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INTRODUCCIÓN GENERAL

1. Vida

Los datos que tenemos sobre la vida de Temistio proceden fundamentalmente de sus discursos 1 . A pesar de que el panegírico no es una forma literaria que en principio favorezca las referencias personales, nuestro autor no es nada parco a la hora de insertarlas en sus obras, bien como mera ilustración de una argumentación retórica, bien en respuesta a los ataques de los adversarios. Como fuente secundaria contamos con el epistolario de Libanio, cuya correspondencia con Temistio no se interrumpe hasta el reinado de Valente y que, como señala Dagron, añade a las referencias objetivas «un poco de color y de vida» 2 . Por lo demás, son muchos los aspectos de su vida que permanecen todavía oscuros.

Aunque el fundamento es bastante endeble, la fecha generalmente admitida para su nacimiento es la del año 317, la misma del emperador Constancio II, a quien le dedica el Discurso I en calidad de «filósofo de su edad» (I 18a). Sí existen discrepancias a la hora de precisar el lugar. A pesar de que el autor alude a sus orígenes paflagonios (II 28d; XXVII 333c-d), algunos lo han considerado nativo de Constantinopla 3 . Sin embargo, los pasajes en los que se presenta como constantinopolitano parecen aludir más bien a los estrechos vínculos que lo unían con esta ciudad desde su juventud (XVII 214c; XXXIV 12). El discurso dirigido por Constancio al Senado, que alaba a Temistio por haber preferido la nueva capital a su ciudad natal, confirma esta interpretación 4 . Dentro de Paflagonia, se han propuesto los nombres de Abonútico, a orillas del Ponto 5 , y de Cimiata, en el interior de la región 6 .

Su infancia discurrió en el seno de una familia acomodada (aunque el autor insiste en su carácter modesto) 7 y de antigua tradición filosófica: su abuelo, que había obtenido el reconocimiento de Diocleciano (V 63d; XI 145b), y Eugenio, su padre, eran filósofos de profesión. Este último le inculcó el amor por Aristóteles y Platón que había de marcarlo durante toda su vida (XX 235c-d), y se preocupó de que recibiera una educación esmerada según los cánones de la época. Su formación comenzaría probablemente en Paflagonia, aunque desconocemos los nombres de sus maestros. La noticia de que Hierocles habría sido su profesor de retórica o de gramática se basa en la errónea interpretación de un pasaje de Libanio 8 . El propio autor nos informa de que su formación retórica tuvo lugar en una pequeña ciudad del Ponto cercana al río Fasis, posiblemente Neocesarea, adonde su padre lo habría enviado por haber estudiado allí él mismo o por conocer a algún profesor de su confianza (XXVII 332d-333b). Se ha sugerido, aunque no pasa de ser una hipótesis, que éste podría haber sido Basilio de Neocesarea, padre de Basilio de Cesarea, cuyo interés simultáneo por la retórica y por la filosofía, muy del gusto de Eugenio, explicaría la actitud conciliadora de Temistio entre las dos disciplinas 9 .

Una consideración del Discurso XXIII, sobre los veinte años transcurridos en Constantinopla hasta la embajada a Roma del 357, ha llevado a la mayoría a situar la llegada de Temistio a la capital en el año 337, fecha en la que habría comenzado la instrucción filosófica junto a su padre (XXIII 298b). Las dificultades con que se topa esta datación (el retraso excesivo del inicio de la instrucción, sus ausencias de la ciudad constatadas después del 340, o las alusiones a visitas ocasionales a Constantinopla durante la juventud, que presuponen estar residiendo fuera de ella: XVII 214c; XXXIV 12) han llevado a Vanderspoel a proponer que los veinte años mencionados por el autor no implican una residencia ininterrumpida en Constantinopla, por lo que propone adelantar su llegada a la capital a los años 332/333, fecha en la que habría iniciado su educación filosófica bajo la tutela de Eugenio, que a la sazón vivía en la ciudad 10 . De él habría de heredar la devoción por Aristóteles y el afán divulgador que va a plasmarse tanto en el enfoque práctico de su filosofía política y de su programa educativo, como en la propia composición de paráfrasis de los tratados aristotélicos.

En tomo al 340 Temistio contrae matrimonio con la hija de un filósofo (XXI 244b-d), unión de la que nacen varios hijos, entre ellos uno, de nombre Temistio, que estudiará retórica con Libanio antes de la marcha de éste a Antioquía en el 353/354 y morirá poco después 11 . También por estos años inicia su carrera de profesor y se dedica a impartir conferencias en la capital y en diversos centros culturales, aunque sólo tenemos constancia de su presencia en Nicomedia y en Ancira antes del establecimiento definitivo en Constantinopla. El tono del Discurso XXIV, pronunciado antes del 344 12 y que es, en efecto, un protréptico dirigido a los habitantes de Nicomedia con motivo de la inauguración de un ciclo de conferencias, parece sugerir una residencia estable más que una visita académica (XXIV 302c) 13 . Unos años después, en el 347, lo encontramos en Ancira, en la región de Galacia, donde pronuncia su primer panegírico a Constancio 14 , aunque en el 348 emprende ya el regreso a Constantinopla. Sin embargo, no puede hablarse de una fijación definitiva de su residencia hasta la década siguiente, y ello después de haber rechazado ofertas procedentes de Ancira y de Antioquía, ésta última debida quizá a su amistad con Libanio (XXIII 299a) 15 . El Discurso XXXIII, compuesto con toda seguridad en el 348 16 , ha sido considerado tradicionalmente la lección inaugural de su cátedra de filosofía en Constantinopla 17 , mientras que el XXXII, sobre la paternidad de los filósofos, corresponde también a esta etapa de su vida, probablemente al año siguiente 18 .

A partir de este momento la fama de Temistio se extiende rápidamente, aunque tenemos escasas noticias de sus actividades. Durante estos años se consagra a la enseñanza (sin que falten, por cierto, agrias polémicas con sus rivales) 19 y a la redacción de las paráfrasis de Aristóteles 20 . Los discípulos de un filósofo de Sición, un antiguo seguidor de Jámblico que se había trasladado con toda su escuela a Constantinopla, pudieron oír en Delfos de labios de Apolo que Temistio, como Sócrates antaño, era el hombre más sabio de su tiempo (XXIII 295b, 296a-b) 21 . Uno de estos discípulos, Celso, se desplazará años después a Constantinopla para entrar a formar parte del Senado y estudiar con Temistio 22 . El Discurso XXX, un elogio de la agricultura, es redactado también en este período anterior a la designación de su autor como senador 23 .

Si bien es cierto que el panegírico pronunciado en Ancira fue decisivo para la marcha de Temistio a Constantinopla, hay que esperar hasta el año 355 para que su vida se oriente definitivamente hacia la actividad pública y el compromiso con el régimen. Es en este momento cuando Constancio lo incorpora al Senado de la nueva capital, impresionado quizá por el contenido de sus piezas oratorias, particularmente por los Discursos I y XXXIII, y posiblemente gracias a la mediación de Saturnino, el futuro colega de Teodosio en el consulado y dedicatario, junto a éste, del Discurso XVI. La deuda de más de treinta años a la que aludirá entonces Temistio parece no ser otra que el haber sido presentado en aquella ocasión a Constancio (XVI 200a) 24 . La adlectio vino acompañada de multitud de obsequios que el orador rechazó en virtud de su condición de filósofo, con la única excepción de una annona privada (II 25d-26a) 25 . Constancio remitió al Senado un discurso encomiástico, conservado dentro del corpus temistiano 26 , en cuyos términos se evidencian las razones que lo llevaron a tomar la decisión: la filosofía política de Temistio congeniaba a la perfección con la realeza que él representaba, mientras que, por otro lado, la figura del intelectual pagano «comprometido» revestía de legitimidad «filosófica» al orden establecido. Con el Discurso II, pronunciado en el Senado en noviembre de este mismo año en ausencia del emperador, Temistio agradece el privilegio concedido. Simultánea a estos acontecimientos es, por último, la muerte de su padre 27 , que lo obliga a desplazarse a Paflagonia en el mes de octubre. Allí pronuncia el discurso fúnebre en honor de Eugenio (Disc. XX) y el XXVII, en defensa de las escuelas locales de retórica.

Con el Discurso XXI, que gracias a una referencia de Libanio se puede fechar en el invierno del 355/6 28 , comienza lo que será una constante en la vida de Temistio: la respuesta contra los duros ataques de sus adversarios. En este discurso y en los numerados como XXIII, XXVI y XXIX, pronunciados en Constantinopla entre los años 358 y 359, reivindica frente a sus detractores el papel del filósofo en la sociedad. Por estos mismos años, a finales del 355, o quizá durante el año siguiente, es posible que redactase un protréptico para Juliano, cuyo nombramiento como césar estaba próximo, el cual había de tener como respuesta al cabo del tiempo un texto de importancia excepcional para comprender las concepciones políticas enfrentadas del orador y del futuro augusto: la conocida Carta a Temistio que forma parte del corpus de Juliano. En la segunda mitad del 356 emprende un viaje por diversas ciudades orientales, entre ellas Ancira (XXIII 299a) y Antioquía, donde asiste a la visita de una delegación persa (IV 57b). Con su presencia en esta última ciudad intentaba quizá limar asperezas con el prefecto del pretorio Estrategio Musoniano, que no había logrado convencer al orador para que abandonase Constantinopla y fijase allí su residencia. Las quejas de Libanio por un pretendido distanciamiento de su amigo deben relacionarse también con estos acontecimientos 29 . En este mismo año Constancio, complacido por el discurso de agradecimiento a su adlectio, le concede una estatua de bronce (IV 54b; XXXI 353a) 30 , aunque el invierno se cierra trágicamente con la muerte de su hijo, el joven Temistio 31 . Por fin, ya a su regreso de Antioquía se le encarga componer un panegírico para la inauguración en Milán del consulado de Constancio y Juliano. El Discurso IV, pronunciado ante el Senado de Constantinopla el mismo día l de enero, justifica su negativa a emprender este viaje, aunque pocos meses después, en la primavera del 357, encabeza una embajada del Senado con ocasión de la visita del emperador a Roma. A esta primera misión diplomática oficial corresponde el Discurso III.

Las actividades públicas de Temistio durante el reinado de Constancio no se limitaron, sin embargo, a los panegíricos. Además de su más que posible supervisión de las actividades de la biblioteca de Constantinopla (IV 59b-61b), su condición de senador le acarrearía compromisos políticos de diversa entidad cuyos detalles desconocemos. Tenemos constancia, no obstante, de uno particularmente significativo: el encargo por parte del emperador de la tarea de reclutar nuevos miembros para el Senado de la capital. De esta actividad nos informa un pasaje recapitulativo del Discurso XXXIV (fechado en el 384) en el que Temistio también menciona, entre otros servicios prestados a la ciudad, el haber logrado de Constancio el restablecimiento de la asignación de trigo, que le había sido retirada a ésta tras el linchamiento de Hermógenes en el 342 (XXXIV 12). Las cartas de Libanio se hacen eco del resentimiento que generó en las provincias orientales la pérdida de sus más ricos y competentes ciudadanos en favor de Constantinopla 32 .

Pero el reinado de Constancio convirtió a Temistio, más allá de las críticas de sus adversarios, en una figura de gran influencia dentro de la corte. La dificultad estriba en comprobar si esta influencia la ejerció en algún momento desde un cargo político. En el citado pasaje del Discurso XXXIV el orador alude a esta situación privilegiada con el término de prostasía, lo que Dagron y Daly han interpretado como que Temistio habría ejercido la presidencia del Senado 33 , aunque es más verosímil entender por prostasía una posición influyente ajena a cualquier responsabilidad pública 34 . Seeck, sin embargo, y otros muchos autores son de la opinión de que Temistio desempeñó bajo Constancio el cargo de procónsul de Constantinopla 35 . Si Dagron se basaba en un pasaje del Discurso XXIII, en el que el orador afirma haber rechazado una magistratura, para afirmar que jamás llegó a ocupar el proconsulado 36 , recientemente Vanderspoel se ha sumado a esta postura aduciendo en su favor una noticia sobre las actividades públicas de Temistio. Sabemos, en efecto, por el Codex Theodosianus que nuestro orador formó parte en mayo del 361 de una comisión imperial para la elección de pretores; esta comisión, según se nos dice, estaba integrada por diez antiguos cónsules, procónsules y prefectos, a los que se unía Themistius quoque philosophus, cuius auget scientia dignitatem 37 . El hecho de que se le cite separadamente de los magistrados, en virtud de una sencilla dignitas que equivale quizá a la citada prostasía, parece dejar claro que, al menos hasta esa fecha, Temistio no había sido procónsul de Constantinopla.

