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INTRODUCCIÓN

I. DATOS BIOGRÁFICOS

Aunque de Teofrasto se han ocupado otros autores de la Antigüedad, como Aristófanes de Bizancio, Suidas y Hesiquio, la fuente principal para el conocimiento de su peripecia humana es el capítulo V de la obra de Diógenes Laercio, abreviadamente intitulada Historia de los filósofos 1 , que, aunque escrita en fecha muy tardía (primera mitad del siglo III d. C.), recoge los testimonios de escritores anteriores a él, como Hermipo, al que no utilizó directamente, como se sabe por la vida de Estratón del mismo Diógenes Laercio.

Teofrasto nació en Éreso, pequeña ciudad de la isla de Lesbos, en el año 372/71. Por el Testamento recogido por Diógenes Laercio sabemos que su padre se llamaba Melanias, el cual tenía un hermano, León, y éste dos hijos: Melantas y Pancreón, que fueron sus herederos. Al nacer recibió el nombre de Týrtamos , que E. Maas 2 relaciona absurdamente con tyrotámos (cortador de queso), y luego Aristóteles empezó a llamarle Teofrasto «por lo divino de su elocución» (dià tó tês phráseos thespésion ) 3 . De la isla de Lesbos procedían no solo Teofrasto, sino otros paisanos suyos, como Fanias, que, además, fue su amigo, Praxífanes y Equécrates de Metimna. Es innegable el afecto que Aristóteles sintió por su discípulo, ya que, a su regreso de Aso, se detuvo en Mitilene. Hay que señalar también las relaciones de Teofrasto con otros países. Se sabe que estuvo en Macedonia en 343/42 con Aristóteles, que había ido allí a hacerse cargo de la educación del sucesor al trono, y de Historia de las plantas (HP) III 11, 1 y IV 16, 3 se deduce que poseía puntual conocimiento de Estagira. Además, del Testamento publicado en Diógenes Laercio se deduce que poseía una hacienda en dicha ciudad.

Teofrasto se sintió atraído por Aso de Misia, adonde, a la muerte de Platón y asunción por Espeusipo de la dirección de la Academia, se trasladaron Aristóteles y Jenócrates. Hermias, gran amigo del primero y gobernante de la ciudad, hizo de Aso un centro cultural de gran actividad, en donde estuvieron también Calístenes y Teofrasto. En Aso, Aristóteles permaneció tres años y, luego, se trasladó con su discípulo y amigo Teofrasto a Mitilene, y allí permaneció dos años. En el año 322 muere Aristóteles y queda como sucesor suyo en la dirección del Liceo, Teofrasto, su discípulo predilecto.

No quedan testimonios fidedignos de sus desplazamientos a otros países, como Egipto. Pero, al hacer el análisis de la obra de Teofrasto, volveremos sobre este punto prestándole la atención que merece.

Se supone que nuestro autor asistió a la Academia de Platón cuando aún era muy joven, quizás a los 18 años. Allí conoció a Aristóteles, del que más tarde sería discípulo predilecto.

Teofrasto era meteco; por lo tanto, estaba incapacitado por la ley para poseer bienes raíces en Atenas. Y, sin embargo, se sabe por el Testamento que los poseyó y que poseyó también esclavos y dinero. Ello fue posible por los buenos oficios de su poderoso amigo y discípulo Demetrio Falereo, que, a la sazón, gobernaba la ciudad, puesto al frente de ella por Casandro, que depositó en él toda su confianza. Quizás la mayor gloria de Teofrasto haya sido haber contribuido a la formación filosófica del egregio mandatario, a una formación que abarcaba no sólo el campo especulativo, sino también la ciencia política en sus relaciones prácticas.

El Liceo, en tiempos de Teofrasto, llegó a adquirir notable esplendor y contó con un total de dos mil alumnos. Algunos de ellos han pasado a la posteridad, p. ej., Dinarco 4 , orador de algún prestigio en una época de adocenados oradores, que en el año 307, en que el régimen de su protector Demetrio Falereo hubo de dar paso al de Demetrio Poliorcetes, huyó a Calcis de Eubea, y gracias a la intercesión de Teofrasto pudo regresar a Atenas en 292. Frecuentó también la escuela Arcesilao 5 , así como el médico Erasístrato 6 de Yúlide, que, abandonando la doctrina de los humores, se pasó al bando de los pneumáticos, distinguiendo las arterias, distribuidoras del pneûma , de las venas, portadoras de la sangre.

Diógenes Laercio 7 nos habla de las relaciones amistosas de Teofrasto con personalidades de su época: con Casandro, con Ptolomeo, con Demetrio Falereo, como ya dijimos. Las buenas relaciones con Ptolomeo se evidencian, porque, a instancias suyas, éste llamó a Egipto, como educador de sus hijos, al peripatético Estratón, que había de ser jefe de la escuela.

Menandro, que fue amigo de Demetrio, debió de serlo también de Teofrasto y hasta discípulo suyo 8 . Como indicio de esto último se ha hecho notar que algunos títulos de los Caracteres de Teofrasto, como Agroîkos, Ápistos, Deisidaímōn y Kólax , reaparecen en las comedias de Menandro 9 .

Hay que notar, asimismo, que Teofrasto intervino, juntamente con su amigo, por dos veces, en el derrocamiento de la tiranía. Quizás a estos sucesos se refiriera la segunda de las dos obras de Fanias intituladas Sobre los tiranos sicilianos y El derrocamiento de los tiranos por venganza. Existía, además, intercambio epistolar entre los dos amigos.

Ratos amargos no le faltaron a nuestro escritor. Entre el año 319 y el 315, Agnónides entabló contra él un proceso por impiedad del que salió absuelto. Sabido es que un tal Sófocles formuló una propuesta de prohibición de la libertad de enseñanza de los filósofos, que fue rechazada gracias a la protesta de Teofrasto.

Finalmente, hay que decir que nuestro escritor murió a la edad de 85 años en el 288/87 o 287/86. Toda la ciudad demostró su sentimiento por la pérdida de un hombre que enalteció la gloria de Atenas, su segunda patria, con su vida ejemplar, su laboriosidad y sus excelentes y numerosas obras literarias, de las que nos vamos a ocupar a continuación.

II. OBRAS

En el V libro de la Historia de los filósofos trae Diógenes Laercio la lista de las numerosas obras de Teofrasto. No hace al caso recordarlas todas; nos limitaremos a consignar el hecho de que la curiosidad científica del discípulo de Aristóteles se extiende a todas las esferas del saber que interesaron al maestro. Por eso, volvemos a encontrar en Teofrasto títulos como Analítica, Tópica, Poética y temas relacionados con la física, meteorología o zoología, que aquí no podemos enumerar por razones de espacio.

Doxografía , es decir, Las opiniones de los físicos , obra en 18 libros, es la contribución de Teofrasto a la gran enciclopedia que pensaba formar Aristóteles recopilando sistemáticamente los resultados obtenidos por los predecesores en todos los campos de la ciencia. La discusión sobre la pertenencia del fragmento De sensibus a esta obra se resolvió en sentido afirmativo, pero recientemente se ha vuelto a plantear el problema. Conservamos fragmentos de un tratado Sobre el fuego (De igne) , de otro Sobre minerales (De lapidibus) y de otro Sobre olores (De odoribus).

Los excerpta contenidos en el libro II de De abstinentia , de Porfirio, nos dan una idea de lo que debió de ser la obra Sobre la piedad. En esta obra condenaba Teofrasto los absurdos sacrificios sangrientos, convencido de la veracidad del dogma de la «simpatía» universal, en virtud de la cual todos los seres vivos están unidos por un parentesco natural.

Teofrasto se ocupó también del estudio de la retórica, y fruto de este estudio es su tratado Perì léxeōs , en el que defendía las cuatro virtutes dicendi , según se deduce del Orator (75 ss.) de Cicerón.

Escribió también un tratado Sobre la música , del que se conservan fragmentos en Šahrastānī, filósofo medieval que escribió en árabe.

Nada sabemos de su escrito Sobre la historia , pero es de suponer que fuese un tratado teórico de historiografía.

Como va a ser objeto de un detenido análisis, nos limitaremos a mencionar ahora su gran obra de botánica en 9 libros Historia de las plantas , que continúa la línea aristotélica de la investigación sobre la naturaleza. En la misma línea está la obra Sobre los orígenes de las plantas (De causis plantarum [CP]).

Dejamos para el final de este apartado la mención de los Caracteres , la obra más importante de las conservadas, traducida a las lenguas cultas de Europa 10 , que es un conjunto de una treintena de retratos humanos, trazados con viva y enérgica pincelada.

III. FUENTES

En la HP hay que asignar un papel importante a las dotes de observación del autor, observación directa en unos casos y, en otros, observación refleja, es decir, comunicada por observadores fidedignos. Pero también en la HP aparecen citados filósofos tan importantes como Empédocles, Anaxágoras, Demócrito, Diógenes de Apolonia e Hipón de Samos, todos ellos presocráticos. Unas cuatro veces aparece, asimismo, citado Homero: baste mencionar IX 15, 1, en donde se dice que «Helena cogió [en Egipto] ‘dones [plantas] estupendos, que a ella dio Polidamna, la esposa egipcia de Ton. Allí la feraz tierra produce muchísimas drogas, muchas excelentes y muchas funestas’». Se vuelve a citar a Homero en IX 15, 7, en relación con lo que hoy llamamos Allium nigrum y en el poeta épico mōly. En el mismo libro IX se menciona a Hesíodo, Museo y Esquilo: al primero y al segundo en 19, 2, para avalar con sus opiniones la eficacia terapéutica del tripolio; al tercero en 15, 1, para hablarnos de Tirrenia como fabricante de drogas. En V 9, 4, se cita a Queremón. Aunque a Clidemo no se le cita expresamente en HP , su doctrina, puesta bajo su nombre en CP V 9, la relativa a las fórmulas de la praxis agrícola y las investigaciones sobre las drogas medicinales y los venenos obtenidos de las plantas, está presente en dicho libro noveno. El circunstanciado relato que nos hace, en HP V 8, de la isla de Córcega revela la utilización de una excelente fuente geográfica, no sabemos cuál.

