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INGENIERÍA SOCIAL
ОглавлениеAlanna no disfrutaba el engañar a su mejor amigo. Incluso cuando no podía quitarse de encima la sensación de que él le estaba ocultando secretos.
Ella vio a Brayden de reojo desde el asiento del pasajero. Él permanecía con los labios apretados mientras conducía su Kia Soul a través de las calles de la US 1 mojadas por la lluvia. Debajo de sus gruesas rastas que caían sobre sus hombros, su tatuaje de un carácter chino era visible a través de su camiseta verde, Una concesión a la cuarta parte china por el lado de su padre.
Cuando se detuvieron para comer pollo en el Pollo Tropical de Bird Road, ella preguntó por qué nadie había visto ni oído nada de Javier la semana pasada. Los dos habían sido amigos muy unidos desde la infancia. Si alguien sabía la razón detrás de su desaparición, ese era Brayden. Pero éste negó saber algo y luego se pasó el resto de la comida mordiendo bocados de su sándwich de pollo en un silencio solemne.
Él no era ni siquiera la mitad de lo mentirosa que era ella. Cuando ella le insistió para que se detuviera en el apartamento de Javier, él aceptó su excusa por lo que parecía: quería saber si Javier estaba bien. Ella no reveló su motivo real para desviarse hacia el apartamento de Javier. Si Brayden estaba ocultando la verdad, ella también podía hacerlo.
Cuando giraron hacia Brickell Avenue, Alanna resistió la tentación de revisar su iPhone por enésima vez. Después del mensaje de texto de Javier de ayer apenas logró dormir la noche anterior. Brayden se estacionó frente a la torre de gran altura.
Mientras él tomaba su celular desechable para llamar a Javier, ella miraba el frio cristal exterior del edificio. “Mensaje de voz”, dijo con su fuerte acento jamaiquino.
“¿Ahora me crees? Algo no está bien. Estoy segura”.
“Estás exagerando”, dijo con el teléfono pegado al oído. “Me sorprende que durante todo el tiempo que han estado saliendo nunca lo hayas engañado – como lo haces con todo el mundo. Nos habríamos ahorrado el viaje”.
Ella le lanzó una mirad furiosa. Él le echaba más mierda que cualquier otro por las estafas que había cometido. No era que él estuviese libre de culpas. De acuerdo con Javier, él y sus amigos hackers activistas habían intervenido el sitio web del IRS. Él se llamaba a sí mismo un hacker con buenas intenciones (un hacker de sombrero blanco). El término significaba poco para ella. Su mundo era negro o blanco y no había nada en el medio. Ambos eran delincuentes. El que presentara su vida de la mejor manera, no lograría borrar el pasado. Para ninguno de ellos.
Después de dejar un mensaje diciendo que estaban afuera del edificio, pasó su mano derecha sobre el estómago de ella para abrirle la puerta. “Me voy a estacionar en la siguiente calle. No tardes demasiado”.
El traerlo aquí era para que ella no subiera sola al apartamento. “¿No vas a subir conmigo?”
“¿Por qué? Si no responde es porque no está allí o no quiere que lo molesten”.
“Ven conmigo, sólo tomará unos minutos”.
Sus rastras cayeron al inclinar la cabeza. “Tengo que hallar dónde estacionarme, además no veo por qué haces un problema de esto. Lo conoces. Probablemente está en modo de pirateo profundo trabajando por una recompensa por encontrar fallas en un programa de computación”.
Se frotó la nuca, En circunstancias normales Brayden tendría razón sobre la posibilidad de que Javier posiblemente estuviese atascado con su piratería ética, pero no ahora con el misterio que rodeaba su ausencia. Sus amigos de la universidad no habían sabido de él en días. Dijeron que no asistió a clases durante toda la semana. No era el tipo de persona que desaparecería en un momento. Si necesitaba salir de la ciudad por alguna emergencia, se lo habría dicho a alguien.
“¿No estás nada preocupado?”
Uff. Siempre ha tenido la cabeza bien puesta. Si estuviera robando gente descaradamente como tú, entonces me preocuparía”.
“Bien, espera en el auto”.
“No vayas a escabullirte en los apartamentos de las personas mayores para robarles el efectivo y las joyas”.