Al final del reinado de Constancio encontramos a nuestro orador casado en segundas nupcias con una mujer frigia 38 y en la cumbre de su influencia política. En otoño del 359 el emperador incluso pudo llegar a ofrecerle la prefectura de la ciudad, aunque la falta de datos ha llevado de nuevo a los especialistas a adoptar diferentes posturas. El punto de partida es una vez más el Discurso XXXIV. Temistio, como praefectus Urbis en el 384, explica sus razones para aceptar bajo Teodosio la prefectura a diferencia de lo ocurrido años atrás con otro emperador que, como amigo de la filosofía, era dócil a sus consejos y le concedía un trato familiar (XXXIV 14):

«Y si alguno me pregunta por qué razón la rehusé en el pasado y en cambio ahora no, le responderé sin dudas ni reticencias. Aquel emperador es para mí digno de veneración y de glorioso recuerdo, pues no descuidó nada de lo que contribuye a ensalzar a la filosofía, ni grande ni pequeño. A menudo me sentó a su lado con mi capa de filósofo y me hizo compartir su mesa y su camino. Me trataba con dulzura cuando le amonestaba, y no se irritaba cuando le reprendía.»

Mai, el primer editor del Discurso XXXIV, identificó a este emperador con Juliano; y son muchos los que lo han seguido en esta interpretación 39 . Brauch ha revisado la cuestión en un documentado artículo en el que no sólo defiende contra la opinión mayoritaria que el emperador despechado fue Valente, sino que considera cierta la noticia de la Suda de que Temistio fue prefecto con Juliano 40 . Vanderspoel, aunque reconoce que los rasgos del monarca descrito se acomodan tanto a Juliano como a Constancio, se inclina por este último, dado que la familiaridad que se menciona se aviene mejor a la cercanía que el orador mantuvo con el hijo de Constantino. En su opinión, Temistio habría recibido la oferta de parte de Constancio, aunque nunca llegó a ocupar el cargo por la repentina muerte de éste en el 361 o quizá, lo que aventura como hipótesis, por las dudas que se suscitaron sobre la lealtad de Temistio a raíz de la publicación en este mismo año de la carta con la que Juliano, usurpador a esas alturas, respondía al protréptico que el filósofo le había dirigido en el 356 41 .

En cualquier caso, el acceso al trono de Juliano significó para Temistio todo un paréntesis en su carrera política 42 . La noticia antes referida de la Suda, según la cual el orador habría sido praefectus Urbis bajo este emperador, se debe probablemente a una errónea asociación de estas dos destacadas figuras del paganismo del siglo IV . De hecho, Temistio jamás ejerció sobre Juliano, más próximo a la corriente neoplatónica jambliquea, la influencia que sí tuvo sobre Constancio; y aunque resulte exagerado hablar de postergación, lo cierto es que las relaciones entre ambos personajes no pasaron nunca de un frío respeto.

No conocemos con exactitud cuándo se produjo el primer encuentro entre ambos, pero de la Carta a Temistio se puede deducir que Juliano tuvo la ocasión de conocerlo durante sus años de formación. El tono de la carta, más aún si realmente es la respuesta a un protréptico de Temistio, nunca se aleja del respeto debido a un antiguo profesor 43 , e incluso parece aludirse a una antigua relación entre alumno y profesor 44 . De existir tal relación, habría nacido probablemente con ocasión de la estancia de Juliano en Constantinopla antes de verse forzado a residir en Nicomedia, en torno al 348/9, aunque no tienen por qué descartarse otros encuentros en las breves estancias de Juliano en la capital.

La carta, no obstante, dejó a Temistio en una situación comprometida. A pesar de haber sido redactada originalmente en el 356 sin ninguna finalidad política, Juliano le imprimió su forma definitiva a finales del 360. En su nueva redacción, con un final en el que el inminente augusto justificaba su revuelta contra Constancio 45 , fue publicada como carta abierta, con lo que las referencias a las antiguas palabras laudatorias de Temistio despertaban serias dudas sobre la fidelidad de éste a su emperador, algo que, según se ha sugerido (creo que exageradamente), podría deberse a un deliberado intento por parte de Juliano de minar la influencia de Temistio en la corte 46 . Con todo, en lo que respecta a su contenido, la carta trazaba con absoluta claridad el enorme abismo que separaba el programa político de Juliano del ideario de Temistio, diferencias que afectan a la propia dignidad del emperador, ajeno para Juliano a toda noción de divinidad 47 , y al papel del filósofo en la sociedad, que para el emperador, más próximo a la ortodoxia neoplatónica, había de abstenerse de participar en la política activa 48 . Ambos partían, en definitiva, de dos formas opuestas de entender el helenismo que sostuvieron a lo largo del siglo IV uno de los debates más singulares de la Antigüedad tardía 49 .

Pero la relativa postergación de Temistio y de la línea política que representaba no significó una ruptura de las relaciones entre el orador y el monarca. En la primavera del 363 Libanio solicita a Temistio una copia de un panegírico a Juliano 50 , y en una carta de otoño del mismo año, posterior, por lo tanto, a la muerte de aquél en Persia, da su opinión favorable sobre esta obra 51 . Hoy se tiende a identificar este panegírico, aunque no sin discusión, con el tratado que con el título de Risâlat hemos conservado en dos manuscritos árabes y que es, por otro lado, la traducción de una primera versión siríaca 52 . La existencia de este panegírico, pronunciado quizá en Antioquía el uno de enero del 363 con ocasión del inicio del consulado de Juliano 53 , es la demostración más palpable de que Temistio siguió desempeñando las funciones habituales de un senador de su rango. Las alabanzas sinceras contenidas en la carta de Libanio, que, además de ser fervoroso seguidor de Juliano, tenía sobradas razones para mostrarse suspicaz con el senador de Constantinopla, nos confirman en la idea de que Temistio siguió desempeñando, aunque no en primera fila, un papel activo en la vida política del imperio, y que probablemente haya que relativizar el alcance de su «enfrentamiento» con Juliano.

La muerte del emperador el veintiséis de junio del 363 en pleno territorio persa dejó el imperio en una situación precaria. Los oficiales, apremiados por las circunstancias y ante la negativa del prefecto Salustio a aceptar el trono, proclamaron emperador a Joviano, quien se apresuró a firmar un humillante armisticio con los persas que incluía la cesión de Nísibis y otros territorios, para partir acto seguido hacia Antioquía. Sabemos por Libanio 54 que una delegación procedente de Constantinopla se encontró allí con el nuevo emperador en el otoño del 363. Temistio no formaba parte de ella, lo que Libanio, siempre suspicaz, interpretó como un intento de esquivar un encuentro personal entre los dos oradores; y quizá no le faltara razón, aunque los motivos no fueran de carácter personal, sino político, ya que probablemente Temistio habría considerado poco oportuna la visita a un conocido partidario de Juliano 55 . Por lo demás, las relaciones entre Temistio y Joviano habrían de limitarse al panegírico pronunciado en Ancira el uno de enero del 364, con ocasión del inicio del consulado del nuevo emperador y de su hijo Varroniano. En este panegírico, que hoy conocemos como Discurso V, intenta ganarse al emperador con su acostumbrada habilidad idealizando las circunstancias de su proclamación y el significado del tratado con Persia, para explayarse, acto seguido, con un bello alegato contra la intolerancia religiosa nacido del temor a una reacción antipagana.

Valente, sucesor de Joviano en Oriente, no se ajustaría a semejante programa de tolerancia. En éste y en otros asuntos políticos de gran importancia el nuevo emperador se iba a encontrar con la desaprobación de Temistio, que, ya en su madurez, tuvo la habilidad necesaria para ejercer una constante influencia sobre el monarca, a veces desde una actitud ciertamente crítica, aunque sin ocupar aparentemente ningún cargo o magistratura. Los seis panegíricos dirigidos a Valente son otras tantas reflexiones en las Temistio pretende responder a los principales problemas que se plantearon a lo largo del reinado.

El primero de ellos, el VI, pronunciado en el invierno del 364/5, es una reflexión a posteriori sobre las relaciones entre los dos augustos, Valentiniano y Valente, y sobre las circunstancias de su proclamación. Después de un período de dos años, que en buena parte coincide con la usurpación de Procopio y durante el cual carecemos de toda información sobre sus actividades, encontramos por fin la respuesta del orador ante los acontecimientos: el Discurso VII (pronunciado en el invierno del 366/7), en el que se ocupa de elogiar la clemencia del emperador con los partidarios del usurpador, así como de amplificar la figura de Procopio como paradigma de vileza. Ya en la primavera del 367 Valente marcha a la frontera del Danubio para castigar a los godos por su apoyo a Procopio. Hasta el cese de las hostilidades, que tiene lugar con la firma del tratado de paz en medio del Danubio en el invierno del 369/70, Temistio pronuncia tres panegíricos al hilo de los acontecimientos: el Discurso VIII (368), en Marcianópolis, cerca del Danubio, adonde se desplaza para la celebración de los Quinquennalia de los augustos, aunque el núcleo temático lo constituyan los impuestos y la administración económica del imperio; el IX (de comienzos del 369), en honor de Valentiniano, hijo de Valente, que había alcanzado el consulado en este mismo año con el general Víctor como colega; y por fin, el Discurso X (de comienzos del 370), pronunciado en Constantinople tras haber encabezado la embajada senatorial que había viajado al Danubio para persuadir a Valente de la firma del tratado de paz.

Valente no permaneció por mucho tiempo en la capital. En abril del 370 se encontraba ya en Antioquía 56 , donde habría de residir la mayor parte de su reinado. En esta ciudad, que ya había vivido un hondo desencuentro con Juliano, el emperador desató una política de terror religioso, primero contra la teúrgia pagana (la llamada «persecución de los filósofos», de los años 371/2), y después contra el cristianismo niceno. En estos años, entre el 373 o el 374, Temistio visitó probablemente Antioquía para pronunciar el Discurso XI, por los Decennalia de Valente, y el XXV, breve pieza de circunstancias con la que intentaba disculparse ante el emperador por su incapacidad para improvisar. Por otro lado, un pasaje de Sócrates 57 nos informa de un discurso de Temistio, pronunciado quizá en el invierno del 375/6, en el que intentaba persuadir a Valente de que pusiera fin a la persecución de los nicenos «homousianos», discurso que, según el historiador, cumplió en parte su objetivo de aplacar la saña del monarca. Los argumentos desarrollados estarían sin duda en la línea del Discurso V 58 .

Por último, anterior a la muerte de Valente es también el único panegírico que le dirigió a Graciano (a quien se alaba, con todo, en los panegíricos del período teodosiano por su decisión de elevar al trono al general hispano), pronunciado ante el Senado de Roma con ocasión de la segunda visita documentada del orador a la ciudad del Tíber, en los años 376 ó 377. Se trataba de un encargo personal del propio Valente, a quien acompañaba por entonces en sus campañas militares por las inmediaciones del Éufrates y del Tigris (XIII 165d, 168c, 171b). Aunque carecemos de datos sobre otras actividades realizadas por Temistio en Roma, sin duda tuvo ocasión de entrevistarse con destacados miembros de la aristocracia senatorial, entre ellos Símaco, cuya Relatio III recoge numerosos motivos presentes en el Discurso V de Temistio, y Pretextato, traductor de la Paráfrasis de los Analíticos de Aristóteles 59 . De hecho, las reflexiones sobre la venerable tradición piadosa de la ciudad de Roma, encarnada en las leyes de Numa, revela una sensibilidad cercana a la de los círculos paganos de la capital, empeñados por entonces en la defensa, frente al cristianismo oficial, de su religión tradicional 60 .