Teofrastro fue discípulo predilecto de Aristóteles y, sin embargo, en lo que a botánica se refiere, es muy poco el influjo del segundo en el primero. Mas bien hay que señalar que son dos mentes muy distintas. A Aristóteles le importan las cuestiones generales, mientras que a su discípulo le interesan las cuestiones muy concretas. No hay espacio material para ejemplificar: tan sólo me limitaré a señalar que a Aristóteles le importa dilucidar si las plantas tienen alma, cosa que Teofrasto considera una cuestión carente de interés. No obstante, hay que hacer constar que nuestro autor coincide con Aristóteles en casi todas las opiniones fisiológicas principales.

A Diocles de Caristo no se le cita en la HP , pero sí en la obra Perí líthōn. No obstante, según Wellmann 11 , Teofrasto conoció el Rizotomicón del médico del siglo IV Diocles de Caristo, libro que es el herbolario más antiguo y cuyo contenido está recogido en el libro IX de HP. A esta conclusión ha llegado Wellmann comparando, por ejemplo, los capítulos 10, 4 y 9, 2 del libro IX de HP , respectivamente, con los frs. 151 y 152 12 .

Un escritor, fisiólogo y filósofo pitagórico del siglo V , natural de Síbaris, Menestor, aparece varias veces mencionado (HP I 2, 3; V 3, 4 y 9, 6). Capelle 13 lo considera fundador de la biología botánica y de la división de las plantas en frías y calientes, de los árboles en caducifolios y perennifolios, cuestiones ambas que trata también Teofrasto en repetidas ocasiones. Se sabe, por otra parte, que Fanias, el paisano de Teofrasto, escribió una obra Sobre las plantas en siete libros, que debió de ser conocida por nuestro autor, si tenemos en cuenta las relaciones de tipo personal y epistolar entre ambos.

Volviendo a los presocráticos, por lo menos dos veces aparece invocada la autoridad de Hipón (I 3, 5, y III 2, 2) para decirnos lo mismo, es decir, que una planta puede ser doméstica o silvestre según reciba cuidados o no, y perenne o caducifolia, estéril o fértil, antófora o no, según el clima y el suelo. Diógenes de Apolonia nos explica por boca de Teofrasto, en III 1, 4, el origen de las plantas con estas palabras: «el agua se corrompe y se mezcla con la tierra para producir nuevas plantas». Anaxágoras, en III 1, 4, explica que el aire contiene las semillas de todas las cosas y que éstas, arrastradas por la lluvia, producen las plantas.

En III 1, 4, Clidemo identifica la naturaleza de las plantas y de los animales y sólo reconoce entre ellos una diferencia de grado a favor de los segundos: «las plantas se componen de los mismos elementos que los animales, pero distan de ser animales en la medida en que son más turbios y más fríos».

Androción, en II 7, 2, recomienda abonar con estiércol muy acre las dos plantas anteriores amén del granado, regarlas generosamente y podarlas bien. En el parágrafo 4 del mismo libro y capítulo, se menciona a Cartodras, nombre de dudosa ortografía. Gracias a Teofrasto sabemos su opinión sobre el poder nutritivo de los diferentes estiércoles, que va descendiendo en la siguiente escala: el humano, el de cerdo, el de cabra, el de oveja, el de vaca y el equino. En IV 16, 6 se cita a Andrócides, médico de Alejandro, al que recomendaba moderación en la bebida, para expresar su doctrina de la amistad y enemistad existente entre ciertos vegetales; p. ej., entre la vid y la col existe enemistad declarada.

Volvemos otra vez a Menestor, al que se cita en V 9, 6 como autoridad en la elección de la madera más apropiada en la confección de palillos o astillas para encender el fuego.

El poeta trágico ateniense del siglo IV Queremón aparece, poco antes, en V 9, 4, asegurando que la palmera es uno de los árboles cuyo humo es más pestilente. Es un capítulo dedicado a las maderas más apropiadas para el carboneo, y la cita del poeta cumple sólo el papel de adorno erudito.

En VII 13, 3, después de hacer una prolija descripción del asfódelo, no podía faltar la cita de Hesíodo, gran autoridad en agricultura, que dice de él que es planta sumamente provechosa (Trabajos y Días 41). No podía faltar tampoco la autoridad de Hesíodo al hablar de las épocas idóneas para la siembra de los cereales. Y, en efecto, el v. 383 de Trabajos y Días aparece parafraseado en parte.

Sabido es que el libro IX trata de los jugos de las plantas y de las propiedades medicinales de las hierbas. Ya hemos dicho que el contenido de la perdida farmacopea de Diocles debe de estar recogido en este libro, que ha de ser considerado como el antepasado de las materias médicas de la Antigüedad clásica. En 17, 2 aparece Eudemo, farmacopola célebre, ingiriendo una pequeña cantidad de droga que no resiste, mientras que otro Eudemo, el de Quíos, resiste la ingestión de grandes cantidades de heléboro, porque ha tomado como antídoto unos polvos de la absorbente piedra pómez. Eudemo y Eudemo de Quíos son, pues, dos personajes, aducidos por Teofrasto como garantes de lo que, andando el tiempo, había de conocerse como «mitridatismo», en memoria de Mitrídates, rey del Ponto, y de la eficacia de los contravenenos.

De Trasias de Mantinea y de su discípulo Alexias (IX 16, 8) aprende Teofrasto una fórmula consistente en la mezcla de jugos de cicuta y adormidera, capaz de proporcionar una muerte fácil e indolora. Nihil novum sub sole! , ya en tiempos remotos preocupó a alguien el problema de la eutanasia. Expositor del mitridatismo o de lo que había de llamarse mitridatismo vuelve a ser el mismo Trasias (IX 17, 1-2), por boca de Teofrasto, cuando dice que «algunas drogas parece que llegan a ser venenosas, porque los individuos no están acostumbrados a ellas, o quizás sea más acertado decir que el uso frecuente hace que los venenos lleguen a no ser venenosos».

Como fuente sobre el capítulo de drogas afrodisíacas o enervadoras del vigor genésico, se cita a un tal Aristofilo en IX 18, 4.

Hay quien 14 sospecha que el Sátiro citado en III 12, 4, que obtiene de unos leñadores dos clases de cedro, es un alumno del Liceo desplazado como corresponsal a algún lugar. Es el único citado por su nombre, pero las expresiones: «los macedonios, los arcadios, los habitantes del Ida dicen» ocultan, sin duda, individuos con sus nombres, que transmiten noticias de toda índole a anónimos corresponsales de Teofrasto 15 .

IV. CONTENIDO, ESTRUCTURA Y VALORACIÓN DE LA «HISTORIA PLANTARUM»

La estructura de la HP ha sido estudiada por Kirchner 16 , quien opina que, en la obra de Teofrasto, referida a las plantas, existe un plan bien ejecutado y una ordenación meditada, pero no sólo dentro de la obra en general, sino también en cada libro en particular.

Por otra parte, Regenbogen 17 hace notar que Teofrasto, al igual que Aristóteles, distingue en toda obra los problemas kath’ hólon y kath’ hékasta. Los libros kath’ hólon tratan las ideas fundamentales y los problemas generales. Estos problemas generales son abordados por el primer libro y la primera mitad IIa (cap. 1-4) del segundo. Los problemas tratados kath’ hékasta , es decir, como problemas particulares 18 , abarcan los libros IIb (caps. 5-8), III, VI, VII y VIII. El final del libro VII dice expresamente que el del libro VIII es provisional. Parece que el libro V asume una posición independiente. Se ocupa de las maderas y de su elaboración, y en él revela Teofrasto un conocimiento considerable de esta materia con formulaciones técnicas explicadas en V 5, 4 por medio de un dibujo. El libro IV parece más tardío que los otros. Así, tal vez, puede deducirse de la divergencia de contenido con respecto a otros pasajes de HP.

El libro IX, contra lo que algunos críticos han creído, no es un libro apócrifo. Si ofrece algunas discrepancias de lenguaje y de nomenclatura de las plantas, puede deberse a influjo de los libros consultados. Como en este libro se habla largamente de «rizotomistas» y de raíces medicinales, se ha creído poder ver en él una obra de un herborista; pero, contra esta hipótesis, habla el hecho de que en el capítulo 10, que trata del heléboro, Teofrasto revela unos conocimientos muy pobres de esta planta tan importante medicinalmente. Si esta parte no es de Teofrasto, sino de un rizotomista, «tendríamos el caso singular de que habría que contar con un rizotomista que no ha visto el heléboro» 19 , o, si lo ha visto, decimos nosotros, sabe muy poco de él, lo cual es inadmisible. La ignorancia incomprensible en un rizotomista sería perfectamente explicable en Teofrasto.

Lo que sí es posible es que el libro IX se presente, por lo menos parcialmente, en una doble recensión, y «no debe excluirse la posibilidad de que tengamos este nuestro último libro de la HP en una reelaboración parcialmente abreviada» 20 .

Ha habido filólogos que han defendido la hipótesis de que la HP es obra de Aristóteles. Basándose en vagas alusiones de Aristóteles a una teoría sobre las plantas, ha llegado a defender Heitz 21 que el estagirita escribió una obra de botánica, hoy perdida. Pero Jessen 22 supone que dicha obra no está perdida, sino que es la HP erróneamente (menos el libro IX que sí le pertenece) atribuida a Teofrasto.