Alanna salió al calor sofocante aparentando no notar su ocurrencia. Su coche de color naranja continuó hasta la señal de alto. Después de verlo girar a la izquierda en la intersección, se dirigió hacia la puerta giratoria de la entrada. Ella no robaba el dinero de la gente, sólo sus datos personales. Identidad y registros financieros, números de tarjetas de crédito, identificación y contraseña y registros médicos. Esas piezas de información que significaban dólares.
Obtenía los datos de la misma manera en que intentaba pasar al guardia de seguridad que estaba sentado en medio del lobby – ingeniería social. Gente pirateando. Una de las muchas habilidades que su padre le había enseñado. Él no necesitaba usarlas dado que era un hacker de sombrero blanco, así que sólo le enseño lo básico. El resto lo aprendió por si misma cuando sobrevivía como una fugitiva solitaria en Miami
Mientras Alanna caminaba sobre el reluciente piso de mármol, el guardia permanecía encorvado detrás de la recepción. Se acercó lentamente hasta el lado del mostrador redondode la recepción y luego le echó una mirada. Sus ojos estaban pegados a un video de una protesta anarquista enviada a su teléfono inteligente. Ella vio su iPhone una vez más. No había mensajes nuevos.
Después de golpear sus dedos sobre el mostrador por varios segundos, se aclaró la garganta fuertemente. El veinteañero de apariencia nítida la miró embobado desde su silla de cuero de oficina. Se ajustó el cuello de su camisapolo blanca después de darle una rápida mirada. Por fin: una audiencia atenta.
“Quiero alquilar un apartamento tipo estudio. ¿Puedo hablar con alguien de la oficina de alquiler?
“¿Tiene una cita?”
“No, estaba viendo otros apartamentos en esta área y pensé que podía entrar a echar una mirada. ¿Está bien?”
Mientras intentaba una respuesta, ella sacó a relucir una bella sonrisa y luego batió sus pestañas. Él le devolvió la sonrisa, puso una hoja de papel y una pluma sobre el mostrador y le pidió que se registrara. Una vez que escribió “Alanna Blake” y la hora en la línea de arriba, el guardia se levantó de su silla y se dirigió hacia el ascensor.
Después de presionar la llave de seguridad contra un recuadro negro sobre la pared, presionó el botón para subir. Sus ojos se entrecerraron cuando miró hacia ella. Los brazos de ella se pusieron rígidos. ¿La había reconocido? Lo había visto detrás de la recepción en su última visita. Parecía que le había puesto poca atención cuando subía con Javier en la época en que estaban juntos.
Brevemente notó su mirada antes de volverse hacia el ascensor. Lo mejor para ella era que no reaccionara en extremo. Muchos tipos la miraban embobados o hacían comentarios acerca de la forma en que se veía. Había perdido la cuenta de cuantas veces la palabra exótica la describía. Era una forma educada de decir que no podían adivinar su origen étnico. Todas las veces que el tema había salido a flote, nadie había podido adivinar que era irlandesa – malasia a menos que ella lo dijera.
Sus cejas se levantaron mientras se dirigía de regreso a la recepción. “La oficina de alquiler está en el nivel superior, piso 12. Ve a la oficina cerca de la piscina. Ellos pueden responder cualquier pregunta”.
Dentro del ascensor presionó el botón para el piso doce y luego para el tres – el piso de Javier. Su pequeño truco hizo que lo lograra. ¿Nivel de dificultad en su escala de ingeniería social? Un dos. No se requirió mucha habilidad, sólo unas pocas mentiras y una sonrisa coqueta. La sangre de Alanna aún bombeaba con fuerza. En verdad prefería manipular las personas por teléfono o email, en vez de cara a cara.
Después de dirigir una breve mirada a su iPhone, lo guardó en su bolso de cuero negro. Desde la mañana de ayer había estado aferrada a la esperanza que Javier le respondería. Nunca respondió a sus mensajes de voz – ni de texto ni de email y todo debido a la rápida señal de alarma roja de un texto que le había enviado a su iPhone: “Alanna, estoy en problema. Ven a buscarme”.
No hubo más detalles. Su exagerada imaginación intentaba desesperadamente llenar los espacios en blanco. Mantuvo a Brayden al margen porque el texto estaba dirigido sólo a ella. Sin mencionar el hecho que se había quedado callado sobre cualquier cosa relacionada con Javier desde que la ruptura la había dejado sin ánimo de compartir. Cuando las puertas del ascensor se abrieron caminó ágilmente en dirección al apartamento.