En la primavera del 378 Valente abandona Antioquía para emprender camino hacia Tracia. A su paso por Constantinopla, si hemos de creer a Sócrates, mantiene un tenso enfrentamiento con los representantes de la ciudad, que estaban atemorizados por la amenaza de los godos 61 . Poco después, el 8 de agosto del 378, el ejército romano es aniquilado, junto con su emperador, en Adrianópolis. Los acontecimientos se precipitan. Necesitado de un general capacitado para afrontar el problema bárbaro, Graciano llama a su lado al hispano Teodosio. En otoño lo designa magister equitum et peditum, y después de sus victorias militares, en enero del 379, lo proclama en Sirmio augusto de Oriente. Con ello puede afirmarse que comienza el período más brillante de la carrera política de Temistio, fundado en las excelentes relaciones que mantendrá desde el primer momento con el nuevo emperador: paradójicamente, el paladín heleno de la tolerancia religiosa llegará a lo más alto bajo el cetro del emperador que, años más tarde, impondrá la ortodoxia nicena y condenará el paganismo. Durante estos años nuestro orador dedicará importantes páginas de su panegíricos a la reflexión sobre los problemas del momento, todo dentro de su táctica habitual de buscar la influencia en el monarca a través del encomio. Sin embargo, frente a las discrepancias de fondo con la política de Valente, la sintonía será completa en el caso del emperador Teodosio, quien, por otra parte, habrá de encomendar a Temistio la educación de su hijo Arcadio, futuro augusto de Oriente, antes de emprender la lucha contra el usurpador Máximo (XVIII 220d, 224b-225b; XVI 204b, 213a).

El primer encuentro con el emperador tiene lugar posiblemente en Tesalónica, donde pronuncia ante él su Discurso XIV en la primavera del 379, ya que la enfermedad le había impedido formar parte de la embajada que Constantinopla envió a Sirmio para felicitar al nuevo monarca (XIV 180bc). Después de esto, habrá que esperar hasta el 381, tras el regreso de Teodosio a Constantinopla 62 , para tener nuevamente noticias de Temistio. A este año correponde el Discurso XV, que a pesar de la táctica habitual de evitar los asuntos bélicos e incidir en la humanidad del emperador, se pronuncia con ocasión de una entrada triunfal en la ciudad. El problema bárbaro, junto a la acostumbrada imaginería de apologética imperial, serán los temas dominantes en los panegíricos de este período hasta la conclusión de la paz con los godos en otoño del 382. En esta línea, el Discurso XVI no es sino una gratiarum actio por la paz y por el consulado que el general Saturnino, que tan decisivo papel pudo haber jugado en la presentación de Temistio a la corte de Constancio, recibió como reconocimiento a su labor negociadora.

Pero es al año siguiente cuando nuestro autor alcanza el techo de su carrera. Antes de partir para enfrentarse con el usurpador Máximo 63 , Teodosio lo designa prefecto de la ciudad, lo que le proporciona de inmediato la presidencia del Senado. En el Discurso XVII, pronunciado en los primeros días del ejercicio del cargo, expresa su agradecimiento por la designación. Temistio aceptaba de este modo el ofrecimiento que, según su propio testimonio, había rechazado repetidamente en el pasado, y que lo conduciría a un grado de compromiso con el poder que habría de valerle las críticas más feroces de sus adversarios. El paganismo militante, que consideraba su investidura una traición a la filosofía y al helenismo, se manifestó a través del conocido epigrama de Páladas dirigido contra su persona 64 . Durante su ejercicio del cargo pronunció, aparte del ya citado Discurso XVII, el Discurso XXXI, en el que defendía con no demasiada contundencia su posición como presidente del Senado, y el Discurso XVIII, anterior a septiembre del 384, fecha del nacimiento de Honorio, segundo hijo de Teodosio. A finales del 384 o comienzos del 385 Temistio ya ha abandonado el cargo, lo que hace pensar en el fracaso de su gestión 65 . A estos últimos años corresponden el Discurso XIX, pronunciado en el Senado a finales del verano del 384, posiblemente en presencia de Teodosio, y la gran recapitulación de su vida y apología de su trayectoria personal que es el Discurso XXXIV, pronunciado en los primeros meses del 385. Después de esta fecha perdemos por completo el rastro de Temistio. Una mención, la última, de la Carta XVIII de Libanio 66 , fechada en abril o mayo del 388, fija el terminus post quem para la muerte del gran orador y filósofo político de Constantinopla.

2. Obra

Conservamos la mayor parte de la producción de Temistio, tanto la filosófica como la oratoria 67 , aunque hemos de lamentar la pérdida de obras de enorme interés para nuestro conocimiento del autor y de la historia del siglo Iv, particularmente algunos panegíricos dirigidos a Juliano y a Valente. Para saber con relativa exactitud la proporción que representan dentro del corpus temistiano original las obras preservadas hasta hoy, hemos de confrontar nuestros datos actuales con las referencias antiguas. Y en este punto tienen una gran importancia los testimonios de Focio y de la Suda. El primero 68 da fe de treinta y seis «discursos políticos» (lógoi politikoí) dirigidos a Constancio, a Valente y Valentiniano el Joven, y a Teodosio, así como de una obra filosófica integrada por «comentarios» (hypomnémata) de Aristóteles, por «metáfrasis» (de los Analíticos, de los libros Sobre el alma, y de la Metafísica, entre otras que asegura haber visto personalmente —metaphráseis autoû eídomen—), y por «trabajos exegéticos» sobre Platón (eis tá Platoniká exegetikoi pónoi). La Suda, por su parte 69 , menciona unas «paráfrasis» (paraphráseis) de la Física, de los Analíticos, del tratado Sobre el alma y de las Categorías, a lo que añade escuetamente que también compuso «disertaciones» (dialéxeis).

a) Paráfrasis

Por tradición griega conservamos las paráfrasis de los aristotélicos Analíticos segundos, de la Física y del tratado Sobre el alma. Contamos además con versiones hebreas de la paráfrasis del tratado Sobre el cielo y de la del libro XII de la Metafísica, así como con versiones árabes de la paráfrasis de este mismo libro de la Metafísica y de una parte de la del tratado Sobre el alma 70 . Están atestiguadas, pero se han perdido, las paráfrasis de las Categorías 71 , de los Tópicos 72 y del De sensu 73 . Hoy se consideran espurias las paráfrasis de los Parva Naturalia y del De sensu editadas por Spengel y conservadas bajo el nombre de Temistio 74 . De los «comentarios» sobre Aristóteles y de los «trabajos exegéticos» sobre Platón que menciona Focio no tenemos el menor rastro, mientras que el término «metáfrasis» equivale al más correcto «paráfrasis».

Basándose en el texto de Focio, Steel 75 defendió la tesis de que Temistio escribió comentarios exegéticos ordinarios además de las paráfrasis. Posteriormente, Blumenthal 76 dedicó un trabajo a refutarla punto por punto. En su opinión, la base de Steel es sumamente endeble, además de que su tesis complica terriblemente la tradición exegética de Aristóteles, ya que habría que suponer la existencia de un importante corpus entre la obra de Alejandro de Afrodisias y la de los comentaristas neoplatónicos de los siglos v y vI, un corpus sobre el que carecemos de cualquier otro testimonio. En lo que respecta a las supuestas exégesis de Platón, el propio Dagron puso ya en tela de juicio la noticia de Focio, que se estaría dejando llevar por la familiaridad que el orador demuestra en sus discursos con la filosofía del ateniense. De hecho, Focio alude a ellas con una expresión tan vaga como «trabajos exegéticos», lo que Todd interpreta como una referencia a reflexiones puntuales contenidas en sus paráfrasis sobre determinados aspectos de las doctrinas de Platón 77 . Vanderspoel 78 , que niega también la existencia de los comentarios de Aristóteles y de Platón, recurre a dos pasajes del propio Temistio para arrojar luz sobre toda esta cuestión. En el Discurso XXIII (294d) el autor alude a unos «tratados» (syggrámmata) de su juventud cuya publicación habría autorizado ante la cantidad de copias que circulaban, lo que parece una clara referencia a una primera versión de las paráfrasis en la que falta cualquier alusión a «comentarios». Por otro lado, Focio puede haber interpretado incorrectamente la noticia del Discurso IV (60c ss.) sobre la donación que el autor hizo de su propia obra a la recién creada biblioteca de Constantinopla: en éste se alude también a que la biblioteca preservaba «todo el coro del Liceo y de la Academia», con inclusión tanto autores originales como de comentarios, lo que pudo llevar a Focio a una atribución errónea.

Las paráfrasis son, en cualquier caso, el único testimonio conservado de la labor filosófica stricto sensu de Temistio, quien, por otro lado, no las consideraba sino el fruto de una larga tradición familiar. Con todo, aunque parece evidente que su amplia difusión (que se prolonga a lo largo de la Edad Media) se justifica por su utilidad didáctica, existen serias dudas sobre la aducida falta de originalidad, que quizá no sea más que falsa modestia 79 . Lo cierto es que la aportación de Temistio a la historia de la filosofía no debe calibrarse en términos de originalidad hermenéutica, sino por el formato divulgativo de sus exposiciones 80 y por el hecho, perfectamente analizado por Blumenthal 81 , de que una obra compuesta aproximadamente entre los años 337 y 357, en pleno auge del neoplatonismo, se mantenga dentro de la más estricta tradición peripatética y al margen de las innovaciones introducidas por el platonismo medio. Su admiración por Platón, ya reconocida por Libanio y por Gregorio de Nacianzo 82 , no le impide criticar determinadas doctrinas del ateniense y, sobre todo, no lo condiciona para practicar la metodología contemporánea de interpretar a Aristóteles a la luz del texto de Platón.

b) Discursos

Focio menciona, como hemos podido comprobar, treinta y seis «discursos políticos», discursos a los que la Suda alude vagamente como «disertaciones». Es evidente que en esta cifra queda comprendida la totalidad de la producción oratoria hoy conservada, aunque los editores modernos reserven el calificativo de «políticos» para los dieciocho primeros (del I al XI y del XIII al XIX), mientras que a los demás se les aplica la etiqueta de «privados» (del XX al XXXIV) 83 . Sin embargo, no se puede acusar a Focio de inexactitud, ya que, en cuanto a su temática, casi todos los discursos se ajustan a la etiqueta de políticos, siendo la única nota diferenciadora de los dieciocho primeros el hecho de que se pronunciaran en celebraciones oficiales 84 . El Discurso XII, por último, aparentemente preservado en una versión latina con el título de Ad Valentem de religionibus, es una obra apócrifa atribuida desde Förster al erudito Andreas Dudith 85 (1533-1589), y no pasa de ser un centón del panegírico a Joviano (Discurso V). Su coartada histórica es, como vimos, la noticia del discurso pronunciado en Antioquía en el 375/6 para disuadir a Valente de la persecución de los nicenos «homousianos».

Conservamos, por lo tanto, un total de treinta y tres discursos auténticos, dieciocho de ellos panegíricos oficiales dirigidos a Constancio II (I-IV), Joviano (V), Valente (VI-VIII, X-XI), Valentiniano el Joven (IX), Graciano (XIII) y Teodosio (XIV-XIX). A ello debe añadirse un breve fragmento (situado al final del Discurso XXIII pero sin relación con él) que Scholze 86 consideró procedente de un perdido Sobre la prudencia (Perì phronḗseōs). Por tradición indirecta nos han llegado otras tres obras temistianas: un tratado Sobre el gobierno del Estado, en forma de discurso y conocido a través de dos manuscritos en su versión árabe, que a su vez procede con toda seguridad de una primera versión siríaca; un discurso titulado Sobre la virtud (Perì aretês), conservado en una versión siríaca del siglo vI; y finalmente, a través de Estobeo, los fragmentos en griego de un discurso Sobre el alma (Perì psychês ) 87 .