Senn, en un erudito artículo 23 , replica al primero diciendo que las alusiones de Aristóteles en Historia de los animales y en Acerca de la generación y la corrupción se refieren a las dos obras de Teofrasto: CP y HP , posteriores a las de Aristóteles. Si esto es así, hay que rechazar también la hipótesis de Jessen y admitir que Teofrasto es autor de CP e HP. La primera es la culminación del escritor como discípulo de Aristóteles, y la segunda supone un alejamiento del concepto aristotélico de la vida vegetal y animal.

¿Cuáles son las fuentes de los escritos botánicos de Teofrasto y cómo las ha utilizado? Para valorar su creación científica, hay que dar respuesta a estas dos preguntas. A la primera ya hemos contestado en el apartado correspondiente. En cuanto a la segunda, hay que valorar en su justa medida el hecho de que Teofrasto puso orden en la masa de conocimientos científicos recibidos de sus conocidos y desconocidos predecesores. Su mérito consiste en haber introducido la división de las plantas en clases y subclases, atendiendo a sus caracteres comunes y a sus diferencias, siguiendo un criterio morfológico y geofísico. A este propósito dirigió sus indudables dotes de observación.

Teofrasto utiliza obras de otros, pero también su propia y original «autopsia». Esta autopsia implica la visita de los países donde se verifica, que debieron de ser toda la «ecúmene» e, incluso, la región entre el Indo y el Ganges y las columnas de Hércules. Como objeción a este aserto no vale aducir que en las obras de Teofrasto no se alude a ello, porque tampoco se alude a su jardín, que, indudablemente, fue investigado por él; muchos escritores como Hecateo de Mileto, Tucídides e Hipócrates viajaron mucho, sin que dejaran constancia de sus viajes en sus obras. Los viajes de Teofrasto tendrían una finalidad científica.

A muchos griegos, como Platón, Heródoto, Hipócrates, Aristipo etc., los atrajo Cirene, también a Teofrasto, que deseaba conocer el lugar del famoso silfio. Hay pasajes, como VI 3, 1 ss., en que se nos habla del silfio con un lujo de detalles tal que uno se resiste a creer que su información sea de segunda mano. La descripción detallada del silfio, que se nos hace en este pasaje, abarca a todas las partes de la planta, a su empleo como forraje, como alimento del hombre, como fármaco. Tratándose de una planta inexistente en Grecia, hay que suponer que Teofrasto la vio y que no sólo la vio, sino que procuró, preguntando a los nativos, enterarse de sus denominaciones africanas de máspeton y magýdaris. Quien desee tener noticia circunstanciada de las dotes de observación de Teofrasto, que no sólo se aplicaban a la botánica, sino también a fenómenos meteorológicos, geofísicos, es decir, ambientales, etc., debe leer los artículos de Capelle 24 relativos a la probable estancia de Teofrasto en Cirene y Egipto.

Como buen discípulo de Aristóteles, Teofrasto, ante la variedad de plantas que se ofrecen a su vista, trata de clasificarlas estableciendo como criterio clasificador la semejanza y la diferencia existentes entre ellas. ¿Qué es lo que distingue a una planta de otra?, ¿qué es, en fin, lo que constituye su «naturaleza» propia frente a la naturaleza de las demás? He aquí la pregunta que se hace nuestro escritor cada vez que inicia el estudio de un género de plantas, en las cuales percibe él semejanzas, que, naturalmente, han de ser muchas veces puramente externas, ya que, en los albores de la ciencia, las dotes de observación del botánico no contaban con la ayuda de los medios instrumentales de que ahora disponemos.

Hay que tener en cuenta que Teofrasto, buen amigo de Alejandro y discípulo aprovechado de Aristóteles, tuvo a su disposición todo el material científico recogido en su expedición por los sabios que acompañaron al rey en su conquista de Asia. En la breve exposición de la ciencia botánica de su tiempo, Teofrasto menciona más de 500 plantas repartidas por los diversos lugares de la tierra entonces explorada. No menciona sólo las plantas de la Grecia continental, sino también plantas de remotas regiones, como el algodonero, la higuera de Bengala o bayán, de la que se hace una descripción fidedigna, el pimentero, de cuyo fruto se distinguen las dos clases que hoy se reconocen, el cinamomo en sus diversas especies, la mirra y el incienso. ¿Cómo pudo obtener Teofrasto noticia de plantas de países tan remotos, como Asia, India, etc.? Hort, en la «Introduction» a su edición de la HP , supone con razón que, en tiempos de Teofrasto, el Liceo, ya muy prestigiado con Aristóteles, ganó mayor prestigio aún, gracias al apoyo moral, primero, de Alejandro y financiero, luego, de Demetrio Falereo. De los dos mil alumnos que, según Diógenes, tenía la escuela, algunos pudieron ser corresponsales de Teofrasto en la Grecia continental y en los remotos y exóticos países de Asia y África. Todo esto, suponiendo que rechacemos la hipótesis de Capelle, expuesta anteriormente (pág. 21). Dichos corresponsales pudieron suministrarle cumplida noticia de los manglares formados por los árboles hoy llamados «bruguieras», «rizóforas», «egíceras» y «avicenias» tan admirablemente descritos por el autor y absolutamente desconocidos en Grecia.

Sería demasiado pedir a Teofrasto o a sus corresponsales que nos describiesen los dispositivos biológicos de estas plantas: los neumatóforos, las raíces fúlcreas, el xeromorfismo foliar y la viviparidad, pero debemos contentarnos con la descripción sobria y gráfica que hace de los manglares situados en la embocadura del Golfo Pérsico, en la isla de Tilos.

Pero el interés de Teofrasto no se aplica solamente al estudio de la botánica en sus diversos aspectos: anatomía, fisiología, distribución geográfica de las plantas, edafología, etc., sino también a cuestiones adventicias pero importantes, dado su reflejo en la industria. Me refiero, por ejemplo, al estudio de las agallas de las que nos da una idea clara y cumplida. Así, por ejemplo, nos habla, en III 7, 3, del olmo que produce «algo parecido a una agalla en forma de bolsa». En el lenguaje botánico moderno diríamos que la agalla en cuestión está formada por un homóptero llamado Tetraneura ulmi L. Nos habla también, en III 7, 3, de las bayas color carmesí de la coscoja (mejor, del roble, diríamos nosotros), empleadas en la fabricación de un colorante rojo y que no son otra cosa que las hembras de cochinilla del género kermes que viven en el árbol y tienen el aspecto de pequeñas agallas. En III 7, 4-6 se nos habla de las varias agallas del roble. En IV 14, 10 se dice que los robles se ven, a veces, infestados de cínifes. Hoy diríamos que estos cínifes son los insectos que abandonan sus moradas que son las agallas o cínifes que van a producirlas. En III 8, 6 se nos dice que todas las especies de robles (y Teofrasto, en otros lugares, enumera por lo menos cuatro o cinco) producen agallas, pero que sólo el roble hēmerís produce agallas utilizables para el curtido de pieles y para el teñido de la lana. Sabido es que las agallas del Asia Menor y las de Grecia tenían ya aplicaciones médicas en tiempos de Hipócrates y Teofrasto. Éste, sobre todo, no deja de llamar la atención del lector sobre sus usos industriales, como acabamos de ver.

El libro de Teofrasto debió de colmar la curiosidad inquisidora de sus contemporáneos, porque, de un lado, es una enciclopedia botánica (repárese en que abarca el estudio de más de 500 especies indígenas y foráneas) y, de otro, aborda, a veces con morosa delectación, cuestiones de orden práctico relacionadas con la agricultura en todos sus aspectos: estudio del terreno, orientación del mismo, labores previas, estercolamiento, distintas clases de estiércol, selección de semillas, irrigación. Hay todo un tratado de arboricultura en el que se estudia la distinta naturaleza de los árboles cultivados y silvestres. Los métodos de propagación de los primeros, más importantes que los segundos por el valor económico y alimenticio de muchos de ellos, son objeto de estudio minucioso, en el que se trata, además, de los cuidados que el árbol necesita, una vez plantado: acollar, podar, escamondar, recolectar y trasportar el fruto. No falta en la obra un largo excurso sobre las enfermedades de los árboles, como la sofocación producida por el excesivo calor del sol, el helamiento por el rigor de las heladas, la exuberancia del follaje que ocasiona la pobreza de la fructificación, la podredumbre, el ataque de los insectos, como melolontas y ciervos volantes que se ceban, respectivamente, en las hojas y en los troncos viejos, la roña de la higuera, los caracoles, el arañuelo del olivo, la gangrena, injurias a las que hay que añadir las producidas por el hombre: mutilaciones, golpes, descortezamiento circular que impide a la savia ascender y provoca la muerte del árbol. En el apartado de los árboles son interesantes los capítulos relativos al estudio de las maderas. El autor distingue las maderas apropiadas a la construcción de casas de aquellas otras que, por ser poco vulnerables a la humedad, sirven para la construcción de naves. Hay maderas incorruptibles apropiadas para la fabricación de féretros, otras para muebles caseros como camas, otras para imágenes, etc. Interesante es el largo capítulo consagrado al estudio de los productos industriales y alimenticios que pueden obtenerse de las plantas, especialmente de los árboles, y de las técnicas empleadas en su obtención; en él se estudian diversas clases de sustancias aromáticas como el incienso, la casia, el bálsamo de la Meca, etc.

