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Capítulo 2

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Algunas mañanas a Phoebe Smalls Napier le resultaba muy difícil mantener a los niños en movimiento para poder sacarlos a todos de forma segura y así ella poder llegar a tiempo a su turno como cajera en Mackie’s.

Cuando Phoebe y Billy se casaron, Billy intentó que ella dejara el trabajo de cajera, ya que, como comisario, Billy ganaba el dinero suficiente para mantener a la familia alimentada, vestida y con una casa donde vivir. Además, su actividad paralela de criar Boston Terriers le daba dinero extra, es decir, era más que suficiente para mantener a la familia.

No obstante, Phoebe se negó a dejar el trabajo y le explicó a Billy que no se trataba de dinero.

–Bill, trabajar me mantiene sana y cuerda. Si no tuviera ese trabajo, ¿qué haría conmigo misma todos los días que tú estás en el trabajo y los niños en la escuela?  Tendría todas esas horas libres… y una alcohólica en recuperación no necesita tiempo para estar a solas con sus pensamientos. Muy a menudo, eso es lo que hace volver a beber alcohol.

Abrazó a su marido.

–Así que, en lugar de caer en tentación, trabajaré en Mackie's. Esto me mantendrá con los pies en la tierra y estaré en la ciudad por si alguna vez me necesitas.

Billy estuvo de acuerdo con ella, pero de mala gana.

A pesar de esto, Billy ya había hablado con Martin Mackie, el nieto del fundador del local, para pedirle que Phoebe no trabara los fines de semana y solo tuviera turnos de día. Martín había aceptado y todos estaban felices. Aunque en una mañana de un día de la semana todo se volvió la ley de la selva y, cuando eso ocurrió, nadie más estuvo feliz.

– ¡Pam!  ¡Cuelga el teléfono y ayúdame con los pequeños! ― Phoebe estaba intentando cocinarle un par de huevos a Mary.

Pamela, la hija mayor de Phoebe, estaba en el último año de escuela secundaria en Perry. Su cabello era castaño y tenía algunos reflejos rubios, sus ojos eran azules, casi como el hielo azul y sus labios no eran ni tan gruesos ni tan delgados. Era una joven muy bonita a sus 18 años y el parecido entre Pamela y su hermana Mary era sorprendente. Era casi como si Mary fuera un mini Pamela y ya mucha gente se los había comentado.

Mary era la segunda hermana y tenía 13 años, Catherine era la tercera hermana y tenía 10 años y también se parecía a su madre y a sus otras hermanas, aunque se notaban algunas diferencias en sus rasgos, lo que hacía pensar que tenía un padre diferente.

Por último, Derek tenía tan solo 8 años y se parecía un poco a su madre y su hermana Catherine.

Catherine y Derek llamaban “Papi” a un hombre que había sido la pareja de Phoebe en ese entonces, su nombre era John Clark y era el líder de un laboratorio de metanfetaminas. John había estado en este laboratorio al otro lado de la ciudad y había probado algunos de los productos que él y su hermano acababan de cocinar. Estas sustancias habían resultado demasiado fuertes, de modo que ambos hermanos murieron casi instantáneamente de una sobredosis o eso se rumoreaba.

Billy no había dirigido la investigación esa vez, ya que se encontraba de vacaciones. Por lo tanto, el fallecimiento de los dos había quedado a disposición de la jurisdicción de la ciudad, es decir, Godfrey Malcolm estaba a cargo del caso.

De todas formas, sus muertes se podrían deber a cualquier cosa.

Las dos niñas mayores no sabían quiénes eran sus padres y Phoebe tampoco lo sabía, puesto que cuando las concibió se había desmayado por beber demasiado…o por ingerir muchos “ludes”, una droga recreativa, o a causa de cualquier otra sustancia. Por esta razón, no podía recordar y en realidad tampoco era algo muy importante. En el caso de Pam, la concibió cuando se encontraba en su último año de secundaria y a pesar de las diarias y acaloradas discusiones con su madre, Phoebe ganó cada una de ellas y se quedó con su bebé.

En el caso de Mary, la concibió cinco años después.

Los dos embarazos habían ocurrido de manera idéntica y, aunque una tenía 5 años más, sus cumpleaños solo tenían algunos días de diferencia.

Además, Mary había heredado la magia.

Por un lado, se encontraba Mary que cuando estaba con Carol Grace Montgomery poseía una magia poderosa.