El edificio estaba diseñado para ser de vanguardia – no para ser acogedor. Era mucho más agradable que sus aposentos en Olympia Heights pero endiabladamente más espeluznante. Antes de hoy nunca había estado sola en el pasillo. Estaba más consciente de los ecos de sus pasos rebotando desde el opaco piso de cerámica. Su sombra se deslizaba sobre las paredes de color beige. Con las luces del techo quemadas, las paredes parecían acercarse.
Al llegar a la puerta de Javier golpeó el blanco marco de metal con sus nudillos. No hubo respuesta. Tocó dos veces más antes de pegar su oído sobre la puerta. Silencio. Apoyó la frente sobre la fría superficie de la puerta. Durante seis semanas Alanna no había tenido la menor idea de que había hecho para alejar a Javier de su lado. Por qué, después de dos años él había roto su relación y luego cortó cualquier tipo de contacto con ella. No podía irse ahora.
Trató de mover el pomo de la puerta, pero estaba cerrada. Mientras sus dedos permanecían alrededor del frío bronce sus labios formaron una sonrisa de satisfacción. Uno de los grandes beneficios de haber escogido la ingeniería social como forma de vida, era la libertad de moverse a donde quisiera – tanto en línea como en el mundo real. Las puertas permanecían cerradas sólo porque ella lo permitía. Buscó en el bolsillo trasero de sus jeans su ganzúa y una llave de torsión. Era el momento para las respuestas.
Mientras se ponía la capucha gris oscura sobre su cabeza, presionó su torso contra la puerta. Miró hacia el pasillo al tiempo que introducía la ganzúa y la llave de torsión en la cerradura de la puerta. Su trasero estaba a sólo una llamada al 911 para tener una cita con el asiento trasero de una patrulla de la Policía de Miami. Años atrás le hizo una promesa a su padre. Dejar que la arrestaran rompería esa promesa y no tenían ninguna intención de permitir que eso pasara.
Se detuvo para sacudirse los flecos tejidos de rojo de sus ojos. La menor distracción la ponía nerviosa. El golpeteo en su pecho. La sensación de hormigueo desde la cabeza a los pies. Sus pensamientos sobre Javier inundaron su cerebro. Recordó las palabras de su padre: Cierra los ojos. Respira profundo. No prestes atención a lo que te rodea. Levanta las pestañas. Abre la cerradura.
Tenía seis años cuando le dio las herramientas de cerrajería y las instrucciones para usarlas. Tienta en el hueco de la cerradura con la ganzúa hasta que la parte puntiaguda toque el pin que la traba. Empuja la ganzúa hacia arriba hasta que el pin quede destrabado. Haz lo mismo con los pines restantes, luego gira el pomo de la puerta y di las palabras mágicas ábrete sésamo. Deslizó las herramientas en su bolsillo y se apresuró a entrar.
El apartamento estaba a oscuras. Las cortinas estaban cerradas. Alanna se detuvo en la entrada permitiendo que sus ojos se ajustaran a la oscuridad. Se quitó la capucha de la cabeza. El aire acondicionado había estado apagado durante algún tiempo. Tanteó la pared hasta que tocó una pieza plástica. Después de prender la luz se dirigió rápidamente hacia la lámpara parpadeante que estaba al lado del sofá gris.
La cocina y la sala estaban completamente desordenadas. Las gavetas y los gabinetes estaban abiertos. Ropa, papeles y libros estaban regados sobre el piso de madera. Tuvo la sensación que se hundía. Javier nunca dejaría su apartamento en esas condiciones. Apretó sus manos temblorosas cerrándolas en puños. No tenía idea de cuando ocurrió este desastre, Podía haber sido días o quizás minutos.
Sobre el piso de la cocina había un martillo entre las herramientas. Lo levantó del mosaico de linóleo. Sus dedos se cerraron sobre el mango de goma mientras se dirigía silenciosamente hacia la pared, luego se deslizó de regreso a lo largo de su superficie. En la puerta del dormitorio mantuvo la respiración para evitar hiperventilarse. Se detuvo un momento con los ojos cerrados antes de asomar su cabeza con el martillo en alto.
Más de la parafernalia de Javier estaba regada por el piso. Después de exhalar profundamente bajó la guardia y revisó toda el área alrededor de ella. Quienquiera que hubiese allanado el apartamento no tuvo reparos en destrozar cada pulgada del lugar. No quería descubrir de primera mano el daño que ellos pudieran infligir a quien se atravesase en su camino. Su corazón dio un salto. ¡El texto de Javier! La presencia de los intrusos debía haber sido el problema sobre el cual Javier le había advertido.
