stryker - Страница 4
ОглавлениеI
Contextos, conceptos y términos
Fundamentos de un movimiento
La palabra «transgénero» se ha popularizado hace apenas un par de décadas y sus significados todavía se encuentran en construcción. La empleo en este libro para referirme a gente que se distancia del género que le asignaron al nacer, de gente que atraviesa (trans-) los límites construidos por su cultura para definir y contener dicho género. Algunas personas se distancian del género asignado al nacer porque sienten impetuosamente que pertenecen sin observaciones a otro género con el que preferirían vivir; otras quieren desmarcarse hacia una nueva ubicación, un espacio aún no descrito claramente ni ocupado de forma específica; otras simplemente sienten la necesidad de desafiar las expectativas convencionales ligadas al género que inicialmente se les impuso. En cualquier caso, es ese movimiento de superación de una limitación social impuesta y de alejamiento de un punto de partida no escogido, más que ningún destino concreto o modo de transición, lo que mejor caracteriza el concepto de transgénero que en este libro desarrollo. Hago uso del término «transgénero» en su sentido más amplio posible.
Hasta hace muy poco, las cuestiones transgénero se han presentado como asuntos personales –es decir, como algo que el individuo experimenta interiormente, a menudo en aislamiento– no como algo que forma parte de un contexto social más amplio. Por suerte, eso está cambiando. La mayor parte de la literatura sobre cuestiones de transgénero solía proceder de perspectivas médicas o psicológicas, casi siempre escrita por personas que no eran transgénero. Estas obras enmarcaban la condición de trans en una desviación individual psicopatológica de las normas sociales de la expresión de género sana y tendían a reducir la complejidad y significación de una vida transgénero a sus necesidades médicas o psico-terapéuticas. Se han publicado muchas autobiografías escritas por personas que han «cambiado de sexo», así como un creciente número de libros de autoayuda para gente que se plantea un cambio así, o para gente que busca comprender mejor por lo que atraviesa un ser querido, o para progenitores de personas que expresan su género de forma contraria a las expectativas de la cultura dominante. Pero la tendencia, tanto de la literatura médica como de la de autoayuda, incluso la escrita desde una perspectiva transgénero o pro transgénero, sigue siendo más la de individualizar que la de colectivizar la experiencia transgénero.
El enfoque de este libro es distinto. Este libro forma parte de un cuerpo en rápida expansión de literatura de ficción y no ficción, artículos académicos, documentales, programas televisivos, películas, blogs, canales de YouTube, y otras formas de producción cultural casera sobre personas transexuales y realizadas por las mismas que nos sitúa en un contexto cultural e histórico y nos imagina parte de movimientos comunitarios y sociales. Este libro se centra concretamente en la historia del activismo transgénero y de género no conforme para el cambio social en los EE.UU. –es decir, en los esfuerzos para facilitar y hacer más seguro y aceptable el cruzar las fronteras del género a aquellas personas que desean hacerlo. Su propósito, no obstante, no es el de ser un relato íntegro de la historia de lo trans en los EE.UU., ni mucho menos el de reflejar la historia de ser transgénero a una escala internacional. Mi objetivo es proporcionar un marco básico centrado en una muestra de eventos y personalidades claves que contribuya a vincular la historia transgénero a la historia de los movimientos de minorías para el cambio social, a la historia de la sexualidad y el género, así como al pensamiento y la política feminista.
El movimiento feminista hacia los setenta popularizó el eslo-gan «Lo personal es político». En aquella época algunas femi-nistas se mostraban críticas con algunas prácticas transgénero como el travestismo, la ingesta de hormonas para cambiar la apariencia del cuerpo, la cirugía genital o de mama y la elección de vivir como miembro de un género distinto al asignado al nacer. Solían considerar dichas prácticas como «soluciones personales» a una experiencia interior de angustia generada por la opresión de género –es decir, pensaban que el hecho de que una persona a la que se le había asignado un género femenino al nacer se hiciera pasar por hombre era solo un modo de escapar a la escasa (o ninguna) remuneración del «trabajo de las mujeres» o de moverse de un modo más seguro en un mundo hostil para las mujeres; una persona femenina a la que se hubiera asignado un género masculino, pensaban las feministas, luchaba para obtener la aceptabilidad social de las «sissís» o las «reinas» y presumir de su afeminamiento en lugar de pasar por una mujer «normal» o una «real». El feminismo, por otra parte, trataba sistemáticamente de desmantelar las estructuras sociales que generan la opresión de género en primer lugar y que convierten a la mujer en el «segundo sexo». El feminismo liberal prevaleciente deseaba concienciar a las mujeres sobre su propio sufrimiento privado basando esa experiencia en un análisis político de la opresión categórica de todas las mujeres. Pretendía ofrecer a los hombres una educación en valores feministas para erradicar el sexismo y la misoginia que (a sabiendas o no) volcaban contra las mujeres. Este tipo de feminismo era, y aún es, un movimiento necesario para mejorar el mundo, pero precisa una mejor comprensión de las cuestiones transgénero.
Uno de los objetivos de este libro es ubicar el activismo transgénero para el cambio social dentro de un marco feminista extenso. Para ello debemos pensar en las distintas formas en las que lo personal es político, en aquello que constituye la opresión de género y en cómo entendemos el desarrollo histórico de los movimientos feministas. Hablando en términos generales, la Primera Ola del feminismo de los siglos xix y xx se centraba en la reforma de la vestimenta, el acceso a la educación, la igualdad política y, sobre todo, en el sufragio o derecho al voto. La Segunda Ola del feminismo, también conocida como «movimiento de las mujeres», arrancó en los años sesenta abordando un amplio abanico de cuestiones que iba desde la igualdad salarial, la liberación sexual, el lesbianismo y la libertad reproductiva, al reconocimiento del trabajo no remunerado que lleva a cabo la mujer en el hogar y la mejor representación de la mujer en los medios, pasando por la defensa propia y la prevención de la violación y la violencia de género. En los noventa se formó una Tercera Ola, en parte como respuesta a las limitaciones identificadas en las inflexiones más tempranas del feminismo y en parte para abordar cuestiones emergentes. Las exponentes de la Tercera Ola del feminismo se consideraban más liberadas sexualmente que sus madres y abuelas y de ese modo protagonizaron más marchas de putas que protestas para reclamar la noche, realizaron porno feminista en lugar de denunciar toda la pornografía como forma inherentemente degradante para la mujer y apoyaron el activismo de las traba-jadoras del sexo en lugar de imaginarse rescatando de las garras de la prostitución a mujeres desprovistas de autonomía. Tenían más interés en hacer frente a las ideas políticas que fomentaban la vergüenza por el propio físico, en mantener una relación subversiva o irónica con la cultura de consumo y en embarcarse en el activismo digital a través de las redes sociales. Se habla incluso de una Cuarta Ola, que habría tomado forma al amparo de la crisis económica de 2008 y que se encuentra más en sintonía que sus predecesoras con las políticas de otros movimientos como Occupy, Black Lives Matter, movimientos de justicia medioambiental, de alfabetización tecnológica y espiritualidad.
Más importante que diseccionar las distintas olas generacionales del feminismo, en cambio, es el surgimiento de lo que se ha terminado llamando «feminismo transversal». El feminismo transversal, que hunde sus raíces en el pensamiento feminista negro y chicano, cuestiona la idea de que la opresión social que sufre la mujer pueda analizarse y combatirse adecuadamente concentrándose únicamente en la categoría «mujer». El fe-minismo transversal insiste en que no existe una «Mujer» arquetípica bajo opresión universal. Entender la opresión de una mujer o grupo de mujeres concreto implica prestar atención a todo lo que interfiere con su condición de mujeres, como la raza, la clase, la nacionalidad, la religión, la discapacidad, la sexualidad, la condición migratoria y otra miríada de circunstancias que les marginaliza o privilegia –incluyendo la manifestación de sentimientos o identidades transgénero o de género no conforme. Las perspectivas transversales emergieron ya en la Segunda Ola pero la dividieron en distintas facciones y continuaron influyendo en todas las formaciones feministas posteriores. Una cepa poderosa dentro de los movimientos contemporáneos transgénero para el cambio social nace de las perspectivas feministas sectoriales que brotaron inicialmente en la Segunda Ola pero en la mayoría de los casos encuentra alianzas más afines y favorables en los movimientos de Tercera (o Cuarta) ola que son explícitamente pro transgénero. Los feminismos que incorporan la perspectiva transgénero todavía combaten para desmantelar las estructuras que apuntalan la jerarquía de género como sistema de opresión, pero lo hacen reconociendo que dicha opresión puede darse tanto al cambiar de género o desafiar las categorías de género como al ser incluida en la categoría del «segundo sexo».
Para reconciliar la relación entre las políticas transgénero y las feministas –para crear un transfeminismo– necesitamos únicamente reconocer que el modo en el que cada persona experimenta y entiende su identidad de género, su conciencia de ser un hombre o una mujer o algo que no encaja en ninguno de esos términos o mezcla ambos, es una cuestión personal muy idiosincrática relacionada con otros muchos atributos de nuestra vida. Es algo que antecede, o subyace en, nuestras acciones políticas y no es necesariamente en sí mismo un reflejo de nuestras creencias políticas. Abrazar una identidad transgénero no es ni radical ni reaccionario. Las personas no transgénero, al fin y al cabo, se consideran mujeres u hombres y nadie les pide que defiendan la corrección política de su «elección» ni piensa que su percepción de formar parte de un género de algún modo comprometa o invalide el resto de sus valores y compromisos. Ser transgénero es como ser gay: simplemente algunas personas son «así», aunque la mayoría no lo sean. Podemos tener curiosidad por saber por qué algunas personas son gay o transgénero y podemos elaborar todo tipo de teorías o contar historias interesantes sobre cómo se puede ser transgénero o gay, pero en última instancia debemos aceptar sencillamente que una fracción menor de la población (quizá incluyéndonos a nosotros y nosotras mismas) es «así» y ya está.
¿UNA BASE BIOLÓGICA?