De las legumbres, verduras y cereales, así de invierno como de verano, se habla largamente. No escapan a la curiosidad del escritor cuestiones como la selección de la semilla, preparación del terreno, estercolamiento, labores posteriores, recolección, enfermedades, malas hierbas, como la cizaña de los cereales, aunque, bien mirado, la cizaña y el lino —según opinión de algunos, recogida por Teofrasto en VIII 7, 1— no son más que degeneración del trigo y de la cebada. Oigamos sus propias palabras: «dicen que el trigo y la cebada se transforman en cizaña y sobre todo el trigo, y que esto sucede durante las lluvias torrenciales y, especialmente, en terrenos muy húmedos y lluviosos... Esto es propio de estos cereales, pero también lo es del lino», aunque en VIII 8, 3 admite la posibilidad de que «la cizaña gusta grandemente de aparecer entre el trigo, como también las tamarillas del Ponto y la semilla de los guitarrillos».

No podemos extendernos aquí en la relación de todos los temas abordados, algunos con indudable acierto, por Teofrasto. Para facilitar al lector la tarea de encontrarlos, hemos puesto resúmenes a la cabeza de cada capítulo. No resistimos, sin embargo, al propósito de señalar algunas curiosidades expuestas sin pretensiones científicas, pero que revelan las dotes de observación de un escritor familiarizado con el espectáculo de la naturaleza. Nos referimos, por ejemplo, a su constatación del parasitismo vegetal, cuyas causas, naturalmente, ni él ni su maestro Aristóteles podían explicar. Se nos habla, por ejemplo, de la roya de los cereales, que él sabe que es una enfermedad producida, en ciertas condiciones de humedad, en el trigo y la cebada. Conoce también dos especies de lorantáceas o muérdagos, el uno parásito del roble y el otro de la coscoja. Los denomina con dos palabras distintas: al primero, que nosotros llamamos Loranthus europaeus Jacq., lo llama ixía , y al segundo, es decir, al Viscum album L., lo llama hýphear. Esta duplicidad de denominación revela que Teofrasto sabía distinguir perfectamente entre los dos muérdagos. Del muérdago se habla también en CP , constatando la existencia del fenómeno del parasitismo, pero sin comprender por qué, sin disponer de tierras, la planta crece vigorosa. Su maestro Aristóteles, en el libro IX de la HA , habla también del muérdago, pero, en la explicación del fenómeno, acude al cómodo expediente de la generación espontánea. Son dos actitudes distintas ante una realidad. La primera, ante la ausencia de una razón lógica, es una actitud expectante, la segunda es una actitud irracional.

V. TRANSMISIÓN. MANUSCRITOS Y EDICIONES

En el Testamento de Teofrasto se dice que dejó su biblioteca, en la que se hallaban los libros suyos y los de Aristóteles, a Neleo de Escepsis. Parece que estos libros salieron de Atenas, lo más pronto, después de 287. Antígono de Caristo, en sus Mirabilia , recoge indiscriminadamente noticias de Aristóteles y de Teofrasto. Da la impresión de que, por entonces, no estaba hecha la separación del acervo aristotélico y el de Teofrasto. Antígono toma, para su obra Mirabilia , centón de hechos maravillosos y paradoxales, noticias de Calímaco, el cual cita a muchos autores, y entre ellos, a Teofrasto y a su amigo Fanias. Según dice Regenbogen 25 , «Antígono utiliza la masa todavía no diversificada de los escritos peripatéticos especiales, mientras que parece como si en Alejandría, donde Calímaco trabaja, ya hubiese comenzado la separación del legado de Aristóteles y del de Teofrasto, del que todavía Antígono no sabe nada o no ha recibido ninguna noticia». Aristófanes de Bizancio hizo un epítome que resume el legado peripatético, resumen en el que a Teofrasto se le dedican los números 23, 63, 98, 147 y 361. Parece que fue Apolonio el primero que utilizó profusamente los escritos botánicos de Teofrasto en sus Mirabilia , y Hermipo el que continuó la catalogación y ordenación que inició su maestro Calímaco. Pero es absurdo pensar que, en Alejandría, se sintiese la necesidad y se tuviesen los medios económicos necesarios para hacer una edición de los escritos de la Escuela peripatética.

En la segunda mitad del S. I a. C. se vuelve a los escritos originales (Varrón, en De re rustica , cita la HP , y CP Pánfilo, que es la fuente de Ateneo en cuestiones zoológicas y botánicas).

. El hijo de Coriseo, Neleo, que heredó la biblioteca de Teofrasto, ordena que la lleven a Escepsis de la Tróade. Sus herederos la encierran bajo llave. Después de algún tiempo la venden a Apelicón de Teos. Éste publicó los libros plagados de faltas. Sila, en el año 84 a. C., se apodera de Atenas y de la biblioteca, que traslada a Roma. Tiranión tiene acceso a la biblioteca y hace una mala edición. De él tuvo Andrónico «rico material en ejemplares, los hizo accesibles y compuso la lista, ahora en circulación». Como Teofrasto había legado sus libros a Neleo y de él habían pasado a gentes ignaras, fueron completamente desconocidos. Así lo dicen Plutarco y Estrabón que no hacen más que corroborar las noticias de Andrónico.

Se sabía que en Alejandría hubo libros de Aristóteles y de Teofrasto. Debieron de ser de distinta procedencia: de Rodas (los de Eudemo), de Atenas (los de Demetrio Falereo), de Neleo, etc.

Hay que valorar altamente el servicio prestado por Andrónico, con su edición, en favor de la ordenación y conservación del legado de Aristóteles y de Teofrasto. El cual no sólo tenía a su disposición los libros de Apelicón, sino que utilizó y reorganizó el Índice de Hermipo, así como libros de distinta procedencia.

En lo referente a los manuscritos hay que decir que, en la edición de A. Hort, en la Classical Loeb, hay una breve reseña de los más importantes. También se puede consultar la edición de F. Wimmer, Leipzig, 1854, vol. I, pág. IV, y la de S. Schneider, 1818, vol. I, Prefacio. Una relación bastante completa es la de Regenbogen en el artículo ya citado 26 .

Pero el más acabado stémma de la tradición manuscrita ha sido elaborado por Einarson 27 . La índole de este trabajo nos fuerza a ser breves en la exposición de esta útil sinopsis:


En él están representados diez manuscritos griegos, la versión (G ) latina de TEODORO DE GAZA , la primera edición Aldina (a ), los excerpta h y los excerpta, f, m, g.

U Urbinas graecus 61 de la Ciudad del vaticano, de los siglos X/XI , en el que se advierte la mano de dos escribas.

U d Diorthṓtēs de U; u representa el corrector o correctores del siglo XV .

U x Denominación que da Wimmer al manuscrito de un antiguo editor (quizás ANDRÓNICO ) que añadió una versión más antigua de IX 8, 1-IX 19, 4.

La edición Aldina se hizo a base del manuscrito H , al que sigue de cerca, pero v , que estaba (y está) en Venecia, pudo ser aprovechado y, en efecto, lo fue. El editor de la Aldina consultó también la versión de Gaza; de aquí que las dos versiones coincidan.

El libro X de la Aldina pervive en la edición de Basilea, de 1541, y en la de HEINSIO , de 1693. En la edición póstuma de BUDEO , de 1644 (Amsterdam), se omite el libro X, a pesar de que se anuncia en el título: Historia plantarum libri decem.

N Florencia, Laurentianus 85, 22. Siglo XV . N desciende de U a través de un intermediario perdido.

v Venecia. Biblioteca de San Marcos 274. Fue copiado por DEMETRIOS SGOUROPOULOS y regalado al cardenal Besarión. La copia es de 3 de enero de 1443.

G TEODORO DE GAZA tradujo al latín, en 1450-51, HP y CP. Su fuente principal fue v , pero tuvo en cuenta lecciones de la edición representada ahora por H y P. La editio princeps fue impresa en Treviso y está fechada el 20 de febrero de 1483.

M Florencia. Laurentianus 85, 3. Siglo XV .

C Oxford, Corpus Christi College 113. Es una copia de M en HP y CP.

V Viena, Biblioteca Nacional, Supl. 32. Siglo XV .

p Ciudad del Vaticano, Palatino 162. Escrito por JOHANNES SCUTARIOTA en 1442-47.

H Harward College Library 17. Siglo XV . Mutilado. Contuvo enteros los libros HP y CP.

a El vol. IV de la Aldina, Aristóteles, fechado en Calendiis Iunii MIIID.

P París, Biblioteca Nacional 2069. Siglo XV . Copiado por ANDRÓNICO CALLISTUS.

B Ciudad del Vaticano, Vaticanus 1305. Siglo XV .

H y P derivan de un antepasado copiado de N y que incorpora lecciones tomadas de U.

EXCERPTA :

f Phillips 3085. Todos los extractos son de HP. Siglo XV .

b París. Biblioteca Nacional 1823. Siglo XVI . Contiene, entre otros, excerpta de HP.

b1 París. Biblioteca Nacional 1953. Siglo XVI . Es copia de b. Unos excerpta de HP I 3, 1, hechos por un gramático. Es independiente de U , y se encuentra en cuatro manuscritos.

h1 París. Biblioteca Nacional 2408. Siglo XIII .

h2 Zavorda 95.

h3 París. Biblioteca Nacional 1630. Siglo XIV .

h4 Viena. Biblioteca Nacional phil. gr. 178; 1429-30. Los excerpta de PLETHON aparecen en cuatro manuscritos:

g

Venecia. Biblioteca de San Marcos 406; 74-76. La fuente fue N o un manuscrito relacionado con N , pero no U .

g1

Munich. Biblioteca Nacional Bávara 48. La fuente es el manuscrito anterior. Escrita por PETROS CARNÉADES .

g2

Ciudad del Vaticano 1759. Siglo XV . Citado por J. G. SCHNEIDER , vol. V (Leipzig, 1821), págs. 185-88, en su edición de Teofrasto.

g3

París. Biblioteca Nacional 2080; 282r -286r .

m Heidelberg, Palatinus 129. Final del siglo XV . Los excerpta son de HP. (Once pasajes del libro I.) La fuente probable es U.