Partiendo de estos datos, Dagron 88 sumó a los treinta y tres discursos conservados el texto arábico, el siríaco y el fragmentario Sobre el alma, para llegar a los treinta y seis discursos de Focio, aunque el propio autor reconocía que se trataba menos de una concordancia rigurosa que de una simple coincidencia. No obstante, quedaba claro que el corpus temistiano preservado se aproximaba mucho al original. Vanderspoel 89 ha propuesto sumar a aquellos treinta y tres el fragmentario Sobre la prudencia, el fragmentario Sobre el alma y el discurso de Constancio al Senado (Démégoría Konstantíou), conocido también como «carta» de Constancio al Senado 90 , a la que Focio alude por separado, pero que podría haberse contado entre las piezas oratorias del corpus. También de este modo se alcanza la cifra de Focio, y sin necesidad de recurrir a tradiciones no griegas que posiblemente no habrían estado a disposición del erudito bizantino. En cualquier caso, y sean o no correctas todas estas operaciones, puede afimarse que la obra de Temistio que conocemos no difiere demasiado de la que pudo consultar Focio, quien, dado que no menciona a Juliano entre los emperadores que fueron objeto de los panegíricos, puede que ya no tuviera acceso al dirigido a este monarca 91 . Otros posibles discursos pronunciados por Temistio, aunque quizá nunca llegaron a publicarse, son el que compuso para dar cuenta de su embajada a Roma en el 357, los discursos pronunciados ante Valente para que éste concluyera la paz con los godos, que se pueden considerar, no obstante, simples discusiones 92 , y el ya mencionado discurso ante Valente para aliviar la persecución de los cristianos nicenos. Para terminar, un escolio de una carta de Libanio cita el único fragmento conservado de una carta de Temistio 93 .

3. Controversias sobre el papel del filósofo

Se ha señalado con gran acierto 94 que un elemento unificador de la compleja trayectoria vital de Temistio es el hecho de que siempre se mantuviera cerca del poder, con independencia de su grado de entendimiento con el emperador reinante. Este rasgo, que tanto lo caracteriza y que tanto lo distancia, por otro lado, de la sistemática aversión por la política activa de buena parte de sus contemporáneos, entre ellos Libanio, convierte a nuestro autor en el exponente más claro de una de las formas que adoptó el helenismo para responder a las nuevas circunstancias del siglo IV . Frente a la percepción simplista de antaño, que interpretaba el llamado «Bajo Imperio» en términos de un enfrentamiento básico entre cristianos y paganos, hoy sabemos que la respuesta del helenismo ante las nuevas circunstancias históricas no fue en absoluto unánime y que en su propio seno se configuraron diversas corrientes de pensamiento 95 , de modo paralelo, por cierto, a lo que ocurría en el lado cristiano.

Temistio es el prototipo de intelectual integrado, mientras que colegas como Libanio, filósofos profesionales como los de la escuela de Atenas o los seguidores de Jámblico, con su biógrafo al frente, Eunapio de Sardes, se mantienen siempre en una posición marginal. Mientras que el primero intentó extraer de su formación clásica un arsenal ideológico para satisfacer las exigencias de su tiempo, en un intento, por otro lado, de garantizar la supervivencia de la propia paideía, los segundos, agrupados en torno a la figura idealizada de Juliano, se aferraron a un helenismo de corte tradicional (o a lo que ellos entendían como tal) que los abocaba a un proceso de marginación política y cultural. A sus ojos, Temistio aparecía como un traidor a la causa helena, contaminado por el poder y convicto de introducir innovaciones (kainourgeîn, neoterízein) en la tradición heredada. Las polémicas en las que éste se vio envuelto a lo largo de su vida, desde las primeras disputas académicas en los años de juventud hasta las que hubo de mantener por su colaboración política con Constancio II y con Teodosio, deben entenderse dentro de este marco de enfrentamiento.

Las discrepancias políticas con Juliano, que se evidencian en la Carta a Temistio, la difícil relación de amor-odio que mantuvo con Libanio, plasmada felizmente en el epistolario, o la deliberada exclusión de Temistio de las Vidas de filósofos y sofistas de Eunapio de Sardes 96 nos ayudan a precisar los rasgos del helenismo «ortodoxo». El intelectual, para estos helenos, ha de mantenerse al margen de la política activa, bien porque la retórica o la filosofía son sencillamente incompatibles con la responsabilidad política 97 , o bien porque el poder es intrínsecamente perverso, según la concepción más radicalizada que siguió a la muerte de Juliano y que se constata en el aludido epigrama de Páladas. A semejante abstención va unida la idea de que la paideía, particularmente la filosofía, ha de mantenerse con toda su pureza en manos de una minoría ilustrada, cuyo trasfondo social es, de hecho, el de las élites provinciales que se mantienen al margen de los nuevos centros de poder. Libanio, con su defensa de Antioquía y de la autonomía de las ciudades de Oriente frente a la burocracia y el centralismo de Constantinopla, representado por el senador Temistio, es un claro portavoz de esta corriente de pensamiento. Los filósofos neoplatónicos, agrupados en círculos cerrados en los que se venera a un «hombre divino» 98 y devotos de una filosofía que se concibe como iniciación a los secretos de la teúrgia, son su manifestación más extrema. La concepción del helenismo como un conglomerado de fe y de cultura (según un enfoque unitario que aspira a la síntesis global), una anacrónica visión del Imperio vecina a las concepciones de la Segunda Sofística (vinculada al evergetismo local y a la autonomía municipal), un nacionalismo a ultranza que excluye toda contaminación con lo bárbaro o con lo cristiano, que se identifican 99 , y el consiguiente refugio en unos cenáculos progresivamente marginados son, por lo tanto, los rasgos distintivos de esta corriente pagana que busca en la interiorización y en la salvación individual lo que Temistio, su «heterodoxo» opositor, persigue en el terreno político.

El fundamento de la heterodoxia de Temistio, que sus contemporáneos juzgaron acomodaticia, es el empeño por adaptar la tradición política y cultural del helenismo a las nuevas condiciones de la Antigüedad tardía 100 . En este compromiso personal nuestro autor se nos presenta ante todo como un «filósofo político», «cuyo único fin», según la nota preliminar del Discurso IV, «es contribuir al provecho y al bien de la ciudad». El ejercicio de esta posición filosófica es el origen de todos los enfrentamientos de Temistio con sus contemporáneos, cuyo análisis estructuró L. Méridier 101 en tres actos sucesivos: los primeros años de su labor profesoral, la fase de plena colaboración con Constancio y el período como praefectus Urbis bajo Teodosio.

Si durante la primera fase el tono de las polémicas se mantiene dentro del ámbito académico, con discusiones sobre la enseñanza de la filosofía y su dimensión pragmática 102 , a partir del 359 el debate se recrudece por el compromiso adquirido con el régimen de Constancio. En palabras de Dagron, «de l’enseignement de la philosophie on passe au rôle politique du philosophe» 103 . Temistio responde a quienes le acusan de «sofista», con toda la carga peyorativa que comportaba el término, autocalificándose de «filósofo político» (XXIII 286b; XXVI 314d); y ante los que le reprochan su «traición» al helenismo, defiende su fidelidad a las más antiguas tradiciones (XXIII 288c-289b), concretamente a la que representan Aristóteles y tantos otros pensadores del pasado que abogaron por la dimensión práctica de la filosofía (XXVI 317d-320a). Ignora a quienes lo acusan de recurrir a sobornos y al apoyo imperial para abastecer de estudiantes sus aulas (XXIII 288a, c, 289b-c, 291d-292a); contra quienes lo califican de mercenario apátrida, proclama su adhesión a Constantinopla y el rechazo de jugosas ofertas para desplazarse a otras ciudades —Roma y Antioquía en especial— (XXIII 297b-298a); pero ante todo, niega que haya claudicado en su independencia y en su dignidad de filósofo por ambición política (XXIII 291d-292d). Sus renuncias a cargos y a privilegios económicos nos revelan a un hombre que todavía considera indeseable una medida excesiva de vinculación al poder, vinculación que se simboliza en la disciplina del militar (strateúesthai) frente a la libertad del ciudadano (politeúesthai).

En la época de Teodosio, el cortesano ya maduro que es Temistio ha dado un paso adelante en la implicación con el poder y tiene que justificar la aceptación de un cargo. Los Discursos XVII, XXXI y XXXIV salen al paso de las críticas a su nombramiento como praefectus Urbis, críticas que nunca inciden, por otro lado, en aspectos concretos de gestión u oportunidad política, sino en el principio mismo de su designación 104 . En el primero de ellos, pronunciado en el Senado al poco tiempo de su nombramiento, se anticipa a la reacción virulenta de sus contemporáneos defendiendo desde el exordio la necesidad de que la filosofía se implique en la política. «Después de mucho tiempo», dice Temistio, «nuestro divino emperador ha devuelto a la filosofía al cuidado de los asuntos públicos» 105 . Y continúa:

«Hasta ahora se le permitía a la filosofía entrenar a los luchadores para los certámenes públicos y mantenerse ella, por su parte, en apacible e inactiva contemplación; pero este príncipe, en vez de dejarla reducida a la contemplación, la invita a bajar a la arena y le brinda la oportunidad de convencer a la multitud de que no es un mero razonar sin efectos prácticos, sino una práctica efectiva supervisada por la razón, y que no se limita a la despreocupada enseñanza de los principios del arte de gobernar, sino que incluye también la puesta en práctica de estos principios. Estos tiempos nos han traído a un monarca que asume la antigua doctrina de que los asuntos de las ciudades marcharán bien en el momento en que coincidan la maestría dialéctica y la potestad para actuar, y ambos, la filosofía y el poder político, apunten al mismo objetivo.»

El papel del filósofo no se limita ya a la instrucción del monarca o a la labor de consejero, sino al compromiso activo en política, que se funda además en «una antigua doctrina». Nada más lejos de la irónica invitación que Juliano le había dirigido años atrás para que se consagrara a sus estudios y a la enseñanza minoritaria 106 . Con esta prefectura asistimos de hecho al cumplimiento del programa político que Constancio II le había trazado al orador en su discurso encomiástico dirigido al Senado 107 .

El Discurso XXXI es una respuesta a las primeras críticas por su nombramiento. En esta ocasión el prefecto de Constantinopla busca en la tradición filosófica nuevos argumentos contra sus oponentes. De los dos caminos que ofrece la filosofía, el divino y el práctico, él ha optado por el segundo debido a su utilidad pública; y con ello ha llevado la filosofía al corazón del Estado siguiendo los pasos de Sócrates, Aristóteles y los Siete Sabios, que unieron la teoría y la práctica y demostraron la utilidad de la especulación filosófica (XXXI 352a). Por último, el XXXIV, recapitulación final de su vida, responde desde la perspectiva del ciudadano que ha vuelto a su privacidad a críticas tan terribles como la del epigrama de Páladas, en el que el carruaje celestial del filósofo se ve degradado por el carruaje de plata de la prefectura 108 :

Subido a un carro celestial viniste a desear

un carro de plata. ¡ Vergüenza infinita!

Estabas en lo más alto y has caído en lo más bajo.

¡Asciende ahora hasta abajo, una vez descendido a lo alto!

En su amplia defensa 109 Temistio alude una vez más a la labor legislativa de los Siete Sabios y a los precedentes de Sócrates, Platón y Aristóteles (XXXIV 3-6), y aduce ejemplos de filósofos comprometidos, como el de Sócrates como prítano o el de Jenofonte en la expedición de los Diez Mil (XXXIV 10) 110 . Pero por encima de todo, presenta su aceptación de la prefectura como la conclusión lógica de una carrera política y filosófica iniciada ya bajo Constancio (XXXIV 13). Con ello, el concepto de «filosofía política» alcanza finalmente su sentido más profundo (el pleno ejercicio del poder), y se asienta sobre la base de una tradición clásica que refuta de inmediato cualquier acusación de heterodoxia.

4. Ideas sobre la realeza

La filosofía política 111 de Temistio no es sino una justificación ideológica del imperio constantiniano, aunque no arranca de un enfoque teológico-cristiano de la historia como el de Eusebio de Cesarea, sino del helenismo tradicional. El afán del nuevo régimen por encontrar semejante apoyo intelectual favoreció sin duda que, desde su primer contacto en Ancira, Constancio incorporase a Temistio a la corte. Y de ahí también la feroz oposición de una intelectualidad pagana que creía asistir a la tergiversación de los valores heredados.