Encendió todas las luces mientras recorría cada rincón del apartamento. Los closets y el baño habían sido saqueados. El monitor del computador estaba boca abajo sobre la mesa. El computador portátil y el de escritorio habían desaparecido, no había sangre ni cadáveres. La vida le había enseñado a esperar lo peor. Estaba contenta que por una vez sus miedos no se habían hecho realidad. Al menos por el momento. No podría respirar tranquila hasta que supiera, sin ninguna duda, que Javier estaba a salvo y bien.
Javier no había dado ninguna señal de que hubiese problemas cuando hablaron por última vez hacía casi un mes. Estaba menos comunicativo que lo usual pero ella lo atribuyó al rompimiento entre ellos la semana anterior. Cuando le pidió una explicación, no le dio una respuesta directa. Lo volvió a llamar para que le dijera las razones de frente. Sus últimas palabras antes de colgar: “Necesitamos darnos un respiro”.
¿Rompió con ella porque su vida estaba en peligro? Unió sus manos alrededor de su nariz. La situación era locamente surrealista. Ella era la ciber delincuente. Javier era el hacker ético, la persona más decente que conocía. Se suponía que ella era la que tendría problemas, no él
Su iPhone sonó sacándola de su ofuscación. Era sólo un mensaje de texto. Probablemente era Brayden para saber de ella – o quizás era Javier. Sostuvo el martillo en su axila mientras se apresuraba a buscar su iPhone en su .bolso. Cuando puso la pantalla frente a sus ojos, el identificador de llamadas mostraba el celular de Javier.
El mensaje decía: “Necesito decirte mi secreto, Alanna, ven a buscarme”.
El martillo se deslizó hasta su codo mientras temblaba. Pensaba enviarle un texto a Javier preguntándole qué carajo estaba pasando – tan pronto como saliera del edificio. Devolvió el teléfono al bolso. Los intrusos podían volver pero estaba poco dispuesta a salir con las manos vacías. Le daría otra vuelta al apartamento para tratar de encontrar cualquier otra pista que pudiera dar con el paradero de Javier y luego se iría.
Un rápido registro de la sala resultó infructuoso. Hurgando en el desorden del dormitorio apenas pudo evitar pisar el marco de una fotografía. Alanna llevó el marco en forma de óvalo hasta su cara. Era una foto familiar de un larguirucho Javier con una sonrisa vacía parado al lado de sus padres y su hermanita. Pasó las puntas de sus dedos sobre su cara antes de colocar el marco sobre la cómoda blanca al lado de la cama.
Le dio al cuarto otra mirada general sin ninguna suerte. Nada en este desorden proporcionaba alguna ayuda. Cerró las piernas para detener el temblor. Era hora de irse. No es que supiera con certeza que la vida de Javier estaba en riesgo. Compartiría todo con Brayden, quizás entonces finalmente estaría dispuesto a hacer lo mismo con ella. Salió del dormitorio hasta la puerta del apartamento y apagó las luces antes de salir. Alanna se escabulló por el pasillo vacío, El ascensor más cercano estaba a varios pies de distancia cuando su agudo timbre la hizo detenerse. Un calvo, usando un traje oscuro con apariencia de profesional de la lucha libre, salió del ascensor. Al verla, dejó caer la quijada. Mientras la miraba lascivamente, ella resistió las ganas de retroceder.
Se tocó la cabeza mientras intentaba parecer amable y en control. ”Hola”.
Él le hizo señas con su mano derecha. “Detente ahí mismo. No te muevas”.
Sus músculos se pusieron rígidos. Su primer impulso fue obedecer su orden, pero su sentido común pesó más y entonces corrió en la dirección opuesta.
“¡Dije que no te movieras!” Gritó.
Al llegar al signo rojo de la salida, abrió la puerta rápidamente, se aferró a la barandilla y corrió escaleras abajo. Al cerrarse las puertas encima de ella cesaron el sonido de los fuertes pasos y los gritos desde el pasillo. Para cuando la persona que la perseguía entró a las escaleras, ella estaba llegando al último descanso. Al llegar a la planta baja, se lanzó hacia la puerta que tenía en frente.
