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Prólogo

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ARZOBISPO JOZEF MICHALIK DE LA ARCHIDIÓCESIS

METROPOLITANA DE PRZEMYSL,

PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL POLACA

El amor es un don maravilloso. Nace en el corazón y envuelve al hombre entero; es más, invade a la persona amada. No toma en cuenta el esfuerzo, el sacrificio, el sufrimiento. «Todo lo soporta y no acaba nunca» (cf 1Cor 13,7-8), le da sentido a nuestra vida y de manera excepcional nos motiva a vivir. Nada teme. Señala las metas que se han de realizar y de manera asombrosa es capaz de llevarlas a cabo. Y si esto es el amor humano, ¡qué decir del amor de Dios! ¡¿Acaso puede existir una definición mejor y más verdadera del amor que la que le dio san Juan al decir que Dios es Amor?!

No obstante, es necesario hablar sobre el Amor, sobre todo si hay tanto que decir sobre Él. Además sospecho que el autor de Asombrosa cercanía no puede dejar de hablar del Amor. ¡Tenemos curiosidad de saber cómo lo vive y qué nos dirá de él! Lo vive como la asombrosa cercanía de Dios-Amor en la santísima Eucaristía, y nos conforta la constatación de que el anhelo de buscar ya es encontrar.

Un experimentado guía de expedición a las cumbres sabe que la escalada necesita de instrucciones e incluso advertencias, que él comparte con los demás.

En el camino hacia Dios se necesita silencio, un gran silenciamiento de la imaginación, los deseos, las emociones. Es necesario renunciar a las palabras innecesarias; la simplificación de todo, una franca consciencia de nuestra ignorancia, pobreza interior, el vacío purificador que solo es capaz de ser llenado por el Amor infinito. Pero este amor no se descubre a través del conocimiento sino por medio del contacto, de la cercanía; por medio de lo concreto del encuentro en la Eucaristía.

«Uno ve solo lo que quiere ver», advierte el autor, y puede no darse cuenta de que Dios lo ama en forma excepcional, que se compadece a la vista de su desdicha y de sus dolores, que padece-con uno, y esto en la cotidianidad de la vida. Sin embargo, a uno no le basta con la compasión; uno necesita a Dios mismo, y lo recibe en la santísima Eucaristía.

Este libro es un insólito comentario a la encíclica de Benedicto XVI, Deus caritas est. Explica y ayuda a comprender las clases de amor: agápe y eros en relación con la Eucaristía. Sí; es precisamente en la Eucaristía donde experimentamos la conformación y unión con Dios, y la reciprocidad que puede transformarnos en Aquel que nos amó primero.

La teología de la oración de este libro es hermosa, conmueve la autenticidad de las vivencias y es como una corriente impetuosa de diálogo que atrae, mostrando continuamente nuevos encantos de nuestra realidad vivificada por la fe.

El experimentado autor nos advierte con preocupación que junto a nosotros también se encuentra el poder del odio, que por nada del mundo debe menospreciarse, y nos enseña que el objetivo definitivo de nuestra vida interior no es la santificación como tal, sin menoscabo de esta, sino la entrega total a la Iglesia, porque en ella vive Cristo, en ella servimos a los demás, en ella recibimos el don de la Eucaristía, que es el alimento en el camino de la unión del alma con Dios.

El libro no evita las preguntas difíciles sino que, al buscar respuestas, se convierte en un himno en honor del infatigable amor de Dios cercano al hombre o, más bien, enamorado del hombre. Nuestro drama consiste en el hecho de que con mucha frecuencia no somos capaces de descubrirlo ni valorarlo, y tampoco de aprovecharlo eficazmente para un desarrollo creativo.

El Padre Profesor quiere ayudar a suscitar –también desde nuestro corazón– ese esperado grito de anhelo del Infinito, conduciéndonos por el camino de la humildad, mediante el reconocimiento de que estamos lejos de hacer esos maravillosos descubrimientos, que apenas presentimos con la fe y tocamos con nuestro débil amor. No obstante, ya es una gran ganancia el hecho de que advirtamos el valor y la necesidad de ese camino del corazón, en las sendas de nuestro anhelo de Dios.

Le agradecemos al autor su cordial optimismo, su confianza en el ser humano, que crea que cada uno de nosotros puede ser mejor –y hasta puede ser santo–; basta con que descubramos el Amor, porque: «Dios se complace en los violentos, en estos locos que arrebatan el reino de los Cielos (cf Mt 11,12). Lo arrebatan sin ser dignos del Reino. Dios no llama a la santidad a los justos sino a los pecadores». Lo más importante es que tengamos un deseo grande de acoger este mensaje, del cual depende todo lo demás. Ayudémonos, por lo tanto, en este camino maravilloso ofreciendo nuestra oración con Jesús de la santísima Eucaristía.

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[El autor utiliza con frecuencia en el texto la primera persona. Sin embargo, su intención no es exteriorizar confidencias personales. Simplemente quiere respetar al lector, no instruirlo ni aleccionarlo].

Asombrosa cercanía

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