Muchas personas consideran que la identidad de género –la percepción subjetiva de ser un hombre o una mujer, o ambos o ninguno– tiene su origen en la biología, aunque nunca se haya demostrado la «causa» biológica de la identidad de género (pese a las innumerables afirmaciones de lo contrario). Otra mucha gente entiende el género como algo más parecido al lenguaje que a la biología; es decir, aunque consideran que nosotros los seres humanos tenemos una capacidad biológica para usar el lenguaje, puntualizan que no nacemos con un lenguaje integrado y preinstalado en el cerebro. Del mismo modo, aunque tengamos una capacidad biológica para identificarnos con y para aprender a «hablar» desde una posición particular en un sistema de género cultural, no venimos al mundo con una identidad de género predeterminada.
La bióloga evolutiva Joan Roughgarden sugiere una forma de conciliar los modelos aprendidos versus innatos de desarrollo de la identidad de género. En su libro Evolution’s Rainbow: Diversity, Gender, and Sexuality in Nature and People, escribe:
¿En qué momento del desarrollo se forma la identidad de género? La identidad de género, como otros aspectos del temperamento, presuntamente no se desarrolla hasta el tercer trimestre, cuando se está formando el cerebro en su totalidad (...) Podría ser el momento en torno al nacimiento cuando se organiza la identidad de género del cerebro (...) Entiendo la identidad de género como una lente cognitiva. Cuando un bebé abre los ojos al nacer y mira a su alrededor, ¿a quién emulará o, simplemente, a quién percibirá? Un bebé varón quizá emule a su padre o a otros hombres, quizá no, y un bebé mujer a su madre o a otras mujeres, quizá no. En mi opinión, una lente en el cerebro controla a quién enfocar como «tutor». La identidad transgénero es por tanto la aceptación de un tutor del sexo opuesto. Los distintos grados de identidad transgénero y de variación de género normalmente reflejan distintos grados de obsesión en la selección del género del tutor. El desarrollo de la identidad de género depende entonces tanto del estado del cerebro como de la experiencia postnatal temprana, porque el estado del cerebro determina lo que es la lente y la experiencia ambiental proporciona la imagen que será fotografiada a través de dicha lente y por último revelada de forma imborrable en el sistema de circuitos del cerebro. Una vez que se configura la identidad de género, como otros aspectos básicos del temperamento, la vida parte de ahí.
Durante la investigación para escribir su libro The Riddle of Gender: Science, Activism, and Transgender Rights, la escritora y científica Deborah Rudacille llegó a la convicción de que los factores ambientales contribuyen a explicar el aparente aumento en la prevalencia de fenómenos transgénero relatados. Rudacille recurre al artículo publicado en 2001 bajo el título «Disruptores endocrinos y transexualidad», en el que la autora Christine Johnson plantea un nexo causal entre los «efectos reproductivos, conductuales y anatómicos» de la exposición a sustancias químicas frecuentemente halladas en pesticidas y aditivos alimenticios y la «expresión de la identidad de género y otros trastornos como el fallo reproductivo». Rudacille asocia la condición transgénero al descenso del número de espermatozoides entre los varones humanos, al incremento del número de reptiles con micropene y de aves, peces y anfibios hermafroditas y a otras anomalías supuestamente asociadas con los disruptores endocrinos del medioambiente.
Siendo los miembros de minorías, por definición, menos co-munes que los miembros de las mayorías, suelen experimentar falta de comprensión, prejuicio y discriminación. La sociedad tiende a organizarse de forma que, con intención o sin ella, se favorezca a la mayoría, y la ignorancia y la falta de información sobre formas de ser menos comunes en el mundo pueden perpetuar estereotipos y retratos erróneos. Y por si fuera poco, la sociedad puede efectivamente privilegiar a algunos tipos de personas sobre otros tipos de ellas, beneficiándose las anteriores de la explotación de estas últimas: los colonos se beneficiaron de la apropiación de las tierras indígenas, los esclavistas se beneficiaron del trabajo de los esclavizados, los hombres se han beneficiado de la desigualdad de las mujeres. La violencia, la ley y la costumbre perpetúan estas jerarquías sociales.
Las personas que sienten la necesidad de combatir el género que se les ha asignado al nacer o de resistirse a vivir como miembros de otro género se han dado de bruces con numerosas formas de discriminación y prejuicio, incluida la condena religiosa. Dado que la gran mayoría de gente tiene serias dificultades para reconocer la humanidad de otra persona si no puede reconocer su género, los encuentros con personas que han cambiado de género o desafían el mismo puede parecer a algunas un encuentro con un ser inhumano monstruoso y aterrador. Esta reacción visceral puede manifestarse en forma de pánico, asco, desprecio, odio o crueldad, lo que puede traducirse ulteriormente en violencia física o emocional –hasta e incluyendo el asesinato– dirigida contra la persona que se percibe como no plenamente humana. Hemos de preguntarnos por qué la reacción típica ante el encuentro con formas no privilegiadas de género o corporeidad no suscita más a menudo asombro, deleite, atracción o curiosidad.
Se suele rechazar a las personas vistas como no del todo humanas por su expresión de género y del mismo modo puede negárseles necesidades tan básicas como la vivienda y el empleo. Estas personas pueden perder el apoyo de sus propias familias. En una sociedad moderna burocratizada, muchos tipos de trámites administrativos rutinarios dificultan enormemente la vida de aquellas personas que atraviesan las fronteras sociales del género que se les ha asignado al nacer. Los certificados de nacimiento, los expedientes escolares y médicos, las habilitaciones profesionales, los pasaportes, las licencias de conducción y otros documentos similares proporcionan un retrato poliédrico de cada una de nosotras como persona con un género concreto, y cuando esos registros muestran discrepancias u omisiones manifiestas pueden surgir todo tipo de problemas: incapacidad para cruzar fronteras nacionales, para optar a puestos de trabajo, para acceder a servicios sociales necesarios y para obtener la custodia legal de los hijos e hijas. Dado que las personas transgénero normalmente carecen del mismo tipo de apoyo que las personas plenamente aceptadas por la sociedad dan por hecho de forma automática, probablemente son más vulnerables a comportamientos temerarios o autodestructivos y por consiguiente pueden acabar teniendo más problemas de salud o problemas con la ley –lo que únicamente agrava sus ya considerables dificultades.
En los EE.UU. los miembros de minorías suelen tratar de combatir o cambiar las prácticas discriminatorias y las actitudes perjudiciales haciendo piña para ofrecerse apoyo mutuo, dar voz a sus problemas en público, recaudar dinero y así mejorar su destino colectivo, crear organizaciones que aborden sus necesidades específicas no satisfechas, participar en la política electoral o influir en la aprobación de normativas de protección. Algunos miembros se embarcan en tipos de activismo más radicales o militantes cuyo objetivo es derrocar el orden so-cial o abolir instituciones injustas en lugar de reformarlas, otros ingenian herramientas de supervivencia para vivir en condiciones que no se pueden cambiar en un determinado momento. Unos se dedican al arte o escriben literatura para alimentar las almas de los miembros de la comunidad o cambiar la forma en la que los conciben los demás y los problemas a los que se enfrentan. Otros hacen el trabajo intelectual y teórico de analizar las raíces de las formas de opresión social que les afectan directamente y diseñan estrategias y políticas que propicien un futuro mejor. Y otros dirigen su atención hacia la promoción de la aceptación propia y de la autoestima entre los miembros de las comunidades minoritarias que puedan haber interiorizado actitudes o creencias invalidantes sobre sus diferencias con la mayoría dominante. En definitiva, comienza a gestarse un movimiento activista para el cambio social multidimensional. Y fue precisamente un movimiento de dichas características para abordar cuestiones de justicia social que afectaban a las personas transgénero el que se desarrolló en los EE.UU. durante la segunda mitad del siglo xx.
Términos y conceptos
Las cuestiones transgénero rozan preguntas existenciales so-bre el significado de estar vivo y nos conducen a lugares que raramente consideramos de forma consciente y con atención –como sucede con la actitud que mantenemos con la gravedad, por ejemplo, o con la respiración. Solemos llanamente ex-perimentar estas cosas sin pensar en ellas demasiado. En el curso diario de eventos, la mayoría no tiene motivos para hacerse preguntas del tipo «¿qué hace hombre al hombre, o mujer a la mujer?» o «¿cómo se relaciona mi cuerpo con mi papel social?» o incluso «¿cómo sé cuál es mi género?». Más bien nos dedicamos a nuestras empresas diarias sin cuestionar las percepciones y presuposiciones indiscutidas que conforman nuestra realidad operativa. Pero el género y la identidad, como la gravedad y la respiración, son fenómenos tremendamente complicados cuando una persona comienza a considerarlos de forma aislada y a descomponerlos.
Debido a esta complejidad, convendría establecer algunas definiciones más técnicas de palabras que empleamos en nuestro día a día, así como definir algunas palabras que para nada solemos necesitar, antes de introducirnos en el relato histórico. Dedicar algo de tiempo a debatir términos y conceptos puede contribuir a poner de manifiesto algunas suposiciones ocultas que solemos hacer en relación con el sexo y el género y ayuda a presentar algunos argumentos que aparecerán en capítulos sucesivos.
Les ruego tengan en cuenta que continuamente surgen nuevos términos y conceptos y que las palabras que se usaban cuando este libro se escribió podrían haber pasado de moda o caído en desuso en el momento de su lectura. Para estar realmente al tanto de la cuestión, lo mejor es hacer de Internet tu mejor amigo.
* (asterisco): El asterisco aparece con cada vez más frecuencia en los debates sobre cuestiones de transgénero. Su uso proviene de las bases de datos y las búsquedas de Internet, en las que el símbolo funciona como comodín. Es decir, una consulta con un asterisco encontrará la cadena de caracteres concreta que se busca más cualquier otro carácter. Por ejemplo, las búsquedas de ex* darán como resultado exagerar, exceso, extraordinario, o cualquier otra palabra que comience con la cadena de caracteres ex. El uso de trans* en lugar de transgénero se convirtió en una forma taquigráfica de indicar la inclusión de muchas experiencias e identidades diversas arraigadas en el acto de atravesar, sin estancarse en luchas sobre etiquetas o conflictos enraizados en distintas formas de desmarcarse de las normas de género. El asterisco puede igualmente representar una incitación a pensar sobre las interrelaciones entre transgénero y otros tipos de cruces categóricos. ¿Cuál es la relación de trans- en transgénero y trans- en transgénico, transespecie o transracial? Es fácil imaginar el asterisco como una representación visual de la intersección de innumerables guiones que apuntan a distintas direcciones, asociando cada uno de ellos a la idea de atravesar con aquello que ha de atravesarse.