Temistio encuentra en Dión de Prusa el modelo de «filósofo político» que habrá de inspirarlo durante toda su vida, y en sus panegíricos a Trajano, la fuente inmediata de buena parte de sus ideas sobre la realeza 112 . Aun así, el material utilizado remonta a un extenso catálogo de motivos sobre la realeza que, bajo la influencia de Platón, Aristóteles e Isócrates, se codifica en los tratados pitagóricos de la época helenística atribuidos en Estobeo a Ecfanto y Diotógenes 113 , de donde se incorpora después a los tratados de retórica de época imperial, particularmente al del rétor Menandro. De esta tradición beberá todo el corpus encomiástico que, después de Dión de Prusa, cuenta entre sus autores más destacados al propio Temistio, a Juliano (cuyos panegíricos a Constancio están claramente influidos por el anterior), a Libanio (particularmente el Discurso LIX) y a Sinesio de Cirene (singularmente en su tratado Sobre la realeza). Por último, semejante catálogo de motivos encuentra su formulación cristiana más decisiva en Eusebio de Cesarea, cuyas ideas sobre la realeza y su concepción del imperio son, a pesar de la disparidad de los puntos de partida, sumamente próximas a las de nuestro autor 114 .

El monarca que Temistio toma de esta tradición se define por una serie de lugares comunes que Stertz ha sintetizado perfectamente 115 : es, para empezar, semejante a Dios (I 9c, 34b) 116 ; el propio Dios lo ha enviado por amor a la Humanidad (I 15b-c); su imperio es una imitación del imperio celestial (I 9b); su esencia regia, que no su persona particular, es enteramente divina (I 3b); es «ley viviente» (nómos émpsychos) (I 15b); se opone al tirano en todos los aspectos (I 8c); es Dios el que lo elige, aunque se valga para ello de la mediación humana (V 65d-66d); en cuanto procedente de lo alto, se le pueden aplicar los epítetos homéricos que aluden a su crianza y su origen divinos, diotrephés y diogenés (II 34d); imita a Dios y es imitado por sus súbditos (IV 51d; IX 127b); recibe de Dios la ciencia del gobierno (XI 142d-143a); su justicia es asilo contra las leyes escritas (XIX 227c); nace ya rey y se convierte en rey por su naturaleza (II 36d); es semejante al Sol (IV 49a-52c; XI 150b; XVI 22b) y a un pastor (I 9b); armoniza las fuerzas del Estado (IX 122c); su realeza se funda en el ejercicio de la virtud y no en sus atributos externos (II 35 ss.); y por último, lo adorna un catálogo tradicional de virtudes entre las que destacan la humanidad, la templanza, la mansedumbre, la verdad y la justicia (IV 61c-d). De la tradición romana procede, en cambio, el tópico del emperador que vive al aire libre, sirve como soldado y se educa en las dificultades de la vida (VIII 113d-1 14b).

Temistio no se limita, sin embargo, a repetir mecánicamente este catálogo de tópicos; ni siquiera los elabora según el mismo criterio que el de Prusa. Si en los dos primeros panegíricos a Constancio mantiene aún una clara dependencia de su modelo, ello se debe a que predomina aún el componente teórico. A partir del Discurso IV los perfiles del monarca ideal se van enriqueciendo con la propia experiencia política del orador, de manera que podemos encontrar junto a la encamación del perfecto soberano (el emperador destinatario del panegírico) alguna contrafigura que viene a funcionar como su negativo tiránico: Magnencio, en el Discurso IV; y más adelante, en época de Valente, Procopio, particularmente en el Discurso VII. A ello debe añadirse que, desde las elaboraciones teóricas de los primeros panegíricos, Temistio va desarrollando una técnica sutil de transmitir mensajes de rigurosa actualidad a través del formalismo del encomio, técnica de especial utilidad en el reinado de Valente por las frecuentes discrepancias entre orador y monarca. Por último, puede afirmarse con Dagron 117 que la perspectiva temistiana sobrepasa el marco ético de los panegíricos de Dión y de los tratados helenísticos sobre la realeza: la noción teórica del imperio universal, regido por un monarca que es dueño de sus actos, se realiza ahora en un imperio concreto, integrado «por toda la tierra y el mar», esencialmente ecuménico y potencialmente integrador, por lo tanto, de pueblos extraños, en la misma línea que el imperio cristiano de Eusebio de Cesarea, y dotado, por lo demás, de un centro político que no es otro que Constantinopla, la «bella ciudad», la «ciudad reina», la «segunda Roma» fundada por Constantino, que está llamada a ser el ojo de un único cuerpo (VI 83c). En definitiva, el tema helenístico y romano de la realeza cósmica se concreta en la realidad de un imperio bizantino dotado de una capital con vocación de universalidad 118 .

Esta concepción temistiana de la realeza se opone frontalmente a la elaboración teórica de la epístola de Juliano 119 . Frente al anacronismo de abogar por un príncipe que no pasa de ser un primus inter pares y que rechaza el título de dominus, un magistrado supremo que funda su legitimidad en el sometimiento a la ley y que en modo alguno procede de Dios o está dotado de una esencia superior, Temistio elabora una imagen de la monarquía más acorde con el imperio constantiniano y destinada, por lo tanto, a perdurar a través de Bizancio. El soberano, según Temistio, no funda su poder en un marco legal, sino en una legitimidad que descansa más allá de lo humano. Temistio es un firme defensor del origen divino de la realeza. El imperio terreno no es más que una proyección a lo humano del imperio celeste (I 9b; VIII 118d-119a), mientras que el emperador (al que nuestro autor denomina autokrátor en contadas ocasiones, ya que prefiere llamarlo «rey», basileús) es el representante en la tierra de Dios (I 3b; II 34d; XIII170ab), el Dios único que es Rey del cielo y Padre de los hombres (I 8a-b, 9 b-c; II 34c; X 132b; XI 142d-143a; XVIII 219a; XIX 233a). Dios es el que nombra al emperador, aunque se valga de la mediación de la elección humana (V 65d-66c, a propósito de la elección de Joviano; VI 73b-c, por la de Valente), dado que el rey posee esta condición por naturaleza (XIX 233b). De este modo, la realeza se ve robustecida por el hecho de que se encuentra bajo el respaldo, la aceptación y la protección de la gracia divina. Ahora bien, la que goza propiamente de esta gracia es la institución monárquica; el soberano debe demostrar que está en posesión de una verdadera naturaleza regia. Si los «escritos de los asirios», los textos bíblicos, aseguran que «el corazón del rey está guardado en la mano de Dios» 120 , el monarca ha de evitar que la divinidad le retire esta protección. A este fin ha de hacer honor a su esencia superior (I 5c-6c; IX 126a; XIII 170a-b) y aspirar en todo momento a transformarse en una imagen de Dios (eikòn theoû), para lo que Temistio recurre al concepto platónicoestoico de «asimilación a la divinidad» (tò Diì homoiothênai ) 121 . Esta asimilación, que en Eusebio implicaba el reconocimiento del Dios verdadero, la propagación de la fe y la conversión del imperio, adopta en nuestro autor un tono pagano genuinamente filosófico: el príncipe ha de dirigir su mirada hacia el orden divino (IX 127a) y cultivar las virtudes propias de la divinidad, entre ellas la única que es exclusiva de Dios: la «humanidad» o philanthrōpía.

El elemento más original de teoría temistiana de la realeza es el lugar central que dentro de ella ocupa este concepto de «humanidad» o philanthrópía. Se trata de una idea recurrente en todos los panegíricos conservados y recibe una atención particular en el primero de ellos, titulado Constancio o Sobre la humanidad. Según Temistio, son numerosas las virtudes que han de adornar al monarca, pero todo el «coro» de virtudes encuentra en aquella virtud su fundamento último. Igual que existe una virtud propia de cada animal y de cada una de las actividades humanas, la virtud que deja su impronta en el alma del príncipe, que sólo a él le conviene y que sólo en él tiene eficacia práctica, es la humanidad (I 5b-c).

El concepto es, desde luego, bastante antiguo, con su sentido básico de «une disposition générale de bienveillance et de bienfaisance á l’egard des hommes», según la definición de Festugière 122 . Downey 123 ha trazado con toda claridad la historia de este término, que a partir del siglo Iv a. C. deja de referirse al amor de los dioses por los hombres y se reserva en exclusiva para el amor entre los hombres, aunque en sus usos desde la época helenística hasta el Bajo Imperio siempre se aplica con un sentido de philía de un superior por un inferior, fundamentalmente de soberano a súbdito. Particular importancia tiene su empleo por Plutarco como virtud propia del hombre educado 124 y su traducción al latín por humanitas, así como la elaboración dionea 125 en relación con la imitación de Dios que se le ha de exigir al monarca. En el siglo Iv d. C. el concepto de «humanidad» formaba parte del elenco de calificativos rituales del monarca, y de ahí que pasara a ocupar un lugar importante en Juliano, en Libanio y en un buen número de autores cristianos 126 . Downey defiende, por último, que la originalidad de Temistio estriba en el énfasis particular que pone en esta virtud, todo ello dentro de una hipótesis que defiende que los autores paganos del siglo Iv se consagraron a la elaboración de la philanthropía para oponer al cristianismo, que pretendía el monopolio de la virtud ética, un principio de conducta equiparable al del «amor fraterno» o agápē.

Daly ha situado la cuestión en sus justos términos al defender que la contribución de Temistio consiste en haber precisado el concepto dentro de un determinado marco político 127 . La philanthrōpía pasa a ocupar el lugar central del régimen absolutista y se convierte en rectora de las demás virtudes del soberano, entre ellas la piedad, la mansedumbre (normalmente en su acepción de clemencia) y la justicia (eusébeia, prāiótēs, dikaiosýnē). En tanto que la ejerce a través de sus obras, el emperador cumple su programa de asimilación a la divinidad. De este modo, la philanthropía se convierte en patrimonio exclusivo del monarca y se despoja de la acepción plutarquiana de «práctica de la beneficiencia» en sentido amplio. El resultado es, de acuerdo con Daly, «an ironic return to its originally theistic character» 128 .

Este príncipe asimilado a Dios y dotado, por lo tanto, de una naturaleza divina, va a mantener también con la ley una relación de esencial superioridad. En el antiguo debate jurídico-fílosófíco sobre la posición del rey con respecto a las leyes, Temistio toma partido por la primacía del monarca. Según su definición, el rey es «ley viviente» (nómos émpsychos : I 15b; V 64b-c), o lo que es lo mismo, la fuente misma de la legislación. La fórmula no es nueva; se recoge ya en el tratado de Diotógenes, aunque las primeras elaboraciones teóricas sean de Platón y de Aristóteles 129 . Temistio, no obstante, adopta el concepto con los matices éticos que le confiere Dión, para quien el emperador no ha de rendirle cuentas a la ley por aplicársela a sí mismo 130 , pero lleva hasta las últimas consecuencias su desarrollo conceptual, según puede verse en las palabras que le dirige a Joviano (V 64bc):

«¿Pero quieres saber en qué consiste la contribución de la filosofía? Ella afirma que el rey es ley viviente, ley divina que procede de lo alto y se manifiesta en el tiempo, emanación de aquella naturaleza, providencia venida a la tierra; mirando siempre hacia él y dispuesto siempre a imitarlo es sencillamente, según dice Homero, «retoño y criatura de Zeus», y comparte con el dios las restantes advocaciones: hospitalario, protector de suplicantes, protector de la amistad, proveedor de frutos, dispensador de bienes, patrón de la justicia, administrador del bienestar, prítano de la felicidad.»

A esta noción, que desborda ampliamente el marco legal de la Antigüedad, se llega a través de una crítica de la ley positiva que remonta en último extremo a Teofrasto 131 : las leyes son incapaces de recoger toda la diversidad de la vida humana (I 14d-15a), por lo que el juez en que se constituye el monarca ha de suplir estas deficiencias con su humanidad (I 15a-b) 132 . El monarca es un recurso contra el rigor inhumano de la ley y ha de ejercer su gracia atemperando la ira de aquélla (XI 154a; XVI 212d). Si Dios les ha enviado a los hombres un príncipe, es para que éstos encuentren un refugio contra lo inapelable de la ley (XIX 227d-228a). Él ha de saber distinguir los tipos de delito que ya estableció Aristóteles (error, delito y desgracia) 133 para aplicar su clemencia de acuerdo con esta diversidad (I 15b-c); pero en cualquier caso, su función es siempre la corrección (epanórthōsis) de la legislación vigente. La humanidad, en definitiva, en cuanto virtud nuclear de la realeza, justifica que el monarca practique la clemencia en su condición de «ley viviente».