Por otro lado, se encontraba Pam que no tenía absolutamente nada de magia o al menos eso era lo que Phoebe sabía.

A veces, cuando Phoebe pensaba en ello detenidamente, le parecía que las dos concepciones habían sido demasiado parecidas con solo cinco años de diferencia, algo así como si Mary fuera una segunda copia o como si la hubieran rebobinado.

Si eso fuera cierto, significaría que alguien… o algo… la había violado dos veces para intentar crear a niños mágicamente superdotados.

Eso indicaba que por alguna razón la eligieron para ser el recipiente de una niña mágica.

Pensar en ello la había asustado hasta la médula, pero tenía otros dos miedos que la asustaban aún más. Uno de ellos era tener que dejar a los cuatro niños en el autobús escolar y el otro el Descuartizador de Sardis.

Billy no le había contado mucho a Phoebe sobre los asesinatos y si bien ella sabía que él no quería preocuparla, la gente comenzaba a comentar.

Además, era común que las especulaciones se desataran en los pueblos pequeños y ella trabajaba en el centro de los chismes. Su cargo como cajera en Mackie's le permitía escuchar todo tipo de cosas.

Algunos decían que el asesino era el viejo Ricky Jackson, el hombre que llevaba algún tiempo desaparecido y cuya casa se había quemado. Otros mencionaban que era Margo Sardis, lo que claramente Phoebe sabía que no era cierto y, el resto, rumoreaba que se podría tratar de demonios, lo que en este caso sí lo consideraba como una posibilidad.

La persona o cosa que fuera el asesino tenía a Phoebe muy asustada. Temía por sus hijos, temía por Billy y Alan y temía por todos los que vivían en el condado de Sardis.

–Mamá, tengo que trabajar esta noche desde las cinco hasta las nueve.

Pam trabajaba en la tienda Big box, la cual no tenía clientes en el condado de Sardis o, mejor dicho, del condado de Sardis. Al menos, los visitantes del condado compraban allí con frecuencia, principalmente para cambiar su rutina, ya que en sus lugares de residencia compraban en las tiendas cuyos nombres terminan con “mart”.

A pesar de que la tienda Big box rebajaba todo, desde los comestibles hasta la ferretería y los neumáticos con precios mucho más bajos que sus competidores locales, no podían atraer a sus propios lugareños. Los trabajadores de la tienda pasaban el tiempo limpiando el polvo y empujando las cosas de un lado a otro, así que a nadie le molestaría realmente trabajar ahí. De hecho, cualquiera estaría feliz de tomar su salario por hacer prácticamente nada****

–Le diré a Billy que te pase a buscar a las nueve— dijo Phoebe, mientras colocaba los huevos de Mary en un plato.

–Le puedo decir a Jeff que me traiga a casa.

–Me sentiré mejor si Billy lo hace, cariño. No significa que piense mal de Jeff, pero hasta que Billy no atrape a este asesino, prefiero que lo esperes.

Phoebe miró a su hija mayor.

–Complazca a esta pobre anciana, por favor.

Pam sonrió.

–Está bien, mamá. Dile a Billy que lo estaré esperando al frente a las nueve.

Mary se llevó un gran pedazo de huevo a la boca y dijo: —Y no olvides que voy a ir a casa de Carol Grace esta tarde después de la escuela, la tía Margo no va a enseñar más lecciones.

–No hables con la boca llena Mary. Llámame cuando llegues, ¿de acuerdo?  Y dile a Katie que haremos algo este fin de semana.

–Sí, señora.

–¿Mamá? – dijo Derek.

–¿Sí, bebé?

–¿Catherine y yo iremos a casa de la abuela después de la escuela?

–Sí, muchachito, van a ir.

Pam le dio un codazo a los dos pequeños que terminaban de comer.

– ¡Vamos, mocosos! Salgamos y esperemos el autobús.

Mary se metió el último pedazo de sus huevos en la boca y dijo:

–¡Oigan! ¡Espérenme!

–Tengan cuidado— les dijo Phoebe.

–¡Los amo!  ¡Mary, no hables con la boca llena!

Phoebe la descubrió hablando con la boca llena frente a la puerta principal que se encontraba cerrada. Los niños ya se habían ido.

Tuvo una sensación de recelo en su mente mientras se freía un huevo para tomar desayuno. Comió en silencio y cuando terminó, puso su plato en el fregadero, recogió su bolso, sus llaves y se fue a trabajar.