EDICIONES:

1.

La Aldina, de 1498, en el vol. IV de la edición de Aristóteles.

2.

La segunda Aldina, de 1552, en el vol. VI de la Canotiana de Aristóteles. Es copia de la primera.

3.

La Basiliensis, de 1541.

4.

D. HEINSIUS , Leyden, 1615.

5.

J. BODAEUS , Amsterdam, 1644.

6.

J. STACKHOUSE , Oxford, 1813.

7.

J. G. SCHNEIDER , Leipzig, 1818-1821.

8.

F. WIMMER : (1) HP , Bratislava 1842: (2) Teubner, 1854; (3) Didot, 1866.

9.

A. HORT , Inquiry into plants...

En las ediciones señaladas con los números 4-5-6-7-8 (1) hay comentarios. Merecen citarse las tres siguientes traducciones sin texto, pero con comentarios:

1.

K. SPRENGEL , Theophrast’s Naturgeschichte der Gewächse , Halle, 1822.

2.

FILIPPO FERRI MANCINI , La storia delle piante volgarizzata e annotata , Roma, 1900, con introducción, notas e índice.

3.

Traducción latina de TEODORO DE GAZA ; primero, sin lugar ni fecha y, luego, con fecha de 1483.

VI. INFLUJO DE LOS ESCRITOS BOTÁNICOS DE TEOFRASTO EN ESCRITORES POSTERIORES

De este influjo ya se dijo algo en el partado anterior. Continuamos, pues, desarrollando ahora un tema que allí quedó esbozado. Es innegable esta influencia en los escritores de la Antigüedad.

En De re rustica (I 1, 8) enumera Varrón a los escritores griegos que se han ocupado de la agricultura, y en esta enumeración no podía faltar Teofrasto. En efecto, en cinco pasajes del libro I se menciona al escritor. En I 7, 6, dice:

Itaque Cretae ad Gortyniam dicitur platanus esse, quae folia hieme non amittat, itemque in Cypro, ut Theophrastus ait, una, item Subari, qui nunc Thurii dicuntur, quercus simili esse natura, quae est in oppidi conspectu,

párrafo que se corresponde, aunque no en el ordenamiento de las frases con HP I 9, 5: «Se dice que hay en Creta, en la región de Gortina... un plátano que no pierde la hoja... En Síbaris hay un roble bien visible desde la ciudad que no pierde la hoja... Dicen también que en Chipre hay un plátano de la misma condición.»

También, en I 37, 5, dice Varrón mencionando expresamente a Teofrasto:

ut Theophrastus scribat Athenis in Lycaeo, cum etiam nunc platanus nouella esset, radices trium et triginta cubitorum egisse,

que equivale, en HP I 7, 1, a: «Así el plátano que hay en el Liceo... cuando todavía era joven, extendía sus raíces a una distancia de 33 codos...»

A veces, Varrón toma la idea general de Teofrasto, como en I 7, 7, y concreta su fuente con las expresiones Theophrastus ait, Theophrastus ostendit, Theophrastus scribit ; pero, a veces, como en este mismo párrafo, la cita es literal: alia in mari, ut scribit Theophrastus, palmas et squillas , equivalente a: «y otras viven en el mar como la palmera y la cebolla albarrana...».

Frente a la opinión de P. Jahn, «Eine Prosaquelle Vergils und ihre Umsetzung in Poesie durch den Dichter», Hermes 38 (1903), 244-5, según el cual, Virgilio no llegó nunca a leer los escritos botánicos de Teofrasto, afirma W. Mitsdörffer, en su artículo «Vergils Geórgica und Theophrast», Philologus XLVII (1939), 449-475, que la influencia del filósofo en el poeta es evidente no sólo en algún que otro verso, sino también, y sobre todo, en la estructura del libro II de las Geórgicas , que sigue de cerca a Teofrasto. Basta, como demostración, comparar los versos 9-34 y 47-72 del libro II de las Geórgicas con HP II 1, 2. En esta comparación resalta como característica de Teofrasto, imitada por Virgilio, la sistematización que campea en sus obras de botánica. Virgilio nos habla, en esta parte, de la multiplicación espóntanea de los árboles (v. 9), entendida como una generación espóntanea (vv. 10-13), tal cual la entiende también Teofrasto. Virgilio, no obstante, aduce como ejemplos de dicha propagación: el siler y la genista , que no son mencionados por Teofrasto, al referirse a este tipo de propagación. Pero coincide con el filósofo en considerar como característica de los árboles que nacen por generación espontánea su incapacidad para fructificar. Al referirse a la propagación de los árboles por semilla, Virgilio menciona (vv. 14-16) dos clases de robles. Teofrasto se refiere también, al tratar de esta propagación, al roble (II 2, 3). En los vv. 17-19 menciona tres árboles que se propagan mediante la raíz: cerasus, ulmus y laurus. Los dos primeros los menciona Teofrasto en otros contextos; solamente el laurel, referido a este método de reproducción, figura en HP II 1, 3, que es fuente probable del poeta romano.

Si se compara el v. 22, que forma una a modo de introducción en Virgilio a la enumeración de los métodos artificiales de propagación, con el final de HP I 1, se verá la similitud entre ambos pasajes y la dependencia del poeta respecto de Teofrasto. En HP I 1, enumera Teofrasto los cinco métodos de multiplicación artificial de los árboles, que se corresponden, aunque en distinto orden, con los de Virgilio en los vv. 23-31.

Las noticias de Virgilio (vv. 47-62) sobre el injerto, se corresponden con las abundantes noticias que nos da Teofrasto en el libro II de HP , pero aquéllas son tan poco relevantes y tan escuetas, que nada se puede concluir sobre la dependencia virgiliana del filósofo.

Virgilio alude, en el v. 54, al vástago que sale del tronco, del cual dice Teofrasto que tiene un crecimiento más rápido que el árbol nacido de semilla. La alusión, en el v. 57, al lento crecimiento de los árboles brotados de semilla, quizás se la sugiriese al poeta, por contraposición, la lectura de la afirmación de Teofrasto (HP II 2, 4). Si se juntan las similitudes ad hoc , tal vez haya que llegar a la conclusión de que Virgilio conoció y utilizó HP II 2, 4 ss.

De todo lo dicho se infiere que Virgilio conoció los dos primeros capítulos del libro II de HP , correspondientes a Geórgicas II 9-34 y 47-72.

Los vv. 9-108 son la quintaesencia de los libros II y III de la HP de Teofrasto. Y los vv. 109-113 constituyen una introducción al conocimiento de los árboles de países extraños, en donde es perceptible el influjo de Teofrasto, porque, al igual que en éste, se hace depender la diversidad de árboles de las condiciones climáticas y del suelo.

La nómina de árboles que trae Teofrasto en IV 1, 3, después de hablar, en IV 1, 1, de la apetencia de los árboles por determinados terrenos, se corresponde con el v. 110, aunque Virgilio introduce el fresno, que es el árbol típico de Italia.

Quizás haya que poner en relación HP IV 1 con Geórgicas II 109-113, porque los datos suministrados por Virgilio cumplen la misma función que los de Teofrasto, a saber, introducir al lector, como ya se ha dicho, en el conocimiento de los árboles que se crían en países extraños.

De los de Egipto y África se habla en HP IV 2-3, los cuales Virgilio omite; pero, en cambio, hay estrecha relación entre Geórgicas 114-135 y HP IV 4, en donde se trata de los árboles de Asia. En este pasaje tropezamos con frases que son como un eco de otras de Teofrasto. En el v. 116 la idea de que a cada árbol le corresponde una patria se expresa así: divisae arboribus patriae (v. 116), que es en HP IV 4, 1: «las diversas comarcas producen unos [árboles] y no producen otros». Asimismo, la frase virgiliana «ébano negro sólo hay en la India» se corresponde con la de Teofrasto en HP IV 4, 6: «El ébano es propio también de este territorio [de la India].»

Virgilio, en V 117b, habla del incienso, sólo localizable en el país de los sabeos. También Teofrasto habla de otros perfumes y del incienso en HP IV 4, 14, pero sólo en HP IX 4, 5 se dice que son los sabeos sus poseedores. La coincidencia en ambos escritores no significa, sin embargo, que Virgilio se haya inspirado en Teofrasto «ya que en otros escritores y poetas romanos la mención del incienso asociado a los sabeos es frecuente».

Virgilio, al hablar del bálsamo en el v. 118, tiene presente la HP IX 6, 2, y para las noticias sobre el árbol del algodón, HP IV 7, 7 ss.

No cabe duda de que el árbol gigante descrito por Virgilio en V 122-125 se corresponde con la higuera india descrita por Teofrasto en HP IV 4, 4. De la descripción teofrastea entresacamos estas palabras: «Tiene en la parte superior follaje abundante y el árbol entero es redondo y de aventajado tamaño. En efecto, dicen que proyecta una sombra de unos dos estadios...»

En los VV . 126-135 describe Virgilio el cidro, «la manzana persa», descripción que se corresponde en líneas generales, aunque no en detalle, con la que nos ofrece Teofrasto en HP IV 4, 2 ss. En esta descripción insiste éste en ponderar la eficacia del cidro contra los envenenamientos. Es clara la dependencia de Virgilio (vv. 127-130) del pasaje citado de Teofrasto, en donde el poeta habla también de la eficacia antitóxica del cidro. Coinciden Virgilio (vv. 134 ss.) y Teofrasto (HP IV 4, 2) en la eficacia del cidro para ahuyentar la hediondez del aliento.