Acrónimos: Los miembros de la porción T de la comunidad LGBTIQQA A (lesbianas, gais, bisexuales, transgénero, intersexo, queer, de género indeterminado, asexuales y aliados/as) emplean muchos acrónimos. Las siglas en inglés MTF y FTM significan respectivamente «de hombre a mujer» y «de mujer a hombre», indicando la dirección de la transición de género; habría sido más apropiado hablar de «de macho a mujer» y «de hembra a hombre», pero el hecho es que en la práctica nadie lo llama así. Algunas personas transgénero se sienten ofendidas y rehúyen de estas etiquetas direccionales, alegando que tienen el mismo escaso sentido que calificar a un hombre «de heterosexual a gay» o a una mujer «de heterosexual a lesbiana», y que únicamente sirven para marginalizar a los hombres y mujeres transgénero dentro de las poblaciones más grandes de otros hombres y mujeres. De hecho, los dos acrónimos son mucho menos frecuentes de lo que lo eran. Las siglas en inglés CD (en ocasiones XD) hacen alusión a la práctica del cross-dressing. TS hace referencia a transexual, que pueden ser «pre-op» o «post-op» o incluso «no-ho/no-op» (si no optan ni por hormonas ni cirugía pero aun así se identifican como miembros del género contrario al que le asignaron al nacer), mientras que TG es «una persona transgénero», empleado más como sustantivo para un tipo concreto de persona que como adjetivo que describe el género de una persona. El término apropiado para hacer referencia a una persona en particular no depende de los ojos de quien la mira; es la persona que lo aplica a sí misma o a sus semejantes quien debe decidirlo.
Agénero: Sentimiento de no poseer identidad de género más que una identidad de género en desacuerdo con el género asignado al nacer; puede considerarse dentro del epígrafe trans en la medida en la que una persona agénero se ha distanciado del género impuesto al nacer por obligación.
AHAN y AMAN: Acrónimos para «asignada hombre al nacer» y «asignado mujer al nacer». Estos términos ponen de relieve que, cuando venimos al mundo, alguien nos dice quién cree que somos. Matronas, técnicos de ultrasonidos, obstetras, madres y padres, familiares y otro sinfín de gente observan nuestros cuerpos y manifiestan lo que les parece que nuestros cuerpos significan. Determinan nuestro sexo y nos asignan un género. Adquirimos conciencia propia y crecemos en el contexto que han creado para nosotros dichos significados y decisiones, devorando nuestra existencia individual. Las diferencias cor-porales son reales y nos sitúan en distintas trayectorias vitales, pero lo que la gente que emplea esos términos de asignación pretende destacar es que nuestros cuerpos y los senderos a los que nos conducen, por muy impuestos que fueran en un comienzo, no deben determinar necesariamente todo lo que somos. Las categorías que nos fueron asignadas son situaciones dentro de las cuales podemos tomar decisiones sobre nosotros y nosotras mismas y emprender acciones significativas para cambiar nuestras trayectorias, incluyendo el autoasignarnos otro género distinto.
Género binario: Idea de que existen únicamente dos géneros sociales –hombre y mujer– basados en dos y únicamente dos sexos –macho y hembra. La historia de las personas trans* nos enseña que tanto el género como el sexo pueden entenderse de forma no binaria.
Cisgénero: Palabra que no logró aceptación hasta el siglo xxi pero que pronto se difundió como sinónimo de «no transgénero». El prefijo cis- significa «en el mismo lado de» (es decir, lo opuesto a trans-, que significa «al otro lado»). Su intención es la de indicar el privilegio normalmente tácito o asumido de no ser transgénero. La idea que esconde el término es la de combatir la forma en la que los términos «mujer» u «hombre» denotan «mujer no transgénero» u «hombre no transgénero» por defecto, a menos que la condición transgénero o no binaria de la persona se nombre de forma explícita. Es la misma lógica que llevaría a alguien a optar por decir «mujer blanca» y «mujer negra» en lugar de usar simplemente «mujer» para describir a una mujer blanca (presentando de este modo a los blancos como la norma no marcada) y «mujer negra» para indicar la desviación de la norma.
El uso de la terminología cis- se ha difundido entre personas, particularmente del entorno educativo y universitario o relacionadas con el activismo de base, que se consideran aliadas de las personas transgénero o que desean indicar su concienciación en relación con los privilegios a los que tienen acceso por ser binarios o no transgénero. Pero ni el propio término cisgénero está libre de contradicciones o debilidades conceptuales. Emplearlo de forma demasiado rígida puede alimentar otro tipo de género binario, cis- versus trans-. Alinea binario y cis- con la política cultural de normatividad y no binario y trans- con nociones de transgresión y radicalidad, cuando en realidad las políticas de normatividad y transgresión son transversales tanto a las categorías cis como trans. En lugar de emplear cis y trans para identificar dos tipos de personas completamente distintas, es más productivo preguntarnos de qué modo unas son cis (es decir, cómo los distintos aspectos de sus cuerpos y mentes se alinean en el lado de la división de género de modo privilegiado) y de qué modo otras son trans (es decir, cómo cruzan las barreras del género que se les asignaron al nacer de una manera que les puede acarrear consecuencias sociales adversas) y reconocer que todas las personas, independientemente de que sean cis o trans, se encuentran sujetas a prácticas sociales de género no consensuadas que privilegian a algunas y discriminan de forma desfavorable a otras.
Cross-dresser: Término propuesto en el mundo angloparlante como sustitución no moralizante de travesti. Suele considerarse un término que describe de forma neutra la práctica de llevar ropa atípica de un determinado género. La práctica del cross-dressing puede tener diversos significados y motivaciones. Además de ser una forma de combatir o distanciarse del género social asignado al nacer, puede ser una práctica teatral (ya sea cómica o dramática), parte de la moda o la política (como lo fue la decisión de la mujer de llevar pantalones), parte de las ceremonias religiosas o parte de la celebración de festivales o festejos públicos (como el Mardi Gras, el Carnaval o Halloween). Las personas transgénero o transexuales que visten conforme la moda del género al que creen pertenecer no se consideran a sí mismos cross-dressers ni travestidos, sino simplemente vestidos.
Género: Género no es lo mismo que sexo, aunque ambos términos se usen de forma intercambiable, ni siquiera en la literatura técnica o erudita, lo que puede llevar a bastante confusión cuando se intenta ser preciso en análisis. Hablando en términos generales, el género se considera cultural y el sexo, biológico. Normalmente se camina sobre seguro empleando las palabras hombre y mujer para hacer referencia al género y los términos macho y hembra para hablar de sexo. Aunque todos nacemos con un determinado tipo de cuerpo que la cultura dominante llama nuestro «sexo», nadie nace como niña o niño, mujer u hombre; más bien se nos asigna un género y llegamos a identificarnos (o no) con dicho género mediante un complejo proceso de socialización.
«Género» procede del latín genus, que significa «clase» o «tipo». El género es la organización social de los cuerpos en distintas categorías de gente. En los EE.UU. de hoy, esta categorización se basa en el sexo, pero histórica e interculturalmente han existido varios y diversos sistemas sociales de organización según géneros. Algunas culturas, incluyendo muchas culturas nativo americanas, han tenido tres o más géneros sociales. Algunos atribuyen el género social al trabajo que las personas desempeñan en lugar de a los cuerpos que realizan dicho trabajo. En algunas culturas, la gente puede cambiar su género social en función de los sueños o visiones que pueda tener. En otras se puede cambiar con un escalpelo o una jeringa. Lo más importante a tener en cuenta es que el género es histórico (cambia a lo largo del tiempo), varía de lugar a lugar y de cultura a cultura, y que es contingente –es decir, depende de la unión insólita y particular de muchos factores distintos y aparentemente inconexos.
Una de las complicaciones de perfilar una distinción firme y rápida entre «sexo» y «género», por muy distintos que sean dichos términos analítica y conceptualmente, tiene que ver con nuestras creencias culturales. Aunque es cierto que el término «sexo» se emplea para determinar la categorización de género, también es cierto que lo que cuenta como sexo es una creencia cultural. Creemos que el sexo es cromosómico o genético, que está relacionado con la capacidad de producir esperma u óvulos, que se refiere a la forma y función de los genitales, y que lleva asociado características secundarias como la barba o las mamas. Pero como se describe a continuación, los cromosomas, la capacidad reproductiva, el tipo de genitales, la forma del cuerpo y las características sexuales secundarias no siempre van de la mano en un patrón predeterminado a nivel biológico. Algunas de estas características son inmutables, mientras que otras son transformables. Esto nos deja con la tarea social colectiva de decidir qué aspectos de la personificación física tienen más peso a la hora de determinar la categorización del género social. Los criterios empleados para tomar dicha decisión son tan históricos, culturales y contingentes como biológicos –al fin y al cabo, nadie hablaba de usar el «sexo cromosómico» para determinar el género social antes del desarrollo de la genética ni de emplear partidas de nacimiento como prueba de identidad antes de que se regularizara la expedición de partidas de nacimiento a comienzos del siglo xx. Además, la necesidad percibida de tomar una decisión sobre el sexo de alguien, de determinar su género, se basa tanto en la estética como en la biología; nadie habría cuestionado el sexo de una atleta de élite como la corredora sudafricana Caster Semenya si hubiera tenido un aspecto estereotípicamente femenino.
Es posible, por tanto, entender el sexo como un constructo social semejante al género. Lo que esto nos lleva a decir a fin de cuentas es que el sexo es una base estable para determinar un género social establecido, pero la realidad de la situación es que los cuerpos físicos son complejos y muy a menudo no binarios, y las categorías sociales, que son en sí mismas hondamente cambiables, no pueden sustentarse en la carne sin generar problemas. Es otra manera de decir que el intento de relacionar el sexo con el género de forma determinista hace aguas en algún nivel y que cualquier relación que establezcamos tiene una dimensión cultural, histórica y política que debe establecerse, afirmarse y volver a afirmarse una y otra vez para que continúe siendo «cierta».