Pero ante todo, la philanthrōpía se convierte en el pensamiento de Temistio en un principio de aplicación universal a los diversos problemas con los que ha de enfrentarse el soberano. En virtud de ella se justifica, por ejemplo, una política fiscal que alivie la carga impositiva de los súbditos (VIII) y se propugna igualmente una política «pacifista» de predominio de lo civil sobre lo militar y de integración de los pueblos bárbaros. Los Discursos VIII, X, XIV, XV y XVI abordan en diversa medida esta última cuestión, uno de los aspectos más singulares de la ideología temistiana desde el momento en que sus propuestas se oponen frontalmente a la de la mayoría de sus contemporáneos, entre ellos Libanio, Amiano Marcelino, Ambrosio de Milán o el propio Sinesio de Cirene 134 . Temistio incide una y otra vez en el motivo de la «victoria incruenta» a propósito de la paz concluida por Joviano con los persas (V 66a ss.) o de los tratados de paz con los godos de los años 369 (Discurso X) y 382 (Discurso XVI). A partir de su concepción ecuménica del Imperio, nuestro autor extiende a los godos la condición de potenciales ciudadanos romanos (XVI 211c-d) y, según su proceder habitual, combina ensus discursos argumentos de tipo moral con apelaciones al interés político y económico: por un lado, lo humano es convertirlos en súbditos, no aniquilarlos (X 139c-140a), y al emperador humanitario le convienen apelativos que no aludan a sus triunfos militares, sino a las victorias de su philanthr ō pía (X 140ac; VI 79d-80a); por otro lado, carece de interés para el Imperio obtener victorias militares que no son sino semillas de nuevos enfrentamientos, así como dejar los campos cubiertos de cadáveres, sin mano de obra que los cultive (XVI 212a-b). Y es en la teoría platónica del alma donde se encuentra la legitimación de esta política de tolerancia: los bárbaros son como las pasiones, que deben someterse a la razón, sin que sea posible ni deseable su destrucción (X 131c). Los bárbaros no son, en definitiva, sino el reverso de la romanidad: se oponen al orden en cuanto que representan el desorden; de ahí que al monarca humanitario le corresponda una tarea civilizadora (XIII 166c; XV 197b).

Sin embargo, donde el ecumenismo que propugna Temistio encuentra su manifestación más original es en su postura ante las querellas religiosas contemporáneas, tanto las que enfrentaban a cristianos y paganos, como las disputas teológicas que se mantuvieron en el seno mismo del cristianismo. El panegírico a Joviano recoge, en este sentido, una serie de propuestas de un alcance y un contenido absolutamente novedosos 135 . Aunque parece evidente que en este discurso Temistio intenta conjurar la reacción antipagana que se esperaba tras la caída de Juliano 136 , el programa que se expone desborda con mucho las exigencias de unas circunstancias tan concretas. «La naturaleza», dice Temistio citando a Heráclito, «gusta de ocultarse» (V 69b), y es posible llegar hasta Dios a través de caminos diferentes, del mismo modo que en los certámenes atléticos distintas calles conducen hasta la meta y ningún atleta carece de premio (V 68d). Aun asumiendo la condena de determinadas prácticas de hechicería (V 70b), Temistio expone su idea de un imperio en el que quepan helenos, sirios y egipcios, lo que no es sino decir, paganismo, cristianismo y religiones mistéricas, e incluso distintas tendencias dentro de la confesión cristiana (V 70a). Nuestro autor llega a formular la idea de que Dios no desea que la unidad de culto sustituya a semejante policromía religiosa, dado que la noble lucha entre religiones, como la «discordia» buena de Hesíodo que invita al trabajo, no es sino un estímulo para la piedad (V 69b). Sin duda, lo más interesante es descubrir que semejante declaración de principios, más que ser un manifiesto voluntarista, encaja a la perfección en la concepción temistiana del imperio: desde el momento en que se sitúa a Dios en una esfera superior a la de las religiones particulares, el emperador, su émulo en la tierra, habrá de limitar su actuación a velar, al igual que su modelo, por la libertad de culto. En otras palabras, la tolerancia del emperador no se presenta como una práctica deseable, sino como una exigencia de su naturaleza. En este sentido, no parece estar muy acertado Dagron cuando entiende que el Discurso XIII, pronunciado ante el Senado de Roma, es una invectiva contra el cristianismo como religión de salvación y una llamada a la movilización del paganismo 137 . Si algo se pone aquí en entredicho no es el cristianismo, sino las desviaciones místicas y teúrgicas que se esconden en el propio seno del paganismo y que están simbolizadas por un misterioso personaje —probablemente Juliano— que recibe el nombre de «Empédocles» 138 .

5. Programa educativo

Aunque se trata de un tema que desborda el campo del panegírico, cualquier exposición del pensamiento de Temistio quedaría incompleta sin una referencia a su programa educativo. En este terreno nuestro autor llevó lo que él presentaba como una tradición familiar a un grado de teorización cuyas propuestas despertaron entre sus contemporáneos recelos semejantes a los de su ideario político. Su propio compromiso personal con la política se fundamenta en una determinada concepción de la educación y del papel que dentro de ella desempeña la filosofía.

No existe un discurso que aglutine lo esencial de sus postulados educativos, aunque las páginas que dedicó a lo largo de su vida a esta cuestión permiten reconstruirlos con toda claridad. De hecho, las primeras polémicas en las que se vio envuelto, correspondientes, según Méridier, a los años previos a la designación como senador, tienen un pronunciado carácter académico y se enmarcan en un contexto de disputas escolares. Entre los temas sometidos entonces a debate se encontraban la dimensión práctica de la filosofía (II 31d-32a), la educación filosófica del monarca y del pueblo (XXXIV 1-2), y las críticas a los filósofos neoplatónicos y a los sofistas (particularmente en los Discursos XXI, XXII y XXVIII). Son también los años en los que redacta sus paráfrasis de Aristóteles dentro, como hemos señalado, de una estricta tradición pedagógica familiar. Desde el principio quedan claros, por lo tanto, los motivos centrales de un programa que irá madurando al hilo de las circunstancias y que Downey, en uno de los trabajos fundamentales sobre la cuestión 139 , ha resumido en estos términos: defensa de los valores inherentes a la educación tradicional y a la filosofía pagana, la educación filosófica como ejercicio apropiado y beneficioso para todas las clases sociales, ataque de las teorías educativas rivales y dimensión política de la educación (educación del soberano, educación del pueblo y asimilación de los bárbaros a la paideía).

Temistio era ante todo un gran divulgador, pues creía, como su modelo Dión de Prusa, que la filosofía tenía que empeñarse en la educación de las masas, sin dejarse intimidar por las dificultades 140 . La educación es la base de una vida verdadera (XXXIV 2), y la formación en la virtud está al servicio de la naturaleza sociable que Aristóteles atribuyó al ser humano (XXXIV 6; VI 76c-d). La filosofía es precisamente el camino que conduce hacia esa virtud (XXVI 323b-c), ya que la profesión filosófica no consiste en otra cosa que en el ejercicio de ésta (II 31 d-32a), no en una vana especulación sobre silogismos y tecnicismos inútiles (II 30b, 33a). Por otra parte, son las propias circunstancias las que demuestran que la inteligencia cultivada posee una eficacia práctica superior a la fuerza (I 2b-3a).

En consecuencia, queda abierto el camino para el enfrentamiento con la enseñanza superficial de los sofistas y con las doctrinas esotéricas de las escuelas neoplatónicas 141 . Contra los primeros, Temistio recurre al arsenal argumentativo tradicional: sus enseñanzas carecen de contenido ético y filosófico, son artificiosas y deshonestas, se dedican a cautivar sin provecho alguno el oído de la multitud y no buscan otro fin que la exhibición virtuosa. La filosofía, en definitiva, es superior a la retórica (X 130c; XX 237d; XXI 243a). Por otro lado, la enseñanza de los «supuestos filósofos que tienen bastante con reunir a unos jóvenes en un rincón para susurrarles al oído» 142 no tiene repercusión alguna en la sociedad y sí, por el contrario, un miedo terrible a aparecer en la plaza pública. La obligación del filósofo es la de Sócrates: conversar en las plazas, los baños y las asambleas (XX 255a-b; XXVIII 341 d-342a) y extender la filosofía tanto como le sea posible (XXVI 321a; XXVIII 341d).

A diferencia de estas escuelas rivales, Temistio concede a la educación un papel fundamental en la práctica política, tanto en la fonnación de las masas como en la del propio soberano. En el primer caso, el orador aboga por la constante demostración de la utilidad práctica de la filosofía, lo que incluso justifica en alguna ocasión el compromiso político del filósofo (XVII 213c-214a), así como, de una manera más directa, un programa de educación de las masas a través de declamaciones públicas en el «Teatro de las Musas» (XXIV 313a-d; XXI 243a-b). Aunque Temistio no es muy explícito a la hora de concretar el contenido y la metodología de las declamaciones, Smeal 143 ha sugerido que el Discurso XXI (Perì philías, una breve declamación de clara finalidad práctica e instructiva) es un ejemplo del tipo de conferencias que integraría este programa. La segunda cuestión, la educación del soberano, sí recibe un tratamiento más extenso. Para Temistio, la naturaleza excepcional del soberano justifica también una educación diferente a la del hombre corriente (IX 126a-c; XI 142b-143b; XVIII 224c-d). Ello no excluye, según la mejor tradición romana, una instrucción en la dureza de la vida militar y de las obligaciones públicas (VI 81b; VIII 113d-114b). Por otro lado, aunque no se dejan de lado los estudios literarios (XI 144d-145a), la educación ha de ser básicamente filosófica, el monarca ha de estar asistido por el consejo de los filósofos, y él mismo, en su más alto sentido, resulta ser el filósofo mayor de todos (asunto central del Discurso II). El fruto de todo ello será un monarca capaz de derrotar a los escitas o a los usurpadores como Vetranio tan solo con el poder de su palabra (III 45b; XI 146a-b; XVI 210d-211b). En consonancia con esto, entre las virtudes y las bellas acciones del emperador se alaban la disposición al aprendizaje, la protección de las letras o la creación de una biblioteca en la capital (XIII 174a; XVIII 106d; IX 123b; IV 59b ss.).

6. Género, lengua y estilo

Los panegíricos de Temistio son el mejor ejemplo en lengua griega de la pervivencia de una retórica deliberativa que se acomoda al género epidíctico, siempre dentro de un contexto carente de libertades políticas y en el que las asambleas locales, como los senados de las dos capitales del imperio, se han convertido en meros consejos consultivos del emperador 144 . Las dieciocho piezas que se engloban bajo el epígrafe de «discursos políticos» son otros tantos ejemplos de una variante del encomio, perfectamente formalizada en la época imperial con el nombre de basilikòs lógos, que el rétor Menandro analiza al comienzo de su tratado sobre retórica epidíctica 145 . Aunque es evidente que el tratado de Menandro se apoya sobre una producción oratoria preexistente, con piezas tan sobresalientes como el discurso Sobre la realeza del Pseudo-Aristides o los panegíricos de Dión de Prusa al emperador Trajano, las mejores ilustraciones del género corresponden al siglo IV 146 , y son concretamente los panegíricos de Juliano, de Libanio y de Temistio. Estas composiciones, a pesar de haber sido redactadas bajo el régimen del Dominado, se mantienen lejos aún del esquematismo y la formalización que va a exigir el nuevo ceremonial cortesano de la Antigüedad tardía y que condicionan la evolución del género durante la Edad Media 147 .

