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Capítulo 3

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—¿Crees que después de esto el Consejo Municipal lo despida?

Alan se sentó en la oficina de Billy mientras le hacía la pregunta.

–¡Por dios, seguro que sí, eso espero!

Luego de que Malcolm vomitara en la escena del crimen, Billy lo arrestó por el cargo de ebriedad en público, de modo que lo hizo pasar por todo el procedimiento de arresto. Inclusive lo hizo pasar por el registro de cavidad corporal… en caso de que Malcolm estuviera involucrado en algún contrabando de drogas, por supuesto.

El hombre, por su parte, estaba arrepentido, ya que sabía que había arruinado la escena del crimen… Bueno, lo estaba hasta que llegó el momento de registro de cavidad.

–¡Nadie me va a meter una cosa en el culo! – gritó Malcolm.

Varios ayudantes sostuvieron al enfadado Jefe de Policía y el encargado pudo llevar a cabo el examen con gran entusiasmo.

Posteriormente, el comisario ordenó que lo encerraran en una celda privada.

Billy le dijo: —¡Más vale que te alegres de que te ponga en una celda privada en vez de en una llena de gente!  ¡Ahora, cállate y acuéstate en el catre!

Un Godfrey Malcolm manso y sumiso se sentó en el catre de la celda.

–¿Cuánto tiempo planeas dejarlo ahí, Billy?

Alan estaba sonriendo.

–¡Diez años!

Billy estaba furioso.

Alan se reía a carcajadas.

Billy miró a su viejo amigo y también empezó a reírse.

–Ay, mierda, probablemente solo veinticuatro horas, pero sí o sí presentaré cargos. Su nivel de alcohol en la sangre era de 0, 12 y eso en cualquier ciudad significa estar borracho.


—KATIE, QUIERO QUE TÚ y yo intentemos contactar con algunas… otras inteligencias.  Necesitamos saber si se trata de un asesino sobrenatural o humano.

Margo Sardis estaba sentada en la mesa de la cocina de Kate. Su bastón con punta de plata estaba apoyado firmemente entre sus piernas anchas y sus manos arrugadas reposaban encima de este.

Mientras Katie colocaba un pastel de fresa en el horno, observó a su tía.

Margo Sardis era la tía abuela de Katie Ballantine Blake y la hermana de Margo había sido la tatarabuela de Katie. Esto convertía a Katie en una Sardis… y, por ende, en una bruja, al igual que su hija Carol Grace. La mujer había descubierto este hecho recientemente y la anciana estaba encantada de compartir por fin su conocimiento con los miembros de la familia que le darían un buen uso a la magia.

–Las brujas no son ni buenas ni malas—le había dicho Margo una vez.

–Conozco a Dios y también a su némesis. Soy sencillamente… una bruja. Ni más ni menos. Las brujas se basan en sus personalidades… como todos los demás.

Cuando Margo dijo que necesitaban contactar con otras "inteligencias", Katie no estaba segura si se refería a buenas… o malas.

–¿Qué otras inteligencias, tía?

La boca de Margo se convirtió en una línea sombría.

–Ambas, buenas y malas.

Katie se volteó para mirar a Margo.

–Está segura?

Margó asintió con la cabeza.

–Y puede que tengamos que preguntarles… a ellas.

Katie parecía sorprendida.

–¿Está segura de que deberíamos?

–Solo si es estrictamente necesario. No quiero despertar a esa cosa particular a menos que debamos hacerlo, así que sigue siendo una posibilidad, Katie.

Margo movió su cabeza con un gesto de desagrado.

–Si tan solo no le hubiera dado a Ricky Jackson lo que había pedido… Si tan solo le hubiera dado lo que yo sabía que quería en realidad. De ese modo, la puerta al infierno nunca se hubiera abierto.

Katie se aproximó a la mesa y se sentó. Colocó una taza de café en frente de cada uno de ellos.

–No me dijiste que las cosas del infierno a menudo se dirigen a nuestro plano de existencia?  ¿No hubieran llegado acá de todas maneras?

Margo sacudió la cabeza.

–Sí, querida sobrina, lo hacen, pero no en tal cantidad.  ¡Todavía no puedo creer que deje que el orgullo me cegara tanto!

Katie le dio una palmadita a la mano de la anciana.

–Tía, ya es agua bajo el puente. No hay nada que podamos hacer ahora.

Margo tenía una expresión de enojo y desagrado.

–Eso supongo.

Las dos mujeres se sentaron en silencio por un momento mientras bebían su café.

Con una ligera y ansiosa voz, Katie preguntó: —¿Tía, ¿qué necesito para que el hechizo llame a otras inteligencias?