Esto nos conduce a una de las cuestiones centrales de los mo-vimientos sociales transgénero –la afirmación de que el sexo del cuerpo (independientemente de cómo entendamos cuerpo y sexo) no alberga ninguna relación necesaria o predeterminada con la categoría social en el que ese cuerpo vive o con la identidad y la percepción propia subjetiva de la persona que vive en el mundo a través de dicho cuerpo. Esta afirmación, extraída de la observación de la variabilidad social, psicológica y biológica del ser humano, es política precisamente porque contradice la creencia habitual de que el hecho de que una persona sea un hombre o una mujer en el sentido social viene fundamentalmente determinado por el sexo corporal, que es evidente y puede percibirse de forma clara e inequívoca. Es política igualmente en el sentido de que el modo en el que la sociedad organiza a sus miembros en categorías basadas en sus diferencias físicas no elegidas no ha sido jamás un acto políticamente neutral.
Uno de los principales puntos del feminismo es que las socie-dades suelen organizarse de modos que suponen la explotación prevalentemente del cuerpo de la mujer más que del cuerpo del hombre. Sin cuestionar esta premisa básica, una perspectiva transgénero se mostraría del mismo modo sensible a una dimen-sión adicional de la opresión de género: que nuestra cultura actual trata de reducir la amplia gama de tipos de cuerpos habitables a dos y solo dos géneros, uno de los cuales disfruta de mayor control social que otro, sustentando ambos géneros en nuestras creencias sobre el significado del sexo biológico. Las vidas que no se adaptan a este patrón dominante por lo general suelen tratarse como vidas que no merece la pena vivir y que tienen poco o ningún valor. Romper la unidad forzosa de sexo y género y a la vez ensanchar el espectro de vidas posibles ha de ser un objetivo central del feminismo y de otras formas de activismo por la justicia social. Esta idea es importante para todo el mundo, especialmente, aunque no de forma exclusiva, para las personas transgénero.
Disforia de género: Literalmente, sentimiento de descontento (lo contrario a la euforia, sentimiento de alegría o placer) hacia la incongruencia entre cómo uno entiende subjetivamente su propia experiencia de género y cómo otras personas perciben su género. El término «disforia de género» se popularizó entre los y las profesionales médicos y psicoterapeutas que trabajaban con poblaciones transgénero entre las décadas de los sesenta y ochenta, pero fue suplantado por la categoría diagnóstica ya obsoleta de «Trastorno de Identidad de Género», que acuñó inicialmente la Asociación de Psiquiatría Americana en 1980 en la tercera edición de su Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-III) y que mantuvo en la cuarta edición de 1994 (DSM-IV). En parte como respuesta al activismo transgénero que combatía la patologización de las identidades transgénero, el término «disforia de género» volvió a ponerse de moda en el siglo xxi como parte de la argumentación que sustenta por qué el sistema de salud debe necesariamente cubrir la asistencia médica de las personas transgénero. El término sugiere que es ese sentimiento de infelicidad lo que resulta insano y susceptible de tratamiento terapéutico en lugar de que una persona transgénero presente un trastorno inherente; de modo similar, alude al hecho de que el sentimiento de descontento con el propio género puede ser pasajero en lugar de ser una característica de un tipo de persona. «Disforia de género» sustituyó a «Trastorno de Identidad de Género» (TIG) en la quinta edición de 2013 del mencionado manual (DSM-V). La décima edición de La Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), en vigor desde 1992, aún emplea el término TIG; pero en la actualidad se prevé que el CIE-11, cuya publicación se ha programado para 2018, revise su nomenclatura en la misma línea.
La disforia de género
Como manifiesta la quinta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación de Psiquiatría Americana, «La disforia de género es un término general descriptivo que hace referencia al descontento afectivo/cognitivo de un individuo con el género asignado», y cuando se emplea como una categoría de diagnóstico «hace referencia al malestar que puede acompañar la incongruencia entre el género experimentado o expresado y el género asignado de un individuo». El foco clínico se sitúa en la disforia como el problema, no –como era el caso de la antigua categoría de diagnóstico de Trastorno de ldentidad de Género– la psicopatologización de la identidad, per se. El DSM-V también pone de manifiesto que muchos individuos que experimentan incongruencia de género no sufren malestar por ello, pero que puede darse en las personas de género incongruente un malestar considerable si «no se encuentran disponibles las intervenciones físicas deseadas a través de hormonas y/o cirugía».
Disforia de género en niños y niñas 302.6:
A. Una marcada incongruencia entre el sexo que una persona siente o expresa y el que se le asigna durante al menos seis meses, manifestada por un mínimo de seis de las características siguientes (una de las cuales ha de ser el criterio A1):
1. Un poderoso deseo de ser del otro sexo o una insistencia de que él o ella es del sexo opuesto (o de un sexo alternativo al que se le asigna).
2. En los chicos (sexo asignado), una fuerte inclinación al travestismo o por simular el atuendo típicamente femenino; en las chicas (sexo asignado), una fuerte preferencia por vestir ropas típicamente masculinas y una fuerte resistencia a vestir ropa típicamente femenina.
3. Preferencias marcadas y persistentes por el papel del otro sexo o fantasías referentes a pertenecer al otro sexo. Una marcada preferencia por los juguetes, juegos o actividades habitualmente practicadas por el sexo opuesto.
4. Una marcada preferencia por compañeros y compañeras de juego del sexo opuesto.
5. En los chicos (sexo asignado), un fuerte rechazo por los juguetes, juegos y actividades típicamente masculinos, así como por los juegos bruscos; en las chicas (sexo asignado), un fuerte rechazo por los juguetes, juegos y actividades típicamente femeninos.
6. Un marcado disgusto con la propia anatomía sexual.
7. Un fuerte deseo de poseer los caracteres sexuales, tanto primarios como secundarios, correspondientes al sexo que se siente.
B. Esta condición va asociada a un malestar clínicamente significativo o a un deterioro en lo social, escolar u otras aéreas importantes de funcionamiento.
Disforia de género en adolescentes y personas adultas 302.85:
A. Una marcada incongruencia entre el sexo que una persona siente o expresa y el que se le asigna durante al menos seis meses, manifestada por un mínimo de dos de las características siguientes:
1. Una marcada incongruencia entre el sexo que una persona siente o expresa y sus caracteres sexuales primarios o secundarios (o en los y las adolescentes jóvenes, los caracteres sexuales secundarios previstos).
2. Un fuerte deseo por desprenderse de los caracteres sexuales propios primarios o secundarios, a causa de la marcada incongruencia con el sexo que se siente o expresa (o en los y las adolescentes jóvenes, un deseo de impedir el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios previstos).
3. Un fuerte deseo por poseer los caracteres sexuales, tanto primarios como secundarios, correspondientes al sexo opuesto.
4. Un fuerte deseo de ser del otro sexo (o de un sexo alternativo distinto del que se le asigna).
5. Un fuerte deseo de ser tratado o tratada como del otro sexo (o de un sexo alternativo distinto del que se le asigna).
6. Una fuerte convicción de que uno o una tiene los sentimientos y reacciones típicos del otro sexo (o de un sexo alternativo distinto del que se le asigna).
B. Esta condición va asociada a un malestar clínicamente signi-ficativo o a un deterioro en lo social, laboral u otras áreas impor-tantes del funcionamiento.
Expresión de género: Todos representamos nuestra propia percepción modulando nuestro cuerpo para expresar nuestro género. En los últimos años, conforme han ido ganando atención legal y regulación burocrática las cuestiones transgénero, se viene haciendo alusión a la expresión de género como estatus protegido, tratamiento que también recibe la identidad de género. La intención en este caso es la de proteger a las personas que expresan su género de forma no binaria o inconformista, como sería el caso de una mujer de la industria tecnológica que no llevase maquillaje y que se sintiese más cómoda en camiseta que en vestido de gala, o de un estudiante joven de la escuela de arte que tuviera debilidad por la laca de uñas con purpurina. Lo fundamental es que estas expresiones de la personalidad nunca deberían ser ilegales, estigmatizadas, discriminadas ni perjudiciales para las personas que así se expresan. «Expresión de género» es un término útil también en situaciones en las que algunos miembros de la administración, o algunos empresarios, no aceptan o reconocen a las personas trans como realmente pertenecientes al género con el que se identifican y siguen viendo a una mujer transgénero como un «hombre con vestido» o a un hombre trans como una «mujer con vello facial». No importa tanto lo que otras personas piensen de ti si puedes expresarte sin miedo y de la manera que consideres adecuada. Algunas personas trans, especialmente aquellas que creen que su condición tiene una base biológica y precisa tratamiento médico, hacen una distinción entre expresión de género e identidad de género según la cual la identidad de género es más seria y menos deliberada y precisa un mayor nivel de protección que la expresión de género, que se considera más voluntaria y menos importante.
Identidad de género: Cada persona tiene la percepción sub-jetiva de encajar (o no hacerlo) en una categoría de género concreta; eso es la identidad de género. Para la mayoría de la gente hay un sentido de congruencia entre la categoría que se le ha asignado al nacer y en la que ha sido socializada y aquello que cree ser. Las personas transgénero son la prueba de que esto no es siempre así, que es posible construir una percepción propia distinta al resto de miembros del género que se nos ha asignado al nacer, sentirse parte de otra categoría de género o renegar por completo de cualquier categorización. Mucha gente que nunca ha experimentado un sentimiento de incongruencia de género es incapaz de entender realmente lo que significa para otras personas, pueden incluso dudar de que las personas transgénero verdaderamente sientan algo así o que dicho sentimiento pueda ser persistente, inextricable y doloroso a nivel emocional. A su vez, suele ser difícil para las personas transgénero que experimentan esta incongruencia explicar lo que esto significa o por qué es tan importante abordarlo. Cómo se desarrolla la identidad de género en primer lugar y cómo las identidades de género pueden ser tan diversas son temas candentes de debate que apuntan directamente a las dialécticas naturaleza versus educación y determinismo biológico versus construcción social. Algunas personas creen que la identidad de género y los sentimientos transgénero provienen de características físicas innatas; otras piensan que son resultado de la educación de los niños y niñas o de las dinámicas emocionales de sus familias; otras consideran incluso que la identidad y el deseo de expresarla de modo diverso nacen de creencias espirituales, preferencias estéticas o deseos eróticos. Como se ha sugerido anteriormente, es más importante reconocer que algunas personas experimentan el género de forma distinta a la mayoría que determinar por qué algunas personas experimentan el género así.