Los discursos políticos de Temistio ocupan, en cualquier caso, una posición singular dentro la historia del basilikòs lógos, tanto por su número como por sus rasgos literarios 148 . Entre la extensa obra de Himerio tan sólo se encuentran algunos panegíricos imperiales 149 . Tampoco se acercan a la cifra de nuestro autor los panegíricos de Juliano o de Libanio, quien, por otra parte, evitó componer encomios a los monarcas cristianos, con la única excepción del dedicado a Constancio y Constante (Discurso LIX), que justifica como un encargo 150 . Ni siquiera entre los panegíricos latinos existe una colección tan importante compuesta por un solo autor. No obstante, más que en su cantidad, la singularidad de los discursos de Temistio radica en su contenido y en su estructura. A diferencia de sus contemporáneos 151 , Temistio se aparta de la preceptiva del basilikòs lógos, con sus habituales secciones dedicadas a la región natal del monarca, el nacimiento, la familia, la crianza y educación, sus acciones en la paz y en la guerra, las virtudes que de ello se derivan y la comparación con el reinado de los predecesores 152 . Sus encomios están centrados, por el contrario, en temas filosóficos (con continuas referencias críticas a los tópicos laudatorios al uso) 153 , y en vez de extraer consecuencias abstractas de las acciones del emperador como exige la preceptiva, presenta al monarca desde un principio como paradigma indiscutible de excelencia en la virtud, según un proceder semejante al de Eusebio de Cesarea 154 . Hay que buscar, por lo tanto, en Dión de Prusa el modelo literario de Temistio, tanto en los desarrollos filosóficos sobre el monarca ideal, encamado en Trajano en el caso del de Prusa, como en buena parte de los motivos empleados, incluida la constante protesta de sinceridad y el rechazo de la adulación como sello del encomio filosófico. Tanto en este punto como en el recurso ocasional a Aristides en los Discursos V y VI 155 y, sobre todo, en la propia reinvidicación del género epidíctico para la filosofía, entendida ésta como práctica política, Temistio se muestra como un auténtico heredero de la Segunda Sofística del siglo II 156 . El viejo modelo retórico de la época de los Antoninos revive dentro de la nueva estructura imperial, ahora a través de un orador que funda en su condición de filósofo el privilegio de dirigirse con libertad al emperador para recordarle sus obligaciones 157 y remitirle, por la vía indirecta del elogio y la referencia a valores universales, determinados mensajes de vigencia política inmediata 158 .

En lo que se refiere a la lengua de los discursos, Norden incluyó a Temistio, junto a Aristides, Libanio, Sinesio, Procopio y Coricio, entre los «strengen Archaisten» 159 . Su arcaísmo aticista se manifiesta en los rasgos habituales: alto uso del optativo, del dual 160 , de adjetivos neutros para los conceptos abstractos, de formas en -tt-, etc. En la misma línea están Schmid, que considera su ático el más claro de entre los oradores del siglo Iv 161 , y Brons, quien subraya el papel que para alcanzar este ático fluido desempeñan las frecuentes paráfrasis y las citas literales de Platón 162 . Sin embargo, la línea moderna de investigación, sobre todo después de los estudios de Matino y de Maisano 163 , tiende a poner de relieve la presencia de elementos léxicos y sintácticos procedentes de la lengua hablada, así como a establecer diversos niveles de estilo cuya cercanía a la lengua coloquial (con todas las reservas con las que ha de emplearse este concepto en una cultura diglósica) aumenta en los discursos de mayor contenido didáctico o propagandístico. Las anomalías en el uso del optativo en los períodos condicionales, del dual, de los regímenes de la preposiciones, del futuro, de los casos (particularmente el dativo) y de las voces nos hablan de un autor más próximo al sermo cotidianus de lo que se pensaba, y ponen en entredicho las correcciones que han practicado en el texto algunos editores guiados por prejuicios clasicistas. En este sentido, cabe destacar la conclusión de Hansen de que Temistio es uno de lo autores que adoptaron como procedimiento habitual la «cláusula rítmica», tan característica de la retórica bizantina (intervalos de dos a cuatro sílabas átonas entre los dos últimos acentos de la frase) 164 .

Temistio tenía una idea muy clara de las funciones del estilo en la retórica filosófica (XXIV 301b; XXVI 315a-c; XXVII 336c; XXVIII 341c). A la majestad del suyo (semnòs eîdos toû légein) oponía el estilo rebuscado y musical de los sofistas, con lo que actualizaba la antigua polémica contra el asianismo y llevaba su fidelidad a la cultura clásica hasta el terreno del estilo. Sin duda, habría dado su aprobación al juicio de Focio, que califica el suyo de «claro, sobrio y florido» (saphés, apérittos, antherós) y de un léxico inclinado hacia la majestad 165 . No obstante, semejante declaración de principios no le impide recurrir a buena parte del repertorio retórico tradicional, que, como puso de relieve Méridier 166 , lo aproxima a las prácticas estilísticas de sus contemporáneos: la naturalidad cuidadosa y afectada de las Segunda Sofística; el frecuente uso de las comparaciones para lograr la amplificación (especialmente con ejemplos históricos o míticos); el uso, cuando no abuso, de las citas literarias; el habitual recurso a símiles con imágenes deslumbrantes; y por último, el empleo masivo de figuras gorgianas, con una tendencia acusada al paralelismo sintáctico y al empleo de dobletes, bien para expresar una idea compleja, bien por mera redundancia sinonímica. Particularmente interesante es el recurso sistemático a la cita, que a veces se convierte en paráfrasis y puede llegar a estructurar una sección completa de un discurso 167 . Esta técnica de la cita es continua en los casos de Homero y Platón, aunque el exhaustivo estudio de Colpi 168 ha demostrado que la cultura de Temistio abarca todas etapas de la literatura griega e incluye la poesía (Homero, Hesíodo, líricos, trágicos, Aristófanes, Arato...), la historia (particularmente Heródoto y Jenofonte), la oratoria (Demóstenes), la filosofía (Platón, Aristóteles, Crisipo...) y toda la producción literaria de la época imperial (Plutarco, Dión, Luciano, Aristides, Aquiles Tacio e incluso Apiano y Casio Dión). Sin embargo, los pilares del «sistema de citas» temistiano son Homero, Platón y Aristóteles, a lo que hay que sumar el trasfondo permanente, más o menos explícito, del modelo dioneo. La presencia de referencias bíblicas en Temistio, que en otro tiempo defendió Downey, hoy se tiende a reducir a la triple cita de Proverbios 21, 1: «el corazón del rey está guardado en la mano de Dios» (VII 89d; XI 147c; XIX 229a) 169 . Por lo tanto, el marco literario en que se mueve Temistio es el que cabría esperar en un hombre formado en los ideales de la paideía restaurada de la Segunda Sofística (en la variante «filosófica» de Dión), los mismos en los que apoya sus propuestas políticas y educativas.

7. Temistio y la posteridad

Las agrias polémicas en que Temistio se vio envuelto debido a sus posiciones filosóficas, educativas, políticas e incluso literarias, que hacían de él un heterodoxo innovador a ojos de muchos, lo confirman como una personalidad de gran influencia en su época. Se ha llegado a afirmar que desde los tiempos de Herodes Ático ningún orador tuvo una repercusión pública tan destacada 170 . Y así lo ponen de manifesto el alto concepto que el propio orador tiene de sí mismo 171 y el testimonio elogioso de destacados contemporáneos, a veces, como es el caso de Libanio, de posiciones políticas opuestas. Este último no duda en considerarlo el primer orador de su tiempo 172 . Gregorio de Nacianzo, cuyo verdadero grado de amistad con Temistio se desconoce, lo considera «rey de los discursos» y asegura que sus palabras lo identifican como el hombro de marfil a los Pelópidas 173 . Juliano, por su parte, a pesar de su distancia ideológica, mantiene siempre un tono de respeto hacia el orador en su Carta a Temistio, aunque muy lejano de la adhesión que le demuestra Constancio II en su discurso dirigido al Senado. Los historiadores Sócrates y Sozómeno también aluden a él en términos elogiosos, particularmente por su defensa de la tolerancia religiosa entre nicenos y arrianos 174 . Por otro lado, los panegíricos de Juliano a Constancio, de Libanio a Constante y Constancio, y, ya posteriormente, el que con el título de Sobre la realeza le dirige Sinesio de Cirene a Arcadio, beben directamente de los cuatro primeros discursos de Temistio.

Las referencias a una temprana publicación de sus escritos y la pronta aparición de protheoríai 175 demuestran que tanto sus discursos como sus paráfrasis se incorporan desde el primer momento al ámbito escolar, lo que convertirá a Temistio en uno de los autores básicos de la cultura bizantina. Ya Sinesio de Cirene lo tiene presente en su Dión como modelo de hombre de cultura abierto a los problemas de su tiempo 176 . Estobeo lo incluye en su Florilegio 177 y cita algunos pasajes de sus discursos, tomados ya probablemente de una antología. Procopio de Gaza recurre a su oratoria en el panegírico dedicado a Anastasio, y todavía en el siglo vI sabemos con certeza que su obra era una de las pocas en lengua griega que formaban parte de la biblioteca de Casiodoro 178 . Focio, Teofilacto de Bulgaria y Eustacio de Tesalónica, que lo emplea en alguna ocasión como fuente para su comentario de Homero, son claras referencias temistianas en pleno apogeo de Bizancio 179 . A ello ha de sumarse la pervivencia y el influjo de nuestro autor a través de las traducciones en siríaco, hebreo o árabe, que a veces son el testimonio único de originales desaparecidos. Después de la caída de Constantinopla los escasos centros supervivientes de la cultura griega siguieron leyendo sus panegíricos, como lo demuestran los códices orientales de fecha tardía 180 . Por último, en la Europa sacudida por los enfrentamientos religiosos gozó de gran vigencia la imagen de Temistio como apóstol de la tolerancia: la noticia del panegírico a Valente pronunciado en Antioquía en el 376 contra la persecución de los nicenos «homousianos» llevó al obispo Andreas Dudith, consejero de Maximiliano II y participante en el Concilio de Trento, a componer una traducción apócrifa al latín de un supuesto original perdido que va a catalogarse como Discurso XII 181 .

Después del juicio negativo de buena parte de la crítica filológica e histórica de los siglos xIx y xx, que pone en tela de juicio sus hábitos estilísticos, su pretendida profundidad de filósofo y su altura como hombre político, y entre cuyos nombres se encuentran Reiske, Stegemann, Geffcken, Alföldi o Piganiol 182 , hoy se tiende a valorar a Temistio dentro de los parámetros de su tiempo, lo que ha sido posible gracias a nuestro mejor conocimiento de las convenciones literarias de la época y del debate cultural e ideológico que condiciona todo el siglo Iv. De este modo, Temistio se ha convertido en una fuente de primer orden para profundizar en un período histórico tan complejo como la Antigüedad tardía, al que asistió como testigo privilegiado por su posición política y su labor profesional. Él mismo, en cuanto intelectual que intenta acomodar la herencia clásica a las exigencias de su tiempo, es un ejemplo evidente de hombre de transición.

8. Historia del texto, ediciones y traducciones

H. Schenkl y R. Maisano han explicado con todo detalle en diversos trabajos los pormenores de la tradición del texto de Temistio 183 . A ellos remitimos para una mayor profundización. Nos encontramos ante una rica colección de códices (más de sesenta) que no se remontan más allá del siglo xIII y que en su inmensa mayoría pertenecen a los siglos xIv, xv y xvI. Ninguno de ellos conserva la totalidad del corpus de los discursos de Temistio (el Ambrosiano J 22 sup. incorpora, el que más, treinta y un discursos). Buena parte de este material está integrado, por otro lado, por codices descripti o por textos que se nutren de la editio Aldina, como es el caso de las copias realizadas en la Europa oriental hasta el siglo xvIII 184 . Se trata, por lo tanto, de un material tan abundante como de limitado valor que, además de su escasa antigüedad, plantea importantes dificultades a la hora de reconstruir un stemma claro, dificultades que se derivan de la labor de exégesis escolar y compilación antológica que arranca desde el propio siglo Iv y atraviesa todo el Medievo bizantino, y que tuvo entre otras consecuencias la contaminación entre las diversas ramas de la tradición y la pérdida de los ejemplares más antiguos.