Margó sonrió y le explicó.


PHOEBE YA LLEVABA TRABAJANDO una hora en su turno en Mackie's.

Los clientes eran pocos y no entraban con mucha frecuencia en esta mañana de día de la semana. Las cosas mejorarían más tarde, entretanto Phoebe había aprovechado ese tiempo para quitar el polvo de las cajas registradoras, almacenar las bolsas de compra y rellenar los estantes cerca de las líneas de pago.

Phoebe estaba tan inmersa en sus pensamientos mientras llenaba los estantes de dulces que el cliente que se acercaba a ella no llamaba su atención hasta que le hablaban en voz alta.

Sorprendida, Phoebe se dio la vuelta para ver a Tom Selleck en la fila de su caja.

–¡Oh, lo siento!  ¡Me perdí en mis pensamientos y no te vi! – decía Phoebe mientras se apresuraba a su caja.

El hombre le sonrió generosamente con unos dientes que brillaban como cien vatios por lo blancos. Phoebe incluso pensó que había visto un destello de luz reflejado en ellos.

–No hay problema, no tengo prisa.

Comenzó a registrar sus compras.

–No te he visto antes acá o pasando por estos lugares.

El hombre sonrió.

–No, pero estoy planeando quedarme por un tiempo. De hecho, estoy buscando una casa de precio razonable que pueda comprar.

Phoebe, que continuaba registrando las compras dijo: —¡Oh, puedo ayudarte! Tenemos un asesor en la ciudad que dirige la Inmobiliaria Anderson. Está a un par de cuadras al este de la Plaza del Juzgado.

El hombre asintió.

–Gracias, quizás uno de los míos está allá ahora.

Phoebe les echó un vistazo a los números que de la pantalla.

–El total es 57,32 dólares, señor.

El hombre le dio tres billetes de 20 dólares y Phoebe contó el cambio. Cuando le entregó su cambio le dijo al hombre: —Gracias, señor. Espero que nos veamos pronto en Mackie's.

–Seguro que sí.  ¡Gracias de nuevo! – el hombre recogió sus bolsas con una mano y con la otra se despidió.

Phoebe se preguntaba a sí misma quién sería ese hombre.


—¿LO TRAJISTE?

Mary Smalls casi saltaba de un lado a otro de la emoción.

Carol Grace Montgomery, que pronto sería Carol Grace Blake, asintió con la cabeza.

–Lo traje

–¡Ooooh, déjame ver!

Las chicas estaban en clases en la Escuela Secundaria de Perry. Ambas eran estudiantes de noveno grado y tenían trece años.

–No lo sé, Mary. Tal vez deberíamos esperar hasta el almuerzo.

–¡Oh, vamos, Carol Grace! – Mary casi se retorcía las manos de la emoción

Carol Grace pareció considerarlo y, entonces, se encogió de hombros.

–¿Por qué no?  Probablemente no funciona de todos modos.

La joven adolescente metió la mano en su mochila que contenía libros y cuando la retiró, sacó un pequeño palo como del largo y el grosor de un palillo de tambor. Sin embargo, se parecía más a una clavija de madera que a un palillo, ya que ambos extremos eran lisos.

Mary miró el palo, casi como si la hubieran decepcionado.

–¿Eso es todo?

Carol Grace asintió.

–¿Esa es la varita que te dio tu tía Margo?

–Eso es todo.

–¿Puedo sostenerlo?

Carol le entregó la varita a Mary.

Los ojos de Mary se agrandaron al sentir un fuerte cosquilleo en sus manos y brazos.

–¡Wow!  Esta cosa es capaz de dar una paliza, ¿no?

–Lo hace. Me asustó la primera vez que lo sostuve, pero la tía Margo dijo que reacciona a la magia dentro de ti.  Dijo que es casi como una descarga eléctrica.

Mary asintió vigorosamente.

–¡Eso es lo que pensé al principio!  ¡Sentí como si hubiera agarrado una cerca eléctrica!

Le daba vueltas a la varita mientras la observaba. Luego miró a Carol Grace y preguntó: —¿Qué deberíamos hacer con ella?

Miró a su amiga de forma exasperada.

–¡Nada! ¡Ay, Mary, nos vas a meter en problemas!

Mary sonrió astutamente.

–No tendríamos que hacer nada muy notorio… solo algo pequeño para ver si funciona.

Carol sacudió la cabeza.

–No, Mary, ¿recuerdas lo que pasó la última vez que usé magia en la escuela?

–Sí, pero no sabías que tenías magia en ese momento.