Pronombres de género neutro: El inglés, la lengua más hablada en los Estados Unidos, no permite fácilmente hacer alusión indirecta a otros individuos sin asignarles un género. Debemos escoger entre los pronombres de tercera persona he, she o it, siendo este último inapropiado para hacer referencia a seres humanos precisamente porque no indica el género. Hay, sin embargo, una larga tradición de pronombres de tercera persona con género neutro en varios dialectos ingleses (como es el caso de la reliquia anglosajona a, que aún se emplea en la zona de Yorkshire en el Reino Unido, para hacer referencia a él/ella/ello, o yo, un término vernáculo afroamericano popularizado por el hip-hop, que se emplea con el mismo fin en las proximidades de Baltimore a día de hoy). También existe una larga historia de intentos para introducir de forma deliberada pronombres de nueva creación (como la palabra thon, que se propuso en 1858 como contracción de that one [esa persona] y que se consideraba parecida a la forma arcaica thine empleada para el posesivo de segunda persona del singular your [tu]), así como para emplear el plural de género neutro (they/them) como sustituto del singular de género binario. Los primeros usos del plural como alternativa al singular datan del siglo xvi y siguen siendo comunes incluso en las variedades regionales actuales como es el caso de y’all (you all [todos vosotros]) y y’uns o yinz (you ones [vosotros]), que a menudo se emplean en referencia a un solo individuo. Cada vez es más frecuente el uso del plural they/them/their en sustitución de un pronombre singular con género cuando se desconoce o resulta irrelevante el sexo o el género de la persona a la que se hace alusión –incluso hasta llegar a construcciones inadecuadas como the person themself [la persona mismas]. Algunas personas que promueven el uso de pronombres ingleses de género neutro emplean ze o sie en lugar de los pronombres he y she, o la palabra hir en lugar de los posesivos his y her. A veces, en textos escritos, se emplea el impronunciable s/he. Ninguna de las soluciones a la determinación lingüística del género en inglés es del to-do satisfactoria; las palabras de reciente acuñación pueden sonar impostadas o chirriantes, y el uso del plural en lugar del singular puede sonar agramatical. Pero las lenguas evolucionan, generalmente en respuesta a eventos históricos (como las conquistas romana y normanda de Inglaterra, que introdujeron gran parte del vocabulario latino en la lengua inglesa –de no haberlo hecho, los hablantes contemporáneos del inglés aún hablarían como Chaucer o Shakespeare). Las personas transgénero y no binarias tratan de acelerar la evolución del lenguaje para que este refleje la nueva realidad social creada por dichas personas.
El español, la segunda lengua más hablada de los Estados Unidos, presenta incluso mayores dificultades que el inglés a la hora de comunicar sin hacer alusión al género, dado que el género gramatical en lengua española, junto con la mayoría de lenguas indoeuropeas, se refleja en otras partes del discurso además de en los pronombres. Una reciente evolución, que funciona mejor por escrito que en la lengua oral, es la de reemplazar la desinencia de género –o (masculino) o –a (femenino) con la terminación de género neutro–x; por ejemplo, latinx en lugar de latino y latina. Por el contrario, en la tercera lengua más hablada de los Estados Unidos, el chino mandarín, los pronombres de tercera persona no poseen género en la lengua oral, ya que todos se pronuncian del mismo modo: tā. Curiosamente, los caracteres escritos de los pronombres personales se basan en la forma que representa el concepto genérico «humano». Los pronombres de tercera persona sin género específico son de hecho la norma más que la excepción en la mayoría de idiomas no indoeuropeos.
El uso adecuado de pronombres de género neutro puede ser delicado. Por una parte, el lenguaje neutro en cuestión de género puede ser una forma de combatir el sexismo (como lo es evitar el uso de él u hombre para hacer referencia a las personas en general) o de evitar hacer presuposiciones sobre la identidad de género de una determinada persona. Pero por otra, algunas personas transgénero –a menudo aquellas que han luchado duro para lograr un estatus de género distinto al que se les asignó al nacer– pueden sentirse ofendidas cuando se hace alusión a ellas mediante pronombres de género neutro, en lugar de con los pronombres de género adecuado, ya que lo perciben como una falta de reconocimiento del modo en que ellas de forma obvia y deliberada presentan su género. Una buena regla general es destinar los términos neutros a un registro más educado y formal, empleándolos cuando no se conoce bien a la persona de la que se habla, y reservar los términos con género para un uso más familiar y emplearlos en situaciones en las que se conoce a la persona y lo que prefiere.
De género no conforme, género queer y no binario: Todos es-tos términos hacen alusión a personas que no se adaptan a las nociones binarias de alineación de sexo, género, identidad de género, rol de género, expresión o presentación de género. Si caben distinciones sutiles, se podría decir que de género no conforme (o de género variante) resulta más neutro a la hora de describir el comportamiento; género queer se asocia más con formas subculturales concretas de expresión de género originadas en comunidades LGTB o en contraculturas de moda inspiradas en el punk, el gótico o el fetiche que ponen el énfasis en el uso de pendientes, tatuajes y estilos excéntricos de maquillaje y peinado; y no binario es una preferencia terminológica entre las generaciones más jóvenes que consideran que la identidad de género binaria es algo más importante para sus abuelos que para ellos mismos. Al no satisfacer la expectativa social de que a quienes se les asigna el sexo macho se convierten en hombres y a quienes se les asigna el sexo hembra se convierten en mujeres, las personas transexuales y transgénero pueden considerarse no conformes con su género y pueden ser tan género queer o no binarias como cualquier otra persona. En la práctica, sin embargo, estos términos se emplean para hacer referencia a quienes se oponen a ser identificados con los términos transgénero y transexual, por pensar que dichos términos están pasados de moda o demasiado enmarañados a nivel conceptual con el sistema binario de género.
Presentación de género: De un modo muy similar a expresión de género, el término hace referencia al hecho de mostrarse y actuar como la propia cultura espera de un hombre o de una mujer (o, dicho de otro modo, a presentarse de un modo que visibilice la no conformidad de género). Todos presentamos nuestro género ante los demás.
Rol de género: Rol de género hace referencia a las expectativas de comportamiento y actividad adecuadas para un miembro de un género concreto. Es un término cada vez menos relevante en la sociedad laica contemporánea por haber menguado la estereotipación sexual, habiendo aumentado la participación del hombre en el cuidado de los hijos e hijas y las tareas domésticas y las oportunidades de trabajo de las mujeres. Pero en la medida en la que aún posee significado, el término expresa las costumbres culturales, creencias religiosas o presuposiciones enraizadas en las teorías científicosociales. Es el dictado social el que dice que el hombre debe llevar yarmulke o la mujer hijab, así como que los hombres son agresivos y las mujeres pasivas, o que el hombre debería ser médico mientras la mujer debería ser enfermera, o que los padres han de tener un trabajo estable fuera de casa. Aunque sin duda es posible vivir una vida feliz y plena eligiendo caminos que son (o antaño fueron) convencionales socialmente, como el de la madre que se queda en casa, o que expresan el sentido de deber religioso o pertenencia a una etnia, los roles de género nos dicen que de no cumplir las expectativas prescritas fracasaremos en el cometido de ser verdaderas mujeres u hombres. Las personas transgénero a veces experimentan muchas dificultades sociales y psicológicas por no encarnar los roles de género esperados, especialmente cuando tales expectativas se sustentan en creencias tanto científicas, culturales o religiosas sobre lo que es natural, normal o concedido por acción divina.
Habitus: Habitus simplemente hace referencia a nuestra mane-ra habitual o consuetudinaria de comportarse y modular el cuerpo. Muchos de nuestros hábitos implican la manipulación de nuestras características sexuales secundarias para comuni-car a las demás personas la percepción que tenemos de noso-tros y nosotras mismas –ya sea meneando las caderas, hablan-do con las manos, entrenando en el gimnasio, dejándonos crecer el pelo, llevando un escote pronunciado, afeitándonos las axilas, dejándonos una barba de tres días, o hablando con una inflexión ascendente o descendente al final de la frase. Normalmente estas formas de comportamiento y estilo se han interiorizado tanto que las consideramos naturales, pero –dado que todas son cosas aprendidas mediante la observación y la práctica– sería más apropiado entenderlas como una «segunda naturaleza» adquirida culturalmente.
Prestar atención al habitus nos conduce a pensar que, aunque nuestros cuerpos sean sin lugar a dudas distintos entre sí, lo que hacemos con dichos cuerpos, así como el modo en que los usamos y transformamos, cuenta más a la hora de hacernos ser quienes somos que aquello con lo que nacemos. Todos los cuerpos humanos son cuerpos modificados: son cuerpos sometidos a dieta y ejercicio, con pendientes y tatuajes, cuyos pies se amoldan al tipo de zapatos que se usa. Dar forma, estilizar y mover el cuerpo para presentarse ante los demás de un modo particular es una parte fundamental de las culturas humanas –una parte tan importante que es virtualmente imposible practicar ningún tipo de modificación corporal sin que otros miembros de la sociedad tengan una opinión sobre si dicha práctica es buena o mala, acertada o errónea, dependiendo de cómo o por qué uno lo haga. Todo, desde cortarse las uñas a cortarse una pierna, queda en algún punto del espectro moral o del juicio ético. Por tanto, muchos miembros de la sociedad poseen fuertes sentimientos y opiniones sobre las prácticas consideradas como modificaciones corporales transgénero, til-dándolas a menudo de «antinaturales», incluso cuando cultivar un determinado estilo de personificación para expresar nuestra identidad es algo que todas las personas hacemos de un modo u otro.
Identidad: La identidad es quién se es. Es una palabra con una paradoja en su interior. Significa que dos cosas que no son exactamente lo mismo pueden sustituirse la una a la otra como si lo fueran. En matemáticas, decir que (1 + 4) = (2 + 3) es decir que incluso componiéndose de números distintos, dos conjuntos son matemáticamente idénticos porque su suma es exactamente lo mismo. En la sociedad y la cultura, el concepto de identidad funciona de forma similar. Cuando dices, «Yo soy socialista» o «Yo soy hindú» o «Yo soy músico» o «Yo soy mujer», el «soy» hace las veces de signo igual, y estás afirmando que tu sentimiento particular de ser algo (un «Yo») se describe mediante una categoría a la que crees pertenecer. Tú y la categoría no sois exactamente lo mismo, pero en determinadas circunstancias lo uno puede sustituir al otro. En la vida social, suele ser bastante importante expresar con qué categorías te identificas o llamar la atención sobre categorías en las que se te ubica, te identifiques o no con ellas. Obviamente, es posible tener muchas identidades personales distintas, sobrepuestas o incluso contradictorias, así como que se incluya en la misma categoría a personas que sean significativamente diferentes entre sí en muchos aspectos.