MIENTRAS ALAN CONDUCÍA por su camino hacia la Universidad Comunitaria de Perry, pasó por lo que parecía ser una enorme obra en construcción. Observó varios equipos de movimiento de tierra, tales como excavadoras, grúas, volquetes y también a algunos hombres con cascos de seguridad que se encontraban en el sitio de ocho hectáreas. Parecía como si estuvieran cavando un enorme orificio en el suelo o como si ya lo hubieran finalizado. No podía distinguirlo con claridad debido a que se encontraba conduciendo.

«Interesante. Esto es nuevo. Pasé por aquí hace tres días y no había nada más que un campo allí. Me pregunto qué será …».

Hizo una nota mental para preguntarle a Billy más tarde.  Tal vez el comisario sabría algo al respecto.

Sea lo que sea, parecía ocupar una enorme superficie del campo y dado que había algunos árboles situados a lo largo de la carretera, el lugar de trabajo solo era visible desde una pequeña zona, la cual se utilizaba como entrada y salida del campo.

A medida que Alan se alejaba, volvió a pensar en los asesinatos.

«Tenemos que capturarlo. Espero que no sea una amenaza para ninguno de nosotros esta vez, no quiero que se repita la noche en que Moses Turley irrumpió en la granja. No sé qué poder poseen las chicas o si el poder las posee a ellas, pero no quiero arriesgarme a desatarlo de nuevo».


CLIFF ANDERSON, TODOS los días abría su oficina de bienes raíces puntualmente a las ocho de la mañana y hoy no era la excepción.

Él poseía y administraba la empresa Subastas Inmobiliarias Anderson (¡La MEJOR del condado de Sardis!) exponía el cartel que resaltaba sobre la puerta. Asimismo, dirigía a su personal de diez personas que, a excepción de su secretaria, ninguno llegaba antes de las nueve. Cliff disfrutaba del tiempo a solas por las mañanas y le gustaba realizar acuerdos con los compradores de propiedades madrugadores que a veces llegaban antes de las nueve.

Arlene Looper, su secretaria, trabajaba con él desde hace quince años y era muy buena en su trabajo. Ella llegaba antes de las ocho de la mañana para preparar el café y organizar su día.

Cliff vigilaba de cerca las piernas de Arlene. Tenía unas piernas armoniosas y soñaba con un día tenerlas enrolladas alrededor de su cintura. De vez en cuando, le echaba un vistazo a su busto, pero su mayor sueño era tener sus piernas alrededor de su cintura. Había soñado con eso cada día que Arlene asistía al trabajo, pero solo había una cosa que le había impedido perseguir ese sueño y no era precisamente el miedo a recibir una denuncia por acoso sexual o por comportarse de una manera totalmente inaceptable en el lugar de trabajo.

Arlene vivía en London, un pueblo que se localizaba más al sur del condado de Sardis.

Cliff le tenía un miedo terrible a Londres y no había nada que pudiera hacer para poner un pie en el lugar. Algo en ese pueblo de los agujeros en la carretera le asustaba muchísimo. Podía sentir cómo su respiración se aceleraba al acercarse al pequeño pueblo y se le ponía la piel de gallina. Una vez que pasaba la señalización de los límites de la ciudad sus pelos se elevaban y comenzaba a sudar abundantemente, un sudor maloliente provocado por el nerviosismo. Cliff finalmente se había dado cuenta de que nunca más iría a Londres por voluntad propia, sin importar lo que pasara, así que cualquier acuerdo de propiedad inmobiliaria que tuviera que realizar en Londres se lo delegaría a alguno de sus empleados.

El hecho de ir a Londres a buscar a Arlene para una cita o para después ir dejarla a su casa no era una idea para nada entretenida en la cabeza de Cliff.

No había ninguna señal de que Arlene supiera sobre el deseo que su jefe sentía.

Sin embargo …

algunas veces cuando él no la observaba, ella sí lo hacía con una gran sonrisa, como si se divirtiera … o lo considerara su presa.

Aparecía un brillo amarillento en su iris… un brillo amarillento como el de un animal.

Esta mañana, antes de que Cliff se sentara en su escritorio para realizar su ritual de miradas y perderse en el tiempo observando la manera sigilosa con la que caminaba Arlene, el timbre de la puerta principal sonó y una cliente entró.

La chica era bajita, rubia, bonita y tenía algunas pecas en el puente de su nariz que asemejaban a un ligero puñado de polvo.