Una ráfaga de aire húmedo le golpeó la cara cuando corrió hacia el estacionamiento. La entrada para los autos se encontraba en el extremo opuesto. Fue directo hacia la puerta de salida a su derecha, cuando giró el mango de la puerta, esta se movió apenas unas pocas pulgadas, algo la trancaba del otro lado.
Retrocedió algunos pasos para lanzarse fuertemente contra la puerta con sus hombros. Afuera, una rubia con cola de caballo, camisa de vestir blanca y pantalones oscuros trataba de recuperar el equilibrio. La mujer la miró como si ella estuviera tratando de atacarla también. Alanna tenía que actuar rápido antes que el calvo la alcanzara.
Cola de caballo estaba boquiabierta cuando ella estiró su brazo derecho “Ni siquiera lo pienses”. Demasiado tarde.
Alanna se le fue encima, lanzándola a la grama. Mientras corría hacia la vereda de concreto contigua, la mujer gritaba en frustración. Alanna siguió la hilera de palmeras frente a la marina a la izquierda del frente del edificio. En esta sección de Brickell rascacielos y concreto se encontraban frente a la bahía. Había poco tránsito en la calle y no había gente en la acera.
Estaba a campo abierto. El Kia de Brayden estaba a una cuadra de donde ella estaba, giró a la derecha en la esquina corriendo a toda velocidad con una sonrisa en los labios. La adrenalina la golpeaba como una droga. En la intersección su cabeza giró hacia el otro lado de la calle. Una van azul aceleraba por la calle unas pocas cuadra más adelante.
La calle donde Brayden se había estacionado apareció frente a ella. Si corría hacia su carro podían salir de allí en un minuto, pero no podía hacerlo. Suponía que quienes la perseguían eran policías o agentes federales; de ninguna manera lo iba a arrastrar hasta su desastre. Miró hacia adelante y siguió corriendo en la misma dirección.
Cuando Alanna volteó hacia atrás, vio al calvo que corría frente a la Cola de caballo. Necesitaba un lugar donde esconderse. En la calle siguiente, un estacionamiento vacío y un restaurante cerrado estaban a su derecha, y a su izquierda un rascacielos y una calle ciega, más adelante habían más calles. Corrió hacia el estacionamiento esperando poder esconderse detrás del restaurante.
Después de rodear la esquina se detuvo para secarse el sudor de la frente. Al lado estaba una pared blanca de madera demasiada alta para treparla, al otro lado había grandes árboles y un edificio de oficinas de ladrillos marrones. Tiró sus ganzúas en el árbol más cercano a ella, era la evidencia de su irrupción en el apartamento que podía ser usada para incriminarla. Una vez que sus preciosos recuerdos desaparecieron entre las hojas, apretó los dientes y continuó su escape.
Cortó a través del asfalto del estacionamiento. El sonido de las pisadas se acercaba. Estaba a medio camino del restaurante cuando comenzó a perder el aliento, sus pulmones, que le quemaban la forzaron a disminuir el paso. Poco después fue arrastrada por dos poderosos brazos que la tomaron por la cintura. Su cuerpo fue lanzado con fuerza contra el suelo del estacionamiento.
Todo su lado izquierdo latía con dolor. El pavimento le raspaba la mejilla a medida que jadeaba buscando aire. Su atacante se paró ante ella. Sus costillas golpeadas y su pierna y el codo raspados la hacían contraerse de dolor mientras trataba de levantarse, al girar su cabeza hacia arriba el calvo le clavó la rodilla en la espalda, Colapsó bajo la fuerza bruta.
Después de yacer boca abajo y quejándose en voz alta por un corto tiempo, se levantó una vez más. Su peso la empujó hacia abajo hasta que su cuerpo quedó extendido. Gente gritó detrás de ella. Toda su esperanza desapareció cuando vio a la Cola de caballo y dos tipos más corriendo hacia ella. El mundo entero se le vino encima.
“¡Quítenseme de encima, maldición!” Gritó.
Un dolor agudo atravesó la cuenca de su hombro izquierdo cuando su brazo fue forzado detrás de su espalda. Un aro de metal le sujetó la muñeca y luego hizo lo mismo con su brazo izquierdo. Luchó hasta que no pudo soportar las esposas hundiéndose en su piel. La sangre le latía en la cabeza. Cerró los ojos para bloquear la agonía y los gritos de sus captores. Lo siento papá. Te decepcioné – de nuevo.