Política de identidad: Aunque no se limite a los Estados Unidos, la política de identidad es muy importante para entender la sociedad estadounidense contemporánea, dada la historia del país como república democrática. La política de identidad tiene que ver con reivindicaciones de pertenencia y ciudadanía en relación con algún tipo de estatus minoritario. Supone un llamamiento a las nociones de la sociedad civil que protegen los derechos de las minorías del abuso de la mayoría y promueven la idea de que las formas culturales, las historias, las experiencias y las identidades minoritarias poseen un valor intrínseco. En un sentido muy genuino, la política de identidad, que se basa en la asignación de cuerpos minoritarios a las categorías sociales jerárquicas, ha formado siempre parte de la historia de los EE.UU. al ser una nación que ha desplazado y absorbido pueblos nativos que fueron categorizados como racialmente distintos a los colonos, que ha esclavizado a africanos por su raza y sus orígenes no europeos, que ha controlado la inmigración ofreciendo acceso preferente a algunas etnias y negando el acceso a otras, que ha impedido a las mujeres votar y que ha criminalizado a personas homosexuales y trans. Las minorías siempre han tenido que implicarse activamente en los procesos políticos para dar a conocer sus necesidades y para hacer oír su voz, en relación con los grupos socialmente dominantes. Desde mediados del siglo xx, muchos grupos de identidad minoritaria han apelado a las nociones de justicia, derechos civiles, igualdad y orgullo cultural para combatir las formas de discriminación ejercidas por la sociedad mayoritaria consciente o inconscientemente.
Intersexo: Normalmente, ser un cuerpo productor de óvulos implica tener dos cromosomas X, y ser un cuerpo productor de espermatozoides implica tener un cromosoma X y uno Y. Cuando se unen las células del óvulo y el espermatozoide (es decir, cuando tiene lugar la reproducción sexual), sus cromosomas pueden combinarse en patrones (o cariotipos) distintos a los típicos de macho (XY) o de hembra (XX) (como es el caso de XXY o XO). Otras anomalías genéticas pueden causar anomalías en el desarrollo sexual del cuerpo. Del mismo modo, pueden darse otras diferencias de desarrollo sexual durante el embarazo o después del parto como resul-tado de trastornos glandulares que generan diferencias adicio-nales en el desarrollo típico del sexo biológico. Algunas de estas anomalías hacen que un cuerpo genéticamente XY (típicamente masculino) parezca típicamente femenino al na-cer. Algunos cuerpos nacen con genitales que combinan for-mas típicamente masculinas y típicamente femeninas. Algunos cuerpos femeninos (típicamente XX) nacen sin vagina, útero u ovarios. Todas estas variaciones sobre la organización más frecuente de la anatomía reproductiva humana –junto con otras muchas, muchas más– reciben el nombre de estados intersexo. Hermafroditismo era la palabra empleada para hacer referencia a intersexo, pero en la actualidad suele considerarse peyorativa. Algunas personas intersexo prefieren el término médico TDS (acrónimo de Trastorno del Desarrollo Sexual) para describir su estado sexual, pero otros reniegan del término por su nocivo efecto patologizante y despolitizante. Estas personas suelen hacer uso del acrónimo DDS que hace referencia a «diferencias de desarrollo sexual» o bien se aferran al término intersexo –o incluso a hermafrodita o a su equivalente en argot herma– para poner de relieve su sentimiento de pertenencia a una comunidad minoritaria politizada.
La condición intersexo es mucho más común de lo que solemos reconocer; estadísticas fiables sitúan el número en uno de cada dos mil nacimientos. La condición intersexo no tiene tantísimo que ver con el transgénero, excepto en la medida en que demuestra que la biología del sexo es mucho más variable de lo que mucha gente quiere ver. Resulta muy oportuno cuando se tienen creencias culturales sobre la existencia de dos únicos sexos y por tanto de dos únicos géneros. Estas creencias pueden convertir a las personas intersexo en objeto de intervenciones médicas como la cirugía genital o la terapia hormonal, generalmente cuando aún son bebés o niños y niñas pequeños para «corregir» su supuesta anomalía. Es el hecho de estar sujetos a las mismas creencias culturales sobre el género y ser objeto de las mismas técnicas de modificación corporal llevadas a cabo por las mismas instituciones médicas, lo que proporciona la mayor base común para personas intersexo y transgénero.
Algunas personas trans, que atribuyen a su propia necesidad de atravesar los límites de género una causa biológica, consideran que tienen una condición intersexo (algunas teorías actuales abogan por diferencias en el cerebro asociadas al sexo), y algunas personas con cuerpos intersexo también llegan a considerarse transgénero (en la medida en que desean vivir en un género distinto del que se les ha asignado al nacer o después de nacer).
Aun así, conviene pensar en las identidades, comunidades y movimientos para el cambio social transgénero e intersexo como algo distinto en términos políticos y demográficos, si bien con ciertas áreas de solapamiento y determinadas afiliaciones compartidas.
Morfología: Morfología significa «forma». Al contrario que el sexo genético, que (al menos por el momento) no puede cambiarse, el sexo morfológico de una persona o la forma del cuerpo que tradicionalmente asociamos a un macho o a una hembra puede modificarse hasta cierto punto mediante cirugía, hormonas, ejercicio, vestimenta y otros métodos. La morfología típica de macho adulto es tener genitales externos (pene y testículos), pecho plano (sin mamas) y pelvis estrecha. La morfología típica de hembra es tener vulva, vagina, clítoris, mamas y pelvis ancha. El término morfología puede también hacer referencia a aquellos aspectos de la forma del cuerpo como el tamaño de las caderas en relación con la cintura, la circunferencia de la muñeca en relación con la mano, la anchura de los hombros en relación con la altura, el grosor de las extremidades o del torso, si las puntas de los dedos son más afiladas o redondeadas, la relativa prominencia o ausencia de arco superciliar o a otras características físicas representativas del género.
Queer: A finales de los años ochenta y principios de los noventa, en pleno estallido de la crisis del SIDA, algunas personas reivindicaron la palabra «queer», antaño un término peyora-tivo para homosexual, y comenzaron a emplearla de forma positiva. Aunque ahora se suela usar como sinónimo de gay o lesbiana, las personas que en un primer lugar se reapropiaron el término buscaban una manera de hablar de su oposición a las normas sociales heterosexistas; ser queer no era tanto una orientación sexual como una orientación política, la llamada «antiheteronormativa» por los teóricos queer de entonces. El término «queer» continúa asociándose con la sexualidad y con las comunidades gay y lesbiana, pero desde sus inicios una minoría vocal insistía en la importancia de las prácticas transgénero y de género no conforme para las políticas queer. Muchas personas trans involucradas en políticas culturales queer optaron por llamarse a sí mismas «género queer».
Características sexuales secundarias: Ciertos rasgos físicos se tienden a asociar con el potencial genético sexual o reproductivo como la textura de la piel, la distribución de la grasa corporal, los patrones de crecimiento del vello o el tamaño corporal general. Las características sexuales secundarias constituyen seguramente la parte de la morfología más socialmente significativa –entendidas en su conjunto, son los «signos» corporales que otros leen para adivinar nuestro sexo, atribuirnos un género y asignarnos a la categoría social que consideran más adecuada para nosotros. Muchos de estos rasgos físicos son resultado de la variación en los niveles de hormonas, «mensajeros químicos» como estrógenos y tes-tosterona producidos por las glándulas endocrinas, en las distintas fases del desarrollo físico. El ajuste de los niveles hormonales puede cambiar algunos rasgos secundarios (aunque no todos ellos) asociados al sexo. Los tratamientos hormonales para alterar las características sexuales secundarias tienen una mayor capacidad de producir un espectro más amplio de cambio cuanto antes comienzan a ser administrados. La testosterona puede hacer crecer la barba a una persona adulta que nunca haya podido dejársela antes, pero nunca reducirá la anchura de las caderas de dicha persona, al igual que los estrógenos pueden estimular el desarrollo del pecho en el cuerpo de una persona adulta que nunca antes haya tenido pecho pero nunca hará más baja a esa persona. Sin embargo, tomadas en la adolescencia, cuando el cuerpo aún está madurando, las hormonas permiten que el cuerpo de las personas trans desarrolle muchas de las características sexuales secundarias que habría desarrollado de haber tenido un sexo biológico distinto.
Sexo: Para ser una palabra así de breve, «sexo» tiene muchos significados distintos. Se emplea como descripción de una persona (por ejemplo, cuando marcamos la casilla de un formulario burocrático), para designar el coito («tener sexo»), como sinónimo de los genitales (imaginen la prosa florida de una novela erótica relatando cómo «su sexo perdió la erección» o cómo «el sexo de ella ardía en deseo»), así como para describir las diferencias biológicas de capacidad reproductiva (es decir, de tener un cuerpo que produce esperma u óvulos).
La raíz latina de «sexo», sexus, significa «división». Algunas especies se reproducen de forma asexual, es decir, cada organismo individual posee todo lo que necesita para crear un nuevo organismo exactamente igual a él, y otras especies se reproducen de forma sexual, dicho de otra forma, ningún cuerpo de ningún organismo individual de dicha especie contiene toda la información genética necesaria para crear un nuevo organismo completo: en tales casos, la capacidad reproductiva queda dividida, o sexuada, entre distintos cuerpos individuales. Unas pocas especies sexuadas tienen más de dos divisiones, pero la mayoría, como nosotros, tiene solo dos. Lo dicho hasta aquí sobre el sexo resulta bastante sencillo, pero en la práctica incluso esta concepción biológica del sexo puede complicarse mucho.
El embrollo del término «sexo» tiene que ver con nuestras creen-cias culturales sobre lo que significan esas diferencias biológicas reproductivas. Es una creencia cultural, no un hecho biológico, que el tener un cierto tipo de capacidad reproductiva determine forzosamente el aspecto del resto del cuerpo o el tipo de persona que se es, o que algunas de esas diferencias biológicas no puedan cambiar con el tiempo, o que las diferencias biológicas deban emplearse como un principio para distribuir a las personas en categorías sociales, o que dichas categorías deban organizarse de forma jerárquica.