–No importa. Me sentí mal en ese entonces y me sentiré mal yendo en contra de lo que la tía nos dijo que hiciéramos.

Mary cruzó sus brazos, todavía sujetando la varita. Mientras lo hacía, envió un deseo sin que Carol Grace se diera cuenta.

Mary dijo en voz alta: —¡Eres irritante, Carol Grace! Abrió sus brazos y le devolvió la varita a Carol Grace.

La chica la guardó en su mochila.

–Lo sé… esa es la forma en que me hicieron, supongo.

Me pregunto si le di a Pam algún poder con ese deseo, pensó Mary para sí misma.

Las chicas se fueron a clases charlando todo el camino.


BILLY Y ALAN ACABABAN de sentarse en una mesa del restaurante Ethel’s. Billy levantó la vista justo cuando se sentaron y saludó a William Lewis, el agente literario residente de Perry.

«El hombre parece atormentado», «Como si no hubiera un mañana».

Ethel Hess, la dueña del restaurante, era una mujer arrugada y alegre de unos setenta años. A pesar de su edad podía servir una hilera de mesas más rápido que alguien con cincuenta años menos. Ahora se acercaba a su mesa. Colocó un vaso de agua helada y una servilleta enrollada con cubiertos delante de ambos hombres.

–¡Hola, Ethel! —dijo Billy.

–Recuerdas al inspector, ¿verdad?

Ethel cambió sus gafas para poder ver mejor a Alan.

–Hmmm… ¿no eras tú el mariscal de campo cuando Billy jugaba al fútbol?

Alan sonrió.  —Sí, dama.

Ethel sonrió y apuntó a Alan.

–Eres Alan Blake, solías venir aquí a veces con una chica… no recuerdo su nombre, pero te casaste con Katie Ballantine, ¿cierto?  ¿En la granja de Junior?

Alan asintió.

–Buena mujer, Alan.  Debes de ser un buen hombre para haber cautivado el corazón de esa persona.

Intento serlo, dama.

Ethel sonrió.

–¿Qué puedo ofrecerles, caballeros?

Los hombres pidieron hamburguesas y porciones de papas fritas y Ethel se dirigió rápidamente a la cocina para encargar el pedido.

–Billy, seré honesto. Estos asesinatos me asustan y mucho.

Billy respiró profundamente.

–A mí también Alan.

Tomó un sorbo de agua.

–Sin embargo, no podemos dejar que nadie más sepa que estamos asustados.

La puerta de la cafetería se abrió y Billy le echó un vistazo al recién llegado. Era un joven con un traje de etiqueta y sus ojos recorrieron de manera breve la sala. Billy tenía la impresión de que el joven no se había perdido ni un solo detalle.

De repente, Billy tuvo una visión.

–Alan, ¿por qué crees que estaban los federales en Perry?

El hombre del traje se dirigió hacia ellos.

–¿Federales? – preguntó Alan.

–¿Aquí?

El hombre introdujo la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una pequeña billetera de cuero.

–¿Comisario Napier?

–Así es como me llaman.

Mostró sus credenciales.

–Soy Tory Masterson, soy parte del FBI.

Alan levantó las cejas mirando a Billy.

Billy extendió su mano y Tory también lo hizo para saludarse.

–Encantado de conocerlo, Agente Masterson. Estamos listos para almorzar… ¿Nos quiere acompañar?

Tory sonrió.

–No gracias, comisario, ya quedé de almorzar acá con algunas personas. Solo quería presentarme a usted, pues me asignaron al condado de Sardis.

Billy dejó a un lado su cara de sorpresa y de repente un escalofrío bajó por su hombro.

–¿Asignaron? ¿Quiere decir que el condado de Sardis es un gran semillero de criminales?

Tori se rio.

–¡Oh, no, para nada!  En realidad, soy un contacto para el gobierno, pero me alegro de ofrecerles mi ayuda si es que mi agenda lo permite.

Le dio a Billy una tarjeta.

–Este es mi número de teléfono celular y el otro número es de la oficina del FBI de la ciudad. Pueden enviarme un mensaje si no contesto mi teléfono celular.

Billy miró la tarjeta y la metió en el bolsillo de su camisa.

–Gracias.

–Oh, de nada, comisario.

La puerta del restaurante Ethel’s se abrió y otras tres personas entraron. Era un joven que se parecía mucho a Tom Selleck, una rubia guapa con una pizca de pecas en el puente de su nariz y una mujer de aspecto muy profesional de unos treinta años. El hombre que se parecía a Tom Selleck vio a Tory y le sonrió con su sonrisa de cien vatios y luego le hizo señas.

Soy Tu Hombre Del Saco

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