En los VV . 177-225 que hablan de las distintas clases de terreno cultivado, se percibe la influencia de CP II 4.

En 179-183 habla Virgilio de las condiciones que debe reunir el terreno destinado a los olivos, que debe ser, sobre todo, arcilloso. El pasaje tiene presente CP II 4, 4, donde se dice: «el terreno arcilloso y, sobre todo, blanco es apropiado para el cultivo del olivo». El término argilla (v. 180) de Virgilio traduce el de Teofrasto spilás. Podríamos señalar muchos pasajes de CP de Teofrasto imitados, unos, con seguridad y, otros, probablemente, pero nos ahorramos este trabajo, porque nuestro propósito era principalmente demostrar que la obra por nosotros traducida, es decir, la HP , fue para Virgilio modelo y sugerente estímulo.

Plinio supo aprovecharse bien, en su Historia natural , del saber botánico de Teofrasto. Existen tres maneras de acercarse Plinio a la obra de Teofrasto:

1) traduciendo literal o casi literalmente,

2) parafraseando al autor griego,

3) intercalando datos obtenidos de otros escritores.

Para demostrar lo primero, basta comparar con Teofrasto, HP I 6, 3, a Plinio, Hist. nat. XIX 6, 31. Éste dice, al referirse a las raíces: magna et radicum differentia; copiosae fico, robori, platano , frase que es traducción de la de Teofrasto (HP I 6, 3), que reza en español: «Difieren también los árboles en las raíces. Pues hay árboles que poseen muchas y largas raíces, como la higuera, el roble y el plátano».

Muy semejante es la frase de Plinio, Hist. nat. XVI 31, 55: quibusdam etiam cadit (sc. cortex) ut malo, unedoni , a la de Teofrasto HP I 5, 2, que suena en nuestra traducción: «[algunas plantas tienen] capacidad de desprenderse de ella [de la corteza], como ocurre con la andrachle, el manzano y el madroño.» Plinio cita sólo dos árboles; Teofrasto, tres; pero ha de tenerse en cuenta que la andrachle y el madroño (unedo ) son dos especies afines del género Arbutus.

Un ejemplo del estilo parafrástico, aludido en 2), lo tenemos en Plinio, Hist. nat. XVI 26, 43:

Nec statim fructus sequitur in aliquibus. Cornus enim circa solstitia reddit primo candidum, postea sanguineum: ex eo genere femina post autumnum fert baccas acerbas, ingustabiles cunctis animantibus, ligno quoque fungosa et inutilis, cum mas e fortissimis sit: tanta differentia ab eodem genere fit,

que se corresponde, en HP III 4, 3, con el siguiente texto: «... en muchos casos y en gran medida la completa maduración de los frutos se verifica en épocas diversas. El cornejo da su fruto hacia el solsticio de verano. Nos referimos, claro está, al tempranero que es de todos el que primero fructifica. El tardío, que algunos llaman cornejo hembra, fructifica inmediatamente después del otoño. El fruto de éste es incomible y la madera floja y fofa. Ésta es la diferencia que media entre ellos». Como se ve, Plinio no se atiene de manera estricta al texto de Teofrasto, sino que añade detalles, como el color «blanco» (candidum ) primero y «rojo» (sanguineum ) después.

Otro ejemplo de traducción bastante fiel nos lo da Plinio, Hist. nat. XV 8, 53, que reza:

Alioqui herbiferum esse et Pelium montem in Thessalia et Thelethrium in Euboea et totam Arcadiam ac Laconicam tradunt. Arcades quidem non medicaminibus uti sed lacte circa ver, quoniam tunc maxime succis herbae turgeant medicenturque ubera pascuis. Bibunt autem vaccinum, quoniam boves omnivorae fere sunt in herbis.

Este párrafo es traducción de las siguientes palabras de Teofrasto (HP IX 15, 4): «De los lugares griegos, los más ricos en plantas medicinales son: Pelión en Tesalia, Teletrio en Eubea, Parnaso, y, además, Arcadia y Laconia, porque estas dos son también abundosas en plantas medicinales. Por lo cual los árcades acostumbran, en lugar de ingerir medicinas, a beber leche en primavera, cuando los jugos de tales plantas están en su apogeo, ya que, en esa sazón, la leche posee su mayor virtud medicinal. La leche que beben es de vaca, porque parece que la vaca es el animal más tragón y el que más variedad de hierbas ingiere.»

En las traducciones de Plinio, algunos errores son debidos a una mala lectura del original, como en Hist. nat. XII 1, 3, donde se dice que «en España hay otros plátanos», siendo así que en el párrafo correspondiente de Teofrasto (HP IV 5, 6) no figura para nada España, sino la palabra spanían con el significado de «escasez». La traducción literal sería: «Hay escasez de otros plátanos en Italia.»

Por contra, algunos pasajes están fidelísimamente traducidos, como por persona que conoce la lengua griega, sus recursos estilísticos y la materia de que se trata. He aquí un ejemplo, entre muchos, tomado de Hist. nat. XIII 25, 51:

Qui navigavere in Indos Alexandri milites, frondem marinarum arborum tradidere in aqua viridem fuisse, exemptam sole protinus in salem arescentem. Iuncos quoque lapideos perquam similes veris per litora: et in alto quasdam arbusculas colore bubuli cornus ramosas, et cacuminibus rubentes: quum tractarentur, vitri modo fragiles, in igne autem ut ferrum inardescentes, restinctis colore suo redeunte.

A continuación transcribimos nuestra traducción del pasaje correspondiente (HP IV 7, 3): «Algunos, al referirse a la expedición de los enviados por Alejandro que regresaban de la India, cuentan que las plantas que viven en el mar, mientras gozan de humedad, tienen el color de las algas, pero que, cuando se las saca del agua y se las expone al sol, en poco tiempo se asemejan a la sal. Nacen también, según dicen, a la orilla del mar juncos de piedra que ninguno distinguiría a simple vista de los verdaderos. Cuentan también algo más extraordinario que esto: que hay ciertas plantas de aspecto arbóreo, cuyo color es parecido al del cuerno de un buey, pero cuyas ramas son ásperas y de puntas rojas. Si se las dobla, se quiebran, y algunas de ellas, si se las echa al fuego, se ponen al rojo como hierro, pero, al enfriarse, recuperan su primitivo color.»

A veces, Plinio reproduce el sentido de las ideas de Teofrasto, pero intercalando datos tomados de otros escritores; tal ocurre, p. ej., en el siguiente párrafo tomado de Hist. nat. V 7, 7:

insulas non ita multas complectuntur haec maria. Clarissima est Meninx... ab Eratosthene Lotophagitis appellata... a dextro Syrtis minoris promontorio passibus mille quingentis sita,

párrafo que sigue de cerca, no al correspondiente pasaje de Teofrasto (HP IV 3, 2), que llama Fáride a la isla de los lotófagos (si admitimos la lección de la edición Aldina), sino al de Estrabón, que en los libros III y XVII la llama Meringe.

Plinio, asimismo, se permite, en ocasiones, añadir a la descripción de Teofrasto algún dato que es fruto de sus lecturas. Por ejemplo, en la descripción de la tuya, que trae Teofrasto en HP V 3, 7, intercala Plinio el interesante dato de que ya Homero se refiere a este árbol (Od. V 60).

También en Grecia hubo imitadores de Teofrasto. Alice Lindsell, en «Was Theocritus a botanist?», artículo publicado en Gr. a. Rom. 6 (1937), 78, proclama con énfasis la deuda del poeta de Siracusa para con Teofrasto en lo que se refiere a la dimensión botánica de su obra. Al igual que el filósofo, hace resaltar el poeta la importancia que hay que dar, en el estudio de las plantas, a los hábitos y al hábitat de éstas. No hay que olvidar que en Cos, isla en la que vivió algún tiempo Teócrito, existía una famosa escuela de medicina, que pasó a la historia con el nombre de Escuela de Asclepio, por atribuirse su fundación a los descendientes del dios. En su obra aparecen términos médicos, que estaban en boga en dicha escuela, usados ya algunos de ellos por el asclepíada Hipócrates. En Cos tuvo Teócrito un círculo de amigos, en el que figuraban los hijos de Licopeo (Frasídamo y Antígenes), mencionados en el idilio VII; pero, sobre todo, fue amigo suyo en la isla el médico Niceas de Mileto, que cultivó también el epigrama y al que se refieren los idilios XI, XIII, XXVIII y el epigrama VIII. Siendo la botánica una ciencia íntimamente relacionada, sobre todo en la Antigüedad, con la medicina, y constituyendo ésta una actividad importante en Cos, es lógico pensar que el mundo vegetal fuese especialmente estudiado, y que los trabajos del más grande botánico de la Antigüedad, Teofrasto, fuesen allí conocidos por todos los profesionales de la medicina y también por Teócrito. Podríamos citar muchos pasajes de Teócrito que recuerdan prodigiosamente otros de Teofrasto. Así, por ejemplo, el v. 104 del idilio V: «tengo una taza de madera de ciprés y una cratera, obra de Praxíteles», está proclamando que dicha conífera proporciona madera susceptible de fino pulimento, y guarda notable parecido con las palabras de Teofrasto, en HP V 4, 2, en torno a que el ciprés es de suyo incorruptible y «susceptible de fino pulimento». Asimismo, en 24, 89 ss., nos habla el poeta del paliuro y de otros arbustos espinosos, como la zarza, en parecidos términos que Teofrasto en HP I 3, 1.