Este conjunto de creencias y prácticas culturales sobre el sig-nificado del sexo biológico podría llamarse género. Puede resul-tar confuso al principio intentar pensar de forma analítica en la diferencia entre sexo y género y la relación entre ellos, porque una de nuestras creencias culturales sin revisar más fuerte es que el género y el sexo son lo mismo, lo que explica el por qué la mayoría de la gente emplea a diario sexo y género indistintamente. Una buena regla general a tener presente es que sexo suele considerarse biológico y género, cultural, así como que deben emplearse las palabras «macho» y «hembra» (en lugar de «hombre» y «mujer») para hacer referencia al sexo.
Sexualidad: Aquello que consideramos erótico y cómo sentimos placer físico constituye nuestra sexualidad. Para la mayoría de nosotros y nosotras, esto implica el uso de nuestros órganos sexuales (genitales), pero la sexualidad puede incluir muchas otras partes del cuerpo o actividades físicas, así como el uso erótico de juguetes sexuales u otros objetos. La sexualidad describe cómo y con quién actuamos en relación con nuestro deseo sexual. La sexualidad es distinta a nivel analítico del género pero se encuentra íntimamente ligada a este, como dos líneas secantes en un gráfico. Los términos más comunes para etiquetar o clasificar nuestro deseo erótico dependen de la identificación del género de la persona o personas objeto de dicho deseo: «heterosexual» (hacia miembros de otro género), «homosexual» (hacia miembros del mismo género), «bisexual» (hacia miembros de ambos géneros en un sistema de género binario), o «polisexual» o «poliamoroso» (hacia mucha gente de distintos géneros). Estos términos también dependen de la concepción de nuestro propio género –«homo»– y «hetero»– y únicamente tienen sentido en la medida en la que nuestro propio género es el «mismo que» o «distinto de» el género de otra persona. También se puede ser «asexual» (no manifestando deseo erótico por nadie), «autosexual» (obteniendo el placer del propio cuerpo en lugar de interactuando con otros) o «omnisexual» o «pansexual» (gustándote todo). Dado que muchas personas transgénero no encajan en las categorías de orientación sexual de otras personas (o porque ni ellas mismas tienen una percepción clara de dónde podrían encajar), suele haber un porcentaje relativamente alto de asexualidad y autosexualidad en las poblaciones transgénero, así como índices más elevados de poliamor y pansexualidad. También hay quien se siente particularmente atraído o atraída por personas transgénero y de género no conforme. Las personas transgénero y no binarias pueden ser de cualquier orientación sexual, al igual que las personas cisgénero.
Términos de subcultura y específicos de una determinada etnia: En gran parte, todos los términos mencionados en este apartado de definiciones son términos de subcultura –palabras que tienen su origen y circulan dentro de un subconjunto menor de una cultura más amplia. Sin embargo, los términos que aquí se debaten también son los que más a menudo emplean las élites culturales, o en los medios de comunicación, o dentro de profesiones de poder como las del campo de la ciencia, la medicina y la investigación académica. Suelen proceder de experiencias de personas transgénero blancas con estudios. Pero hay cientos, si no miles, de otras palabras especializadas en relación con el asunto de estudio del presente libro que podrían mencionarse en este apartado de términos y definiciones. Con-tinuamente surgen nuevos términos, en consonancia con la realidad social en constante evolución de la experiencia trans* y no binaria.
Algunas de estas palabras proceden de las subculturas his-tóricas de gais y lesbianas de habla inglesa, por ejemplo, drag (vestimenta asociada con un género o actividad concreta, a menudo llevada de forma paródica, consciente o teatral); drag king y drag queen (personas que representan escenas de travestismo, ya sea en el escenario o en la calle, normalmente en espacios propios de la subcultura como bares, night-clubs, barrios o zonas de prostitución frecuentados por gais); butch (expresión de rasgos, maneras o apariencias por lo general asociadas a la masculinidad, especialmente cuando son propios de mujeres lesbianas u hombres gais); o femme (expresión de rasgos, maneras o apariencias por lo general asociadas a la feminidad, especialmente cuando son propios de mujeres lesbianas u hombres gais). Algunas palabras, como neutrois (persona con identidad de género neutro; parecido a agénero), son específicas de subculturas emergentes trans* y de género no conforme y su prevalencia se aprecia mayormente en las comunidades online.
Muchos términos, como bulldagger o aggressive (empleados para una mujer masculina o que toma la iniciativa en el sexo), se originan en comunidades queer de color. Las llamadas «casas» promovidas por subculturas de muchas comunidades urbanas afroamericanas, latinas y asiaticoamericanas (como las que se muestran en la película de Jennie Livingston Paris is burning) celebran grandes competiciones de baile en las que los y las participantes deben desfilar en distintas categorías, rivalizando por la mejor representación de una multitud de designaciones de género altamente estilizadas como, por ejemplo, butch queen up in pumps [la reina marimacho con tacones altos].
Se hace muy difícil emplear el término «transgénero» para hablar de prácticas de género en otras culturas. Por un lado, es un término que ya circula de forma transnacional y que personas de un extremo a otro del planeta han acuñado para referirse a sí mismas a pesar de ser una expresión traducida del inglés con origen en Estados Unidos y de hacer referencia a maneras en las que una persona puede distanciarse del género asignado propias de Norteamérica. Se emplea en un contexto transnacional especialmente cuando su uso contribuye a que las personas del Sur tengan acceso a los servicios sanitarios financiados por ONG o aparezcan en los discursos de derechos humanos de proyección internacional. Por otro lado, el uso del término «transgénero» puede a la vez actuar de tabula rasa y sobrescribir importantes diferencias culturales –pasando incluso a favorecer la práctica colonizadora, en la que las formas eurocéntricas de dar significado al mundo se imponen frente a las demás. Es imposible enumerar aquí todas las formas de género específicas de las distintas etnias que suelen asociarse con el término «transgénero», pero algunas de las más comunes en el contexto norteamericano son two-spirit [de dos espíritus] (un término multiusos para designar varios géneros de los indígenas americanos), el término indio hijra, el polinesio mahu y el latinoamericano travesti.
Tranny: Pese a que inicialmente fue un término autorreferencial empleado en las comunidades trans para expresar familiaridad, confianza, desenfado, informalidad, afecto e intimidad, muchos y muchas jóvenes trans en la actualidad lo consideran un término denigrante que suelen emplear las personas cisgénero para ridiculizar, trivializar o sexualizar a las personas transgénero, en concreto a las mujeres transgénero. Hay una fuerte diferencia de opiniones entre las distintas generaciones sobre el uso de la palabra, preferentemente empleada por personas trans más mayores –aunque ya no en el discurso público y fuera normalmente del alcance del oído de jóvenes censores.
Hombre trans y mujer trans: En las comunidades trans, se suelen emplear términos como «hombres trans», «hombres transgénero» u «hombres transexuales» cuando se habla de personas a las que se les asignó el género femenino al nacer pero que se consideran hombres y se presentan como tales, o «persona transmasculina» para hacer alusión a alguien a quien se le asigno el género femenino al nacer pero posee cierto grado de identificación y expresión masculina. Del mismo modo, los términos «mujeres trans», «mujeres transgénero» y «mujeres transexuales» designan personas a las que se les asignó el género masculino al nacer pero que se consideran mujeres y se presentan como tales, o persona transfemenina para hacer alusión a alguien a quien se le asigno el género masculino al nacer que se expresa o se identifica hasta cierto punto con la feminidad. «Hombre» y «mujer» hacen referencia, en sintonía con la definición de género provista anteriormente, a la categoría social con la que la persona se identifica, con la que vive y a la que pertenece, no al sexo biológico o al género asignado al nacer. Cuando se emplean pronombres de género en lugar de los neutros, del mismo modo estos hacen referencia al género social y a la identidad de género: ella para las mujeres trans y él para los hombres trans. En gran parte de la literatura médica del pasado, suele darse lo contrario. Los médicos, médicas y psiquiatras tienden a usar «hombre transexual» para hacer referencia a las mujeres transgénero (y a menudo dicen «él») y «mujer transexual» para hacer alusión a los hombres transgénero (y a menudo dicen «ella»). Siguiendo un protocolo social más general, se considera de buena educación llamar a las personas como piden ser llamadas y emplear los términos de género que mejor reflejan la propia concepción y presentación de la persona.
Transgénero: Como se ha señalado anteriormente, este término clave en torno al cual gira el presente libro implica distanciamiento de una posición de género asignada e impuesta. El término «transgénero» se difundió a comienzo de la década de los noventa, aunque tenga una historia más larga que se remonta a mediados de los sesenta y haya significado muchas cosas contradictorias en épocas distintas. Durante la década de los setenta y ochenta, hacía referencia preferente a la persona que no deseaba únicamente cambiar su ropa de forma temporal (como un travesti) o cambiar sus genitales de forma permanente (como un transexual) sino cambiar su género social de forma regular mediante un cambio de habitus y de expresión de género, que podía incluir el uso de hormonas, pero por lo general no la cirugía. Cuando el término saltó a la palestra a comienzos de los noventa, sin embargo, se empleaba para abarcar todos y cada uno de los tipos de variación de las normas y expectativas de género, de forma parecida a lo que significan en la actualidad los términos género queer, de género no conforme y no binario. En los últimos años, algunas personas han comenzado a emplear el término «transgénero» para hacer únicamente referencia a aquellas personas que se identifican con el género binario distinto al que se les asigno al nacer –que es el significado que «transexual» solía tener– y a usar otras palabras para personas que rehúyen del género que se les asignó al nacer sin necesidad de identificarse con otro género o que pretenden crear una cierta práctica de género nueva. Este libro suele privilegiar la versión de transgénero de la década de los noventa, empleando el término para designar el más amplio espectro imaginable de prácticas e identidades de género variante. También recurre a alternativas abreviadas como trans o trans* para reproducir ese sentido inclusivo y de amplitud puesto que las connotaciones contemporáneas de transgénero suelen ser más limitadas.