Las diversas alusiones del autor a la difusión de su propia obra, así como el importante testimonio de Libanio, que asegura en algunas cartas haber recibido copias remitidas por el propio Temistio 185 , nos hacen pensar en una primera fase de transmisión controlada por el autor. El Discurso IV nos informa, en este sentido, del cuidado que Temistio ponía en el acabado de sus obras para su posterior difusión y su depósito en la nueva biblioteca de Constantinopla (IV 59b ss.). Por otro lado, no es igual la fortuna corrida por los discursos políticos, cuyas copias serían muy escasas en un primer momento, y los discursos privados, destinados al ámbito escolar y sometidos desde el principio a una amplia circulación entre los alumnos. En cualquier caso, Schenkl defendió la tesis de que el estado en que nos ha llegado el corpus se remonta en último extremo a la fase inicial de difusión del material, más que a una ordenación tardía, hasta el punto de que cabe atribuir a Libanio la autoría de las protheoríai que encabezan algunos discursos. En su opinión, el Ambrosiano (A) conservaría un corpus prácticamente completo que estaría integrado por nueve grupos de discursos, correspondiente cada uno de ellos a un primitivo tomo de lo que habría sido la edición completa de la obra del autor. Estos tomos se conservarían sólo parcialmente en los demás grupos de manuscritos 186 . Maisano corrige la hipótesis en el sentido de atribuir a estos tomos una publicación separada a cargo del propio autor o de sus discípulos, de modo que la compilación del Ambrosiano sería tardía y se limitaría a una rama de la tradición 187 .

Dejando de lado el terreno de las hipótesis, las principales líneas conservadas de esta tradición, según la enumeración de Maisano y adoptando las siglas de Schenkl, son las siguientes 188 :

—Ambrosianus gr. J 22 sup. (A). Se trata del más importante en cuanto al número de discursos (un total de treinta y uno) e incluye también los discursos de Esquines. El orden de los discursos sirvió de punto de partida para la tesis de Schenkl. Es testimonio único de los Discursos I, XI, XIII, XXVIII, XXIX, XXXIII y XXXIV, y están ausentes los números XXII y XXIII. Puede fecharse en el siglo xv y procede de la biblioteca de Vincenzo Pinelli. Aunque el valor de sus lecturas es variable, representa una rama independiente de la tradición que incorpora variantes de enorme antigüedad 189 y puede ser identificada con la que sirvió de base a la lectura de Focio 190 .

—Coislinianus gr. 323 (Π). De la misma época y la misma mano del anterior. Incorpora trece discursos, dos de ellos incompletos. Presenta importantes variantes en los Discursos V, IX y X, que hacen pensar en la presencia de un modelo diferente.

—Salmanticus I-2-18 (Ψ). De finales del siglo X IV . Contiene doce discursos que, junto a lecturas claramente erróneas, es de especial valor en el caso de VI.

Venetus S. Marci gr. 513 (Δ). De finales del siglo xv. Lo integran seis discursos y está próximo a la tradición de Ψ, pero su importancia radica en que es el único testimonio de los Discursos XXII y XXIII.

Vaticanus gr. 936 (B) y Matritensis XLIX (Σ). De comienzos del siglo xv y de la segunda mitad del X III, respectivamente. Útiles para los Discursos XXV y XXVI.

A estos manuscritos ha de sumarse la tradición que representan dos grupos de códices procedentes de la escuela bizantina, que incorporan algunos discursos de Temistio dentro de antologías más amplias de prosa griega tardía:

— Grupo O. Está formado por ocho códices (aparte de los descripti) de los siglos xv y XVI . Incluyen dos opúsculos de Juliano y, en este orden, los Discursos XX y XXI.

— Grupo Ω. Lo integran dieciséis códices también de los siglos XV y XVI repletos de correcciones y dobles lecturas. Incluyen los Discursos VII, X, IX, V, IV, II y el discurso de Constancio, además de antologías de Juliano y Libanio.

La editio princeps de la obra temistiana aparece en Venecia en 1534 191 , impresa por los herederos de Aldo Manuzio y a cargo de Vittorio Trincavelli, e incluye los Discursos XVIII-XXV y algunos tratados filosóficos. A pesar del cúmulo de errores que contiene, debidos a los escasos conocimientos que el editor tenía de la lengua de Temistio, desempeñó un importantísimo papel en la difusión de la obra temistiana, sobre todo en la Europa oriental. Más fortuna tuvieron en Occidente las ediciones de H. Stephanus (1562), que mejoró notablemente el texto de la aldina e incorporó seis discursos más, denominados por él Augustales (II, IV, V, VII, IX y X), la de Frédéric Morel (1604), sólo del Discurso VI, atribuido además a Sinesio, y la de Georg Remus (1605), integrada por los panegíricos Augustales (con traducción latina y notas) y por la apócrifa versión latina de XII.

En el siglo XV II se publican las tres ediciones sucesivas del jesuita francés Denys Petau (Petavius), que suponen un paso decisivo en la fijación del texto temistiano. La primera, del año 1613, incorpora riquísimas notas y traducciones latinas (además de la traducción griega de XII), atribuye definitivamente el Discurso VI a Temistio, y publica fragmentos del Discurso XXXIV. La segunda edición, de 1618, se limita a adoptar apresuradamente las novedades de la edición de Pierre Pantin (1614), aparecida pocos meses después de la primera de Petavius. Aquélla partía del manuscrito de Salamanca (Ψ), incluía traducción latina y editaba por primera vez el discurso de Constancio al Senado y los Discursos VIII, XIV y XXVII. Petau se consagró posteriormente a preparar una edición enriquecida por el testimonio decisivo del Ambrosiano (A), aunque la tarea, interrumpida por la muerte del editor, fue continuada por Gabriel Cossart y culminada finalmente por Jean Hardouin. La edición aparece en 1684 y se convierte en referencia defitiniva para la paginación y para la numeración de los discursos. Como señala Maisano 192 , esta edición de 1684 puede considerarse, a pesar de las aportaciones de los continuadores, la tercera de Petavius.

A principios de la centuria siguiente se cierra el corpus temistiano con la edición del Discurso XXXIV por parte de Angelo Mai (1816); y dieciséis años después ve la luz en Leipzig la edición completa de Wilhelm Dindorf (1832), que revisa concienzudamente los discursos de tradición múltiple a partir del testimonio del Ambrosiano (A). Precisamente la excesiva fidelidad a este códice ha sido severamente criticada por los editores modernos, particulamente por Hansen y Maisano 193 .

Desde entonces los panegíricos de Temistio han sido objeto de innumerables reflexiones críticas por parte de los estudiosos, sin que el enorme material acumulado se haya plasmado aún en una edición definitiva. H. Schenkl, editor de la paráfrasis de Temistio a la Física de Aristóteles, emprendió la tarea, y fruto de sus investigaciones son los trabajos publicados desde 1898 hasta su muerte. Gl. Downey completó el trabajo de Schenkl con la aparición en 1965 en la editorial Teubner de los discursos políticos. A. F. Norman publicó en 1971 y 1974 los volúmenes dedicados, respectivamente, a los discursos privados (II), y a los textos siríacos y árabes, los fragmentos y los testimonios (III).

Aunque el lector ha de atenerse hoy al texto de Downey-Norman, no debe ocultarse que se trata de una edición deficiente no sólo en lo que se refiere a la fijación del texto (lengua, puntuación, distribución de párrafos, etc.), sino también al aparato crítico y al aparato de fuentes, repletos de inexactitudes e insuficiencias. Hansen, Maisano, Vanderspoel y una importante lista de autores han venido realizando importantes aportaciones en estos diferentes apartados. El fruto más reciente ha sido la edición bilingüe de R. Maisano (1995), que incorpora veinte nutridas páginas de variantes con respecto al texto de Downey-Norman, así como importantes alteraciones de la puntuación y de la separación de los párrafos, que reciben de él una nueva numeración. Aun así, falta todavía una edición acabada (la de Maisano carece de aparato crítico y de fuentes) y que parta tanto de una profunda revisión de las tradiciones manuscritas como de un exhaustivo conocimiento de las modernas aportaciones críticas. Tan sólo contamos por el momento con algunos discursos que han sido editados individualmente: el XX y el XXI por S. Oppermann (1962), el XXVI por H. Kesters (1959), aunque entiende que Temistio se limitó a retocar un texto redactado por Antístenes, y el XXXIV por H. Schneider (1966).

La propia historia del texto, el tradicional menosprecio de la literatura tardoantigua, la hostilidad de determinada crítica moderna hacia la figura de Temistio y, sobre todo, la dificultad de la lengua y el estilo del autor, son los factores que pueden explicar la enorme sequía de traducciones modernas. La primera versión al latín de los ocho panegíricos de la editio princeps estuvo a cargo de Gerolamo Donzellino y apareció publicada en Basilea en 1559. Su difusión en Occidente fue mucho mayor que la de la propia edición de Trincavelli. Stephanus, por su parte, anunciaba una versión latina en el título de su edición, aunque ésta nunca llegó a publicarse. G. Remus fue el primero que acompañó el texto de los seis discursos Augustales de una traducción al latín, además de adjuntar, como ya hemos señalado, la traducción apócrifa de Andreas Dudith que hoy se conoce como Discurso XII. Pantinus y Petavius acompañaron sus ediciones de las correspondientes versiones latinas (en el caso de la edición de 1684 se incluyen también traducciones de Cossart y Hardouin). Aparte de una traducción italiana parcial de difusión muy limitada y de la que tenemos noticia por Maisano 194 , hay que esperar ya hasta el siglo XX para que Gl. Downey realice una versión inglesa para la editorial Loeb que nunca ha llegado a publicarse, salvo la del Discurso I, aparecida en 1958 como artículo 195 . Además de las traducciones de algunos pasajes significativos que aparecen en determinados artículos o monografías y de las que se han realizado de algunos discursos privados, para cuyas referencias remitimos al lector a la bibliografía, la primera versión completa a una lengua moderna y realmente publicada ha sido la de R. Maisano al italiano.

9. Nuestra traducción

La versión castellana que presentamos se basa en la edición teubneriana, cuyo primer volumen (1965) está dedicado a los discursos políticos, mientras que el discurso de Constancio al Senado está incluido en el volumen III. También nos atenemos a ella en lo que respecta a la distribución de los párrafos, que hemos numerado para facilitar al lector la consulta de la sinopsis de cada discurso. Durante la elaboración de este trabajo ha visto la luz la nueva edición bilingüe de R. Maisano, que viene a enmendar numerosas deficiencias de la anterior y supone un paso importante para una fijación correcta del texto. Hemos revisado a conciencia la edición de Maisano y el resultado lo puede ver el lector en las variantes adoptadas (las correspondientes a la edición del italiano las marcamos con un asterisco), aunque, en nuestra opinión, la edición de Downey sigue siendo una referencia obligada. Por último, en lo que respecta a la numeración del texto, hemos optado por la clásica de la edición de Petau-Hardouin (por número y letra), que viene recogida tanto en la edición de Downey como en la de Maisano.

Hemos procurado respetar en todo momento los rasgos del estilo de Temistio, incluidos algunos hábitos poco gratos para el lector moderno como puede ser el de los dobletes (salvo en caso de hendíadis), aunque ha sido inevitable recurrir con frecuencia a la puntuación de extensos períodos que hubieran resultado, de no proceder así, completamente ilegibles. Por lo demás, dados los diferentes términos con que se alude al emperador, hemos optado por reservar la traducción «emperador» para autokrátor y traducir basileús como «príncipe» cuando la referencia al soberano romano es obvia, y como «soberano», «monarca» o incluso como «rey» cuando se teoriza sobre la figura del gobernante supremo (a veces con desarrollos procedentes de Homero y de Platón). En cualquier caso, el criterio último a la hora de optar por una traducción, de éste término o, en general, de cualquier pasaje, ha sido reflejar el contenido con la mayor fidelidad posible.

Finalmente, es de justicia agradecer a la Biblioteca Universitaria de Sevilla el habernos permitido acceder al microfilm de la edición de Hardouin, y a la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cádiz su ardua labor de búsqueda del material bibliográfico necesario para confeccionar este trabajo.

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