También en Galeno observamos la influencia de Teofrasto. Así, el famoso médico cita el libro VII de HP en su obra De alimentorum facultatibus 237, 20 Helmr. También hay citas de CP.

Ateneo utiliza profusamente los libros botánicos de Teofrasto. Wellmann, en Hermes LI, 58, parece admitir como cierto que los excerpta botánicos de Ateneo se remontan a la gran obra miscelánea del gramático alejandrino Pánfilo: Leímōn.

VII. LENGUA Y ESTILO

La lengua de Teofrasto, debido a la índole artificial y erudita que campea en sus escritos botánicos, es de difícil interpretación. Ésta, a causa de las forzadas elipsis, de que hace gala el autor, ha de ser en ocasiones aproximada y nunca elegante, porque tampoco lo es el original. ¡Cuán diferente el estilo de estos escritos, áridos y excesivamente didácticos, del estilo ameno de los Caracteres !

La condición artificial de esta lengua se echa de ver en la formación de comparativos y superlativos en -teros y -tatos de términos eruditos y compuestos arbitrarios. La lengua de Teofrasto representa los comienzos de la koinḗ; de aquí, como en ésta, el uso frecuente de mâllon con los adjetivos, uso que confirma la desaparición del superlativo en la lengua común. La forma en -tatos no se emplea nunca para el superlativo absoluto. En su lugar, Teofrasto emplea sphódra, mála y lían. Es también característico el uso ordinario del participio de presente como predicado. Lo que siempre fue una tendencia del i-e y, por consiguiente, de las lenguas clásicas, es decir, la omisión de la cópula en la frase nominal, en Teofrasto constituye un uso normal y ordinario.

Para tener noticia pormenorizada de la lengua de Teofrasto en sus escritos botánicos, conviene leer el libro de Ludwig Hindenlang 28 que trata extensamente esta cuestión y del que nosotros damos a continuación un brevísimo resumen.

Es frecuente el hiato en Teofrasto, quizás por influjo del eólico, su lengua materna. Lo observa siempre, pero ateniéndose a reglas muy libres.

En lo tocante a la sintaxis, hay que decir que Teofrasto sustantiviza muchos adjetivos y participios. Son frecuentes giros como tò pephykós , literalmente «lo nacido» y tà thamnṓdē (donde hay que sobreentender tà phytá).

Una particularidad digna de mención es el uso del neutro después de masculino o femenino precedentes: thámnos dè tò apò rhízēs polýkladon , que quiere decir: «un arbusto es algo que surge de la raíz de sus hojas». Hay cambio de género y cambio de número ejemplificados en IX 5, 2 y en I 11, 1.

Se prefiere, muchas veces, la concordancia ad sensum a la gramatical, como en II 6, 4.

Con referencia al comparativo, habrá que notar, además de lo dicho al principio, la tendencia a formar comparativos con adjetivos compuestos, cuyo primer elemento es:

a- y dys-: apeukóteros y dysksērantóteros , adverbios: euōdísteros , adjetivos: brachybiótatos.

Compuestos de raíces verbales: taxiphyllóteros , han de consignarse también.

Otra singularidad es que, a veces, como en II 5, 2, el comparativo no lleva y que, a veces, como en III 5, 2, el superlativo se emplea en lugar del comparativo.

Hay que notar también que, en Teofrasto, los adjetivos de dos terminaciones son compuestos: eudíodos.

En cuanto al uso de los casos, se advierten algunos que, por su frecuencia, son dignos de señalarse, como el empleo de acusativo en vez de adverbio, p. ej., en II 6, 1, en donde encontramos megála symbálletai. Frecuentemente aparece tḕn phýsin como acusativo de relación.

Encontramos el acusativo después de verbos intransitivos; p. ej., III 1, 5: parekbaínein tò rheîthron.

Teofrasto tiene especial predilección por el genitivo partitivo, que figura siempre después de superlativos, pronombres, etc., p. ej., énia tôn dokoúntōn (II 3, 3).

El genitivo y el dativo se emplean para expresar circunstancias temporales.

Es usual con la expresión phanerón esti el dativo del punto de vista.

En lugar de hypó con genitivo encontramos el dativo, como en II 4, 4: taûta esthíetai tôi terēdóni.

Chocante es el doble dativo después de chrêsthai , en IV 8, 4: chrôntai taîs rhízais ou mónon tôi káein (en lugar de eis tò káein.

Si pasamos al apartado del artículo, habrá que anotar el frecuente uso sustantivado del artículo, como tò katà gês , etc. También el predicado, como en I 6, 3, aparece con artículo a veces. Las partes de la planta «fruto», «raíz», etc., aparecen a veces sin artículo, y lo mismo los nombres de países después de preposición: en Aigyptôi.

Una figura empleada por Teofrasto es la epanadiplosis, singularmente con hoûtos (III 2, 2).

Muchas veces se añade pleonásticamente hoûtos a autós (II 7, 7).

También tis se añade pleonásticamente para dar a los enunciados una limitación subjetiva (I 2, 7). Finalmente, se da la atracción en el pronombre relativo, como en I 10, 6, etc.

Si pasamos ahora al modo indicativo de los verbos, hay que tener presente:

a) el empleo del aoristo gnómico,

b) el perfecto con valor de presente,

c) la conjugación perifrástica: empleo de eînai y participio.

Este empleo ya existía, pero se incrementa notablemente en Teofrasto. La perifrástica no es un latinismo; está ya formada en Teofrasto (I 8, 3).

Es frecuente el uso del irreal sin an con las expresiones lógos esti y lógos éghei «sería razonable...», con dýnasthai, eînai con adjetivos, etc.

En cuanto al subjuntivo, hay que notar el uso chocante de este modo dependiente de mē: pheúgei mḗ prokópsē «El cocodrilo evita chocar [contra la raíz espinosa]» (IV 8, 8).

En lo tocante al optativo, llama la atención la falta de an , así en el optativo potencial como en la subordinada condicional (ei tis légoi , II 2, 12).

Hay en Teofrasto múltiples usos del infinitivo, entre los cuales son de notar: el infinitivo sustantivado en todas las circunstancias en las que podría emplearse un sustantivo; esti con infinitivo pasivo esthíesthai édy esti; encontramos la construcción personal, p. ej., en III 18, 9; infinitivos libres o formales como haplôs eipeîn «para decirlo llanamente».

Encontramos también el uso de hōs con infinitivo con valor final-consecutivo, y de hṓste con diversos valores, además del final.

Encontramos, en Teofrasto, el participio absoluto, en el que no se expresan sujetos como emṓn y tinṓn.

El participio conjunto reemplaza a oraciones subordinadas.

En lugar de una oración con hóti , no es raro encontrar hōs con genitivo del participio.

En Teofrasto, el significado de hōs an (hōsán) con participio es siempre potencial.

En cuanto a las preposiciones, hay que decir que no aparecen amphí y perí con dativo, prós con genitivo, hōs . Son raras antí, héōs sýn con el verdadero empleo ático, pará con genitivo, hypér con acusativo, hypó con dativo, metaxý en posición cambiante, delante o detrás de su régimen.

Hindenlang trae la lista de partículas simples o combinadas con otras, usadas por los áticos y por Teofrasto, pero no por Aristóteles (en absoluto o rara vez).

Hay fenómenos, como la elipsis y la braquilogía, de las que deberíamos hablar en el apartado de estilo. Pero también estos fenómenos tienen cabida aquí, si queremos completar el fenómeno lingüístico de Teofrasto.

Al estilo cortado de Teofrasto le va bien la supresión de la cópula. Una supresión que abarca al infinitivo, al subjuntivo, al optativo, al participio.

Entendemos por braquilogía la elipsis de palabras, ya aparecidas bajo otra forma.

1. Sustantivos

Se suprimen los que han sido citados anteriormente; como la frase equivalente a «producen bellotas» en una mención cuatrimembre de robles (II 8, 7).

2. Adjetivos

Se suprimen, si han sido indicados anteriormente (II 11, 1).

3. Verbos

Hay omisión de infinitivo (IX 7, 3), de participio (I 14, 3), de indicativo (I 6, 9), de subjuntivo (VII 4, 3). Omitimos la relación de otras muchas elipsis, que puede encontrar el curioso lector en el citado artículo de Hindenlang.

Algo que caracteriza bien el estilo de nuestro escritor es la «colocación de las palabras».

Digámoslo en pocas palabras: el sujeto a veces se pone al final de la frase, sea asociado a participios o por énfasis (I 7, 3 y II 4, 1). Separación de preposición y sustantivo, sólo con metaxý. He aquí un ejemplo de prolepsis en I 2, 2: hékaston eipeîn tí estin.

El adjetivo o participio adjetivado se pone detrás con el artículo repetido (I 1, 3): he gár tôi blástēsis genéseōs chárin esti tês teleías. Hay que notar el uso frecuente de los paréntesis; cf., p. ej., I 14, 1.

Los escritos botánicos de Teofrasto no hacen gala de recursos retóricos, pero sí los Caracteres. Por otra parte no existen testimonios directos que nos digan qué es lo que Teofrasto entendía por retórica. Según el testimonio de Cicerón, Teofrasto hablaba en su Politiká pròs toùs kairoús de que en la retórica no podían descuidarse los kairoí (las circunstancias). Teofrasto hace suya, desarrollándola, la doctrina de Aristóteles sobre los medios de la amplificación (áuxesis). Pero, ya antes de Aristóteles, Gorgias y Alcidamante hablaron de la conveniencia de aprovechar las circunstancias (kairoí ) para la amplificación 29 .