Travestido: Esta es otra palabra acuñada por el sexólogo alemán Magnus Hirschfeld. La empleaba para describir lo que denominaba como «necesidad erótica de disfrazarse», que era como entendía la motivación que llevaba a alguien a ponerse ropa generalmente asociada con un género social distinto al que le asignaron al nacer. Muchas personas consideran que el término es peyorativo y patologizante, pero para algunas todavía conserva una cualidad descriptiva neutra. Se emplea en este libro en su sentido histórico así como para hacer mención a personas que se aluden a sí mismas con dicho término. Para Hirschfeld, los travestidos eran uno de los muchos tipos distintos de «sexualidades intermedias», incluyendo a los homosexuales y personas intersexo, que ocupaban el centro del espectro entre el «macho puro» y la «hembra pura». Inicialmente, este término se empleaba en gran parte como se usaba el término «transgénero» en la década de los noventa y posteriormente, para reproducir el sentido de un amplio espectro de identidades y comportamientos de género variante. A lo largo del siglo pasado, no obstante, y considerando que nunca ha caído por completo en desgracia, el término travesti ha hecho referencia preferentemente a personas que llevan ropa atípica de su género pero que no emprenden ningún tipo de proceso de modificación corporal. Suele hacer alusión a hombres más que a mujeres y ahora suele llevar consigo la connotación estigmatizada de cambiar de ropa de manera fetichista en busca de placer erótico.
Religión y transgéneroMuchas tradiciones religiosas y espirituales contienen creencias sobre el cambio de género. Las prácticas chamánicas de algunas culturas incluyen chamanes que adoptan personalidades de otro género durante los rituales o la posesión de espíritus de un poder o deidad de distinto género; en ocasiones los chamanes pueden vivir socialmente en roles sociales especiales. Algunas religiones creen en la reencarnación y atribuyen la incongruencia de género presente a experiencias de vidas pasadas. Los textos clásicos rabínicos demuestran que el judaísmo reconocía en la antigüedad siete géneros distintos con distintas obligaciones religiosas, soc iales y legales. En el islam, la única mención a un género no normativo en el Corán tiene lugar en el verso 24:3, en un pasaje que afirma que las mujeres musulmanas pueden prescindir de las habituales normas de modestia en presencia de asistentes varones con apariencia y modos femeninos que no sienten deseo sexual por ellas. Pese a que el Hadith (una colección de relatos y proverbios atribuidos al profeta Mahoma según escritores posteriores) contiene contenido explícitamente transfóbico, muchos y muchas intérpretes feministas, queer y trans de la tradición islamista alegan que el Hadith incorpora perspectivas sociales patriarcales y heterosexistas que no se encuentran en el Corán de corte más tolerante, considerado de inspiración divina.La Biblia judeocristiana dice muchas cosas sobre la sexualidad y el género a las que ni siquiera los cristianos, cristianas y judíos y judías observantes prestan ya mucha atención; por ejemplo, que si una pareja casada mantiene relaciones durante el ciclo menstrual de la mujer, ambos cónyuges han de ser ejecutados (Levítico 18:19). Pero muchos de los que buscan una justificación religiosa a sus opiniones condenatorias todavía recurren al siguiente verso, Deuteronomio 22:5: «La mujer no se pondrá ropa de hombre, ni el hombre se pondrá ropa de mujer, porque el Señor tu Dios detesta a cualquiera que hace tal cosa.»Como investigadora religiosa transgénero, Virginia Ramey Mollenkott señala en Omnigénero, su premiada revisión de las actitudes religiosas hacia las divergencias de sexo y género, que muchos cristianos creen tener interés en mantener el sistema de género binario. Los últimos papas, incluyendo al actual Papa Francisco, han dirigido duras críticas contra la cirugía genital transexual, que consideran destructora de la capacidad reproductiva concedida por Dios, y contra lo que denominan «ideología de género», que promueve a su entender la creencia humanista secular falsa de que el género es un constructo social en lugar de una cualidad del cuerpo innata y otorgada de forma divina. Como aclara el libro de Mollenkott, sin embargo, muchas tradiciones religiosas, incluyendo muchas denominaciones y escuelas de pensamiento dentro del Cristianismo, se adhieren a perspectivas más tolerantes hacia las cuestiones transgénero. Una de las organizaciones que promueve la aceptación en lugar de la condena de la variación de género es el centro de estudios religiosos Center for Lesbian and Gay Studies in Religion y el sacerdocio de Pacific School of Religion, ubicados en Berkeley, California (clgs.org). |
Las cuestiones transgénero en el foco de atención
¿A qué se debe la obsesión actual con todo lo trans*, cuyo auge se remonta a comienzos de los noventa, cuando la variación de género parece ser una constante en las culturas de todos los tiempos y lugares del mundo? Aunque los medios de comunicación no han dejado de prestar atención a las cuestiones transgénero desde al menos la década de los cincuenta, las últimas dos décadas han presenciado sin lugar a dudas un incremento constante en la visibilidad transgénero, con una fuerte tendencia hacia una representación cada vez más positiva. Cuando se publicó la primera edición de este libro en 2008, la búsqueda en Google del término inglés transgender generaba 7,3 millones de resultados, y la búsqueda de la palabra transsexual producía 6,4 millones de resultados. En 2017 se obtienen 70,7 millones de resultados al teclear transgender, mientras que transsexual logra 56,8 millones –lo que supone un incremento diez veces mayor en menos de diez años. De nuevo en los cincuenta, Christine Jorgensen podía motivar una cobertura mediática de millones de palabras simplemente por ser transexual, mientras que ahora los medios contemporáneos se encuentran completamente saturados con continuas referencias y representaciones de la transexualidad y otros fenómenos transgénero –desde series premiadas como Transparent a las más innovadoras como Sense8 de las Wachowskis, pasando por programas de telerrealidad como I am Jazz– y por no hablar de la cobertura integral de la transición de género de Caitlyn Jenner o de las anunciadísimas portadas sobre cuestiones trans de algunos medios impresos de gran tirada como Time y National Geographic.
Han confluido muchas tendencias culturales, condiciones sociales y circunstancias históricas para que los temas trans estén en el candelero. Algunas personas creen que el número de personas transgénero está en aumento. Las personas que favorecen las teorías biológicas suelen apuntar a factores medioambientales, como la cantidad de sustancias químicas disruptoras endocrinas presentes en el agua, el suelo y la comida. Otros observadores y observadoras insisten en que el aumento de la visibilidad es solo un artefacto de la era de Internet –no se trataría realmente de un ascenso en la prevalencia, sino de una nueva forma para que personas anteriormente aisladas e invisibles en términos sociales puedan ponerse en contacto y difundir información sobre sí mimas. Otras personas apuntan a una evolución de los propios sistemas de género que parece reducir la división cis/trans a reliquia del siglo xx. La globalización conlleva un contacto cada vez más frecuente y amplio con personas de otras culturas, incluyendo a aquellas con experiencias distintas de género y sexualidad, lo que puede generar mayor familiaridad y comodidad con la variación de género.
La fascinación actual con las cuestiones transgénero podría tener también algo que ver con las nuevas ideas sobre la forma en la que funciona la representación en la era digital. En la era analógica se daba por hecho generalmente que cualquier representación (palabra, imagen, idea) designaba una entidad real, del mismo modo que una fotografía era una imagen producida por la luz que incide y rebota en los objetos físicos y genera un cambio químico en un trozo de papel, o la grabación de un sonido era una incisión en un trozo de vinilo generada por las ondas sonoras de un instrumento musical o de la voz de una persona. Exactamente del mismo modo se entendía comúnmente que el género social y psicológico de alguien indicaba el sexo biológico de dicha persona: el género se consideraba una representación del sexo físico. Pero una imagen o sonido digital es algo completamente distinto. No queda muy claro qué relación guarda con el mundo de los objetos físicos. No designa un objeto «real» de la misma manera, y puede ser de hecho una completa recreación píxel a píxel o bit a bit –pero una recreación que pese a todo existe como imagen o sonido tan real como cualquier otro. La representación transgénero funciona de forma similar. La imagen y el sonido de «hombre» y «mujer» son perfectamente comprensibles, independientemente de cómo se produzca e independientemente del material al que hagan referencia. Para la generación crecida en plena revolución digital de medios y telecomunicaciones durante el cambio de siglo, que se encuentra completamente inmersa en la cultura del videojuego y los efectos especiales cinematográficos generados por ordenador, el término transgénero solo tiene sentido de forma intuitiva como una forma de ser posible, incluso para personas que no se consideran transgénero. El «yo» ha dejado de representar el cuerpo biológico como lo solía hacer en el siglo pasado, y ser trans simplemente ha dejado de suponer el drama que solía suponer en muchos contextos.
Probablemente falte otra media docena de cosas en la ecuación. El final de la Guerra Fría a finales de los ochenta y principio de los noventa marcó el inicio de una era en la que se hizo imperativo político ir más allá de los binomios totalizadores Oriente-Occidente que moldearon la conciencia colectiva en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En la era geopolítica descentralizada y globalizada que sucedió a la Guerra Fría, el transgénero representaba un cambio similar en la medida en la que trascendía los binomios «hombre» y «mujer». En la década de los noventa, tan difícil de comprender ahora que estamos bien metidos en el siglo xxi, también existía la sensación de que el inminente giro de milenio nos transportaría inmediatamente al «futuro», en el que todo sería diferente, y en el que todas las personas tendríamos coches voladores como los Jetsons y radios de pulsera bifunción como la de Dick Tracy (cuando en la vida real habríamos de conducir coches robóticos con piloto automático y teléfonos inteligentes con videocámara). El concepto transgénero en los noventa se convirtió en una forma de imaginar el futuro, en el que las nuevas telecomunicaciones, la biotecnología y la ciencia médica prometían reinterpretar el significado de ser humano.
Pero la realidad, dejando completamente al margen fantasías de ciencia ficción, es que la tecnología está transformando sin duda las condiciones de la vida humana en la Tierra de forma drástica. Deténganse por un momento a reflexionar sobre algunos avances recientes (y no tan recientes) en biomedicina: la clonación, la fecundación in vitro, la cirugía intrauterina, los bancos de esperma y óvulos, las casas de gestación subrogada, la ingeniería genética, la terapia genética, los híbridos entre plantas y animales, el ADN artificial, los embriones humanos con más de dos progenitores genéticos. Conforme se siguen incorporando estos y otros avances biomédicos, encontramos cada vez más formas de separar el sexo (en el sentido de reproducción biológica) de la identidad de género propia o del rol social de género. Las cuestiones trans contemporáneas son una ventana a este nuevo y osado mundo.