Cliff se dio vuelta desde donde se encontraba la cafetera y con una sonrisa en su rostro se dirigió a la mujer.

–¡Buenos días!, me llamo Cliff Anderson. ¿En qué la puedo ayudar?

Cliff esperaba que la joven preguntara por el alquiler de un departamento o quizás una casa poco costosa que pudiera alquilar por un par de semanas. Nunca la había visto antes, así que creía que era una empleada de la tienda Big box.

Cuando ella le dijo lo que estaba buscando, la curiosidad de Cliff se disparó.

–Hola.  Estoy buscando una granja que tenga al menos 40 hectáreas de pasto, una gran casa y un granero. Muy pronto enviaré un ganado desde la ciudad de Carson, Nevada, así que necesito un hogar para ellos. Pagaré en efectivo, si eso ayuda a acelerar el proceso

Por su bien, Cliff evitó que su barbilla se le cayera hasta el piso.


—ESTO ES MUY GRAVE—DIJO Alan.

Intentaba mantener el desayuno en su estómago mientras inspeccionaba la escena del crimen.

Billy asintió.

–¿Alguna vez viste algo tan terrible en la ciudad?

Alan pensó un instante y luego afirmó con su cabeza.

–Una vez ayudé a limpiar una granja que había ocupado Esteban Fernández. A pesar de que esta se había quemado, encontraron dos cuerpos que pertenecían a los agentes de la Administración para el Control de Drogas. Los habían hecho picadillos. Pensamos que Fernández los había asesinado, así que los federales tuvieron que tomar medidas drásticas. La escena era bastante terrorífica.

No se había removido nada. Billy quería que Alan examinara toda la evidencia en el momento y no solo con las fotos, puesto que creía que había algo que estaban pasando por alto.

Alan respiró profundamente tres veces para poder calmarse. Comenzó a estudiar todo lo relacionado con la escena y, de forma metódica, analizó todo antes de moverse.  Cuando se sintió preparado, se colocó unos cobertores desechables de papel en los zapatos para no contaminar ninguna prueba microscópica. Poco a poco se acercó a los restos de la joven. Estudió la posición de cada órgano y cómo sus intestinos dibujaban la forma del corazón de San Valentín. Se detuvo para estudiarlo cuidadosamente y luego regresó para hablar con Billy.

–No hay ninguna ruptura en los intestinos. ¿Te diste cuenta?

Billy sacudió la cabeza.

–No.

–Mira.

Alan señaló la parte de los intestinos.

–Aquí es donde el intestino se desconectó del estómago.

Apuntó a la parte del intestino que estaba junto a la primera parte.

–Y esta es la parte que se separó del intestino—miró al forense.

–¿Tengo razón?

El forense asintió.

–Entonces, no hubo ningún desgarro. No hay ninguna separación ni tampoco hay torsión.

Billy estaba confundido.

–¿Entonces?

Alan lo miró.

–Significa que quien hizo esto sacó los intestinos paso a paso y dibujó el corazón a medida que avanzaban. Los intestinos no se enredaron ni se rasgaron o cortaron. Esto requirió una gran concentración o suerte, además de tiempo.  Incluso las dos mitades del corazón son idénticas, lo que debe haber sido bastante difícil de realizar.

–¿Qué piensas del patrón de los órganos?

Alan los había estudiado durante cierto tiempo.

Movió la cabeza.

–No tengo ni idea, Billy.

–Bien, ¿quién demonios decidió no llamarme en un maldito caso de asesinato? —gritó una voz desde la puerta.

Tanto Billy como Alan se voltearon para quien acababa de llegar.

Era Godfrey Malcolm, el jefe de policía de Perry.

–¡Alto ahí, idiota!  ¡Si te vas a acercar ponte un cobertor de papel en las botas!

–¿Para qué carajo? —gritó Malcolm.

–¡Para que no contamines la escena del crimen! ¿Cómo conseguiste este trabajo? ¿Chupándosela a los miembros del Consejo Municipal?

Malcolm miró al comisario, pero no dijo nada. Sus ojos estaban muy enrojecidos y su nariz era de un rojo brillante por beber alcohol tan a menudo.

Malcolm se apoyó borracho en el marco de la puerta y apenas mantenía el equilibrio para colocarse los cobertores de papel, pero, finalmente cuando lo consiguió, entró al lugar.

Cuando el jefe de policía vio la escena del crimen vomitó todo el suelo.

Soy Tu Hombre Del Saco

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