Ioannes Stroux 30 nos presenta a Teofrasto ocupándose de la doctrina de las cuatro virtutes dicendi , que son, según se deduce de Cicerón (Orat . 75 ss.): hellēnismós, saphḗneia, prépon y kataskeuḗ. A propósito de estas virtutes o genera dicendi , hay quien ha querido relacionar la doctrina ética de la mesótēs , característica de la escuela peripatética con la doctrina del estilo medio. Pero es opinión compartida por la mayoría de los filólogos que no fue Teofrasto el autor de la famosa doctrina de los tres estilos. Del escrito Perì léxeōs se deducen claramente las cuatro aretái definidas por Cicerón y llamadas con los nombres susodichos, que se corresponden con los españoles «pureza», «claridad», «conveniencia con el sujeto» y «ornato».

VIII. NUESTRA TRADUCCIÓN

Como no podrá ser bella, tratará al menos de ser fiel. Si es fiel a un texto que no es bello, no podrá ser bella. Da la impresión de que el libro de Teofrasto, dejando aparte sus méritos científicos, está constituido por apuntes tomados apresuradamente, que no han sido pulidos, y completados más tarde; de aquí ese estilo bronco, plagado de elipsis que hacen imposible una traducción literal. De aquí también la necesidad de tener que recurrir muchas veces a la paráfrasis. Pero, como esta traducción va dirigida no sólo al mundo helenista que sabe valorar el esfuerzo aplicado a la interpretación de un texto erizado de dificultades sino también al gran público, al que resultaría insufrible la torpeza y desaliño en la expresión literaria, hemos procurado que ésta tenga un mínimo de exorno para que sea tolerable sin traicionar el pensamiento del autor.

Una de las dificultades que ofrece el texto es la traducción de los vocablos que designan las plantas. Hay autores, como Wimmer y Mancini, que creen obviar la dificultad transcribiendo la palabra griega. Pero, digo yo, ¿qué significan para el lector italiano las transcripciones de ipposélinon, kynósbaton, panakés e iskhás o ápios , palabras que sólo tienen sentido para los lectores versados en la lengua griega? Muy de otra manera procede Hort, el traductor inglés, que vierte estas palabras por alexanders , que es el Smyrnium olusalrum L., es decir, el apio caballar, wild rose , que es la Rosa sempervirens L., es decir, la rosa mosqueta, all-heal , aue es la Ferulago galbaniflua Boiss et Buchse y que nosotros, como el inglés, preferimos respetar en su composición griega «curalotodo», y finalmente iskhás o ápios , es decir la Euphorbia apios L., en inglés spurge , que viene a ser lo mismo que tártago. Se puede emplear una fórmula ecléctica, como hace en ocasiones Hort, que consiste en conservar la palabra griega y, a continuación, entre paréntesis, la palabra inglesa. Por ejemplo, la última palabra a que acabamos de referirnos aparece, a veces, como iskhás o ápios y a continuación, entre paréntesis spurge.

También yo siento escrúpulos en emplear denominaciones vulgares castellanas que evocan sentimientos cristianos para referirse a plantas tratadas por un autor pagano del siglo IV . Por eso, en lugar de «azotacristos» para referirme al Carthamus lanatus L., que constituiría un anacronismo, empleo la de «cardo cabrero» y, en lugar de «espina de Cristo», «paliuro»; la cigofilácea «rosa de la Virgen» (Fagonia crética L.) es en nuestra traducción simplemente Fagonia , y la «varita de San José», que los botánicos llaman Ornithogalum pyrenaicum L., recibe el nombre de «ajo de lobo» (también se llama con denominación académica «leche de gallina o de pájaro»).

La traducción va enriquecida con numerosas notas de toda índole: unas, muy pocas, ilustran sobre acontecimientos históricos; otras tratan de identificar las especies botánicas descritas incompletamente por el autor, rebautizándolas con el nombre científico y ampliando las noticias dadas en el texto. Estas ampliaciones suelen, cuando se juzga conveniente, perseguir el propósito de enfocar el estudio de la realidad botánica y zoológica desde el punto de vista científico moderno, haciendo resaltar también la originalidad de ciertas aportaciones de nuestro escritor.

Una obra de cierta extensión, en la que, sin embargo, se aborda el estudio de más de 500 plantas, requiere, para su estudio, estar pertrechado de amplios conocimientos de botánica sistemática. A falta de ellos, el autor del comentario ha apelado al asesoramiento del Departamento de Botánica de la Facultad de Biología de la Universidad de Sevilla, del Dr. D. Salvador Talavera y Ayudantes, y a la lectura de la abundante y selecta Bibliografía que figura a continuación de esta Introducción.

Debo expresar aquí mi agradecimiento, de una manera especial, al catedrático del Instituto Mirasierra de Madrid. D. José Francisco González Castro, que, con paciencia benedictina, ha leído, revisado y corregido el manuscrito de esta obra, enriqueciéndolo en ocasiones con valiosas observaciones incorporadas luego al mismo.

En la identificación de las diversas especies botánicas nos ha servido de estimable ayuda el Index of Plants de la edición de Hort ya aludida, que ha sido redactado bajo la inspiración de Thiselton-Dyer.

Aunque en las notas se procura poner el nombre científico y vulgar de la planta citada en la traducción, nos ha parecido conveniente cerrar el libro con un Índice de plantas , remitiendo al libro, capítulo y parágrafo en que aparecen, precedidas estas indicaciones también de los nombres de dichas plantas.

La traducción se ha hecho sobre el texto griego de la segunda edición de Wimmer, mejorado con las correcciones introducidas por A. Hort en su edición de The Loeb Classical Library.

Yo no conozco ninguna traducción española de la HP. Si hay alguna (yo no lo creo), no ha llegado a mi poder. Si ésta es la primera, me acojo a la benevolencia del lector y le pido que, al enjuiciarla, piense en las dificultades de la empresa, apuntadas en las páginas anteriores.


1 Buena traducción de M. FERNÁNDEZ -GALIANO , en Supl. X de Est. Clás. , Serie de Traducciones (Madrid, 1956).

2 E. MAAS , «Psapho und Sapho», Rhein. Mus. LXXV (1962), 354 y sigs. Es un extenso artículo, en el que se explican diversas palabras en el § 1 de la I Parte, entre ellas, Týrtamos que, como decimos, la supone derivada de Tyrotámos.

3 Mencionan esta anécdota, entre otros, ESTRABÓN , XIII 2, 4; CICERÓN , Discursos 62; PLINIO , Naturalis Historia , Pref. 29, etc.

4 DIONISIO DE HALICARNASO , De Dinarcho 2.

5 DIÓGENES LAERCIO , IV 29.

6 Ibid ., 57.

7 Ibid ., 37.

8 PLUTARCO , Suav. viv. Epic. (= Non posse suaviter vivi secundum Epicurum ).

9 A. KÓRTE , «XAPAKTHP», Hermes LIV (1929), 78, 1; habla de que Menandro se inspiró en su maestro Teofrasto, autor de los Caracteres , que llevan por título Ápistos , etc., para sus comedias del mismo título.

10 La traducción francesa de La Bruyère, tan celebrada, está hecha a través de la versión latina de Casaubon. Así opina J. CAZELLE , «La Bruyère helléniste», Rev. Ét. Gr. (1922), 180-197.

11 M. WELLMANN , art. «Diokles», en RE , 802-812.

12 M. WELLMANN , Die Fragmente der sikelischen Ärzte , Berlín, 1901.

13 W. CAPELLE , «Zur Geschichte der griechischen Botanik», Philol. LXIX (1910), 278 y sigs.

14 Por ejemplo, HORT en la Introducción (pág. XXV) de su ed. de la Historia de las plantas.

15 Para esto, cf. ibid ., y O. REGENBOGEN , «Theophrastus», en RE.

16 O. KIRCHNER , «Die botanische Schriften des Th. v. Eresos», Jahr. Philol. , Supl. VII (1874), 455 y sigs.

17 O. REGENBOGEN , «Theophrast Studien, I: Zur Analyse der Historia plantarían», Hermes LXIX (1934), 77 y sigs.

18 En el IIb se habla de los árboles cultivados, en el III de los silvestres, en el IV de los arbustos, en el VII de las hierbas y leguminosas, en el VIII de los cereales.

19 REGENBOGEN , «Theophrastus», en RE , 1451, 10.

20 Ibid ., 20.

21 HEITZ , Die verlorenen Schriften des Aristoteles , Leipzig, 1865.

22 E. JESSEN , «Über des Aristoteles Pflanzenwerke», Rhein. Mus. , N. S., XIV (1859), 88-101.

23 G. SENN , «Hat Aristoteles eine selbständige Schrift über Pflanzen verfasst?», Philol . LXXXV (1930), 113-140.

24 W. CAPELLE , «Theophrast in Kyrene?», Rhein. Mus. XCVII (1954), 169-189, y «Theophrast in Aegypten», Wien. St. LXIX (1956), 173-186.

25 REGENBOGEN , «Theophrastus», en RE , 1371, 30, 40.

26 Ibid ., 1435.

27 B. EINARSON , «The manuscripts of Theophrastus», Historia plantarum». Class. Philol. 71 (1976), 67-76.

28 L. HINDENLANG , Sprachliche Untersuchungen zu Theophrasts botanischen Schriften , Estrasburgo, 1910.

29 R. STARK , «La definizione teofrastea della retorica», Maia X (1958), 101-105.

30 J. STROUX , De Theophrasti virtutibus dicendi , Leipzig, 1912. Puede consultarse también G. A. KENNEDY , «Theophrastus and stylistic distinctions», Harw. Stud. Class. Philol. LXII (1937), 93-103, en donde se demuestra que Teofrasto conoce las distinciones vigentes en el siglo IV a. C. y que trató esta cuestión al comienzo y al final de su obra Perì léxeōs.

Historia de las plantas

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